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Pablo F. Sendón y Diego Villar (eds.

Al pie de los Andes

Estudios de etnología, arqueología e historia

tinerarios
EDITORIAL
tinerarios
EDITORIAL
Pablo F. Sendón y Diego Villar (eds.)
Al pie de los Andes. Estudios de etnología, arqueología e historia
218 p.; ilus (Colección “Scripta autochtona”, 11)

ISBN:
D.L.:

[Tierras Bajas/Tierras Altas/Indígenas/Etnología]

© Pablo F. Sendón y Diego Villar, 2013


© Instituto de Misionología – ILAMIS
Calle Oruro E-492 esq. Av. Ramón Rivero
Cochabamba
Tel. +591.4.4522670; +591.4.4293100 ext. 106
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© Itinerarios Editorial
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Casilla 334; Tel. +591.4.4586028
itinerarios.edit@gmail.com

Primera edición, Noviembre 2013

Fotografías de la tapa: Altar andino con cañas y elementos de tierras bajas (Pablo Sendón); Chacobos
tocando zampoña (Diego Villar); Restos mortuorios del piedemonte jujeño (Gabriela Ortiz); Indígenas
en el Ingenio La Esperanza (reproducción de García 1920)

Printed in Bolivia – Impreso en Bolivia


SUMARIO

Agradecimientos............................................................................................... vii

Introducción
Pablo F. Sendón y Diego Villar............................................................... 1

ESTUDIOS COMPARATIVOS

Modelos de liderazgo amerindio: una crítica etnológica


Diego Villar............................................................................................. 1

Un altar para los muertos


Pablo F. Sendón..................................................................................... 33

Aproximación al problema de los caminos, u odografía, en el Chaco y en la


Puna contemporáneos
Nicolás Richard....................................................................................... 47

ESTUDIOS DE CASO

Relaciones entre tierras altas y bajas altoperuanas en la guerra de


independencia: Santa Cruz de la Sierra, 1810-1816
Cecilia G. Martínez................................................................................. 71

¿Prácticas funerarias singulares o compartidas? Muerte y ancestralidad en


poblaciones sub-andinas de la cuenca del San Francisco, noroeste
de Argentina
Gabriela Ortiz.......................................................................................... 95

iii
Compadrazgo y dinámica reticular en Valle Grande, Jujuy
Juan Pablo Ferreiro................................................................................ 109

Nupcialidad y trashumancia en los valles orientales de Jujuy durante


la primera mitad del siglo XIX
Federico Fernández................................................................................ 135

Historia, memoria y pasado reciente entre los guaraníes de la Misión


San Francisco (Pichanal, Salta): una aproximación
Nahuel Pérez Bugallo............................................................................. 153

Ingenios azucareros y relaciones interétnicas


Federico Bossert..................................................................................... 163

Bibliografía......................................................................................................... 187

Nota sobre los autores..................................................................................... 209

ÍNDICE DE FIGURAS, GRÁFICOS E ILUSTRACIONES

Figura 1. Taita Huara, chama.............................................................................. 16

Figura 2. Rabi “Toro” Ortíz tocando la zampoña en una fiesta............................ 19

Figura 3. El tuvicha Guirahesa de Cuevo con su familia .................................... 21

Figura 4. Taparindu, el último tuvicha chané ...................................................... 24

Figura 5. Ofrenda marcapateña (dibujo)............................................................. 43

Figura 6. Ofrenda marcapateña ......................................................................... 44

Figura 7. Altar marcapateño ............................................................................... 45

Figura 8. La Puna y el Chaco entre estructuras troncales.................................. 54

Figura 9. Estructuras troncales en la Puna......................................................... 57

Figura 10. Estructuras troncales en el Chaco..................................................... 62

iv
Figura 11. La gobernación de Santa Cruz de la Sierra a fines del siglo XVIII..... 94

Figura 12. Región del valle del Río San Francisco............................................. 99

Figura 13. Restos óseos incompletos................................................................. 101

Figura 14. Gráfico de partes esqueletales recuperadas en el sitio Pozo de


la Chola según las clases etarias......................................................... 101

Figura 15. Sectores excavados en Pozo de la Chola......................................... 102

Figura 16. Contexto de hallazgo de los diferentes restos óseos humanos


en distintos sitios del valle de San Francisco......................................... 103

Figura 17. Sector exclusivo de inhumaciones en Pozo de la Chola................... 103

Figura 18. Vértebras y fragmento de calota craneana de uno de los entierros de


Huachichocana....................................................................................... 104

Figura 19. Grafo de compadrazgo de Valle Grande, 1800-1851......................... 120

Figura 20. Grafo de compadrazgo de Valle Grande, 1801-1816......................... 124

Figura 21. Grafo de compadrazgo de Valle Grande, 1824-1829......................... 127

Figura 22. Grafo de compadrazgo de Valle Grande, 1840-1844......................... 129

Figura 23. Período I, Años 1801-1816................................................................ 145

Figura 24. Período II, Años 1827-1833............................................................... 145

Figura 25. Período III, Años 1852-1855.............................................................. 146

Figura 26. La capilla de la Misión San Francisco del Altosano del


Tabacal, 1938......................................................................................... 161

Figura 27. El padre Roque Chielli observando la ejecución del turúmi en


Pichanal.................................................................................................. 162

Figura 28. Nueva capilla de la Misión de Pichanal ............................................. 162

Figura 29. Indios chorotes y matacos en el ingenio San Isidro........................... 184

Figura 30. Tipos de indios matacos recién llegados al ingenio La Esperanza:


“osacos” (niños), “chinas” (mujeres) y “soldados” (hombres)................. 185

Figura 31. Trabajadores criollos en la entrada del ingenio La Esperanza.......... 185

Figura 32. Indígenas armados en el ingenio Ledesma....................................... 186

v
AGRADECIMIENTOS

Las versiones preliminares de los trabajos compilados fueron


expuestas originalmente en el grupo de trabajo “Relaciones
etnohistóricas, etnográficas y comparativas entre sociedades
amerindias de tierras altas y bajas” en el marco de las Jornadas de
Estudios Andinos organizadas por el Instituto Interdisciplinario
Tilcara (Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos
Aires) del 18 al 21 de Septiembre de 2012 en Tilcara (Jujuy,
Argentina). Agradecemos el apoyo institucional del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Proyecto
de Investigación Plurianual 0074) en Argentina y del Centro
de Investigaciones Históricas y Antropológicas (Museo de
Historia UAGRM) en Bolivia, así como también a quienes
han colaborado de una u otra forma para que este libro fuera
posible, especialmente a Lorena Córdoba, Roberto Tomichá e
Isabelle Combès.

vii
INTRODUCCIÓN
Pablo F. Sendón y Diego Villar

Han pasado ya los tiempos en que podían oponerse las tierras altas y bajas
sudamericanas como universos independientes e incluso antagónicos. Los
queros andinos rebosan de chunchos mientras los mitos panos, tacanas y arawak
vuelven una y otra vez sobre unos incas misteriosos cuyo perfil opaco jamás
termina de aclararse, como tampoco lo hace el origen acuático-selvático de los
seres presolares evocados en los mitos de muchos pueblos andinos. No se trata
sólo de representaciones. Técnicas alfareras, metales, textiles, plumas, coca,
curare, alimentos, especias, bienes suntuarios, topónimos, gentilicios, rituales,
cónyuges, categorizaciones étnicas, conocimientos terapéuticos, mano de obra,
dialectos, lenguas francas: las ciencias sociales no cesan de toparse con redes de
circulación, intercambio y alianza en el sentido más amplio del término. Durante las
fases preincaica, incaica, española y republicana, una sucesión intermitente pero
continua de oleadas migratorias une lo alto y lo bajo por causas múltiples: presiones
demográficas, la ampliación productiva a nuevos “pisos” o “nichos” ecológicos, la
propia pulsión expansiva de la organización sociopolítica indígena, la búsqueda
utópica de riquezas fabulosas, guerras, epidemias o aun la puja inflexible de los
frentes colonizadores, que incrementa la complejidad inicial combinándola con las
lógicas de funcionamiento propias de los mercados coloniales y republicanos.

Realizar un balance de la copiosa bibliografía sobre el tema es, por el momento,


impensable. Desde el punto de vista de la larga duración, no obstante, sí puede
decirse que las fronteras relativas, la hibridación, la simbiosis, el mestizaje,
el multilingüismo y todos los procesos de síntesis que componen el paradigma
contemporáneo de la “etnogénesis” son actualmente un punto de partida más que
una conclusión. El imaginario de la fluidez es el orden del día. La complejidad queda
reflejada en el arsenal categorial de los observadores, tan babélico y repleto de
neologismos como el de los observados: si los jesuitas del siglo XVI reportaban la

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Pablo F. Sendón y Diego Villar

existencia de la lengua “aymara-chuncho” en Apolobamba, hoy debemos hablar


de “aymarización”, de “arawakización”, de “quechuización” o de “guaranización”.
Lejos de la razón insular atribuida a los presuntos “esencialismos” (culturales,
lingüísticos, étnicos), la exégesis se ve obligada a apelar a un imaginario relacional
cifrado en “redes”, “rompecabezas”, “cadenas”, “telarañas”, “complejos”, “sistemas”,
“macroconjuntos” y “archipiélagos” verticales, horizontales o fractales. Más allá
de la fortuna circunstancial de las categorías, lo cierto es que en todos los casos
procuran aumentar el foco analítico cambiando la escala de la observación de lo
particular a lo regional: de las “tribus” o las “etnias” a las confederaciones, las redes
de intercambio y hasta los imperios, se trata de forjar una articulación sui generis en
la cual –más que nunca– el todo es más que la suma de las partes.

No puede decirse que sea una novedad. Al procurar restablecer los puentes entre
lo alto y lo bajo, las ciencias sociales revisitan aquello que ya habían insinuado
otras voces más tempranas. La premisa de que la organización sociopolítica
(económica, cosmológica, étnica, etc.) de las poblaciones de las tierras altas no
puede comprenderse cabalmente disociada de su homóloga de las tierras bajas,
y viceversa, no es prerrogativa exclusiva del americanismo una vez que supo
sacarse de encima el manto de las “áreas culturales”. De manera más o menos
explícita está bien presente en las mismas fuentes y registros que posibilitaron el
surgimiento mismo de los estudios sobre el tema. No es difícil encontrar referencias
relativas a tipos físicos, costumbres morales, hábitos culinarios, ornamentos,
pautas matrimoniales, mitos, relaciones comerciales o utopías milenaristas que
involucran a los universos sociológicos de las tierras altas y las tierras bajas en la
gran mayoría de las fuentes que entre los siglos XVI y XVIII se pronunciaron sobre
historias dinásticas, procesos judiciales, geografías morales, rituales formularios,
potencialidades fiscales, extirpación de idolatrías y demás. El largo siglo XIX es
testigo fiel del crecimiento de la geografía –por entonces sinónimo de cartografía–
como disciplina científica, con el paulatino avance de exploradores, aventureros,
empresarios, militares, hombres de ciencia, religiosos, funcionarios gubernamentales
y diplomáticos que procuraban satisfacer intereses científicos, políticos, religiosos
y de conquista –o más probablemente, todo ello a la vez. El vacío de conocimiento
sobre los territorios de las poblaciones amerindias fue precisándose en la medida
en que estos pioneros se adentraban en sus geografías, conocían a sus habitantes,
comenzaban a comprender sus lenguas y en algunos casos hasta se maravillaban
con sus obras. Más o menos sistemáticas, estas incursiones constituyen un

2
Introducción

telón de fondo ineludible para comprender las primeras reflexiones estrictamente


científicas sobre las relaciones entre las poblaciones de las tierras altas y bajas. A
lo largo de cinco siglos, por eclécticos que sean, los escritos, mapas y cartografías
permiten entrever una trama etnológica sinuosa según la cual ambos universos se
asocian de formas múltiples. Por si fuera poco, a todo esto se suma la dimensión
relativa a la inmensidad de monumentos, fortalezas, ciudadelas, andenerías,
santuarios, camellones, tumbas, depósitos, cuevas y caminos desplegados sobre
una territorialidad renuente, difícil de aprehender, que permanecen como testigos
silenciosos pero fieles de aquello que en un pasado más o menos remoto pudo haber
constituido una instancia de encuentro para hombres, bienes e ideas provenientes
de sitios en principio disímiles.

No se trata de rastrear el origen preciso de la oposición canónica entre la “civilización”


andina (asociada en bloque con la complejidad y la diferenciación social, la
centralización, la jerarquía) y la “barbarie” de los llanos (asociada respectivamente
con la simpleza, la atomización, la autarquía, el igualitarismo). Lo que importa, en
todo caso, es reiterar que el presente generaliza la voluntad de desmontar los viejos
esquemas rígidos, y que el estudio del juego variable de las articulaciones entre
las poblaciones de las llamadas “tierras altas” y “tierras bajas” se ha erigido en un
campo de investigación americanista por derecho propio. Sin embargo, en lugar
de constituir un terreno firme y unívoco, lejos está por ello de haber agotado sus
posibilidades heurísticas. Tal como exponen las contribuciones que componen este
volumen, las razones son diversas.

Ligado de formas imprevisibles con identidades nacionales, regionales y locales,


un primer conjunto de causas para la heterogeneidad podría ser ideológico. En
términos generales, Perú, Bolivia y Ecuador suelen presentarse como “países
andinos” –con eventuales primacías quechuas o aymaras–, mientras que Chile lo
ha hecho de manera relativamente marginal, pese a la evidencia, y la Argentina ha
optado por pensarse a sí misma como una nación con apenas una tenue raigambre
indígena. Combinado con factores como la geopolítica académica, las tradiciones de
pensamiento y la formación de escuelas, este tipo de coyuntura incide claramente en
el desequilibrio de los esfuerzos de comprensión: así, el amazonismo brasileño es
más poderoso en términos institucionales que la antropología amazonista peruana,
boliviana, ecuatoriana y colombiana, y probablemente más que todas ellas juntas;
los estudios andinos tienen una tradición más fértil en Perú, Bolivia y Ecuador que en

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Pablo F. Sendón y Diego Villar

Chile; y la Puna argentina tradicionalmente ha recibido más atención de folcloristas,


historiadores y arqueólogos que de etnógrafos (Ortiz, Ferreiro, Fernández). Sentadas
estas premisas, no parece difícil vislumbrar las razones por las cuales numerosas
organizaciones de desarrollo procuraron hacia finales del siglo XX organizar
políticamente a los indígenas de las tierras bajas bolivianas siguiendo el modelo
de los sindicatos agrarios andinos (Villar), o que mucho más atrás en el tiempo
la historiografía tradicional haya limitado la “agencia” independentista a la historia
consagrada del Alto Perú: bien mirada, la incorporación efectiva de Santa Cruz de
la Sierra al conflicto armado –sumada a la permeabilidad natural del piedemonte–
no constituye en modo alguno una excepcionalidad, pues la coyuntura del conflicto
independentista sedimentó modos preexistentes de integración política, económica
y social entre lo alto y lo bajo, y replicó una estructura relacional según la cual Santa
Cruz y sus alrededores asumían un papel pasivo de productores y proveedores de
los bienes demandados por la sierra (Martínez).

En segundo término, la información disponible no es homogénea porque,


simplemente, todavía quedan demasiados rompecabezas por resolver. Los motivos
pueden ser coyunturales, geográficos o intelectuales: sólo en Bolivia, resta dilucidar
por ejemplo el grado efectivo de la penetración incaica en el alto Beni, el bajo Madre
de Dios, el oriente de Charcas y la llamada Cordillera Chiriguana, o bien el tenaz
enigma puquina-kallawaya-arawak, que sigue haciendo correr ríos de tinta por
parte de historiadores, etnólogos, lingüistas y arqueólogos. Otras veces se trata
de desequilibrios notorios de la información fáctica; así, la letanía amazonista por
la carencia de información arqueológica y etnohistórica que permita contrapesar la
profundidad diacrónica andina es bien conocida. También podría traerse a colación
la pobreza relativa de la información etnográfica sobre la Amazonia boliviana con
respecto a sus contrapartes brasileña o peruana, o de la historia, la arqueología
y la etnografía de los Andes meridionales con respecto a sus pares de los Andes
centrales. Igualmente, en cuanto al tema específico de las relaciones entre las tierras
altas y bajas, es notorio que al respecto existen más estudios etnohistóricos que
propiamente etnográficos (Sendón). En este sentido, un conocimiento arqueológico
y etnohistórico más acabado de regiones como el piedemonte jujeño podría haber
permitido calibrar mejor las comparaciones de secuencias cronológicas en la
larga duración, a fin de descifrar un trasfondo común de memorias e identidades
colectivas que trasciende las asignaciones ecológico-geográficas y obliga a

4
Introducción

relativizar ciertas oposiciones canónicas (ej. tierras altas: memoria: culto a los
ancestros: tierras bajas: ritualidad: abolición de la memoria de los muertos) (Ortiz).
De forma inversa, el estudio etnográfico de un altar mortuorio en el valle peruano de
Marcapata contextualiza una serie de prácticas rituales y concepciones mitológicas
que permiten cotejar comparativamente las modalidades mortuorias identificadas
en el caso del noroeste argentino (Sendón).

Un tercer factor es la dificultad de articular consistentemente lo general y lo particular


a la hora de poner en relación la “historia institucional” (fuentes, documentos,
biografías) con las “historias étnicas” (mitología, historia oral, historias de vida). El caso
de los ingenios azucareros del noroeste argentino es iluminador, pues la experiencia
indígena en los mismos puede analizarse tanto en relatos que podríamos calificar
como microhistóricos (Pérez Bugallo) como también a nivel regional, en la constante
reconfiguración de un entramado más amplio de relaciones interétnicas (Bossert). De
hecho, sería impensable un intento de comprender las dinámicas étnicas indígenas
que soslaye interferencias, mediaciones o dependencias supralocales como la lógica
del mercado o las construcciones nacionalistas, que en muchos casos operaron como
polos de tracción reconfigurando los escenarios regionales y el imaginario asociado
con los mismos (Martínez, Bossert, Richard). Otras veces, en cambio, los obstáculos
epistemológicos proceden de los mismos sesgos de la información. Los estudios
dedicados a la región del Valle Grande de la provincia de Jujuy –región extendida
desde los 4500 hasta los 600 metros sobre el nivel del mar, que tradicionalmente
fue objeto de escasa atención por las autoridades gubernamentales y eclesiásticas–
se han visto obligados a concentrarse en el análisis de registros parroquiales para
analizar las dinámicas poblacionales durante la primera mitad del siglo XIX. De este
modo, las investigaciones apelan a métodos de formalización como la teoría de grafos
o el álgebra de matrices para procesar la información bautismal y nupcial contenida
en las actas parroquiales, pronunciándose sobre las estrategias involucradas en
las relaciones de compadrazgo entre los apellidos pertenecientes a los distintos
pisos ecológicos de la región (Ferreiro) o bien sobre ciertas regularidades relativas
a las dinámicas de movilidad poblacional entre esos pisos, las especializaciones
productivas o la definición de la endogamia local (Fernández).

Una cuarta variable potencial es la falta de consensos conceptuales. Es difícil que


historiadores y arqueólogos se pongan de acuerdo sobre el establecimiento de
secuencias temporales en la larga duración; o que etnohistoriadores y antropólogos

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Pablo F. Sendón y Diego Villar

compartan criterios acerca de lo que constituye una prueba confiable; o que


arqueólogos, historiadores y etnólogos se refieran a lo mismo cuando hablan de
“parentesco”, “endogamia” o “dualismo”. Una vez trascendido el voluntarismo
interdisciplinario, los especialistas de las tierras altas y bajas no suelen concordar
en definiciones básicas de conceptos tales como “Estado”, “etnicidad”, “persona”
o “alteridad”, e incluso es frecuente que en el interior de ambos universos las
interpretaciones sean divergentes: así, el problema categorial parece recurrente en
los sucesivos estudios de los modelos políticos amerindios, que evidencian que
más allá de las fórmulas de sentido común no se ha podido establecer un consenso
heurístico respecto de qué es el “poder”, el “liderazgo”, la “autoridad” o aun la misma
“política” (Villar).

La definición misma del problema comparativo está, pues, sujeta a discusión, y en


este punto es razonable preguntarse qué es lo que se está comparando cuando se
habla de relaciones entre tierras altas y bajas. El repaso de la literatura muestra
que puede tratarse de casos de contacto inmediatamente evidente en regiones
piedemontanas o subandinas (Apolobamba, la cordillera chiriguana, el complejo
quijo-jíbaro-quichua, las regiones de Carabaya, Quispicanchi, Paucartambo), o
bien de sociedades con una predisposición histórica por la mediación interétnica
(kallawayas, chanés, piros, panatahuas, los mitmaqkuna independizados en el
piedemonte). En este volumen, el primer caso aparece en las migraciones de los
“vallistos” a los ingenios azucareros del noroeste argentino, así como en sus efectos
en la reconfiguración contemporánea del mapeo étnico regional (Pérez Bugallo,
Bossert), y el segundo en la performance de sociedades bisagras como los ocloyas
o los churumatas que mediaron entre las poblaciones andinas y los “bárbaros”
mataguayos o chiriguanos (Fernández). Hay, por fin, casos de articulación indirecta,
en los cuales los Andes aparecen en las tierras bajas como horizonte lejano pero
inexorable de inteligibilidad comparativa, mediatizados por el discurso nacionalista
(Martínez) o bien por las proyecciones ideológicas de misioneros, estudiosos o
especialistas de desarrollo (Villar). Pero, también, las relaciones pueden ser mucho
más abstractas: sea por la forma de estructuración reticular que permite atisbar
el estudio de la lógica del compadrazgo (Ferreiro), por la estrategia de habilitar
una comparación significativa descomponiendo formalmente los casos en unidades
mínimas (oposiciones, simetrías, ramales, circuitos, caminos, terminales, etc.) para
luego analizar sus combinaciones (Richard), o bien por la preferencia por lecturas
a la usanza estructuralista (por ej. la postulación de similitudes formales entre

6
Introducción

la organización social ge y el sistema de ceques cuzqueño, de la jerarquización


del espacio circular amazónico en los contextos andinos, o de las sociedades
andinas y amazónicas como variaciones estructurales de un mismo sistema de
transformaciones) (Sendón).

Cabe mencionar, por fin, una fuente adicional de generación de dilemas. Se


trata de la persistencia de falacias y reificaciones que reducen una y otra vez la
complejidad social en fórmulas atractivas pero simplificadoras, que privilegian una
causa determinante de explicación: el medioambiente, la mentalidad andina, la
alteridad constituyente, la familia lingüística, el Estado, la ontología. ¿Hasta qué
punto es razonable tipificar a determinadas sociedades como “multinaturalistas” o
“sin Estado” privilegiando metonímicamente una faceta de su sociabilidad mientras
se descuidan otras igualmente significativas como coloraturas cosmológicas,
procesos de misionización, transformaciones demográficas, relaciones interétnicas,
modalidades de articulación con la lógica estatal o inserción en los mercados
regionales, por no hablar de coyunturas como guerras, catástrofes naturales,
epidemias o migraciones? Sería tentador, así, pensar la atribución de determinadas
cualidades al universo “chunchoide” como parte de una suerte de la invariante
amerindia de la apertura al otro –estructura formal de las relaciones según la cual la
identidad es siempre incompleta y requiere de la alteridad para poder reproducirse.
Pero, recordando los dilemas implícitos en los tropos generalistas del pasado (el
“socialismo incaico”, “las tribus marginales”, “la floresta tropical”) nunca está de más
calibrar los peligros de comparar demasiado o demasiado poco, analizando si este
tipo de elucubraciones realmente aclara más que lo que oscurece (Villar).

Lejos de atenuar la imagen caleidoscópica a la que hicimos referencia al comienzo,


al nutrirse de los aportes de la etnología, la etnografía, la etnohistoria o la arqueología
los estudios aquí compilados no hacen sino confirmarla. No pueden ofrecer
recetas ni soluciones sino que, en el mejor de los casos, profundizan las aporías
e incitan a proseguir la labor de investigación. Más abstractos o más concretos,
más cuantitativos o cualitativos, más generales o particularistas, esbozan una serie
de radiografías de las relaciones entre lo alto y lo bajo en espacios y momentos
históricos precisos, relaciones en las cuales, desde un punto de vista comparativo,
y aunque suene a paradoja o mero juego de palabras, el eje altitudinal parece cada
vez más desplazado por el eje latitudinal.

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