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Tres Cigarros

&
La Última Lasaña
Teatro
Texto nominado para el Premio Shell de Teatro 2002

Fernando Bonassi
&
Victor Navas
“Dominarse era el placer de convertirse, gracias al cerebro, un
mecanismo al cual se podía dar órdenes y que obedecía. Pues
donde reina la razón es imposible el desespero”

(Thomas Bernhard - Perturbación, 1969)

Tres Cigarros & La Última Lasaña


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Fernando Bonassi & Victor Navas
Actor:

Escena 1

Yo fumo un cigarro antes del almuerzo, con el aperitivo; fumo luego después
de acabar de comer. Es mi postre. El último lo enciendo con el café. Esos tres
cigarros son el gran placer de mi vida. Es que dejé de fumar. Por eso pregunté:
“¿Dónde queda el área de fumado?” Era afuera, en la terraza. No soporto los
restaurantes sin Zona de fumadores Creo que los otros no están obligados a
soportar mi humo mientras comen. Yo entiendo eso, pero también no puedo
privarme del gran placer de mi vida. Corrí una silla con mi mano. Me senté a
la sombra de un cubre sol. Del lado de la acera. Observé. Me gusta observar
los vestidos golpeando el trasero de las mujeres. En las ciudades, el mayor
recreo visual de la musculatura de una mujer son sus piernas. Muslos, rodillas,
pantorrilla, el tendón de Aquiles… la manera como los músculos se tensan y
distienden dice mucho del carácter de una mujer. Entonces pedí un aperitivo,
la comida y la gaseosa. Para cada comida pido un aperitivo diferente. Tengo
esa cosa con la bebida. Esperé. El aperitivo llegó. Encendí un cigarro. El
primero. La hora precisa de encender el primer cigarro es muy importante. Yo
trabajo con el cigarro de manera que pueda prolongarse durante todo el
aperitivo y que solo tenga que apagarlo en el instante en que llega la comida.
Si me tardo en encenderlo, la comida llega y se enfría… porque no apago el
cigarro antes de acabar con él. Ya sé, y si lo enciendo antes, corro el riesgo de
necesitar otro, un segundo, antes de la hora. Y hay más: yo no dejo el cigarro
en el cenicero. Si una persona abandona un cigarro en el cenicero, cae en la
expectativa… esperando para tenerlo de nuevo. Desconcentra. Por eso es que
mi cigarro, se queda en la mano. Y el cigarro y mi mano están ahí, y fumé
aquel cigarro con el aperitivo. Todo bien. En el instante en que termine el
último trago del aperitivo vi al mesero llegando con mi plato. Erguí mi
mano… el cigarro casi acabando en la punta de mis dedos… el mesero con su
mano, colocó el plato hale con mi mano el cenicero cerca de mi… el mesero
abrió la gaseosa y sirvió un vaso… aplasté el cigarro en el cenicero…
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mientras tanto tomaba los cubiertos, el mesero se alejó con el cenicero sucio y
el vaso de aperitivo vacio. Sincronismo perfecto.

Escena 2
Era jueves. La recomendación de la casa era pasta. Lasaña. El secreto de una
buena lasaña son cuatro ingredientes: pasta, salsa, jamón y queso. La pasta no
debe ser fresca. La pasta fresca nunca queda “al dente”. La salsa puede ser
boloñesa o no. Mas no puede estar muy espesa. Odio la lasaña seca. El jamón:
grasoso. ¿El queso? Gouda, que se derrite más bonito. Solo que hay unos
cabrones que inventaron ponerle Maizena a las lasañas: una mierda. Para que
la lasaña quedara más alta y barata. Para engañar a los tontos. Ellos mezclan la
Maizena con leche y a la hora de montar la lasaña, colocan “una capa de atol”
en el medio. Aquel restaurante no era así. Ya lo había comprobado. Ellos no
usaban Maizena.

Tomé el tenedor con mi mano izquierda y el cuchillo con la mano derecha.


Así es más educado, dicen. Puede ser verdad pero no es fácil. Yo por ejemplo,
tengo que soltar el cuchillo y hacer que mi mano izquierda coloque el tenedor
en mi mano derecha. Solo así consigo poner comida en mi boca.

La etiqueta es cosa de zurdos…

Yo estaba ahí. Mis dos manos entretenidas en poner comida en mi boca.


Cortaba con la derecha, cambiaba el tenedor de mano y llevaba el pedazo de
lasaña a la boca. Solo interrumpía esa tarea para dar un sorbo a la gaseosa. Y
así fue todo el tiempo…

El segundo cigarro, entre el final del almuerzo y la llegada del café, requiere
mucha atención y disciplina. Es verdad que no dependo de la cocina; puedo
ver la máquina de café expreso en la barra… pero ese segundo cigarro es el
más riesgoso de los tres. No llamo al mesero. Dejo que las cosas pasen
naturalmente. Sólo cuando el mesero descubre mi plato vacio, yo enciendo mi
segundo cigarro. Fue lo que hice. Una vez más, con mi mano. Tomo en
consideración la eficiencia y la psicología de esas personas: que el mesero vea
mi plato vacío no quiere decir que va a venir inmediatamente. Sólo cuando él
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retira mi plato del frente, puedo pedir el café. Cortado, con leche. Pero eso es
un detalle. Lo que importa es monitorear la velocidad con que el mesero hace
el pedido al barista, la agilidad con que el barista prepara mi pedido y el
tiempo que el mesero necesita para hacer que mi pedido llegue cerca de mi
mano. Es el ritmo de ese proceso que determina el transcurso de mi trabajo
con el segundo cigarro. La agilidad del barista impone jalones sucesivos,
rápidos y profundos. El problema, entonces, termina siendo la ceniza. Cuando
se fuma así con esa preocupación, no da tiempo que el fuego cumpla su ciclo
con el fumado. Por fuera, la ceniza crece. Pero en el interior del cigarro, donde
existe menos oxigeno, la combustión no llega a su fin. El humo es
parcialmente carbonizado y se solidifica en una brasa dura, comprimida,
torcida, obscena. En un momento como ese, cuando se golpea el cigarro en el
cenicero, la brasa puede caer entera. Eso es lamentable.

El mesero puede ser bien intencionado pero si el local está lleno…

Tomo aliento. Fumo menos. Respiro. Espero...

El cigarro y mi mano estaban ahí y fumé aquel segundo cigarro hasta darme
cuenta que el mesero se dirigía a la máquina de café. Seguí mi instinto y, con
mi mano, apagué el cigarro.

Claro que existe la posibilidad, hasta la probabilidad, de que el café, que yo


supongo pueda ser el mío, no sea para mí. A veces hay un anciano, una
señora… se atienden esos casos primero. Es natural. Pero este día, este jueves,
no pasó. El café llegó directo a mi mano.

Escena 3

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El tercer cigarro transcurre durante el café. Como acabé de fumar el segundo,
mi pecho está casi jadeando. Mi garganta seca. Mis manos tienen olor. Antes
de encender ese tercer cigarro, tomo un trago de café. Un trago largo, grande.
Lo dejo escurrir entre los dientes y la lengua, enjuago de manera sutil.
Enjuagar en público es ridículo. Dejo el líquido actuar en mí. Limpiarme.
Dejarme su sabor en el paladar1. Entonces me enciendo. Ahora no hay prisa.
No me importa si el mesero me trae la cuenta. No considero eso un descaro.
Peor son esas personas que terminan de comer y se quedan usando la mesa sin
razón. Todos tienen horarios que cumplir y ocupar una mesa más de lo debido
es, al menos… para todo es necesario el sentido común. Por eso siempre voy a
restaurantes al final de la hora del almuerzo, cuando no hay que esperar por
mesas. Así, me siento cómodo para fumar mi tercer cigarro. El cigarro que
estaba sujetando con mi mano. En un instante ella estaba ahí. Después
desapareció. Sentí un calor. Ni sé si fue calor. Mas un golpe de calor. En la
manga de mi camisa había brotado una flor de carne, choreando sangre.

Enseguida recuerdo el cigarro, como una prueba de que mi mano estaba ahí
hasta hace un instante, pues era mi mano que sostenía el cigarro yo tenía
certeza que existía. Era el tercer cigarro. Por increíble que parezca uno se
preocupa más por el cigarro que por la mano. No se piensa que va a perder la
mano. Hasta considera la hipótesis de dejar de caer el cigarro, pero nunca
perder la mano. No en aquella circunstancia…

Se está ahí, sabe que algo muy extraño le acaba de pasar, se vuelve el centro
de atención. Nadie lo puede evitar. Usted magnetiza las miradas. Los que
evitan mirar también están magnetizados. Tal vez hasta más que los otros.
Después del primer chorro, la pérdida de sangre acompaña la pulsación. La
presión cae. El corazón no entiende que hay fuga en el circuito. Para
compensar la pérdida los latidos aumentan. Uno queda embriagado. Ya es la
conciencia pero no duele.

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Nota de traducción: en el original “Me fazer uma camada de gosto” se traduce literal como una capa de
sabor.
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Uno se da el lujo de percibir todo eso, es grave, pero usted no se preocupa.
Sentí, me parece, un poco de vergüenza. No quería incomodar aquellas
personas en su tiempo de almuerzo.

Escena 4
Me acostaron, me amarraron servilletas, escuché: “¡Dios mío! ¡Torniquete,
rápido torniquete!”; “Ambulancia, llame e emergencias; “presione, presione
más”; “ahí estancó”…

Entonces el problema termina siendo “llevarme de ahí o no”. Es tu problema,


pero uno se queda esperando que las personas decidan. Necesita de aquellas
personas. Por el resto de su vida. En ese momento alguien dice “eso es un
accidente con víctima. No se puede intervenir, no se puede intervenir en
nada”. Otro dice “crimen es negar socorro. Vea, vea…” No había mayor
distancia entre la terraza del restaurante y la calle. El lugar lleno de gente
asustada, curiosa, opinando. Contaban unos a los otros lo que había pasado.
Como estaba consciente, como infelizmente estaba consciente, oí varias
versiones del hecho. Una mujer de vestido, que andaba de un lado al otro de la
acera. Parecía ser médico. Ella dijo “no sirve de nada; la mano realmente
quedó irreconstruible”. En ese momento recordé que me había olvidado de mi
tarjeta de salud y pensé: ¡mierda! Pago caro por ese plan y se me olvida la
mierda de tarjeta” Seguro pensé en voz alta porque inmediatamente alguien
me dijo. En caso de extrema urgencia lo atienden2. Entonces me llevaron con
prisa de ahí. Una situación desoladora, triste, terrible. Nadie me dijo nada.
Pero no era necesario. Veían con horror la manga de mi camisa. La camisa era
oscura. Era jueves. Era jueves porque había lasaña y cuando voy a comer
pasta, uso camisa oscura. En caso de que una gota caiga, en caso de un
accidente con la salsa. No sé si aquella mujer de vestido era realmente médico.
Pero ella tenía razón. Un miembro es considerado irreconstruible cuando sus
nervios se encuentran irremediablemente destruidos. Piel, músculos, grasa

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Nota de traducción: Se opta por la licencia, pues literalmente sería “tomarlo y llevarlo” pero no hay sentido
dentro de la lógica del relato.
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huesos, eso es hasta fácil de arreglar. Ya los nervios… los nervios son muy
específicos.

Desde el momento en que aquel mi tercer cigarro fue robado, junto con mi
mano, estuve siempre rodeado de gente. En el restaurante, la ambulancia y en
el centro quirúrgico. Fui llevado inmediatamente para allá. Entendí al instante
que aquella no sería una atención de emergencia pura y simple. Había muchos
médicos. Algunos más viejos. Una “junta médica multidisciplinar”, como
ellos mismos se presentaban. Una enfermera juró que estaba con el mejor
“equipo de trauma” de Latinoamérica. Me sedaron. Un poco. Lo suficiente
como para que el dolor no interfiriera con mi raciocinio. Los médicos querían
hacerme una propuesta.

El último en llegar al centro quirúrgico era el líder. El primero y único en


decir “buenas tardes”. Retribuí. Siempre respondo los saludos. A continuación
las presentaciones: nombre, especialidad y un discreto movimiento de cabeza.
Hablaban entre ellos. El orador del grupo inició su argumento acerca del plan
establecido. Decía, de forma desenvuelta “La ciencia médica, joven, no se
permite leyes generales inflexibles. El historial y las características del
paciente dan un toque personal y singular de la enfermedad. Eso es lo que
suaviza el cristal de las teorías. Delante de la muerte, pues siempre hay un tipo
de muerte en cuestión, lo que vale son las evidencias del caso. Ah, y las
estadísticas. La única ley que la medicina obedece es la de las probabilidades.
“conozco bien el tema”; le dije eso con dureza, interrumpiendo al líder. Me
irrité con la forma que comenzaron a negociar, conmigo, mi propio destino.
Un segundo médico… eran seis en total… organizaba un panel de tomografías
y resonancias magnéticas. Me habían preparado una clase, esos seis médicos.
Y para no olvidar ningún detalle comenzaron por lo obvio: “El señor perdió la
mano”.

Reaccioné. Estiré la mano que no estaba ahí y la sentí. Sentí los dedos
inexistentes doblándose hacia arriba, en arco. Sentía tención en las falanges.
Me quedé observando donde debería estar mi mano hasta que una médica me
dijo: “A eso lo llamamos efecto fantasma”. Y continuo rápidamente para
convencerme, a mi justamente, que mi mano estaba perdida. Ella dijo: “su
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mano… hubo laceración y se trituraron de forma integral los tejidos muscular
y óseo, junto con dos vasos, más trauma nervioso. Infelizmente querido no
había que reponer”.

¿Entonces para que la junta médica multidisciplinar? Quería abreviar la


conversación. No tenía ganas de decir lo que pensaba en ese momento.
Recordé que ya había visto a alguien lidiar con aquella situación. En una
película o un Comic… no sé.

El segundo y el quito médico de la junta apuntaban los contornos coloridos en


las tomografías y explicaban que eran indicios de actividad química. Señales
de vida. Aún así continuaba pensando. A pesar de muchos términos
desconocidos, muchas alusiones oscuras, fui directo: “¿Al final, doctores, que
tipo de dispositivo pretenden instalar en la punta de mi brazo, en lugar de la
mano que perdí?” El líder de la junta médica multidisciplinar respondió a mi
pregunta:” no se trata de una prótesis, hijo, se trata de un trasplante”.

Escena 5
En el instante que lo escuché, me puse feliz: “¡Claro, Un trasplante!” Pero
solo de pensar que tendría otra mano me pregunté: “un momento… ¿de dónde
vendría? ¿Quién donaría una mano? Nadie escoge vivir sin una mano…” La
idea de que aquellos médicos estuvieran proponiéndome “comprar una mano”
surgió en mi mente. Reí. Pero no necesité manifestar mi angustia en voz alta.
El médico líder me informo que tendría implantada, en la punta de mi brazo,
la mano de un hombre recién fallecido se trataba de un donante 3, de aquellos
que traen registrado en el documento4 de identidad, el deseo de donar todos los
órganos. Y también había obtenido el aval de la familia del muerto. Sería yo el
de la decisión. Pero la hipótesis de escoger el no… de que no aceptaría la

3
Nota de traducción: En el original es “confesso” pero la palabra traducida al español literal es confieso, esta
se relaciona más con la religión y al acto de confesarse, se toma la licencia de la traducción más cercana
según contexto.
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No se utilizan las palabras cedula o carnet porque dependiendo del país es el nombre del documento, se
opta por una traducción más general.
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mano de un cadáver, no sé… me pareció una ofensa para aquellas personas…
Había tanta gente queriendo ayudarme…

Subir una escalera de pintor, sujetar la correa del perro, cambiar la marcha de
un carro, tirar una piedra, jugar cartas, sentir el calor de una taza de café con
leche, escribir, regir, construir, apuntar, señalar, llamar…

Era con las manos que los Césares romanos decidían la suerte de los
gladiadores vencidos en la arena;

con las manos David agitó la honda que mató a Goliat; y fue con las manos
que Jesús amparó a Magdalena.

Pilatos se lavó las manos para limpiar su conciencia; ¡los antisemitas


marcaron la puerta de los judíos con las manos rojas como signo de muerte!

Fue con las manos que judas puso al cuello el lazo que los otros judas no
encontraron.

Con las manos tiramos besos, piedras, flores, granadas, limosnas, una bomba.

Ella puede transformarse en repulsión, horror, terror pavor. Y siendo agredida


se defiende: -¡no, por favor no! ¡¿Quién, yo?! ¡¿Yo?! ¡¿Mi culpa?! ¡Mi
máxima culpa! ¡Mi culpa. Juro que...! ¡En el nombre del padre, del hijo y del
espíritu santo... amén!

Cerrada y levantada representa fuerza, poder, opinión; suave como una


bailarina, ella se desliza, balsea, ella danza…

Ella medica las llagas. Ella limpia las lágrimas ajenas y también esconde las
propias, a veces, se avergüenza de la soledad más profunda, de la total
incapacidad de amar.

La mano fue el primer plato para el alimento y el primer vaso para la bebida.

Con las manos el agricultor siembra y el anarquista incendia.

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Con las manos nos construimos los salvavidas y los cañones, los valsamos, los
instrumentos de tortura, los venenos, los remedios. El arma que hiere y el
bisturí que salva.

Con las manos el héroe empuña la espada; y el verdugo la cuerda.

Con las manos nos tapamos la vista para no ver y es justamente con ellas que
protegemos la vista para ver mejor.

Los ojos de los ciegos son las manos; los mudos hablan con las manos.

Las manos en el timón del submarino llevan al hombre a lo profundo con los
peces; en el volante de una aeronave nos mandan a las alturas con los pájaros.

Jesús bendecía con las manos.

Los hombres para pedir a la criatura amada en matrimonio piden la mano.


Ahora un estrechar de manos puede ser el mayor pacto de amistad para la vida
entera.

Acepté.

Acepté tener la mano de aquel hombre muerto implantada en la punta de mi


brazo derecho por la junta médica multidisciplinar.

Dormí y desperté en la penumbra de un cuarto verdoso.

Escena 6
Los médicos me trataban bien. Estaban felices. Los vasos principales fueron
cien por ciento “reconectados”, también fue posible encontrar y “reatar” todos
los tendones y, finalmente, la red nerviosa fue “reconstruida”. Hablaban como
si ya cargase la mano de él antes de la operación. Para todos los casos, la
cirugía fue un éxito. Una de las enfermeras cuchicheó en el oído de la otra. La
que escuchó, con reflejo elegante, se aproximo a la cama y alcanzo el cable de
la campanilla. El interruptor que los pacientes usan para llamar a las
enfermeras estaba a mi derecha. Cerca de la muñeca derecha, exactamente en
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el lugar donde debería estar mi mano, pero estaba otra, recubierta de ataduras.
La enfermera… como era elegante aquella enfermera… ella pasó el
interruptor para mi lado izquierdo. Incluso lo puso dentro de mi mano
izquierda. La que no había perdido. En cuanto a mi sensibilidad con la nueva
mano, la mano de él… bueno, eso todavía es algo muy confuso. Era todo más
fácil en el postoperatorio. La región estaba dormida, de forma que prevalecían
las sensaciones del tal fantasma de mi verdadera mano derecha. La que perdí
aquel jueves, delante de un cenicero y de una taza de café. En público, una
vergüenza.

En apariencia la mano del muerto, era nada. Hasta podía ser un molde de
plástico todo cubierto de ataduras.

Durante los días que siguieron en el hospital, todavía con la mano de él


envuelta. Buscaba un pasa tiempo. Leía periódicos, revistas, libros… no
intente escribir. Pude hasta tomar algunas decisiones de negocios. Y todavía
tenía pensamientos paralelos. La historia de la perdida de mi mano y del
implante de él siempre llamaban mi atención. Por ejemplo, recordé que la
desaparición de mi ano fue como cuando me robaron un carro. Un carro negro
estacionado. En algún momento, después del robo, otro carro, blanco
estacionó en el mismo lugar. Entonces me di la vuelta. Vi el carro blanco y,
automáticamente, bajé para ver si mi carro, el negro, estaba debajo de él. Un
reflejó. Veía la mano de él vendada e intentaba…

Algunos libros cuentan que las manos están siempre en uso. Autores
defienden la tesis que fue la mano libre que nos hizo hombres. De pie. El
Homo erectus puede, selectivamente, encontrar nuevos usos para sus
miembros superiores. Así nos transformamos en Homo habilis cuando, entre
los primates, pasamos a contar con pulgares prensiles mas delicadamente
especializados. La mano tiene también sus desdoblamientos tecnológicos: la
piedra tallada, el cuchillo, la pala, la cuerda, el azadón, el revólver, el motor…
todas son cosas para hacer algo. Cosas que “repiten” la mano.

Entonces no me morí, pensé. Solo perdí mi mano. Y gané una nueva. Nueva
para mí, quiero decir. Todavía podía hacer cosas. Eso no significaba que las
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haría. Porque siempre es necesario considerar la eficiencia y la psicología de
las personas. Recordé que junto con mi mano no había perdido mis
obligaciones. Con la mano de él no podía trabaja. Debía hacer proyectos.
Necesitaba consumar acciones. Pero ¿podría cambiar mi historia? ¿Podría
escoger ser diferente? Podría ser abogado, ser farmacéutico, ser dentista…
Hoy sé que dibujante no. No con la mano de él. En ese momento no me
importó. Me imaginé en el restaurante con terraza aquel jueves. Pensé que ahí
podría ser mesero o trabajar como barista. Frecuentemente me asustaba un
poco con aquel sentimiento de que no importa ser una cosas u otra. Que lo
importante es hacer las cosas por uno mismo. Y no… mandar a otro para
hacerlas. Hacer las cosas para vivir. Incluso sin mi mano, mi obligación
todavía era hacer bien las cosas que me corresponden. Yo… todos… quieren
ser reconocidos así. “Entonces no me morí”, pensaba.

Escena 7
Llegó el día de quitar las vendas de la mano. Debería decir quitar las vendas
de la mano de él, pero hoy eso hace la diferencia. Habían pasado tres meses
desde aquel jueves en el restaurante. Tres meses sin ver la mano que nunca
había visto. Es que la junta médica multidisciplinar reservo para mí una
técnica revolucionaria. Bajo los vendajes, la mano de él y la frontera que hacía
con mi brazo, estaban envueltas en un tipo de capa protectora. Un guante de
silicón constantemente irrigado con fluidos anti-bactericidas. Pequeños
drenajes (Cánulas, Catéteres) retiraban las secreciones; sensores median la
temperatura y el PH de los tejidos; electrodos enviaban estímulos eléctricos
para inducir la cicatrización. La medicación para controlar el rechazo fue
siempre vía oral. Aquel día mi suite en el hospital quedó pequeña. Los seis
médicos de la junta llevaron algunos de sus seguidores residentes. Una joven
psicóloga tomaba notas. La mayoría de nosotros no disfraza la curiosidad. El
líder de la junta dijo algo. Pero me concentraba en las dos enfermeras. Retirar
los vendajes y el guante e silicón era tarea de ellas. Por eso se acercaron,
llevando la bandeja con la instrumentación. Todo eso, en frente de los seis
médicos de la junta multidisciplinar, las dos enfermeras, más un bando de
curiosos en bata blanca. Mas una vez, en público. Para mi vergüenza.

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El líder de la junta médica disciplinar no disfrazó su decepción. Fue honesto
fue honesto. Pero también fue racional. Me recordó que con aquella técnica y
procedimientos revolucionarios la junta había cumplido sus objetivos.

La mano de él es ligeramente mayor que la mía. En volumen y longitud. De


cualquier forma sería una mano diferente. Yo pensé que necesitaba de tiempo
para… acostumbrarme. Pregunté a los médicos si la mano de él podía
permanecer más tiempo cubierta, con las vendas. Dijeron que no. El aire
fresco y la luz eran necesarios. Yo debería visitar semanalmente el hospital.
Como mínimo. Si quería podría ir todo el día. Las uñas de la mano de él
crecían. Pregunté a una enfermera si eso era una buena señal. La enfermera,
que no era la mía, la elegante, dijo que no necesariamente. Las uñas continúan
creciendo por un cierto tiempo hasta en los cadáveres. Pensé: “¿Donde estaría
la otra mano de él?”

Nunca conseguí coordinar perfectamente los movimientos de la mano de él.


Los médicos dijeron que era necesario dar tiempo al tiempo. La tarea de la
junta era encontrar un punto de equilibrio en la dosis de las drogas contra el
rechazo. Las tales drogas nuevas, colateralmente, inhibían la vitalidad de la
red nerviosa. Además de tolerar visualmente la presencia de la mano de él, yo
necesitaba entender que todavía estaba en proceso de adaptación. Sostener una
taza o girar una perilla, esas cosas exigían mucho esfuerzo. Es Fisioterapia.
Con facilidad, podía mantener un cigarro entre los dedos de la mano de él.

Entonces volví a fumar.

Una vez, concluí que él, el dueño de la mano, podía ser el responsable de mis
dificultades. Nunca conté con su presencia espiritual. Pensaba que él era surdo
y que su mano derecha nunca podría desarrollar habilidades motoras. “eso es
una tontería”, dijo uno de los médicos de la junta. Quién aprende a hacer cosas
no es la mano. Es el cerebro. Y mi cerebro, incluso después de aquella última
lasaña de jueves, continuaba siendo el mismo. Un cerebro apto y
preferencialmente orientado para comandar la mano derecha, la de él, que era
la única en cuestión. Por lo tanto, el problema era yo, ya que en aquella
relación, solo yo tenía un cerebro. De nada valía culpar a un supuesto zurdo.
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Escena 8
Yo pensaba en la felicidad de esa gente que necesita apenas de un corazón
trasplantado, de un hígado, de un riñón, de una cornea, de un culo, un culo
aunque sea… pero yo necesitaba de una mano. Una mano queda expuesta. Es
una mierda necesitar de una cosa que queda afuera. Estoy pendiente de eso
todo el tiempo. Estoy pendiente cada vez más y cuanto más pendiente menos
apego tengo por la mano de él. Me di cuenta que todo el asunto me
incomodaba mucho, como cuando…Puedo dar un ejemplo: las personas
apartan la mano cuando pasan cerca de un perro en la calle. Hasta los que les
gustan los perros, probable ya sintieron un poco de miedo de una mordida. Y
que cuando andamos, la mano se balancea precisamente delante de la boca de
los perros. A mí que siempre me gustaron los perros, varias veces cerré mi
mano y la aparté, protegiéndola de los dientes del animal. Pero la mano de él
nunca me inspiró ese cuidado. Cuando percibí eso pasé incluso a jugar una
cosa. Me colocaba en el camino de los Dobermans, Pit Bulls y Pastores
Alemanes, andaba cerca de los portones con barrotes. Nunca pasó nada. Hacía
otras cosas también. Andaba con la mano de él fuera de las ventanas de los
taxis, cortaba los panes con cuchillos afilados, me colgaba en barras sujetando
todo el peso de mi cuerpo solo con la mano de él, tan bien pegada a mí. Un día
volví al restaurante con terraza de aquel jueves. Fui durante la tarde cuando el
local estaba vacío. No me reconocieron, gracias a Dios. Me senté en el mismo
lugar y dejé la mano de él reposando sobre la orilla de la baranda. Pedí uno de
los dos cafés. Pedi um tercero. Fumé vários cigarros. Fumaba hasta el filtro,
llegaba a sentir un sabor amargo AL principio de la combustión del filtro.
Dejaba que se quemaran los dedos de la mano. De la mano de él, es claro. No
pedí nada para comer. Pensé en haber visto dos de los meceros comentar algo
sobre mí. Pero nada pasó. En aquella tarde, aquella tarde, dejé de tomar las
drogas que controlaban el rechazo. Lo Decidí. Después de unos días volví al
hospital. Espere que los médicos de la junta multidisciplinar aparecieran. Ellos
no entendían lo que pasaba. Todo estaba saliendo tan bien… Entonces les
conté que había suspendido la medicación. Sentí, al líder incomodó, sentí que
les había quitado algo. Uno de los otros todavía intentaba convencerme pero el
líder lo mandó a callar y suspendió nuestro encuentro. Ayer volví a verlo. Es
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que no podía soportar el dolor. Para mi mala suerte, mi cerebro ya encendía la
mano como mía. El líder prescribió ampollas de morfina. Dijo que así yo
soportaría el dolor hasta que pudiesen hacer algo. Ellos no podrían hacer nada.
A no ser que... el rechazo aumentase. Ellos necesitarían esperar por la
necrosis...

Ahora me piden disculpas. Ellos, los seis médicos, reconocen que se


equivocaron.

Pero en esta espera hay un riesgo que no quiero correr. La posibilidad de una
infección generalizada… la posibilidad de comprometer “mi” salud.

No…

...Un cuchillo de carnicero

Actor: … Ahora me siento bien con la idea de que siempre me faltará


algo.

No tengo miedo de perder lo que nunca fue mío.

El actor toma el cuchillo con la mano izquierda y lo sostiene sobre la


muñeca derecha. Lo baja, en un instante, todo queda oscuro.

Fin

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