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EL EVANGELIO DE LA MISERIA
Bertolt Brecht
Conmovedor. Es el primer adjetivo que me viene a la mente después de leer el libro con el cual
el poeta colombiano Juan Manuel Roca obtuvo el Premio Casa de América en Madrid, España,
titulado Biblia de Pobres. Recientemente, en enero de 2010, también fue señalado como el mejor
poemario del año en español por el blog Estado Crítico. El segundo adjetivo es genial.
Biblia Pauperum, el subtítulo, alude a la llamada “Biblia de los pobres”, grabados en barro o
madera, para que resultaran más baratos, que se imprimían en el siglo XV con leyendas en latín, a
veces también en alemán, destinados a la educación religiosa del pueblo de la Edad Media. En aquella
época, según el historiador francés Roger Chartier (Chartier, 2006) en su libro-coloquio con
historiadores mexicanos, Cultura escrita, literatura e historia, el luteranismo propugnó una cultura
carnavalesca y popular, como la que estudió Mijail Bajtin en su monumental estudio sobre Rabelais y
el carnaval, donde se fomentaba la exaltación del cuerpo y de la imagen humana; señala que, por
mientras que el cristianismo “es una religión que desde la Edad Media utiliza las imágenes como
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Biblia de pobres, como se decía a propósito de las catedrales”. Cada página recogía en el centro una
imagen del Evangelio y, en sus márgenes, los personajes del Antiguo Testamento con una breve nota
explicativa. Muy a menudo incluían la advocación cristiana: “Bienvenidos los pobres, porque de ellos
El epígrafe reza:
Corresponde al libro Una noche con Hamlet, del poeta checo Vladimir Holan. Vale la pena
recordar de quién se trata. Holan (1905-1980), escribió otra obra destacada, Gracias a la Unión
vanguardismo y al famoso Círculo de Praga. Sus poemas más conocidos son “La nieve”, “La
resurrección”, “Pero” y “Hacia la poesía”. De sus versos son memorables un par, además del citado
por Roca: Tú no sabes de dónde viene este camino / que no te llevará a ninguna parte y Pero nunca
el dolor de entonces es lo único / que nunca adquiere dimensión humana:/ siempre es mayor que el
hombre,/ y sin embargo tiene que caberle en el corazón”. El grupo que firmó el manifiesto
fin… Esa palabra significa una pequeña flor blanca que nace en primavera en las montañas checas,
cerca de los Sudetes alemanes. Textualmente significa “nueve fuerzas” y tradicionalmente posee
propiedades curativas. Es una flor común y silvestre, lo cual quizá inspiró el nombre del grupo.
Mucho más tarde, Holan, decepcionado por el revisionismo, se aisló en Kampa y nunca más publicó.
De Mesteres
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Pero vamos al libro, que ya hemos evitado su propia esencia. El primer poema del libro se
titula “Mester de servidumbre”. Son muchos los poemas de los varios libros de Roca que anteponen a
su nombre el de “Mester”. Los había, en la Edad Media española, de juglaría y de clerecía, según el
rango social, clerical o seglar. Ahora bien, mester quiere decir oficio, acto. Ello ya implica una
concepción de la labor poética. Y ciertamente “poética”, en los términos críticos, es lo que hay en el
En este poema
Entra un gato persiguiendo una madeja
Y se trepa en un armario.
Hay un hombre que riega en las almohadas del sueño
Un frasco azul de negra tinta china.
Entra un perro rojo como si fuera un cuadro de Gauguin.
En este poema, un matemático loco
Cuenta en un ábaco el número de muertos
Censados en el año de la peste.
La deseada mujer del puesto de toronjas
Se desnuda y baila la danza del vientre
Temáticamente, ello es lo que, en efecto, persigue este poemario a través de las palabras. Casi
siempre lúcidas para crear imágenes, y a veces incluso desesperadas: el retorno de los desposeídos. Y
estéticamente, regar la tinta sobre las almohadas, trepar como felino con su materia de lana para mirar
desde lo alto, y rendir homenajes: el citado a Gauguin, el de El año de la peste, que alude tanto al
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célebre diario de Daniel Defoe como a Muerte en Venecia de Thomas Mann, al ábaco de los chinos y
al de los incas, al loco Einstein, todos reunidos en pocas palabras, todas evocadoras y que generan
Abanico temático
examinarlos por aparte. Ya que hemos mencionado alusiones de famosos, hagamos un recuento
somero: T.S.Eliot, José Asunción Silva, Rendón, García Márquez, San Juan de La Cruz, Goya,
obviamente La Biblia, El Cantar de los Cantares, Rimbaud, Doré, Blake, Donne, Robespierre, “El
Tartufo”, Joyce, Kafka, Cervantes, Garibaldi, Degas, Charry Lara, Sor Francisca Josefa del Castillo,
Gorki, Baudelaire, Karl Krauss, entre otros, para esta enumeración caótica que realizo.
En una breve pero a mi modo de ver certera reseña para la revista Semana, titulada “Los
orilleros”, Luis Fernando Afanador dice que “La intertextualidad, bien entendida, nunca es un
ejercicio de erudición y pedantería. Nada más personal y más colombiano que este libro. De los
mendigos que –por no tener flechas- arrojan a los nobles sus propias heridas en la noche medieval,
pasamos a los mendigos y los perros góticos de Bogotá”. En efecto, los mendigos forman parte
En “Prontuario de abril”
Vestidos de lamento
Los mendigos bajan a la ciudad.
(…)
Cruza el Cristo en andas
De lentos encapuchados,
(…)
Por qué me has abandonado
Pregunta el sordo
En medio de los músicos
Y la pavana de Bach.
(…)
En el mercado de lástimas
El que fui pregunta por el sol. (22-23)
Miseria, religión, Biblia, realidad y nostalgia se mezclan en este poema. A todo ello se añade la
Y la llevaba “Como un hijo enfermo”, “Como una carretilla de la nada”. Tal como en la
“Parábola de la soledad”, a la que invita “a un paseo por la playa”, la lleva a los bailes y alguna vez al
sastre, quien la traza con su molde y constata que “Tenía la misma talla de mi sombra” (15). Con este
mismo tema se intercalan el olvido, los enfermos, como en “Visita de la poesía al hospital” (25-26),
Las sensaciones que la pobreza produce en el poeta están en diversos textos, pero se
concentran en el poema “Las enfermedades del alma” (10-13), donde dice, entre otras cosas:
Me da luna
Verte cruzar por una esquina
Cuando se enciende el faro de la isla
Y se apagan los barcos del contrabando.
Me da río
Ver los muertos en los trenes desbocados
Que viajan hacia el mar de las Antillas.
(…)
Me da nieve
El llanto de una niña
Que rompe el silencio del vecindario.
Me da cafetal
El nombre de mi país
Pronunciado en el exilio.
(…)
Me da Goya
El rapto de un niño
En una esquina de la noche.
(…)
Me da grieta
Saber que soy un sueño,
Un ruido de pisadas en la casona del mundo.
Pero están también las del viaje que es la vida, una imagen que se trabaja aquí desde varias
La poesía.
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“La poesía es un sueño provocado”, reza “Memorial del provocador de sueños” (24). Todo el
libro está atravesado por una reflexión sobre el oficio de la escritura, la invención, la metáfora, los
poetas antecesores. Hay un diálogo explícito entre la obra de todos ellos. El más contundente se titula
“Informe de bolsillo” (49-50), y la imagen sugerida en el título da buena cuenta de lo que cargamos
La idea se reitera en “Palimpsesto desde Rimbaud” (51), donde leemos: “Escribo sobre
palabras escritas / En la piel de otras palabras”, o “Escribo encima de su voz. / Tachono su A negra,
bogotano se enseñó a leer y a escribir reemplazando las vocales por los colores de Rimbaud, con gran
éxito. Magia pedagógica de la intuición poética. Pero todo ello conduce a Roca hacia una sola
sentencia: “He aquí el tiempo de los asesinos”. Y con carga enfática sobre la política internacional de
nuestra época, clama a Dios en los idiomas del Rey Salomón, de los egipcios, de los adoradores de
Baal, pero no puede explicarse cómo en la lengua de John Donne y William Blake “Se sigan
Un aspecto original aparece en “La poética de nadie” (58), sobre las cartas perdidas (que
alguna vez fuesen motivo de una ya casi olvidada crónica periodística de García Márquez), pero que
aquí, por sus direcciones mal escritas no encuentran dónde vive Odiseo o trabaja Bartleby, pese al
pedaleo afanado de los carteros, y entonces Juan Manuel Roca termina diciendo: “Cada palabra,
mister Eliot, / Pide asilo en tierras de nadie”. En “Retrato del autista adolescente” culmina
nombrándose como quien vive “en lugares sin caminos” y “Rey sombrío de las almenas derribadas”
que vive su trayecto como un viaje. En “Relato del actor fantasma” (69), donde rinde homenaje al
gran fotógrafo Melitón Rodríguez, dice que lleva a cabo “el monólogo del mudo” frente a sus
antepasados “vestidos de blanco –como veleros-“ y que actúa “Bajo las luces / De un antiguo teatro
de provincia”.
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En fin, como poesía aparecen “El licenciado vidriera” de Cervantes, cuyo cristal que añora el
bronce es el propio corazón, y las mujeres, como la profesora de francés entre cuyas piernas se cayó,
entre bellos versos de amor, o aquella “Mulieris dignitatis” (dignidad de las mujeres) (63), “La oscura
catacumba de mi pecho”.
Biblia y religión
Desde el título del libro, se trata de un tema anunciado. Lo interesante es el tratamiento del
tema, y la riqueza de las imágenes que lo rodean. Ya hemos rondado algunas de ellas. En “Una estatua
amenazante” (42), escrito en Segovia, y en cuya catedral “viven los restos de San Juan de la Cruz”,
existe una estatua fundida en bronce, la de San Frutos, (quizá el mismo San Fructuoso de Bages o Sant
Fruitós de Bages, cuyo nombre lleve una población de Cataluña), quien tiene entre sus manos un libro
La leyenda dice
Que cuando se decida a pasar la última página
El mundo acabará,
Cesará la cuerda para Moros y cristianos.
(…)
El tiempo detenido en la página
Parece una Alegoría de lo eterno.
Algunos desdichados se detienen bajo la estatua
Y esperan que los dedos del santo pasen,
De una vez por todas, la última hoja.
San Frutos no da el brazo a torcer
Aunque el invierno cubra su mano
Con el guante blanco de la nieve.
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Este poema me hizo recordar la “Canción de San Jamás” de Bertolt Brecht, (Poemas y
canciones, Madrid, Alianza Ed., 1970, traducción de V. Romano y versiones de Jesús López
Tal día “tendrá trabajo el hombre parado, / la mujer pobre descansará”. Por eso son
precisamente los desdichados quienes esperan bajo la estatua segoviana el fin del mundo, la muerte.
Porque la religión les ha prometido un más allá de bienestar y gloria. Y pensándolo bien, no me parece
una simple coincidencia. Hay en Biblia de pobres no diría una influencia, pero sí resonancias,
En el poema que da subtítulo al libro, “Biblia Pauperum” (43-44), lo que circula por las calles,
los cielos, los mares, las iglesias, las ciudades, no es la fe, tampoco la esperanza, menos aún la
caridad. Es el rencor. Un rencor que “arrastró legiones de sombras a la hoguera”, como lo fuera la
Santa Inquisición, pero que también arrasa con “virreyes de harina / Y sacerdotes que venden llagas,
puerta a puerta”. Que duerme “Tras los tenderetes y el palio de harapos”, en las cárceles y en “el
sopor de la miseria”. Que finge ser un “perro humillado y obediente” pero al que hay que temer, que
se arrodilla en las iglesias, se finge suave en los bancos y bolsas de valores, pero que está al acecho. Y
contra él, el refugio final es la amistad, que “Es como tener el oro del silencio”.
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Me haría inoficioso repitiendo casi todo el libro. Pero deseo destacar otros poemas con este
tema específico. Ya vimos que hay una “Antioración”, pero también está “El rezo” (55-56), en el cual
entre terceto y terceto se intercala entre paréntesis el Padre Nuestro mientras se describen fosas,
tan cristianamente se llama “este valle de lágrimas”, y donde el pan no sólo es “nuestro de cada día”
sino también “de cada noche que se hunde / En los ojos de Casandra”. Sí, de Casandra, la jamás
creída profetisa hija de Príamo y Hécuba, que no cesó de anunciar la destrucción de Troya. “Parábola
En la umbría capilla,
Entre olores de cirios
Y una ración de eternidad,
El predicador
Demandó a sus fieles
Que pusieran
En el saco de limosnas
Lo que poseyeran de más.
Lo llenaron de vacíos.
Por su parte, “Retrato de un Tartufo” (60) muestra cómo “poner la otra mejilla” es algo que no
se aplica al dominador, hipócrita por naturaleza, “Ciudadano de las buenas maneras y del país del
puñal”, enmascarado, doble como un espejo, devoto en las iglesias pero escondiendo “en su abrigo la
serpiente” y quien “Cuando pone la otra mejilla es la del otro. Así no duele la palmada”. Y Canción
del iracundo” (70) es una nueva versión, el revés de los pecados capitales, donde la pereza sueña con
un lecho de hierba, la lujuria es la evocación del cuerpo de la amada, la gula no es de lujosas cenas
sino de distancias, la avaricia sólo quiere guardar silencios, y todas ellas huyen “Como doncellas
espantadas” porque la ira viene “blandiendo sus espadas”, las de la verdadera redención. Para
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terminar con este tema, mencionemos “Monólogo de la abadesa” (76), donde quien habla es Sor
Francisca Josefa del Castillo, la humilde monja de un perdido convento del siglo XVII en Tunja, del
cual fue portera, y quien no siente “temor de Dios” sino de “vivir en la amnesia de Dios” y ve “todo el
cielo en un clavel”, tal como William Blake veía “un cielo entero en una flor salvaje”.
Violencia y país
Aun en parajes remotos, como Berlín, al poeta se le aparece Colombia, y en varias ocasiones
los poemas son imágenes polifónicas de Bogotá. En “Alexander Platz y otras vetustas melancolías”
(29-30), se evoca desde “un café del pasado (…) / La ciudad de piedra esmeril / Que se acurruca en
una meseta de los Andes”, porque la melancolía es “Como las migas de país natal que llevo, / Sin
saberlo, en los bolsillos del abrigo”. O sucede al revés, como cuando en “Palabras en la niebla” (19),
desde “la desdibujada sala de un pequeño hotel / Del valle de Cocora”, en el Quindío, la muchacha
que sirve el delicioso y cálido café hace evocar “Una Pavolova montaraz y leve andando entre la
bruma”. O aparece la memoria de Mompox, o Quibdó y su río Atrato que “Semeja una plateada
nacimiento (“Nacimiento del Río Magdalena” (38-39)), con una pequeña cimitarra. Pero en sus
inicios, apenas “hilo blanco”, no sabe de los desastres naturales, los ranchos inundados en sus feroces
crecidas, pero tampoco todavía de las reses ahogadas ni, sobre todo, de los hombres muertos que su
Y es que con el país aparece, resaltante como es en efecto, la miseria y, como su hermana
gemela, la violencia. Por un lado los oficios de los más necesitados, como el hombre muerto ya, que
manejaba el proyector en la salita de cine de barrio, los barequeros, mineros de migajas de oro
sumergidos en las aguas de nuestros ríos, las costureras, las lavanderas que limpian el agua, los
insomnes que recorren las calles solamente en la noche, los maquinistas de ferrocarriles
desvencijados, los minusvalorados indígenas, en fin. Pero también los que deben ocultarse, como en
“Corpus delicti” (65), porque esconden lo que les es vetado leer, o conspiran con canciones en clave, o
simplemente nunca mueren porque “desaparecen”, o cargan fotos de sus seres queridos y perdidos, y
que serán “su propio cuerpo del delito”. Muchos de ellos víctimas de una “justicia” que rememora los
laberintos kafkianos, como en “Revelación de Babel” (66-67), donde se enreda lo humano en jergas y
El poema “Esta parte de la ciudad (Fundación goyesca de Bogotá)” (47-48) ofrece una imagen
a la vez retrospectiva y premonitoria de la capital de nuestro país y del país entero. Allí aparecen el
obispo y su hisopo de plata entre vendedores de biblias y amuletos, los inquilinatos donde se apiña la
En los extramuros
Hay pájaros negros como el corazón del medioevo,
Tribus perdidas que se niegan
Al escrutinio de los muertos,
Incansables modistos que practican
La acupuntura de los trajes.
La imagen de los caballos es muy frecuente en toda la poesía de Juan Manuel Roca. Siempre
adquieren diferentes sentidos, pero casi siempre galopan. Aquí descienden lentamente. Van
de Monsieur Guillotin)” (59), no sólo la prescribe contra las cefaleas sino también contra “las malas
ideas”, y la propone contra la “mollera descarriada de la gleba”. Todo ello desde “un paisaje de
sombreros sin cabeza” que, de alguna manera, rememoran aquellos “trajes sin cabeza” que componen
Un resumen de esta visión de país podría ser “Crónica de los cronistas” (40-41), irónico título
de una historia donde reaparece un Río Magdalena que “no hubo”, como tampoco libertadores, ni la
expedición de Mutis, ni los chibchas o su diosa Bachué, ni José Asunción Silva, “el pálido poeta de
las sombras muy largas”, ni las caricaturas penetrantes de Ricardo Rendón, ni las mariposas amarillas
de García Márquez:
Sí, un país inventado: es decir, aquellas cosas buenas del país, apenas serían una especie de
De presencias y futuros
Si bien Biblia de Pobres está lleno de alusiones históricas, el presente es también, valga la
redundancia, como dicen, una presencia constante. Con sus horrores, pero también con el rayo de luz
de la esperanza. “Una velada sin Monsieur Teste” (45-46) que justamente se introduce con un epígrafe
del recién citado libro de García Lorca, “No es el infierno, es la calle”, nos habla de los nuevos
verdugos, que ya no usan capucha, de los globalizados emperadores que ahora no señalan con su
pulgar quién vive o muere: “Los esclavistas, los negreros, / Han dado paso a los cronófagos / Que
roban el tiempo de los otros.” Estos se comen el tiempo, otros el medio ambiente: los ecófagos. Viven
en la opulencia, comercian con la muerte, y son seguidos por los peores: los cromópatas, asesinos de
Frente a esta nueva realidad, las fotografías son de fantasmas, que no deben quejarse ante la
Kodak o la Polaroid (“Ante una vieja cámara”, p. 64). En “Tristeza de las cosas” (71-72) no puedo
evocando los bailes, el reposo, el vuelo que le dieron, al zapatero que los fabricó, al lustrabotas que les
supo dar brillo, y su compañía en todos los andares por calles, plazas y esquinas de pueblos y
ciudades. Al final se esconden bajo la cama, como los dibujos y óleos de los zapatos viejos de Van
Gogh.
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Hay tres poemas de ángeles: “La lucha sin el ángel” (77), “Nocturno con ángel” (79) y “La
vejez del Ángel” (80-81). El primero nos muestra dos caras de un mismo poeta: el que quiere viajar y
el que pugna por permanecer, de los cuales el preferido es el primero. En el Nocturno, aparecen los
personajes de la noche: los ciegos, otro tema recurrente en la poesía de Roca, los duendes, los
músicos, las mujeres de… la noche. Pero el de la vejez es su propio espíritu, su “ángel de la guarda
que “envejece sin pudor”, que visita con tristeza los barrios de los menesterosos, los “del Sur”, y
regresa a su casa con él, “interior 101 / De una emboscada soledad”, nombre del barrio donde se vive
cotidianamente, y se le desea que no “encuentre en el camino / La trampa de una iglesia / O tenga que
“Breves noticias del humo” (73), es un poema dedicado al entrañable y gran poeta Fernando
Charry Lara, precedido por versos desconocidos hasta ahora para mí de Edgar Dégas:
Es bandera de niebla
Que se acerca a trocar
Los brazos en abrazos.
Que el de las fábricas es “Un mástil de infierno”. Y que el de los barcos traza “en la pizarra
del cielo / Su memoria de puertos.” Pero luego aparece el de la sopa “olorosa en el fogón, / La sopa de
de las mujeres y sus oficios que mantienen la vida, la de la tertulia que es pan, vino y alegría alrededor
de una mesa.
Todo ello hace de Biblia de Pobres un libro que marca un hito en la historia de la poesía
Américas de Cuba.
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