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Conferencia - Nietzsche - Otraparte - 2019 PDF
Conferencia - Nietzsche - Otraparte - 2019 PDF
“Friedrich Nietzsche”
Conferencia de Frank David Bedoya Muñoz presentada en la Biblioteca Parque Cultural y
Ambiental Otraparte el 2 de noviembre de 2019.
Cada vez que intento imaginarme a Nietzsche niño o joven, veo a un chico
profundamente serio. No timorato, ni solapado, no; un hombre que desde
pequeño, nunca dejó de meditar y analizar su propia existencia, que miraba más
allá de sus propias narices, un ser que quería hundirse en los más profundos
abismos de la existencia humana. No, Nietzsche no era el típico niño juicioso,
sólo que desde su más temprana infancia, angustiado trataba
desesperadamente de conocerse a sí mismo, con una exigencia y un amor a la
verdad de unos extremos increíbles, siempre en guardia consigo mismo,
siempre en guardia contra los engaños que uno mismo se crea y se cree.
solitario. Nietzsche como él mismo dijo en una ocasión, “fue la soledad hecha
hombre”.
Cuando tenía tan solo cinco años, murió su padre. En la historia de Nietzsche
esta temprana pérdida fue muy dolorosa. Mucho tiempo después expresó:
“Aunque era muy joven e inexperto, yo poseía ya una idea de la muerte; el
pensamiento de verme separado siempre de mi querido padre me llegó muy
adentro y lloré con gran amargura”.2
De su vida escolar los biógrafos nos han contado una anécdota bastante
diciente de su peculiar personalidad. El testimonio es de su hermana: ―«Un día
al acabar el colegio, cayó una gran tormenta sobre el lugar. Nosotros
1
Citado en: Rüdiger Safranski, Nietzsche Biografía de su pensamiento, Fabula Tusquets Editores,
2001, p. 379.
2
Ibíd., p. 379.
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mirábamos el Callejón del Cura de arriba abajo, esperando ver a nuestro Fritz.
Todos los chicos salieron de estampida hacia sus casas, como un rebaño salvaje.
Por fin apareció también Fritzchen que avanzaba tranquilamente, con su gorra
resguardada bajo su pizarra, sobre la que había extendido su pequeño
pañuelo… Como nuestra madre, al verlo llegar absolutamente empapado,
comenzó a hacerle reproches, él respondió muy seriamente: «Pero, mamá, en
el reglamento escolar se dice que los alumnos, al abandonar la escuela, no
deben saltar ni correr, sino que se dirigirán tranquila y correctamente a sus
casas»”.3
Nietzsche era pues un hombre introvertido con los demás, pero extrovertido
consigo mismo, si se permite decirlo así. En su época escolar escribió más de
ocho esbozos autobiográficos. El que escribe, a continuación, tiene 19 años, y
bajo el título Mi vida dice:
“Comenzó la época del gimnasio y, con ella, los nuevos intereses y las nuevas
inquietudes. Sobre todo fue entonces cuando germinó mi inclinación por la
música, a pesar de que el comienzo de las clases casi contribuyó a erradicarla
en sus raíces. Mi primer maestro fue un maestro de capilla, con todos los
encomiables defectos de un maestro de capilla y, además, de uno jubilado, sin
ningún mérito especial. Finalmente, y con la debida lentitud de rigor, llegué a
tercero. Ya era tiempo de salir del círculo materno, de desacostumbrarse por
fin a esa rutina que es tan nefasta para la vida práctica. Poseía en mí la ciencia
de algunas enciclopedias, todas mis posibles inclinaciones se habían despertado
ya, escribía poemas y dramas horripilantes y mortalmente aburridos, me
martirizaba con la composición de música sinfónica y se me había metido en la
cabeza la idea de adquirir un saber y un poder universales, tanto que me hallaba
en peligro de convertirme en un completo cabeza de chorlito y en un
visionario”.4
3
Ibíd., p. 380.
4
Friedrich Nietzsche, Mi vida. Tomado de www.nietzscheana.com.ar
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Pero volvamos al joven que está tomando posición en el mundo. En una carta
a su hermana Elizabeth en 1865 le expresaba lo siguiente:
“¿Es realmente tan difícil aceptar simplemente todo aquello en que hemos
estado educados, todo lo que poco a poco ha echado raíces profundas, lo que
en los círculos familiares y en muchas buenas personas vale como verdad, lo
que además también consuela y eleva a los hombres? ¿Aceptar simplemente
todo esto es más difícil que emprende nuevos caminos en las luchas con las
costumbres, con la inseguridad del proceder autónomamente, entre las
frecuentes vacilaciones del espíritu, incluso de la conciencia, a menudo sin
consuelo, pero siempre con la meta eterna de lo verdadero, de lo bello, de lo
bueno? ¿De lo que se trata, entonces, es de alcanzar la idea de Dios, del mundo
y de la redención, en la que uno se encuentra muy cómodamente? ¿Pero no es
más bien algo indiferente al resultado de la investigación precisamente para el
verdadero investigador? ¿Buscamos nosotros entonces en nuestra
investigación paz, tranquilidad y felicidad? No, sólo la verdad, aunque ésta
fuese sumamente horrible y repulsiva. […] Aquí se dividen los caminos de los
hombres; si quieres alcanzar la paz del alma y la felicidad, entonces, cree; pero
si quieres ser un discípulo de la verdad entonces investiga”. 5
5
Friedrich Nietzsche, Correspondencia I, Editorial Trotta, 2005, p. 336.
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Mazzino Montinari, a quien le debemos gran parte del rescate filológico y crítico
de la obra Nietzsche, narra este trascendental episodio en estos términos:
6
Friedrich Nietzsche, Fatum e historia, Tomado de www.nietzscheana.com.ar
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terrible. Desde allí me contemplaba el ojo desinteresado del arte, aquí veía la
enfermedad y la curación, el exilio y él paraíso. Me sentí dominado por una
necesidad imperiosa de autoconocimiento, incluso de autocorrosión; aún hoy
me sirven como prueba de aquel trastorno las paginas inquietas y melancólicas
de mi diario, con sus vanas autoacusaciones y el desesperado espejismo de
santificación y transformación de todo aquello que constituye la esencia de mi
ser. Al presentar ante un tribunal de un tétrico autodesprecio todas mis
cualidades y aspiraciones, fui amargo, injusto y desenfrenado en el odio hacia
mí mismo. Ni siquiera prescindí de las torturas corporales: durante catorce días
seguidos me obligué acostarme no antes de las dos de la madrugada y a
levantarme a las seis en punto. Se apoderó de mí la excitación nerviosa, y quién
sabe hasta qué punto de locura habría podido llegar si las seducciones de la
vida, de la vanidad, y la obligación de estudiar regularmente no hubiesen
actuado de contrapeso”.7
Uno puede decir que la primera gran liberación de Nietzsche fue Schopenhauer.
En un carta de 1866 a un amigo le expresó:
“Desde que Schopenhauer nos ha quitado de los ojos las vendas del optimismo,
nuestra mirada es más aguda. La vida es más interesante. Aunque pierda en
belleza”8
Otra gran pasión de Nietzsche fue la música, desde niño comenzó a componer
obras religiosas, pero luego, perdida la religión, la música le brindaría las
experiencias más sublimes de su existencia. En estos años de amor por la
filosofía, se apasionó también por Wagner, y luego tuvo la fortuna de conocer
7
Mazzino Montinari, Lo que dijo Nietzsche, Salamandra, 2003, p. 51.
8
Friedrich Nietzsche, Correspondencia, Editorial Trotta, 2005, p. 397.
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“Wagner tocó al piano todos los pasajes importantes de los Maestros Cantores,
imitando todas las voces de una manera muy desinhibida. Es un hombre
fabulosamente vivaz y fogoso, habla muy rápido, es muy chistoso y consigue
alegrar enteramente a una reunión de carácter privado como aquélla.
Entretanto, mantuve con él una larga conversación sobre Schopenhauer: ¡Ah!
Comprenderás qué gozada fue para mí oírle hablar de él con un entusiasmo
completamente indescriptible, lo que él le agradecía, cómo Schopenhauer era
el único filósofo que había comprendido la esencia de la música; luego quiso
informarse sobre cuál era la actitud de los profesores respecto a él, se reía
mucho sobre el Congreso de filosofía de Praga y hablaba de los «filósofos
vasallos». Después leyó una parte de su biografía, que está escribiendo ahora,
una escena tan espantosa de su vida de estudiante en Leipzig, que todavía
cuando lo pienso no paro de reírme; escribe por lo demás de una manera muy
ágil y brillante. Al final, cuando nos preparábamos para marchar, me estrechó
calurosamente la mano y me invitó con gran amabilidad a visitarle para tratar
sobre música y filosofía” 9.
9
Ibíd., p. 548.
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“Considero un gran privilegio el haber tenido el padre que tuve: los campesinos
a quienes él predicaba –pues los últimos años fue predicador, tras haber vivido
algunos años en la corte de Altenburgo- decían que un ángel habría de tener
sin duda un aspecto similar. – Y con esto toco el problema de la raza. Yo soy un
aristócrata polaco, pura sangre, al que ni una sola gota de sangre mala se le ha
mezclado y menos que ninguna sangre alemana. Cuando busco la antítesis más
profunda de mí mismo, la incalculable vulgaridad de los instintos encuentro
siempre a mi madre y a mi hermana, -creer que yo estoy emparentado con
tal canaille {gentuza} sería una blasfemia contra mi divinidad. El trato que me
dan mi madre y mi hermana, hasta este momento, me inspira un horror
indecible: aquí trabaja una perfecta máquina infernal, que conoce con
seguridad infalible el instante en que es posible herirme cruentamente – en mis
instantes supremos,… pues entonces falta todas fuerza para defenderse contra
gusanos venenosos… la contigüidad fisiológica hace posible tal desarmonía
preestablecida… Confieso que la objeción más honda contra el «eterno
retorno», que es mi pensamiento auténticamente abismal son siempre mi
madre y mi hermana” 10
10
Nietzsche Friedrich, Ecce Homo, Alianza Editorial, 2002, p. 29
11
Mazzino Montinari, Lo que dijo Nietzsche, Salamandra, 2003, p. 69.
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Faltaría un poco para esto último, para que llegara Zaratustra, pero por el
momento, de este maestro de Basilea va a surgir El nacimiento de la tragedia y,
luego las cuatro Consideraciones intempestivas. El filólogo se ha transformado
en filósofo.
Todos los libros de Nietzsche han sido muy controvertidos, y el primero sí que
lo fue, a algunos los entusiasmó y a otros los escandalizó. Un joven catedrático
publicaba un texto sobre Grecia, que se alejaba mucho del academicismo
filológico de la época, en el que aparecían Apolo y Dionisio, y con ellos se
esbozaba la filosofía de Nietzsche.
12
Ibíd., p. 76.
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como violencia que socava la vida! En todo el libro, un profundo, hostil silencio
contra el cristianismo. Éste no es ni apolíneo ni dionisiaco; niega todos los
valores estéticos, los únicos valores que El nacimiento de la tragedia reconoce:
el cristianismo es nihilista en el más hondo sentido, mientras que en el símbolo
dionisiaco se alcanza el límite extremo de la afirmación”. 13
13
Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, Alianza Editorial, 2002, p. 75.
14
Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, Alianza Editorial, 2002, p. 83.
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Pero miremos cuál fue el juicio que el propio Nietzsche dio más tarde de este
libro:
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1515
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libreta iba anotando sus pensamientos, para luego en casa reconstruir sus
razonamientos. Y así en esas circunstancias redacta El caminante y su sombra,
los argumentos y los temas son los mismos de Humano, demasiado humano,
pero ahora más concisos.
“Nunca he sido tan feliz conmigo mismo como en las épocas más enfermas y
más dolorosas de mi vida: basta mirar Aurora, o El caminante y su sombra, para
comprender lo que significó esta «vuelta a mí mismo»: ¡una especie suprema
de curación!”16
16
Friedrich Nietzsche, El viajero y su sombra, Editores Mexicanos Unidos, 1999, p. 169.
17
Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, Alianza editorial, 2002, p. 98.
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“Aurora es un libro que dice sí, un libro profundo, pero luminoso y benévolo.
Eso mismo puede afirmarse también, y en grado sumo, de La gaya ciencia: casi
en cada una de sus frases van tiernamente unidas de la mano profundidad y
petulancia. Unos versos que expresan la gratitud por el más prodigioso mes de
enero que yo he vivido –el libro entero es regalo suyo– revelan suficientemente
la profundidad desde la que aquí se ha vuelto gaya la «ciencia»: Oh tú, que con
dardo de fuego el hielo de mi alma has roto, para que ahora ésta con estruendo
se lance al mar de su esperanza suprema: cada vez más luminosa y más sana,
libre en la obligación más afectuosa - ¡así es como ella ensalza tus prodigios,
bellísimo Enero!” 18
La vida de Nietzsche se reducirá a este cuadro que nos relata, Stefan Zweig, en
su obra La lucha contra el demonio. Yo creo que es importante seguir
recordando esta pieza literaria, puesto que recrea con mucha más efectividad
que cualquier estudio biográfico, la vida del filósofo autor del Zaratustra.
18
Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, Alianza editorial, 2002, p. 101.
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Horas enteras vela junto a la lámpara macilenta y humosa sin que sus nervios,
siempre tensos, se aflojen de cansancio. Después echa mano del cloral a otro
hipnótico cualquiera, y así, a la fuerza, se duerme, se duerme como las demás
personas, como las personas que no piensan ni son perseguidas por el
demonio.”
“Esta obra ocupa un lugar absolutamente aparte. Dejemos de lado a los poetas:
acaso nunca se haya hecho nada desde una sobreabundancia igual de fuerzas.
Mi concepto de lo «dionisiaco» se volvió aquí acción suprema; medido por ella,
todo el resto del obrar humano aparece pobre y condicionado. Decir que un
Goethe, un Shakespeare no podrían respirar un solo instante en esta pasión y
esta altura gigantescas, decir que Dante, comparado con Zaratustra, es
meramente un creyente y no alguien que crea por vez primera la verdad, un
espíritu que gobierna el mundo, un destino, decir que los poetas del Veda son
sacerdotes y ni siquiera dignos de desatar las sandalias de un Zaratustra, todo
eso es lo mínimo que puede decirse y no da idea de la distancia, de la soledad
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azul en que esta obra vive. Zaratustra tiene eterno derecho a decir: «Yo trazo
en torno a mí círculos y fronteras sagradas; cada vez es menor el número de
quienes conmigo suben hacia montañas cada vez más altas, yo construyo una
cordillera con montañas más santas cada vez.» Súmense el espíritu y la bondad
de todas las almas grandes: todas juntas no estarían en condiciones de producir
un discurso de Zaratustra. Inmensa es la escala por la que él asciende y
desciende; ha visto más, ha querido más, ha podido más que cualquier otro
hombre. Este espíritu, el más afirmativo de todos, contradice con cada una de
sus palabras; en él todos los opuestos se han juntado en una unidad nueva. Las
fuerzas más altas y más bajas de la naturaleza humana, lo más dulce, ligero y
terrible brota de un manantial único con inmortal seguridad. Hasta ese
momento no se sabe lo que es altura, lo que es profundidad, y menos todavía
se sabe lo que es verdad. No hay, en esta revelación de la verdad, un solo
instante que hubiera sido ya anticipado, adivinado por alguno de los más
grandes. Antes del Zaratustra no existe ninguna sabiduría, ninguna
investigación de las almas, ningún arte de hablar: lo más próximo, lo más
cotidiano, habla aquí de cosas inauditas. La sentencia temblando de pasión; la
elocuencia hecha música; rayos arrojados anticipadamente hacia futuros no
adivinados antes. La más poderosa fuerza para el símbolo existida con
anterioridad resulta pobre y un mero juego frente a este retorno del lenguaje a
la naturaleza de la figuración. ¡Y cómo desciende Zaratustra y dice a cada uno
lo más benigno! ¡Cómo él mismo toma con manos delicadas a sus
contradictores, los sacerdotes, y sufre con ellos a causa de ellos! Aquí el hombre
está superado en todo momento, el concepto de «superhombre» se volvió aquí
realidad suprema, en una infinita lejanía, por debajo de él, yace todo aquello
que hasta ahora se llamó grande en el hombre. Lo alciónico, los pies ligeros, la
omnipresencia de maldad y arrogancia, y todo lo demás que es típico del tipo
Zaratustra, jamás se soñó que eso fuera esencial a la grandeza. Justo en esa
amplitud de espacio, en esa capacidad de acceder a lo contrapuesto, siente
Zaratustra que él es la especie más alta de todo lo existente, y cuando se oye
cómo la define, hay que renunciar a buscar algo semejante. —el alma que
posee la escala más larga y que más profundo puede descender, el alma más
vasta, la que más lejos puede correr y errar y vagar dentro de sí, la más
necesaria, que por placer se precipita en el azar, el alma que es, y se sumerge
en el devenir, la que posee, y quiere sumergirse en el querer y desear, la que
huye de sí misma, que a sí misma se da alcance en los círculos más amplios, el
alma más sabia, a quien más dulcemente habla la necedad, la que más se ama
a sí misma, en la que todas las cosas tienen su corriente y su contracorriente,
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El solitario de Sisl-Maria, seguía cada vez más apartado de aquel mundo que no
comprendió su Zaratustra. De hecho escribió en esos días un poema titulado:
Tormento del solitario. Su incansable necesidad de escribir no paró. Al respecto,
Montinari nos sigue relatando, que “si sumamos todas las páginas publicadas
entre 1883 y 1887 contaremos alrededor de un millar de páginas impresas; en
cambio, los materiales manuscritos no impresos suman unas mil quinientas
páginas, sin contar las que se han perdido. […] Nietzsche se dedicó cada vez más
a la única actividad que le permitía «soportar la vida»: escribir”. 21
Nietzsche afirmó que el Zaratustra en todo era un sí, y que ahora había llegado
el momento del no. Y este no se materializó en sus dos nuevas obras: Más allá
del bien y del mal y La genealogía de la moral.
“La tarea de los años siguientes estaba ya trazada de la manera más rigurosa
posible. Después de haber quedado resuelta la parte de mi tarea que dice sí le
llegaba el turno a la otra mitad, que dice no, que hace no: la transvaloración
19
Friedrich Nietzsche, Ecce homo, Alianza Editorial, p. 113.
20
Mazzino Montinari, Lo que dijo Nietzsche, Salamandra, 2003, p. 119.
21
Ibíd., p. 122.
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22
Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, Alianza editorial, 2002, p. 119.
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“Los tres tratados de que se compone esta Genealogía son acaso, en punto a
expresión, intención y arte de la sorpresa, lo más inquietante que hasta el
momento se ha escrito. Dioniso es también, como se sabe, el dios de las
tinieblas. -Siempre hay un comienzo que debe inducir a error, un comienzo frío,
científico, incluso irónico, intencionadamente situado en primer plano,
intencionadamente demorado. Poco a poco, más agitación; relámpagos
aislados; desde lejos se hacen oír con un sordo gruñido verdades muy
desagradables, hasta que finalmente se alcanza un tempo feroce [ritmo feroz],
en el que todo empuja hacia adelante con enorme tensión. Al final, cada una
de las veces, entre detonaciones completamente horribles, una nueva verdad
se hace visible entre espesas nubes. La verdad del primer tratado es la
psicología del cristianismo: el nacimiento del cristianismo del espíritu del
resentimiento, no del «espíritu», como de ordinario se cree, - un anti-
movimiento por su esencia, la gran rebelión contra el dominio de los valores
aristocráticos. El segundo tratado ofrece la psicología de la conciencia: ésta no
es, como se cree de ordinario, «la voz de Dios en el hombre», - es el instinto de
la crueldad, que revierte hacia atrás cuando ya no puede seguir desahogándose
hacia fuera. La crueldad, descubierta aquí por vez primera como uno de los más
antiguos trasfondos de la cultura, con el que no es posible dejar de contar. El
tercer tratado da respuesta a la pregunta de dónde procede el enorme poder
del ideal ascético, del ideal sacerdotal, a pesar de ser éste el ideal nocivo par
excellence, una voluntad de final, un ideal de décadence. Respuesta: no porque
Dios esté actuando detrás de los sacerdotes, como se cree de ordinario,
sino faute de mieux [a falta de algo mejor], porque ha sido hasta ahora el único
ideal, porque no ha tenido ningún competidor. «Pues el hombre prefiere querer
incluso la nada a no querer»... Sobre todo, faltaba un contra ideal, - hasta
Zaratustra. Se me ha entendido. Tres decisivos trabajos preliminares de un
psicólogo para una transvaloración de todos los valores. Este libro contiene la
primera psicología del sacerdote”. 23
23
Ibíd., p. 121.
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Nos cuenta Andrés Sánchez Pascual que en el verano de 1887, “Nietzsche tomó
la decisión de «no imprimir ninguna cosa más durante seis años». Pensaba
dedicarse a elaborar su obra La voluntad de poder, para dar por fin, una
exposición detallada de su filosofía”. 24
Aunque apenas tiene 43 años sus dolencias físicas lo hacen parecer más a un
anciano de 70, y aun así, escribe frenéticamente en medio de su soledad, y
continúa trazando planes para su gran obra La voluntad de poder. Pero vendrá
lo enigmático, Nietzsche cambia sus planes de escribir una gran obra, explanada
en detalles y con una vasta elaboración argumental, y comienza una lucha
desenfrenada contra el tiempo, ¿presentía Nietzsche que en menos de un año
perdería completa y definitivamente la racionalidad?, ¿puede acaso un hombre
antes de sumergirse en la misteriosa locura saber, qué es lo que le va a pasar?
Las respuestas a estas dos preguntas, obviamente son negativas, pero entonces
¿qué llevó a Nietzsche a acelerar de esa forma sus proyectos de escritura? Eso
no soy capaz de contestarlo yo. Lo que sí podemos afirmar, es que Nietzsche
nunca escribió un libro llamado La Voluntad de poder, lo que editaron luego
con este hombre fue una atrevida colección de escritos de Nietzsche, que él
simplemente dejó en muchos papeles dispersos y que no obedecían a una
voluntad del autor de publicar tales textos en ese estado. Finalmente la decisión
de Nietzsche en agosto de 1888 fue publicar el libro el Crepúsculo de los ídolos.
“Este escrito, que no llega siquiera a las ciento cincuenta páginas, de tono
alegre y fatal, un demón que ríe, obra de tan pocos días que vacilo en decir su
número, es la excepción en absoluto entre libros: no hay nada más sustancioso,
más independiente, más demoledor, más malvado. Si alguien quiere formarse
brevemente una idea de cómo, antes de mí, todo se hallaba cabeza abajo,
empiece por este escrito. Lo que en el título se denomina ídolo es sencillamente
lo que hasta ahora fue llamado verdad. Crepúsculo de los ídolos, dicho
claramente: la vieja verdad se acerca a su final. No existe ninguna realidad,
24
Friedrich Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos, Alianza Editorial, 1998, p. 7.
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ninguna «idealidad» que no sea tocada en este escrito (tocada: ¡qué eufemismo
tan circunspecto!...). No sólo los ídolos eternos, también los más recientes, en
consecuencia los más seniles. Las «ideas modernas», por ejemplo. Un gran
viento sopla entre los árboles y por todas partes caen al suelo frutos, verdades.
Hay en ello el derroche propio de un otoño demasiado rico: se tropieza con
verdades, incluso se aplasta alguna de ellas con los pies; hay demasiadas... Pero
lo que se acaba por coger en las manos no es ya nada problemático, son
decisiones”.
“¿Cuál puede ser nuestra única doctrina? que al ser humano nadie le da sus
propiedades, ni Dios, ni la sociedad, ni sus padres y antepasados, ni él mismo
(el sinsentido de esta noción que aquí acabamos de rechazar ha sido enseñado
como «libertad inteligible» por Kant, acaso ya también por Platón). Nadie es
responsable de existir, de estar hecho de este o de aquel modo, de encontrase
en estas circunstancias, en este ambiente. La fatalidad de su ser no puede ser
desligada de la fatalidad de todo lo que fue y será. Él no es la consecuencia de
intención propia, de una voluntad, de una finalidad; con él no se hace el ensayo
de alcanzar un «ideal de hombre» o un «ideal de felicidad» o un «ideal de
moralidad», es absurdo querer echar a rodar su ser hacia una finalidad
cualquiera. Nosotros hemos inventado el concepto «finalidad»: en la realidad
falta la finalidad... Se es, necesario, se es un fragmento de fatalidad; se forma
parte del todo, se es en el todo, no hay nada que pueda juzgar, medir,
comparar, condenar nuestro ser, pues esto significaría juzgar, medir, comparar,
condenar el todo... ¡Pero no hay nada fuera del todo! Que no se haga ya
responsable a nadie, que no sea lícito atribuir el modo de ser a una causa prima;
que el mundo no sea una unidad ni como sensorium ni como «espíritu», sólo
esto es la gran liberación, sólo con esto queda restablecida otra vez la inocencia
del devenir... El concepto “Dios” ha sido hasta ahora la gran objeción contra la
existencia... Nosotros negamos a Dios, la responsabilidad en Dios, y sólo así
redimimos al mundo. […] ¿Qué es la libertad? Tener voluntad de
autorresponsabilidad. Mantener la distancia que nos separa. Volverse más
indiferente a la fatiga, a la dureza, a la privación, incluso a la vida. Estar
dispuesto a sacrificar a la causa propia hombres, incluido uno mismo. La libertad
significa que los instintos viriles, los instintos que disfrutan con la guerra y la
victoria, dominen otros instintos, por ejemplo a los de la «felicidad». El hombre
ha llegado a ser libre, y, mucho más, el espíritu que ha llegado a ser libre,
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pisotea la despreciable especie de bienestar con que sueñan los tenderos, los
cristianos, las vacas, las mujeres, los ingleses y demás demócratas”. 25
Giorgio Colli nos explica tal asunto: “¿Por qué, poco después de haber escrito
El Anticristo, Nietzsche considera que ha cumplido ya la muy anhelada
«Transvaloración de todos los valores»? Quizás porque en este breve momento
antes de que la desatinada voluntad de realizar lo inactual lo llevase al delirio
de la locura le parece verdaderamente haber encontrado la expresión decisiva,
cuyo impacto sobre las conciencias somnolientas pudiese desencadenar el gran
incendio, traducir a la realidad concreta el pensamiento del más solitario. No se
equivocaba del todo, porque la agitación provocada por este libro se propaga
todavía hasta hoy. […] Cristianismo involucra así moral, metafísica, justicia,
igualdad de los hombres, democracia, resume en sí los valores del mundo
moderno. La destrucción del cristianismo, por esa razón, es verdaderamente
según Nietzsche una transvaloración de «todos» los valores”. 26
26
Giorgio Colli, Introducción a Nietzsche, Pre Textos, 2000, p. 220.
Página 24 de 27
Antes de su glorioso año de 1888, año de creación del Anticristo y el Ecce Homo,
en enero de 1889 se produjo la disolución mental de Nietzsche. La causa de
esta catástrofe, se dijo, fue posiblemente una infección de sífilis, el diagnóstico
de los médicos fue que Nietzsche sufrió una parálisis progresiva… se ha
debatido mucho sobre este tema, pero como no somos médicos ni tenemos los
recursos para ampliar esta tesis, conformémonos con la trágica certeza de que,
sea por sífilis o por cualquier otro motivo, a partir de 1889 la consciencia de
Nietzsche se dispersó por completo. Y ahora su cuerpo silencioso también
buscaba su ocaso.
Le escribe a Meta Von Salis lo siguiente: “El mundo está transfigurado puesto
que Dios está en la tierra. ¿No ve usted cómo todos los cielos se alegran? Acabo
de tomar posesión de mi reino, arrojo al Papá en la cárcel y hago fusilar a
Wilhelm, Bismark y Stoecker”.
Otro hecho curioso es que estas misivas, no las firma con su nombre, sino
simple y llanamente El Anticristo.
Curt Paul Janz nos cuenta en su magistral biografía de nuestro filósofo, que en
ese momento, “Nietzsche no sólo pierde las riendas de la realidad, de su
27
Curt Paul Janz, Friedrich Nietzsche. 4. Los años de hundimiento, Alianza Editorial, 1985, p.23.
Página 25 de 27
Luego Overbeck llevó a su amigo a una clínica en Basilea, el viaje no fue fácil,
para tranquilizarlo, hubo que decirle que él era un príncipe y que por eso toda
la gente lo miraba con atención, pero que por su condición procurara pasar sin
saludar a nadie, y sólo de esa forma se calmó. Finalmente ya en Basilea, fue
internado y allí estuvo 14 meses, días llenos de insomnio, intranquilidad, gritos,
28
Ibíd., p. 33.
Página 26 de 27
Quiero terminar, con la presentación más lúcida que hizo de sí mismo antes de
ingresar al silencio misterioso de la locura.
[…] Yo soy un discípulo del filósofo Dioniso, preferiría ser un sátiro antes que un
santo. Pero léase este escrito. Tal vez haya conseguido expresar esa antítesis de
un modo jovial y afable, tal vez no tenga este escrito otro sentido que ése. La
última cosa que yo pretendería sería «mejorar» a la humanidad. Yo no
establezco ídolos nuevos, los viejos van a aprender lo que significa tener pies
de barro. Derribar ídolos («ídolos» es mi palabra para decir «ideales»), eso sí
forma ya parte de mi oficio. […] El ateísmo yo no lo conozco en absoluto como
un resultado, aun menos como un acontecimiento: en mí se da por supuesto,
instintivamente. Soy demasiado curioso, demasiado problemático, demasiado
altanero para que me agrade una respuesta burda. Dios es una respuesta burda,
una indelicadeza contra nosotros los pensadores. […] Por qué soy yo un destino.
Conozco mi suerte. Alguna vez irá unido a mi nombre el recuerdo de algo
mostruoso, de una crisis como jamás la hubo antes en la Tierra, de la más
profunda colisión de conciencias, de una decisión tomada, mediante un
conjuro, contra todo lo que hasta este momento se ha creído, exigido,
santificado. Yo no soy un hombre, soy dinamita. Y a pesar de todo esto, nada
hay en mí de fundador de una religión; las religiones son asuntos de la plebe,
yo siento la necesidad de lavarme las manos después de haber estado en
contacto con personas religiosas. No quiero «creyentes», pienso que soy
demasiado maligno para creer en mí mismo, no hablo jamás a las masas. Tengo
un miedo espantoso de que algún día se me declare santo; se adivinará la razón
por la que yo publico este libro antes, tiende a evitar que se cometan abusos
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conmigo. No quiero ser un santo, antes prefiero ser un bufón. Quizá sea yo un
bufón. […] ¿Se me ha entendido? No he dicho aquí ni una palabra que no
hubiese dicho hace ya cinco años por boca de Zaratustra. El descubrimiento de
la moral cristiana es un acontecimiento que no tiene igual, una verdadera
catástrofe. Quien hace luz sobre ella es una force majeure [fuerza mayor], un
destino, divide en dos partes la historia de la humanidad. Se vive antes de él, se
vive después de él. El rayo de la verdad cayó precisamente sobre lo que más
alto se encontraba hasta ahora: quien entiende qué es lo que aquí ha sido
aniquilado examine si todavía le queda algo en las manos. […] ¿Se me ha
comprendido? - Dioniso contra el Crucificado.” 29
Muchas gracias,
29
Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, Alianza editorial, 2002