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EL CONTRATO DE PROMESA1
1. CONCEPTO Y CLASIFICACIÓN:
Variadas son tanto las denominaciones como las definiciones del contrato de
estudio. Así, en cuanto a lo primero, se suele hablar de “promesa de contrato”, “promesa”
a secas, o “contrato de promesa”; especialmente en la doctrina extranjera, es frecuente la
designación de pre o ante contrato.
Para la definición nos parece que lo único importante es deja en claro que por el
contrato de promesa se conviene la celebración de otro contrato en el futuro. Insistimos
desde ya en este concepto: lo que caracteriza a la promesa es que por ella las partes
quedan obligadas a otorgar en una época posterior un nuevo contrato, que es el
realmente buscado por ellas, al no poder o no querer otorgar éste de inmediato.
2. IMPORTANCIA ACTUAL
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En este apartado se siguen las explicaciones del profesor René Abeliuk.
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Los interesados convienen el otorgamiento del contrato definitivo y se obligan a suscribirlo
una vez subsanado el inconveniente que lo hace imposible o inconveniente por el
momento; y
3°- La difusión del sistema de financiamiento a tra vés de institutos de previsión,
asociaciones de ahorro y préstamo y otras vías para la compra de viviendas, obliga a las
partes mientras el adquirente tramita y obtiene su préstamo a concluir un contrato de
promesa.
1°-La oferta.
Hay ciertas situaciones en que una persona se haya obligada a contratar, por
imposición de la ley (contrato forzoso), o por una cláusula accesoria a un contrato
definitivo, como si el deudor se compromete a asegurar el bien raíz que hipoteca en
garantía de su obligación. El efecto en ambos casos es el mismo: obligación de otorgar un
contrato determinado, pero no son iguales ni la causa ni el objeto; la promesa es la
preparación contractual del contrato definitivo buscado por las partes, y que de momento
no pueden o no quieren suscribir.
I. LA PROMESA ES UN CONTRATO
Decir que el contrato de promesa de otorgar un contrato tiene esta calidad, puede
parecer redundante, pero es, si embargo, un punto que conviene destacar por una doble
razón:
1°-Porque el Código en parte alguna lo ha calificad o de tal, y antes por el contrario, el Art.
1554 habla meramente de "La promesa de celebrar un contrato", no debiendo olvidarse,
además, de que no está reglamentado entre los contratos, sino a propósito del efecto de
las obligaciones; y
2°-Porque cierta doctrina extranjera ha solido tamb ién discutir esta calidad desde un punto
de vista teórico.
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Pero en nuestro país, tanto la jurisprudencia como la doctrina son contestes en
que, no obstante lo señalado, la promesa es un contrato, porque supone un acuerdo de
voluntades, y este acuerdo genera la obligación de celebrar el contrato futuro.
A mayor abundamiento, el N°4 del Art. 1554 exige qu e el contrato prometido quede
especificado de manera que para su perfección, solo falte la tradición o las solemnidades
legales; si la promesa no fuere contractual faltaría, además, el consentimiento de la otra
parte, lo que el precepto no tolera.
1°- Para unos la noción de contrato preliminar se c onfunde con la promesa que sería el
único preparatorio, pues toda convención en que se compromete la celebración de un
contrato futuro es una promesa de llevarlo a cabo; los demás serían figuras específicas de
promesas;
2°- En la concepción anterior no existe el contrato preparatorio, y la preliminariedad sería
meramente una característica de la promesa; se niega la clasificación, que otros autores
sustentan sosteniendo que la promesa es una especie dentro del régimen contratos
preparatorios, la principal y más frecuente, sin duda, mas no la única figura posible. En
esta posición amplia, el contrato preparatorio tiene por objeto establecer las condiciones
necesarias, a fin de hacer factible la posible celebración de otros contratos en el futuro;
cuando las partes se comprometen para el otorgamiento de un contrato determinado
futuro, hay promesa; en caso contrario, otras figuras preliminares. Pero en este último
punto nuevamente aparece la disparidad de opiniones, pues prácticamente no hay dos
autores contestes en la enumeración; pueden, eso sí, advertirse claramente dos
subtendencias:
A- Para algunos todo contrato que lleva a la celebración de otros más adelante es
preliminar, y por ello, llegan a incluir el mandato y la sociedad; el primero en cuanto tiene
por objeto que el mandatario celebre actos y contratos por cuenta del mandante, y la
segunda, porque abre la vía para la sociedad pueda otorgar contratos.
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B- En un sentido mucho más propio, el contrato preparatorio es aquel que lleva al
otorgamiento, generalmente entre las mismas partes, de un contrato en estudio entre
ellas. Es éste el que realmente les interesa y el contrato preliminar solamente un medio
para llegar a él.
Aunque respecto de cada figura hay discusión teórica, se citan como preparatorios
principalmente los siguientes: la venta a prueba, la retroventa, la opción, la preferencia, la
suscripción de acciones para una sociedad anónima en formación, el corretaje o
mediación, la apertura de crédito, cláusula compromisoria, etc, etc.
En todo caso lo que resulta indudable es que la promesa es típicamente
preparatoria; todo otro efecto que se la haga producir es meramente accidental, y si no el
único preliminar, el más importante y de aplicación práctica.
En cambio existen otros aspectos sobre aplicación del contrato de promesa en que
se han originado controversias:
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cosa y el precio. Pues bien, de acuerdo al Art. 1801 " la venta se reputa perfecta desde
que las partes han convenido en la cosa y el precio"; como en la supuesta promesa, por
imperio del Art. 1554, las partes han de acordarse en ambas cosas, habría, según el Art.
1801, compraventa perfecta. El contrato preliminar y el definitivo se confundirían y prueba
de ello es que el Proyecto de 1853 lo decía así expresamente; como siempre que se
produjeron tales cambios en la redacción del Código definitivo cada cual acomoda el
argumento histórico al gusto de la doctrina que sustentan. Se agrega: ¿de qué manera se
cumpliría la obligación de otorgar el contrato definitivo? Y la pregunta se responde: la
única forma de hacerlo es a través del cumplimiento de las obligaciones del contrato
definitivo, nueva prueba de la identificación de éste con la pretendida promesa.
Con la mayoría de los autores y jurisprudencia estimamos perfectamente factible la
promesa de contrato consensual, porque si bien ella supone un acuerdo sobre los
elementos esenciales del contrato prometido, no es preciso de momento determinarlos
integralmente y, además, existen otros que las partes pueden diferir para más adelante;
en seguida, en virtud de la generalidad del A 1554 y de la libertad contractual, no hay
inconveniente para que las partes convengan postergar el contrato definitivo cuya
celebración actual no es posible, porque hay inconvenientes legales o es necesario
cumplir ciertos trámites previos.
Por último, el contrato definitivo quedará perfecto cuando las partes así lo
acuerden, sin necesidad de cumplir otro requisito, y de ahí que el N°4 del Art. 1554 no se
refiera a los contratos consensuales. Otro problema muy diferente es el de la prueba de
que se produjo tal acuerdo, y el cumplimento de las obligaciones del contrato definitivo
prueba únicamente que él se otorgó; esto es, que se cumplió la promesa.
El contrato de promesa es solemne, pues el N°1 del Art. 1554 exige que se
otorgue por escrito; al estudiar este requisitos insistiremos en el punto.
VI- Es un contrato por regla general bilateral y oneroso. Problemas que se plantean.
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en beneficio de la otra: el vendedor a vender y el comprador a comprar. La obligación
para ambas partes es análoga: otorgar el contrato prometido.
Respecto a la bilateralidad, nuestra doctrina, apoyada por la jurisprudencia, ha
sostenido que resultaría perfectamente válida la promesa que consta de dos
instrumentos; uno por el cual una parte se obliga a vender una propiedad a otra persona,
y otro donde el destinatario acepta la oferta de compra y se obliga a comprar.
Hemos destacado la generalidad del contrato de promesa, por el cual no hay duda
alguna que es posible otorgarla respecto de aquellos contratos que al celebrarse serán
unilaterales, y así pueden darse promesas de mutuo, de depósito, comodato, donación,
prenda, etc.
Pues bien, se acepta habitualmente tanto en el extranjero como en Chile que es
posible otorgar una promesa unilateral de un contrato unilateral, o sea, por ejemplo, que
quede obligado únicamente el promitente comodante, quien se compromete a entregar al
futuro comodatario la cosa de que se trata. Semejante acuerdo requiere la aceptación de
éste, pues si no fuere así no habría contrato de promesa, pero ésta es unilateral, porque
el promitente comodatario no adquiere obligación alguna; únicamente queda obligado al
prometiente comodante a entregar la cosa, perfeccionando con ello el comodato
prometido. No puede, eso sí, con la sola promesa entregar la cosa ofrecida, porque con
ello queda inmediatamente prefecto el contrato de comodato (Art. 1554, N° 4°) y no habría
promesa.
Se acepta la plena validez de esta promesa unilateral, puesto que se cumple con
el requisito del N° 4° del Art 1554, porque el cont rato queda especificado de manera que
para ser perfecto falte solamente la entrega de la cosa.
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de los contratantes quede obligado a otorgar el contrato definitivo, mientras el otro está
facultado para exigir el otorgamiento, pero no obligado a celebrarlo. Por ejemplo. A
promete vender a B en tal precio que se señala una propiedad raíz; B acepta la promesa,
porque en caso contrario no habría contrato, pero a su turno no se obliga a comprarla,
sino que se reserva la facultad de hacerlo, si lo estima conveniente, dentro de los 3 meses
siguientes a la promesa.
Advertimos de antemano que este contrato es generalmente aceptado en la
doctrina universal, y de mucha utilidad práctica, ya sea porque al vendedor se le hace
difícil la venta y en tal situación no puede exigir que la contraparte se obligue, ya porque
ésta no puede hacerlo aún por carecer de medios para ello, etc.; mientras se subsanan
las dificultades se obtiene de la otra parte una espera durante la cual no debe disponerse
del objeto prometido; cumplido el evento convenido, el prometiente facultado debe emitir
su pronunciamiento y con ello obtiene el perfeccionamiento del contrato definitivo.
Entre nosotros, es el texto del Art. 1554, de redacción tan estricta, y la
interpretación puntillosa del mismo, lo que ha originado la polémica sobre la validez de
este contrato. Para una parte de la doctrina, representada principalmente por don Arturo
Alessandri Rodríguez y predominante hasta hace muy poco en la jurisprudencia, el
contrato que comentamos es nulo por infracción a los requisitos del precepto citado. En
cambio, para el grueso de los comentaristas actuales, y algunos fallos, especialmente
recientes, la promesa unilateral es perfectamente válida y eficaz.
Adelantamos que compartimos esta opinión, porque la contraria sólo se funda en
una exégesis muy estrecha del Art. 1554, en boga cuando el contrato estaba muy poco
estudiado, pero a nuestro juicio, insostenible hoy en día; pero la verdad es que la sola
existencia de la discusión ha arruinado el desarrollo de este contrato, de enorme
proyección e importancia práctica, porque ni los interesados ni los profesionales pueden
arriesgarse a un contrato de dudosa posibilidad en juicio.
Podemos sintetizar así los argumentos que esgrime cada tesis, comenzando por la
negativa:
1°- La promesa unilateral de contrato bilateral no cumpliría con los requisitos del Art.
1554, especialmente los de los Nº 2° y 4°. Lo prime ro, porque el contrato prometido sería
ineficaz, ya que sería nula una compraventa en que únicamente el vendedor vendiera,
pero el comprador no comprara. Siendo ineficaz el contrato prometido, de acuerdo al N°
2° del Art. 1554, lo es la promesa. Y no cumple con el N° 4° del mismo precepto, porque
el contrato no estaría especificado de modo que sólo faltara para que fuere perfecto la
solemnidad legal; le faltaría, además, el consentimiento del beneficiario de la promesa: y
2°- Porque en la promesa unilateral queda a la sola voluntad del que se reserva su
pronunciamiento el perfeccionamiento del contrato; en consecuencia, se trataría de una
donación meramente potestativa dependiente de la sola voluntad de quien se obliga, y
como tal nula, de acuerdo al Art 1478.
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en la forma señalada dicha exigencia hace imposible no solo la promesa unilateral, sino
que la mayoría de las bilaterales, que justamente se otorgan por existir en ese momento
algún obstáculo para el contrato definitivo. Es evidente que sería nula una compraventa
en que el vendedor vende, pero el comprador no compra, pero ello no va a ocurrir: cuando
el beneficiario se pronuncie se otorgará voluntaria o forzadamente una compraventa
perfecta.
La controversia se centra, pues, fundamentalmente en el alcance del N° 4° del Art
1554. Y la opinión negativa se basa en una interpretación equivocada del mismo; este
requisito importa que el contrato definitivo quede especificado en sus elemento
esenciales, y esto tiene que cumplirlo tanto la promesa unilateral como bilateral pero no
es fuerza que ésta, según decíamos, contenga desde ya todos los elementos del contrato
definitivo, pues pasaría a confundirse con este; en el caso de la promesa unilateral, el
consentimiento para comprar deberá otorgarlo el beneficiario para que haya compraventa,
pero al otorgar ésta y no la promesa.
La doctrina negativa dice que el contrato preliminar ha de faltarle únicamente la
solemnidad, como por ejemplo, la escritura pública en la compraventa de bienes raíces.
Esta escritura no es un instrumento carente de contenido; la solemnidad no es sino una
forma de manifestar el consentimiento, de manera que no hay que dejarse engañar por
los términos del Art. 1554 N°4°: para que el contra to se perfeccione no basta que las
partes otorguen una escritura pública, sino que consientan en el contrato definitivo en este
instrumento, y en cada una de sus estipulaciones esenciales. Y ello ocurre tanto en la
promesa bilateral como en la unilateral.
1°- La libertad contractual permite a las partes co nvenir todo contrato que no esté
prohibido por el legislador;
2°- La generalidad del art 1554 que se refiere, sin efectuar distingos, a la promesa de
celebrar contratos; y
3°- La aceptación por la ley de numerosos casos en que depende de la voluntad de una
sola de las partes, el perfeccionamiento del contrato, como ocurre en el Art. 76 del C. de
Minería, en la compraventa a prueba del Art. 1823, en la retroventa, según el art 1881,
etc.
C. Contrato de opción.
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El primer problema a que da origen este contrato es determinar su naturaleza
jurídica, esto es, si tiene individualidad o tipificación propias, o corresponde a otras figuras
jurídicas, principalmente a la promesa unilateral, que hemos estudiado en el número
anterior.
La verdad es que la solución de este punto inicial depende de cómo se encare la
opción: si las partes tiene que otorgar un contrato al momento de hacerse efectiva la
opción, hay lisa y llanamente promesa unilateral. A este contrato estaba obligado el
propietario al solo requerimiento del optante que utiliza su facultad.
Ahora si se considera que por parte del optatario no hay obligación de otorgar un
contrato futuro, sino que el contrato para él ya está otorgado, y su obligación es cumplir
las prestaciones que le impone al momento de decidirse el optante, entonces es obvio
que la opción es un contrato diferente a la promesa, y no es preliminar, sino que definitivo.
La particularidad es que es unilateralmente vinculante en su primera etapa: solamente
queda obligado el optatario, pero el contrato queda sujeto a una modalidad suspensiva
que depende de la sola voluntad del optante: que éste dé su aceptación.
5. REQUISITOS DE LA PROMESA
Generalidades
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I. Carácter supuestamente de derecho estricto de la promesa
Como sabemos, el inc. 1° del Art. 1554 dispone que la promesa de otorgar un
contrato no produce obligación alguna "salvo que concurran las circunstancias" que
enumera el precepto.
Esta redacción, evidentemente no muy afortunada, ha hecho sostener a una parte
de la doctrina, especialmente en los primeros tiempos del contrato, y a alguna
jurisprudencia, que se trata de una norma de aplicación estricta, excepcional, de
interpretación restringida, prohibitiva, etc. Todas estas expresiones tienden a un mismo
objetivo: una exigencia estrictísima para la validez de la promesa, cuya eficacia puede
aceptarse sólo tras un examen riguroso de la misma a la búsqueda de posibles nulidades;
tanto que se ha llegado a afirmar que en la duda entre la validez y la nulidad del contrato,
el juez ha de inclinarse por esta segunda, como si las sanciones pudieran aplicarse por
simple gusto.
En abono de esta idea se dice que la frase revela desconfianza del legislador
hacia este contrato, que lo llevó a administrarlo a regañadientes, la que está, por lo
demás, justificada por el alto número de pleitos que ha provocado.
La realidad es la inversa: es esta interpretación restrictiva la que ha creado la
mayor parte de los problemas, uniéndose esta circunstancia a que la inflación mueve a
promitentes enajenantes inescrupulosos a ampararse en los múltiples vericuetos con que
autores y tribunales se han aunado para proteger a los incumplidores; es así cómo se ha
favorecido y premiado a la mala fe, contra toda conveniencia en un contrato tan difundido.
Creemos que debe desterrarse de una vez por todas, si es preciso por la vía
legislativa, semejante criterio para encarar el contrato. Nadie niega que la norma del Art.
1554 es de excepción en cuanto se ha limitado la libertad contractual, exigiendo la
concurrencia de determinados requisitos para la validez del contrato, pero ello no significa
que sea deber ineludible del intérprete buscar con lupa las posibles nulidades del
contrato. La extensión exagerada en la aplicación de dichos requisitos, que nos parece
totalmente improcedente.
Nos fundamos para rechazarla:
1°- En que si bien el Art. 1554 limita la libertad contractual negando valor a cualquier clase
de promesa, la libre contratación sigue siendo la regla general en materia de contratos; de
acuerdo a ella, todo contrato es una ley para las partes, y debe cumplirse de buena fe.
2°- Como consecuencia de esto lo que le otorga cará cter excepcional al Art. 1554 es que
resulta contrario a las reglas generales del Código en materia de contratos, porque
restringe el campo de la voluntad: de ahí que es la aplicación de estos requisitos de
excepción la que debe efectuarse restringidamente y no puede extenderse a otros puntos
que los efectivamente legislados. Más allá de lo que exactamente disponen, reina
nuevamente la autonomía de la voluntad, y en consecuencia, no cabe extenderlos a
pretexto de una desconfianza legislativa; y
3°-El precepto no dice tampoco lo que se pretende: que por regla general el contrato de
promesa se ineficaz; la mera promesa de celebrar contrato es la que no obliga, a menos
que invista la forma de un contrato de promesa, cuyos elementos específicos son los del
Art. 1554. Como señala Claro Solar: "Si la promesa no se considera obligatoria; no pasa
de una mera conversación o cambio de ideas, sin propósito de obligarse; no habrá en ella
una convención de promesa de celebrar un contrato determinado”
Otra cosa muy distinta es que el contrato de promesa puede prestarse para el
fraude a la ley, sobre todo para eludir prohibiciones legales o impuestos. En vez del acto
prohibido o gravado se otorga una promesa, agregándole los efectos propios del contrato
definitivo. Contra esto el legislador ha reaccionado en ciertos casos, prohibiendo
derechamente la promesa.
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II. Sanción por la inobservancia de los requisitos del Art 1554.
La expresión "no produce obligación alguna" ha permitido sostener, a quienes son
partidarios de la aplicación de la inexistencia en nuestro derecho, que éste es un caso en
que ella ocurre.
Pero tanto la doctrina como en la jurisprudencia ha predominado la opinión de que
la sanción es la nulidad absoluta, de acuerdo al Art. 1444 del Código, esto es, por omisión
de algún elemento esencial del contrato, sin los cuales "o no produce efecto alguno o
degenera en otro contrato diferente". Y la causal de nulidad absoluta es la infracción de
algún requisito que la ley prescribe para el valor del contrato en consideración a su
naturaleza.
En consecuencia para la validez de la promesa deben cumplirse todos los
requisitos señalados, pues la omisión de cualquiera de ellos producirá la nulidad absoluta
del contrato.
Por tratarse de una nulidad absoluta, debe declararse de oficio cuando aparece de
manifiesto en el contrato, como si no se especifica el contrato prometido, o la promesa no
contiene una modalidad, etc.
Igualmente, no es susceptible de ratificación, y el vicio se sanea por prescripción
de 10 años.
Lo dicho no obsta a la concurrencia de otras nulidades absolutas o relativas en la
promesa por infracción a las reglas generales de los contratos, como si se otorga una
promesa prohibida, o si se produce un vicio del consentimiento, o el contrato lo celebra un
incapaz, etc.
De acuerdo al N° 1° del Art. 1554 la promesa produc e obligación siempre que ella
"conste por escrito"
En uno de los pocos aspectos no controvertidos del contrato, se puede señalar
que ésta es una solemnidad objetiva exigida en atención al acto mismo que siempre es
solemne, aun cuando el contrato prometido sea consensual.
Tratándose de una solemnidad de dicha naturaleza, su omisión acarrea la nulidad
absoluta del contrato de promesa, según lo expresado en el número anterior; y el acto no
puede probarse por otro medio, aunque éste sea la confesión de la contraparte.
En relación con este requisito veremos en los números siguientes dos aspectos:
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refiriendo casi únicamente a la compraventa de bienes raíces, que siempre debe constar
por escritura pública.
B. El consentimiento en la promesa.
1°- En una interpretación muy restrictiva, de acuer do a la tesis del contrato "mal visto" por
el legislador, unida a la confusión entre contrato preliminar y definitivo, si el contrato
prometido fuere nulo en los términos y momento en que se otorga la promesa, ésta se
"contagia", por así decirlo, con aquel vicio. Esto es, el contrato definitivo debe ser apto de
otorgarse y la celebración de la promesa ha de respetar todos los requisitos y exigencias
de validez de aquél. Fruto de esta estrictez, fue sostener, que si el contrato prometido
requiere escritura pública, también la promesa estaba forzada a ella.
Semejante interpretación debe rechazarse por razones obvios, puesto que
prácticamente hace imposible toda promesa; ésta supone normalmente un obstáculo, o la
necesidad de efectuar trámites y diligencias indispensables para colocar a las partes en
situación de otorgar el contrato definitivo, y por ello el contrato requiere esencialmente una
modalidad durante cuyo transcurso se logrará que el contrato definitivo pueda otorgarse
válida y eficazmente.
Por ello es que esta posición extrema no se defiende hoy en día en los términos
señalados, pero sí que inspira muchas de las soluciones a los múltiples problemas que
analizaremos en esta sección y las siguientes.
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fatalmente a un contrato carente de validez, y por ello la ley declara nula la promesa
misma.
Es el caso de que se prometa una compraventa entre cónyuges no divorciados
perpetuamente, o de un bien raíz de un pupilo a su guardador; o el objeto prometido es
incomerciable, o por la promesa se induzca a un hecho ilícito, contrario a las buenas
costumbres, o imposible, etc. Port tanto quedan incluidos todos aquellos contratos
prohibidos por la ley, pero no aquellos que previamente imponen determinados requisitos
para hacerlos factibles.
La letra de la ley refuerza esta interpretación, pues se refiere a las ineficacias de
carácter general, y no las causales específicas de que pudiera adolecer el contrato
definitivo.
Veremos también en el número siguiente que la ley en ciertos casos prohíbe la
promesa si no se cumplen exigencias previas del contrato definitivo; si el legislador se
sintió movido a excluir expresamente la promesa es porque normalmente ésta no tiene
por qué cumplir aquéllas.
Además del punto señalado, nos referiremos a los siguientes problemas en torno
al requisito que estudiamos:
I- Promesas prohibidas
Ya hemos advertido que el contrato de promesa puede ser peligroso en cuanto se
le utilice peyorativamente para eludir tributos o prohibiciones legales; máxime si se l
anexan efectos propios del contrato definitivo.
Ello ha movido al legislador a prohibir el contrato de promesa si no cumple
exigencias propias del contrato definitivo que aquél tiene mucho interés en que sea
respetadas.
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Al igual que en el caso del número anterior, tienen sí gran importancia el
cumplimiento de la exigencia legal para los efectos del otorgamiento del contrato
definitivo, ya que esto no podrá hacerse mientras no se alce la prohibición legal o
embargo, se efectúen las inscripciones hereditarias, etc. Trataremos el punto a propósito
de los efectos del contrato de promesa, pero adelantemos que el trámite de alzamiento,
inscripción, etc., puede haberse convenido como condición de la promesa, en cuyo caso
se aplican los efectos propios de ésta, o como obligación del prometiente enajenante, o
finalmente no haberse dicho nada, en cuyo caso creemos que de todos modos éste está
obligado a cumplir el trámite a fin de estar a la época del contrato definitivo en situación
de otorgarlo.
Las razones principales que excluyen las formalidades habilitantes del contrato de
promesa son:
1° Las formalidades son de derecho estricto y no es posible extenderlas a otros actos que
aquellos para los cuales han sido expresamente contempladas, entre los que no pueden
considerarse en caso alguno incluida la promesa. Por regla general, las habilitantes se
exigen para la enajenación o gravamen de los bienes, especialmente raíces, del incapaz,
y la promesa no es ni lo uno ni lo otro.
2° Se contra argumenta a lo anterior con el N° 2° d el Art. 1554 que exige para la validez
de la promesa que el contrato prometido sea eficaz. Pero, sí es indiscutible que el
contrato definitivo será nulo si al otorgarlo se omiten dichas formalidades, ello no obsta a
la promesa que sólo se contrae el compromiso de celebrar aquél. Lo contrario es incurrir
en el vicio ya rebatido de exigir para el contrato preliminar los requisitos del definitivo.
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3° El mismo N° 4° del Art. 1554 señala que el contr ato prometido debe quedar en estado
de que para ser perfecto sólo falten las solemnidades legales, y como no distingue entre
ellas, pueden estar pendientes las objetivas, pero también las habilitantes.
Ahora bien, aceptado que el contrato de promesa vale aun cuando no se cumplan
las formalidades habilitantes del definitivo, nace el mismo de número anterior al tiempo de
otorgarse éste, y que veremos al hablar de los efectos de la promesa; las posibilidades
son también que se haya convenido su cumplimiento como condición del contrato, como
obligación de representante legal o no se haya dicho nada, en cuyo caso hay quienes
piensan que es condición de todos modos del contrato, u obligación del prometiente
enajenante, que es nuestra opinión.
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sanciona con nulidad absoluta. Y en seguida, ya hemos dicho que la inteligencia del N° 2°
del art 1554 es otra, y 2° Que de acuerdo al Art. 1 889 el justo precio se refiere al tiempo
del contrato, y éste es el de la promesa, en que se fijó el precio. Nos haremos cargo de
esta afirmación en el número siguiente, pero en todo caso, aunque así fuera ello no
llevaría a la rescisión de la promesa, sino de la compraventa otorgada.
B) Rescisión por lesión de la venta precedida de promesa.
Sentada la conclusión de que, aun cuando se den las condiciones legales para la
rescisión del contrato definitivo, no procede la de la promesa, queda pendiente el de
determinar que ocurre con la compraventa, si a la fecha de otorgarla o exigirse su
otorgamiento subsiste o ha aparecido la causal de lesión, esto es, la desproporcionalidad
fijada por ley entre el justo precio de la cosa y el precio real.
Veremos en este número el de la compraventa ya otorgada en cumplimiento de la
promesa, y en número siguiente, si el perjudicado por la lesión puede negar lícitamente su
cumplimiento, porque para solucionar éste es previo resolver el otro.
Ahora bien, en principio, y sin perjuicio de las excepciones que señalamos más
adelante, nos parece que la compraventa en que hay lesión puede atacarse por esta vía,
aunque haya estado precedida de una promesa, a cuya fecha se respetaba la proporción
legal. Desde luego, porque los preceptos que establecen la lesión no hacen distinción
alguna entre las distintas compraventas y si ellas han estado precedidas por otro contrato,
ya sea, preliminar o no, y las únicas excepciones son las del Art. 1891: compraventa de
cosa muebles, y las efectuadas por el ministerio de la justicia.
En seguida, el Art. 1889, por su ubicación no puede estarse remitiendo al decir que
el justo precio se refiere al tiempo del "contrato", a otro que no sea la compraventa,
porque, además, en ella nace la obligación de pagarlo.
Por último, ya hemos dicho que la rescisión es propia de la compraventa y en
función de ella hay que considerar la lesión Sin embargo, de lo dicho hay principalmente
tres situaciones conflictivas, de las cuales cuando menos en dos se hace excepción a lo
señalado anteriormente. Son ellas:
2°- Caso en que la lesión se ha producido por causa imputable al que pretende asilarse
en ella.
Esta situación se presenta muy a menuda, porque la compraventa no se ha
otorgado oportunamente por hecho o culpa del promitente vendedor; negativa
generalmente fundada en que puede obtener mejor precio. Durante el curso de la
ejecución y hasta que se obtiene el otorgamiento del contrato por el juez, se produce la
lesión, y entonces pretende el prometiente incumpliente rescindir la compraventa. Es
principio imperante en todas las legislaciones de Roma a nuestros días de que nadie
puede aprovecharse de su propia culpa o dolo, y creemos que en el caso propuesto no es
posible al incumplidor invocar la lesión en contra de la compraventa otorgada.
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3º- El caso en que el precio haya sido pagado con anterioridad.
Es muy frecuente en la práctica que el precio se pague total o parcialmente con la
sola promesa y antes de otorgarse la compraventa; lo normal será que el precio al tiempo
de pagarse fuere justo, pero puede dejar de serlo al suscribirse el contrato definitivo, y en
tal eventualidad se pretenda rescindir éste por la lesión, so pretexto de que ella se mide
en función de la compraventa. El precio que era justo al pagarse ha dejado de serlo al
celebrarse o exigirse el cumplimiento de la promesa.
En nuestro concepto, no procede la lesión si el precio era justo al tiempo de
pagarse.
Nos basamos en que el Art. 1889 se refiere al "precio que recibe el vendedor": en
consecuencia, es el precio recibido el que debe compararse con el justo precio. Este se
determina, según lo dijimos, "al tiempo del contrato" de compraventa, por imperio del
mismo precepto, pero se le coteja con el precio que recibe el vendedor. Si éste ha
desvalorizado su contenido es preciso actualizarlo para compararlo con el justo precio;
muy cierto es que nuestro Código acoge la teoría nominalista, pero ella se refiere a la
forma en que debe cumplirse la obligación, y no hay por qué abarcarla a una situación en
que precisamente se trata de establecer si hubo equivalencia en las prestaciones. Ello
implica necesariamente comparar valores y no números. La situación por razones obvias
no fue prevista por el legislador del Código Civil, pero es perfectamente aceptable por la
expresión que usa el Art. 1889, y para qué hablar según la equidad, y la buena fe con que
deben cumplirse los contratos.
1° Como dicen don Gonzalo Barriga y don Fernando Fu eyo, sería absurdo permitir que
judicialmente se obligue a otorgar el contrato prometido, para que luego el demandado
vencido pidiera la rescisión. Se movería inútilmente todo el mecanismo judicial para venir
a otorgar un contrato que de todos modos será ineficaz. Lo lógico es que esta ineficacia
se plantee y discuta de antemano; y
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2° Ya hemos señalado, y volveremos sobre ello, que el cumplimiento de la promesa no
importa sólo otorgar el contrato prometido, sino uno que sea válido y eficaz. Si ello no es
ya posible, se produce una imposibilidad jurídica que será imputable o inimputable, según
los casos y de acuerdo a las reglas generales. Si es inimputable se habrá extinguido la
obligación sin ulterior responsabilidad, y esta imposibilidad alegará el promitente
demandado para dar por terminado el contrato de promesa cuyo cumplimiento se exige.
De acuerdo a la regla tercera del Art. 1554 para la validez del contrato de promesa
es necesario que ella "contenga un plazo o condición que fije la época de la celebración
del contrato".
El contrato de promesa esencialmente no tiene otro objeto que dar paso al
definitivo. Nuestro Código requiere que se fije el momento en que ello ocurrirá para que
las partes no queden ligadas indefinidamente. Ya hemos destacado que la obligación es
transitoria, nace para extinguirse por el cumplimiento. Como se parte de la premisa de
que por el momento no puede aún cumplirse, la ley exige que se señale cuándo deberá
hacerse. En otras legislaciones, menos precisas que la nuestra en la materia, no se
contempla esta exigencia, quedando la promesa, si las partes nada dicen, pendiente
hasta cumplirse los plazos de prescripción.
Como ya lo destacamos, es éste un caso de excepción a la regla de que la
modalidad puede faltar en el contrato; en la promesa es esencial, pues si no se conviene
alguna que determine la época de la celebración del contrato definitivo, aquélla es nula
absolutamente. Se ha resuelto que es cuestión de hecho determinar si la promesa cumple
o no el requisitos señalado.
Por último, hay que destacar al respecto que la modalidad se exige para la
obligación de otorgar el contrato definitivo; de ella dependerá el nacimiento, exigibilidad o
extinción de la obligación de contratar; ello nada tiene que ver con las obligaciones que
emanarán del contrato definitivo. En la promesa, no es esencial que ellas estén sujetas a
modalidades.
No podía tampoco escapar el requisito en estudio de la controversia que entre
nosotros rodea al contrato de promesa. Los problemas son de dos órdenes:
1° Determinar qué modalidades, dentro de las clasif icaciones de ellas, es licito estipular; y
2°Qué efectos producen las diferentes modalidades e n la exigibilidad y cumplimiento de la
promesa.
Nos preocuparemos por el momento del primer punto, dejando el segundo para los
efectos del contrato válido. En relación a aquél nos referiremos sucesivamente en los
números siguientes:
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En todo caso no se discute que en la promesa puede convenirse un plazo
suspensivo, porque éste cumple la exigencia del N° 3° del Art. 1554, esto es, fija la época
de la celebración del contrato definitivo; éste puede exigirse desde que se venza el plazo.
Y así, hay plazo suspensivo que nadie discute si se conviene en que el contrato definitivo
se suscribirá pasados o una vez transcurridos 3 meses desde la fecha del contrato, o
desde una vez que se cumpla tal fecha, etc. Transcurrido el lapso fijado o llegada la fecha
que se indica, podrá exigirse el cumplimiento de la promesa.
Al plazo extintivo o resolutorio no se ha referido expresamente el legislador en la
promesa. Sin embargo, en virtud del principio de libertad contractual vigente en nuestro
Código no hay inconveniente alguno en que las partes convengan esta modalidad.
Semejante plazo cumple plenamente el cometido que a la modalidad asigna el N° 3 del
Art. 1554: fijar la época de la celebración del contrato prometido; ella será todo el lapso
que media entre la promesa y la expiración del plazo convenido. La doctrina y
jurisprudencia aceptan claramente la estipulación de plazos resolutorios en la promesa,
pero a nuestro juico han exagerado notoriamente su aplicación.
Casos indiscutidos de plazos extintivos, serían, por ejemplo, si se dijera
expresamente que el convenido tiene tal carácter, o que vencido ya no podrá exigirse el
contrato prometido, o que éste no podrá otorgarse más allá de tantos meses o tal fecha,
etc.
El efecto del plazo extintivo da lugar a mayores controversias que el del
suspensivo, según veremos más adelante. Adelantemos que el contrato expira a su
conclusión (lo que algunos llaman caducidad de la promesa) y queda incumplida la
obligación que tenían las partes de otorgar el contrato definitivo. A fin de precisar las
responsabilidades se hace indispensable determinar a quién es imputable este
incumplimiento, pues el responsable deberá indemnización de perjuicios conforme a las
reglas generales, estando en mora, en nuestro concepto, el contratante que no cumplió en
el término resolutorio convenido.
No hay inconveniente alguno para combinar un plazo suspensivo con uno extintivo
como, si por ejemplo, se conviene que el contrato definitivo se otorgara después del
transcurso de 6 meses, pero en ningún caso más allá de un año. Los efectos de
semejante estipulación son muy claros: la promesa no podrá exigirse antes de los 6
meses, ni tampoco después del año. Los 6 meses intermedios son la época fijada para
cumplirla.
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pero como lo dijimos depende de la sola voluntad del beneficiario, pero como lo dijimos en
el mismo número, éste es el acreedor, y en nuestra legislación es válida la condición
meramente potestativa que depende de la voluntad de aquél. En cambio, en la bilateral
ambas partes invisten la calidad de deudores y acreedores recíprocos de la misma
obligación: otorgar el contrato prometido, de manera que la promesa será nula si esta
obligación de cualquiera de ellas queda a su mero arbitrio.
Los efectos de la condición suspensiva en la promesa son los normales de esta
modalidad: cumplida, da derecho a exigir el contrato definitivo, y si falla, ya no habrá
posibilidad de pedir el cumplimiento, y se extinguirá la promesa.
Finalmente, debemos advertir que lo dicho nada tiene que ver con la posibilidad de
que en el contrato de promesa, como en cualquiera otro bilateral, operen la condición
resolutoria tácita o el pacto comisorio en caso de incumplimiento de las obligaciones
emanadas de él.
1° Condición determinada
Veremos en el número siguiente que se discute si la condición puede ser
indeterminada; en tal evento, lo corriente será que se fije un plazo para que se cumpla la
condición, pasado el cual se entenderá ella fallida. Por ejemplo, la compraventa definitiva
se otorgará cuando se obtenga tal préstamo, lo que debe ocurrir en el término de 3
meses.
2° La situación inversa.
Esto es, se ha fijado un plazo, pero al mismo tiempo dentro de él debe cumplirse
una condición para que sea exigible el contrato definitivo. Por ejemplo, el contrato
definitivo deberá otorgarse en tal fecha, siempre que el prometiente vendedor obtuviere el
título definitivo de dominio de lo prometido vender.
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requisito en cuestión, porque la ley fija para toda condición un plazo máximo del cual debe
cumplirse, que era de 15 años, y hoy ha pasado a ser de 5 o 10 años, según la
interpretación que se dé a la reforma de la ley N° 16.952, y, por tanto, la promesa expirará
si la condición falla, y en todo caso, se considerará fallida si no se cumple dentro del plazo
legal máximo. (Ver caso 1-B en el anexo).
Otros rechazan esta interpretación y la jurisprudencia es muy vacilante en relación
al problema, porque, debemos reconocerlo, es en realidad complejo. La verdad es que
aceptando que toda condición está sujeta a un plazo de cumplimiento, estipulado o legal
subsidiario, ella siempre fija la época de la celebración del contrato definitivo, y en tal caso
la frase en cuestión, resulta meramente explicativa. Por razones prácticas resulta de toda
conveniencia determinar la condición.
El N° 4° del Art. 1554 exige que en la promesa "se especifique de tal manera el
contrato prometido, que sólo falten para que sea perfecto, la tradición de la cosa, o las
solemnidades que las leyes prescriban".
Tampoco este requisito ha escapado a la discusión, provocando muchos
problemas, de los cuales algunos hemos ya visto, como son la posibilidad de promesas
de contratos consensuales, de la promesa unilateral, etc.
el debate más serio se refiere al concepto mismo de la especificación, aunque
afortunadamente doctrina y jurisprudencia tienden a uniformarse en una interpretación
que a nuestro juicio es la correcta.
Sobre todo en los primeros tiempos del contrato se pretendió que éste debía
quedar de tal modo que individualizado que, usando el caso más frecuente de la promesa
de compraventa de bienes raíces, sólo faltara reemplazar las expresiones "promete
vender" y "promete comprar" por "vende" y "compra" respectivamente. Se pretendía,
pues, un contrato de promesa completo, igual al futuro definitivo. Y la razón que se
esgrimía es que únicamente en esa situación, a la promesa le faltaba sólo para ser
perfecta el otorgamiento de la escritura pública, o la tradición, tratándose de un contrato
real. En otros casos, sin llegar a semejantes extremos, se exigían para la promesa la
mayor parte de las estipulaciones propias del contrato definitivo.
Reaccionándose vigorosamente contra una interpretación tan rigurosa, se ha
reconocido que de acuerdo al Diccionario "especificar" es declarar o explicar con
individualidad alguna cosa, e individualizar es tratar de alguna cosa con particularidad y
pormenor. Dicho en forma más sencilla, es distinguir un contrato de los demás,
separación que, de acuerdo al Art. 1444 la otorgan los elementos esenciales del mismo.
Usando términos penalísticos, consiste en tipificar el contrato prometido.
En consecuencia, pueden faltar en la promesa los elementos de la naturaleza del
contrato prometido, y con mayor razón aún los accidentales. Los primeros, porque la ley
suple plenamente el silencio de las partes, y los segundos, porque no son obligatorios en
los contratos. A falta de modalidades, las obligaciones son puras y simples, y así, si en la
promesa de compraventa no se señala cuando debe pagarse el precio o entregarse la
cosa, ambas obligaciones serán exigibles tan pronto se otorgue el contrato definitivo, si
las partes entonces no señalan otra cosa.
cuanto a la expresión "perfecto" que utiliza el precepto no se refiere naturalmente
a un preciosismo jurídico en orden a que el contrato sea un modelo de estipulación
completa, sino a que la promesa sea eficaz, o sea, pueda producir sus efectos, y en
consecuencia, si alguna de las partes no la cumple, sea posible otorgarla por la vía
judicial. Para ello es indispensable que señale el contrato de que se trata, si compraventa,
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permuta, arriendo, sociedad, innominado del tal clase, etc., y las estipulaciones esenciales
de ellos, como en la compraventa, las partes del contrato, lacosa y el precio.
En tal sentido va orientándose firmemente la doctrina y la jurisprudencia de los
tribunales.
Cabe todavía formular dos observaciones a lo ya dicho:
1°- Como decíamos, es factible la omisión de los el ementos de la naturaleza y
accidentales del contrato definitivo en la promesa, pero si se les estipula en ésta, para lo
cual naturalmente no hay inconveniente alguno, debe especificárselos a su vez, pues en
caso contrario, no podría otorgarse el contrato definitivo, como, si se indica que el precio
se pagará a plazo, pero no se señala cuál será éste.
2°- Que yendo aún más lejos en la interpretación de l precepto, debe concluirse que
tampoco es indispensable que queden determinados totalmente los elementos esenciales
del contrato prometido de promesa, siempre que sea posible hacerlo al tiempo de
otorgarse el definitivo. Así lo veremos en los números siguientes al referirnos a las
especificaciones más corrientes en el contrato de promesa.
Se ha resuelto que es cuestión de hecho determinar si el contrato está
suficientemente especificado.
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II) Contratos solemnes y consensuales.
En los contratos solemnes deben quedar convenidas las estipulaciones esenciales
del contrato prometido, según la naturaleza del mismo, de manera que la solemnidad
legal que afecta a éste pueda llevarse a cabo sin que sea indispensable un nuevo
consentimiento voluntario de las partes. Igual cosa ocurre en los contratos consensuales,
dado que hemos aceptado la procedencia de las promesas de otorgarlos.
Y así, en la compraventa deberán individualizarse la cosa que se promete vender,
y el precio que por ella se pagará; en la permuta, los dos objetos que se intercambiarán;
en el arriendo, la cosa que se dará en goce y la renta que por ella se pagará, etc., etc.
Ya nos hemos referido a la discusión de si puede considerarse que cumple el
requisito del N° 4° del Art. 1554 la promesa unilat eral de un contrato bilateral.
En los números siguientes veremos los elementos indispensables más comunes
en los contratos de promesa, y cuya falta de especificación acarreará la nulidad absoluta
de ella, según la exigencia en estudio esto es, de las partes del contrato prometido, del
objeto prometido, y de la contraprestación prometida.
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objetivos, desde luego separar un predio de otro, y principalmente, permitir la inscripción
en el Registro conservatorio (Art. 78 N° 4° del Reg lamento); como no es obligatorio
inscribir la promesa, no es indispensable deslindar en ella la propiedad prometida.
V) Determinación de la contraprestación
Por último, es siempre indispensable en la promesa, aunque ella sea unilateral, la
individualización de la contraprestación que contraerá la otra parte en el contrato
definitivo, y salvo que la ley contemple y reglamente por sí sola.
Por ello, en la promesa de compraventa se ha fallado uniformemente la nulidad
absoluta de ella, si el precio prometido no se encuentra determinado.
Pero, al igual que en los casos anteriormente señalados, basta que el precio sea
determinable al tiempo del contrato definitivo, y por ello se ha reconocido validez a las
promesas cuando el precio se especifica por otro instrumento referido en la promesa, o
por peritos.
De acuerdo al inciso final del Art. 1554, concurriendo las circunstancias estudiadas en
el capítulo anterior "habrá lugar a lo prevenido en el artículo precedente".
Ya en los Proyectos de Código se notó este afán del legislador de conectar este
precepto referente a la promesa con el que señala los derechos del acreedor de una
obligación de hacer ante el incumplimiento del deudor de ella.
Con ello, según lo insistiremos en el número siguiente, evitó muchas discusiones
sobre la naturaleza jurídica de la obligación emanada de la promesa, pero es obvio que,
aun cuando no se haya remitido expresamente a ellas, también se les aplican las reglas
generales de los contratos y obligaciones.
En consecuencia, los efectos y extinción de la promesa quedan gobernados por las
normas comunes, modificadas por la doble circunstancia de tratarse de una obligación de
hacer, y tan especialísima como es la de otorgar un contrato.
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5°. Es cesible, el crédito consistente en el derech o a exigir el otorgamiento del contrato
definitivo es cesible conforme a las reglas generales, pero en la promesa bilateral ambas
partes son recíprocamente acreedoras y deudoras de la misma obligación, por lo que no
resulta posible ceder una calidad sin la otra que va unida.
6°. Prescriptible, la acción derivada del contrato de promesa para exigir su cumplimiento
prescribe de acuerdo a las reglas generales: 5 años como ordinaria, y 3 como ejecutiva, y
durando en este último caso 2 años más como ordinaria contados desde que se hizo
exigible el contrato definitivo.
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A) Otras obligaciones estipuladas por las partes
Como señalábamos conforme al principio de la autonomía de la voluntad, las
partes pueden convenir lo que estimen conveniente en el contrato de promesa.
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1554. Dicho de otra manera la obligación de otorgar el contrato prometido lleva envuelta
necesariamente la de que éste habilite a la otra parte para obtener los beneficios y efectos
propios de la convención definitiva.
Y así, como decíamos en otro lugar, si el prometiente adquirente descubre que se
le ha prometido cosa ajena, puede negarse a otorgar el contrato prometido y resistir la
exigencia que en tal sentido se le haga, mientras la contraparte no adquiera dicho dominio
o subsane otro defecto en los títulos. Igual cosa ocurre si es necesaria una aprobación
municipal, autorización judicial, consentimiento de la mujer, etc., etc.
Creemos que esto puede fundarse en una doble argumentación:
1°- Que como luego veremos, el cumplimiento de la p romesa es un pago, y el acreedor
puede negarse a recibir una solución que no cumpla los requisitos legales o no dé plena
satisfacción a su crédito.
2°- Es ya aceptado sin discusión que la obligación de garantía es común a todo contrato,
y no sólo a la compraventa en que el legislador principalmente se preocupa de ella. No
hay, pues, por qué excluirla de la promesa, en la cual consistirá en otorgar un contrato
definitivo válido y eficaz, que produzca los efectos propios de éste.
Se ha resuelto, sin embargo, que la obligación de sanear la evicción sólo nace con
la compraventa y, en consecuencia, únicamente desde el otorgamiento de ella puede
exigirse el alzamiento de los gravámenes que afectan a la propiedad vendida; otra
sentencia aplicó la obligación de saneamiento de la compraventa, en razón de haberse
pagado el precio y efectuado la entrega de la cosa prometida. Con justa razón critica esta
última sentencia, don Arturo Alessandri, agregando que el prometiente adquirente no
puede exigir el saneamiento de la cosa ofrecida antes del contrato definitivo, salvo que así
se estipule.
Estamos de acuerdo, desde luego, en que no puede esgrimirse en caso de alguna
obligación de saneamiento que emana de la compraventa, porque todavía no la hay, sino
la obligación de garantía común a toda convención. No debe olvidarse que de acuerdo al
Art. 1546 los contratos han de ejecutarse de buena fe y obligan no sólo a lo que en ellos
se expresa, sino a todas las cosas que emanan precisamente de la naturaleza de la
obligación, o que por la ley o la costumbre le pertenezcan: nadie podría decir que está de
buena fe quien pretenda enajenar una cosa vigente un gravamen que la absorbe
íntegramente, o en que por mediar una prohibición legal, un embargo, faltar una
autorización o aprobación de autoridad, etc., el contrato otorgado será nulo.
Algo de esto dio a entender la Corte Suprema al rechazar la excepción de pago del
marido en la ejecución de una promesa de compraventa, fundada en el otorgamiento por
él del contrato definitivo sin que concurriera la mujer a dar su consentimiento.
Sentado este principio que parece inconcuso por las razones expuestas, cabe
preguntarse qué ocurre si al tiempo de otorgarse el contrato definitivo no se ha obviado el
inconveniente o cumplido el trámite que permita una convención valida y eficaz.
Creemos que también en esto hay una solución de principios que se impone: si la
obligación de otorgar el contrato definitivo envuelve la de que éste sea válido y eficaz, el
prometiente en quien incide el obstáculo o dificultad, tiene la obligación también de estar
en situación al momento de hacerse aquél exigible, de otorgarlo en tales términos, y en
consecuencia, esta forzado a obtener la autorización, consentimiento o aprobación, el
financiamiento, alzamiento, etc., que le hace falta para enajenar válidamente. Debe pues,
efectuar todos los trámites y diligencias necesarias para el otorgamiento del contrato
definitivo en el momento oportuno.
Si así no lo hace, ha dejado de cumplir una obligación y en consecuencia, si al
tiempo de hacerse exigible la promesa, no está en condiciones de otorgar el contrato
definitivo, habrá de su parte, concurriendo los demás requisitos legales, un incumplimiento
imputable.
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Detallando un poco, las situaciones más comunes son las siguientes:
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En el cumplimiento voluntario de la promesa, pues, no hay derogación alguna de
las reglas generales, y efectuado, produce la extinción de la promesa por haber ésta
agotado sus efectos propios.
El contrato definitivo pasa a tener vida jurídica propia desde su otorgamiento y, en
consecuencia, la promesa no produce influencia alguna en él. El punto fue llevado a los
tribunales, a propósito de un contrato de promesa nulo absolutamente por indeterminación
del precio, vicio del cual no adolecía el contrato definitivo otorgado voluntariamente en
cumplimiento de dicha promesa; se resolvió, acertadamente, a nuestro juicio, que la
nulidad absoluta de ésta no se transmitía a su cumplimiento.
Ahora bien, no habiendo cumplimiento voluntario de la promesa, se produce,
también, de acuerdo a las reglas generales, el incumplimiento de la obligación de otorgar
el contrato definitivo En tal caso, y como no se discute, se aplica integralmente el Art.
1553, al cual expresamente se remite el Art. 1554, y que establece los derechos del
acreedor ante la infracción por el deudor de una obligación de hacer. Recordándolo
brevemente, es preciso que el deudor esté colocado en mora, el acreedor tiene derecho a
que ésta se le indemnice, y además, un derecho optativo entre pedir que se apremie al
deudor, que se cumpla el contrato o se le pague la indemnización compensatoria.
Requieren comentarios especiales en la promesa el cumplimiento forzado, la
mora, la indemnización de perjuicios y también la resolución por incumplimiento,
obviamente procedente, aunque no está expresamente dicha en el Art. 1553.
V. Extinción de la promesa.
Antes de seguir adelante con los efectos de la promesa, ajenos al cumplimiento
voluntario o forzado de ella, interesa precisar los caso en que él ya no será posible, sea
por haberse extinguido el contrato mismo o la obligación de alguna de las partes de
otorgar el definitivo.
Normalmente se aplicarán las reglas generales, y así la extinción puede producirse
por nulidad de la promesa, resciliación, porque falle la condición, etc.
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Nos interesa precisar las únicas situaciones que han generado conflictos en la
promesa: la resolución por incumplimiento, el término extintivo y la imposibilidad en el
cumplimiento que iremos examinando sucesivamente.
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generándose sucesivamente, la ley fija medios para que las partes les pongan término: el
desahucio y el plazo extintivo. El traslado del plazo extintivo a un contrato de ejecución
diferida es posible, pero nunca a uno de ejecución instantánea.
Como en la promesa, por su esencia, el cumplimiento queda diferido, es posible
que se convenga un plazo extintivo; éste no puede tener otro significado que las partes
desean estar ligadas contractualmente hasta cierto momento y no más allá; vencido el
plazo, la obligación se extingue y ya no puede exigirse judicialmente, no hay cumplimiento
forzado, porque así las partes de antemano lo han convenido.
Y puede perfectamente ocurrir que así lo hayan querido, porque, por ejemplo, el
prometiente comprador necesita buscar financiamiento para la compra, mientras el
prometiente vendedor está en situación de otorgar de inmediato contrato definitivo; acepta
darle al primero un plazo para obtener su préstamo, sin recibir nada en el intertanto, y es
lógico que no desee esperar indefinidamente o tener que seguir un juicio declarativo para
desligarse. Quiere, llegado un momento, poder disponer libremente de lo prometido,
dejando de lado de pleno derecho la promesa celebrada. Dicho de otra manera, el efecto
del término extintivo equivale a una renuncia por el acreedor a la facultad que le concede
el N° 2° del Art 1553 de exigir el cumplimiento for zado, y queda pendiente el resto del
precepto, esto es, una posible discusión sobre indemnización de perjuicios por infracción
del contrato. ¿Y -se dirá- por qué en tal caso no se estipula una resolución ipso facto, que
también extingue de pleno derecho el contrato? Por una razón que ya destacamos:
porque la resolución supone un incumplimiento imputable, de manera que siempre cabrá
discutir si la extinción se ha producido o no; en cambio, en el plazo extintivo no puede
haber discusión en cuanto a la obligación de otorgar el contrato definitivo; ella se extinguió
de pleno derecho al cumplirse el plazo, y sólo cabe discutir una posible indemnización por
la infracción a ella.
Conforme pues, que la libertad contractual permite convenir plazos extintivos en la
promesa, pero no en los casos en los casos en que se le ha estimado ni con los efectos
que se le ha asignado, según lo veremos.
En efecto el centro de la discusión está en la aplicación del Art. 49 del CC que
contempla la distinción entre plazo fatal y no fatal.
Se ha sostenido que si se utilizan las expresiones "dentro de" o "en" respecto al
plazo señalado para la promesa, transcurrido el término se produce la "caducidad" del
derecho del acreedor a exigirla, e incluso se ha dicho que el señalamiento de un día fijo
para el otorgamiento del contrato definitivo, importa convenir un plazo extintivo. La
jurisprudencia ha sido muy vacilante, pero últimamente tiende a rechazar semejante
interpretación.
A-La pretensión de aplicar el Art. 49 se funda en el equívoco de confundir dos cosas que
son bien diferentes: el plazo fatal con el extintivo. El primero es que se le impone al
interesado para que efectúe una determinada actividad indispensable para el ejercicio o
nacimiento de un derecho; si así no lo hace, caduca la facultad o derecho que debió
ejercer dentro del plazo.
El plazo extintivo mira a la extinción de la obligación, independientemente de toda
actividad del acreedor; normalmente la obligación ante la pasividad de éste, muere por
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prescripción, y no por el mero transcurso del plazo. En el término extintivo, ninguna
actividad del acreedor impide su transcurso.
D.- Tan es así que nunca a nadie se le ha ocurrido sostener que en cualquier otro contrato
el plazo fijado para el cumplimiento de las obligaciones de las partes pudiera ser extintivo,
y así, si en una compraventa se dice que el precio se pagará dentro de 6 meses, o en tal
fecha, no podría pretenderse que posteriormente el vendedor no puede exigir la
cancelación de lo adeudado.
Hasta el momento previsto, el comprador puede pagar, sin ulteriores
consecuencias para él, pero pasado el mismo, nace el derecho del acreedor de exigir el
cumplimiento forzado o la resolución del contrato, con indemnización de perjuicios. Igual
ocurrirá normalmente en la promesa, y para que así no sea, es preciso que se lo diga
expresamente.
E.- El inciso final del Art. 1554 dispone que, cumplidas las circunstancias anteriores, entre
las cuales figura la fijación de un plazo, habrá lugar a lo señalado en el precepto
precedente, cuyo N°2 confiere al acreedor, a su ele cción, el derecho a pedir el
cumplimiento forzado del contrato.
Tal derecho es derogable, renunciable por el acreedor, pero esta renuncia es
necesario que se la exprese claramente y no puede deducirse de expresiones que
usualmente se utilizan para fijar el tiempo en que el deudor debe cumplir sus obligaciones
sin ulteriores responsabilidades para él.
F.- Esta interpretación que impugnamos al llevar el plazo extintivo a situaciones que las
partes no han tenido intención de hacerlo, ha forzado a sus sostenedores a negar los
efectos propios del plazo extintivo. En efecto, les ha chocado la circunstancia de que el
contrato nunca puede exigirse, ya que antes de vencerse el plazo a la medianoche del
último día del mismo, no puede exigirse el cumplimiento, porque aún no hay mora, y el
deudor requerido se exencionaría diciendo que puede todavía cumplir válida y
oportunamente. Al día siguiente de vencerse el plazo, tampoco podrá ya exigirse el
contrato, pues éste está extinguido.
En tal situación se da un paso atrás y se dice que si el acreedor ha exigido, incluso
extrajudicialmente el cumplimiento dentro del plazo, ya no se produce la "caducidad". Ello
es natural en la concepción del plazo fatal, que supone actividad del acreedor, pero aún
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en él totalmente erróneo, porque la caducidad sólo se evita con el ejecución específica de
la actividad exigida por la ley para el nacimiento o para evitar la extinción del derecho.
En cambio, lo que las partes han convenido es otra cosa muy distinta: vencido el
plazo extintivo fijado, los prometientes no han querido seguir ligados más allá de él, en
cuanto a la obligación de otorgar el contrato prometido. Lo contrario importa confundir el
plazo extintivo con la resolución ipso facto, en que si tiene importancia la actitud de las
partes.
Lo que ocurre es que la promesa normalmente no puede cumplirse sin una
actividad de ambas partes; nada obtiene una sola de ellas con extender la escritura,
firmarla, avisar y requerir a la otra, depositar lo que debe pagar en esa fecha, etc.; sin la
concurrencia del otro interesado y su cumplimiento no habrá contrato: pero esto no
importa para determinar cuál de las partes fue morosa, y en consecuencia, estará
obligada a la indemnización de perjuicios.
En efecto, vencido el plazo extintivo, el deudor incumpliente no puede quedar
indemne. No se le podrá exigir el cumplimiento forzado, porque ése es el efecto del
término extintivo, pero de acuerdo a las reglas generales del incumplimiento imputable,
cada vez que ya no puede obtenerse un pago en naturaleza, deberá recurrirse a la
equivalencia, que es la indemnización de perjuicios; pero para que ella sea procedente es
indispensable que quien la exija haya estado por su parte llano al cumplimiento.
3°- Conclusión.
Como consecuencia de todo lo dicho podemos sentar las siguientes conclusiones:
A.- En la promesa, como en toda obligación, el plazo es suspensivo, porque tal es la regla
general en la legislación, y vencido nace el derecho a exigir cumplimiento forzado;
C.- Cumplido el plazo extintivo, produce el efecto normal de éste. Extinguir la obligación,
sin necesidad de declaración judicial, esto es, de pleno derecho, y haciendo innecesaria la
resolución;
D.- Ocurrida la extinción por el cumplimiento del plazo, llega el momento de liquidar el
contrato, porque la obligación de otorgar el definitivo ha quedado incumplida; quien no
concurrió a la celebración del contrato prometido en el plazo estipulado ha quedado en
mora, siempre que concurran los requisitos legales y especialmente, la imputabilidad. Si
ambas partes han sido morosas, no hay efecto posterior alguno en virtud de la excepción
del contrato no cumplido.
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obligación de la contraparte; desde luego ello es indiscutible respecto de la de otorgar el
contrato definitivo, pues no podría en el caso propuesto celebrarse una compraventa
carente de objeto, e igualmente debe aplicarse a las propias de aquél (como pagar el
precio), aunque por estipulación de las partes se hayan convenido exigibles con la
promesa.
Si la imposibilidad se debe al hecho o culpa del deudor, habrá lugar a la
indemnización de perjuicios, concurriendo los demás requisitos legales; ella reemplaza a
la obligación de otorgar el contrato que se extinguió por la imposibilidad.
Ahora bien, lo único que puede dar lugar a problemas es la imposibilidad temporal,
esto es, al momento de exigirse el contrato definitivo, hay un obstáculo jurídico para su
otorgamiento, como ser, no se ha obtenido aún la autorización, aprobación, alzamiento,
etc., indispensable para el mismo. En nuestro concepto, hay para el prometiente en quien
incidía el obstáculo un incumplimiento, que si es imputable lo forzará a indemnizar los
perjuicios; pero, si posteriormente el inconveniente que hace imposible el contrato
definitivo desaparece podría el acreedor restituir la indemnización compensatoria, y exigir
el otorgamiento de aquél, si aún es posible.
1°- Que no habrá mora si la contraparte, también de udora, no ha cumplido o estado llana
a cumplir sus obligaciones;
2°- Que es fuerza que el plazo haya sido fijado par a cumplir dentro de él la obligación, y
no como momento inicial para poder exigir, como si por ejemplo, se ha convenido que el
contrato definitivo se otorgará después o una vez que hayan transcurrido 3 meses desde
la fecha. En tal caso, hay que volver a la regla general de la interpelación judicial;
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3°- También se producirá la mora por el solo transc urso del plazo, si no se han cumplido
dentro de él las obligaciones necesarias para el otorgamiento oportuno del contrato
prometido, u otras convenidas por las partes.
Como ejemplo de lo primero, podemos citar una sentencia publicada en la RDJ, T
63, sec. 1°, pág. 443: el contrato definitivo debió otorgarse dentro de los 3 años contados
desde la fecha de la promesa, y el prometiente vendedor se obligó a urbanizar lo
prometido. La Corte Suprema entendió que esta obligación debió cumplirse dentro del
plazo convenido para el otorgamiento de la compraventa prometida, y que el prometiente
vendedor quedó en mora por no hacerlo así. En nuestro concepto lo mismo debe
extenderse a todas las cargas necesarias para el otorgamiento del contrato prometido
dentro del plazo estipulado, aunque no las haya mencionado expresamente: cuando
menos a la expiración del término, el prometiente en quien inciden debe estar en situación
de otorgar el contrato definitivo, y si no lo está por incumplimiento imputable de tales
obligaciones, habrá mora de su parte.
También estará en mora el contratante incumplir respecto de las obligaciones
anexas a la promesa, si se ha fijado plazo para ellas, como para la de pagar con la mera
promesa el precio de la compraventa prometida.
4°- Si se ha convenido un plazo extintivo, aquél de los prometientes por cuyo hecho o
culpa no pudo otorgarse el contrato definitivo dentro del término convenido, por lo cual
éste quedó extinguido, estará en mora, y deberá soportar la reparación del daño.
B) Cumplimiento reciproco.
Ya hemos insistido con reiteración que en toda promesa bilateral ambas partes
invisten recíprocamente la condición de deudoras y acreedoras la una de la otra, y todavía
de una obligación análoga, y, en consecuencia, todas ellas deben concurrir al
otorgamiento del contrato definitivo, y si éste es solemne, no hay posibilidad alguna de
que se le otorgue sin la concurrencia del otro contratante.
También hemos insistido en que la mora es requisito para cualquier actuación de
quien asume la función de acreedor para exigir apremios, cumplimiento forzado o
indemnización de perjuicios, o resolución del contrato. Pues bien, de acuerdo al Art. 1552
ninguno de los contratantes está en mora si la contraparte no cumple su propia obligación
o se allana a hacerlo.
Según lo expresado, que el acreedor cumpla su obligación propia (la esencial de
otorgar el contrato prometido) por sí solo, no es viable, pero sí que adquiere enorme
importancia el segundo aspecto, esto eso, que haya estado llano a cumplir, punto que ha
sido muy debatido en los tribunales, pero en que creemos posible sentar principios
bastante claros:
2°- Si ambas partes tenían obligaciones que cumplir o actividades que desarrollar para
hacer viable el contrato definitivo estará en mora el que no cumplió con ello, siempre que
el otro haya cumplido sus propias obligaciones y haya estado llano al cumplimiento de la
de otorgar el contrato definitivo. Para acreditar esto último no basta que el prometiente así
35
lo diga, sino que lo manifieste por hechos positivos suyos. No creemos de ningún modo
indispensable un requerimiento judicial al deudor, bastando uno extrajudicial, tan pronto
se haya quedado por parte del acreedor en situación de otorgar el contrato.
3°- Es posible que alguna de las partes deba cumpli r determinadas obligaciones al tiempo
mismo de otorgarse el contrato definitivo, a fin de que éste se perfeccione; especialmente
frecuente es que se haya estipulado todo o parte del precio de la compraventa prometida
pagadero al suscribirse la escritura correspondiente. No hay duda que en tal caso no se
habrá cumplido la propia obligación si no se cumplen también con aquellas obligaciones, y
en consecuencia, no habrá mora para la contraparte, y a la inversa, ésta, si cumple o
demostró estar llana para hacerlo, puede colocar en mora a la otra.
4°- Es posible que ninguna de las partes haya cumpl ido, ya sea en cuanto al otorgamiento
mismo del contrato definitivo o de aquellas otras obligaciones indispensables para hacerlo
posible, o para su perfeccionamiento. En tal caso no hay mora para ninguna de ellas, de
acuerdo al Art. 1552, y será necesario que alguna se decida a cumplir para poder exigir el
cumplimiento ajeno; si ninguna lo hace, ya hemos señalado que la Corte Suprema ha
adoptado por dar por terminado el contrato de promesa, pero sin indemnización de
perjuicios.
Finalmente, hay una estipulación que por lo frecuente requiere cierto comentario:
en las promesas de compraventa de bienes raíces se suele convenir que se considerará
que se han cumplido las obligaciones del contrato de promesa, concurriendo en la
oportunidad fijada a una determinada Notaría a suscribir el contrato definitivo.
Al respecto, es necesario tener presente que si no se ha convenido así
expresamente, no creemos que sea necesario para que el acreedor acredite que ha
estado llano al cumplimiento, que suscriba la escritura de compraventa: basta cualquier
requerimiento, que revele el interés de hacerlo. Pero desde luego, la parte que ha
concurrido a la Notaría y suscrito la escritura pública, deja de manifiesto que ha estado
llana a cumplir. Conforme a lo dicho, será indispensable que, además, cumpla todas las
obligaciones necesarias para que la escritura sea operante, como exhibición y
acompañamiento de los documentos necesarios, etc. Y, además, que deposite el precio si
éste se hico exigible con la sola suscripción de la escritura.
36
LA COMPRAVENTA2
1. CONCEPTO.
I. ES UN CONTRATO BILATERAL.
2
Respecto de este contrato y los siguientes, se tomará como base los apuntes del profesor Juan Andrés
Orrego.
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III. ES UN CONTRATO GENERALMENTE CONMUTATIVO.
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II. Compraventa y cesión de créditos:
39
Recordemos que en Roma, coexistían dos derechos civiles: el derecho quiritario y
el derecho bonitario. La transferencia de dominio, conforme al primer derecho, se hacía
por medio de la mancipatio, que era título traslaticio y tradición a la vez, lo que implicaba
que no podía celebrar mancipatio el que no era dueño de la cosa. En cambio, en el
contrato de compraventa, institución creada por el Pretor, no se requería ser dueño de la
cosa vendida y por tanto, era válida la venta de cosa ajena.
40
no acarrea nulidad absoluta sino nulidad relativa. Se trata, en este caso, de formalidades
que atienden no a la existencia misma del contrato, sino a su validez.
A.- Sobre la cosa objeto del contrato: no debe existir error en la identidad, calidad esencial
o sustancia de la cosa (arts. 1453 y 1454).
B.- El precio a pagar por la cosa: debe ser el mismo para vendedor y comprador.
C.- Sobre la propia venta: no debe haber dudas acerca del contrato, pues de lo contrario,
estaríamos también ante un caso de error esencial u obstáculo (Art. 1453).
41
E.- Otros casos de ventas forzadas en el Código Civil. Existen en el Código Civil algunos
casos de ventas forzadas, en las que el comprador está obligado a celebrar el contrato.
Tal ocurre:
• En la accesión, en el caso regulado en el artículo 668: en efecto, recordemos que
puede ocurrir que el dueño del terreno no quiera o no pueda adquirir lo que el tercero
edificó o plantó en el inmueble del primero, sin conocimiento de éste. En tal caso, el
dueño del suelo tiene el derecho a exigir al que edificó o plantó, a pagarle el justo
precio del terreno con los intereses legales por todo el tiempo que lo haya tenido en su
poder. Como dice Claro Solar, “…al propietario puede no convenirle el edificio o no
encontrarse en situación de hacer el gasto que representa el edificio y no es equitativo
que se le coloque en la precisión de hacer un desembolso que él no habría tenido la
voluntad ni los medios de hacer; y como se ha procedido sin su conocimiento el único
responsable del hecho es el edificador quien, aunque haya creído que edificaba en
terreno suyo, ha violado en el hecho la propiedad ajena.” Así las cosas, el dueño del
suelo podrá forzar al que edificio o plantó en él, a comprarle el predio, sin que nada
pueda reclamar al efecto, pues como agrega Claro Solar, “…si se forzara la voluntad
del que edificó o plantó obligándole a comprar el terreno, suya será la culpa por ser la
consecuencia de un hecho al que nadie lo obligó”. Nos encontramos, entonces, ante
una verdadera compraventa forzada.
• En el comodato, en la hipótesis prevista en el artículo 2178, inciso 2°: En el evento
que a consecuencia del deterioro la cosa ya no sea susceptible de emplearse en su
uso ordinario, el comodante puede exigir al comodatario el pago del precio de la cosa
que tenía, antes del deterioro, abandonando la cosa al comodatario (Art. 2178, inciso
2º). Como vemos, se trata de una hipótesis de venta forzada.
F.- Caso de las solemnidades voluntarias. Hay casos en los cuales el contrato de
compraventa puede llegar a ser solemne no por mandato legal, sino por voluntad de las
partes: Art. 1802.
La ley no ve inconveniente para que las partes puedan elevar a la categoría de
solemne un contrato que por su naturaleza no lo es. Se trata por ende de solemnidades
voluntarias.
Cuando tal ocurre, estamos en presencia de un contrato condicional subordinado a
la condición de que se otorgue una escritura pública o privada.
Con todo, como la solemnidad emana de la voluntad de las partes, esa misma
voluntad puede modificar la situación, renunciando expresa o tácitamente al cumplimiento
de la solemnidad y celebrando el contrato por el solo consentimiento. Operará la última
hipótesis, si las partes dan inicio a la ejecución de las prestaciones derivadas del contrato,
prescindiendo de la solemnidad que ellas mismas habían estipulado.
Pero la ley también confiere a las partes el derecho a retractarse de la celebración
del contrato, mientras no se cumpla la solemnidad pactada. Tal facultad, por cierto,
desaparece si comenzó a cumplirse el contrato o si se cumplió la solemnidad convenida.
Cabe prevenir que según un fallo de octubre de 1954 de la Corte Suprema, la retractación
es posible aún cuando se hubiere comenzado a ejecutar el contrato, salvo si dicho
principio de ejecución consiste en principiar con la entrega de la cosa vendida, conforme
lo establece el Art. 1802.
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Se llama “arras” la cantidad de dinero o cosas muebles que una de las partes
entrega a la otra en prenda de la celebración o ejecución del contrato, o como parte del
precio o en señal de quedar convenidas.
Las arras pueden darse en prenda de la celebración o ejecución del contrato: rigen
los arts. 1803 y 1804.
En este caso, las arras operan como una garantía. Se llaman también
“penitenciales”. Tienen la virtud de dar a cada una de las partes el derecho a retractarse
del contrato que han celebrado.
Como destaca Alessandri, cuando se dan las arras en el caso del artículo 1803,
surge una interrogante: ¿Se perfecciona el contrato desde que se entregan las arraso
éste no nace aún? Dos opiniones hay en la doctrina. Para unos, las arras suponen
siempre un contrato perfecto, concluido definitivamente. Las arras suponen un contrato ya
formado; si así no fuera, las partes no estarían ligadas y mal podrían necesitar de arras
para desligarse de un vínculo que jurídicamente no se ha formado. La entrega de las
arras penitenciales entraña entonces una condición resolutoria ordinaria, pues si una de
las partes se retracta, el contrato se entiende resuelto, sin que haya mediado
incumplimiento de las obligaciones. Para otros (entre quienes se incluye Alessandri), las
arras dadas en este carácter impiden que los efectos del contato se produzcan
inmediatamente, es decir, el contrato aún no está perfecto, lo que implica sostener que se
ha celebrado sujeto a una condición suspensiva y negativa, a saber, que en definitiva las
partes no usen el derecho de retractación.
Tal derecho de retractación podrá ejercerse por el plazo que las partes hubieren
pactado y si nada estipularon al efecto, en el término de dos meses, contados desde la
celebración de la convención.
No habrá derecho a retractarse cuando hubiere comenzado la entrega de la cosa,
o se hubiere otorgado escritura pública de compraventa, cuando así proceda o lo
dispongan las partes.
Pero si bien las partes adquieren por medio de las arras el derecho a retractarse,
la ley dispone que si el que se retracta es el que dio las arras, las perderá, y si es el que
las recibió, deberá restituirlas dobladas.
Por otro lado, las arras pueden darse como parte del precio o en señal de quedar
convenidas las partes: Art. 1805.
En este caso, las arras se dan para dejar constancia de que las partes han
quedado definitivamente convenidas. No hay en este caso derecho a retractarse. Para
que estemos en esta hipótesis, es necesario que en la escritura pública o privada se haya
expresado que las arras se dan como parte del precio o en señal de quedar convenidas
las partes. A falta de este requisito (es decir, si ninguna de estas expresiones consta por
escrito), se presumirá de derecho que las arras dan a las partes el derecho a retractarse,
entendiéndose que se han dado como garantía.
Naturalmente que si la compraventa debe celebrarse por escritura pública, el
contrato no queda perfeccionado por la sola entrega de las arras como parte del precio o
en señal de quedar convenidas las partes. Del tenor de los arts. 1803, 1804 a 1805
resulta que sólo tienen aplicación cabal cuando la compraventa es consensual y no así en
las compraventas solemnes.
Las arras también se reglamentan en el C. de Comercio, pero sus normas son
inversas a las del CC.: es decir, por regla general, en materia comercial las arras se dan
como parte del precio, y solamente por excepción dan a las partes el derecho de
retractarse (arts. 107 y 108 del C. de Comercio).
43
H.- Los gastos de la compraventa. Dispone el Art. 1806 que serán de cargo del vendedor,
salvo pacto en contrario. Cuando se trata de una escritura de compraventa de un
inmueble, conviene entonces estipular que los gastos de escritura serán soportados en
partes iguales y los de inscripción serán de cargo del comprador.
Recordemos que una cosa es comerciable, cuando puede ser objeto de una
relación jurídica, cuando puede radicarse en el patrimonio de una determinada persona.
Por regla general, las cosas comerciables son también enajenables, pero
excepcionalmente, puede ocurrir que la cosa, no obstante su carácter comerciable, a
pesar de estar incorporada al patrimonio de una persona, no pueda transferirse. Tal
acontece con los derechos personalísimos.
De tal forma, para que una cosa comerciable pueda venderse, deberá también ser
enajenable. Sobre el particular, el Art. 1810 dispone que pueden venderse todas las cosas
corporales o incorporales, cuya enajenación no esté prohibida por la ley.
Recordemos también que para la mayoría de los autores, el Art. 1810 no se
aplicaría a los casos contemplados en los números 3 y 4 del Art. 1464, sino que sólo a los
casos de los números 1 y 2 del mismo precepto, pues los primeros corresponderían a
normas imperativas de requisito y los últimos a normas prohibitivas. En consecuencia,
podría venderse una cosa embargada, por ejemplo, sin autorización del juez ni el
consentimiento del acreedor, sin perjuicio que mientras subsista el embargo, no podrá
verificarse la tradición, a menos que se otorgue dicha autorización o se preste tal
consentimiento.
Con todo, otro ha sido el criterio de la jurisprudencia. En efecto, un fallo de
noviembre de 1960 de la Corte de Santiago concluye que hay objeto ilícito en la venta del
inmueble embargado por decreto judicial hecha sin la autorización del juez o el
consentimiento del acreedor, como quiera que si bien el contrato de compraventa no
transfiere por sí solo el dominio de la cosa vendida, constituye un acto de enajenación. El
legislador, al emplear el término “enajenación” en el Art. 1464 del CC., no lo hace en el
sentido estricto de transferencia de dominio.
En la misma línea, un fallo de agosto de 1962 de la Corte Suprema, enfatiza que
es cierto que la enajenación y la venta son jurídicamente conceptos distintos, pues en
tanto aquélla constituye la transferencia a cualquier título de dominio u otros derechos
reales y se efectúa, tratándose de bienes raíces, por la inscripción del título en el Registro
Conservatorio respectivo, la venta es sólo un contrato generador de obligaciones que
impone al vendedor la de entregar la cosa vendida al comprador, sin envolver la
transferencia de ella. Pero tal distinción acerca del alcance y significado de la expresión
“enajenación” empleada en el Art. 1464 del CC., no tiene importancia tratándose de una
compraventa, ya que cualquiera que sea su alcance, al disponer el Art. 1810 del mismo
cuerpo de leyes que no pueden venderse las cosas corporales cuya enajenación esté
prohibida por la ley, hace extensivo el objeto ilícito a la compraventa de las cosas
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embargadas por decreto judicial que se efectúa sin la autorización del juez o el
consentimiento del acreedor.
Disentimos de la jurisprudencia citada, porque se desconoce en ella la diferencia
fundamental existente entre venta y enajenación, y el carácter de norma imperativa y no
prohibitiva, de los números 3 y 4 del Art. 1464. Con todo, la prudencia aconseja incorporar
en las compraventas la comparecencia del acreedor consintiendo en la venta y
enajenación subsecuente; o si la venta fuere forzada, obtener la autorización judicial
pertinente, antes de celebrar el contrato.
45
Código Civil, cuando se trata de la cuota que recae en un inmueble hereditario, pues en
tal hipótesis, la ley exige enajenar de consuno.
Cabe consignar que en este caso, si el acto se celebra entre dos comuneros, no
hay adjudicación, sino compraventa entre éstos. Se trata por ende de un título traslaticio y
no declarativo, como ocurriría si se tratase de una partición (Corte de Santiago, octubre
de 1915).
Los tribunales también se han pronunciado, ante el caso de una venta en la cual el
comunero vende no sólo su cuota en el bien común, sino toda la cosa, sin consentimiento
de los demás comuneros. En tal hipótesis no hay nulidad, sino inoponibilidad, pues
estaremos ante una venta de cosa ajena. Los comuneros que no participaron en la venta
de la cosa común realizada por uno solo de ellos, tienen derecho a entablar la acción
reivindicatoria por su cuota.
Pero también puede ocurrir que las partes celebren el contrato sabiendo que la
cosa no existe, pero esperando que llegue a existir (Art. 1813). El contrato será válido,
pero también debemos distinguir, según la forma en que se redacten sus estipulaciones,
si estamos ante un contrato condicional o puro y simple aunque aleatorio. La regla general
es el contrato condicional, y lo excepcional el aleatorio, conforme lo expresa el Art. 1813.
Si lo que se vende es la cosa misma que se espera que exista, el contrato es
condicional, y la condición consiste precisamente en que la cosa llegue a existir. Si así
acontece, la condición se habrá cumplido y el contrato surtirá sus efectos. Si la cosa no
llega a existir, la condición fallará y el contrato se tendrá por no celebrado. Por ejemplo:
un agricultor vende 100 quintales de trigo de su próxima cosecha, a un determinado
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precio por quintal, y en definitiva nada cosecha, por arruinarse los sembradíos por un
fenómeno de la naturaleza.
Pero puede acontecer a su vez que lo que se vende no sea precisamente la cosa
misma que no existe pero se espera que exista, sino la contingencia de que la cosa llegue
a existir o no. En este caso, la compraventa es pura y simple, porque lo que se ha vendido
es la suerte. Estamos por ende ante un contrato aleatorio. Por ejemplo, una empresa
pesquera vende todo lo que puedan pescar en determinado plazo, sus embarcaciones,
por un precio fijado a todo evento. En este segundo caso, la circunstancia que la cosa no
llegue a existir o el que se obtenga menos de lo esperado, no afecta a la validez y
existencia del contrato, sino que a la utilidad que el comprador pretendía obtener.
iv) La cosa vendida no debe pertenecer al comprador: Art. 1816, inciso 1°.
Habría en este caso nulidad absoluta, por falta de causa en la obligación del
comprador.
Cabe precisar que para configurarse la nulidad, el comprador debe tener un
dominio absoluto y pleno sobre la cosa. Por ello, es válida la venta que hace el
fideicomisario al fiduciario. En virtud de tal venta, el fiduciario se evita cumplir la obligación
de restituir la cosa al fideicomisario al cumplirse la condición.
Algunos han visto una excepción a la prohibición de comprar una cosa propia, en
el artículo 2398, en la prenda, que establece: “A la licitación de la prenda que se subasta
podrán ser admitidos el acreedor y el deudor.” El deudor, es también, de ordinario, el
dueño de la cosa mueble que se remata. Si se adjudica la cosa, estaría adjudicándose
una cosa propia. Sin embargo, también podría estimarse que no hay en esta hipótesis
compra de cosa propia, sino que el deudor, sencillamente, paga e impide con ello la
venta.
Si por una parte la ley exige que la cosa no pertenezca al comprador, nada
establece en cuanto a que deba pertenecer al vendedor. En efecto, la venta de cosa ajena
es válida, y no puede ser de otra manera en nuestro Derecho, porque el contrato de
compraventa sólo impone al vendedor la obligación de entregar la cosa y porque
habiendo una cosa sobre la que recaiga el consentimiento de las partes que sea
determinada o determinable y lícita, el contrato puede formarse válidamente. La
obligación del vendedor no es hacer dueño de la cosa al comprador, sino darle la
posesión pacífica de la cosa. Recordemos que lo anterior es una consecuencia de haber
seguido nuestro CC. el Derecho Romano Bonitario o vulgar. El CC. francés, en cambio,
que sigue al Derecho Romano Quiritario, resta validez a la venta de cosa ajena.
Pothier puntualizaba el respecto que “es en verdad de la esencia de este contrato
que el vendedor no retenga el derecho de propiedad de la cosa vendida, cuando sea su
dueño, pues en tal caso deberá transferirlo al comprador; pero cuando el vendedor no es
dueño, y cree de buena fe serlo, se obliga únicamente (...) a defender al comprador contra
cualquiera que intentase a obligarle a dimitir la cosa, o impedirle disponer de ella como
dueño”.
Nuestra jurisprudencia también ha concluido en términos similares. Así, en un fallo
de junio de 1976, de la Corte de Concepción, se enfatiza que la venta de cosa ajena vale
porque este contrato por su naturaleza es meramente productivo de obligaciones. El
vendedor está obligado a proporcionar al comprador únicamente la posesión libre y
desembarazada de la cosa. No está obligado a transferir el dominio sino a entregar la
cosa a que la venta se refiere. Por lo mismo, nada impide que las partes contraigan
47
obligaciones respecto a una cosa ajena, como quiera que en tal contrato concurren todos
los requisitos para que sea eficaz y valedero.
Resulta de lo anterior una consecuencia que hay que tener muy presente en la
práctica: la única acción que no se puede entablar ante la venta de cosa ajena, es la de
nulidad del contrato.
Cabe expresar que no sólo hay hipótesis de venta de cosa ajena cuando un
tercero, que carece de toda vinculación jurídica con el dueño, vende una cosa de
propiedad del último. También opera esta figura, según ha señalado nuestra
jurisprudencia, cuando, por ejemplo, el mandatario vende después de fallecido el
mandante dueño del bien (el mandato expiró en este caso), Corte Suprema, sentencia de
mayo de 1918; o en el caso de la venta de bienes de una sociedad, realizada por un socio
o administrador que carecía de facultades para celebrar tal acto jurídico, Corte de
Valparaíso, enero de 1948. En estos dos casos, además estaremos ante un título injusto
(no por tratarse de venta de cosa ajena, pues esta es válida y por ende el título es justo,
sino porque se trata de personas que actuaron en calidad de mandatarios, sin serlo en
verdad, Art. 704 Nº 2). También podríamos agregar el caso del mandatario que tenía tal
calidad, pero que requería actuar conjuntamente con otros mandatario, y lo hizo
individualmente, infringiendo el pacto social.
48
asuma la defensa del comprador; y si el vendedor no puede defender exitosamente al
comprador, éste tiene derecho a ser indemnizado por los perjuicios que se le originen,
restituyendo la cosa al dueño (restitución que no supone pago, por parte del reivindicante,
del precio que pagó el comprador derrotado, pues no hay entre el dueño y dicho
comprador vínculo jurídico alguno, como se precisa en un fallo de la Corte de Temuco, de
septiembre de 1936). Todo lo anterior, según analizaremos en el ámbito de la obligación
de saneamiento de la evicción.
Si el comprador logra adquirir la cosa por prescripción antes de que accione el
primitivo dueño, el último habrá perdido el dominio de la cosa definitivamente.
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se efectuó, y no desde la fecha en que el vendedor llegó a ser dueño. El Art. 1819
constituye una aplicación del Art. 682.
III. El precio.
Requisitos:
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iii) Debe ser determinado o determinable.
El precio es determinado, cuando se le conoce con toda precisión, cuando se sabe
exactamente a cuánto asciende. El precio es determinable, cuando no se indica
exactamente su monto, pero se dan las bases para llegar a conocerlo, en el propio
contrato: Art. 1808, 1º y 2º. Así, por ejemplo, al celebrar la compraventa, convienen las
partes que el precio se pagará en el plazo de 6 meses, y que ascenderá su monto al
equivalente a 10.000 acciones de cierta sociedad anónima, según el valor que el día de
pago, hayan tenido en la Bolsa de Comercio de Santiago; entonces, lo que el legislador
exige es que el precio se encuentre determinado al momento de hacerse el pago y no al
momento de celebrar el contrato.
Como señalan en un voto disidente los Ministros Riesco y Saavedra, de la Corte
de Santiago de junio de 1894, “Cuando la ley exige como solemnidad la escritura pública
para determinadas ventas, deben constar en el instrumento todas las circunstancias que
constituyen el contrato, pues la falta de ese instrumento no puede suplirse por otra prueba
en los contratos en que la ley requiere dicha solemnidad; de los artículos 1808 y 1809 se
deduce que el precio determinable debe constar de la misma escritura pública para la
perfección de la venta; que de otro modo no se llenarían los fines de la ley y se autorizaría
en forma indirecta la renuncia de derechos que la ley no permite renunciar en el contrato
mismo, como sucedería con la lesión enorme en los casos en que proceda y que es
irrenunciable según el Art. 1892, puesto que no constando de la escritura el verdadero
precio y no pudiendo suplirse por otro medio esta omisión, no existiría base para el
ejercicio de la acción”. A juicio de Alessandri, esta es la verdadera doctrina sobre la
materia.
Sea determinado o determinable, el precio no puede quedar al arbitrio de uno solo
de los contratantes, porque es de la esencia de la compraventa que las partes sepan,
desde el momento de celebrar el contrato, a qué se obligan. Sabemos que la venta se
reputa perfecta, por regla general, desde que las partes se han puesto de acuerdo en la
cosa y en el precio. Si se deja la determinación del precio al arbitrio de uno de los
contratantes, quiere decir que las partes no se han puesto de acuerdo en el mismo, y por
tanto no puede haber compraventa.
Pero no es un obstáculo para que exista compraventa, la circunstancia que la
determinación del precio quede al arbitrio de un tercero, cuando las partes así lo han
convenido: Art. 1809. En este caso, la venta es condicional, sujeta a la condición de que
el tercero determine el precio. Si el tercero no hiciere tal determinación, podrá hacerla otra
persona designada por las partes; si no se designa, no habrá en definitiva compraventa.
Como indica Alessandri, si el tercero fija el precio, la condición se cumple y el contrato se
reputa perfecto desde el día en que se celebró y no desde el día en que aquél se fijó,
porque esa fijación era una condición suspensiva que, una vez cumplida, produce efecto
retroactivo. En cambio, si el tercero no fija el precio, no hay venta por falta de precio. Se
extingue todo derecho y toda expectativa y se considera como si las partes no hubieran
contratado jamás.
51
menos de expresarse otra cosa en el contrato. En este caso, el precio no se ha
determinado en el contrato, pero se ha fijado una base para su determinación. Para que
se aplique la norma, deben concurrir los siguientes requisitos:
52
rescisoria por lesión enorme, derechos y obligaciones de las partes en el caso de que la
cabida del predio vendido fuere mayor o menor que la declarada, monto a restituir por el
vendedor en caso de evicción parcial, etc.
La regla general a este respecto, es que son capaces para celebrar el contrato de
compraventa todas las personas a quienes la ley no declara inhábiles para celebrar éste
contrato o cualquiera otro contrato en general. De lo anterior resulta que para celebrar
válidamente el contrato de compraventa, se requiere una doble capacidad: arts. 1795,
1446 y 1447.
Analizaremos por ende las incapacidades especiales para celebrar el contrato de
compraventa, que la ley ha establecido por razones de moral o interés general.
Dichas incapacidades especiales pueden ser de dos clases: dobles o simples. Son
dobles, cuando se prohíbe a ciertas personas, en determinadas circunstancias, y en
términos absolutos, celebrar contratos de compraventa, sea con ciertas personas, sea con
cualquiera persona, en la medida que se presenten las circunstancias previstas por la ley.
Son simples, cuando la prohibición sólo se refiere a vender o a comprar determinados
bienes de ciertas personas.
Las incapacidades especiales pueden ser entonces para comprar y vender, sólo
para comprar o sólo para vender. Se trata de verdaderas limitaciones a la capacidad de
goce, pues impiden adquirir ciertos derechos y afectan en definitiva a la facultad de
disposición. Se encuentran establecidas en los arts. 1796 a 1800:
53
mujer lo que el mandante le ha encargado vender, es inaplicable el Art. 1796, ya que de
acuerdo a los principios que rigen el contrato de mandato, es el mandante quien vende a
la mujer. Con todo, si no se acredita que la mujer adquirió el inmueble en el ejercicio de
una actividad comercial (o sea, en ejercicio de su patrimonio reservado), el contrato
adolecerá de nulidad, más no absoluta, sino relativa, pues tal acto del marido importa
comprar para sí la propiedad del mandante, porque no otra cosa significa que se la haya
vendido a su mujer en el régimen de comunidad de bienes, atendido a que esa propiedad
ingresó al haber social, y no habiendo justificado el mandatario que el mandante le haya
autorizado expresamente para adquirir dicho bien raíz, como lo faculta el Art. 2144 del
CC., ha incurrido ese mandatario en la prohibición establecida en dicha norma, ampliada y
generalizada en el Art. 1800, según el cual no puede el mandatario por sí ni por
interpósita persona comprar las cosas que el mandante le ha ordenado vender.
Por su parte, una sentencia de diciembre de 1941, ratifica que aunque el Art. 1796,
nada dice de los contratos que los cónyuges celebran por interpósita persona, debe
entenderse que también son nulos, porque en el fondo el contrato lo celebran los
cónyuges valiéndose de un tercero que artificiosamente desempeña el cometido con el
objeto de que se burle la prohibición legal. Agrega el fallo que la ley no define lo que debe
entenderse por interpuesta o interpósita persona, por lo cual hay que tomar estas
expresiones en su sentido natural y obvio, según el uso general que ellas tienen, o sea,
de aquellas personas que intervienen en un acto jurídico por encargo y en provecho de
otra, aparentando obrar por cuenta propia. No es suficiente que aparezca un tercero
comprando la propiedad a uno de los cónyuges y transfiriéndola al otro para tenerlo como
interpuesta persona, sino que es menester establecer además que tuvo el móvil, la
intención o voluntad de servir inmediatamente entre aquellos para que uno pudiera radicar
en el otro el dominio del bien. En consecuencia, si el tercero tuvo la intención de adquirir
el dominio del inmueble para sí, no puede considerársele como interpósita persona,
aunque lo venda al otro cónyuge poco tiempo después.
Ninguna influencia tendrá en esta materia el régimen de bienes que vincule a los
cónyuges: sea este el de sociedad conyugal, separación de bienes o participación en los
gananciales, la compraventa será nula.
Se trata de una incapacidad especial doble, tanto para comprar como para vender.
Nada impide sin embargo que los cónyuges puedan darse bienes en pago de sus
obligaciones recíprocas. La jurisprudencia ha sido uniforme en aceptar la dación en pago
entre cónyuges. En sentencias de la Corte de Valparaíso de enero de 1934, de la Corte
de Santiago de agosto de 1943 y de la Corte Suprema de enero de 1943 y julio de 1945,
se concluye que la prohibición de la compraventa entre cónyuges no divorciados (hoy
debiéramos decir “no separados judicialmente”), constituye una excepción a la regla
general relativa a la capacidad de contratar y como tal es de derecho estricto. No puede,
por lo mismo, aplicarse a otras convenciones que la compraventa, como sería la dación
en pago, por muy marcada que sea su similitud. Las incapacidades no pueden hacerse
extensivas, por analogía, a otros casos no considerados en la disposición excepcional,
porque ello pugnaría con el principio de la capacidad que es la norma.
A su vez, en el fallo de enero de 1934 de la Corte de Valparaíso, se deja en claro
que el Art. 1773 demuestra que el legislador admite la dación en pago entre cónyuges
(cuando en el proceso de liquidación de la sociedad conyugal, los bienes sociales son
insuficientes para satisfacer los créditos que la mujer tiene contra la sociedad conyugal,
pagándose con los bienes propios del marido).
Aún más, las dudas acerca de la licitud de la dación en pago entre cónyuges
quedan del todo despejadas, considerando lo dispuesto en el Art. 1792-22, que permite a
los cónyuges o a sus herederos convenir daciones en pago para solucionar el crédito de
participación en los gananciales. El inciso 2º de la norma deja en claro que en este caso,
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la dación en pago no constituye novación sino una simple modalidad de pago, pues el
crédito renacerá (en verdad, debió haberse dicho que no se entenderá extinguido) si la
cosa dada en pago es evicta, a menos que el cónyuge acreedor haya tomado sobre sí el
peligro de la evicción, especificándolo.
4º Prohibición de comprar ciertos bienes que pesa sobre los empleados públicos:
Art. 1798, primera parte.
Al empleado público se prohíbe comprar los bienes que se vendan por su
ministerio, sean estos bienes públicos o particulares. Para que opere esta prohibición, se
requiere entonces que la venta se realice por el funcionario público, y que se verifique por
su ministerio, es decir, a través suyo, actuando en el ejercicio de sus funciones. Esta
prohibición rige para toda clase de ventas, voluntarias o forzadas, en pública subasta o
por licitación privada.
Así, por ejemplo, en un fallo de la Corte de Concepción de octubre de 1882, se
concluyó que es nula la compra hecha por un tesorero fiscal de un bien subastado en una
ejecución, en la que intervino como representante fiscal.
La misma prohibición se encuentra en el Art. 22 del C. de Minería, que excluye del
derecho para hacer manifestaciones o pedimentos y adquirir concesiones mineras o
cuotas en ellas, a funcionarios judiciales del Estado o de sus organismos y empresas y al
55
cónyuge y parientes de los mismos. El Art. 322 del COT dispone por su parte que los
miembros de las Cortes de Apelaciones y los jueces letrados en lo civil no pueden adquirir
pertenencias mineras o una cuota en ellas dentro de su respectivo territorio jurisdiccional.
La contravención será sancionada, mientras la pertenencia o cuota esté en poder del
infractor, con la transferencia de sus derechos a la persona que primeramente denunciare
el hecho ante los tribunales, sin perjuicio de otras sanciones administrativas.
Estamos ante una prohibición simple, para comprar, cuya infracción acarrea
nulidad absoluta.
56
Cabe señalar que los abogados y procuradores no pueden comprar los bienes que
se vendan en el litigio ni aún con el consentimiento del cliente, pues el Art. 1798 no
contempla excepciones.
La infracción al Art. 1798 origina nulidad absoluta. Se trata de una incapacidad
especial simple, sólo para comprar.
6º Compra de los bienes del pupilo, hecha por sus tutores o curadores: Art. 1799.
El Art. 1799 se remite a lo prevenido en el título “De la administración de los
tutores y curadores”. El Art. aplicable a la materia es el 412, que distingue entre bienes
muebles e inmuebles.
Dicho precepto impide la compra de bienes muebles del pupilo por el tutor o
curador, su cónyuge, parientes mencionados en el artículo o alguno de sus socios, sin la
autorización de los otros tutores o curadores generales que no estén implicados de la
misma manera, o por el juez en subsidio.
A su vez, el inciso 2º del Art. 412 prohíbe en términos absolutos al tutor o curador
comprar bienes raíces del pupilo, o tomarlos en arriendo. Se extiende la prohibición, que
ni aún el juez puede levantar, al cónyuge, ascendientes o descendientes del tutor o
curador.
En el inciso 1º del Art. 412, estamos ante una norma imperativa de requisito, cuya
infracción ocasiona nulidad relativa por omisión de una formalidad habilitante, mientras
que en el inciso 2º del precepto nos encontramos ante una norma prohibitiva, cuya
infracción origina nulidad absoluta por objeto ilícito (Art. 1466).
Por regla general, las infracciones a los arts. 1796 a 1800, ocasionan nulidad
absoluta; pero la regla tiene excepciones, y una de ellas es el inciso 1º del Art. 412, en
relación al Art. 1799. Nos encontramos ante una incapacidad especial simple, de compra.
57
A su vez, en un fallo de noviembre de 1888, la Corte de Talca estableció que el
mandatario no está inhabilitado para comprar los bienes del mandante que se le encargó
vender si dicha adquisición la hace en venta forzada por orden de la justicia, pues este
caso no queda comprendido en el Art. 2144 del CC.
En esta materia, cabe también preguntarse si la limitación que pesa sobre el
mandatario, opera tanto si se trata de un mandato especial (en el cual no hay duda que
opera la limitación) como de un mandato general (en el cual se han planteado dudas). En
tal sentido, un fallo de abril de 1986, de la Corte de Temuco, se pronuncia por la
inaplicabilidad de los arts. 1800 y 2144 al mandatario con poder general amplio y con
administración de bienes. Se afirma en la sentencia que si se confiere poder general
amplio con administración de bienes, y la mandataria, dentro de esas facultades, adquiere
un automóvil de la mandante, hay un autocontrato válido. Las normas citadas no tienen
aplicación en este caso, porque se trata de un poder amplio con administración de bienes
y no de un mandato específico para vender o comprar el automóvil sobre el que versó la
compraventa.
En verdad, nos parece discutible el criterio de la Corte de Temuco, salvo si dentro
de la enumeración de facultades conferidas a la mandataria, estuviere la de autocontratar.
En caso contrario, por general que fuere el poder, nos parece dudoso que pudiere
eludirse la limitación impuesta por los arts. 1800 y 2144.
Naturalmente, para que rijan las limitaciones anteriores, el mandato ha de estar
vigente. Por eso, en un fallo de julio de 1886, la Corte de Santiago deja en claro que es
válida la compra de los bienes del mandante por el mandatario después que éste ha
terminado su mandato para vender esos bienes; no hay nulidad, porque las disposiciones
de los arts. 1800 y 2144 se refieren únicamente al mandatario en actual ejercicio de sus
funciones.
Lo dicho respecto de los mandatarios es perfectamente aplicable a los síndicos de
quiebras, los que, en cuanto a la administración y realización de los bienes del fallido, son
verdaderos mandatarios, o más bien, representantes legales. Los síndicos, en efecto, no
pueden comprar para sí los bienes que, en su carácter de tales, deben vender para que
se paguen los acreedores del fallido.
En cuanto a los albaceas, la situación es distinta. Si bien el Art. 1800 dice que
están sujetos a lo dispuesto en el Art. 2144, no es menos cierto que el Art. 1294, en el
título de los albaceas, establece que lo dispuesto en los arts. 394 y 412 se extenderá a los
albaceas. Y sabemos que el Art. 412 permite al tutor o curador comprar los bienes
muebles del pupilo con autorización de los restantes guardadores o por la justicia en
subsidio, prohibiendo sin embargo bajo todo respecto, comprar bienes raíces.
Vemos que entre los Art. 2144 y 412 no hay contradicción en cuanto a la
posibilidad de comprar bienes muebles, pero sí la hay en lo que se refiere a los bienes
inmuebles, pues si aplicamos el Art. 2144, se autorizaría a los albaceas para comprarlos,
con el consentimiento de los herederos (mandantes); en cambio, el Art. 412 impide, en
términos absolutos, dicha compra.
Ante esta discrepancia, la doctrina y la jurisprudencia han estimado que debe
prevalecer el Art. 412, porque el Art. 1294, que se remite al primero, está contenido en el
título que reglamenta los deberes y atribuciones de los albaceas. Por otra parte, mientras
el Art. 2144 tiene un carácter general, pues en él se permite la compra de toda clase de
bienes, el Art. 412 tiene un carácter especial, pues prohíbe solamente la compra de
determinada clase de bienes. Aplicando la doctrina anterior, una sentencia de la Corte de
Santiago, de agosto de 1877, ratifica que es nulo el remate de una propiedad hereditaria
efectuado por un juez partidor a favor de un yerno del albacea. Claro Solar, comentando
este fallo, observa que "aunque la venta en pública subasta está destinada a obtener el
justo precio de los bienes, la ley, temerosa de los abusos que pudieran cometerse por
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algún albacea inescrupuloso, tiene prohibido a los albaceas y a sus parientes la
adquisición aun en esta forma, de bienes de la sucesión (...) Teme la ley que el albacea,
dando datos inexactos o empleando cualquier otro procedimiento doloso, haga
desaparecer la garantía de la subasta pública, alejando postores o que éstos no mejoren
sus posturas".
Al igual que lo dicho respecto del mandatario, la Corte de Talca, en sentencia de
marzo de 1889, consigna que es válida la compra de inmuebles de la sucesión por el
albacea que ya había cesado en sus funciones. La circunstancia que a la fecha de la
celebración del contrato la cuenta del albacea no haya sido aprobada no obsta a la
expiración de su cargo.
Puede ocurrir que el albacea sea también heredero en la sucesión. En tal caso,
sostiene un fallo de la Corte de Santiago de diciembre de 1882, que el albacea puede
adquirir un inmueble de la sucesión en licitación con los otros herederos; no hay en este
caso compra ni venta, sino adjudicación del bien indiviso, continuación por el adjudicatario
del dominio que tenía el difunto.
En relación con lo anterior, es indiferente el título que da la condición de heredero.
Por eso, en sentencias de la Corte de Santiago de octubre de 1861 y de la Corte de
Concepción de septiembre de 1883, se concluye que el albacea puede adquirir, por
cesión, derechos hereditarios relativos a la sucesión en que ejerce sus funciones.
Alessandri, comentado estos fallos, dice que la Corte está en la razón, pues lo que la ley
prohíbe al albacea es adquirir los bienes que forman la herencia. Pero ninguna
disposición lo incapacita para adquirir los derechos hereditarios de uno o más de los
herederos, ya que estos derechos no forman parte de los bienes respecto de los cuales
aquél desempeña su misión.
7. MODALIDADES EN LA COMPRAVENTA.
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Pero también puede venderse una cosa que debe pesarse, contarse o medirse para
determinarla. En este segundo caso, no se trata de pesar, contar o medir para determinar
el precio, sino para determinar la cosa misma. Por ejemplo, se venden 10 toneladas de
trigo, de las contenidas en un silo, a $ 100.000.- la tonelada. Deberá pesarse el trigo
entonces, para determinar que parte de todo el trigo contenido en el silo, corresponde a
las 10 toneladas. En esta hipótesis, la venta también es válida desde que se celebra el
contrato, pero a diferencia del caso anterior, los riesgos de la cosa vendida serán de
cargo del comprador SOLO desde que las cosas hayan sido pesadas, contadas o
medidas: Art. 1821, 2º.
Fundamental resulta en todo caso, en cualquiera de las dos hipótesis, que las partes
estipulen con toda claridad qué cosas se venden, cual es su calidad, cantidad o volumen y
cuando ha de efectuarse la operación respectiva. Por eso, un fallo de la Corte de
Concepción de agosto de 1887 previene que no hay contrato perfeccionado si se estipula
la venta de 350 arrobas de mosto, poco más o menos, al precio de tres pesos el asoleado
y dos el seco o sin asolear, sin dejar establecida la cantidad precisa del mosto vendido ni
la de cada una de las clases o especies que entraban en la venta ni, finalmente, el día en
que debía hacerse la medida y entrega. En un contrato celebrado en tales términos, no
existe convenio completamente perfeccionado ni se transfiere el dominio de la cosa
vendida, por cuanto se ignora todavía cuál es la extensión precisa de las obligaciones
contraídas y de las cosas estipuladas.
Por su parte, el Art. 1822 reafirma que la operación de pesar, contar o medir no afecta
a la validez del contrato, sino sólo al problema de los riesgos. Lo que el artículo señala, en
otros términos, es que del momento que el contrato tiene existencia jurídica, las partes
disponen de las acciones que establece el Art. 1489 a todo contratante diligente.
En relación al Art. 1822, y al momento en que han de realizarse las operaciones de
cómputo, pesaje o medición, la sentencia de agosto de 1887 de la Corte de Concepción
expresa que, atendidas la naturaleza del contrato y la condición precaria de la mercadería
vendida, susceptible de pérdida y deterioro en su cantidad y calidad con el simple
transcurso del tiempo, y de variación momentánea en su precio por las vicisitudes propias
del comercio, la determinación y medida debía hacerse inmediatamente después de la
estipulación, ya que no se fijó para ello un día o plazo distinto de aquél que naturalmente
emanaba del contrato. Siendo la obligación de pagar el precio y recibir la cosa vendida
impuesta al comprador, correlativa de la de entregarla inmediatamente después del
contrato que pesa sobre el vendedor, todas ellas han debido cumplirse conjuntamente con
la determinación y medida en la época indicada.
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Finalmente, mientras el comprador no declare lo antes indicado, el riesgo de la
pérdida o el beneficio derivado de la mejora de la cosa, pertenece al vendedor.
El artículo 1996 del Código Civil también establece una hipótesis de compraventa al
gusto, cuando de un contrato celebrado para la confección de una obra material, es el
propio artífice quien suministra la materia.
Los efectos del contrato de compraventa son los derechos y obligaciones que
engendra para las partes, y como es un contrato bilateral, desde el momento mismo de su
celebración origina obligaciones a cargo de ambas partes. Para el vendedor, las
obligaciones de entregar y sanear la cosa; para el comprador, las obligaciones de pagar el
precio y la de recibir la cosa que le entrega el vendedor.
De estas obligaciones, y de acuerdo al Art. 1793, sólo son de la esencia del
contrato de compraventa la obligación del vendedor de entregar la cosa y la obligación del
comprador de pagar el precio. Las demás son de la naturaleza del contrato, es decir, no
requieren cláusula expresa, pero las partes pueden excluirlas del contrato. Además de las
mencionadas, las partes también pueden pactar obligaciones accidentales, de acuerdo a
las reglas generales.
Como toda obligación es correlativa de un derecho, las obligaciones de cada una
de las partes constituyen para la otra un derecho personal o crédito; estos derechos
recíprocos no pueden reclamarse sino de las personas que han contraído las obligaciones
correlativas.
Según el Art. 1824, las obligaciones del vendedor se reducen en general a dos: la
entrega o tradición de la cosa vendida y el saneamiento de la cosa vendida. Esta última
se descompone a su vez en dos: el saneamiento de la evicción y el saneamiento de los
vicios redhibitorios.
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• Que la cosa vendida sea una especie o cuerpo cierto;
• Que la pérdida o deterioro sobrevengan por caso fortuito y no por responsabilidad
del vendedor.
Derecho del comprador a los frutos. Debemos distinguir según se trate de los
frutos naturales o civiles y según se trate de frutos pendientes al momento de celebrar el
contrato o que se produzcan con posterioridad.
En compensación a la norma que impone al comprador el riesgo de la cosa
vendida desde el momento de la venta, el Art. 1816, 2º, establece que pertenecen al
comprador los frutos NATURALES producidos por las cosa, pendientes al momento de
celebrar el contrato, y todos los frutos NATURALES o CIVILES que produzca la cosa
vendida, después de celebrado el contrato. En consecuencia, los frutos civiles pendientes
a la celebración del contrato (por ejemplo, rentas de arrendamiento del bien vendido),
pertenecen al vendedor. En cambio, como se concluye en un fallo de junio de 1902 de la
Corte de Talca, las rentas de arrendamiento devengadas después de perfeccionarse la
compraventa, pertenecen al comprador, aunque el contrato no se haya inscrito a favor de
éste. En efecto, el Art. 1816 no toma en cuenta la fecha de la inscripción o transferencia
del dominio, sino la venta, es decir, la fecha de otorgamiento de la escritura pública.
Tampoco desvirtúa la conclusión el Art. 648, que dispone que los frutos civiles pertenecen
al dueño de la cosa, por cuanto este artículo consigna una disposición general, que puede
sufrir modificaciones en casos especiales, como sucede cuando se trata de una venta,
respecto de la cual prevalece la norma especial del Art. 1816.
Con todo, en dos casos los frutos no pertenecerán al comprador: cuando se
estipuló entregar la cosa al cabo de cierto tiempo (o sea, un plazo); y cuando se estipuló
entregar la cosa en el evento de cierta condición. En estos casos, no pertenecerán los
frutos al comprador, sino vencido el plazo o cumplida la condición.
Las partes podrán modificar las reglas anteriores.
62
ii) Alcance de la obligación de entrega del vendedor.
63
iii) Forma en que debe hacerse la entrega de la cosa vendida.
64
pedir la resolución de una compraventa que tenía por objeto dos departamentos, si el
comprador sólo obtiene la inscripción de uno de ellos, sin que pueda alegarse en
contrario, ya que los arts. 1489 y 1824 no establecen distinción entre la inobservancia
total o parcial del contrato; son aplicables en ambos casos. Por su parte, en un fallo de la
Corte Suprema de marzo de 1929, se subraya que sobre el vendedor pesa la obligación
de entregar o transferir al comprador todos sus derechos en la cosa vendida, y esa
entrega debe ser completa, tanto en la extensión del derecho transferido como en los
accesorios de la cosa entregada, salvo estipulación en contrario.
1º La obligación de cumplir los contratos de buena fe, que impone el Art. 1546, y dentro
de la buena fe con que debe cumplirse el contrato de compraventa, se comprende que lo
que el comprador desea es la posesión material de la cosa;
2º El vendedor se obliga a entregar la cosa, y entregar, en su sentido natural y obvio,
significa poner la cosa vendida a disposición del comprador, lo que no puede hacerse de
otra manera que por la entrega material de la cosa;
3º El vendedor debe amparar al comprador en la posesión de la cosa, es decir, en el
hecho de encontrarse gozando de la cosa vendida como señor y dueño, y para que pueda
ampararlo, es menester que previamente lo haya puesto en posesión de la cosa; y
4º Por último, el CC. habla expresamente de la entrega real de la cosa, al tratar de los
plazos en que prescribe la acción de saneamiento por vicios redhibitorios: señala que el
plazo se contará desde la entrega real de la cosa (Art. 1866).
65
de 1988 de la Corte Pedro Aguirre Cerda, la obligación de entregar es un requisito de la
esencia del contrato de compraventa, imposible de eliminar, y si no se menciona en el
instrumento que da cuenta de dicho contrato, se debe entender que la entrega ha de
efectuarse de inmediato, todo conforme a las disposiciones supletorias (de la voluntad de
las partes) de los arts. 1824 y 1826 del CC.
Si el vendedor no entrega la cosa vendida en el tiempo convenido o de no haber
estipulación inmediatamente de celebrado el contrato, el comprador puede pedir la
resolución o el cumplimiento del contrato, con indemnización de perjuicios: Art. 1826, 2º,
que repite la regla general del Art. 1489. Pero para que el comprador pueda ejercer este
derecho alternativo, se ha indicado que es necesario que haya pagado el precio, o que
esté llano a pagarlo o que haya estipulado pagar a plazo: arts. 1826, 3º y 1552. En tal
sentido, un fallo de octubre de 1913, de la Corte de Talca. Sin embargo, en una sentencia
de junio de 1922 de la Corte de Concepción, se asevera que carece de base legal la
afirmación de que no existe la obligación de entregar mientras no se pague el precio por
el comprador. El precio debe pagarse en el lugar y tiempo estipulados, o, a falta de
estipulación, en el lugar y tiempo de la entrega, pero no antes que ésta.
El Art. 1826, 4º, establece sin embargo un derecho legal de retención, si después
de celebrado el contrato hubiere disminuido la fortuna del comprador, en forma que el
vendedor se halle expuesto a perder el precio, caso en el cual no estará el vendedor
obligado a entregar la cosa, aunque se hubiere estipulado pagar el precio a plazo, sino
cuando el comprador efectivamente se lo pague o asegure su pago suficientemente: se
trata de una aplicación del Art. 1496. En la hipótesis, podría ocurrir que, tratándose de la
venta de bienes raíces, se hubiere efectuado la inscripción, pero estuviere pendiente la
entrega material. En un fallo de marzo de 1929 de la Corte Suprema, se admite que en tal
caso, es aplicable el inciso final del Art. 1826, señalándose que el precepto se refiere
también a la entrega material, porque de lo contrario no tendría efecto alguno esta
disposición, por la sencilla razón de que, habiéndose verificado la entrega legal por la
inscripción del título en el Registro del Conservador de Bienes Raíces, nada se podría
después retener o dejar de entregar.
Con todo, en un fallo de mayo de 1860 de la Corte de Concepción, se descarta la
aplicación del inciso final del Art. 1826, ante una eventual lesión enorme, concluyéndose
que vendido y pagado un inmueble, el vendedor no puede negarse a efectuar la entrega
so pretexto de haber lesión enorme; tal entrega debe efectuarla sin perjuicio de la reserva
de su derecho respecto de la lesión para que lo use en la forma que más viere convenirle.
v) Lugar de la entrega.
A falta de estipulación expresa, se seguirán las reglas generales del pago: así, si la
cosa es especie o cuerpo cierto, se entregará en el lugar en que existía al tiempo de la
compraventa; si la venta es de género, se entregará la cosa vendida en el domicilio del
deudor al tiempo del contrato (arts. 1587, 1588 y 1589).
Los costos que demande la entrega de la cosa son de cargo del vendedor (lo que
guarda armonía con el Art. 1806, que dispone que los gastos de la compraventa serán de
cargo del vendedor, salvo pacto en contrario), y los gastos que demande el traslado de la
cosa al lugar en que definitivamente debe quedar, son de cargo del comprador, de
acuerdo con el Art. 1825.
66
Aplicando los principios anteriores, un fallo de marzo de 1885 de la Corte de
Santiago precisa que si no hay estipulación en contrario, los gastos de la escritura del
contrato, son de cargo del vendedor. Y una sentencia de abril de 1889 de la Corte de
Talca resuelve que el vendedor está obligado a reembolsar al comprador los gastos que
le originó el juicio contra un tenedor del predio comprado, a fin de poder entrar en
posesión del mismo, ya que es obligación del vendedor pagar las costas que se hacen
para poner la cosa vendida en disposición de entregarla. Asimismo, en un fallo de la Corte
de Santiago de septiembre de 1879, se concluye que incumbe al vendedor el pago del
impuesto que grava una propiedad raíz a la fecha de la venta, como el de los demás
costos necesarios para poner el inmueble vendido en disposición de entregarlo.
Dispone el Art. 1828 que ha de entregarse “lo que reza el contrato”. Es decir, la
cosa misma que es objeto de la compraventa, y si se trata de un inmueble, deberá
entregarse con todos sus accesorios, que según el Art. 570 y siguientes, se reputan
inmuebles por destinación. Agrega el Art. 1830 que se comprenden en la venta de un
predio todos sus accesorios. Los preceptos anteriores guardan armonía con el principio
general consagrado en las normas del pago –artículo 1568-, en virtud del cual, “El pago
efectivo es la prestación de lo que se debe.”
En una sentencia de noviembre de 1937, la Corte Suprema previene que el Art.
1828 no confiere acción para exigir del vendedor la devolución de parte del precio como
equivalente de una parte no entregada de la cosa vendida. Lo que podría proceder, según
deja en claro un fallo de la Corte de Valparaíso de abril de 1928, es la resolución del
contrato, ante el no cumplimiento de lo pactado, como en el caso de la no entrega de la
cosa vendida en la forma y condiciones estipuladas.
Puede prestarse a dificultades determinar qué es “lo que reza el contrato”. Como
indica un fallo de la Corte Suprema de marzo de 1917, la determinación de lo que reza el
contrato está comprendida en la interpretación del mismo. En la misma dirección, en la
sentencia de noviembre de 1937 del máximo tribunal, se enfatiza que la determinación de
lo pactado en un contrato importa la fijación de un hecho, para cuyo establecimiento es
menester recurrir a la intención de los contratantes, que es el elemento esencial e
inseparable de él, y que no cae bajo el control del tribunal de casación.
Así por ejemplo, si en el contrato se indicara entregar un vehículo libre de
gravámenes, y el vendedor entregara un vehículo sujeto a una prohibición de enajenar
judicial o convencional, entonces no se estaría entregando lo que reza el contrato. Así
mismo, si se indicara que un cuadro vendido tiene por autor a un determinado pintor, y
finalmente resulta que el cuadro resulta ser de un pintor distinto, sin perjuicio de las
alternativas de nulidad por error que puedan configurarse, habría un incumplimiento a la
hora de entregar lo que reza el contrato. (Ver caso 2-B en el anexo).
1º Pertenecen al comprador los frutos naturales pendientes al tiempo del contrato (Art.
645, 1º). El Art. 1829 constituye una aplicación del Art. 1816.
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2º Pertenecen también al comprador los frutos naturales o civiles que la cosa vendida
produzca después de celebrado el contrato (lo anterior constituye una modificación a las
reglas generales de los arts. 646 y 648, que establecen que los frutos pertenecen al
dueño de la cosa que los produce; en la compraventa en cambio, el comprador se
convierte en propietario desde la celebración del contrato).
La regla de que el vendedor debe entregar lo que reza el contrato, recibe especial
aplicación en la venta de bienes raíces, y como esta reviste en concepto de la ley mayor
importancia, ha reglamentando en los arts. 1831 a 1836 los efectos que se producen
cuando el vendedor no entrega al comprador la extensión de terreno señalada en el
contrato. Las reglas que se establecen en estos artículos son distintas, según que el
predio se venda con relación a su cabida o como una especie o cuerpo cierto.
Las disposiciones de los artículos mencionados se aplican a los predios rústicos y
no a los urbanos. En efecto, la historia fidedigna del establecimiento de la ley comprueba
lo anterior: en los proyectos del CC., el Art. 1831 se refería a la venta de fincas, expresión
genérica que abarca tanto a los predios rústicos como urbanos. En la revisión, se
sustituyó la palabra finca por la expresión “predios rústicos”, lo que pone en evidencia la
intención de limitar a estos últimos el alcance de sus disposiciones. Nuestra jurisprudencia
también lo ha entendido así, después de un comienzo dubitativo.
En un fallo de octubre de 1914, la entonces Corte de Tacna concluyó que las
disposiciones de los arts. 1832 y 1835 se refieren a toda clase de predios, rústicos o
urbanos, como asimismo la prescripción de un año establecida en el Art. 1834. Pero en
sentencias de junio de 1893 de la Corte de Concepción, enero de 1915 de la Corte
Suprema, julio de 1915 de la Corte de Valparaíso y enero de 1919 de la Corte de Iquique,
se concluye en contrario, afirmándose que las reglas en cuestión no son aplicables a la
venta de predios urbanos, no procediendo respecto a éstos la reclamación de diferencia
de la cabida, fundada en los arts. 1831 y siguientes.
Ahora bien, si atendemos al sentido natural y obvio de las palabras, predio rústico
es el que se destina a la producción de frutos naturales, o sea, el destinado al cultivo y
aprovechamiento agrícola, y predio urbano es el destinado a casa-habitación, almacenes,
oficinas u otros objetos análogos. Lo que caracteriza a una y otra clase de predios no es
su ubicación, sino su destino: si el predio está destinado a cultivos agrícolas, es rústico,
aunque esté situado dentro del radio urbano de una ciudad (con todo, no debemos olvidar
que el criterio del legislador ha oscilado entre la función y la ubicación del predio; así, por
ejemplo, en la Ley de Reforma Agraria, el criterio es funcional, mientras que en el DL Nº
3.516 de 1980, que regula la subdivisión de los predios agrícolas, el criterio es espacial).
Pero es menester que la destinación sea permanente.
Regla general acerca de la forma en que puede venderse un predio rústico: según
el Art. 1831, un predio rústico puede venderse con relación A SU CABIDA o como UNA
ESPECIE o CUERPO CIERTO, siendo distintas las consecuencias que resultan de una u
otra fórmula.
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La regla general es que los predios rústicos se estiman vendidos como especie o
cuerpo cierto y no en relación a su cabida, porque el Art. 1831, después de determinar los
diversos casos en que la venta se entiende hecha con relación a la cabida, dice en su
inciso final que en todos los demás casos se entenderá que el predio se vende como una
especie o cuerpo cierto. De lo anterior se desprende que cada vez que se vende un
predio rústico sin hacer ninguna de las enunciaciones que según el Art. 1831 indican que
el predio se vende en relación a su cabida, habría que entender que se ha vendido como
un cuerpo cierto. Este será un hecho que en cada caso determinará el juez, en atención a
las circunstancias del contrato, porque se trata de una cuestión que depende
exclusivamente de la voluntad de las partes, lo que no obsta para dar la regla general
anteriormente expuesta.
En armonía con lo expuesto, un fallo de enero de 1916 de la Corte Suprema deja
en claro que si el demandante pretende que el demandado vendió un predio en relación a
la cabida y no como cuerpo cierto, es carga del demandante probarlo.
69
venta no con relación a la cabida, sino como especie o cuerpo cierto, aquella en que la
designación de la cosa vendida se hace diciendo que es "la pequeña quinta como de
cuatro y media cuadras de terreno, varas más o menos". Si bien -prosigue el fallo-, según
la ley, debe entenderse que se vende un predio con relación a su cabida, siempre que
ésta se exprese de cualquier modo en el contrato, la disposición sólo debe referirse al
caso en que la extensión de la cabida sea precisa, rigurosa y exacta, de manera que con
cualesquiera datos que se hayan insertado, pueda deducirse siempre una cabida total y
determinada. Se deduce entonces que cuando la cabida de un predio es incierta, aunque
ella se exprese en el contrato, no se vende con relación a la cabida, sino como especie o
cuerpo cierto.
2º La segunda situación que contempla el Art. 1832, en su inciso 2º, es aquella en que la
cabida real ES MENOR que la cabida declarada. También hay que distinguir dos casos:
(a) En el primer caso, el precio de la cabida que falta no alcanza a la décima parte del
precio de la cabida completa: en este caso, el vendedor está obligado a completar la
cabida y si esto no fuere posible, o si el comprador no lo exigiere, se rebajará
proporcionalmente el precio a fin de que el comprador pague lo que efectivamente ha
recibido (Ejemplo: si se vende un predio de 100 hectáreas, con relación a su cabida, y el
precio es de $ 1.000.000.- por hectárea, y el vendedor entrega solamente 98 hectáreas,
estamos en presencia del caso previsto, porque el precio de la cabida que falta, $
2.000.000.-, es inferior a la décima parte de la cabida declarada o completa, es decir, $
10.000.000.-); y (b) En el segundo caso, esto es, cuando el precio de la cabida que falta
alcanza a más de la décima parte del precio de la cabida completa, podrá el comprador
aceptar la disminución del precio o desistirse del contrato y pedir la correspondiente
indemnización de perjuicios (Ejemplo: si en el caso anterior, el vendedor ha entregado
solamente 80 hectáreas, en circunstancias de que la décima parte del precio de la cabida
completa o declarada es $ 10.000.000.-, y el precio de la cabida que falta es de $
20.000.000.-, el comprador tendrá el derecho alternativo indicado).
70
En cuanto al peso de la prueba, un fallo de enero de 1916 de la Corte Suprema,
puntualiza que si el fundamento capital de la demanda consiste en que el predio
comprado por el demandante le fue vendido por el demandado en razón a su cabida y no
como cuerpo cierto y en que la cabida real resultó menor, por lo que pide se le complete
la cabida e indemnice los perjuicios, el demandante debió probar las dos circunstancias
de hecho en que se basó su acción, que la venta se hizo en relación a la cabida y que
ésta resultó menor que la pactada.
A su vez, en una sentencia de marzo de 1916 de la Corte de Santiago, se precisa
que si resulta que el predio no tiene la cabida convenida, el comprador debe reclamar en
el correspondiente juicio ordinario para que ella se complete o se proceda en la forma que
detallan los arts. 1831 y siguientes del CC; pero no puede oponer a la demanda en que el
vendedor le exige ejecutivamente el precio adeudado, la excepción de carecer de mérito
ejecutivo el título por no haber acreditado este último la entrega de los metros cuadrados
a que se refiere la escritura. En el mismo sentido, un fallo de mayo de 1929 de la Corte
Suprema concluye que la circunstancia de que el comprador (ejecutado por partes del
precio) iniciara, con anterioridad a la ejecución, juicio ordinario contra el vendedor,
ejercitando la acción sobre disminución del precio por no habérsele entregado todo el
terreno vendido, no puede enervar la acción ejecutiva del vendedor, tanto porque es un
juicio iniciado por el ejecutado contra el ejecutante, como porque la acción en él sostenida
es de lato conocimiento y se halla sub lite.
Prescripción de las acciones. Dispone el Art. 1834 que las acciones que se
originan en los arts. 1832 y 1833, prescribirán en el plazo de un año, contado desde la
entrega. Se trata de una prescripción de corto plazo. Cabe destacar que el plazo se
cuente desde la entrega del predio, lo que resulta lógico, pues sólo desde que ella se
realiza puede el comprador cerciorarse de si el predio tiene o no la cabida que le
corresponde.
La jurisprudencia ha puntualizado que la acción es inaplicable en caso de
adjudicación de un predio en el marco de la partición de una herencia. En efecto, un fallo
de abril de 1931 de la Corte de Concepción señala que no importando la adjudicación una
enajenación de heredero a heredero, ya que por ella no se transfiere el dominio, sino que
se determina o singulariza lo que pertenecía a cada uno en la universalidad de los bienes
heredados, dominio que el adjudicatario ya había adquirido por sucesión por causa de
71
muerte, no son aplicables a la adjudicación los plazos especiales fijados en la
compraventa para pedir que se complete la cabida o se disminuya el precio de lo
comprado.
Tampoco cabe oponer la excepción de prescripción fundada en el Art. 1834,
cuando el demandante interpone una acción reivindicatoria, y no las acciones previstas en
los arts. 1832 y 1833 (fallos de septiembre de 1899 de la Corte de Valparaíso, mayo de
1909 de la Corte de Santiago, julio de 1917 de la Corte de Iquique y julio de 1920 de la
Corte Suprema). En este contexto, podría ocurrir que el vendedor hubiere entregado una
extensión de terreno mayor que la vendida, entablando entonces en contra del comprador
una acción reivindicatoria y no las acciones de los arts. 1832 y 1833; el demandado no
puede oponer la excepción de prescripción que contra ellas (o sea, contra las acciones
que emanan de los arts. 1832 y 1833) otorga el Art. 1834.
Recordemos también que el Art. 1834 ha sido uno de los preceptos en que se
basa la doctrina y jurisprudencia para concluir que la entrega del predio ha de ser real y
no solamente legal, considerando que sólo la ocupación material habilita para apreciar lo
que efectivamente se entrega.
Cuatro son las acciones que prescriben en el plazo señalado:
1º La del vendedor, para exigir un aumento del precio cuando la cabida real es
mayor que la declarada (salvo que la cabida real sea de tal magnitud, que el comprador
pueda desistirse del contrato);
2º La del comprador, para pedir la rebaja del precio cuando la cabida real es
menor que la cabida declarada (salvo que lo que falte sea de tal magnitud, que el
comprador prefiera desistirse del contrato);
3º La del comprador, para exigir la entrega de la cabida que falta cuando la cabida
real es menor que la cabida declarada (salvo que lo que falte sea de tal magnitud, que el
comprador prefiera desistirse del contrato); y
4º La del comprador, para desistirse del contrato, en los casos indicados.
El Art. 1835 hace aplicable los arts. 1832 y 1833 a cualquier conjunto de
mercaderías o efectos (por ejemplo, si se vende un rebaño de animales en relación a su
número y fijando el precio por cabeza).
El Art. 1836 establece que las mencionadas acciones no impiden a las partes
entablar la acción rescisoria por lesión enorme, cuando nos encontramos ante una
desproporción grave en la equivalencia de las prestaciones, tratándose de bienes raíces.
OBLIGACIÓN DE SANEAMIENTO.
72
En cualquiera de estas circunstancias, el vendedor no habrá cumplido su
obligación, porque esta, como hemos dicho, no es solamente la de entregar, sino también
la de proporcionar al comprador la posesión tranquila y pacífica de la cosa.
La ley viene entonces en auxilio del comprador, y le da acción para obligar al vendedor a
que le proporcione el goce tranquilo y pacífico de la cosa vendida o si esto no fuere
posible, para que le indemnice los perjuicios. Estamos ante la ACCION DE
SANEAMIENTO, que busca precisamente sanear una cosa de los gravámenes o defectos
de que adolece. La acción entonces, comprende dos objetos, señalados en el Art. 1837:
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iii) Saneamiento de la evicción.
Concepto de evicción. Del tenor de lo dispuesto en los arts. 1838 y 1839, puede
definirse la evicción como la privación del todo o parte de la cosa comprada que sufre el
comprador a consecuencia de una sentencia judicial, por causa anterior a la venta.
Evicción viene del latín evincere, que quiere decir derrotar, despojar o vencer a
otro en un litigio; y efectivamente, la evicción es la derrota que sufre el comprador en un
litigio.
La evicción no es pues un derecho o una obligación, sino que un hecho que
produce consecuencias jurídicas: da al comprador el derecho a reclamar el saneamiento e
impone al vendedor la obligación de sanear.
1º Que el comprador sea privado del todo o parte de la cosa comprada, a consecuencia
de un derecho que reclame un tercero. La privación puede ser total o parcial; es total, en
el caso de que el tercero sea dueño de toda la cosa o acreedor hipotecario del bien raíz;
será parcial, cuando el tercero sea comunero de la cosa, o cuando se le reconozca tener
sobre ella un usufructo, censo o servidumbre.
En relación a la hipótesis de evicción total o parcial por existir derechos sobre la
cosa comprada, un fallo de la Corte de Santiago de octubre de 1911, deja en claro que
debe entenderse que el comprador es privado de una parte de la cosa vendida cuando es
condenado por sentencia judicial al pago de una cierta suma de dinero proveniente de
unos censos que gravaban la propiedad vendida y que no fueron considerados en la
compraventa, pues se le priva de la cosa en la parte correspondiente al valor a que sube
la condena. Por consiguiente, procede en este caso la evicción, sin que se necesite para
su existencia que el comprador haya sido privado de todo o parte de la cosa material
comprada, pues basta para este efecto que lo sea de una parte de su valor o precio que la
representa. En la misma línea, Pothier señalaba que “Se da el nombre de evicción, no
sólo a la sentencia que pura y simplemente condena a entregar una cosa, sino también a
la que condena a entregar una cosa, pagar u obligarse a hacer una cosa. Por esta razón,
si el comprador de una finca, en virtud de haberse interpuesto acción hipotecaria, se ve
obligado al pago del crédito para evitar el abandono de la misma, que vale tanto o más
que el crédito del demandante, este comprador, en tal caso, sufre evicción de la cosa que
se le ha vendido, que no puede conservar sino a fuerza de entregar dinero; por lo que
queda el vendedor obligado a responderle de esta evicción con el reembolso de lo que
pagó por él”.
De igual forma, una sentencia de la Corte de Talca de agosto de 1921, subraya
que hay evicción de la cosa comprada no sólo cuando el comprador es privado del todo o
de una parte material de ella, sino también siempre que por sentencia judicial se declare a
favor de un tercero la existencia anterior de algún derecho sobre la cosa, que limite de
cualquier modo el dominio que el comprador se propuso adquirir.
2º Que la evicción se produzca por sentencia judicial, que desposea total o parcialmente
al comprador de la cosa.
Atendiendo a este requisito, cabe destacar:
74
perjuicio del derecho que le confiere el Art. 1872, 2º (abstenerse de pagar el precio al
vendedor, depositándolo con autorización de la justicia);
* Asimismo, tampoco hace exigible la obligación de sanear, la entrega o abandono
voluntario que haga el comprador a un tercero, de la cosa comprada, por legítimos que
parezcan ser los derechos de tal tercero; y
* Tampoco hace exigible la obligación de sanear, las turbaciones de hecho que sufre el
comprador, las que debe repeler por sí mismo (el mismo principio, en el Art. 1930). En
otras palabras, el vendedor sólo está obligado a responder por las turbaciones de
derecho, cuando terceros interponen acciones judiciales en contra del comprador. Ratifica
lo anterior un fallo de marzo de 1936, de la Corte de Temuco, que enfatiza que el
vendedor sólo responde de las turbaciones de derecho, pero no de las vías de hecho,
pues en ese caso el comprador encuentra amparo suficiente en la protección general de
la ley. La turbación de derecho debe exteriorizarse por la interposición de una acción
judicial en que se demande la cosa comprada, por causa anterior a la venta.
En una hipótesis sin embargo, puede darse el caso de que se produzca la
evicción, sin mediar una sentencia judicial, conforme al Art. 1856. El caso es aquel en que
el vendedor, citado al juicio, se allana a las pretensiones del tercero. Asumiendo el
vendedor la responsabilidad que le cabe por la evicción, y aceptando el comprador
igualmente el mejor derecho del tercero, restituye dicho comprador a dicho tercero la
cosa. En todo caso, se requiere siempre un proceso.
3º Que la privación que sufra el comprador, tenga una causa anterior a la venta: Art. 1839.
Se comprende esta exigencia, porque de otra manera el despojo o la privación que
sufre el comprador, no puede ser imputable a culpa o hecho del vendedor. El Art. 1843,
1º, reitera lo indicado en el Art. 1839.
Para que la evicción se produzca, es necesario que exista un litigio, al que ponga
término una sentencia, sin perjuicio de lo indicado respecto del Art. 1856.
Cabe determinar entonces en qué momento se hace exigible la obligación de
sanear la evicción.
La obligación de sanear que pesa sobre el vendedor no sólo le impone el deber de
indemnizar al comprador cuando ha sido despojado de la cosa comprada, sino también el
de ampararlo para evitar que el despojo se produzca.
Así, la obligación de sanear la evicción comprende para el vendedor dos fases, o
puede descomponerse en dos obligaciones que recaen sobre objetos distintos y que
deben cumplirse en oportunidades diversas. A estas dos etapas de la obligación de
sanear la evicción alude el Art. 1840.
En primer término, debe prestar amparo al comprador para que obtenga un
resultado favorable en el juicio iniciado en su contra. Y si a pesar de ello pierde el juicio,
debe indemnizarle de todo el daño que sufra el comprador a consecuencia del fallo.
Entonces, dentro de la obligación general de sanear la evicción, van comprendidas en
realidad dos obligaciones específicas:
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2º Terminada la primera etapa y resuelto el litigio en forma desfavorable para el
comprador, la obligación de hacer se transforma en una obligación DE DAR, la que se
traduce en una obligación de pago de la evicción, en indemnizar al comprador los
perjuicios que ha experimentado por la pérdida de la cosa. Esta obligación es DIVISIBLE
y por ende cada uno de los herederos del vendedor responde solamente de su cuota, o si
son varios los vendedores, cada uno responde a prorrata en el dominio que tenía sobre la
cosa vendida.
76
alguna jurisprudencia, ha señalado que el fin de la institución es proteger al comprador
ante terceros que ejerciendo acciones judiciales funden estas en su derecho a tomar para
si la cosa, ya sea por considerarse dueños del bien en disputa o tener sobre él un derecho
real que permita usar y/o gozar de la cosa; así, ante una acción reivindicatoria o de
precario, por ejemplo, el comprador puede citar de evicción a su vendedor para amparar
la posesión pacífica y tranquila ante el que se pretende dueño. Pero, en el caso del juicio
de desposeimiento, el acreedor hipotecario no reclama ni tiene derecho de dominio o de
uso y/o goce sobre la cosa, sino que simplemente tiene un derecho real de garantía para
sacar a remate el inmueble y hacerse pago con el producto de la subasta. Así, apuntando
a los fines de la institución, se rechazaría la posibilidad de citar de evicción en los juicios
de desposeimiento. Agregan, por último, que si el comprador adquiere el bien, la hipoteca
al constar en un registro público, debiera ser conocida por el comprador, por lo que mal
podría exigir al vendedor que lo defiende cuando el mismo se ha expuesto a la situación.
Empero, otros autores como Alessandri, y respaldado por un mayor sector de la
jurisprudencia, aceptan la posibilidad de citar de evicción en los juicios de
desposeimiento, por cuanto, a su juicio, el legislador no ha distinguido las razones de
porque el tercero ejerce la acción que termina privando del todo o parte de la cosa
adquirida al comprador. No correspondiendo al intérprete distinguir, sería un aspecto
objetivo el que debe primar: que exista una posibilidad concreta de que un tercero por
vías de derecho prive del todo o parte de la cosa al comprador. Si se da este supuesto,
cabe citar de evicción al vendedor.
A quien puede citarse de evicción. Cabe preguntarse, al tenor del Art. 1841, si el
comprador puede citar de evicción a cualesquiera de los antecesores de su vendedor o
solamente al antecesor inmediato del último.
La tendencia de la jurisprudencia ha experimentado un cambio sobre el particular,
al interpretar el Art. 1841.
Inicialmente, la Corte Suprema concluyó que el Art. 1841 era limitativo y que el
comprador podía dirigirse solamente contra su vendedor y contra el antecesor directo e
inmediato de su vendedor. Así, en fallos de julio de 1921 y mayo de 1926 del máximo
tribunal, se asienta la siguiente doctrina: el Art. 1841 faculta al comprador para subrogarse
a su vendedor, ejercitando la acción que a éste competería si hubiera permanecido en
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posesión de la cosa; pero este último precepto fija el límite del derecho del comprador en
cuanto a que sólo puede saltar a uno de sus antecesores en el dominio de la cosa para la
citación de evicción. En consecuencia, el último comprador y actual poseedor de la cosa
no puede citar de evicción a un vendedor que es, con relación a él, el cuarto antecesor en
el dominio y posesión de la cosa que se quiere sanear. Del mismo modo, el comprador no
puede citar de evicción a uno de los anteriores vendedores si median entre ambos dos
vendedores que no han sido citados.
Aún más, en una sentencia de la Corte de Valparaíso de agosto de 1913, se
afirma que el comprador sólo puede citar de evicción a su vendedor y no al que vendió a
éste, conforme lo dispone expresamente el Art. 1843.
Somarriva, discrepando de esta doctrina, expone en su obra “Las obligaciones y
los contratos ante la jurisprudencia”, publicada en 1939, que al Art. 1841 no puede
atribuírsele carácter limitativo, sin contar con que el comprador de una cosa adquiere
todos los derechos que tenían sus antecesores, y entre estos derechos está la acción de
saneamiento de cada comprador contra su vendedor; luego, el último comprador reúne
estas acciones y puede ejercitarlas contra cualquiera de sus antecesores.
La doctrina de Somarriva también fue recogiéndose en los tribunales,
modificándose la tendencia inicial de la jurisprudencia; en fallos de septiembre de 1933,
diciembre de 1944 y agosto de 1949, todos de la Corte Suprema, se sostiene también que
el Art. 1841 reconoce el principio de que el comprador puede citar de evicción a una
persona distinta del vendedor directo, y no tiene el alcance de limitar o restringir este
principio al caso que considera como el de más ordinaria ocurrencia, ni menos el de
consagrar una prohibición relativamente a la citación de evicción de los vendedores
anteriores a aquellos a que se refiere expresamente. El Art. 1841, aunque emplee el
singular al decir que el comprador puede intentar la acción de saneamiento “contra el
tercero de quien su vendedor la hubiere adquirido”, no hizo la limitación a una sola
persona, o sea, al vendedor de su vendedor, cuando la causa de la evicción o del peligro
de la evicción puede ser ocasionado por un vendedor anterior, como sucede en la venta
de cosa parcialmente ajena realizada por el vendedor del vendedor. Innecesario sería que
cada comprador fuera citando de evicción a su vendedor en una serie sucesiva de
contratos y este derecho no se le puede negar a cada uno de los compradores, ya que
van adquiriendo todos los derechos de su vendedor y, entre ellos, el de citar de evicción a
su respectivo comprador, subrogándose cada uno de éstos en los derechos de su
vendedor en cada contrato de la serie. El comprador puede oponer la excepción de
saneamiento no sólo a su vendedor o al vendedor de quien éste hubo la cosa, sino a
cualquiera de los vendedores anteriores hasta el que aparezca como responsable de la
evicción.
1º Durante el juicio.
Si no comparece a defender al comprador, el vendedor será responsable, en
principio, de la evicción: Art. 1843. Pero como nadie responde de las culpas ajenas,
puede suceder que el juicio se haya perdido por culpa del comprador, que dejó de oponer
en defensa suya alguna excepción que sólo él podía deducir. En tal evento, el vendedor
no será responsable, aunque no haya comparecido a defender al comprador. Así, por
ejemplo, si el comprador, habiendo poseído la cosa el tiempo suficiente o agregando a su
78
posesión la de sus antecesores, puede invocar la prescripción adquisitiva y no lo hace
(Art. 1843, 2º).
Por el contrario, si el vendedor comparece a defender al comprador, se seguirá en
su contra el litigio, sin perjuicio que el comprador pueda seguir actuando en el proceso,
como parte coadyuvante, en defensa de sus intereses (Art. 1844). Cabe señalar que el
comprador no sólo podrá sino que deberá intervenir en el juicio si cuenta con excepciones
que sólo él puede oponer, puesto que si no lo hace, el vendedor quedará exento de
responsabilidad.
Al comparecer el vendedor, puede asumir dos actitudes: allanarse o no al
saneamiento de la evicción (Art. 1845). Si el vendedor estudia la demanda y reconoce que
el tercero tiene la razón y que es inútil seguir el juicio porque no reportará sino gastos, se
allanará a la demanda.
El comprador puede a su vez adoptar dos actitudes: concordar con el vendedor y
dar por terminado el juicio, restituyendo la cosa al tercero demandante y siendo
debidamente indemnizado por el vendedor; o no conformarse con la actitud del vendedor
y optar por seguir el juicio por su propia cuenta. En el último caso, si la evicción se
produce en definitiva, el vendedor está obligado a indemnizar al comprador, pero como no
es justo hacerle responder por los gastos del juicio que quiso evitar, ni hacerle pagar los
frutos devengados durante el juicio que el comprador se vio obligado a restituir, se exime
al vendedor de responder por tales conceptos.
El Art. 1847 señala los diversos aspectos que el vendedor debe indemnizar al
comprador, en caso de evicción total, vale decir, cuando es despojado íntegramente de la
cosa:
1º Debe restituir el precio, aunque la cosa al tiempo de la evicción valga menos. Salvo que
la disminución del valor de la cosa se deba a deterioros causados por el comprador y de
los cuales haya reportado beneficios (por ejemplo, cuando el comprador, mientras tuvo un
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predio forestal en su poder, taló parte de los bosques y vendió la madera, de manera que
el inmueble, al producirse la evicción, vale menos), deterioros cuyo valor será descontado
en la restitución del precio, de acuerdo al principio de que nadie puede enriquecerse a
costa ajena (Art. 1848);
2º Debe pagar las costas legales del contrato de venta que hubieren sido satisfechas por
el comprador;
3º Debe pagar el valor de los frutos, que el comprador hubiere sido obligado a restituir al
dueño, sin perjuicio de lo dispuesto en el Art. 1845 (vale decir, cuando el vendedor se
allanó a la demanda y el comprador optó por seguir el juicio, caso en el cual el comprador
carece de derecho para exigir al vendedor que le restituya el valor de los frutos percibidos
a partir de la defensa asumida por el comprador).
Cabe indicar que la obligación del comprador frente al tercero demandante en
orden a restituirle los frutos, se rige por las normas generales de las prestaciones mutuas,
siendo la obligación más o menos onerosa, según haya estado el comprador de mala o
buena fe. Recordemos que el poseedor de buena fe no está obligado a la restitución de
los frutos percibidos antes de la contestación de la demanda (arts. 904 y siguientes);
4º Debe pagar las costas que el comprador hubiere sufrido a consecuencia y por efecto
de la demanda, sin perjuicio de lo dispuesto en el Art. 1845. Se trata tanto de las costas
procesales como personales; y
5º Debe pagar el aumento de valor que la cosa evicta haya tomado en poder del
comprador, aun por causas naturales o por el mero transcurso del tiempo.
Pero la ley establece limitaciones, tanto en lo concerniente al aumento de valor por
causa del hombre como en lo relativo a causas naturales.
En cuanto al aumento de valor que haya experimentado la cosa por mejoras, el
vendedor tiene mayor o menor responsabilidad según hubiere estado de mala o buena fe
(Art. 1849):
* Si estaba de buena fe, el vendedor debe reembolsar al comprador el valor de las
mejoras necesarias y útiles, siempre que ellas no hubieren sido pagadas por el
demandante;
* Si estaba de mala fe, el vendedor debe abonar al comprador incluso las mejoras
voluptuarias.
Tratándose del aumento de valor por causas naturales o por el transcurso del
tiempo, también será determinante la buena o mala fe del vendedor (Art. 1850):
* Si el vendedor estaba de buena fe: abonará hasta la cuarta parte que excediere el precio
de venta;
* Si el vendedor estaba de mala fe: abonará todo el aumento de valor, cualquiera sea su
causa.
Cabe consignar que en las VENTAS FORZADAS, esto es, las que se hacen por
intermedio de la justicia y a petición del acreedor y en las que el juez es el representante
legal del tradente, la indemnización de la evicción se limita a la restitución del precio que
haya producido la venta, conforme al Art. 1851. Lo anterior obedece a una razón de
equidad, ya que el vendedor se vio obligado a enajenar, contra su voluntad.
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celebrado el contrato, nace en su favor un derecho alternativo: 1° Pedir la resolución del
contrato (el Código dice “rescisión”, impropiamente); o 2° pedir el saneamiento parcial,
con arreglo al Art. 1847 (Art. 1852, 4º).
Si se opta por la primera alternativa, recaerá en el comprador la carga de probar
que la parte evicta era esencial para contratar. En relación a los antecedentes que
demostrarían que la parte evicta fue determinante en la compra, expresa un fallo de la
Corte de Talca de agosto de 1921, que en términos generales, esos antecedentes no
pueden ser otros que los constituidos por circunstancias relativas a la naturaleza de la
cosa comprada, al fin a que ella fuere destinada y a los propósitos que hayan movido al
comprador a celebrar el contrato, manifestados por actos coetáneos o posteriores a la
celebración del contrato.
El Art. 1853 reglamenta las relaciones entre comprador y vendedor, en el caso que
el primero opte por pedir la resolución del contrato: 1° El comprador debe restituir al
vendedor la parte no evicta; 2° Para esta restituci ón, el comprador será considerado como
poseedor de buena fe, a menos de prueba en contrario; y 3° El vendedor debe restituir el
precio, el valor de los frutos que el comprador hubiere sido obligado a restituir con la parte
evicta y deberá indemnizar todo otro perjuicio que de la evicción resultare al comprador.
Si la evicción parcial no es de tanta magnitud, de manera que sin la parte evicta el
comprador igual hubiere contratado, sólo habrá derecho a pedir el saneamiento de esa
evicción parcial en la forma señalada en el Art. 1847 (Art. 1854). En este caso, no tiene el
comprador derecho a pedir la resolución del contrato, pero sí a ser indemnizado.
81
vendedor un enriquecimiento sin causa. Esta obligación de restituir el precio íntegro existe
aunque se haya deteriorado la cosa o disminuido de cualquier modo su valor, aún por
hecho o negligencia del comprador, salvo en cuanto éste haya recabado provecho del
deterioro (Art. 1852, 1º y 2º). Sólo en dos casos queda exonerado el vendedor de su
obligación de restituir el precio (Art. 1852, 3º):
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En estos dos casos, el comprador en la práctica ha comprado la contingencia de
conservar o no la cosa en su poder, y en atención a esa contingencia, se ha fijado el
precio de la venta, usualmente más bajo que el convenido en circunstancias normales.
83
1º Si a pesar de no haber comparecido el vendedor al juicio después de citado, el
comprador sin embargo no opuso alguna excepción que sólo a él correspondía, y por ello
fuere evicta la cosa: Art. 1843, 3º;
2º Si el comprador y el demandante, sin consentimiento del vendedor, se someten al juicio
de árbitros, y éstos fallen contra el comprador: Art. 1846 Nº 1.
Conforme a un fallo de agosto de 1878 de la Corte de Santiago, aun cuando se
haya sometido la resolución a juicio de árbitro, sin consentimiento del vendedor, éste no
se encuentra excluido de pagar los gastos cuando el fallo ha sido favorable, según se
deduce del Art. 1846.
Alessandri critica esta sentencia, señalando que el vendedor tampoco está
obligado a pagar las costas del juicio si los árbitros fallaren a favor del comprador, no sólo
en virtud del Art. 1855, sino del mismo Art. 1846, porque si en el caso de ser evicto el
comprador aquél no las abona, mucho menos las abonará no siéndolo, ya que para él
cesa entonces toda responsabilidad.
3º Si el comprador perdió la posesión de la cosa por su culpa y de ello se siguió la
evicción: Art. 1846 Nº 2. Se justifica que en este caso, no sea exigible el saneamiento de
la evicción, pues no se ha cumplido el tercer requisito de la misma, a saber, que la
privación que sufra el comprador, tenga una causa anterior a la venta.
84
contrato, y si bien proporciona al comprador la posesión pacífica de la cosa, no
proporciona la posesión útil de ella, porque la cosa no sirve para el objeto al cual, según
su naturaleza, se la destina.
En este caso, el vendedor no ha cumplido su obligación y el comprador ve
defraudadas sus expectativas. La ley concurre entonces en amparo del comprador y le da
los medios para obtener del vendedor el saneamiento de los vicios de la cosa,
interponiendo la ACCION REDHIBITORIA (Art. 1857).
85
alegando la existencia de un vicio redhibitorio. Porque el vicio redhibitorio consiste en un
defecto físico, oculto, inherente a la cosa misma y relacionado con su calidad. La
internación ilegal de la cosa no constituye, pues, un vicio de esa clase.
La palabra redhibitorio no es sinónimo de "oculto", aunque hoy en día se aluda
indistintamente a uno y otro término. Según su etimología, redhibitorio viene de dos voces
latinas, red y habere. En el Derecho Romano, estos vicios se llamaban redhibitorios
porque daban derecho a un redhibitio, o sea, a devolver la cosa al vendedor, para que
éste a su vez devolviera el precio. Como los vicios en cuestión daban lugar a redhibitio, se
llamó acción redhibitoria a la que producía este efecto, y vicios redhibitorios a los que
autorizaban su ejercicio.
La acción de saneamiento por vicios redhibitorios puede tener cabida tanto en la
venta de bienes muebles como inmuebles, según lo deja en claro el Art. 1857, siendo
distinta la prescripción de la acción en uno y otro caso, como veremos.
Del Art. 1858, se desprende que para que un vicio sea redhibitorio y de lugar a la
acción redhibitoria definida en el Art. 1857, deben concurrir tres requisitos copulativos:
que el vicio exista al tiempo de la venta, que sea grave y que sea oculto.
Vale decir, debe existir en el momento en que las partes se ponen de acuerdo en
el precio y en la cosa, si la venta es consensual, o en el momento de otorgarse la
respectiva escritura pública, si la venta es solemne.
86
Es natural que los vicios deban existir al tiempo de la venta, porque sólo así son
imputables al vendedor. Si hubieran aparecido después del contrato no podría
responsabilizarse al vendedor, a menos que hubieran existido en germen al tiempo de la
venta, y se manifestaren con posterioridad en toda su gravedad (en un fallo de agosto de
1884, de la Corte de Santiago, se establece que puede declararse la “rescisión” de la
compraventa de un caballo si éste, al celebrarse el contrato, tiene una enfermedad
incurable que, aunque no lo inhabilita durante cierto tiempo para prestar los servicios a
que está destinado, lenta y fatalmente lo inutilizará). No es por lo tanto necesario que los
vicios existan en toda su integridad al celebrarse el contrato.
Tiene tal carácter, según el Art. 1858, cuando por él la cosa vendida no sirve para
su uso natural o sólo sirve imperfectamente, de modo que sea de presumir que
conociéndolo, el comprador no la hubiere comprado o la habría comprado a un precio
inferior.
Así, por ejemplo, en una sentencia de la Corte de Santiago de abril de 1861, se
concluye que constituyen vicios redhibitorios los defectos de un piano que provienen de la
madera verde con que fue construido.
La ley ha exigido que los vicios tengan los caracteres de gravedad que en este
artículo se señalan, porque de otra manera no habría vendedor seguro de que no se le
entablare la acción de saneamiento por vicios redhibitorios, ya que en la práctica todas las
cosas adolecen de algún vicio o defecto, por pequeño que sea. De ahí que la ley sólo
autoriza el ejercicio de la acción redhibitoria cuando el vicio es grave. Y como no es
posible dejar entregada la calificación del vicio al criterio del tribunal, la ley dio normas que
sirvieran de pauta para saber cuando el vicio es grave.
Por uso natural de la cosa, se entiende aquel al cual ordinariamente se la destina;
cada vez que la cosa vendida no sirva para su uso natural, aunque sirva para otros, habrá
vicios redhibitorios.
Esta es sin duda la característica principal del vicio redhibitorio. Que el vicio sea
oculto, quiere decir que el comprador no lo haya conocido al tiempo de celebrar el
contrato. Si lo conoce y a pesar de eso compra la cosa, quiere decir que no le atribuye
importancia al defecto. De ahí que los vicios aparentes, o sea los visibles de manera
ostensible, no son vicios redhibitorios.
Del número 3 del Art. 1858, se desprende que el vendedor que sabe que la cosa
adolece del vicio, debe manifestarlo al comprador, y si no lo hace, el vicio será oculto, y
por lo tanto, redhibitorio. Pero no basta que el vicio no sea manifestado al comprador para
que sea oculto; es menester, además, que el comprador no lo haya conocido, sin
negligencia grave de su parte, o que los vicios sean tales que no los haya podido conocer
fácilmente en razón de su profesión u oficio. Si el comprador ha puesto al comprar la cosa
el cuidado que ordinariamente se pone en estos casos, no habría negligencia grave de su
parte. Si a pesar de lo anterior no conoció los vicios, estos serán redhibitorios, puesto que
no resaltaban al momento de hacer el examen que ordinariamente se hace al comprar
una cosa.
Pero si el comprador, en razón de su profesión u oficio, pudo conocer el vicio sin
necesidad de haber hecho un examen muy acucioso o detenido, habrá negligencia grave
de su parte en ignorarlo y no podrá después pedir la resolución del contrato. Así, por
ejemplo, si un mecánico compra un motor y a este la falta una pieza de vital importancia
87
que a un mecánico no le puede pasar desapercibida con sólo mirar el motor, no habrá
vicio redhibitorio.
Por eso, la Corte de Apelaciones de Santiago, en un fallo de junio de 1881, declaró
que la no existencia de un camino en el fundo vendido no puede considerarse como vicio
redhibitorio, porque no es un hecho oculto y es de tal naturaleza que el comprador no ha
podido ignorarlo sin grave negligencia de su parte. En cambio, la misma Corte concluye
en un fallo de junio de 1887 que las imperfecciones de los ajustes de diversas piezas, mal
estado de otras y defectos de construcción de una máquina trilladora, que le impiden su
correcto funcionamiento, son vicios que el comprador ha podido ignorarlos sin negligencia
grave de su parte. Aún más, aunque el comprador haya recibido la máquina comprada
previo examen de un mecánico de su confianza, hay vicio redhibitorio si, según el informe
de un perito, el mal resultado de ella en el trabajo proviene de los defectos de
construcción que el comprador ha podido ignorar. De igual forma, el comprador, que
carece de conocimientos especiales, ha podido ignorar, sin negligencia grave de su parte,
la existencia de una enfermedad en un caballo, si éste, al tiempo de la venta, sólo
presentaba una rasmilladura insignificante (Corte de Santiago, agosto de 1884). A la
inversa, no es verosímil que el dueño de una panadería no conozca la calidad de harina
que compra para dedicarla a su industria o que, no conociéndola, no la someta a prueba
antes de utilizarla (Corte de Santiago, julio de 1881).
En resumen, el vicio NO es oculto: cuando el vendedor lo dio a conocer al
comprador; cuando el comprador no experto lo ha ignorado por grave negligencia suya; y
cuando el comprador experto pudo fácilmente conocerlo, en razón de su profesión u
oficio. (Ver caso 2-D en el anexo).
Según el Art. 1863, los contratantes pueden hacer redhibitorios los vicios que
naturalmente no lo son. Pero sean los vicios ocultos por disposición de la ley o por
voluntad de las partes, ellos dan al comprador el derecho alternativo de ejercitar la acción
redhibitoria establecida en los Art. 1857 y 1860:
1° Pedir la resolución del contrato . Si bien los arts. 1.857 y 1860 hablan de “rescisión”,
pero en verdad no hay nulidad relativa, sino incumplimiento de la obligación de entrega, y
por ende, una hipótesis de resolución del contrato; curiosamente, en los proyectos de CC.
previos al definitivo, e incluso en el aprobado, decía “resolución”, pero Bello escribió
“rescisión” en la corrección final.
88
una nueva acción de indemnización de perjuicios que pueda vivir por sí sola y ejercitarse
separadamente de la rescisión de la venta o de la rebaja del precio. La acción tendiente a
impetrar indemnización de perjuicios que incumbe al comprador en el caso de dolo o
engaño del vendedor por no manifestarle el verdadero estado de la cosa, no es paralela a
la que tiene con el fin de pedir la rescisión de la venta o la rebaja del precio, de modo que
pueda elegir una de las tres, sino que es accesoria a la de rescisión de la venta o a la
acción quanti minoris.
A su vez, el Art. 1862 deja en claro que la pérdida de la cosa vendida no exime de
la obligación de sanear los vicios redhibitorios, y si la cosa ha perecido a consecuencia
del vicio, no sólo se puede pedir la rebaja del precio, sino también la resolución del
contrato, con indemnización de perjuicios. Aún más, se desprende del artículo 1862 que si
la cosa se pierde “por culpa” del comprador pero a raíz del vicio redhibitorio, igualmente
se podrá demandar la rebaja del precio. Así, por ejemplo, el automóvil se incendia a
consecuencia de un defecto en su sistema eléctrico, y el comprador no puede impedirlo al
circular sin extintor.
(f) Situación cuando el objeto vendido se compone de varias cosas: Art. 1864.
Primera regla: no habrá acción redhibitoria por el conjunto, sino sólo por la cosa
viciosa;
Segunda regla: habrá acción redhibitoria por el conjunto, cuando aparezca que
éste no se habría comprado, de faltar la cosa que adolece del defecto. Como señala un
fallo de mayo de 1953 de la Corte Suprema, el “conjunto de cosas” de que trata el Art.
1864 supone una agrupación o porción de cosas determinadas de una misma especie, o
género, o calidad o características, que forman ese conjunto objeto del contrato de
compraventa (por ejemplo, comprar novillos para la crianza y engorda, de una misma
edad y mestizaje, conjunto que no se habría comprado sin un número elevado de ellos
que muere a consecuencia de una enfermedad que los afectaba, pues tal circunstancia
destruye la unidad del lote y lo hace inepto para el fin que se perseguía).
Recordemos que este precepto ha sido citado también para fundamentar la validez
de la venta de dos o más cosas en un mismo precio, sin desglosarlo.
1º Por renuncia.
También cesa la obligación en este caso, por las mismas razones expuestas al
tratar del saneamiento de la evicción. Pero al igual que en la renuncia, si hay mala fe del
vendedor, estará obligado al saneamiento y a la indemnización de perjuicios, y se
entenderá que estaba de mala fe, cuando conocía los vicios y no los declaró a petición del
comprador: Art. 1865.
89
Una sentencia de agosto de 1865, de la Corte de Santiago, precisaba que la
disposición citada, se aplica sólo a las ventas forzadas hechas por la autoridad de la
justicia; pero no a las ventas voluntarias que tienen lugar en subasta pública a solicitud o
por determinación del dueño, como en el remate pedido por los albaceas de la sucesión
de éste con una tasación presentada por ellos mismos.
En otro fallo, de la misma Corte, de septiembre de 1879, se concluye que si en el
remate, realizado dentro de un juicio ejecutivo, una persona compra para sí y para su
hermano, sabiendo el vicio de que adolecía la cosa, este hermano no puede alegar su
ignorancia del vicio si aceptó tácitamente lo obrado a su nombre.
La primera, esto es, la que tiene por objeto la resolución del contrato de venta (o
“rescisión”, como señala el Código), prescribe en 6 meses, tratándose de cosas muebles,
y en un año tratándose de inmuebles.
Los plazos anteriores pueden ser ampliados o restringidos por la voluntad de las
partes, y comienzan a correr en todo caso desde la entrega real de la cosa, y no desde la
entrega legal. Recordemos que esta circunstancia ha sido una de las que sirve de
argumento para demostrar que la venta impone al vendedor la obligación de efectuar la
entrega material de la cosa.
90
Anticipando en parte lo que se explicará al tratar el contrato de arrendamiento,
conviene indicar las diferencias que se presentan en ambos contratos, los de mayor
aplicación en la vida cotidiana, a la hora de analizar lo relativo a los vicios redhibitorios (no
obstante nuestro CC en ningún momento ha mencionado el concepto “vicio redhibitorio”
en el contrato de arrendamiento.
Las diferencias principales se exponen el siguiente cuadro:
COMPRAVENTA ARRENDAMIENTO
El Art. 1932 señala que la
“terminación” por los vicios,
doctrinariamente
Momento en el cual debe Conforme al 1858, el vicio denominados redhibitorios,
presentarse el vicio. debe tener una causa pueden tener su causa
anterior a la celebración del antes de celebrado o el
contrato. contrato o surgir con
posterioridad a la
celebración.
En el contrato de
arrendamiento, al no
En la compraventa, el Art. tratarse una “acción
Prescripción de las 1866 señala los plazos de redhibitoria”, se aplica a la
acciones que dejan sin prescripción para la acción acción de terminación de
efecto el contrato redhibitoria: 1 años para los contrato que indica el 1932
bienes inmuebles y 6 meses el plazo de prescripción
para los bienes muebles. general de 5 años que
indica el Art. 2515 CC.
91
II. OBLIGACIONES DEL COMPRADOR
De conformidad a las reglas generales del pago, arts. 1587 y 1588, éste debe
hacerse en el lugar acordado en la convención y a falta de estipulación, distinguimos:
92
especiales en la compraventa, que deben aplicarse con preferencia a la disposición
general del Art. 1552).
Alessandri concuerda con la jurisprudencia, señalado que el vendedor es quien en
estricto derecho debe comenzar por dar cumplimiento al contrato, entregando la cosa.
Una vez efectuada esta entrega, el comprador debe pagar el precio. No se crea -advierte
Alessandri- que al decir esto queremos indicar que ambas obligaciones no son
correlativas ni simultáneas...pues una y otra deben cumplirse en un mismo acto y con
simultaneidad. Lo que queremos decir es que en ese acto único, en el momento que
ambas deben cumplirse simultáneamente, la entrega debe preceder al pago del precio.
Sin embargo, el comprador está autorizado a RETENER EL PRECIO, cuando
fuere turbado en el goce de la cosa o tuviere noticias de alguna acción real que pese
sobre ella, y de que el vendedor no le ha dado conocimiento: Art. 1872, 2º.
Vemos por tanto que así como la ley autoriza al vendedor para retener la cosa
cuando existe el riesgo de que el comprador no le pague el precio, autoriza también al
comprador para retener el precio, cuando corre el riesgo de no obtener el goce pleno de la
cosa comprada.
Dos son entonces las causales que autorizan al comprador para retener el precio:
93
Podrá entonces el vendedor exigir el pago del precio, entablando la respectiva
acción ordinaria o ejecutiva, según la naturaleza del título, o podrá pedir la resolución del
contrato.
Si los vendedores fueren dos o más, se plantea si deben demandar todos o
cualquiera de ellos. Un fallo de la Corte de Santiago de noviembre de 1911 concluye que
cualquiera de los vendedores puede entablar la acción resolutoria del contrato de
compraventa; carece de importancia el hecho de no concurrir a la demanda todos ellos.
Sin embargo, la tendencia mayoritaria de la jurisprudencia se pronuncia en el sentido de
exigir la actuación de todos los vendedores, de consuno. Como se indica en una
sentencia de septiembre de 1960, de la Corte Suprema, siendo muchos los vendedores,
la acción de resolución del contrato derivada del no pago del precio debe ser deducida por
todos; ni puede, tampoco, uno de los vendedores exigir por sí solo el pago de todo el
saldo del precio de venta. Este tema se vincula directamente con la característica de ser
divisible o indivisible la acción resolutoria, que estudiamos a propósito de las obligaciones
condicionales. Lo más razonable, parece ser concluir que se trata de una acción
indivisible.
Elegida la resolución y pronunciada esta por sentencia judicial, se producen los
efectos propios de toda condición resolutoria cumplida, señalados en el Art. 1875, pero
con una importante modificación en lo tocante a los frutos.
94
2º Tiene derecho el comprador a que se le abonen las mejoras, pero también se le
considerará como poseedor de mala fe (presunción simplemente legal de mala fe), con la
salvedad que pruebe haber sufrido en su fortuna y sin culpa de su parte, menoscabos tan
grandes que le hayan hecho imposible cumplir con lo pactado (como lo señalamos, habría
aquí una recepción de la teoría de la imprevisión). Por tanto, el vendedor debe abonarle
las mejoras necesarias pero no las útiles y menos las voluptuarias. El comprador podrá
llevarse los materiales de dichas expensas, siempre que puedan separarse sin detrimento
y que el vendedor se niegue a pagarle el precio que tales materiales tendrían una vez
separados.
Con respecto a los terceros que hayan adquirido la cosa del comprador o en cuyo
favor se hayan constituido derechos reales, tendrán aplicación los arts. 1490 y 1491,
conforme lo dispone el Art. 1876, 1º. En otras palabras, la resolución del contrato no
afecta a los terceros de buena fe.
El Art. 1876, 2º, niega a las partes el derecho de probar que las declaraciones
contenidas en la escritura en orden a que el precio ha sido pagado no corresponden a la
realidad. La ley ha querido así proteger los intereses de los terceros que contraten con el
comprador. Cabe señalar que los casos que según el Art. 1876, 2º permiten probar lo
contrario, no constituyen excepciones al principio general, porque si la escritura pública es
nula o falsificada, no es tal escritura pública, y entonces ya no consta en el título que el
precio ha sido pagado.
Se ha discutido si el Art. 1876, 2º rechaza en absoluto toda prueba contraria a la
declaración de haberse pagado el precio, tanto respecto a terceros como entre las partes.
Esto es, si sólo rige cuando se trata de entablar acciones contra terceros o si también
cuando se entabla entre las partes una acción resolutoria.
Alessandri está por el alcance absoluto de la disposición, mientras que Meza
Barros estima que no rige entre las partes, argumentando:
1º Del contexto de los arts. 1875 y 1876, aparece de manifiesto que se refieren,
respectivamente, a los efectos de la resolución del contrato entre las partes y respecto de
terceros;
2º El Art. 1876, en su inciso 1º establece las condiciones generales en que la resolución
del contrato afecta a los terceros, y en el inciso 2º se ocupa de la situación de esos
mismos terceros frente a la declaración de haberse pagado el precio;
3º La disposición no se justifica sino como una medida de protección a los terceros ante
una posible colusión de las partes; y
4º Finalmente, la interpretación absoluta conduciría al absurdo, al no permitir ni siquiera,
como prueba en contrario, la confesión del comprador en orden a no haberse pagado en
realidad el precio. Concluye Meza Barros que si el comprador hiciera tal confesión, sería
insensato negar al vendedor la acción resolutoria, a pretexto de que no es admisible otra
prueba que la nulidad o falsificación de la escritura.
Algunos fallos admiten que el inciso 2º del Art. 1876 no es aplicable cuando el bien
materia del contrato no ha pasado a manos de terceros poseedores (fallos de la Corte de
Santiago, julio de 1881, julio de 1884, mayo de 1892, de la Corte de Concepción de mayo
de 1896 y de la Corte de Valparaíso de mayo de 1906). En igual sentido, un fallo de
septiembre de 1958 de la Corte de Santiago expresa que si se da en escritura pública por
pagado el precio de venta de un bien raíz, no es admisible prueba alguna para destruir
95
esa declaración, a menos que la escritura sea nula o falsificada. Los terceros adquirentes
quedan a salvo de toda acción real en el caso de que se trata; pero esto no significa que
las partes contratantes no puedan, entre ellos, probar su falta de veracidad, como podría
suceder en el supuesto de celebrarse un contrato simulado o de no ser efectivo el pago.
Por su parte, se afirma en una sentencia de la Corte Suprema de mayo de 1955 que el
Art. 1876 está destinado a proteger a los terceros adquirentes de la cosa vendida y no al
comprador de ella.
96
(iv) Cláusula de no transferir el dominio, sino por el pago del precio.
Haciendo caso a la doctrina que postula la primacía del Art. 1874, cabe prevenir
que resultaría discutible, según se vio en su momento en el Derecho de Obligaciones, que
el comprador demandado de resolución pueda pagar el precio enervando la acción
resolutoria.
I. Enumeración.
i) Pacto comisorio.
97
ii) Pacto de retroventa.
Definición.
Art. 1881. Por el pacto de retroventa el vendedor se reserva la facultad de recobrar
la cosa vendida, reembolsando al comprador la cantidad determinada que se estipulare, o
en defecto de esta estipulación lo que le haya costado la compra.
Se trata de un pacto que presta servicios muy útiles en el campo de los negocios,
tanto para el vendedor como para el comprador. Es útil para el vendedor, porque
mediante tal pacto puede obtener dinero de una cosa sin los trámites de una hipoteca o
prenda. Es útil para el comprador, porque mediante la hipoteca o la prenda no puede
quedarse con la cosa sino después de una acción judicial de desposeimiento, mientras
que en virtud de este pacto, puede quedarse con la cosa sin trámite alguno, si el vendedor
no le reembolsa el precio.
Pero el pacto también presenta inconvenientes: sirve para ocultar préstamos
usurarios o para disfrazar figuras jurídicas que la ley no admite, como la prenda pretoria,
en la que el acreedor prendario puede quedarse con la cosa prendada por el solo hecho
de no pagarle el deudor, sin mediar acción judicial alguna. El Art. 2397, aplicable también
a la hipoteca, prohíbe la estipulación de una cláusula de esta naturaleza en la prenda, que
los romanos llamaban lex comisoria.
98
b) Reembolso del precio por el vendedor.
Al ejercer la acción del pacto de retroventa, el vendedor debe reembolsar al
comprador el precio estipulado o a falta de estipulación, lo que el comprador pagó por la
cosa. Este reembolso debe hacerse en el momento mismo de ejercerse el derecho por el
vendedor. Así opina Alessandri. En sentido diverso, un fallo de la Corte de Santiago de
agosto de 1876 afirma que las disposiciones del CC. no exigen, tratándose de la
retroventa convencional, que el vendedor consigne el precio de la cosa para llevar a
efecto el pacto; basta que se ofrezca la devolución del precio convenido.
99
contra el comprador en que pida condenar a éste para retrovender. Basta cualquier
gestión judicial en que el vendedor manifieste su propósito de comprar de nuevo lo que
vendió con pacto de retroventa (por ejemplo, una gestión de pago por consignación
efectuada por el retrocomprador). Alessandri no concuerda con esta interpretación tan
amplia, señalando que debe deducirse demanda formal.
1º Efectos entre las partes: se deben prestaciones mutuas: arts. 1881 y 1883. Se trata de
los efectos propios de toda condición resolutoria cumplida:
100
* El vendedor debe restituir el precio que se haya estipulado o a falta de estipulación, lo
que se haya pagado por la cosa;
* El comprador debe devolver la cosa con todas sus accesiones naturales. Puede ocurrir
que las partes estipulen que la cosa quede en poder del vendedor hasta el vencimiento
del pacto de retroventa, y que el derecho conferido por éste caduque en definitiva. En tal
caso, subraya un fallo de la Corte de Tacna de mayo de 1913, que el vendedor no estará
obligado al pago de intereses o de arriendo, salvo que así se hubiere convenido; pero sí
debe responder en cuanto a los frutos producidos por la cosa desde el día en que venció
el plazo para ejercer el derecho de retroventa estipulado hasta la efectiva entrega de la
cosa;
* El comprador debe indemnizar al vendedor los deterioros imputables a hecho o culpa
suya; y
* El vendedor deberá indemnizar al comprador por las expensas o mejoras necesarias,
pero no las útiles y menos las voluptuarias, salvo que se hubieren hecho con el
consentimiento del vendedor.
2º Respecto de los terceros: rigen las reglas generales de los arts. 1490 y 1491, según lo
dispone expresamente (y en verdad innecesariamente) el Art. 1882.
Llamado también adictio in diem, es aquél en que las partes acuerdan que se
resolverá la venta si en un plazo determinado, que no puede pasar de UN AÑO, se
presenta un nuevo comprador que mejore el precio pagado (Art. 1886).
Estamos nuevamente ante una compraventa sobre la que pende una condición
resolutoria ordinaria, pero a diferencia del pacto de retroventa, la condición es casual,
pues no implica incumplimiento del contrato y depende de la voluntad de un tercero.
El comprador o su causahabiente (cesionario o heredero) puede evitar la
resolución sin embargo, allanándose a mejorar el precio en los mismos términos que el
nuevo comprador. Basta que iguale la nueva oferta, para hacer prevalecer su derecho.
Los efectos del pacto de retracto, tanto respecto de las partes como en relación a
terceros, son análogos a los del pacto de retroventa (Art. 1886, 2º y 3º).
101
10. RESCISIÓN POR LESION ENORME
II. Requisitos:
El precepto enfoca la lesión enorme tanto desde el punto de vista del vendedor
como del comprador. El vendedor sufre lesión enorme, “cuando el precio que recibe es
inferior a la mitad del justo precio de la cosa que vende”. Así, por ejemplo, si la cosa valía
$50.000.000.-, y recibió $ 24.999.999.- A su vez, el comprador sufre lesión enorme
“cuando el justo precio de la cosa que compra es inferior a la mitad del precio que paga
por ella.” Así, por ejemplo, si la cosa valía $ 50.000.000.-, y pagó $ 100.000.001.- Nos
parece una fórmula más sencilla para enunciar el segundo caso, la siguiente: “cuando
paga más del doble del justo precio de la cosa que compra”.
Cabe señalar que el justo precio que debe tomarse en cuenta para determinar si
hay o no lesión enorme, es aquél que tenía la cosa AL TIEMPO DEL CONTRATO, y
puesto que ésta sólo tiene cabida, en lo que se refiere a la compraventa, tratándose de la
venta de bienes inmuebles, habrá que estar al justo precio que tenía la cosa al tiempo de
otorgar la escritura pública respectiva.
Entendemos por justo precio el que corresponde al valor comercial de la cosa,
determinado por la ley de la oferta y la demanda. En un juicio, será prueba concluyente,
usualmente, la tasación que practique un perito.
Como establece una sentencia de junio de 1983, de la Corte de Santiago, el
vendedor que demanda la rescisión de un contrato de compraventa de un inmueble por
lesión enorme, debe acreditar dos hechos sustanciales: el justo precio del bien raíz
vendido al tiempo del contrato, y que el precio que ha recibido es inferior a la mitad del
mismo.
Lo mismo vale, si quien alega lesión enorme es el comprador.
ii) Debe tratarse de aquellas ventas en que la ley admite lesión enorme: Art. 1891.
102
se limita a ordenar que se extienda la escritura pública de compraventa por negativa del
prometiente vendedor a otorgarla. Tratase aquí de un contrato libremente acordado por
las partes y ordenado cumplir por sentencia ejecutoriada, y no de una venta cuya
generación sea propiamente obra de la justicia. En consecuencia, si se dan los requisitos
de la lesión enorme, no puede rehusarse la correspondiente acción rescisoria al vendedor
que, en la escritura del contrato, figura representado por el juez a causa de su rebeldía
(Corte Suprema, fallos de junio de 1968 y abril de 1980).
La jurisprudencia mayoritaria ha concluido por su parte que NO cabe lesión
enorme en la venta de derechos hereditarios, aunque comprendan bienes raíces. Se
señala en numerosos fallos que la acción rescisoria por lesión enorme no procede en la
cesión de derechos hereditarios hecha a título oneroso, aunque en ella se comprendan
bienes raíces; la especificación de éstos no tiene otro valor que el de indicar los bienes
inmuebles comprendidos en la herencia. Razones: a) dicha cesión no es una venta de
bienes raíces; b) el que cede un derecho de herencia a título oneroso sin especificar los
efectos de que se compone sólo responde de su calidad de heredero; y c) no es posible
determinar el valor del derecho cedido a la fecha del contrato, pues la cuantía de las
cargas y obligaciones que afectan a aquel derecho depende de una liquidación futura
(Corte de Concepción, noviembre de 1875, septiembre de 1883; Corte de Santiago, mayo
de 1878, mayo de 1892, Corte de Talca, noviembre de 1896, octubre de 1912; Corte
Suprema, mayo de 1950). La doctrina mayoritaria, concluye en igual sentido (Alessandri,
Leopoldo Urrutia, Somarriva).
iii) Que la cosa no se haya perdido (perecido) en poder del comprador: Art. 1893, 1º.
iv) Que la cosa no haya sido enajenada por el comprador: Art. 1893, 2º.
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efectos generales de la nulidad judicialmente declarada, que siempre da acción contra
terceros (Art. 1689).
Como se indica en un fallo de la Corte de Talca de abril de 1915, el fin del Art.
1893, 2º, es amparar los derechos de terceros que podrían ser perjudicados si se diera
lugar a la rescisión del contrato; en efecto, ésta podría declararse aun por colusión entre
el primer vendedor y el comprador, produciendo su efecto contra terceros poseedores, en
conformidad al Art. 1689 del CC.; pero obsta a ello la excepción del Art. 1893.
En cuanto al momento en que se entiende consumada la enajenación, previenen
las sentencias de la Corte de Concepción de octubre de 1878 y de la Corte de Santiago
de diciembre de 1883, que para que se extinga la acción rescisoria por la enajenación que
de la cosa comprada hace el comprador a un tercero es preciso que el título de esa
enajenación, el contrato de compraventa, se inscriba en el Conservador de Bienes
Raíces; antes de esa inscripción no hay traslación de dominio de los bienes raíces y la
acción rescisoria subsiste.
En el fallo de octubre de 1878, se agrega que la enajenación del comprador debe
hacerse antes de la demanda. Sin embargo, en sendos fallos de la Corte de Concepción
de mayo de 1885 y de la Corte de Talca de noviembre de 1907 y abril de 1915, se
concluye que la enajenación del comprador extingue la acción rescisoria aunque se haga
durante el juicio de rescisión. Alessandri concuerda con la última doctrina. Se indica sobre
el particular que el Art. 1893 no distingue en cuanto al momento en que debe efectuarse
la enajenación.
Con todo, si el comprador vendió la cosa en un precio mayor del que había
pagado, el primer vendedor podrá reclamar la diferencia, pero sólo hasta el justo valor de
la cosa, con una deducción de una décima parte.
Ejemplo: A vende a B en $ 20.000.000.- y el justo precio ascendía a $ 80.000.000.-
Por su parte, B vende en $ 90.000.000.- En este caso, A recibirá de B la cantidad de $
52.000.000.- (la diferencia entre ambas ventas, hasta concurrencia del justo precio, con la
deducción indicada en la ley). La décima parte no se calcula sobre la cantidad que se
debe pagar sino sobre el justo precio, deduciendo de él esa décima parte. De ahí que se
deduzcan $ 8.000.000.-, pues corresponden a la décima parte de $ 80.000.000.-
Como prescripción de corto tiempo, no se suspende (Art. 2524), corre contra toda
clase de personas (no se aplicaría la suspensión a que alude el artículo 1895 para la
nulidad en general, pues no hay una norma similar en el título de la lesión enorme), pero
se interrumpe, como toda prescripción.
La jurisprudencia, ratificando el claro tenor de la ley, ha señalado que la acción
debe ejecutarse dentro de 4 años, contados desde la fecha del respectivo contrato, y no
contados desde la fecha de la inscripción en el Registro del Conservador, porque el
contrato es una cosa y la tradición otra (Corte de Talca, enero de 1896). Para estos
efectos, será indiferente que hubiere precedido a la compraventa un contrato de promesa.
Los 4 años se contarán desde la fecha de la compraventa (Corte de Santiago, diciembre
de 1883).
La fecha del contrato, será la de la escritura pública que lo contiene.
En el caso del inciso 2º del Art. 1893, una sentencia de la Corte de Santiago de
diciembre de 1933, puntualiza que el plazo de prescripción de la acción de pago del
exceso de precio no se cuenta desde la fecha de la compraventa en que se produjo la
lesión, sino desde la fecha de la compraventa a virtud de la cual el comprador enajena
posteriormente la cosa al tercero, por un mayor precio. Razones: a) porque sólo desde
que se consuma este segundo contrato nace la acción del Art. 1893; antes no hay ningún
104
derecho que exista; b) porque, de contarse el plazo de 4 años desde el primer contrato de
compraventa, se seguiría la consecuencia inadmisible que dicho plazo sería
verdaderamente ilusorio, ya que, verificándose la segunda compraventa después de la
primera, la acción aprovecharía sólo del residuo restante, incurriendo así la ley en la
contradicción de dar un plazo de 4 años y de no darlo prácticamente, pues su ordenación
sólo recibiría cabal cumplimiento en un ejemplo muy rebuscado como sería el de que
ambas compraventas se verificaran en el mismo día.
De esta manera, habría que distinguir:
• Tratándose de la acción destinada a pedir que se declare la rescisión de la
compraventa: el plazo de cuatro años se contará, desee la celebración del
contrato;
• Tratándose de la acción destinada a reclamar la diferencia de precio obtenida por el
comprador, cuando éste a su vez vendió: el plazo se contará desde la celebración
de la segunda compraventa, o sea, aquella en la que el primer comprador, vendió
el inmueble a un tercero, en un precio mayor al pagado en el primer contrato.
Una parte de la doctrina, sin embargo, sostiene que tanto la acción rescisoria como la
que concede el Art. 1893 deben prescribir en el mismo plazo contado desde el mismo
hecho: la lesión enorme que se produjo en el contrato de compraventa (Infante).
105
Pero en la compraventa, la rescisión por lesión enorme varía, pues se funda en la
manifiesta desproporción en las prestaciones, y propende al restablecimiento del equilibrio
de estas prestaciones.
En efecto, si el perjudicado por la lesión enorme ha sido el vendedor, podrá el
comprador hacer subsistir el contrato aumentando el precio; a la inversa, si el afectado ha
sido el comprador, el vendedor puede hacer uso de este mismo derecho, restituyendo
parte del precio excesivo.
En consecuencia, los efectos serán distintos según si el demandado (vendedor o
comprador) opta por aceptar que la compraventa se rescinda, o por el contrario, opta por
perseverar en ella.
En una sentencia de la Corte de Santiago, de agosto de 1890, se afirma que
conforme al Art. 1890, la consecuencia legal que trae entre los contratantes la declaración
de nulidad por causa de lesión enorme se reduce a una obligación alternativa, al arbitrio
del comprador, de restituir la propiedad, conformándose con la rescisión del contrato o de
sanear la venta, completando el justo precio de la cosa vendida con deducción de una
décima parte.
Alessandri señala que no estamos ante una obligación alternativa, porque si así
fuera, la pérdida de una de las cosas debidas siempre dejaría al deudor en la obligación
de entregar la otra. Sin embargo, el Art. 1893 niega expresamente esta acción en este
caso.
106
ejercer el demandado el derecho que le otorga el Art. 1890, debe atenerse a la cantidad
regulada en la sentencia (Corte Suprema, julio de 1972).
La rescisión de la venta por lesión enorme, en general, como toda nulidad, confiere
el derecho a las partes a ser restituidas al mismo estado en que se hallarían si no
hubieren celebrado el contrato rescindido. Pero con respecto a la rescisión por lesión
enorme, observamos las siguientes modalidades:
* El vendedor deberá restituir el precio y el comprador la cosa, con intereses y frutos, pero
sólo aquellos devengados o percibidos desde la notificación de la demanda
correspondiente2: Art. 1890, 2º (el precepto alude a “la fecha de la demanda”, pero debe
entenderse por tal la fecha en que ésta se notifica). De tal forma, el vendedor, para evitar
la rescisión, además de restituir el exceso recibido sobre el justo precio aumentado en
una décima parte, debe pagar al comprador intereses legales (corrientes) sobre esa suma
desde la fecha de la demanda (Corte de Talca, mayo de 1911). Por su parte, el
comprador que opta por completar el justo precio debe hacerlo con los intereses legales
producidos desde la fecha de la demanda de lesión enorme (Corte de Chillán, junio de
1943). Lo mismo acontece, en cuanto a los frutos e intereses, si se opta por la rescisión
del contrato.
* El vendedor, conforme al Art. 1894, no podrá pedir cosa alguna en razón de los
deterioros que haya sufrido la cosa, excepto en cuanto el comprador hubiere aprovechado
de ellos (norma similar a la del Art. 906). El comprador, entonces, se considera de buena
fe, durante el tiempo en que se produjo el deterioro de la cosa, a menos que se hubiere
aprovechado del menoscabo.
* La rescisión del contrato de compraventa no afecta a los terceros adquirentes, según
indicamos. Observamos que en este punto, existe una diferencia respecto de los efectos
generales de la nulidad (Art. 1689).
* El comprador, que debe restituir la cosa, previamente está obligado a purificarla de las
hipotecas u otros derechos reales constituidos sobre el inmueble: observamos otra
excepción respecto de los efectos generales de la nulidad frente a terceros (artículo
1895).
Curiosamente, una sentencia de la Corte de Santiago de julio de 1912, ignorando
el claro tenor de la ley, concluye que las hipotecas constituidas por el comprador sobre la
cosa objeto de la venta que se rescinde por lesión enorme, caducan por el solo efecto de
la rescisión, a virtud de lo dispuesto en el Art. 2416 del CC.
Alessandri precisa que dicha sentencia desconoce el verdadero aspecto de la
cuestión, pues la resuelve por el Art. 2416, que no tiene aplicación en este caso por ser la
rescisión por lesión enorme una nulidad especialísima que se rige por las disposiciones
especiales establecidas al respecto, entre las cuales figura la del Art. 1895, que deja
subsistentes esas hipotecas aun después de pronunciada. Lo dicho se aplica también a
todos los demás derechos reales que el comprador haya constituido sobre la cosa, como
usufructos, censos, servidumbres, etc. Unos y otros no caducan por el solo efecto de la
rescisión, sino que subsisten, en tanto el comprador no los haga desaparecer.
* Las partes no están obligadas a pagar las expensas que haya ocasionado el contrato
(artículo 1890, parte final).
107
EL CONTRATO DE TRANSACCIÓN
1.- CONCEPTO.
El artículo 2446 del Código Civil, define la transacción en los siguientes términos:
“La transacción es un contrato en que las partes terminan extrajudicialmente un litigio
pendiente, o precaven un litigio eventual.
No es transacción el acto que sólo consiste en la renuncia de un derecho que no se
disputa.”
La transacción debe reunir por un lado los requisitos comunes de todo contrato, y por
el otro, debe cumplir con dos elementos o requisitos que le son propios:
Ello quiere decir que debe existir, o se espera que exista, un litigio. Debe existir un
derecho controvertido o susceptible de ser controvertido.
Debemos estar ante una relación jurídica controvertida y dudosa. Vodanovic indica
que “la incertidumbre basta que sea subjetiva, es decir, solo se necesita que las partes
duden a quien le asiste el derecho, y basta también que así lo exterioricen, aun cuando en
su fuero interno puedan saber de que lado están las pretensiones fundadas jurídicamente
y de que lado no lo están. Esta duda externa es la que da margen para que la relación
sea controvertible o litigiosa.” Sobre lo anterior escribe atinadamente un autor español:
“Afirmase que presupuesto del contrato de transacción es una relación jurídica dudosa o
al menos tenida por tal por las partes. Duda que da lugar a la controversia al creerse cada
una con derechos que la otra niega. Ahora bien, esto es, al menos, lo normal. Pero no
cabe excluir que aun de mala fe, una parte sepa cual es la verdad de la cuestión (que
externamente aparece dudosa) o que lo sepan ambas, pero ocurre que – de cualquier
manera – el favorecido por la apariencia dudosa exige concesiones a la otra para
renunciar a las reclamaciones. Entonces cabria decir que la relación sea externamente
dudosa. Mas ya se comprende que, en el fondo, lo único que realmente importa es que se
trate de una relación controvertida, y que lo de ser dudosa solo importa en cuanto da pie
para la controversia”. (Albadelejo Manuel, Derecho Civil, II, Derecho de Obligaciones,
volumen 2, Barcelona, 1980). Vodanovic concluye al respecto que la incertidumbre
subjetiva es, pues, de escasa relevancia, sobre todo en derechos como el nuestro que no
exigen para la validación de la transacción una mínima fundamentación jurídica, y no hay
sanción de nulidad del contrato cuando una de las partes conscientemente hace valer
pretensiones temerarias, es decir, que sabe la fútil o ninguna justificación legal de su
pretensión. (Vodanovic Antonio, Contrato de Transacción, Ediar-Conosur Ltda., 1985)
108
Nótese que la ley no exige que el litigio ya se encuentre trabado, pero si que un
derecho controvertido pueda conducir a iniciarlo. Naturalmente que si el litigio estuviere
terminado por sentencia con autoridad de cosa juzgada será nula la transacción, como
dispone el Art. 2455. Sin embargo, para que sea nula, una o ambas partes no deben
haber tenido conocimiento de tal situación procesal. Asimismo, no es transacción el acto
que versa sobre un derecho no disputado, Art. 2446 inciso 2.
Lo anterior no significa que las partes renuncien por iguales partes a sus
pretensiones, sino que cada una de ellas renuncie aunque sea a una parte de ellas. Por
esto se afirma que la transacción podría definirse, con mayor propiedad, como un acto en
que las partes, sacrificando parte de sus pretensiones, ponen fin a un litigio pendiente o
precaven un litigio eventual. Por tal razón, no es transacción el simple desistimiento que
de la demanda haga el demandante, no obstante la aceptación que por su parte
manifieste el demandado. En otras palabras, la ausencia de mutuas concesiones o
recíprocos sacrificios, implica la renuncia de un derecho o la remisión de una deuda, es
decir, un modo de extinguir las obligaciones, una convención que no es un contrato.
I. Contrato consensual.
Tiene dicho carácter pues grava a ambas partes, la una en beneficio de la otra.
IV. Puede o no ser titulo traslaticio de dominio (Art. 703, ultimo inciso).
Por ende, puede anularse por error en la persona, a pesar de ser onerosos, lo que
constituye una excepción a la regla general del Art. 1455.
109
4.- QUIENES PUEDEN TRANSIGIR
De ahí que la ley disponga que no puede transigir sino la persona capaz de
disponer de los objetos comprendidos en la transacción (2447). En el mismo sentido el
Art. 400.
En cuanto al mandatario, sea judicial o no, requiere poder especial para transigir,
debiendo especificarse en el poder extrajudicial los bienes, derechos y acciones sobre
que se quiera transigir (2448; 2132 y 2141 del Código Civil y Art. 8 Código de
Procedimiento Civil). No es necesaria tal singularización en el poder judicial, pues los
derechos y acciones han quedado suficientemente explicitados en los principales escritos
del juicio.
I. No se puede transigir sobre las acciones penales que nacen de un delito: Art.
2449.
II. No se puede transigir sobre los alimentos futuros de las personas a quienes se
deben por ley: Art. 2451.
110
III. No se puede transigir sobre el estado civil: Art. 2450.
Ello porque las disposiciones que lo reglan, son de orden público. Se previene por
los autores que son susceptibles de transacción las consecuencias pecuniarias de un
determinado estado civil.
IV. No se puede transigir sobre los derechos ajenos o inexistentes: Art. 2452.
A la transacción como contrato le son aplicables todas las normas generales que
se refieren a la nulidad de los actos jurídicos. Pero el legislador estableció algunas
disposiciones expresas, relativas al error, al dolo y la fuerza.
II. Art. 2457, a propósito del error. Repite la disposición general del Art. 1453;
VII. Art. 2455, respecto del proceso terminado por sentencia firme o ejecutoriada
que produce cosa juzgada.
El derecho no puede estar en discusión o ser dudoso desde el momento que un
tribunal se pronuncio sobre el mismo y no es posible interponer recurso alguno en contra
de ese fallo; la transacción será válida en todo caso, si las partes conocían el fallo y no
obstante ello, transigen.
VIII. Art. 2459, respecto del descubrimiento de documentos que demuestran que
una de las partes no tenía derecho alguno sobre el objeto sobre el cual se ha
transigido.
Se requiere para que la transacción sea nula:
111
• Que se descubran o aparezcan después de la transacción documentos que demuestran
que una de las partes no tenía ningún derecho
• Que tales documentos no hayan sido conocidos de la parte cuyos derechos favorecen
Con todo, si la transacción ha recaído sobre toda la controversia entre las partes y
no sobre un objeto en particular, habiendo varios objetos de controversia entre ellas, el
descubrimiento posterior de los títulos no ocasiona nulidad, salvo que la parte contraria
los hubiere ocultado dolosamente o los hubiera extraviado.
I. Principio general.
Como todo contrato, produce efecto solo entre las partes, Art. 2461
ii) Si son muchos los interesados en el negocio sobre el cual se transige, la transacción
consentida por el uno de ellos no perjudica ni aprovecha a los otros; esta norma tiene
especial importancia en el caso de la solidaridad, y para determinar su alcance, hay que
hacer algunas distinciones:
1° Efectos de la transacción consentida por un code udor solidario, sin que haya
novación: por regla general, cuando una obligación solidaria se extingue por uno de los
codeudores, se extingue también respecto de los demás; tal constante, que se da
respecto a cualquier medio de extinguir las obligaciones, se altera en la transacción, por
tratarse de un contrato intuito personae. Por ello, si la transacción es consentida por uno
de los codeudores solidarios, no se extiende a los otros, a menos que dicha transacción
envuelva una novación de la obligación solidaria;
2° Efectos de la transacción consentida por un code udor solidario cuando aquélla
envuelve novación: si la transacción con uno de los codeudores envuelve una novación,
los otros codeudores se liberan de la obligación (lo que guarda perfecta concordancia con
los artículos 1519 y 1645).
3° Si se transige con el poseedor aparente de un de recho, “no puede alegarse esta
transacción contra la persona a quien verdaderamente compete el derecho”, Art. 2456
inciso 3.
112
Dos diferencias fundamentales observamos sin embargo:
i) La transacción como contrato debe atacarse por vía de nulidad. La sentencia no,
obviamente, sino a través de recursos;
113
LA CESION DE DERECHOS.
1.- Generalidades.
114
3.- Cesión de créditos nominativos.
3.1. Concepto.
115
Nuestra jurisprudencia ha ratificado la conclusión anterior, según queda de
manifiesto en sendos fallos de la Corte Suprema de mayo de 1935, septiembre de
1937 y marzo de 1945, y de la Corte de Concepción, de mayo de 1941.
118
* Si la aceptación se da por instrumento privado, eventualmente deberá
pedirse en juicio que el deudor lo reconozca o que se mande tener por reconocido,
conforme al art. 346 del CPC.
* En cuanto a la fecha del documento privado en que conste la aceptación:
adquirirá ante terceros el carácter de "fecha cierta" conforme a lo dispuesto en el
art. 1703.
Cabe indicar que el deudor no puede oponerse a la cesión: art. 1636,
respecto de la novación. Aún cuando el deudor no consienta o se oponga a la
cesión, queda obligado para con el cesionario. Estamos ante lo que se denomina
delegación imperfecta. Para un solo efecto tiene importancia que la cesión haya
sido aceptada por el deudor, y es en materia de compensación. Si la cesión le ha
sido notificada y la ha aceptado sin reservas, el deudor no puede oponer en
compensación al cesionario, los créditos que antes de la cesión hubiera podido
oponer al cedente. Pero si al tiempo de la cesión formula reservas, podrá oponer
todos los créditos que tenga contra el cedente (art. 1659, 1º). Igual ocurre, si no
medió aceptación, es decir, si el deudor fue notificado de la cesión (art. 1659, 2º).
119
4.- Cesión del derecho de herencia.
122
Además, se indica que en la práctica la tesis seguida por nuestra
jurisprudencia importa negar la necesidad de una tradición para adquirir la
herencia, ya que en nada se parece a la tradición pedir la posesión efectiva o
entablar la acción de partición. Por otra parte, se crea una solución de continuidad
o vacío en el Registro de Propiedad, cuestión que repugna al legislador, como
aparece de manifiesto en el propio Mensaje del CC., al encomiar el disponer de un
registro completo de toda la propiedad territorial y sus mutaciones.
Alessandri y Somarriva no comparten estas críticas, y se pliegan a la tesis
de la jurisprudencia mayoritaria, reiterando que la herencia es una universalidad
jurídica independiente de las cosas que la componen.
Están determinados por el art. 1910. El principio que rige esta materia es el
siguiente: el cesionario debe obtener mediante la cesión el beneficio íntegro que
habría obtenido el heredero, sin que al cedente le sea lícito obtener parte alguna
de esos beneficios.
Desde ya, puede el cesionario pedir que se le otorgue la posesión efectiva
de la herencia, y más adelante solicitar la partición de la misma (art. 1320).
Precisa sobre el particular un fallo de la Corte de Santiago, de mayo de
1930, que debe rechazarse la doctrina de que la tradición de los derechos
hereditarios se opera cuando el cesionario es reconocido y aceptado en el
carácter de tal por los demás herederos (dicha doctrina se había insinuado en un
fallo de septiembre de 1905, de la Corte Suprema), por cuanto el derecho real de
herencia , que se tiene sin respecto a determinada persona, no puede quedar
subordinado a la aceptación o reconocimiento de los otros comuneros o
coherederos.
El cedente que se ha aprovechado en cualquier forma de alguno de los
efectos hereditarios o de sus frutos, está obligado a reembolsar su valor al
cesionario, salvo estipulación en contrario: art. 1910 inc. 1º.
La utilidad que el heredero estaba llamado a obtener en la herencia del
causante se determina por la fecha del fallecimiento de éste; de ahí que si el
cedente, después del fallecimiento del causante y antes de la cesión, se ha
aprovechado de algún bien de la herencia, deber reembolsar su valor al
cesionario.
La cesión del derecho de herencia comprende también todo aquello que en
virtud del derecho de acrecer, venga a incrementar la cuota del cedente, salvo
estipulación en contrario (art. 1910 inc. 3º).
Por su parte, el cesionario debe tomar o adquirir el derecho de herencia en
toda su amplitud y cargar también con la participación que le quepa en el pasivo,
vale decir, con las obligaciones y gravámenes que a su cuota hereditaria le
corresponda; y si el cedente hubiere pagado alguna deuda o carga hereditaria, el
cesionario deberá reembolsarle los costos necesarios y prudenciales (nótese que
la ley no manda reembolsar cualquier costo o gasto), que hubiere hecho en razón
de la herencia (art. 1910 inc. 2º).
Con todo, como en nuestro derecho no existe sólo la "cesión de deudas", y
el art. 1635 señala que la sustitución de un nuevo deudor a otro no produce
123
novación si el acreedor no expresa su voluntad de dar por libre al primer deudor,
produciéndose en este caso lo que se denomina una delegación imperfecta, los
acreedores hereditarios y testamentarios no están obligados a dirigirse contra el
cesionario. Pero como en virtud del contrato y subsecuente cesión que ha
mediado entre el cedente y el cesionario, el segundo es el que está obligado a la
deuda, el cedente podrá repetir contra el cesionario lo que haya pagado, a menos
que los acreedores se dirijan directamente contra el cesionario, lo que también
pueden hacer.
5.1. Generalidades.
Tal como se desprende del art. 1912, la cesión de derechos litigiosos puede
realizarse a través de distintos títulos, como venta o permuta. Asimismo, el título
puede ser oneroso o gratuito, y en este último caso, el deudor no tiene derecho a
rescate.
127
EL CONTRATO DE ARRENDAMIENTO
1. CONCEPTO.
2. CLASES DE ARRENDAMIENTO.
a) Arrendamiento de cosa;
b) Arrendamiento de obras; y
c) Arrendamiento de servicios.
128
De acuerdo al principio general establecido en el artículo 1438 del Código Civil,
nada obsta para que cada parte esté compuesta por una o más personas, naturales o
jurídicas.
Cabe consignar que las personas naturales o jurídicas extranjeras, no pueden
celebrar contratos de arrendamiento sobre predios rústicos, cuando éstos se ubican en
zonas fronterizas (artículo 3º del Decreto Ley número 993, que regula el arrendamiento de
predios rústicos).
4. REQUISITOS.
Como bien puntualiza Alessandri, tres son los elementos constitutivos del
arrendamiento, es decir, elementos de la esencia particulares, que de faltar, impiden el
nacimiento del contrato, o éste degenera en un contrato diferente. Son tales:
a) Una cosa, cuyo goce temporal ha de concederse por una de las partes a la otra; o un
hecho, que una de las partes debe ejecutar y que a su vez puede consistir en la
ejecución de una obra o en la prestación de un servicio;
5. CARACTERES.
I. Es un contrato bilateral.
IV. Es principal.
129
V. Por regla general, es un contrato consensual.
Quien recibe una cosa en arrendamiento, sólo tiene sobre ella la calidad de mero
tenedor, y por ende reconoce dominio ajeno, sin que, en principio, pueda llegar a adquirir
el dominio por prescripción Lo expuesto, salvo, si opera el caso excepcionalísimo
contemplado en el artículo 2510 regla 3ª del Código Civil, única hipótesis en que la mera
tenencia podría mudar en posesión y permitir arribar al dominio vía prescripción
adquisitiva, cuando se cumplen los dos requisitos copulativos allí indicados y que
explicamos en la unidad Derecho de Bienes.
130
VII. El arrendamiento es un contrato de duración limitada y por regla general de
tracto sucesivo.
Con todo, si dentro del giro ordinario de la cosa dada en arrendamiento está la
disposición de bienes, como por ejemplo tratándose de un predio agrícola, el arrendatario
podrá ejecutar actos de disposición, en ese caso, relativos a los frutos cosechados.
131
IX. Tratándose de los contratos de arrendamiento de inmuebles urbanos, el contrato
es dirigido.
Ello porque cuando se pactan mes a mes o por plazo indefinido o a plazo fijo que
no exceda de un año, el legislador, imperativamente, dispone que el arrendatario gozará
de un plazo adicional para la restitución del inmueble, después que el arrendador le
notifica el desahucio17 (artículos 3º y 4º de la Ley 18.101).
Además, si se trata de un contrato que recae en una vivienda y ha sido pactado a
plazo fijo superior a un año, el legislador desconoce la “ley del contrato”, pues faculta al
arrendatario para poner término anticipado al contrato sin la obligación de pagar la renta
por el período que falte, derecho que puede ejercer si el arrendador le prohibió
subarrendar (artículo 5º de la Ley 18.101).
Finalmente, son irrenunciables los derechos que la Ley 18.101 confiere a los
arrendatarios (artículo 19º de la Ley 18.101). En relación a lo anterior, Rubén Celis señala
que “Atento a lo que dispone el artículo 12 del Código Civil, la cláusula del contrato en que
el arrendatario renuncie a un derecho que la ley le acuerda, carecerá de todo valor y se
tendrá por no escrita. (Será, por ejemplo, el caso en que renuncie anticipadamente al
plazo de que legalmente dispone para restituir el inmueble. Una vez determinado
judicialmente ese plazo, podrá, sin embargo, renunciarlo).”
I. Arrendamiento y usufructo.
i) Semejanzas.
ii) Diferencias.
132
El arrendador contrae obligaciones correlativas; el nudo propietario no se obliga
para con el usufructuario, sin perjuicio de respetar su usufructo.
El usufructuario debe rendir caución suficiente de conservación y restitución y
debe practicar un inventario solemne; el arrendatario no tiene dichas obligaciones, a
menos que el arrendador le exija entregar una suma por concepto de garantía o se
confeccione un inventario, como suele ocurrir al arrendarse inmuebles, detallándose los
muebles que se contienen en ellos o sus instalaciones.
Los derechos del arrendatario se transmiten a sus herederos; el usufructo expira
con la muerte del usufructuario.
Finalmente, en el arrendamiento siempre debe haber un precio. El usufructo puede
ser gratuito.
i) Semejanzas.
Ambos contratos proporcionan el goce sobre una cosa ajena. Además, ambos sólo
confieren la mera tenencia sobre la cosa.
ii) Diferencias.
I. Definición.
Se entiende por tal aquél contrato por medio del cual una de las partes, llamada
arrendador, se obliga a conceder el goce de una cosa a la otra de las partes, llamada
arrendatario, la que se obliga a pagar por ese goce un precio determinado.
Si bien el Código Civil, en el artículo 1915, alude al “goce de una cosa”, es obvio
que el arrendamiento confiere también el uso de la misma, entendiéndose, igual que
acontece en el artículo 582 del mismo Código, cuando se define el dominio o propiedad,
que la facultad de uso está comprendida por la facultad de goce, para los efectos de
ambos artículos (lo mismo acontece en el artículo 764, cuando se define el usufructo, y en
el artículo 811, cuando se define el derecho real de uso, ambos del Código Civil).
El Ius Utendi significa que el propietario puede utilizar o servirse de la cosa. En tal
sentido, “La facultad de uso se traduce en aplicar la cosa misma a todos los servicios que
es capaz de proporcionar, sin tocar sus productos ni realizar una utilización que implique
su destrucción inmediata”.
Por su parte, la facultad de goce, llamada también Ius Fruendi, “Es la que habilita
para apropiarse los frutos y los productos que la cosa da. Precisamente en virtud de la
facultad de goce el dueño de la cosa pasa a serlo de los productos y frutos de ella”.
133
II. Elementos del contrato de arrendamiento de cosa.
Debe reunir los requisitos comunes al objeto de todo contrato, cuando recae sobre
una cosa: ha de ser real; comerciable; determinada o determinable; y susceptible de
darse en arrendamiento (constituir objeto lícito).
La regla general es que pueden darse en arrendamiento todas las cosas
corporales e incorporales (por ejemplo, el derecho real de usufructo), muebles e
inmuebles, propias o ajenas (artículo 1916 del Código Civil). Nada impide arrendar
simultáneamente cosas corporales e incorporales. Así, al dar en arrendamiento, por
ejemplo, un establecimiento comercial, puede conferirse el goce de un inmueble y
también de la cosa intangible denominada derecho de llaves (más adelante aludiremos a
él).
a) Los derechos personalísimos (esto implica, entonces, que el titular del derecho
real de uso o habitación, no puede darlo en arrendamiento);
b) Las cosas cuyo arrendamiento esté prohibido por la ley (así, por ejemplo, las
viviendas adquiridas del Servicio de Vivienda y Urbanización, no pueden
arrendarse sino después de transcurrido cierto plazo, desde la adquisición del
inmueble); y
c) Las cosas consumibles (mal podrían ser objeto de arrendamiento, si consideramos
que el arrendatario, al término del contrato, ha de restituir la misma cosa, sin
perjuicio del detrimento que pueda haber experimentado por el uso conforme a su
naturaleza y el transcurso del tiempo).
iii) El precio.
134
El artículo 1918 del Código Civil dispone que “El precio podrá determinarse de los
mismos modos que en el contrato de venta”, lo que significa que debemos aplicar los
artículos 1808 y 1809 del Código Civil, que establecen:
IV. Capacidad.
135
b) Existiendo sociedad conyugal, y tratándose de la administración de los bienes
propios de la mujer que ejerce el marido, éste puede arrendar sin restricciones los
bienes muebles de la mujer (se trata de aquellos muebles que no han ingresado al
haber relativo o aparente de la sociedad conyugal, por ejemplo, por haber sido
excluidos de ella en capitulaciones matrimoniales). En cambio, si se trata de
bienes inmuebles urbanos o rústicos propios de la mujer y el arrendamiento
excede de 5 u 8 años, respectivamente, incluyendo las prórrogas, requiere de la
autorización de la mujer (artículo 1756 del Código Civil).
c) Existiendo sociedad conyugal, y tratándose de la administración extraordinaria de
la misma que ejerce la mujer, ésta puede arrendar sin restricciones los bienes
muebles de la sociedad. En cambio, si se trata de bienes inmuebles urbanos o
rústicos que pertenecen al haber social y el arrendamiento excede de 5 u 8 años,
respectivamente, incluyendo las prórrogas, requiere de la autorización del juez,
previa información de utilidad (artículo 1761 del Código Civil).
d) El guardador puede tomar en arriendo para sí, para su cónyuge, ascendientes,
descendientes, hermanos, consanguíneos o afines hasta el cuarto grado inclusive
o socios de comercio, los bienes muebles del pupilo, siempre y cuando lo
autoricen los demás guardadores conjuntos que no estén implicados de la misma
manera o el juez en subsidio. Pero en ningún caso podrá el guardador tomar en
arriendo los bienes raíces del pupilo, prohibición que se extiende a su cónyuge y a
sus ascendientes o descendientes (artículo 412 del Código Civil). En este último
caso, estamos ante una prohibición absoluta para auto-contratar;
e) No puede el guardador dar en arrendamiento los predios rústicos del pupilo por
más de ocho años ni los urbanos por más de cinco, ni tampoco por el tiempo que
exceda la mayoría de edad del pupilo. Si arrendare tales bienes el guardador por
más tiempo, el exceso será inoponible al pupilo (artículo 407, norma similar a la
del artículo 1749, a propósito de la sociedad conyugal, ambos del Código Civil). En
cuanto al arrendamiento de bienes muebles del pupilo, no hay restricciones
legales, sin perjuicio de no poder exceder el plazo del contrato la mayoría de edad
de aquél;
f) No pueden el padre o madre que administren los bienes inmuebles del hijo no
emancipado, arrendarlos, si son rústicos, por más de 8 años y si son urbanos por
más de 5 años; y en ningún caso, por un plazo mayor que aquél que falte para que
el hijo llegue a la mayor edad. La infracción de esta norma no origina la nulidad del
contrato, sino la inoponibilidad ante el hijo (artículos 255 en relación con el 407,
ambos del Código Civil);
g) No se pueden celebrar contratos de arrendamiento sobre algún bien familiar, sin
autorización del cónyuge no propietario (artículo 142 del Código Civil). La
autorización será necesaria tanto si se trata del inmueble que sirve de residencia
principal a la familia, como de los muebles que lo guarnecen;
h) Las tierras fiscales situadas hasta una distancia de diez kilómetros, medidos desde
la frontera y las tierras fiscales situadas hasta 5 kilómetros de la costa, medidos
desde la línea de más alta marea, sólo podrán ser dadas en arrendamiento a
personas naturales o jurídicas chilenas (artículo 6º, incisos 1º y 2º del Decreto Ley
1.939 del año 1977). Sin embargo, podrán concederse en arrendamiento a
extranjeros domiciliados en Chile, en el caso de los terrenos costeros, previo
informe favorable de la Subsecretaría de Marina del Ministerio de Defensa
Nacional;
i) En las zonas fronterizas, no podrán celebrarse contratos de arrendamiento sobre
predios rústicos, con personas naturales o jurídicas extranjeras (artículo 3º del
Decreto Ley número 993 del año 1975).
136
V. Efectos del contrato de arrendamiento de cosa.
Corresponde ahora que revisemos cuáles son las obligaciones que debe cumplir
cada parte del contrato, lo que analizaremos en forma exhaustiva. A continuación,
mencionaremos sólo de manera esquemática, cuáles son los derechos de los
contratantes, en el entendido que no consideramos necesario profundizar en ellos, pues a
fin de cuentas, se trata de las obligaciones que emanan del contrato, vistas desde la
óptica de quien tiene derecho a exigir su cumplimiento.
Esta obligación se descompone en tres, por el artículo 1924 del Código Civil:
a) Momento de la entrega.
Será aquél que las partes hubieren estipulado, y a falta de pacto, al momento de
celebrar el contrato o en el plazo que se desprenda de la finalidad con que se arrendaron
las cosas.
La cosa ha de entregarse en el tiempo convenido, y en el silencio de las partes,
inmediatamente de celebrado el contrato de arrendamiento.
137
- El arrendador se halla en la imposibilidad de entregar la cosa arrendada, por
hecho o culpa suya o de sus agentes o dependientes: el arrendatario tendrá
derecho para desistir del contrato (entiéndase para pedir su resolución, con
indemnización de perjuicios: artículo 1925, inciso 1º del Código Civil); cabe señalar
que el inciso 2º del artículo dispone que habrá lugar a esta indemnización aun
cuando el arrendador haya creído erróneamente y de buena fe, que podía
arrendar la cosa, salvo que la imposibilidad haya sido conocida del arrendatario o
provenga de fuerza mayor o caso fortuito. Así, por ejemplo, el arrendador da en
arrendamiento un inmueble para ser destinado a local comercial, y la
municipalidad respectiva no otorga la patente respectiva, por estar ubicado en una
zona residencial. Se trata de la llamada culpa in contraendu o contrahendo.
- El arrendador se halla en la imposibilidad de entregar la cosa arrendada, por caso
fortuito o fuerza mayor: el arrendatario tendrá derecho para desistir del contrato
(entiéndase para pedir su resolución), pero no a exigir indemnización de perjuicios.
El artículo 1926 del Código Civil establece a su vez los efectos de la mora del
arrendador, en la entrega de la cosa:
138
b) Lugar de la entrega.
Según el artículo 1920 del Código Civil, “La entrega de la cosa que se da en
arriendo podrá hacerse bajo cualquiera de las formas de tradición reconocidas por la ley”.
El artículo, como advierte Alessandri, no es del todo exacto. En efecto, no cabe duda que
se aplica a las cosas muebles, y en ese caso, nos remitimos al artículo 684 del Código
Civil. Sin embargo, “si la cosa es inmueble es imposible aplicar el artículo 1920 en los
términos en que está redactado, porque entonces habría que inscribir el título, lo que es
absurdo, porque no se trata de transferir el dominio de la cosa arrendada”. Concluye
Alessandri que la entrega del inmueble deberá hacerse, sencillamente, colocando el
predio a disposición del arrendatario, sea entregándole las llaves, sea colocándolo en él
para que goce en debidas condiciones.
139
Como puede observarse, la solución es la misma que la establecida para la
compraventa.
Consagra el artículo 1927 del Código Civil esta obligación del arrendador. Al
respecto, debemos distinguir entre las reparaciones necesarias, útiles y voluptuarias,
advirtiendo en todo caso que las partes pueden modificar las reglas que siguen.
a) Reparaciones necesarias.
2º Que el arrendatario haya dado noticia al arrendador, “lo más pronto”, dice la ley, para
que las hiciese por su cuenta (artículo 1935 del Código Civil). Se entiende que dada la
noticia, el arrendador nada hace, obligando al arrendatario a afrontar las reparaciones por
su cuenta, pero con cargo al arrendador. Este segundo requisito no operará, “Si la noticia
no pudo darse en tiempo”.
1º Si los deterioros que las han hecho necesarias provienen de fuerza mayor o
caso fortuito; en rigor, dado que falta la “normalidad” en el deterioro, no estamos ante
reparaciones locativas. De ahí que una sentencia de la Corte de Santiago de 21 octubre
de 1978, diga que “No pueden llamarse reparaciones locativas aquellas en que los
deterioros que tratan de repararse han sido causados por un acontecimiento inusitado e
imprevisto, como es la ruptura de un canal a consecuencia de grandes temporales,
ruptura en la que no tienen culpa el arrendatario ni sus dependientes. En consecuencia, el
gasto de esas reparaciones corresponde al arrendador”; o
2º Si los deterioros que las han hecho necesarias provienen de la mala calidad de
la cosa arrendada (artículo 1927, inciso 2º), situación que obviamente no puede ser
imputable al arrendatario.
140
b) Reparaciones útiles.
Regla general: serán de cargo del arrendatario, sin perjuicio de poder separar y
llevarse los materiales, siempre y cuando no se provoque detrimento a la cosa arrendada,
a menos que el arrendador esté dispuesto a abonar al arrendatario lo que valdrían los
materiales, considerándolos separados (artículo 1936 del Código Civil); es una norma
similar a la consignada a propósito de las prestaciones mutuas, en el artículo 910 del
Código Civil;
Excepción: serán de cargo del arrendador, si éste consintió en las mejoras, con la
expresa condición de abonarlas.
c) Reparaciones voluptuarias.
Siempre serán de cargo del arrendatario, sin derecho a reembolso, a menos que
se pactare otra cosa.
Establece esta obligación el artículo 1928 del Código Civil, advirtiendo que el
arrendador no puede, sin el consentimiento del arrendatario:
141
- Cuando las reparaciones proceden de causa que ya existía al tiempo del contrato,
y no era conocida del arrendatario, pero sí por el arrendador;
- Cuando las reparaciones proceden de causa que ya existía al tiempo del contrato,
y aún cuando no era conocida por el arrendador, era tal (la causa) que el
arrendador tenía antecedentes para temerla o debiese por su profesión conocerla;
- Cuando las reparaciones embarazan el goce de la cosa demasiado tiempo, de
manera que no pueda subsistir el arrendamiento sin grave molestia o perjuicio del
arrendatario.
Dispone al efecto el artículo 1929 del Código Civil: “Si fuera de los casos previstos
en el artículo precedente, el arrendatario es turbado en su goce por el arrendador o por
cualquiera otra persona a quien éste pueda vedarlo, tendrá derecho a indemnización de
perjuicios”
Se trata de vías de hecho en que incurre el arrendador o un tercero, sobre el cual
el arrendador posee el ascendiente suficiente, como para haberle impedido realizar la
conducta que perturba al arrendatario en el goce del bien.
Si se trata de terceros sobre los cuales el arrendador nada puede hacer, o que
ningún vínculo tienen con él, será el arrendatario quien asumirá su propia defensa
(artículo 1930, inciso 1º del Código Civil). Se trata de la misma solución consagrada a
propósito de la compraventa, cuando el comprador sufre una turbación de hecho, caso en
el cual no se activa la obligación de saneamiento de evicción que pesa sobre el vendedor.
Dicha obligación se activará, cuando se trate de turbaciones de derecho, a las que nos
referiremos en el párrafo siguiente.
Los cuatro últimos incisos del artículo 1930 del Código Civil, consagran la
obligación de saneamiento de la evicción que pesa sobre el arrendador, cuando el
arrendatario es turbado o molestado en su goce por terceros que justifican algún derecho
sobre la cosa, y la causa de este derecho es anterior al contrato de arrendamiento.
- Si la causa del derecho alegado y justificado por el tercero fue conocida del
arrendador, pero no del arrendatario: deberá el arrendador indemnizar todos los
perjuicios ocasionados al arrendatario;
142
- Si la causa del derecho alegado y justificado por el tercero debió ser conocida del
arrendador, pero no lo fue del arrendatario: deberá el arrendador indemnizar todos
los perjuicios ocasionados al arrendatario;
- Si la causa del derecho alegado y justificado por el tercero fue conocida por ambas
partes, pero se estipuló que el arrendador respondería por ella: deberá el
arrendador indemnizar todos los perjuicios ocasionados al arrendatario, o según lo
que se haya estipulado por las partes;
- Si la causa del derecho alegado y justificado por el tercero no fue ni debía ser
conocida por el arrendador: éste sólo responderá del daño emergente producido al
arrendatario, no del lucro cesante.
Puede ocurrir que la cosa arrendada esté en mal estado, o su calidad sea
insuficiente, de manera que el arrendatario no puede destinarla al uso para que fue
arrendada (artículo 1932 del Código Civil). Se trata de vicios redhibitorios. En este caso, el
arrendatario tiene derecho a la terminación del contrato (el Código agrega “y aún a la
rescisión del contrato, según los casos”, frase equívoca, pues no se trata de un problema
de nulidad relativa, sino de incumplimiento del contrato por el arrendador). Podrá impetrar
este derecho el arrendatario: (Ver caso 3-A en el anexo).
Cabe destacar que resulta indiferente el motivo o causa del mal estado de la cosa.
En cualquier circunstancia, el arrendatario podrá pedir que se declare la terminación del
contrato o eventualmente su resolución, si no alcanzó a producir efectos. En tal sentido,
se enfatiza en una fallo de la Corte Suprema de diciembre de 1941, que “Lo fundamental
para el ejercicio de la acción que concede el artículo 1932 del Código Civil es el hecho de
143
ser imposible el uso de la cosa arrendada, cualquiera sea el motivo o circunstancia que lo
produzca, pues la ley sólo excluye la destrucción causada después del contrato por culpa
del arrendatario”. En la misma dirección, una sentencia de la Corte de Santiago, de julio
de 1940, concluye que “De la disposición del artículo 1932 se infiere que sólo en un caso
es inaplicable: cuando el mal estado de la cosa proviene de culpa del arrendatario y el
vicio es posterior al contrato. Por consiguiente, esta disposición legal es aplicable a todos
los demás casos, sea que el mal estado de la cosa se produzca por culpa del arrendador
o por caso fortuito o fuerza mayor”.
Puede ocurrir también que el impedimento para el goce de la cosa sólo sea
parcial, o que la cosa se destruya en parte. En estos casos, el juez decidirá, de no haber
acuerdo entre las partes, entre:
144
que el peligro de la evicción sea especificado, para que el vendedor quede
exonerado incluso de la obligación de restituir el precio de la compraventa).
ARRENDAMIENTO COMPRAVENTA
El Art. 1932 señala que la
“terminación” por los vicios,
doctrinariamente
Momento en el cual debe denominados redhibitorios, Conforme al 1858, el vicio
presentarse el vicio. pueden tener su causa debe tener una causa
antes de celebrado o el anterior a la celebración del
contrato o surgir con contrato.
posterioridad a la
celebración.
La doctrina y jurisprudencia Según se ha dicho, no
están acordes en aceptar obstante el CC no lo señala
Tipo de vicio que en el arrendamiento, expresamente, el vicio debe
los vicios pueden ser tanto ser de tipo físico,
físicos como jurídicos. descartándose los vicios
jurídicos.
Conforme se explica en el
Art. 1933, en la medida que
el vicio sea anterior a la
celebración del contrato,
siempre habrá lugar a
indemnizar el daño A la luz del 1861 CC, la
emergente, sin que sea indemnización, tanto para el
necesario que el arrendador daño emergente como para
haya estado en el lucro cesante, requieren
Derecho a indemnización conocimiento o haya estado que el vendedor haya
de perjuicios obligado a saber de los sabido del vicio o haya
vicios. Solamente será el debido saberlo por su
lucro cesante el que quede profesión u oficio.
condicionado al
conocimiento efectivo o
deber de conocimiento por
parte del arrendador.
En el contrato de
arrendamiento, al no
tratarse una “acción En la compraventa, el Art.
Prescripción de las redhibitoria”, se aplica a la 1866 señala los plazos de
acciones que dejan sin acción de terminación de prescripción para la acción
efecto el contrato contrato que indica el 1932 redhibitoria: 1 años para los
el plazo de prescripción bienes inmuebles y 6 meses
general de 5 años que para los bienes muebles.
indica el Art. 2515 CC.
145
Obligación de reembolsarle al arrendatario, las sumas que éste destinó a
reparaciones de la cosa arrendada, cuando dicho gasto era de cargo del
arrendador.
Según lo hemos expresado, el arrendador, por regla general, debe responder por
todas las reparaciones necesarias que requiera la cosa arrendada, salvo cuando se trata
de las locativas, y aún tratándose de éstas últimas responderá el arrendador, en los casos
excepcionales señalados por la ley. Por ende, si dichas reparaciones fueron realizadas
por el arrendatario, tendrá derecho a reclamar del arrendador que éste le reembolse las
sumas invertidas con tal fin. Excluimos de este derecho, por cierto, las inversiones
efectuadas para realizar reparaciones útiles y voluptuarias, pues serán de cargo del
arrendatario, a menos que el arrendador también las asumiera como suyas, en el
contrato.
146
jurídico, que el arrendador permita al arrendatario que fije un aviso o cartel en el frontis del
establecimiento comercial o la oficina que el segundo arrendaba al primero, en el que se
informe a los terceros, y en especial a la clientela del comerciante, cuál es el nuevo
domicilio del que era arrendatario. Lo razonable es que dicho aviso permanezca en el
acceso del local o de la oficina por un período que fluctúa entre quince y treinta días. Al
respecto, Jorge López Santa María, citando a Puig Brutrau, señala que “terminado un
arrendamiento de oficinas o locales comerciales, el propietario tiene la obligación jurídica
de permitir a su antiguo arrendatario colocar un rótulo o aviso en la puerta del inmueble
que ocupaba, anunciando el lugar al que se ha trasladado”.
a) Obligación de la esencia.
Por cierto, la renta debe pagarse por todo el período de vigencia del contrato,
siendo de cargo del arrendatario probar que éste expiró anticipadamente, por haberlo
acordado así las partes. Al efecto, hay que advertir que el simple abandono de la cosa
arrendada hecho por el arrendatario, no supone el término del contrato, subsistiendo por
ende la obligación del primero, de pagar la renta hasta la efectiva expiración de aquél.
147
b) Discrepancia de las partes acerca del monto de la renta o de la efectividad de su
pago.
Conforme al artículo 1943 del Código Civil, si una vez entregada la cosa al
arrendatario, hubiere disputa acerca del precio o renta:
- Se estará primero a lo que una de las partes pueda probar, conforme a las reglas
generales (aplicando por ende las limitaciones a la prueba de testigos);
- Si ninguna de las partes acreditare sus pretensiones, se estará al justiprecio de
peritos, dividiendo los costos de esta operación entre los contratantes, en partes
iguales.
Además, debemos tener presente al artículo 1570 del Código Civil, que establece
una presunción de pago, cuando se trata de obligaciones periódicas y se acredita el pago
de los tres últimos períodos. Por ello, en una sentencia de junio de 1987, de la Corte de
Santiago, se concluye que “Los recibos de arrendamiento de tres períodos determinados
y consecutivos hacen presumir los pagos de los períodos anteriores, y si se efectuaron
entre el mismo deudor y acreedor. Así resulta de la aplicación del artículo 1570 del Código
Civil”. Se invierte entonces la carga de la prueba, en lo que respecta al pago de las rentas
correspondientes a los períodos que anteceden a los tres últimos pagos, debiendo ser el
arrendador quien pruebe que no recibió pago alguno por esos conceptos, lo que resulta
muy difícil, como todo hecho negativo.
148
c) Negativa del arrendador a recibir el pago de la renta.
149
Tratándose del arrendamiento de casas, almacenes u otros edificios, el artículo
1977 del Código Civil establece que “La mora de un período entero en el pago de la renta,
dará derecho al arrendador, después de dos reconvenciones, entre las cuales medien a lo
menos cuatro días, para hacer cesar inmediatamente el arriendo, si no se presta
seguridad competente de que se verificará el pago dentro de un plazo razonable, que no
bajará de treinta días”. Esta disposición, debemos relacionarla con el artículo 611 del
Código de Procedimiento Civil, que dispone en su inciso 1º: “Cuando la terminación del
arrendamiento se pida por falta de pago de la renta, de conformidad a lo dispuesto por el
artículo 1977 del Código Civil, la segunda de las reconvenciones a que dicho artículo se
refiere, se practicará ocurriendo al tribunal respectivo, quien citará a las partes a una
audiencia inmediata y procederá en lo demás con arreglo a lo establecido en los artículos
precedentes”. Por su parte, el inciso 1º del artículo 10 de la Ley número 18.101, que fija
normas especiales sobre arrendamiento de predios urbanos, consigna, en armonía con
los preceptos anteriores: “Cuando la terminación del arrendamiento se pida por falta de
pago de la renta, de conformidad con lo dispuesto en el artículo 1977 del Código Civil, la
segunda de las reconvenciones a que dicho precepto se refiere se practicará en la
audiencia de contestación de la demanda”. (Ver caso 3-B en el anexo).
En la práctica, entonces, la primera reconvención de pago se formula en la
demanda y se entiende hecha al ser notificada; mientras que la segunda se practica como
primera diligencia, en el comparendo que se realiza al quinto día de notificada la
demanda.
Es interesante consignar que el artículo 1977 constituye una excepción al artículo
1551 número 1 del Código Civil, en virtud del cual el deudor está en mora “Cuando no ha
cumplido la obligación dentro del término estipulado, salvo que la ley en casos especiales
exija que se requiera al deudor para constituirle en mora”. El artículo 1977 es
precisamente uno de los “casos especiales”, pues no obstante no haberse pagado la
renta en el término estipulado, el arrendatario sólo se entenderá en mora una vez que se
practique la segunda reconvención de pago.
Se consagra la obligación en el artículo 1938 del Código Civil. Las reglas son las
siguientes:
150
- El arrendatario es obligado a usar de la cosa según los términos o espíritu del
contrato, y no podrá en consecuencia hacerla servir a otros objetos que los
convenidos;
- A falta de convención expresa, los usos permitidos serán aquellos a que la cosa es
naturalmente destinada, o que deban presumirse de las circunstancias del contrato
o de la costumbre del país (aplicación del principio general consagrado en el
artículo 1546 del Código Civil). Alessandri citaba como ejemplo el arriendo de un
caballo para dar un paseo, debiendo usarse para tal fin y no otro, como tirar de un
carruaje56. En términos contemporáneos, por ejemplo, si arriendo un automóvil
por un mes, no podría destinarlo, a falta de pacto, para taxi o colectivo.
151
denunciar estas infracciones, el Comité de administración, el administrador o cualquier
persona afectada, dentro de los tres meses siguientes a su ocurrencia. Lo anterior, sin
perjuicio de las indemnizaciones que en derecho correspondan. La administración del
condominio podrá, a través de circulares, avisos u otros medios, dar a conocer a la
comunidad los reclamos correspondientes.
Señala el artículo 1939 del Código Civil que “El arrendatario empleará en la
conservación de la cosa el cuidado de un buen padre de familia”.
Recordemos que conforme al artículo 44 del Código Civil, el que debe administrar
un negocio como un buen padre de familia es responsable de culpa leve, entendida como
“la falta de aquella diligencia y cuidado que los hombres emplean ordinariamente en sus
negocios propios”.
Que el arrendatario responda hasta de culpa leve guarda perfecta coherencia con
lo dispuesto en el artículo 1547, inciso 1º del Código Civil, que atribuye tal grado de culpa
a las partes de un contrato oneroso, cual es el arrendamiento, pues se pacta para
beneficio recíproco de los contratantes.
Los artículos 1971 a 1973 y 1979 y 1980, todos del Código Civil, constituyen una
aplicación de la obligación, en relación a los inquilinos de una casa, almacén u otro
edificio y los arrendatarios o “colonos” de predios rústicos.
El arrendatario no sólo responde por sus hechos propios, sino también por los hechos
culpables de los miembros de su familia, huéspedes y dependientes (artículo 1941) y de
sus subarrendatarios (artículo 1947).
152
- El subarrendamiento o cesión de derechos en la Ley 18.101: inversa es la
solución en el marco de la Ley número 18.101 sobre arrendamiento de predios
urbanos, en el caso de inmuebles destinados a la habitación con plazo fijo superior
a un año: en ella, conforme al artículo 5º, el arrendatario siempre podrá
subarrendar, salvo cláusula expresa que se lo prohíba; en este último caso, el
arrendatario podrá poner término anticipado al contrato sin la obligación de pagar
la renta por el período que falte. Dado los términos del artículo 5º, si estamos ante
un contrato de duración indefinida o con plazo fijo inferior a un año, o con plazo fijo
superior a un año pero tratándose de inmuebles no destinados a la habitación,
sino que a oficinas, comercio, industria, etc., volvemos a la regla general del
artículo 1946 del Código Civil, requiriéndose autorización expresa del arrendador.
Como ya lo vimos, y ahora reiteramos, las reparaciones locativas: son de cargo del
arrendatario. En dos casos, sin embargo, serán de cargo del arrendador las reparaciones
locativas:
- Si los deterioros que las han hecho necesarias provienen de fuerza mayor o caso
fortuito; o
- Si los deterioros que las han hecho necesarias provienen de la mala calidad de la
cosa arrendada (artículo 1927, inciso 2º).
Tratándose de casas, almacenes u otros edificios, el artículo 1970 señala que las
reparaciones locativas a que es obligado el arrendatario, se reducen a mantener el edificio
en el estado que lo recibió, quedando exento de responsabilidad de los deterioros que
provengan:
153
- Conservar la integridad interior de las paredes, techos, pavimentos y cañerías,
reponiendo las piedras, ladrillos y tejas, que durante el arrendamiento se quiebren
o desencajen;
- Reponer los cristales quebrados en las ventanas, puertas y tabiques;
- Mantener en estado de servicio las puertas, ventanas y cerraduras;
- Mantener las paredes, pavimentos y demás partes interiores del edificio
medianamente aseadas;
- Mantener limpios los pozos, acequias y cañerías, y a deshollinar las chimeneas.
154
b) Regulación en la Ley número 18.101
- El artículo 4º de esta ley, se refiere a los contratos de plazo fijo que no exceden de
un año. Establece el precepto que en tales contratos, el arrendador sólo podrá
solicitar judicialmente la restitución del inmueble, y en tal evento, el arrendatario
tendrá derecho a un plazo de dos meses, contado desde la notificación de la
demanda. Como destaca Jorge López Santa María, se trata de un caso en el cual
el propio legislador, con una ley permanente, vulnera el principio de la fuerza
obligatoria del contrato, pues mantiene la vigencia del mismo, más allá del plazo
estipulado por las partes. El citado artículo 4º, entonces, altera el principio del
artículo 1545 del Código Civil. Dispone a su vez el inciso 2º del artículo 4º de la
Ley 18.101, que el arrendatario podrá restituir el inmueble antes de expirar “el
plazo de restitución”(entiéndase el de dos meses), y sólo estará obligado a pagar
la renta de arrendamiento hasta el día en que aquélla se efectúe. El plazo citado
155
también fue rebajado por la Ley número 19.866, al modificar el artículo 4º de la Ley
número 18.101. Cabe consignar, en todo caso, que tratándose de los referidos
contratos a plazo fijo no superior a un año, se mantiene inalterable la norma en
cuanto sólo faculta para solicitar judicialmente la restitución, sin que pueda
recurrirse a un ministro de fe en una gestión extrajudicial.
1° Que ante el abandono del inmueble por el arrenda tario sin restituírselo al
arrendador, éste podrá solicitar al juez competente que se lo entregue, sin forma
de juicio;
2° El juez competente así lo autorizará, previa cer tificación del abandono hecha
por un receptor judicial o por un notario (el precepto dice “por un ministro de fe”, de
manera que incluimos a los dos funcionarios);
Así como dijimos que el arrendatario de un inmueble no está en mora por la sola
llegada del plazo pactado para el pago de la renta (artículo 1977 del Código Civil),
tampoco lo estará el arrendatario de cualquier clase de bien, en lo que a la restitución de
la cosa se refiere, sino una vez requerido por el arrendador, aun cuando haya precedido
desahucio (artículo 1949 del Código Civil). Dicho de otro modo, no aplicamos el número 1
156
del artículo 1551 del Código Civil, sino que el número 3, siendo necesaria la interpelación
judicial al arrendatario, para constituirlo en mora.
Si requerido por el arrendador, el arrendatario no restituye la cosa arrendada, será
condenado al pleno resarcimiento de todos los perjuicios de la mora, y a los demás que
competa como injusto detentador (entre ellos, podría ser condenado al pago o devolución
de los frutos naturales o civiles de la cosa, que el arrendador hubiera podido percibir con
mediana inteligencia y cuidado teniendo la cosa en su poder).
Es, por cierto, el principal de los derechos del arrendador, corresponde al móvil
que lo llevó a celebrar el contrato. Como todo acreedor, y por aplicación de las normas del
pago, el arrendador tiene derecho a recibir un pago íntegro y oportuno, conforme a los
términos de la convención (artículo 1569 del Código Civil).
Respondiendo a este legítimo y esencial derecho del arrendador, el artículo 21º de
la Ley 18.101, establece dos reglas fundamentales, aplicables no sólo a los
arrendamientos de predios urbanos, sino que a todo contrato de arriendo:
i) “En caso de mora, los pagos o devoluciones que deban hacerse entre las partes de todo
contrato de arriendo, regido o no por esta ley, se efectuarán reajustados en la misma
proporción en que hubiere variado el valor de la unidad de fomento entre la fecha en que
debieron realizarse y aquella en que efectivamente se hagan”;
ii) Cuando se deban intereses, se calcularán sobre la suma primitivamente adeudada,
más el reajuste de que trata el inciso anterior”.
157
arrendatario, pues éste no puede renunciar a los derechos que le confiere la ley, según lo
prescrito en el artículo 19º de la Ley 18.101), mientras que sí deben estipular las partes un
eventual pago de intereses, siendo un elemento accidental del contrato.
Cabe consignar que si el bien arrendado fuere vendido, y ante una eventual
discrepancia que pudiere surgir entre el vendedor (antiguo arrendador) y el comprador,
acerca de las rentas de arrendamiento, en el supuesto que el contrato se mantenga
vigente, el artículo 1816, inciso 2º del Código Civil, establece que pertenecen al
comprador los frutos NATURALES producidos por las cosa, pendientes al momento de
celebrar el contrato, y todos los frutos NATURALES o CIVILES que produzca la cosa
vendida, después de celebrado el contrato. En consecuencia, los frutos civiles pendientes
a la celebración del contrato (por ejemplo, rentas de arrendamiento del bien vendido),
pertenecen al vendedor. En cambio, como se concluye en un fallo de junio de 1902 de la
Corte de Talca, las rentas de arrendamiento devengadas después de perfeccionarse la
compraventa, pertenecen al comprador, aunque el contrato no se haya inscrito a favor de
éste. En efecto, el artículo 1816 no toma en cuenta la fecha de la inscripción o
transferencia del dominio, sino la venta, es decir, la fecha de otorgamiento de la escritura
pública. Tampoco desvirtúa la conclusión el artículo 648, que dispone que los frutos civiles
pertenecen al dueño de la cosa, por cuanto este artículo consigna una disposición
general, que puede sufrir modificaciones en casos especiales, como sucede cuando se
trata de una venta, respecto de la cual prevalece la norma especial del artículo 181661.
Derecho a pedir al Tribunal que lo autorice para retener bienes del arrendatario,
cuando éste le adeude rentas o indemnizaciones.
158
perjuicios. Nuestros tribunales y la doctrina nacional mayoritaria, han asentado el principio
de que basta cualquier incumplimiento, por insignificante que fuere, para pedir la
resolución del contrato, salvo en aquellos casos en que la ley señale otra cosa63.
Precisamente tal ocurre con el contrato de arrendamiento, según se desprende de los
artículos 1939, 1972 y 1979, todos del Código Civil. En efecto, el artículo 1939, tras
advertir que el arrendatario empleará en la conservación de la cosa el cuidado de un buen
padre de familia, o sea, tras dejar en claro que responderá de culpa leve, señala que de
faltar a esta obligación responderá de los perjuicios y aún tendrá derecho el arrendador
para poner fin al arrendamiento, en caso de un grave y culpable deterioro. Obsérvese que
la ley no faculta al arrendador entonces para pedir el término del contrato ante cualquier
deterioro que experimente la cosa, sino que en la medida en que este, además de
culpable, sea “grave”. Por su parte, el artículo 1972, dentro de las “Reglas particulares
relativas al arrendamiento de casas, almacenes u otros edificios”(aplicables en subsidio
de las reglas especiales de la Ley 18.101), dispone que “El inquilino es además obligado
a mantener las paredes, pavimentos y demás partes interiores del edificio medianamente
aseadas; a mantener limpios los pozos, acequias y cañerías, y a deshollinar las
chimeneas. La negligencia grave bajo cualquiera de estos aspectos dará derecho al
arrendador para indemnización de perjuicios, y aun para hacer cesar inmediatamente el
arriendo en casos graves”. A su vez, el artículo 1979, dentro de las “Reglas particulares
relativas al arrendamiento de predios rústicos”(aplicables en subsidio de las normas
especiales del Decreto Ley 993), consigna que “El colono o arrendatario es obligado a
gozar del fundo como buen padre de familia; y si así no lo hiciere, tendrá derecho el
arrendador para atajar el mal uso o la deterioración del fundo, exigiendo al efecto fianza u
otra seguridad competente, y aun para hacer cesar inmediatamente el arriendo, en casos
graves”.
Derecho a destinar la suma percibida por concepto de garantía, a cubrir los gastos
efectuados por las reparaciones que deben ejecutarse en el mueble o inmueble
arrendado, cuando se trate de deterioros de los cuales el arrendatario era
responsable.
Se desprende del estudio de las obligaciones del arrendador, que los principales
derechos del arrendatario, son los siguientes:
159
Derecho a exigir al arrendador que mantenga el inmueble en condiciones aptas para
el fin pactado en el contrato (por ejemplo, si se arrienda un local comercial, y la
Municipalidad respectiva niega la patente, porque el inmueble no cumple con
ciertos requisitos, el arrendador debe subsanar tal situación).
Derecho a exigir al arrendador que le indemnice, por las deficiencias que presente
el mueble o inmueble arrendado, y que existían al momento de celebrar el contrato.
Derecho a pedir al Tribunal que lo autorice para retener bienes del arrendador,
cuando éste le adeude indemnizaciones.
Derecho a pedirle al arrendador que le otorgue los recibos en los que conste el
pago de la renta (lo que tiene importancia tanto para probar que pagó, como
también para tramitar el salvoconducto en Notaría).
160
asuma su representación el arrendatario o el ocupante a quien hubiere entregado la
tenencia de su unidad, siempre que en el respectivo contrato así se hubiere establecido
(art. 20º, 1º de la Ley 19.537).
Sabido es que en materia civil, la costumbre tiene una restringida recepción, sólo
cuando la ley se remite a ella, conforme al artículo 2 del Código Civil. Sin embargo, el
arrendamiento debe ser el contrato en que, no obstante lo expuesto, la costumbre tiene
mayor cabida, según se aprecia en las siguientes disposiciones del Código Civil:
- Artículo 1938, al disponer que “El arrendatario es obligado a usar de la cosa según
los términos o espíritu del contrato; y no podrá en consecuencia hacerla servir a
otros objetos que los convenidos; o, a falta de convención expresa, aquellos a que
la cosa es naturalmente destinada, o que deban presumirse de las circunstancias
del contrato o de la costumbre del país.”
- Artículo 1951, al disponer que “Si no se ha fijado tiempo para la duración del
arriendo, o si el tiempo no es determinado por el servicio especial a que se destina
la cosa arrendada o por la costumbre, ninguna de las dos partes podrá hacerlo
cesar sino desahuciando a la otra, esto es, noticiándoselo anticipadamente”.
- Artículo 1986, al establecer que “Si nada se ha estipulado sobre el tiempo del
pago, se observará la costumbre del departamento”.
Concepto.
161
mismo bien, mientras el propietario deudor no les pague un crédito originado con motivo
de dicha detentación”.
No es en todo caso, un derecho exclusivo del arrendamiento, encontrándose en
diversas instituciones del Código Civil, como en el usufructo, el comodato, el depósito, el
mandato, etc.
Como señala Alessandri, el derecho de retención “es un derecho sui géneris, que
no es absolutamente real ni personal, pero que tiene algo de una y otra clase de
derechos”.
Es personal, porque sólo puede invocarse respecto de cierta persona, aquella a
quien pertenece la cosa. Es real, porque se ejerce sobre una cosa determinada, pero no
confiere un atributo esencial de todo derecho real, como es el derecho de perseguir la
cosa de manos de quien se encuentre.
No es el Código Civil, sino el Código de Procedimiento Civil, el que reglamenta
este derecho, en sus artículos 545 a 548, asimilando los bienes retenidos a los bienes
hipotecados o prendados. Conforme al artículo 546 del Código de Procedimiento Civil, si
el derecho legal de retención se ejerce sobre bienes muebles, se asimila a la prenda para
los efectos de la preferencia. Y si recae sobre inmuebles, se asimila al crédito del
acreedor hipotecario, siempre que el derecho de retención haya sido declarado
judicialmente e inscrito en el competente registro.
En relación a la preferencia que confiere el derecho de retención, el artículo 71 de
la Ley número 18.175, o Ley de Quiebras, establece que “Cuando a algún acreedor
corresponda el derecho de retención, en los casos señalados por las leyes, no podrá
privársele de la cosa retenida sin que previamente se le pague o se le asegure el pago de
su crédito. La procedencia del derecho legal de retención podrá ser declarada aún
después de la sentencia de quiebra”.
162
provisto la cosa arrendada. Para ejercer el derecho, las cosas han de pertenecer al
arrendatario, presumiendo la ley tal dominio, sin perjuicio de admitir prueba en
contrario (presunción simplemente legal, por ende).
Para que el arrendador pueda ejercer el derecho de retención, debe
previamente ser autorizado por el tribunal. Así lo han ratificado diversas
sentencias, v. gr.: “Para que sea eficaz el derecho de retención que a favor del
arrendador consagra el artículo 1942 del Código Civil es necesario que su
procedencia sea declarada judicialmente. Sólo cuando existe resolución judicial
ejecutoriada, en virtud de la cual se hayan retenido bienes determinados, éstos
serán considerados, según su naturaleza, como hipotecados o constituidos en
prenda para los efectos de su realización y de la preferencia a favor de los créditos
que garantizan” (Corte de Concepción, diciembre de 1931); “El arrendador no
puede ejercer el derecho que consagra el inciso 2º del artículo 1942 del Código
Civil sin decreto judicial, pues la tenencia de la cosa arrendada se halla en poder
del arrendatario, el cual tiene también bajo su dominio y posesión las especies
sujetas a retención. La retención por la sola voluntad del arrendador dejaría
expuestos a los terceros a perjuicios de que les sería difícil precaverse” (Corte
Suprema, agosto de 1892); “La circunstancia de que los animales sean talajeros
no faculta la retención de ellos por el dueño del talaje, en razón de no habérsele
pagado éste, sin que tal retención haya sido ordenada o dictada previamente por
la autoridad competente” (Corte de Santiago, fecha no expresada).
El último de los fallos alude a un contrato atípico o no regulado por la ley, el
llamado “contrato de talaje”, que en verdad es una de las formas que puede asumir
el contrato de arrendamiento, como ha precisado un fallo de la Corte de Santiago
de abril de 1898: “El contrato en virtud del cual una de las partes coloca animales a
talaje en el fundo de la otra es de arrendamiento y no de depósito, pues se
concede el goce de los pastos del fundo a fin de alimentar animales ajenos
mediante la remuneración estipulada”.
Como presupuesto básico, cabe afirmar que resulta necesario que el arrendador o
el arrendatario detente en su poder la cosa arrendada. Sólo puede “retener” quien todavía
tiene la cosa ajena en su poder. Como indica la citada sentencia de la Corte de Temuco
de octubre de 1936, “tal derecho civil o legal de retención es un principio de seguridad de
hecho y supone necesariamente la conservación de la cosa sobre la cual va a recaer, de
tal modo que la declaración del derecho viene a ser simplemente una consagración legal
de la tenencia actual y preexistente (...) Dentro del procedimiento especialísimo
163
establecido por la ley para la tramitación del juicio sobre terminación inmediata del
arrendamiento de casas, almacenes u otros edificios, por falta de pago de la renta, el
arrendatario moroso no tiene otra oportunidad para hacer valer el derecho de retención
por indemnizaciones debidas, que aquella que le ofrece el comparendo a que las partes
son convocadas a fin de practicar la segunda de las reconvenciones a que se refiere el
artículo 1977 del Código Civil, ya que es en esa audiencia en donde los interesados
deben exponer lo conveniente a su derecho (...) En consecuencia, es extemporánea y
debe ser rechazada in limine la reclamación del derecho de retención hecha valer por el
arrendatario una vez ejecutoriada la sentencia que puso término al juicio y decretado el
lanzamiento de aquél”.
El artículo 9º de la Ley 18.101, establece que el demandado, al contestar la
demanda, podrá hacer valer el derecho de retención, resolviendo el tribunal en la
sentencia definitiva, si ha lugar o no a la retención solicitada.
De acuerdo al artículo 1950 del Código Civil, el arrendamiento de cosas expira por
los mismos modos que los otros contratos, y especialmente:
1º Cuando se ha estipulado un plazo fijo para que tenga fin (plazo expreso);
164
2º Cuando su terminación está indicada por la naturaleza del servicio a que la cosa está
destinada (plazo tácito: por ejemplo, se arriendan vehículos motorizados, para el traslado
de los participantes a una reunión internacional, que se efectuará durante 15 días en
cierta ciudad);
3º Cuando su terminación está indicada por la costumbre del país (por ejemplo, la
costumbre establece que el arriendo de ciertas maquinarias agrícolas, se hace por el
período de cosecha).
En los tres casos anteriores, no será necesario desahucio, para poner término al
contrato. Este expira, con la llegada del plazo (artículo 1954 del Código Civil): se trata
sencillamente del cumplimiento del plazo extintivo (lo anterior, sin perjuicio de las
excepciones mencionadas a propósito del arrendamiento de predios urbanos, contenidas
en la Ley 18.101).
- Expiración indeterminada: lo será, cuando el contrato no tiene plazo estipulado por los
contratantes, ni puede deducirse del servicio al que la cosa se destina, ni por la costumbre
del país. En este caso, el contrato puede terminar en cualquier momento, por desahucio
del arrendador o del arrendatario (artículo 1951 del Código Civil). Hemos señalado que el
desahucio es un acto jurídico unilateral. Alessandri lo define como “la noticia anticipada
que una de las partes da a la otra de su deseo de poner término al contrato”. El desahucio
no puede además revocarse por la sola voluntad del desahuciante, sino sólo con el
consentimiento del desahuciado (artículo 1952 del Código Civil). El desahucio puede ser
extrajudicial o judicial, pero como es lógico, por regla general sólo el último será
verdaderamente eficaz, en caso de oposición del arrendatario. El desahucio judicial es el
que se hace por medio de una notificación judicial, en que se hace saber a una de las
partes la intención del otro contratante, de poner término al contrato. La notificación debe
hacerse previo decreto judicial que así lo autorice (artículo 588 del Código de
Procedimiento Civil). El desahucio extrajudicial, según ya lo estudiamos, es aquél que se
realiza a través de un notario, en el caso de un contrato de arrendamiento de inmuebles,
pactado mes a mes y de duración indefinida. En este caso, el desahucio tendrá la misma
eficacia que el desahucio judicial.
165
En todo caso, advierte el artículo 1957 del Código Civil que, renovado el contrato,
se extinguirán las garantías constituidas por terceros (se aplica el mismo principio
consagrado en el artículo 1519, respecto a la solidaridad, y en el artículo 1649, a
propósito de la novación).
c) Expiración del arrendamiento por la extinción del derecho del arrendador sobre
la cosa arrendada.
1.- Extinción del derecho del arrendador sobre la cosa, por causas ajenas a su
voluntad: en realidad, es la ley la que pone término al contrato. El artículo 1958 del
Código Civil señala algunos ejemplos: si el arrendador era usufructuario o propietario
fiduciario de la cosa, expira el arrendamiento por la llegada del día en que debe cesar el
usufructo o pasar la propiedad al fideicomisario, aún cuando el plazo del arrendamiento
fuere superior; tratándose del usufructo, se remite el artículo 1958 al artículo 794 del
Código Civil, que ratifica que aun cuando el usufructuario tenga la facultad de dar el
usufructo en arriendo o cederlo a cualquier título, todos los contratos que al efecto haya
celebrado se resolverán al fin del usufructo; con todo, el propietario concederá al
arrendatario el tiempo que necesite para la próxima percepción de frutos, y por ese
tiempo, quedará substituido al usufructuario en el contrato (se trata de una norma similar a
la que se establece en el artículo 1885, a propósito del pacto de retroventa).
¿Debe indemnizar el arrendador al arrendatario, cuando el contrato expira antes
del plazo convenido, pero por causas ajenas a la voluntad del primero? El artículo 1959
del Código Civil distingue al efecto dos situaciones, que se basan en la buena o mala fe
con que contrató el arrendador:
2.- Extinción del derecho del arrendador sobre la cosa arrendada por hecho o culpa
suya: puede ocurrir que el arrendador pierda su derecho porque vende o dona la cosa
arrendada; o porque se resuelve la compraventa que le sirvió de título para adquirir el
dominio, por no haberse pagado el precio de la misma; etc. (Ver caso 3-C en el anexo).
166
En los casos anteriores, el arrendador pierde el derecho que tenía sobre la cosa,
por una causa imputable a su persona.
Para determinar si el arrendador debe indemnizar al arrendatario, debemos
distinguir si la persona a quien se traspasan los derechos que el arrendador tenía sobre la
cosa, está o no obligado a respetar el contrato de arrendamiento.
En el primer caso, el arrendatario no tiene derecho a reclamar indemnización
alguna, pues la circunstancia de haber un nuevo dueño no lo afecta, ya que el
arrendamiento subsiste.
En el segundo caso, sí tiene derecho a ser indemnizado, pues a consecuencia de
haber pasado el dominio a otras manos, el arrendamiento se extinguió.
El artículo 1962 establece los casos en que el contrato de arrendamiento es
oponible al nuevo dueño de la cosa arrendada:
2º Aquel a quien se transfiere el derecho del arrendador por un título oneroso, siempre y
cuando el contrato de arrendamiento se hubiere celebrado por escritura pública, y
exceptuándose también a los acreedores hipotecarios.
Nótese que el Código Civil sólo exige que el arrendamiento conste por escritura
pública, pudiendo o no estar inscrita. La disposición, entendible a la época en que entró
en vigencia el Código, resulta muy peligrosa en nuestros días, pues resulta imposible para
el adquirente, por el número de notarías existentes en la actualidad, saber a ciencia cierta
si pesa o no un arrendamiento sobre el bien que incorpora a su patrimonio. En todo caso,
si el comprador se encuentra con tal desagradable sorpresa, bien puede solicitar que se
declare la resolución de la compraventa y se le indemnicen los perjuicios, por no haber
cumplido el vendedor en forma cabal, con su obligación de entrega de la cosa
(eventualmente, podría deducir una acción penal, si el vendedor declaró en la
compraventa que el bien estaba libre de gravámenes). Pero ello es un problema ajeno al
arrendatario, quien estará protegido por el plazo que reste al contrato.
Marco Antonio Sepúlveda Larroucau, señala por su parte que el artículo 1962
atenta contra el rol de publicidad de la inscripción, “en contra de la “fe pública registral”, lo
que se traduce en una falta evidente de seguridad jurídica al efectuarse el respectivo
estudio de títulos (...) No cabe duda alguna que lo dispuesto en el art. 1962 nº 2 del C.C.
atenta contra los legítimos intereses de terceros, ya que basta con que el contrato de
arrendamiento se haya celebrado con escritura pública para que el adquirente del
inmueble, a título oneroso (también pensamos que debería existir publicidad en el caso
que se adquiera a título gratuito; art. 1962 nº 1 del C.C.), deba respetarlo”.
En relación al número dos del artículo 1962, cabe consignar que sobre él, debe
prevalecer el artículo 1964, que dispone: “El pacto de no enajenar la cosa arrendada,
aunque tenga la cláusula de nulidad de la enajenación, no dará derecho al arrendatario
sino para permanecer en el arriendo, hasta su terminación natural”. Recordemos que este
precepto es citado a propósito del estudio de la eficacia o ineficacia de la cláusula en
virtud de la cual el dueño se auto-impone una prohibición de enajenar. Si se trata del
arrendamiento, la prohibición es ineficaz, y el propietario siempre podrá enajenar. ¿Por
qué afirmamos que el artículo 1964 prevalece por sobre el artículo 1962 número 2? La
razón es sencilla: porque la norma sólo tiene utilidad cuando el contrato de arrendamiento
167
consta en instrumento privado. Si consta en escritura pública, entonces con o sin cláusula
que prohibió enajenar, el contrato de arrendamiento será oponible al adquirente, quien
deberá respetar el plazo que quede de contrato. En cambio, si el arrendatario celebra el
arrendamiento por un instrumento privado y en él incorpora la cláusula en virtud de la cual
se prohíbe al arrendador enajenar y éste después la contraviene y enajena (ya dejamos
en claro que lo puede hacer), el adquirente, no obstante serlo a título oneroso, deberá
respetar el contrato de arrendamiento vigente, “hasta su terminación natural”.
Siempre en contexto de la tercera hipótesis que indica el artículo 1962 CC, ¿Qué
ocurre cuando el adjudicatario del inmueble vendido en pública subasta (iniciada a
instancias de un acreedor hipotecario), es un tercero que no posee la calidad de acreedor
hipotecario?
El punto ha sido debatido. Arturo Alessandri señala al efecto que “Hay opiniones
contradictorias a este respecto, pero en nuestro concepto al caso en estudio debe
aplicársele el número 2 (del artículo 1962), es decir, basta con que el arrendamiento
conste por escritura pública, porque ese número se refiere a todo el que adquiere la cosa
a título oneroso, sin distinguir si la venta ha sido voluntaria o forzada, y sólo exceptúa los
acreedores hipotecarios, y el tercer adquirente no es en este caso acreedor
hipotecario”77. En abono a la tesis de Arturo Alessandri, cabe mencionar el inciso 2º del
artículo 1965, que reza: “Si se adjudicare la cosa al acreedor o acreedores, tendrá lugar lo
dispuesto en el artículo 1962”.
El resto de la doctrina nacional, está dividida. Manuel Somarriva Undurraga,
concluye en los mismos términos que Arturo Alessandri, al expresar que “Para estudiar la
situación del acreedor frente al arrendamiento del inmueble hipotecado, es necesario
distinguir tres etapas: desde que se constituye la hipoteca hasta que el acreedor ejercita
la acción hipotecaria; a partir desde este momento hasta la subasta o adjudicación del
inmueble, y con posterioridad a esta fecha. En el primer período, el acreedor carece de
todo derecho: no puede percibir las rentas, ni menos desconocer el arrendamiento,
porque hasta entonces su dueño está facultado para gozar del inmueble, y precisamente
una de las maneras de gozar de él es arrendándolo. Una vez que el acreedor ejercita su
acción, puede percibir las rentas que se devenguen, o substituirse en los derechos del
arrendador en virtud de lo que disponen los artículos 2422 y 1965; pero en cambio no está
168
facultado para desconocer el arrendamiento pactado por el propietario, como lo ha
resuelto la Corte Suprema. Finalmente, el acreedor adjudicado que le sea el inmueble no
está obligado a respetar el arrendamiento, sea que éste haya comenzado a correr o no,
salvo, como lo dice el número tercero del artículo 1962, que el arrendamiento constare por
escritura pública inscrita en el registro del Conservador de Bienes Raíces con anterioridad
a la inscripción hipotecaria. En conformidad al número segundo del artículo 1962, también
están obligados a respetar el arrendamiento aquéllos a quienes se transfiere el derecho
del arrendador a título oneroso, siempre que el arrendamiento conste por escritura
pública. En presencia de esta disposición cabe preguntarse ¿el tercero que se adjudica el
inmueble en la subasta provocada por el acreedor hipotecario al ejercitar su derecho, se
rige por el número segundo o por el número tercero del artículo 1962? Planteada la
cuestión en otros términos para que el tercero tenga que respetar el contrato ¿bastará con
que él conste por escritura pública o será necesario además que se encuentre inscrito?
Don Fernando Alessandri cree que se aplica el número tercero, fundándose en que el
subastador se subroga en los derechos del acreedor hipotecario (artículo 1610 número 2);
en cambio, la Corte de Apelaciones de Iquique estima que la situación de este tercero
debe regirse por el número segundo. (Somarriva alude a una sentencia de fecha 21 de
septiembre de 1927). En nuestro concepto, esta última opinión se ajusta más al derecho
ya que el tercero (que) remata el bien es evidente que lo adquiere a título oneroso, y en
seguida hay que reparar que el número tercero del artículo 1962 es de excepción, como
se desprende del número segundo del mismo artículo, al decir que se exceptúan de dicha
regla los acreedores hipotecarios; motivo por el cual hay que interpretarlo
restrictivamente”.
Ramón meza Barros, sigue las mismas aguas de Somarriva, señalando por su
parte que “Si la finca es subastada a instancias de un acreedor hipotecario, y la adquiere
un tercero, deberá éste respetar el arriendo, que conste de escritura pública aunque no se
encuentre inscrito con anterioridad a la hipoteca. El tercero subastador es un adquirente a
título oneroso y para él rige la regla del nº 2º del art. 1962”.
Carlos Ducci Claro, se suma a las opiniones anteriores, afirmando que “Si es un
tercero el que se adjudica la propiedad hipotecada, la ha adquirido a título oneroso y
queda comprendido dentro de la regla del número 2”.
Rafael Mery, por el contrario (igual que Fernando Alessandri Rodríguez, según
vimos), postula que el adjudicatario de la finca gravada con hipoteca, no está obligado a
respetar el contrato de arrendamiento, sosteniendo al efecto “(...) que el acreedor
hipotecario no está obligado a respetar el arriendo no inscrito con anterioridad a su
garantía. Esta no obligación de respeto se traduce en un derecho correlativo del acreedor
de prescindir del arrendamiento no otorgado en esas condiciones. Tal derecho puede ser
ejercitado no sólo cuando el acreedor hipotecario se adjudica la finca, sino también
cuando éste hace efectivo su derecho real solicitando la enajenación forzada del
inmueble. En este último caso, el derecho de prescindencia del acreedor permite que en
las condiciones de la subasta no se considere el arrendamiento. No es necesario, por
tanto, recurrir a la subrogación que, de acuerdo con lo dispuesto por el número 2º del
artículo 1610, se produce en este evento. La situación del tercero que se adjudica la finca
hipotecada se encuentra precisada en las condiciones de la subasta. Cualquiera otra
interpretación importa un desconocimiento de los derechos del acreedor hipotecario, pues
es indiscutible que la citada disposición no tiene su fundamento en su situación personal,
sino en el carácter real de la garantía. No debemos olvidar a este respecto que el derecho
de adjudicación es de carácter subsidiario. La hipoteca se realiza institucionalmente por
medio de la enajenación forzada. Sólo en subsidio de ésta, el acreedor hipotecario puede
adjudicarse la finca gravada que no fue posible enajenar en las condiciones mínimas. El
169
arrendamiento no otorgado en conformidad a lo dispuesto por el número 3º del artículo
1962, es inoponible al titular del derecho real de hipoteca”.
170
forzada, pues en tal caso, el consentimiento del tradente (o sea, del arrendador), se dio
anticipadamente, al momento de contraer la obligación cuyo incumplimiento ocasionó el
remate de la finca, pues al contraer la deuda, el arrendador quedó sometido al derecho de
prenda general de su acreedor, y éste, al ejercerlo, obtuvo el embargo del inmueble y su
posterior subasta. No es entonces el juez la parte del contrato de compraventa, sino que
el propio deudor (arrendador), representado legalmente por el juez. Por ende, a nuestro
juicio, el adjudicatario sí estaba obligado a respetar el contrato de arrendamiento
celebrado por el arrendador.
Cabe preguntarse también, qué ocurre si el predio rústico se transfiere por el
arrendador a título gratuito. Aunque el artículo 10 del Decreto Ley 993 no se puso en tal
caso, el inciso primero del artículo siguiente dispone que “En todo lo no previsto en este
Título, se aplicarán las disposiciones legales comunes que rigen los contratos, en especial
las contenidas en el Título XXVI, Libro IV, del Código Civil”. Ahora bien, el artículo 1962
del Código Civil está precisamente entre tales normas, de manera que debiéramos
concluir que si el predio rústico se transfiere a título gratuito por el arrendador, el
adquirente estará obligado a respetar el contrato de arrendamiento celebrado por el
tradente.
En cualquiera de los casos anteriores, sin embargo, será necesario, conforme ha
concluido nuestra jurisprudencia, que el derecho del acreedor hipotecario en orden a no
respetar el contrato de arrendamiento le sea reconocido por una sentencia judicial. Esto
implica que deberá notificar previamente al arrendatario, para que éste pueda hacer valer
sus derechos. En efecto, concluye una sentencia de la Corte de Santiago de abril de
1929, que “Si un acreedor hipotecario demanda al arrendatario de restitución de la
propiedad por haberla adquirido mediante dación en pago del crédito, garantido con
hipoteca inscrita antes del arriendo, para que ese acreedor tenga el derecho de no
respetar este último contrato es preciso que le sea reconocido por resolución judicial,
según se desprende del artículo 1962 en relación con el artículo 1965; no basta la simple
convención celebrada entre el acreedor hipotecario y el arrendador que, por sí sola, no
puede venir a destruir el derecho de un tercero, como es el arrendatario”.
Debemos destacar también que el inciso primero del artículo 106 de la Ley
General de Bancos, dispone que “Los subastadores de propiedades en juicios regidos por
el procedimiento que señala esta ley no estarán obligados a respetar los arrendamientos
que las afecten, salvo que éstos hayan sido otorgados por escritura pública inscrita en el
Conservador de Bienes Raíces respectivo con antelación a la hipoteca del banco o
autorizados por éste”. Este precepto podría servir de fundamento, para reafirmar la tesis
de Alessandri y Somarriva, pues si la regla general fuera la expuesta en el artículo citado,
no se divisa la razón para haberlo incluido expresamente en la mencionada Ley. Habría
que entender entonces que el artículo 106 constituye una excepción al principio general,
en virtud del cual los subastadores sí están obligados a respetar los contratos de
arrendamiento, cuando se celebraron por escritura pública, a menos que se trate del
propio acreedor hipotecario. La regla del inciso primero del artículo 106 de la Ley General
de Bancos se enmarca en el mismo espíritu del inciso segundo del mismo artículo, al
disponer que en las enajenaciones que se efectúen en los juicios seguidos conforme a
dicha ley, no tendrá aplicación lo dispuesto en los números 3 y 4 del artículo 1464 del
Código Civil, debiendo el juez decretar sin más trámite la cancelación de las interdicciones
y prohibiciones que afecten al predio enajenado, aun cuando hubieren sido decretadas
por otros tribunales. Ambos incisos, propenden al fomento del crédito bancario para la
adquisición de inmuebles, mediante el sistema de letras de crédito.
171
Como puntos finales en relación a los casos indicados en el artículo 1962 CC,
nótese que en todos los casos anteriores, el Código Civil alude a la “transferencia” del
dominio que tenía el arrendador. Debe tratarse entonces de un acto entre vivos. La
“transmisión” del dominio a los herederos del arrendador en nada afecta a la subsistencia
del contrato de arrendamiento, el que deberán respetar los herederos. En relación a este
alcance, Alessandri incluye a los herederos y a los legatarios, junto a los donatarios, entre
las personas comprendidas en el número 1 del artículo 1962. Sin embargo, incurre en un
error, pues el numeral alude a “Todo aquel a quien se transfiere el derecho del
arrendador”. De todas formas, el resultado es el mismo, según lo expresamos. Debemos
entender que el legislador estimó superfluo referirse a los asignatarios por causa de
muerte, pues ellos siempre adquieren a título gratuito.
Por otro lado, para no dejar duda al respecto, el hecho de que el adquirente del
bien dado en arriendo deba respetar el contrato de arrendamiento, no quiere decir otra
cosa que aquel pasará a ocupar la calidad de arrendador y como tal tendrá todos los
derechos y obligaciones que son propios del arrendador según lo ya indicado en
secciones anteriores. Situación opuesta ocurre, por ejemplo, en caso que el adquirente no
esté obligado a respetar el arrendamiento, por ejemplo en el caso que el contrato haya
constado en simple instrumento privado, pues en dichas circunstancias conforme al
artículo 1950 N°3 el arrendamiento se extingue: per o mientras el adquirente no pida la
terminación por haberse extinguido el derecho del arrendador, el contrato subsiste y
mientras ello sea así el primitivo dueño seguirá teniendo la calidad de arrendador y tendrá
los derechos y obligaciones respectivos que ya hemos comentado.
3.- Extinción del derecho del arrendador sobre la cosa arrendada por actos de
terceros.
Conforme al artículo 1965 del Código Civil, “Si por el acreedor o acreedores del
arrendador se trabare ejecución y embargo en la cosa arrendada, subsistirá el arriendo, y
se substituirán el acreedor o acreedores en los derechos y obligaciones del arrendador.
“Si se adjudicare la cosa al acreedor o acreedores, tendrá lugar lo dispuesto en el artículo
1962”.
El solo embargo del inmueble arrendado no pone fin al contrato de arrendamiento.
Como indica Carlos Ducci, “el contrato subsiste, pero cambia una de las partes, ya que el
arrendador pasan a serlo el acreedor o acreedores que adquieren sus derechos y asumen
sus obligaciones”. Agrega Ducci que “Lo anterior lo corrobora el artículo 454 del Código
de Procedimiento Civil, que dispone que el embargo no alterará la situación de un tercero
que se oponga a la entrega del bien porque lo goza a otro título que el de dueño.”.
Será con la venta forzada de la cosa arrendada, que expire el contrato de
arrendamiento, salvo que éste sea oponible al adquirente, conforme al artículo 1962.
Por su parte, el artículo 1968 del Código Civil se pone en el caso inverso, es decir,
el insolvente es el arrendatario, y dispone al efecto que “La insolvencia declarada del
arrendatario no pone necesariamente fin al arriendo.
“El acreedor o acreedores podrán substituirse al arrendatario, prestando fianza a
satisfacción del arrendador” (podría suceder que el arrendatario desarrolle una industria o
comercio en un local arrendado, y genere ingresos que a su vez permitirían a los
acreedores obtener el pago de sus acreencias, de manera que a ellos les interesa que
subsista el arrendamiento).
“No siendo así, el arrendador tendrá derecho para dar por concluido el
arrendamiento; y le competerá acción de perjuicios contra el arrendatario según las reglas
generales”.
172
Los artículos 1965 y 1968, corresponden a dos casos, de los pocos que establece
la ley, en que se autoriza –específicamente en el artículo 2466- para el ejercicio de la
acción oblicua o subrogatoria, estudiada entre los derechos auxiliares de los acreedores.
4.- Extinción del derecho del arrendador sobre la cosa arrendada, por disposición
de la ley.
1º Se dará al arrendatario el tiempo preciso para utilizar las labores principiadas, (o sea,
para obtener beneficio de ellas) y coger los frutos pendientes;
173
3º Tratándose de los arrendamientos celebrados por el marido, como
administrador de los bienes sociales y de los bienes propios de su mujer, casada en
sociedad conyugal: rigen los artículos 1749, 1756 y 1761. Las reglas son similares a las
enunciadas a propósito de los dos casos anteriores.
5.- Expiración del contrato por la sentencia del juez en los casos en que la ley ha
previsto.
174
vii) Normas especiales concernientes al arrendamiento de bienes raíces.
La Ley número 18.101, del año 1982, fija normas especiales sobre arrendamiento
de predios urbanos. Declara que se entiende por bienes raíces urbanos los ubicados
dentro del radio urbano respectivo, aunque se advierte que la ley se aplicará también a los
arrendamientos de viviendas situadas fuera del radio urbano, aunque incluyan terreno,
siempre que su superficie no exceda de una hectárea (artículo 1).
- Predios de cabida superior a una hectárea y que tengan aptitud agrícola, ganadera
o forestal, o estén destinados a ese tipo de explotación;
- Inmuebles fiscales;
- Viviendas que se arrienden por temporadas no superiores a tres meses, por
períodos continuos o discontinuos, siempre que lo sean amobladas y para fines de
descanso o turismo;
- Hoteles, residenciales y establecimientos similares, en las relaciones derivadas del
hospedaje;
- Estacionamientos de automóviles y vehículos; y
- Inmuebles arrendados con promesa de compraventa, conforme al sistema
establecido por la Ley número 19.281. Se trata de las viviendas respecto de las
cuales se celebró un contrato de arrendamiento con promesa de compraventa,
financiado a través del sistema de cuentas de ahorro metódico, regulado por la
citada ley (se trata del comúnmente llamado “leasing para la vivienda”).
Se desprende del listado anterior, que las normas de la Ley 18.101 son aplicables
al arrendamiento de inmuebles destinados a la “casa-habitación” o vivienda, oficinas,
restaurantes, casas de eventos, establecimientos industriales y comerciales, etc.
Respecto a los establecimientos comerciales, es interesante aludir al llamado
derecho de llaves, que suele incluirse en el contrato, fijando una renta por él. La ley no lo
define, siendo una costumbre mercantil. Al respecto, señala un fallo de la Corte de
Antofagasta de junio de 1992 que “El llamado “derecho de llaves” es una creación
emanada de la costumbre comercial, la que ha consagrado por una reiterada praxis esta
institución y ha considerado que los elementos fácticos que la integran son “el prestigio
alcanzado por un establecimiento comercial, el volumen de ventas probables, la ubicación
del local, la clientela que exista o pueda formarse o que pudiere aumentarse”; aspectos
suyos que son más bien subjetivos y que, por ende, el propio arrendatario con la
prudencia de un buen padre de familia debe valorar antes de aceptar el pago de ese
derecho de llave y que no puede a posteriori alegar ignorancia o error en una decisión
175
libremente consentida. El derecho de llave es el traspaso de un bien intangible a un
arrendatario para que éste se apropie de él y con ello pueda valorar en mejor medida el
probable éxito que tendrá una actividad comercial y pueda disminuir el riesgo de una
desafortunada gestión comercial”.
Como señala Carlos Ducci Claro, aquellos inmuebles en los que se construyen
edificaciones, no pueden darse en arrendamiento, mientras éstas no concluyan y sean
debidamente recibidas. Al efecto, dispone el inciso 1º del artículo 145 de la Ley General
de Urbanismo y Construcciones: “Ninguna obra podrá ser habitada o destinada a uso
alguno antes de su recepción definitiva parcial o total”. Por ende, mientras el propietario
de la edificación nueva no cuente con la resolución municipal que apruebe la recepción
final o parcial de las obras, no podrá arrendar el inmueble.
En caso de contravenir esta prohibición, se aplicará el artículo 20 de la Ley
General de Urbanismo y Construcciones, conforme lo establece el inciso cuarto del
artículo 145: “Sin perjuicio de las multas que se contemplan en el artículo 20º, la infracción
a lo dispuesto en el inciso primero de este artículo podrá sancionarse, además, con la
inhabilidad de la obra, hasta que se obtenga su recepción, y el desalojo de los ocupantes,
con el auxilio de la fuerza pública, que decretará el Alcalde, a petición del Director de
Obras Municipales”.
La multa a que se refiere el artículo 20 de la Ley General de Urbanismo y
Construcciones, “no será inferior a una ni superior a cien unidades tributarias mensuales”
Sin perjuicio de lo anterior, Ducci opina que en el evento de celebrarse un contrato de
arrendamiento sobre un inmueble que aún no posea recepción definitiva parcial o total, la
convención adolecería de un vicio de nulidad absoluta, por objeto ilícito, pues se habría
infringido una norma prohibitiva.
Con todo, el mismo artículo 145, en su inciso 3º, contempla las siguientes
excepciones, en las que la ley no considera que haya operado un cambio de destino de la
vivienda y por ende no es necesario realizar gestión alguna ante la Dirección de Obras de
la Comuna en que esté situado el predio. Son tales:
176
En ambos casos, debe subsistir sin embargo, como destinación principal del
inmueble, la habitacional. Se subentiende que el propietario podría entonces arrendar una
parte no principal del inmueble, para realizar en ella las actividades descritas.
177
tengan por objeto el expendio y/o venta de bebidas alcohólicas, el establecimiento
de juegos electrónicos, salones de pool, juegos de azar, la exhibición de videos u
otros que provoquen ruidos u olores molestos y demás cuyo giro esté prohibido
por ordenanzas locales o municipales. Se concluye entonces que las “viviendas
económicas” no pueden darse en arrendamiento para tales actividades
comerciales, aunque ellas ocupen una parte del inmueble, por pequeña que sea.
El inciso final del artículo 162, autoriza la instalación en la “vivienda
económica” de un jardín infantil, sin que en este caso se exija que el
establecimiento sea “pequeño” ni tampoco que el inmueble conserve su destino
habitacional. Aún más, se advierte en la ley que el uso de una “vivienda
económica” como jardín infantil, será incompatible con cualquier otro uso, sea
habitacional, de pequeño comercio o para taller.
Como cuestión previa, cabe señalar que de conformidad al artículo 2º, número 3
de la Ley número 19.537 sobre Copropiedad Inmobiliaria, son Bienes de dominio común:
a) Los que pertenezcan a todos los copropietarios por ser necesarios para la
existencia, seguridad y conservación del condominio (por ejemplo: terrenos de dominio
común, cimientos, fachadas, muros exteriores y soportantes, estructuras, techumbres,
instalaciones generales y ductos de calefacción, de aire acondicionado, de energía
eléctrica, de alcantarillado, de gas, de agua potable y de sistemas de comunicaciones,
recintos de calderas y estanques).
b) Aquellos que permitan a los copropietarios el uso y goce de las unidades de su
dominio exclusivo (por ejemplo, terrenos de dominio común diferentes a los indicados en
la letra a) precedente, circulaciones horizontales y verticales, terrazas comunes y aquellas
que en todo o parte sirvan de techo a la unidad del piso inferior, dependencias de servicio
comunes, oficinas o dependencias destinadas al funcionamiento de la administración y a
la habitación del personal);
c) Los terrenos y espacios de dominio común colindantes con una unidad del
condominio, diferentes a los señalados en las letras a) y b) precedentes;
d) Los bienes muebles o inmuebles destinados permanentemente al servicio, la
recreación y el esparcimiento comunes de los copropietarios; y
e) Aquellos a los que se les otorgue tal carácter en el Reglamento de Copropiedad
o que los copropietarios determinen, siempre que no sean de aquellos a que se refieren
las letras a), b) , c) y d) que anteceden.
Agrega la Ley número 19.537 sobre Copropiedad Inmobiliaria, que no podrán dejar
de ser de dominio común aquellos a que se refieren las letras a), b) y c) del número 3 del
artículo 2º, mientras mantengan las características que determinan su clasificación en
estas categorías.
Podrán enajenarse, darse en arrendamiento o gravarse, previo acuerdo de la
asamblea de copropietarios, los bienes de dominio común a que se refieren las letras d) y
e) del número 3 del artículo 2º, como asimismo los mencionados en las letras a), b) y c)
del mismo precepto, cuando por circunstancias sobrevinientes dejen de tener las
características señaladas en dichas letras a), b) y c). No obstante lo anterior, la asamblea
de copropietarios podrá, aun cuando tales características se mantengan, acordar con los
quórum exigidos por la ley, la enajenación de los bienes comunes a que se refiere la letra
c) del número 3 del artículo 2º, sólo en favor de los copropietarios colindantes.
178
A los actos y contratos a que se refiere el párrafo anterior, comparecerá el
administrador, si lo hubiere, y el Presidente del Comité de Administración, en
representación de la asamblea de copropietarios. Los recursos provenientes de estos
actos y contratos incrementarán el fondo común de reserva.
Si la enajenación implica la alteración en el número de unidades de un
condominio, deberá modificarse el reglamento de copropiedad dejando constancia de los
nuevos porcentajes de los derechos de los copropietarios sobre los bienes comunes.
Por su parte, el artículo 17º de la Ley número 19.537 sobre Copropiedad
Inmobiliaria, dispone que sólo podrán tratarse en sesiones extraordinarias de la asamblea
de copropietarios, entre otras, la enajenación o arrendamiento de bienes de dominio
común o la constitución de gravámenes sobre ellos.
179
● Cuando aquél que realizará la mudanza sea el arrendatario, el Notario competente debe
exigir que se le exhiba:
Con todo, en nuestra opinión, la alternativa anterior no puede operar, si, como
dijimos, las partes hubieren estipulado en el contrato de arrendamiento que el arrendatario
deberá obtener, antes de realizar la declaración jurada, un documento suscrito por el
arrendador en que se le autorice a ello. Por eso, el respectivo Notario Público u Oficial
Civil, debe examinar el respectivo contrato. De lo contrario, se estaría desconociendo el
“impedimento contractual”.
Planteamos una duda sobre esta materia: la disposición legal, alude al “propietario
u ocupante a cualquier otro título de una vivienda” ¿Significa esto que los propietarios u
ocupantes a cualquier otro título de oficinas, establecimientos comerciales o industriales,
etc., no requieren otorgar la declaración jurada? No parece lógico que así sea, si
consideramos que la ratio legis de la Ley número 19.866 apunta a proteger al arrendador
de toda clase de inmuebles urbanos regidos por la Ley número 18.101, pero el punto
podría discutirse, atendiendo a la expresión “vivienda”, que podría interpretarse en forma
restrictiva.
La Ley número 18.101 se puso también en el caso que el arrendador,
injustificadamente, se negare a otorgar al arrendatario la autorización para abandonar el
inmueble y retirar sus muebles, o a otorgar el recibo que acredite el pago de la renta de
arrendamiento: el arrendador será sancionado con multa de una a sesenta Unidades de
Fomento, que impondrá el juez que conozca del juicio en que sea controvertido el hecho
que las motiva (artículo 24º número tres de la ley).
a) Ámbito de aplicación.
En todo caso, las disposiciones del Decreto Ley 993 no serán aplicables al
arrendamiento de terrenos fiscales (artículo 1º).
180
b) Naturaleza solemne de los contratos de arrendamiento de predios rústicos.
El Decreto Ley 993 nada dice al respecto, pero si está regulada la materia en el
artículo 1984 del Código Civil. Dispone el precepto que a falta de estipulación de los
contratantes, pertenecerán al arrendatario:
181
- Todas las utilidades de dichos ganados (pues el arrendatario tiene el goce de las
cosas arrendadas, de manera que entre tales utilidades, están los frutos que
puedan obtenerse del ganado);
- Los ganados mismos, con la obligación de dejar en el predio al fin del arriendo
igual número de cabezas de las mismas edades y calidades. Si al finalizar el
contrato faltaren animales, el arrendatario pagará la diferencia en dinero. El
arrendador, sin embargo, no será obligado a recibir animales que no estén
aquerenciados al predio.
Concepto: dispone el artículo 12º del Decreto Ley 993, que “Se entenderá por
contrato de mediería o aparcería aquel en que una parte se obliga a aportar el uso de una
determinada superficie de terreno y la otra el trabajo para realizar cultivos determinados,
con el objeto de repartirse los frutos o productos que resulten”.
Según veremos, se trata de un contrato consensual, que rompe por ende la regla
aplicable tratándose del arrendamiento de predios rústicos. Con todo, la ley presume un
conjunto de estipulaciones, si las partes celebran el contrato verbalmente.
182
vii) Cedente y mediero deben abstenerse de ceder los derechos resultantes del contrato
(artículo 15 del Decreto Ley 993).
viii) Los medieros están obligados a dar cumplimiento a las disposiciones contractuales,
legales y reglamentarias sobre protección y conservación de los recursos naturales
(artículo 17 del Decreto Ley 993).
Limitación que pesa sobre el mediero: dispone el artículo 15 del Decreto Ley
993, que el mediero no podrá celebrar contratos que tuvieren por efecto establecer
submedierías sin autorización previa y por escrito del propietario.
i) Por haberse infringido la prohibición de ceder los derechos resultantes del contrato;
ii) Por haber establecido el mediero submedierías, sin la autorización del cedente;
iii) Por haberse infringido por el mediero, su obligación de dar cumplimiento a las
disposiciones contractuales, legales y reglamentarias sobre protección y conservación de
los recursos naturales, caso en el cual el demandante deberá acompañar a la solicitud de
terminación judicial del contrato, un informe técnico sobre los hechos que sirven de
fundamento a su acción;
iv) Por el fallecimiento o imposibilidad física del mediero. En este caso, la sucesión del
mediero o el mismo, según corresponda, deberá ser indemnizado por el cedente en un
183
monto no inferior al valor de los aportes efectuados por el mediero. El fallecimiento del
cedente no será causal de término anticipado del contrato de mediería.
I. Concepto.
- Pagar una sola cantidad, por toda la obra: obra a precio alzado;
- Pagar por etapas o partes, según avance la obra: obra por administración.
Si las partes no hubieren fijado el precio, el artículo 1997 del Código Civil
establece:
- Se presumirá que las partes han convenido en el que ordinariamente se paga por
la misma especie de obra (vale decir, la ley se remite a la costumbre); y
- A falta de dicho precio, será el que se estime equitativo por peritos.
184
- Será arrendamiento: si la materia es suministrada por la persona que encargó la
obra (artículo 1996, inciso 3º). En este caso, el riesgo por la pérdida fortuita de la
materia será asumido por el arrendatario (artículo 2000), lo que no constituye
ninguna novedad, pues se está aplicando el aforismo res perit dominio, la cosa (la
materia proporcionada, en este caso) perece para su dueño. Si la pérdida o
destrucción es imputable al artífice, él será obviamente responsable.
Puede ocurrir que ambas partes suministren materiales, caso en el cual será
arrendamiento si la materia principal es aportada por el que encarga la obra, y
compraventa a la inversa (artículo 1996, inciso 4º).
Hemos señalado que si el que encargó la obra suministra la materia al artífice, la
pérdida de la misma será asumida por el primero. En tal caso, el artífice sólo podrá
reclamar el precio o salario, en los casos siguientes (artículo 2000 del Código Civil):
i) Cuando por su oficio, haya debido conocer el vicio que afecta la materia (por
ejemplo, cuando siendo un ebanista experto, se le entregó un trozo de pino oregón
que ostensiblemente está horadado por termitas);
ii) Cuando conociendo el vicio, no haya dado aviso oportuno a quien le encargó la
obra.
Una vez ejecutada la obra por el artífice, quien se la encargó debe manifestar su
aprobación. Las reglas son las siguientes:
a) La aprobación (“reconocimiento”, dice la ley) puede hacerse por partes o por el todo
(artículo 2001 del Código Civil).
b) Si hay discrepancia entre las partes, ellas nombrarán peritos que decidan.
c) Si se estima fundada la alegación de quien encargó la obra, éste podrá obligar al
artífice:
- A hacer nuevamente la obra;
- A indemnizarle los perjuicios (artículo 2002 del Código Civil).
El inciso 2º del artículo 1999 del Código Civil, faculta al que encargó la obra para
hacerla cesar, de manera unilateral, lo que constituye una excepción a la regla general,
que exige el consentimiento de las partes. Si ejerce esta facultad, deberá reembolsar al
artífice todos los costos en que hubiere incurrido, darle lo que vale el trabajo hecho (hasta
el cese del contrato) y lo que hubiere podido ganar en la obra.
185
ostenta el artífice. Por ello, si éste muere, el contrato se extingue (artículo 2005 del
Código Civil).
A la inversa, si quien fallece fuere el que encargó la obra, el contrato subsiste,
debiendo asumir la posición jurídica del arrendatario sus herederos, conforme a las reglas
generales.
1ª: Puesto que se trata de un precio fijo, el empresario no puede pedir aumento del
mismo, pretextando tener costos más altos.
2ª: Si circunstancias desconocidas, como un vicio oculto del suelo, ocasionaren costos
imprevistos, el empresario debe obtener la autorización del dueño para incurrir en ellos; si
el dueño rehúsa, el empresario podrá recurrir al juez para que decida si corresponde
recargar el costo de la obra, y fije el aumento de precio que por tal razón corresponda.
3ª: Si el edificio perece o amenaza ruina, en todo o en parte, en los cinco años
subsiguientes a su entrega, por vicio de construcción o por vicio del suelo o por vicio de
los materiales, distinguimos, para determinar quien es responsable:
- El propietario primer vendedor de una construcción será responsable por todos los
daños y perjuicios que provengan de fallas o defectos de ella, sea durante su
ejecución o después de terminada.
- En el caso anterior, el propietario podrá repetir en contra de quienes sean
responsables de las fallas o defectos de construcción, que hayan dado origen a los
daños y perjuicios.
- Los ingenieros calculistas, arquitectos y otros profesionales responderán por los
errores en que hayan incurrido, si de éstos se han derivado daños o perjuicios.
- Sin perjuicio de lo establecido en la regla tercera del artículo 2003 del Código Civil,
los constructores serán responsables por las fallas, errores o defectos en la
186
construcción, incluyendo las obras ejecutadas por subcontratistas y el uso de
materiales o insumos defectuosos, sin perjuicio de las acciones legales que
puedan interponer a su vez en contra de los proveedores, fabricantes y
subcontratistas.
- Las personas jurídicas serán solidariamente responsables con el profesional
competente que actúe por ellas como proyectista o constructor respecto de los
señalados daños y perjuicios.
- El propietario primer vendedor estará obligado a incluir en la escritura pública de
compraventa, una nómina que contenga la individualización de los profesionales
pertinentes y constructores a quienes pueda asistir responsabilidad de acuerdo al
citado artículo 18º. Tratándose de personas jurídicas, deberá individualizarse a sus
representantes legales.
- Las condiciones ofrecidas en la publicidad, se entenderán incorporadas al contrato
de compraventa.
- Los planos y especificaciones técnicas definitivos, se mantendrán en un archivo de
la Dirección de Obras Municipales, a disposición de los interesados.
- La responsabilidad civil a que se refiere el artículo 18º, tratándose de personas
jurídicas que se hayan disuelto, se hará efectiva respecto de quienes eran sus
representantes legales a la fecha de celebración del contrato.
- Las acciones para hacer efectivas las responsabilidades a que se refiere el artículo
18º, prescribirán en cinco años, contados desde la fecha de la recepción definitiva
de la obra por parte de la Dirección de Obras Municipales (para tales efectos, el
citado organismo emite un “Certificado de Recepción Final”).
Los contratos de servicios son tratados en el Código Civil en un breve párrafo, bajo
la denominación de “arrendamiento de servicios inmateriales”, para oponerlos al contrato
de confección de una obra material que se trata en el párrafo precedente (Arts. 2006 y
ss). La regulación es muy sucinta y hace aplicables precisamente normas de este último
tipo de contrato (Art. 2006).
187
III. Si quien encarga el servicio alega que ha sido prestado indebidamente, la
apreciación se hace por el juez considerando la apreciación de dos peritos; y si
se tuviera por contraria a las buenas prácticas del oficio, se podrá pedir que el
prestador del servicio lo haga de nuevo o indemnice a quien lo encargó (Art.
2002).
188
EL CONTRATO DE MANDATO
1.- DEFINICION.
2.- REQUISITOS
En el último caso, agrega el artículo 2120 que si el mandante obra sin autorización
del tercero, se producirá entre ambos el cuasicontrato de agencia oficiosa.
189
Pero no existe mandato, si el negocio sólo interesa al mandatario: art. 2119. Se
trata, en este caso, de “un mero consejo, que no produce obligación alguna”. Con todo, si
tal consejo se diere maliciosamente, es decir de mala fe, obligará a la indemnización de
perjuicios (artículo 2119, inciso 2º).
1º Para que una persona pueda actuar como mandatario de otra de manera
que obligue a ésta y a los terceros a cumplir las obligaciones que de su actuación
emanen, no es necesario que sea plenamente capaz: Art. 2128, primera parte, admite
que el mandatario sea un menor adulto.
La razón de esta disposición radica, a juicio de algunos, en que el mandatario no
actúa por sí mismo en representación de su mandante, y es la capacidad de éste la que
debe tomarse en cuenta en la celebración del acto jurídico. Sin embargo, tal fundamento
resulta discutible, a la luz de los aludidos postulados de la doctrina de la representación-
modalidad del acto jurídico.
En todo caso, nunca puede constituirse en mandatario a un absolutamente
incapaz, porque carece de voluntad; y porque la ley no admite la ratificación de sus actos.
¿Podría quedar comprendido el disipador interdicto en el artículo 2128? Pareciera
que no, pues el precepto sólo alude al menor adulto, y no a los relativamente incapaces,
en general.
las normas del pago, artículo 1581, el Código contempla otro caso que demuestra
que puede actuar válidamente como mandatario un incapaz: “Puede ser diputado para el
cobro y recibir válidamente el pago, cualquiera persona a quien el acreedor cometa este
encargo, aunque al tiempo de conferírsele no tenga la administración de sus bienes ni sea
capaz de tenerla:”
190
En Este sentido, para que el mandatario menor adulto pueda obligarse como
mandatario para con el mandante, debe concurrir autorizado por su representante legal
respectivo o bien autorizado por este.
I. ES UN CONRATO GENERALMENECONSENSUAL.
2º El mandato para contraer matrimonio: Art. 15, inciso 1º, Ley de Registro Civil; el
mandato debe constar por escritura pública, según lo dispone el Art. 103 del CC. Se trata
de un mandato nominado, como es obvio.
3º El mandato conferido por la mujer casada en sociedad conyugal, para que su marido
realice determinados actos jurídicos: Arts. 1749 y 1754. El mandato deberá ser especial y
conferido por escritura pública.
191
4º El mandato conferido por cualquiera de los cónyuges para enajenar o gravar bienes
afectados como familiares (artículo 142 del Código Civil): debe ser especial y conferido
por escritura privada o por escritura pública, si el acto exige tal solemnidad.
6º El mandato conferido para reconocer un hijo, debe otorgarse por escritura pública, en la
que especialmente se confiera la aludida facultad (artículo 190 en relación al artículo 187
del Código Civil).
1º Si la ley exige que en determinados contratos el consentimiento sea dado por escritura
pública, en la misma forma debe ser extendido el mandato, ya que es en el momento de
otorgarse éste, en el cual el mandante, futuro vendedor o comprador, presta su
consentimiento.
192
(iii) Finalmente, al disponer el art. 2123 que no obstante ser el mandato un contrato
usualmente consensual, no se admitirá la prueba de testigos sino de conformidad a las
reglas generales (es decir, aplicando las limitaciones a esta prueba, de los arts. 1708 a
1710) ni tampoco escritura privada cuando las leyes exijan escritura pública (alusión al art.
1701), el señalado art. 2123 no hace sino reiterar normas contenidas en el título de la
prueba de las obligaciones. Enfatiza Meza Barros que no puede desprenderse del tenor
del art. 2123, que el mandato deba constituirse por escritura pública cuando igual
solemnidad requiera el contrato que se encarga celebrar. Para ello, se necesita un texto
legal expreso. Así ocurre, por ejemplo, tratándose de los artículos 142 (bienes familiares)
y 1749 (sociedad conyugal).
193
juicio de algunos, ésta no sería una obligación derivada del mandato, sino más bien de los
contratos que el mandatario celebre en ejecución del mandato.
Alessandri, sin embargo, considera que el mandato es un contrato unilateral, y que
no obsta a tal naturaleza los hechos posteriores al contrato, pues para considerar a un
contrato unilateral o bilateral, debe atenderse al momento de su gestación, y no a
circunstancias posteriores. Agrega que por excepción es bilateral el mandato, cuando es
remunerado.
Sin embargo, la tesis de Alessandri se debilita, considerando que al menos una
obligación contrae el mandante desde el comienzo: proveer de los medios necesarios al
mandatario para cumplir el cometido.
4. CLASES DE MANDATO.
i) Mandato general
Es el que se otorga al mandatario para todos los negocios del mandante, aunque
se indiquen algunas excepciones determinadas. Cabe advertir que los abogados suelen
194
denominar como “mandato general” aquél que contiene numerosas facultades y cuya
extensión abarca varias páginas. En realidad, un mandato así conferido se encuadra en lo
que llamamos “especial propiamente tal”, al que aludiremos más adelante en éste acápite.
El verdadero mandato general no contiene enumeración de facultades, y por eso mismo,
es general. Se contiene en una foja.
Conferido en esta forma, el mandato no otorga al mandatario otras facultades que
las que enumera el art. 2132. De los términos de este artículo, se desprende que el
mandato general otorga al mandatario la facultad de administrar los negocios del
mandante dentro del giro ordinario. La enumeración que al efecto hace de los actos
administrativos el citado artículo, es sólo por vía ejemplar, lo que implica que cualquier
otro acto de administración que no se mencione en dicho precepto, podrá también ser
ejecutado válidamente por el mandatario general.
II. Por otro lado, atendiendo a las facultades conferidas al mandatario, el mandato
puede ser definido o indefinido.
195
i) El mandato será indefinido, cuando el mandante no precisa al mandatario las
facultades conferidas. Por ejemplo, se confiere mandato para que el mandatario
administre un negocio del mandante, pero sin indicarle con qué facultades goza.
ii) Por el contrario, el mandato será definido, cuando se precise cuales son las facultades
o atribuciones del mandatario. Por ejemplo, un mandato para vender un determinado bien
del mandante.
La definición o indefinición del mandato tiene directa relación con las facultades del
mandatario. Se aplican a este respecto, los artículos 2132 y 2133.
Importa en este punto examinar el concepto de acto de administración. La ley no lo
define, pero puede desprenderse de otras disposiciones del CC., en especial el Art. 391,
relativo a la administración del tutor o curador. De tal disposición, se desprende que
administrar es adoptar las medidas de carácter material o jurídico tendientes a conservar
los bienes, a incrementarlos y obtener las ventajas que pueden procurar (Pescio). Vemos
entonces que los actos de administración apuntan a la ejecución, en primer lugar, de
actos conservativos, vale decir, aquellos destinados a evitar la pérdida, menoscabo o
disminución del valor de los bienes. Los actos conservativos pueden ser materiales o
jurídicos. Es un acto conservativo material, ejecutar mejoras necesarias en una vivienda;
es un acto conservativo jurídico, interponer una querella posesoria. En segundo lugar, los
actos de administración apuntan a obtener de los bienes el provecho o utilidad que
ordinariamente reportan. Así, por ejemplo, al administrar un inmueble, darlo en
arrendamiento para la obtención de rentas; o si se administra un predio rural, vender las
cosechas.
Vemos que no existe un límite muy definido entre los actos de administración y los
actos de disposición, caracterizándose estos últimos por modificar la composición del
patrimonio. En ocasiones, un acto que parece ser dispositivo será sin embargo de
administración. Por ejemplo, si se venden los frutos de un bien, como la cosecha de un
fundo. Lo determinante en definitiva, es averiguar si el acto pertenece al giro ordinario del
negocio que se administra. Si pertenece, el acto será de administración, aunque implique
disponer de bienes.
En ciertos casos, el legislador ha señalado expresamente que se requiere de
poder especial y definido:
a) Para transigir (art. 2448). Deben especificarse los bienes, derechos y acciones sobre
los que recaerá la transacción.
196
d) En el mismo caso anterior, cuando la mujer autoriza enajenar o gravar los bienes raíces
de su propiedad (art. 1754).
g) Tratándose del mandato conferido para reconocer un hijo, el que debe otorgarse por
escritura pública, en la que especialmente se confiera la aludida facultad (artículo 190 en
relación al artículo 187 del Código Civil).
h) Tratándose del mandato para contraer matrimonio (artículo 103 del Código Civil).
i) Regla general.
ii) Situaciones en las cuales no es posible ceñirse a los términos del mandato.
197
por abordar un avión, pues el no presentarse en dicha ciudad en tal fecha, obligará
al mandante a pagar una pena. Es importante consignar, en todo caso, que sólo
los actos que el mandatario ejecute dentro de los límites del mandato, obligan al
mandante, sin perjuicio de la ratificación expresa o tácita del último (art. 2160).
2º En el art. 2142, a propósito de la compraventa (quien está facultado para vender, está
igualmente facultado para recibir el precio, sin necesidad de mención especial); y
198
iv) mandato conferido a dos o más personas.
3º Pero si el mandante prohibió dividir la gestión, es decir, quiere que los mandatarios
actúen de consuno, serán “nulos”, dice la ley, los actos que realicen separadamente los
mandatarios que debieron actuar conjuntamente (en verdad, no se trata de un problema
de nulidad, sino de inoponibilidad de los actos realizados por el mandatario al mandante).
De cualquier manera, creemos que el contrato será un título injusto, para los efectos
previstos en el artículo 704 número 2 del Código Civil: “No es justo título: (…) 2º. El
conferido por una persona en calidad de mandatario o representante legal de otra sin
serlo”. Se podría retrucar que la persona que actúa sola, debiendo haber actuado con
otro, sí era mandatario, pero pensamos que no es así: sólo puede entenderse tal
mandatario, en cuanto actúe efectivamente con el otro. Por sí solo, no sería tal
mandatario.
2º Art. 2145:
199
3º Art. 2146:
4º Art. 2147:
200
más bien aparente, pues la cosa está pereciendo para su dueño, y opera entonces el
principio general.
Así las cosas, en los dos casos, anteriores, nos encontramos ante figuras
excepcionales, en las cuales el mandatario responderá, aunque el incumplimiento se deba
al caso fortuito o la fuerza mayor.
i) Justificación de la obligación.
1º El mandatario debe al mandante los intereses de los dineros del segundo que el
primero empleó en utilidad propia;
2º Si el mandatario se constituye en mora, debe asimismo los intereses del saldo que de
la cuenta resulten en contra del mandatario.
Por su parte, el art. 2157 dispone que al efectuar su cometido, el mandatario está
obligado a restituir al mandante lo que recibió por él en el ejercicio del mandato, así como
aquello que dejó de percibir por su culpa. La obligación se extiende incluso a aquello que
recibió de los terceros pero que en realidad no se debía al mandante. Será el mandante a
quien corresponda decidir sobre el particular y no al mandatario.
201
El traspaso de las cosas adquiridas para el mandante es, pues, uno de los puntos
esenciales de la rendición de cuentas. Dicho traspaso constituye el cumplimiento efectivo
y final de la obligación compleja que contrae el mandatario de ejecutar el negocio por
cuenta y riesgo del mandante y jurídicamente representa el pago de lo que el mandatario
debe al mandante, la prestación de lo que debe.
Distinguimos al efecto entre el traspaso de los derechos personales, de los
derechos reales y de las deudas:
Lo que se dice de los créditos, es igualmente aplicable a los demás derechos que
el mandatario haya adquirido para su mandante, en virtud de actos, contratos y
convenciones ejecutados o celebrados en su propio nombre. Por lo tanto, el mandatario
deberá hacer TRADICION al mandante, de las cosas adquiridas para éste. El título
traslaticio de dominio necesario para la validez de la tradición, según el art. 675, será el
mismo contrato de mandato. En efecto, perfeccionado el contrato nace para el mandatario
la obligación de ejecutar el encargo que se le ha confiado y ésta es una obligación DE
HACER. Pero una vez cumplido el encargo, surge para el mandatario la obligación de
entregar al mandante las cosas que le pertenecen, dado que el negocio se ha realizado
“por cuenta y riesgo” de éste (art. 2116). Y ésta es una obligación DE DAR (Arts. 2153 y
2157) que impone al deudor (en este caso, al mandatario), la de entregar la cosa; y si ésta
es una especie o cuerpo cierto, la de conservarlo hasta su entrega (art. 1547). Luego, el
mandatario que transfiere al mandante, en dominio, las cosas adquiridas para éste, en
ejecución del encargo que ha recibido, paga lo que debe (art. 1568). Y la causa del pago
que efectúa es la obligación de dar que ha nacido de la ejecución del mandato que se le
ha confiado (art. 2157). Por ende, no sólo no es necesario recurrir a otro contrato que
haga las veces de título traslaticio de dominio, tal como la venta, sino que es errado
hacerlo. El título, como se ha dicho, es el propio contrato de mandato y la tradición que se
efectúe es el pago de lo que el mandatario debe a su mandante. Mediante tal pago -
tradición- el mandatario extingue la obligación contraída para con éste a raíz del
cumplimiento o desempeño de su cometido. Así lo ha resuelto la jurisprudencia.
202
3º Traspaso de las deudas.
Podríamos afirmar que después del traspaso de las deudas al mandante, tanto
éste como el mandatario están obligados a la deuda, pero en la contribución a la deuda, el
mandante ha de reembolsar al mandatario, si éste hubiere pagado.
Surge una duda en este punto. ¿Debe restituir el mandante al mandatario cuando
este último ha contratado con mayor gravamen que el indicado por el mandante?
Teniendo en consideración el Art. 2147 inc. 2°, pod ría estimarse que el mandante en tal
caso no resulta obligado a restituir al mandatario si este último ha pagado a terceros más
de lo que el mandante había indicado, debiendo soportar el mandatario el pago de la
diferencia.
Para otros, si el mandante acepta la cesión de la deuda contraída con mayor
gravamen que el indicado en el contrato, estaría ratificando lo hecho por el mandatario y
por ende si tendría derecho este último para recobrar el total de lo pagado, incluso aquello
en que se haya contratado con mayor gravamen para el mandante.
Recordemos que ante los terceros con los cuales contrata, el mandatario sólo
representará al mandante cuando actúe a nombre del mismo, evento en el cual el
203
mandante se obliga frente a los terceros. La misma idea del art. 2160 se recoge en el art.
1448.
Por el contrario, si el mandatario actúa a nombre propio no obliga al mandante: Art.
2151. El obligado ante los terceros será el mandatario, sin perjuicio que frente al
mandante, subsisten para el mandatario las obligaciones propias del mandato: deberá
rendir cuenta de su gestión y el mandante podrá exigirle que le ceda las acciones que el
mandatario tiene contra los terceros con los cuales contrató a nombre propio. Con todo,
una vez que el mandatario rinda la cuenta y traspase todos sus derechos y obligaciones al
mandante, éste quedará vinculado con los terceros que contrataron con el mandatario.
ii) Que el mandatario haya actuado dentro de los límites del mandato.
¿Qué ocurre en tal caso con la responsabilidad del mandatario frente a los
terceros con quienes contrató extralimitándose en su mandato? De acuerdo al art. 2154
no es responsable en principio, a menos que se encuentre en una de las siguientes
situaciones:
204
1º Cuando ejecuta de buena fe un mandato nulo: es decir, cuando el mandatario ignora tal
circunstancia; se trata en verdad de un caso en que la ley admite el error de derecho,
permitiendo al agente oficioso reclamar el reembolso de los gastos en que ha incurrido
(pero no de la remuneración, pues no es verdadero mandatario).
2º Cuando debe salirse de los límites del mandato por una necesidad imperiosa.
2º Si el negocio no debió ejecutarse parcialmente (lo que sucede cuando de los términos
del mandato o por la naturaleza del negocio apareciere que el encargo no debió cumplirse
en parte sino solamente de forma íntegra), la ejecución parcial no obligará al mandante
sino en cuanto le aprovechare. Así, por ejemplo, cuando una inmobiliaria encargó al
mandatario comprar, simultáneamente, varios inmuebles contiguos, necesarios, atenida la
sumatoria de sus superficies, para llevar adelante un proyecto inmobiliario.
De la inejecución del resto, responderá el mandatario ante el mandante, por los
perjuicios que al último le ocasionare el incumplimiento parcial. Se responde igual que en
el caso de renuncia del mandatario: Art. 2167.
205
expresamente deberán estipularlo. La obligación en comento se desprende del Art. 2158
N°3.
Expresamente dispone el inciso final del art. 2158 que las obligaciones del
mandante son ineludibles, cualquiera haya sido el resultado del cometido del mandatario,
salvo que un resultado negativo o excesivamente oneroso se deba a culpa del
mandatario.
Por ende, no podrá el mandante excusarse de cumplir sus obligaciones, alegando
que el negocio no ha tenido éxito o que pudo desempeñarse a menos costo.
A su vez, el Art. 2159 autoriza al mandatario para desistirse de realizar el encargo
o cometido, cuando el mandante no cumple con sus obligaciones, por ejemplo, si no paga
el honorario pactado o no le provee de los recursos necesarios para ejecutar su cometido.
Aún más, de conformidad al art. 2162, el mandatario goza de un derecho legal de
retención: no entrega al mandante los efectos recibidos de los terceros con quienes
contrató, mientras el mandante no cumpla a su vez con sus obligaciones.
206
i) Delegación prohibida:
207
el incumplimiento, podrá ejercer las acciones del mandatario contra el delegado, en una
especie de subrogación legal (Art. 2138).
208
III. POR LA REVOCACIÓN DEL MANDANTE.
i) Concepto de revocación.
Se llama revocación el acto jurídico unilateral por el cual el mandante hace saber a
su mandatario su deseo de poner término al mandato. La facultad de revocar es de la
esencia del mandato, y el mandante puede hacer uso de ella a su arbitrio, en cualquier
momento (art. 2165). Se explica esta facultad, atendido el carácter de contrato intuito
personae, contrato de confianza, que distingue al mandato.
Cabe consignar, en todo caso, lo dispuesto en el artículo 241 del Código de
Comercio, que señala: “El comitente no puede revocar a su arbitrio la comisión aceptada,
cuando su ejecución interesa al comisionista o a terceros”.
La revocación puede ser expresa o tácita. Es tácita el encargo del mismo negocio
a distinta persona (art. 2164, 1º); pero si el primer mandato es general y el segundo
especial, el primero subsiste para los negocios no comprendidos en el segundo (art. 2164,
2º). En este caso, la revocación será parcial y no total.
209
facultad al juez "en su prudencia...", y no le ordena; podría en consecuencia condenarse
al mandante a responder frente a los terceros.
i) Concepto de renuncia.
Igual como acontece en la revocación, para que la renuncia del mandatario ponga
término al mandato, es necesario que sea notificada al mandante, y las obligaciones que
al mandatario le empecen para con el mandante, no tendrán fin sino después que haya
transcurrido un tiempo razonable para que el mandante pueda proveer a los negocios
encomendados, es decir, pueda asumirlos por sí mismo o encargárselos a un tercero (Art.
2167, 1º).
Si el mandatario no espera un plazo razonable y abandona sin más el cometido
confiado, será responsable de los perjuicios que la renuncia cause al mandante, salvo que
la renuncia se debiera a enfermedad u otra causa o si por la gestión encomendada se
causa grave perjuicio a los intereses del mandatario (art. 2167, 2º).
Vemos entonces, que la renuncia, al igual que la revocación, no ponen término
inmediato al contrato de mandato.
Tratándose del mandato mercantil, el artículo 242 del Código de Comercio advierte
que “La renuncia no pone término a la comisión toda vez que cause al comitente un
perjuicio irreparable, sea porque no pueda proveer por sí mismo a las necesidades del
negocio cometido, sea por la dificultad de dar un sustituto al comisionista”.
Excepcionalmente, entonces, el mandatario no podrá renunciar.
210
V. LA MUERTE DE ALGUNA DE LAS PARTES
Por regla general, la muerte de una de las partes contratantes no pone fin a un
contrato. Este, continúa entre el contratante sobreviviente y los herederos del contratante
fallecido. El mandato constituye una excepción a este principio general. Cabe distinguir
según se trate de la muerte del mandatario o del mandante.
La muerte del mandatario pone siempre término al mandato. En armonía con este
principio, el artículo 1583 deja en claro que la muerte del mandatario designado para
cobrar un crédito, pone fin al mandato, salvo si el acreedor hubiere expresado que
continuará el mandato, trasmitiéndose la facultad de recibir el pago a los herederos de la
persona diputada para cobrar la deuda. Pero en este caso, no se trata en realidad del
mismo mandato, sino de uno nuevo, ahora vigente entre el mandante y los herederos del
antiguo mandatario.
Sin embargo, el Art. 2170 dispone que los herederos del mandatario que fueren
hábiles para la administración de sus bienes (por ende, los herederos del mandatario que
fueren incapaces no tienen las obligaciones que indicaremos), tienen dos obligaciones:
Así como afirmábamos que la muerte del mandatario siempre pone fin al mandato,
la muerte del mandante por regla general pone término al mandato. En efecto, en los
siguientes casos, el mandato continuará vigente:
a) El Art. 2168 dispone que sabida la muerte del mandante, cesará el mandatario en sus
funciones; pero agrega la ley que si de suspender las funciones se sigue perjuicio a los
herederos del mandante, el mandatario está obligado a finalizar la gestión.
b) El art. 2169 establece que no se extingue por la muerte del mandante, el mandato
destinado a ejecutarse después que ella acontezca: estamos ante el mandato póstumo.
En este caso, los herederos suceden en los derechos y obligaciones del mandante (por
ejemplo, el albaceazgo, artículo 1270 del Código Civil).
c) Tratándose del mandato judicial, que tampoco expira con la muerte del mandante: Art.
396 del C.O.T.
d) En el caso del mandato mercantil, el artículo 240 del Código de Comercio establece
que “La comisión no se acaba con la muerte del comitente: sus derechos y obligaciones
pasan a sus herederos”.
211
VI. QUIEBRA O INSOLVENCIA DEL MANDANTE O MANDATARIO.
212
VIII. POR LA CESACIÓN DE LAS FUNCIONES DEL MANDANTE SI EL MANDATO HA
SIDO DADO EN EJERCICIO DE ELLAS.
Si son dos o más los mandatarios y por la constitución del mandato están
obligados a actuar conjuntamente, la falta de uno de ellos por cualquiera de las causas
antedichas, pondrá fin al mandato. Así las cosas, si actuare uno solo, suscribiendo por
ejemplo una escritura pública en la que se invoca la representación, estaremos ante una
hipótesis de título injusto, de conformidad a lo previsto en el art. 704 Nº 2 del CC.
Con todo, el último inciso del art. 2173 permite al juez absolver de responsabilidad
al mandante, en los siguientes casos:
1º Cuando el hecho que produjo la expiración del mandato, ha sido notificado al público
por periódicos (para evitar dudas interpretativas, y dado el tenor del inciso, parece
conveniente publicar el aviso en al menos dos periódicos);
2º En aquellos casos en que no parezca probable la ignorancia del tercero que contrató
con el mandatario.
213
EL CONTRATO DE COMODATO
1. DEFINICIÓN
2. CARACTERES.
I. Contrato real.
Sólo genera obligaciones para una de las partes contratantes, el comodatario, que
se obliga a restituir la cosa prestada.
214
IV. Es un título de mera tenencia.
V. Es un contrato principal.
Por regla general, deben ser cosas no fungibles, puesto que el comodatario debe
restituir la misma cosa que recibió.
Asimismo, por regla general debe tratarse de cosas no consumibles.
La cosa prestada puede ser mueble o inmueble, pero siempre debe tratarse de
una especie o cuerpo cierto.
215
Obligación de conservar la cosa.
1º Cuando el comodato fuere en pro de ambas partes: se responde de culpa leve por el
comodatario (por ejemplo, cuando se presta un perro de caza con la obligación de
amaestrarlo; o cuando se presta una parcela de agrado con la obligación de efectuar
ciertas innovaciones técnicas en el manejo de los frutales, de manera que éstos
proporcionen en el futuro un mayor rendimiento).
2º Cuando el comodato sólo fuere en pro del comodante: en este caso, el comodatario
sólo responde de la culpa lata o grave (por ejemplo, si el mandante presta al mandatario
un automóvil para cumplir la gestión encomendada).
1º De la naturaleza de la cosa;
216
En realidad, estos casos excepcionales son aplicación de principios generales,
consignados en el art. 1547, 2º y en las normas acerca de la pérdida de la cosa que se
debe: Arts. 1672 a 1674.
i) Uso lícito.
i) Oportunidad de la restitución.
ii) Casos en los cuales el comodante puede exigir la restitución antes del tiempo
estipulado. Son tales:
- Por la muerte del comodatario, por regla general. Sin embargo, cuando la cosa se
prestó para un servicio particular que no puede diferirse o suspenderse, los
herederos del comodatario no estarán obligados a restituir la cosa prestada sino
una vez realizado el servicio (art. 2180, 2º Nº 1);
- Si sobreviene al comodante una necesidad imprevista y urgente de la cosa (Art.
2180, 2º Nº 2); no cualquier necesidad autoriza entonces al comodante para pedir
la restitución anticipada: debe tratarse de una necesidad que razonablemente las
partes no previeron al contratar y además exigir que el comodante recupere la
cosa sin dilación (este caso, además, es interesante, pues constituye una hipótesis
en la que el propio legislador, vulnera la “ley del contrato”, ya que el comodante
puede exigir la restitución anticipada de la cosa);
- Si ha terminado o no tiene lugar el servicio para el cual se prestó la cosa (art.
2180, inciso 2º Nº 3). Por ejemplo: se prestaron algunos textos para el estudio del
examen de grado, y éste se rindió satisfactoriamente por el comodatario.
217
- Si el comodatario hace un uso indebido de la cosa: Art. 2177, 2º. Esta norma es
una de aquellas citadas por quienes sostienen que la condición resolutoria tácita
también opera en los contratos unilaterales, al menos cuando la ley así lo
establece.
- al comodante;
- o a la persona que tenga derecho a recibir la cosa a nombre del comodante, según
las reglas generales;
- o al incapaz que prestó la cosa cuando usaba de la misma con permiso de su
representante legal: en este caso, el art. 2181, inciso 2º, constituye una excepción
al art. 1578 Nº 1, norma que establece que, por regla general, el pago hecho al
incapaz adolece de nulidad (salvo un pago “útil”, de acuerdo al art. 1688).
1º Una acción personal, dirigida contra el comodatario: esta acción nace del contrato y
sólo puede entablarse contra el comodatario y sus herederos;
2º Una real, la acción reivindicatoria, cuando la cosa salió de manos del comodatario y
está en poder de terceros. Obviamente que esta segunda acción, sólo podrá deducirla
eficazmente el comodante, en la medida que sea dueño de la cosa.
218
II. Obligaciones del comodante.
- Que las expensas no sean ordinarias de conservación, pues en tal caso son de
cargo del comodatario (por ejemplo, alimentar un caballo; o cambiar aceite y filtros
del motor de un automóvil, cada cierto kilometraje);
- Que las expensas sean necesarias y urgentes, vale decir, que no haya sido
posible consultar al comodante y que éste igual las hubiere efectuado, de tener la
cosa en su poder.
- Que sea de tal naturaleza, que probablemente hubiere ocasionado los perjuicios;
- Que el comodante la hubiere conocido, pero no declarado al comodatario; y
- Que el comodatario no haya podido, con mediano cuidado, conocer la mala
calidad o precaver los perjuicios.
219
IV. Caso en que sean varios los comodatarios: Art. 2189.
Siguiendo la regla general, los derechos y obligaciones pasan a los herederos (Art.
2186). Sin embargo, en cuanto a la sobrevivencia del contrato, distinta es la situación si
muere el comodante o el comodatario:
7. EL COMODATO PRECARIO
Por regla general, el comodante no puede pedir la restitución de la cosa, antes que
expire el plazo convenido o antes que termine el uso para el cual se prestó la cosa.
También estamos ante un comodato precario en la hipótesis del art. 2195, 1º:
cuando no se presta la cosa para un servicio particular ni se fija un plazo para su
restitución. Puesto que la cosa no se ha prestado para un servicio particular, no tiene
aplicación el Art. 2180, que establece que la cosa debe restituirse “después del uso para
que ha sido prestada”.
220
Sintetizando, el comodato tendrá el carácter de precario:
221
EL MUTUO O PRESTAMO DE CONSUMO
1. CONCEPTO.
El mutuo es un contrato en que una de las partes entrega a la otra cierta cantidad
de cosas fungibles, con cargo de restituir otras tantas del mismo género y calidad (artículo
2196).
Cabe precisar sin embargo, que el mutuo recae usualmente sobre cosas
consumibles antes que sobre cosas fungibles. De ahí que se hable de un “préstamo de
consumo”. El Código también incurre en esta imprecisión en otras materias, como
acontece al definir el usufructo (artículo 764). En verdad, podríamos concluir que las
cosas objeto de un contrato de mutuo, ordinariamente han de ser consumibles y también
fungibles. Con todo, podría ocurrir que pueda recaer sobre cosas fungibles pero
objetivamente no consumibles, cuando por ejemplo se prestan 200 sillas a un
establecimiento educacional, obligándose el mutuario a restituir otras sillas, iguales, pero
nuevas. No se trata en este caso de un comodato o de un arrendamiento, pues entonces
habría que restituir las mismas sillas.
2. CARACTERES
El mutuo, a la luz de las reglas del Código Civil, tiene los siguientes caracteres:
I. Es un contrato real.
El único que se obliga, por regla general, es el mutuario, a restituir la cosa. Pero a
diferencia del comodatario y del depositario, no se obliga a conservar la cosa, pues se
hace dueño de la misma.
Si el mutuo recae sobre cosas fungibles que no sean dinero, la gratuidad será un
elemento de la naturaleza del contrato (artículo 2198). La ley sólo obliga restituir igual
cantidad de las cosas prestadas, siendo indiferente que el precio de ellas haya subido o
bajado en el tiempo que medió entre la tradición y la restitución.
En consecuencia, las partes deberán estipular expresamente que el mutuario,
además de restituir, deberá pagará una suma por el préstamo. Dicha suma se denomina
intereses.
222
IV. Es un título traslaticio de dominio.
Así se desprende de los arts. 2197, 675 y 703. El mutuo es el único contrato real
que transfiere el dominio (sin perjuicio de los casos excepcionales del depósito irregular y
de la prenda de dinero).
V. Es un contrato principal.
El mutuo no requiere de ningún otro contrato para producir sus efectos, y por el
contrario, suele ocurrir que junto a él, las partes celebren un contrato accesorio, con el fin
de asegurar el cumplimiento del primero.
I. Mutuante.
II. Mutuario.
La ley sólo le exige que sea capaz de obligarse, conforme a las reglas generales.
Si no lo es, el contrato será nulo.
223
5. CLASES DE MUTUO
i) Aspectos generales.
Se le aplican las normas del Código Civil. El único obligado es el mutuario, quien
debe restituir igual cantidad de las cosas, del mismo género y calidad (arts. 2196, 2198 y
2205).
Si no es posible restituir cosas de la misma naturaleza, el mutuario restituirá lo que
valgan en el tiempo y lugar en que haya debido hacerse el pago (artículo 2198).
Este contrato es por naturaleza gratuito. Para pagar intereses, sea en dinero o en
otras cosas fungibles, deberá mediar pacto expreso de las partes (artículo 2205). Con
todo, si el deudor pagare intereses no estipulados, el acreedor podrá retenerlos (artículo
2208), lo que ha hecho decir a algunos que estaríamos ante un caso de obligación
natural, distinto de aquellos señalados en el artículo 1470.
Puede ser fijada por las partes o en el silencio de ellas, por la ley. En el primer
caso, habrá que atender al contrato. En el segundo caso, la ley suple la voluntad de las
partes, estableciendo que sólo se puede exigir la restitución al cabo de 10 días, contados
desde la entrega (artículo 2200). Podríamos afirmar que se trata de un plazo dentro del
cual el mutuario puede consumir las cosas.
Se deberá restituir igual cantidad de cosas del mismo género y calidad, sin atender
al precio de la cosa al tiempo de la restitución, el cual puede haber variado.
Si no se puede llevar a cabo la restitución en los términos señalados, el acreedor
podrá exigir al mutuario que pague lo que valgan las cosas en el tiempo y lugar en que ha
debido hacerse el pago.
Igual que acontece en el comodato y en el depósito, eventualmente pueden nacer
obligaciones para el mutuante, siendo responsable de los perjuicios que se ocasionen al
mutuario:
Si los vicios ocultos eran de tal magnitud que de saberlos, el mutuario no habría
contratado, se podrá exigir que se deje sin efecto el contrato (artículo 2203). El Código
Civil alude a la “rescisión” del contrato, pero en verdad se trata de la resolución del
contrato.
Pero el mutuante no necesariamente responderá por la mala calidad de la cosa o
por los vicios ocultos de que adolezca. En efecto, se exige además, para que proceda la
indemnización de perjuicios, que la mala calidad o el vicio oculto hayan sido conocidos y
no declarados por el mutuante2, y que el mutuario no haya podido, con mediana
diligencia, conocer la mala calidad de la cosa o precaver los perjuicios3 (artículo 2203,
que hace aplicable al mutuo el artículo 2192, del comodato).
224
II. Mutuo sobre dinero.
i) aspectos generales.
La Ley Nº 18.010 del 27 de junio de 1981, regula de manera orgánica a todas las
operaciones de crédito de dinero, y entre ellas, el mutuo de dinero.
Cabe tener presente que mutuo y operación no resultan ser términos sinónimos,
dado que bajo la definición del Art. 1° de le ley 1 8.010, una operación de crédito de dinero
puede ser aquella en que una parte “entrega” o “se obliga a entregar”. En el primer caso,
es decir, si una parte ENTREGA, en tal caso el contrato se perfeccionará con la entrega
de la cosa y por ende tendrá el carácter real que todo mutuo debe tener; junto con ello,
seguramente será un contrato unilateral puesto que solamente quedará obligado quien
recibe el dinero. Por el contrario, si se OBLIGA A ENTREGAR, claramente el contrato no
tendrá el carácter real ya que se perfeccionaría con el mero consentimiento de las partes,
y junto con ello será una figura bilateral al quedar uno obligado a entregar y el otro
obligado a devolver el dinero prestado.
2º Salvaguardar el debido equilibrio entre acreedor y deudor, que para algunos, habría
morigerado el Código Civil, toda vez que se entendía que el mutuo regulado en dicho
Código favorecía exageradamente al deudor, en perjuicio del acreedor (por ejemplo, al
prohibir en el Código Civil el anatocismo, o sea el interés sobre interés, en el artículo
2210, hoy derogado).
A diferencia del Código Civil, que establece la gratuidad del mutuo (hoy
circunscrito al préstamo de cosas fungibles que no consistan en dinero), el mutuo de
dinero es oneroso, según el artículo 12 de la Ley Nº 18.010, ya que no se presume la
gratuidad. En el silencio de las partes, debe el mutuario pagar intereses.
225
b) Las operaciones de crédito de dinero no son reajustables, salvo pacto de las
partes.
Se entiende por reajuste toda suma que el acreedor reciba o tenga derecho a
recibir por sobre el capital y los intereses.
No debemos confundir la reajustabilidad con los intereses. La reajustabilidad es la
forma utilizada para que la moneda no se desvalorice o deprecie, por inflación u otra
causa.
El interés es el valor que se paga por el uso del dinero, es la ganancia legítima que
obtiene el acreedor por prestar una suma de dinero.
a) Concepto.
Desde un punto de vista doctrinario, es el precio por el uso del dinero. Desde un
punto de vista jurídico, es el beneficio o utilidad del mutuante, como precio por el
préstamo que otorga al mutuario. Constituye por tanto un fruto civil.
En las operaciones de crédito de dinero no reajustables, constituye interés toda
suma que recibe o tiene derecho a recibir el acreedor, a cualquier título, por sobre el
capital.
En las operaciones de crédito de dinero reajustables, constituye interés toda suma
que recibe o tiene derecho a recibir el acreedor por sobre el capital reajustado (artículo 2
de la Ley Nº 18.010).
Tienen importancia también los intereses para admitir o no el pago anticipado de la
suma prestada.
b) Clases de interés.
226
encuentra limitada por la ley sin embargo, disponiéndose que no podrá estipularse
un interés que exceda en más de un 50% al interés corriente que rija al momento
de la convención (así, por ejemplo, si la tasa de interés corriente asciende al 2%,
el interés máximo convencional no podrá superar el 3%). De vulnerarse el límite
legal, el interés se reduce automáticamente al interés corriente que rija al tiempo
de la convención (artículo 8 de la Ley Nº 18.010), sin perjuicio del delito de usura
sancionado en el artículo 472 del Código Penal.
c) El anatocismo.
- Sólo pueden pactarse en dinero (en materia civil, en cambio, pueden pagarse en
dinero o en especie);
- Se devengan día a día.
- Pueden pagarse intereses sobre intereses.
- Se presumen por la ley. Si nada se pacta, se entenderá que rigen los intereses
corrientes.
- Artículo 17: si el acreedor otorga recibo del capital, se presumen pagados los
intereses y reajustes, en su caso. La norma es similar a la del artículo 1595, inciso
2º del Código Civil;
- Artículo 18: el recibo por los intereses correspondientes a los tres últimos períodos
consecutivos de pago, hace presumir que los intereses correspondientes a los
períodos anteriores, han sido pagados. Igual presunción opera respecto del
capital, cuando éste se debe pagar en cuotas. La norma es similar a la del artículo
1570 del Código Civil.
227
g) Pago anticipado de la suma prestada.
Permite la ley al deudor de una operación de crédito de dinero, pagar antes del
vencimiento del plazo estipulado, aun contra la voluntad del acreedor,4 y siempre que se
trate de una obligación cuyo capital no supere el equivalente a 5.000 unidades de
fomento, en los siguientes casos:
Fuera de los casos antes señalados, será necesario contar con el consentimiento
del acreedor, para proceder a un pago anticipado de la obligación. Por ende, así ocurrirá:
228
7. DIFERENCIAS ENTRE EL MUTUO Y OTRAS FIGURAS
I. Mutuo y comodato.
a) El mutuo tiene por objeto cosas fungibles, mientras que el comodato tiene por objeto
cosas no fungibles;
b) El mutuo puede ser gratuito u oneroso. El comodato es por esencia gratuito.
c) El mutuo es un título traslaticio de dominio. El comodato es un título de mera tenencia.
d) El mutuario se obliga a restituir otras tantas cosas del mismo género y calidad. El
comodatario se obliga a devolver la misma cosa recibida.
a) El mutuario se hace dueño de la cosa recibida. El arrendatario nunca deja de ser mero
tenedor.
b) La obligación del mutuario es de género. La obligación del arrendatario consiste en
devolver la misma cosa dada en arrendamiento.
c) En el mutuo, el riesgo es del mutuario, pues la pérdida de la cosa no lo exonera de su
obligación de restituir, ya que el género no perece. En el arrendamiento, el riesgo recae
en el arrendador.
d) El mutuo es un contrato real. El arrendamiento es un contrato consensual, por regla
general.
229
EL CONTRATO DE FIANZA
1. CONCEPTO
El artículo 2335 define la fianza como una obligación accesoria, en virtud de la cual
una o más personas responden de una obligación ajena, comprometiéndose para con el
acreedor a cumplirla en todo o parte, si el deudor principal no la cumple.
Agrega el precepto que la fianza puede constituirse, no sólo a favor del deudor
principal, sino de otro fiador.
Cabe precisar que la fianza, antes que una “obligación accesoria”, es un contrato
accesorio, cuyas partes son el acreedor y el fiador (y no el deudor de la obligación
principal, por ende). Aún más, debemos agregar que la fianza siempre es un contrato, a
pesar de que el artículo 2336 diga que sólo la fianza convencional se constituya por
contrato. En verdad, tanto la fianza legal como la judicial (y por cierto la convencional) se
constituyen por contrato, sin perjuicio que el origen de la obligación de procurarse un
fiador sea la convención, la ley o una resolución judicial.
2. CARACTERES.
1.- La fianza que debe rendir el guardador, para ejercer su cargo: el artículo 1033 del
Código de Procedimiento Civil exige otorgar escritura pública;
2.- La fianza mercantil debe otorgarse por escrito;
3.- En materia penal, la fianza que se rinde para la libertad provisional de un procesado,
debe constituirse por escritura pública o por un acta firmada ante el juez por el procesado
y el fiador.
La única parte obligada es el fiador, quien se obliga para con el acreedor a cumplir
con la obligación principal, en subsidio o en el evento de que el deudor principal no la
cumpla.
230
III. ES GRATUITO.
ii) El fiador tiene la facultad para oponer al acreedor todas las excepciones que
deriven de la obligación principal (artículo 2354): en otras palabras, lo que puede
oponer el fiador al acreedor son las excepciones reales, pero no las personales del
deudor.
iii) La obligación del fiador no puede ser más gravosa que la obligación principal
(artículo 2344): lo que sí puede ocurrir es que el fiador se obligue por menos, no sólo
respecto a la cuantía de la obligación, sino también en cuanto al tiempo, lugar,
modalidades de pago, cláusula penal, etc:
231
1º En cuanto al tiempo: el fiador se obligaría en términos menos gravosos que el
deudor principal, cuando dicha obligación sea pura y simple, mientras que la
obligación del fiador estuviere sujeta a un plazo; también puede ocurrir que ambas
obligaciones sean puras y simples o estén sujetas a idéntico plazo; lo que no
podría ocurrir, es que la obligación del deudor principal estuviere sujeta a un plazo
para su exigibilidad y la del fiador fuere pura y simple.
2º En cuanto al lugar: infringiría el artículo 2344 aquella estipulación en virtud de
la cual el fiador esté obligado a pagar en el domicilio del acreedor, mientras que el
deudor principal sólo esté obligado a pagar en su propio domicilio. Tal hipótesis,
supondría una obligación más gravosa para el fiador.
3º En cuanto a la condición: sería más gravosa para el fiador la obligación, si la
obligación del deudor principal está sujeta a una condición suspensiva, mientras
que la obligación del fiador es pura y simple y por ende su cumplimiento se puede
exigir de inmediato por el acreedor.
4º En cuanto a la forma de pago: la obligación del fiador sería más gravosa si
está obligado a pagar en dinero efectivo o con un determinado tipo de moneda,
mientras que el deudor principal no tiene dicha limitación.
5º En cuanto a la pena: en dos casos sería más gravosa la obligación del fiador:
5.1. Si el fiador se sujeta a una pena para el cumplimiento de su obligación,
pero dicha pena no afecta al deudor principal;
5.2. Cuando ambos deudores, principal y fiador, se sujetan a una pena, pero
la del fiador es más grave.
En todos los casos en que la obligación del fiador sea más gravosa que la
obligación principal, la sanción correspondiente será la reducción de la fianza a los
mismos términos que la obligación principal.
Nada impide, en todo caso, que el fiador se obligue en términos más
eficaces que el deudor principal, cuando se constituye por ejemplo una fianza
hipotecaria ( o sea, una fianza y una hipoteca), aunque la obligación principal no la
tenga .
V. CONTRATO PATRIMONIAL.
VI. NO ES CONDICIONAL.
3. LA SUBFIANZA.
El inciso 2º del artículo 2335 permite afianzar al que a su vez constituyó una
fianza.
232
Se trata de un subcontrato, y como tal, el subfiador se somete a las mismas reglas
que el fiador.
La particularidad de este subcontrato, que lo distingue de los demás que
pertenecen a igual categoría contractual, es que extinguida la fianza por confusión de las
calidades de deudor y fiador, persistirá sin embargo la subfianza (art. 2383), lo que se
justifica porque la subfianza beneficia al acreedor, y el crédito aún no se ha extinguido, sin
perjuicio que ahora, en lugar de tres personas obligadas (deudor, fiador y subfiador), sólo
hay dos (deudor y subfiador).
4. CLASES DE FIANZA.
Esta clasificación no está referida al origen de la obligación del fiador, ya que ella
siempre es convencional, sino más bien al origen de la obligación del deudor principal de
rendir fianza.
La fianza legal, es aquella impuesta por el legislador, como por ejemplo en los
casos siguientes:
La fianza judicial es decretada por el juez, pero éste sólo puede ordenar su
constitución cuando una norma legal lo permita; por ejemplo:
En todo caso, las fianzas legales y judiciales se rigen por las mismas reglas de la
fianza convencional, con las siguientes diferencias:
- Las fianzas legales y judiciales pueden sustituirse por una caución real, lo que no
es posible en la fianza convencional, pues en el último caso rige la ley del contrato,
que impide sustituir la garantía sin la anuencia del acreedor (artículo 2337);
- Tratándose de la fianza judicial, no se puede oponer el beneficio de excusión
(artículo 2358 Nº 4).
233
II. FIANZA PERSONAL, HIPOTECARIA O PRENDARIA.
La fianza será limitada, cada vez que en el contrato de fianza se determine con
precisión a qué está obligado el fiador o cada vez que se limite la fianza a una
determinada cantidad de dinero.
La fianza será ilimitada cuando se extienda a todo cuanto asciende la obligación
principal con sus intereses y costas. En este caso, la fianza en verdad también estará
limitada en último término, al monto de la obligación principal (artículo 2347).
Fianza simple es aquella que está sometida únicamente a los textos que el
Código Civil dedica a la fianza por sí sola considerada.
3
En este punto complementamos la materia con los textos del profesor Antonio Vodanovic, expuestas en su
libro “La Fianza”.
234
punto, otro sector de la doctrina discrepa indicando que no tendría sentido privar al fiador
solidario del beneficio de excusión, dado que si se reconoce el carácter “subsidiario” de su
obligación para con el acreedor, la única defensa que le permitiría hacer respetar dicha
calidad sería el beneficio de excusión, de forma tal que para esta parte de la doctrina, que
debiera llevar la razón en el punto, si podría oponerse el beneficio de excusión, y
simplemente se privaría del beneficio de división si hubieran dos o más fiadores solidarios
pues al enfrentarse ahora al acreedor tras haber fallado las acciones en contra del deudor
principal, no pueden excusarse de pagar cualquiera de ellos el total de la deuda).
Entre ambas especies de fiador hay varias diferencias de importancia práctica. Así,
por ejemplo, el fiador-codeudor solidario puede asumir una obligación más gravosa que la
del deudor principal, pero no el fiador solidario.
Así mismo, el fiador-codeudor solidario no goza de la excepción de subrogación
señalada en el artículo 2355, pero si goza de ella el fiador solidario.
Este último no queda afecto a la prórroga de jurisdicción que existiere respecto del
deudor, pero el fiador-codeudor solidario sí queda ligado. El artículo 185 del Código
Orgánico de Tribunales dice: “La prórroga de jurisdicción sólo surte efecto entre las
personas que han concurrido a otorgarla, mas no respecto de otras personas como los
fiadores o codeudores”. La jurisprudencia ha precisado el alcance o los términos de esta
disposición. Ha dicho: “Que la prórroga de jurisdicción que existe contra el deudor puede
afectar al fiador en caso de que éste concurra a estipularla”.
La Corte Suprema ha recalcado las diferencias de régimen entre el fiador solidario
y el fiador-codeudor solidario. Dice: “Al fiador codeudor-solidario no pueden aplicársele las
normas relativas a la extinción, relevo, retractación o prescripción de la fianza; deben
aplicársele los principios que gobierna la solidaridad pasiva y, por ende, no le afectan a su
garantía los hechos que extinguen o relevan la fianza. Tampoco tiene lugar en la fianza y
codeuda solidaria la caducidad contemplada en el artículo 1649 del Código Civil, ya que
se aplica exclusivamente a los fiadores”.
235
ii) Preponderancia en la práctica de la fianza solidaria y la fianza-codeuda solidaria
sobre la fianza simple.
5. REQUISITOS.
236
i) Fianza del sometido a curaduría.
Conforme al artículo 404, para que el pupilo pueda obligarse como fiador, se
requiere:
Dispone el artículo 1792-3, que ninguno de los cónyuges podrá otorgar cauciones
personales sin el consentimiento del otro cónyuge. Si cualquiera de ellos otorgare por
ende una fianza sin la autorización del otro, previene el artículo 1792-4 que el contrato de
fianza adolecerá de nulidad relativa. El cuadrienio para impetrar la nulidad se contará
desde el día en que el cónyuge que la alega tuvo conocimiento del acto.
237
una deuda consiste en entregar una especie o cuerpo cierto, u otras cosas fungibles que
no sean dinero, estaremos ante un contrato innominado, más no ante una fianza.
Cuando se afianza una obligación de dar, el fiador responderá pagando la suma
de dinero a que asciende la obligación principal, o una menor si la fianza se hubiere
limitado (pero no se obligará a una suma mayor, según se indicó). Cuando se afianzan
obligaciones de hacer o de no hacer, el fiador se obliga al pago de la indemnización de
perjuicios que resulte de la infracción de la obligación.
Son tales:
238
c) El deudor de quien haya motivo de temer que se ausente del territorio del Estado con
ánimo de establecerse en otra parte, no dejando bienes suficientes para la seguridad de
sus obligaciones.
d) El deudor cuyo fiador se ha tornado insolvente (artículos 2348 y 2349).
El fiador ofrecido por el deudor, debe reunir los siguientes requisitos (artículo
2350):
- Los bienes raíces del fiador que estén fuera del territorio de la República;
- Los bienes raíces sujetos a hipotecas gravosas;
- Los bienes raíces sujetos a condición resolutoria;
- Los bienes raíces embargados;
- Los bienes raíces litigiosos.
Excepcionalmente, se tomarán en cuenta los bienes muebles del fiador:
- Fianza mercantil; y
- Cuando la deuda afianzada es módica.
Son las partes del contrato de fianza. Los efectos del contrato entre las partes,
debemos analizarlos en dos momentos: antes y después que se realice reconvención de
pago. Antes que el acreedor reconvenga al fiador, éste tiene derecho a pagar la deuda.
Después de la reconvención de pago, los efectos dicen relación con las defensas con que
cuenta el fiador.
Estos efectos dicen relación con el pago que el fiador hace al acreedor. Como lo
hemos indicado, el fiador debe pagar en igualdad de condiciones que el deudor principal.
De tal manera, si el fiador paga la obligación principal y ésta se encontraba sujeta
a un plazo, o sea no era actualmente exigible, el fiador no puede dirigirse contra el deudor
deduciendo acción de reembolso, sino una vez que ha expirado el plazo de la obligación
239
principal. Se justifica lo anterior, porque la precipitación del fiador puede privar al deudor
de interponer defensas ante la acción del acreedor (artículo 2373).
Distinta será la situación del fiador que paga anticipadamente, según si hubiere o
no dado aviso del pago al deudor. Si no da aviso, el deudor podrá oponerle todas las
excepciones que pudiera haber opuesto en contra del acreedor al tiempo del pago
(artículo 2377, inciso 1º). Aún más, podría suceder que el deudor, ignorando que el fiador
había pagado anticipadamente la obligación, volviera a pagar; en tal caso, el fiador
carecerá de la acción de reembolso contra el deudor, sin perjuicio que podrá intentar
contra el acreedor la acción del deudor por el pago de lo no debido (artículo 2377, inciso
2º).
b) Derecho del fiador para exigir al acreedor que accione contra el deudor.
a) Beneficio de excusión.
Concepto.
Es una facultad según la cual el fiador puede exigir al acreedor que antes de
proceder en su contra, se persiga la deuda en los bienes del deudor principal (artículo
2357).
240
- Cuando la obligación principal no produce acción: se refiere el legislador a las
obligaciones naturales; mal podría en este caso exigir el fiador al acreedor que
persiga primero al deudor, cuando la ley priva de tal derecho; aún más, puede
ocurrir que el acreedor ni siquiera pueda perseguir el pago demandando al fiador,
si éste constituyó la fianza cuando la obligación principal era civil y después
degeneró en natural, pues en tal caso, la fianza también lo será. En cambio, la
fianza será una obligación civil, cuando se constituye cuando la obligación
principal es natural (sea porque nació como tal, sea porque degeneró en natural).
- Cuando la fianza ha sido ordenada por el juez.
Fuera de los casos del artículo 2358, tampoco gozará el fiador del beneficio de
excusión, en los siguientes casos:
241
- El fiador no debe estar privado del beneficio de excusión. Nos atenemos a lo
expuesto con anterioridad.
- Que el beneficio de excusión se oponga en tiempo oportuno. Establece el artículo
2358 Nº 5, que el beneficio de excusión debe oponerse luego que sea requerido el
fiador. Esta norma fue complementada por el artículo 303 del Código de
Procedimiento Civil, que considera al beneficio como una excepción dilatoria. Por
lo tanto, en términos generales, deberá oponerse en las siguientes oportunidades
procesales: a) si se trata de un juicio ordinario: dentro del término de
emplazamiento; y b) si se trata de un juicio ejecutivo: conjuntamente con las
excepciones perentorias, en el plazo para oponerse a la ejecución, de 4 u 8 días,
según corresponda.
Excepcionalmente, el beneficio de excusión puede oponerse con
posterioridad, cuando el deudor, al tiempo del requerimiento hecho al fiador no
tenga bienes y después los adquiera. En este caso, la solicitud del fiador en la que
alega la excusión se tramitará como incidente, y de acuerdo al Código de
Procedimiento Civil, deberá promoverlo tan pronto como tenga conocimiento de
que el deudor adquirió bienes, so pena de rechazarse de plano el incidente, si en
el expediente hay antecedentes que prueben que el fiador sabía de la existencia
de bienes en poder del deudor.
De acuerdo a lo dispuesto en el artículo 2363, el fiador sólo puede oponer
el beneficio de excusión por una sola vez. Con todo, lo que sí puede hacerse
nuevamente es la indicación de bienes del deudor principal, cuando éste los
hubiere adquirido después que el fiador opuso el beneficio (del tenor del artículo,
pareciera que el fiador sólo puede señalar una vez más bienes del deudor
principal).
- Que el fiador indique al acreedor los bienes del deudor principal (artículo 2358 Nº
6). Como dice Somarriva, esta exigencia es de toda lógica, porque si pudiese
alegarse la excusión sin señalar los bienes del deudor principal, significaría una
burla al acreedor y un mero expediente dilatorio empleado por el fiador.
Toda clase de bienes pueden señalarse por el fiador, muebles o inmuebles,
corporales o incorporales, pero siempre y cuando se los indique con precisión.
Con todo, el artículo 2359 establece qué bienes no pueden señalarse por el
fiador: 1º Los que estén fuera del territorio nacional; 2º Los embargados o
litigiosos (artículo 1464 números 3 y 4); 3º Los créditos de dudoso o difícil cobro; 4º
Los bienes cuyo dominio esté sujeto a condición resolutoria; y 5º Los bienes
hipotecados a favor de deudas preferentes, en la parte que pareciere necesaria
para el pago completo de éstas.
- Que el fiador anticipe al acreedor los gastos de la excusión. El inciso primero del
artículo 2361 confiere este derecho al acreedor. Si acreedor y fiador no se ponen
de acuerdo acerca de la cuantía de la anticipación, ésta será fijada por el juez,
nombrando además a la persona en cuyo poder se consignará; dicha persona
puede ser el propio acreedor.
Eventualmente, el propio fiador podría estar interesado en hacer la
excusión (o sea, dirigirse contra el deudor principal).Para ello, deberá proponer
hacerlo en un “plazo razonable”. Como la ley no indica que se entiende por tal,
queda a la prudencia del juez fijarlo. En todo caso, no basta con la sola petición
para que el fiador goce del derecho, porque el juez podría rechazar la solicitud,
considerando que el artículo 2361 dice que para estos efectos, el fiador “será
oído”.
242
Casos en que pueden ser excutidos bienes de varias personas.
La regla general, es que el fiador sólo puede señalar para la excusión, bienes de
una sola persona. Pero esta regla tiene dos excepciones:
- Tratándose del subfiador demandado por el acreedor, pues goza del beneficio de
excusión tanto respecto del fiador como respecto del deudor principal (artículo
2366). En este caso, el acreedor tendrá que demandar primero al deudor principal,
enseguida al fiador y por último al subfiador;
- Si hay varios codeudores solidarios, pero sólo uno ha dado fianza, demandado el
fiador de ese codeudor, tiene derecho para que sean excutidos no sólo los bienes
del deudor afianzado, sino también los bienes de los otros codeudores (artículo
2362).
Somarriva critica la norma, señalando que nuestro CC ha sido
inconsecuente con respecto al principio establecido en el artículo 2372, porque en
éste artículo, que alude a la acción de reembolso de que goza el fiador que ha
pagado, sólo se concede la acción contra el deudor solidario afianzado, y no
contra los deudores solidarios no afianzados. Habría entonces disparidad de
criterio para resolver dos casos que debieran tener idéntica solución.
b) Beneficio de división.
Concepto.
243
Requisitos que deben cumplirse para que el fiador pueda oponer el beneficio
de división.
Son tales:
- Que el fiador que lo invoca no haya renunciado al beneficio: nada impide renunciar
al beneficio, considerando que está establecido en interés del fiador (artículo 12).
Si el fiador renuncia al beneficio y paga el total de la obligación, es subrogado por
la ley en los derechos del acreedor contra los restantes fiadores, en el exceso de
lo pagado (artículo 2378).
- Que no se trate de fiadores solidarios: el artículo 2367 deja en claro que el fiador
solidario carece del beneficio de división; como codeudor solidario, está obligado
al pago de toda la obligación (artículo 1511, inciso 2º).
- Que se trate de fiadores de una misma deuda y de un mismo deudor: artículo
2368. No es obstáculo para que se invoque el beneficio de división, la
circunstancia de que los fiadores se hubieren obligado separadamente; lo que
importa es que sean fiadores de una misma obligación.
Efectos.
- Principio general: la deuda se divide entre los fiadores por partes iguales (artículo
2367, inciso 1º);
- Casos excepcionales:
2º Cuando alguno de los fiadores fuere insolvente, pues en tal caso, su insolvencia
gravará a los demás fiadores, es decir, éstos deberán pagar la parte que el
primero no puede solucionar por su insolvencia (art. 2367, inciso 2); en todo caso,
no se entenderá que un fiador es insolvente, cuando su subfiador no lo fuere.
c) Excepción de subrogación.
Concepto.
Consiste en la facultad del fiador, para exigir que se rebaje de la demanda del
acreedor todo lo que el fiador podría haber obtenido del deudor principal o de los otros
fiadores por medio de la subrogación legal o que se declare extinguida la fianza en todo o
en parte, cuando el acreedor ha puesto al fiador en el caso de no poder subrogarse en
sus acciones contra el deudor principal o los otros fiadores, o cuando el acreedor por
hecho o culpa suya, ha perdido las acciones en que el fiador tenía derecho de subrogarse
(artículos 2355 y 2381 número 2).
244
Fundamento de la excepción.
Son tales:
- La pérdida de las acciones debe producirse por hecho o culpa del acreedor. Así se
establece en el art. 2381 Nº 2. Tal ocurriría, por ejemplo, si el acreedor cancela
una hipoteca o alza una prenda, o si no inscribe una hipoteca o deja prescribir sus
acciones.
- Las acciones deben haber existido en manos del acreedor al momento de
constituirse la fianza.
Así piensa la mayor parte de la doctrina, basándose en la circunstancia de
que el fiador sólo ha podido tener en vista para subrogarse las acciones existentes
al momento de obligarse, y no las que aún no ingresaban al patrimonio del
acreedor.
245
Cabe señalar que dado los términos amplios del CC, cualquier derecho en
que el fiador no pueda subrogarse motivaría el nacimiento de la excepción de
subrogación.
- Debe tratarse de acciones útiles para el fiador.
Si el acreedor pierde una acción que de haberse conservado y subrogado
el fiador ningún beneficio le hubiere reportado a éste, no hay perjuicio alguno y por
ende no puede invocarse la excepción de subrogación. Por ejemplo, si el acreedor
cancela una hipoteca de tercer grado, existiendo dos acreedores hipotecarios de
grado preferente cuyos créditos eran de gran cuantía y que excedieron las resultas
del remate.
Dos pueden ser los efectos, que se desprenden de los artículos 2355 y 2381
número 2:
- Extinción de la fianza: cuando las acciones perdidas por culpa del acreedor, de
haber subsistido, habrían permitido al fiador obtener el reembolso íntegro de lo
pagado al acreedor;
- Disminución de la responsabilidad del fiador: cuando las acciones en que pudo
subrogarse sólo le habrían reembolsado parte de lo pagado.
Peso de la prueba.
El fiador puede oponer al acreedor tanto las excepciones reales que emanan de la
obligación, como las excepciones personales suyas (art. 2354).
246
Son excepciones reales o comunes las inherentes a la obligación, es decir las que
resultan de su naturaleza; ellas dicen relación exclusivamente con el vínculo jurídico
mismo, con prescindencia absoluta de las personas que lo han contraído. Se dicen reales,
porque guardan relación con la cosa, en este caso, la obligación; y se llaman comunes,
porque pueden ser opuestas por cualquier persona, por cualquier deudor solidario y por el
fiador.
Son excepciones personales las que competen a uno o más deudores en atención
a ciertas y determinadas circunstancias o la situación especial en que estos se hallan.
Como no dicen relación con la obligación misma sino con ciertas circunstancias
personales, sólo puede oponerlas la persona a quien favorecen.
Como se puede observar, la situación del fiador es semejante, en esta materia, a
la del codeudor solidario (art. 1520).
- Excepciones de dolo y violencia: el art. 2354 incluye entre las excepciones reales
al dolo y la violencia (o fuerza, en la terminología usual) de que haya sido víctima
el deudor. En realidad, se trata de situaciones que, por regla general, permiten
oponer excepciones personales. Se diferencian en esto entonces la solidaridad y
la fianza, porque en la primera se trata de excepciones personales que sólo puede
invocar el deudor víctima del dolo o de la fuerza, mientras que en la fianza, se trata
de excepciones reales que puede oponer cualquier fiador.
- Excepción de compensación: La regla en virtud de la cual las excepciones
personales sólo pueden ser opuestas por aquellos a quienes amparan, no es
absoluta; hay ciertas excepciones personales que, no obstante su carácter,
pueden ser opuestas por los demás deudores, que también se aprovechan de
ellas. Estas son las llamadas excepciones mixtas y son dos: la remisión parcial de
la deuda y la compensación.
La compensación de la deuda es una excepción personal, que también
puede ser invocada por los otros codeudores, fiador incluido, cuando el acreedor -
no obstante la compensación parcial o total- demande a otro de los deudores
subsidiarios o solidarios el total de la obligación. Una vez producida la
compensación respecto de uno, extingue la obligación respecto de todos y se
convierte en una excepción real o común que a todos los deudores aprovecha.
Pero hay una diferencia entre la solidaridad y la fianza: en la primera, la
compensación puede alegarse cuando uno de los codeudores hizo valer la
compensación y el acreedor, no obstante lo anterior, demanda a otro de los
codeudores como si la compensación no hubiere operado. En la fianza, también
puede operar cuando el deudor principal opuso al acreedor la compensación y el
acreedor demanda después al fiador como si tal compensación no hubiere
operado, y además, y aquí está la diferencia, cuando el acreedor demanda al
fiador antes que al deudor principal. Es decir, el fiador puede oponer al acreedor,
por vía de compensación, lo que éste deba al deudor principal (lo anterior se
deduce de interpretar, a contrario sensu, el art. 1657, inciso 2º).
- Excepción de prescripción: el fiador puede oponer al acreedor la prescripción, a
pesar de haber renunciado a la misma el deudor principal (lo que sólo podrá
hacerse una vez cumplida, como se recordará): art. 2496. Estamos ante una
aplicación del principio según el cual la renuncia de un derecho es de efectos
relativos y sólo afecta a quien la hace. En cuanto al plazo de prescripción de la
247
obligación subsidiaria del fiador, debemos atender al plazo en que prescriba la
obligación principal (art. 2516). Prescritas ambas obligaciones, la principal y la
accesoria, pasarán a tener la calidad de obligaciones naturales. Por lo tanto, si el
fiador paga, y no alega por ende la prescripción, no podrá accionar en contra del
deudor principal.
Pero distinta será la situación cuando la fianza se constituye cuando la
obligación principal ya tenía el carácter de natural, pues en tal caso la fianza será
una obligación civil, de manera que el fiador requerido por el acreedor deberá
pagar, aunque al igual que en la hipótesis anterior, no podrá entablar acción de
reembolso contra el naturalmente obligado.
En relación a esta materia, la doctrina se ha preguntado si la interrupción
de la prescripción producida en el deudor o en el fiador, afecta mutuamente al otro.
2º Interrupción que opera en el fiador: en este caso, se aplica la regla general del
efecto relativo de la interrupción de la prescripción, y por ende, el deudor principal
podrá alegar la prescripción de las acciones, pues la notificación hecha al fiador no
tuvo la virtud de interrumpir en su contra la prescripción. Si concluyéramos lo
contrario, ocurriría que lo principal sigue la suerte de lo accesorio, lo que pugna
con la lógica jurídica.
248
i) Efectos antes de efectuar el pago por el fiador.
El fiador podrá pedir a su arbitrio cualquiera de las tres cosas, si se dan los
supuestos a que aludiremos seguidamente.
- Cuando exista temor fundado de que el deudor se fugue y no deje bienes raíces
suficientes para el pago de la deuda: cabe destacar que la ley alude a los bienes
raíces; por lo tanto, si el deudor principal hubiere dejado bienes muebles
suficientes, el fiador igual podrá hacer uso de los derechos conferidos por el art.
2369.
249
c) Obligación de dar aviso del pago.
Tanto el fiador como el deudor principal, deben dar aviso al otro del pago que
pretenden efectuar. De no darse este aviso recíproco, se aplicará lo dispuesto en los
artículos 2376 y 2377. Revisemos la situación, según si paga el deudor principal o el
fiador, sin noticiar al otro:
- Pago efectuado por el deudor principal: en este caso, si el fiador, ignorando que el
deudor principal había pagado, paga a su vez nuevamente al acreedor, tendrá
derecho para exigir al deudor principal que le reembolse lo pagado. En verdad, el
mismo objetivo obtendría el fiador ejerciendo la acción de reembolso del art. 2370.
El deudor principal, por su parte, podrá repetir en contra del acreedor, pues
el último incurrió en un caso de pago de lo no debido, al recibir dos veces lo que se
le adeudaba (una vez del deudor principal y otra del fiador); en estricto rigor, quien
pagó lo no debido fue el fiador y no el deudor principal, pero como se observa, la
ley permite al fiador dirigirse contra el propio deudor principal. En todo caso, no
parece haber inconveniente para que el fiador se dirija contra el acreedor, por el
pago de lo no debido (lo que se justificará, si el deudor principal fuere insolvente);
- Pago efectuado por el fiador: el deudor principal podrá oponerle todas las
excepciones de que podría haberse servido ante el acreedor. A su vez, si el
deudor principal pagare de nuevo (ignorando que el fiador ya había pagado), el
fiador no tendrá acción alguna contra aquél, sin perjuicio de dirigirse contra el
acreedor por el pago de lo no debido. Como vemos, en este caso el legislador
priva al fiador tanto de la acción subrogatoria como de la acción personal de
reembolso que nace de la fianza. Igual que en el caso anterior, la ley obliga a
accionar por el pago de lo no debido a quién pagó primero (el fiador), pero sin
avisar al que pagó después (el deudor principal).
-
ii) Efectos entre el fiador y el deudor principal, después de efectuado el pago por el
primero.
a) Acción de reembolso.
Concepto.
Se trata de una acción personal, que emana del contrato de fianza. La consagra el
art. 2370. El fundamento de esta acción debemos buscarlo en el mandato o gestión de
negocios que vincula al fiador con el deudor, según si la fianza fue o no conocida por éste.
Podemos definirla como aquella acción que la ley confiere al fiador, para obtener del
deudor principal el reembolso de todo lo pagado por el primero al acreedor, gastos
incluidos, a consecuencia de su calidad de fiador de una obligación contraída por el
segundo.
250
Cosas que comprende la acción de reembolso.
- El capital de la deuda;
- Los intereses de este capital; los intereses que el fiador puede cobrar son los
intereses corrientes, y ellos corren de pleno derecho desde el momento del pago.
- Los gastos en que hubiere incurrido el fiador a consecuencia de la fianza; estos
gastos serán aquellos que el fiador ha debido pagarle al acreedor en conformidad
al art. 2347, y los que se originen en la demanda interpuesta por el fiador contra el
deudor; pero dos limitaciones establece el art. 2370 acerca del reembolso de los
gastos:
1° no podrá pedirse el reembolso de gastos “inconsiderados” (o sea,
exagerados, desproporcionados, cuestión que determinará el juez en caso de
conflicto); y
2° no podrá pedirse el reembolso de gastos sufridos por el fiador antes de
notificar al deudor principal la demanda intentada contra el fiador (porque el
legislador presume que el deudor principal, de haber tenido conocimiento de la
demanda en contra del fiador, habría pagado al acreedor, ahorrando al fiador
los gastos pertinentes);
- Los perjuicios de cualquiera otra naturaleza que el contrato hubiere provocado al
fiador (se trata de otros perjuicios, distintos de los “intereses”, que como sabemos,
son los perjuicios propios de una obligación de dinero; así, Somarriva proporciona
el ejemplo siguiente: el fiador, para hacer honor a su palabra y pagar la deuda, se
ve en la necesidad de vender un inmueble a un precio muy inferior al que tiene en
el mercado, caso en el cual podría cobrar al deudor principal no sólo los intereses
de lo pagado, sino también la diferencia entre el valor real del inmueble y el
obtenido en la venta apresurada).
Como puede observarse, el objetivo de la acción de reembolso es asegurar que el
fiador resulte íntegramente resarcido de los gastos y perjuicios en que hubiere incurrido.
Claro está que si el fiador paga más de lo debido, no podría cobrar al deudor
principal lo pagado en exceso, porque ninguna responsabilidad le asiste al último por la
torpeza o error del fiador; éste podrá sin embargo repetir contra el acreedor, para que le
restituya la parte indebidamente percibida.
251
- Que el fiador no esté privado de acción.
La regla general es que todo fiador goce de acción de reembolso. Sin
embargo, excepcionalmente hay casos en los cuales el fiador carece de esta
acción:
- Hay un solo fiador y un solo deudor principal: el fiador sólo podrá demandar al
segundo;
- Hay un fiador y varios deudores principales a los cuales afianzó, y se trataba de
una obligación simplemente conjunta: el fiador podrá demandar a cada uno de los
deudores principales, pero sólo por la cuota que les corresponda en la deuda;
- Hay un fiador y varios deudores principales, pero sólo uno de ellos fue afianzado:
el fiador sólo podrá demandar a aquél de los deudores que afianzó (artículo 2372);
- Hay un fiador y varios deudores principales a los cuales afianzó, y se trata de una
obligación solidaria: el fiador podrá demandar por el total, a cualquiera de los
deudores principales; y
252
- Hay un fiador y varios deudores, pero sólo afianzó a uno de ellos y se trata de una
obligación solidaria: el fiador sólo podrá repetir por el todo, contra el codeudor
afianzado.
Concepto.
Está contemplada en el art. 1610 N° 3, que como se recordará, trata de los casos
de pago con subrogación legal. Se entiende por tal aquella acción que confiere la ley al
fiador que paga, de manera que pase a ocupar la posición jurídica del acreedor y pueda
por ende impetrar ante el deudor principal, los mismos derechos que podría haber
invocado el acreedor.
Para que el fiador pueda subrogarse en los derechos del acreedor, es necesario
que se cumpla con los siguientes requisitos:
Los efectos de la acción subrogatoria son los indicados en el art. 1612: el crédito
pasa a manos del fiador con los mismos privilegios y garantías con que existía en el
patrimonio del acreedor. En todo caso, la acción subrogatoria comprende solamente el
monto de lo que el fiador pagó al acreedor. Mediante ella no podrá demandar el fiador el
pago de los gastos, ni los intereses ni los perjuicios eventuales, conceptos que deberán
reclamarse al interponer la acción de reembolso. Por ende, puede afirmarse que la acción
subrogatoria es una acción más restringida que la acción de reembolso.
Si el pago efectuado por el fiador fuere parcial, la subrogación también lo será,
gozando el acreedor de preferencia para obtener el pago del saldo insoluto, conforme al
253
Art. 1612. Por ende, podría ocurrir que el fiador no alcance a pagarse, si el deudor
principal fuere insolvente y sólo pagare al acreedor el saldo de la deuda.
- Al deudor principal;
- A los codeudores solidarios; distinguimos al efecto:
1° si afianzó a todos los codeudores solidarios: no cabe duda que puede
entablar la acción por el total contra cada uno de ellos (persiste aquí, entonces, la
solidaridad);
2° si sólo afianzó a uno de los codeudores solidari os: podrá demandarle el
total a éste, y a los demás sólo podrá exigirles su parte o cuota en la deuda (art.
2372, en relación al art. 1522); y
- A los cofiadores.
Algunas sentencias, han concluido que el plazo comienza a correr desde que el
fiador haya hecho el pago, fundamentándose los fallos en la circunstancia que con
anterioridad a dicho pago, el fiador no tenía el carácter de acreedor.
Somarriva critica estas sentencias. Puntualiza que el crédito no sufre variación de
ninguna especie por la subrogación que opera. Por ende, respecto a la prescripción del
crédito, la subrogación no tiene influencia y continúa corriendo a pesar de ella. Así las
cosas, para Somarriva la prescripción de la acción subrogatoria se empieza a contar no
desde que el fiador hace el pago, sino desde que el crédito se hizo exigible, aún cuando
esto haya acontecido mientras pertenecía al acreedor. Por lo demás, sería injusto que al
fiador que pagó y se subrogó le corra plazo de prescripción antes del vencimiento del
plazo para el pago de la deuda, en circunstancias que no puede aún demandar al deudor
principal.
254
pago del saldo insoluto; en cambio, tratándose de la acción subrogatoria, el
acreedor primitivo goza de preferencia frente al nuevo acreedor, para obtener el
pago del saldo insoluto (art. 1612).
- Finalmente, desde el punto de vista del plazo de prescripción de las acciones,
convendrá interponer la acción de reembolso, pues el plazo se comienza a
computar desde que el fiador hace el pago, mientras que el plazo de prescripción
de la acción subrogatoria, según vimos, comienza a contarse, a juicio de
Somarriva, desde que la obligación se hizo exigible. Podría ocurrir entonces que
hubiere prescrito la acción subrogatoria y persistiere la acción de reembolso. Con
todo, podría ocurrir que la acción de reembolso prescriba antes que la acción
subrogatoria, si el fiador pagó anticipadamente la obligación.
El fiador que afianza por orden de un tercero, goza también de acción contra éste.
Así lo establece el art. 2371, norma que no hace sino consagrar la acción que
emana del contrato de mandato, pues el tercero, en este caso, es un verdadero mandante
del fiador.
En todo caso, el legislador deja al arbitrio del fiador el dirigirse contra el deudor
principal o contra su mandante. Por cierto, si demanda a cualquiera de ellos y es
indemnizado adecuadamente, carecerá de acción contra el otro, pues de intentarla y ser
acogida, habría un enriquecimiento sin causa.
ii) Requisitos para que el cofiador se subrogue en los derechos del acreedor.
255
de subsistir, el acreedor podría perseguir a los otros fiadores. Pareciera entonces
que a juicio de Somarriva, la extinción de la obligación ha de ser total, conclusión
que no compartimos, pues el pago hecho por el cofiador podría ser excesivo, aún
cuando la obligación principal no se hubiere extinguido en su totalidad; nada
justifica estimar que el cofiador sólo podrá accionar contra los restantes cofiadores
una vez extinguida en su integridad la obligación principal. Con todo, si el pago
fuere parcial, no debemos olvidar que el acreedor tiene preferencia para pagarse
del saldo, conforme lo dispuesto en el art. 1612.
El cofiador que paga más de la cuota que le correspondía, sólo puede demandar
de los restantes cofiadores la parte o cuota que a éstos corresponda en el exceso
pagado, y no en su totalidad. Cabe advertir si, que el cofiador no podría entablar la acción
subrogatoria contra aquellos cofiadores a quienes el acreedor hubiere liberado de su
obligación, porque si el acreedor no podía demandarlos, mal podría hacerlo el cofiador,
pues está subrogándose en las acciones que tenía el acreedor. Pero en el caso anterior,
el cofiador podría invocar ante el acreedor el derecho que le concede el art. 2355, es
decir, la excepción de subrogación.
Nada dice la ley acerca de la posibilidad de interponer por el cofiador que paga en
exceso, otras acciones contra los restantes cofiadores. Somarriva señala que nada
impediría deducir la acción in rem verso, que evita que los otros fiadores se beneficien
indebidamente al extinguirse la deuda a la cual ellos también estaban obligados.
9. EXTINCIÓN DE LA FIANZA.
- El relevo de la fianza;
- Cuando se interpone la excepción de subrogación; y
- Cuando se extingue la obligación principal total o parcialmente.
256
Analicemos a continuación las peculiaridades que pueden observarse en los
distintos modos de extinguir las obligaciones:
I. El pago.
Establece el art. 2382 que al operar entre deudor principal y acreedor una dación
en pago, en virtud de la cual el primero entrega al segundo un objeto distinto al
primitivamente adeudado, la fianza se extinguirá irrevocablemente.
Algunos sostienen que este precepto demostraría que la dación en pago supone
una novación por cambio de objeto, en la cual la segunda obligación tiene una existencia
efímera. Y puesto que al haber novación se extinguió la obligación primitiva, igual suerte
corrieron las obligaciones accesorias, entre ellas la fianza.
Sin embargo, Somarriva previene que Bello no fundamentó la norma en la aludida
y supuesta novación, sino en las ideas de Pothier, según se desprende de una nota
marginal del principal redactor de nuestro Código, quien señala aludiendo al citado autor
francés: “el fiador no debe sufrir perjuicios del arreglo por el cual el acreedor ha tomado
en pago dicha heredad; pues el acreedor por este arreglo ha quitado el medio al fiador de
poder, al pagar al acreedor mientras que el deudor era solvente, de repetir de ese deudor
la suma de lo que se había hecho responsable”. Como se observa, Pothier se funda en la
equidad y no en la novación.
III. La novación.
IV. La compensación.
V. La remisión.
257
El relevo de la fianza, esto es la liberación de la fianza hecha voluntariamente por
el acreedor, es una verdadera remisión, aunque no constituye donación, según lo
dispuesto en el art. 1397, a menos que el deudor principal esté insolvente.
VI. La confusión.
258
LA HIPOTECA
1. CONCEPTO.
El artículo 2407 del Código Civil contiene la definición legal de hipoteca. Señala el
artículo que “La hipoteca es un derecho de prenda, constituido sobre inmuebles que no
dejan por eso de permanecer en poder del deudor”. Esta definición ha sido criticada por
nuestra doctrina, porque no proporciona una idea cabal de la garantía.
Somarriva la define como “el derecho real que recae sobre un inmueble que
permaneciendo en poder del constituyente, da derecho al acreedor para perseguirlo de
manos de quien se encuentre y de pagarse preferentemente del producto de la subasta”.
Se define la hipoteca como derecho real y no como contrato, porque si bien por lo
general tiene ambas características, no siempre acontece así, ya que puede existir como
derecho sin que haya contrato, como ocurre en el caso de la hipoteca legal que contempla
el Código de Procedimiento Civil, el caso contemplado en el Código de Aguas y el que se
consagra en el Código de Comercio, a los que aludiremos más adelante.
Además, más correcto es señalar que el inmueble permanece en poder del
“constituyente” antes que en poder del “deudor”, pues bien puede ocurrir que la garantía
emane de un tercero.
La palabra “hipoteca”, se forma por las expresiones “hipo”, que significa “debajo
de” y “teca”, que significa “lugar en que se guarda algo”. Alude a un inmueble que queda
sometido al ejercicio de ciertas facultades del acreedor, a consecuencia del préstamo que
éste le hizo al deudor.
2. IMPORTANCIA.
De todas las cauciones, tanto reales como personales, ninguna ofrece mayor
seguridad al acreedor que la hipoteca, siendo la principal fuente de crédito. Ello, porque
los bienes raíces tienen un valor estable, más o menos elevado, resultando posible
obtener créditos más cuantiosos. También la hipoteca presenta ventajas para el deudor,
porque no obstante la constitución del gravamen, no se ve desposeído del inmueble,
pudiendo valerse de él para obtener utilidades.
Para que conserve su eficacia, la hipoteca debe gozar de la publicidad general, lo
que se consigue mediante la inscripción en el Registro de Hipotecas y Gravámenes del
Conservador de Bienes Raíces.
I. ES UN DERECHO REAL.
En los demás derechos reales, es posible visualizar una relación directa entre el
titular del derecho y la cosa sobre la que recae tal derecho; dichos derechos reales se
ejercitan mediante el goce o tenencia de la cosa. En la hipoteca, en cambio, la forma de
ejercitar el derecho se materializa en la facultad que tiene el acreedor de pedir la venta de
la cosa hipotecada en caso que el deudor no cumpla la obligación.
259
Por ser la hipoteca un derecho real, se ejerce sobre el bien gravado sin respecto a
determinada persona. De este carácter se deduce que el acreedor goza del derecho de
persecución, expresamente reconocido en el artículo 2428 del Código Civil, que le permite
perseguir la finca hipotecada de manos de quien se encuentre y a cualquier título que la
haya adquirido.
i) Noción general.
260
separa de la hipoteca: las acciones -la personal y la real- deben dirigirse contra
personas diferentes. Lo mismo ocurre cuando la finca hipotecada es adquirida por
un tercero.
c) Incluso, la hipoteca puede subsistir no obstante haberse extinguido la obligación
principal: cuando ésta se extingue por novación, las partes pueden pactar reserva
de la hipoteca, es decir, que la misma hipoteca pase a caucionar una nueva
obligación.
1° El tenor del artículo 376 del Código Civil: la h ipoteca sustituye a la fianza que está
obligado a rendir el guardador. Forzosamente en este caso la hipoteca es de un monto
indeterminado, ya que no se sabe si al terminar la guarda afectará responsabilidad al
guardador, ni menos a que suma alcanzará tal responsabilidad.
2° El tenor del artículo 2427 del Código Civil: se pone en el caso que la deuda garantizada
"fuere ilíquida, condicional o indeterminada".
3° El tenor del art. 2431 del Código Civil: “la hipoteca podrá limitarse a una determinada
suma, con tal que así se exprese inequivocamente.” Nótese que la ley emplea la voz
podrá, y no la expresión deberá. Por ello, interpretando el precepto a contrario sensu,
cabe concluir que éste acepta que pueda estar indeterminado el monto de las
obligaciones garantizadas. Por eso, el artículo 81 del Reglamento del Conservador de
Bienes Raíces, al enunciar los requisitos que debe contener la inscripción hipotecaria, se
refiere a la suma de la obligación “en el caso de haberse limitado a determinada
cantidad”, lo que indica también que es perfectamente posible que dicha suma sea
indeterminada. La indeterminación de las obligaciones caucionadas no se ciñe
exclusivamente al monto, sino también a la naturaleza de las obligaciones.
A pesar de que el artículo732 del Código Civil no incluye la hipoteca entre las
limitaciones del dominio, es evidente que tiene este carácter. En efecto, por su
constitución el propietario del inmueble no puede ejercer su derecho de dominio en forma
absoluta, no puede destruir las construcciones, plantaciones, etc., existentes en el
261
inmueble, ni gozar de él en términos que lesionen los derechos del acreedor hipotecario,
porque entonces se aplica el artículo 2427 del Código Civil.
VII. ES INDIVISIBLE.
- De acuerdo con el artículo 1526 número 1, idea que repite el artículo 2408, la
acción hipotecaria se dirige contra el que posea en todo o en parte el inmueble
hipotecado. De manera que si en la sucesión del deudor uno de los herederos se
adjudica el inmueble gravado, contra él se dirige la acción, y si el bien se divide en
lotes, distribuyéndose entre los herederos, el acreedor puede ejercitar su acción
por el total en cada uno de los lotes.
Desde el punto de vista del crédito: dispone el artículo 1526 número 1, que si
queda una parte insoluta del crédito, por pequeña que sea, subsiste la totalidad de la
garantía hipotecaria; además, si hay varios acreedores hipotecarios y el deudor le paga su
cuota a cada uno de ellos, no puede solicitarle la cancelación proporcional del gravamen;
y si fallece el acreedor dejando varios herederos, cada uno de ellos puede perseguir el
total de la finca hipotecada, por su parte o cuota en el crédito.
262
El carácter indivisible que tiene la hipoteca es de su naturaleza y no de la esencia.
Por ello, y por estar establecido en beneficio del acreedor, éste puede renunciarlo.
4. CLASES DE HIPOTECA.
I. Generalidades.
i) Considerando su origen:
- Convencional;
- Legal; y
- Judicial
- Pública;
- Oculta.
Hoy en día, las hipotecas ocultas y las generales en cuanto a los bienes, se
encuentran en descrédito en la doctrina y legislación comparada. El régimen hipotecario
moderno descansa en los principios de la publicidad y de la especialidad (en cuanto al
bien, no en cuanto a las obligaciones), los que representan una reacción contra las
hipotecas ocultas y generales del Derecho Romano, que sobreviven en muy pocas
legislaciones. De esta manera, las hipotecas en nuestra legislación son especiales en
cuanto a los bienes que ellas afectan, públicas y específicas o generales, según se
vinculen o no a obligaciones determinadas.
263
nacimiento al derecho de hipoteca, que no es la convención de las partes sino la ley; pero
siempre es necesario para su existencia inscribirla en el Conservador de Bienes Raíces.
En cuanto a la hipoteca judicial, nuestra legislación no contempla ningún caso. Si
bien en nuestra legislación no podemos hablar de hipotecas convencionales, legales y
judiciales porque sólo existen las primeras con la salvedad de los excepcionales casos de
hipoteca legal, en cambio la obligación de constituir hipoteca puede emanar del acuerdo
de las partes, de la ley o de una resolución judicial. Bajo este aspecto, aunque no con
toda propiedad, podría decirse que la hipoteca es convencional, legal o judicial. Acontece
aquí lo mismo que en la fianza, donde el artículo 2336 dice que puede ser convencional,
legal o judicial, queriendo con ello referirse a que la obligación de rendirla puede emanar
de las fuentes indicadas; pero la fianza en sí misma es siempre un contrato.
Resumiendo:
1° No hay en nuestro derecho hipotecas ocultas, por que para su existencia todas deben
inscribirse en el Conservador de Bienes Raíces;
2° Tampoco existen hipotecas generales, en cuanto a los bienes raíces hipotecados, sino
únicamente especiales, que se refieren a bienes raíces determinados;
3° No hay hipotecas legales, ni judiciales en el se ntido que se produzcan por el sólo
ministerio de la ley (salvo en los casos excepcionales, a los que más adelante
aludiremos);
4° Puede hablarse de hipotecas legales, judiciales y convencionales atendiendo al origen
de donde emana la obligación de constituirla;
5° La hipoteca es un derecho real, y como tal, para su tradición es necesario que concurra
un título de donde emane la obligación de constituirla. Este título es el contrato
hipotecario, salvo en el caso de hipoteca legal que acepta nuestra legislación, en el que el
título es la ley.
264
sobre las propiedades adjudicadas para asegurar el pago de los alcances que resultan en
contra de los adjudicatarios, salvo que se pague de contado el exceso al que La Hipoteca
se refiere el Art. 660.
Conforme a lo expuesto, los requisitos de la hipoteca legal son los siguientes:
265
pronunciarse sobre las bases respectivas, hubiese excluido expresamente determinados
bienes de tales gravámenes.”
6. EL CONTRATO HIPOTECARIO.
I. Concepto.
El derecho real de hipoteca necesita para nacer, como todo derecho real, que
opere un modo de adquirir el dominio. Originariamente, en la constitución de la hipoteca
existe tradición de la misma. Con posterioridad, también pueden actuar otros modos: la
prescripción en caso que el gravamen se haya constituido sobre cosa ajena, pues
entonces la tradición no sirve al acreedor para adquirir el derecho, sino como título para
llegar a adquirirlo por prescripción, o la sucesión por causa de muerte, mediante la cual el
heredero o legatario adquiere el derecho de hipoteca conjuntamente con el crédito.
Ahora bien, si en la generación del derecho de hipoteca siempre existe tradición,
tendrá también que existir un título que la anteceda (artículo 675 del Código Civil), es
decir, un contrato que coloque a una persona en la obligación de transferir el derecho de
hipoteca.
Este título, no es otro que el contrato hipotecario, que podemos definir como aquél
en que el deudor o un tercero se obliga con respecto al acreedor a darle o transferirle el
derecho de hipoteca sobre un inmueble de su propiedad y a conservar éste en
condiciones idóneas para asegurar el pago de los créditos garantizados.
i) Puede celebrarlo el acreedor no sólo con el deudor personal sino también con un
tercero (llamado garante hipotecario).
266
iii) Es un contrato accesorio:
Ello no impide que la hipoteca se otorgue antes del acto a que acceda (artículos
1442 y 2413). Volveremos sobre este detalle al tratar la validez de la denominada
“Cláusula de Garantía General Hipotecaria”.
267
Cabe advertir, en todo caso, que para los efectos prácticos, es decir para
ver la procedencia de la acción pauliana, el artículo 2468 equipara la hipoteca a los
actos onerosos (lo mismo ocurre con la prenda).
Debe otorgarse por escritura pública y debe además ser inscrita en el Registro
Conservatorio. Más adelante aludiremos al segundo de estos actos, pues se discute si es
solemnidad del contrato.
7. ELEMENTOS DE LA HIPOTECA.
I. Capacidad
La hipoteca debe perfeccionarse por escritura pública (art 2409 del Código Civil).
Los autores se han planteado qué rol jurídico juega en la hipoteca la inscripción en
el Registro Conservatorio: ¿es una solemnidad del acto hipotecario o la forma de efectuar
la tradición del derecho real de hipoteca?
268
escritura por sí sola no crea en este caso ningún derecho para el acreedor ni restringe en
lo más mínimo las facultades del deudor sobre el inmueble”.
3° Artículo 2411 del Código Civil, contratos hipote carios celebrados en el extranjero. El
legislador reconoce la existencia del contrato hipotecario antes de efectuarse inscripción
alguna.
4° Artículo 2419 del Código Civil, hipoteca sobre b ienes futuros, da derecho al acreedor
de hacerla inscribir sobre los inmuebles que el deudor adquiera en lo sucesivo y a medida
que los adquiera; si el contrato hipotecario no produjere efecto alguno sin la inscripción,
no se explicaría la disposición anterior, carecería de fuente el derecho del acreedor para
solicitar que se practiquen las inscripciones. La misma solución, opera en el caso del
artículo 16 de la Ley número 19.537, sobre Copropiedad Inmobiliaria, que regula la
hipoteca de departamentos de un edificio en actual construcción.
5° Relacionando el artículo 767, relativo al usufru cto, con la hipoteca, Claro Solar señala
al respecto: “La inscripción no es una solemnidad del acto de constitución del usufructo,
que queda perfecto con el otorgamiento de la escritura pública”; agrega que “En realidad
la solemnidad de la constitución del usufructo que haya de recaer sobre bienes raíces es
la escritura pública y la inscripción es el modo de adquirir”.
269
contrario, como el acto hipotecario es plenamente válido, puede interponer contra el
constituyente las acciones contra el contratante en mora, de acuerdo a las normas
generales, y pedir la pertinente indemnización.
En definitiva, la inscripción diría relación con los efectos del contrato hipotecario
(obligación del constituyente de transferir al acreedor el derecho real de hipoteca), y no a
su perfeccionamiento, para lo cual basta con la escritura pública.
4° La suma determinada a la que se extienda la hipo teca, si las partes la limitan a una
determinada cantidad, con tal que así se exprese inequívocamente de acuerdo al artículo
2431, parte inicial (principio de la especialidad de la hipoteca en cuanto a la obligación).
Sobre el particular, las hipotecas se pueden constituir conforme a los siguientes
formatos:
- Hipoteca específica: que garantiza una o algunas obligaciones determinadas (tal
pagaré, por tal suma, con tal fecha de vencimiento, etc.);
- Hipoteca con cláusula de garantía general, pero limitada a un monto máximo;
- Hipoteca con cláusula de garantía general, sin limitación.
5° La fecha de la inscripción y la firma del Conser vador. Cabe señalar que este es el único
requisito que no puede omitirse bajo respecto alguno. Si se omiten los restantes
requisitos, la inscripción no será nula, pero siempre y cuando de su contexto o del
contrato o contratos citados por ella, se desprendan aquellos antecedentes omitidos en la
inscripción: artículo 2433.
270
1º Debe otorgarse por escritura pública, indicándose el nombre de la nave, el número de
matrícula y el tonelaje de registro. Puede hipotecarse también una nave en construcción,
en cuyo caso debe indicarse en la escritura antecedentes tales como largo de la quilla,
tonelaje presunto y dimensiones aproximadas; el astillero en el que se construye, la fecha
en que se inició la construcción y la fecha en que se espera terminarla.
De conformidad al art. 2418 del Código Civil y a las leyes especiales, se admiten
las siguientes hipotecas:
271
en todo caso, que el constituyente del fideicomiso hubiese prohibido enajenar la
propiedad fiduciaria (artículo 751 del Código Civil), entendiéndose dentro de dicha
prohibición, de la constituir gravámenes.
A pesar de lo resuelto en algunos fallos, la doctrina ha concluido que la omisión de
los requisitos mencionados no implica nulidad de la hipoteca, sino inoponibilidad al
fideicomisario. Nada obstaría para que éste, a pesar de haberse omitido las formalidades
legales, reconozca la hipoteca.
272
iv) Hipoteca de mina.
Se rige por las mismas disposiciones del Código Civil y por los artículos 217 a 222
del Código de Minería. La hipoteca se constituye sobre la concesión minera, siempre que
se encuentre inscrita. Salvo estipulación en contrario, la hipoteca sobre una concesión
afecta también a los inmuebles accesorios de la concesión (artículo 3 Código de Minería.):
las construcciones, instalaciones y demás objetos destinados permanentemente por su
dueño a la investigación, arranque y extracción de sustancias minerales. La hipoteca
sobre concesión minera no da al acreedor los derechos que otorga el artículo 2427 del
Código Civil, salvo que el deterioro o la pérdida se produzca por dolo o culpa grave del
deudor. Para proceder al remate de una concesión hipotecada no será necesaria su
tasación.
Es posible hipotecar no sólo los bienes presentes sino también los futuros: artículo
2419 del Código Civil. La futureidad, aquí, está referida a que el inmueble aún no ingresa
al patrimonio del constituyente. En rigor, se está adquiriendo algo que por el momento es
ajeno al constituyente.
Recordemos que este precepto sirve de fundamento para estimar que el contrato
hipotecario se perfecciona por el sólo otorgamiento de la escritura pública, ya que la
inscripción no es solemnidad del contrato, sino únicamente la tradición del derecho de
hipoteca. En efecto, al hipotecarse los bienes futuros, aún no existe la hipoteca como
derecho real, ya que para ello es necesario la inscripción, pero sí existe como contrato, y
de él nace al acreedor el derecho de hacer inscribir los bienes a medida que el deudor los
adquiera.
A propósito de esta hipótesis, es útil traer nuevamente a colación el caso
contemplado en el artículo 16 de la Ley número 19.537, sobre Copropiedad Inmobiliaria,
que regula la hipoteca de departamentos de un edificio en actual construcción. Este
precepto permite hipotecar los departamentos o inmuebles (“unidades”, las llama la ley)
que serán acogidos a la citada Ley, aunque el condominio sólo esté en etapa de proyecto
o en construcción. Para ello, se archivará provisionalmente un plano (visado por la
respectiva Dirección de Obras Municipales) en el Conservador de Bienes Raíces, en el
que estén singularizadas las respectivas unidades, de acuerdo con el permiso de
construcción otorgado por la Dirección de Obras respectiva. Esta hipoteca gravará la
cuota que corresponda a dicha unidad en el terreno desde la fecha de la inscripción de la
hipoteca y se radicará exclusivamente en dicha unidad y en los derechos que le
correspondan a ésta en los bienes de dominio común, sin necesidad de nueva escritura ni
inscripción, desde la fecha del certificado que declare al condominio acogido al régimen
de Copropiedad Inmobiliaria. La fórmula anterior puede resultar muy útil, cuando en el
terreno ya se han levantado edificios o casas y vendido departamentos o unidades, pues
si así ocurriere, no será posible hipotecar el inmueble como un todo, pues sobre él, hay
otros propietarios que tendrían que consentir en el gravamen. En efecto, cada comprador
de un departamento o casa del condominio, adquiere también una cuota en los bienes
comunes, y entre éstos, está el terreno respectivo.
No sólo puede hipotecar el que sea dueño absoluto del inmueble, sino también el
que tenga una cuota de él, el que sea comunero en su dominio. Si el legislador permite
que el comunero hipoteque su cuota, es porque considera que sobre ella tiene el derecho
273
de dominio, como se desprende del artículo 1812 del CC, que lo autoriza para vender la
cuota, y del artículo 892 del CC que lo faculta para reivindicarla.
Para estudiar los efectos que produce la hipoteca de cuota es necesario hacer un
triple distingo, según que los bienes hipotecados se adjudiquen al comunero hipotecante,
a los otros comuneros o se transfieran a terceros extraños a la comunidad.
Si los bienes inmuebles cuya cuota se hipoteca se adjudican al comunero
que los hipotecó, subsiste la hipoteca, sin necesidad de requisitos adicionales En
cambio, si ellos son adjudicados a los otros comuneros, en principio caduca el
gravamen, por aplicación del efecto declarativo de las particiones y adjudicaciones
(artículos 1344 y 718 del Código Civil), en virtud del cual se presume que el comunero a
quien se adjudican bienes, ha sido dueño absoluto de ellos desde que se formó la
comunidad y siendo así, ha tenido perfecto derecho para hipotecar.
No existe uniformidad de opinión entre los autores con respecto a la extensión que
tiene la hipoteca de cuota una vez que al comunero hipotecante se le adjudican los bienes
hipotecados. Algunos estiman que la hipoteca afectaría al total del inmueble (se podría
fundar esta conclusión en el artículo 2421). Otros en cambio (Somarriva entre ellos)
piensan que ella sólo afecta a la cuota que tenía el comunero al momento de hipotecar,
salvo que haya hipotecado la totalidad del inmueble (de acuerdo al artículo 2416 del CC),
caso en el cual el gravamen subsistiría por el total.
Debemos prevenir además que la hipoteca podrá subsistir aunque los bienes se
adjudiquen a otros comuneros, siempre que se reúnan los siguientes requisitos:
Puede acontecer por otro lado que el inmueble cuya cuota se hipoteca no se
adjudique a ninguno de los comuneros sino que pase a poder de un tercero. En este
evento, la doctrina y la jurisprudencia, estiman que la hipoteca subsiste y no caduca
porque con respecto al tercero no se presenta la causal de caducidad que opera respecto
a los comuneros y además porque la hipoteca es un gravamen real que sigue al inmueble.
En la práctica, la hipoteca de cuota suele rechazarse por los acreedores como garantía
idónea, quienes exigen que la constituyan todos los comuneros.
vii) Hipoteca sobre bienes respecto de los cuales se tiene un derecho eventual,
limitado o rescindible: art. 2416 del CC.
Lo normal es que la persona que hipoteca tenga sobre los bienes un derecho puro
y simple; pero en conformidad con el art. 2416 del CC puede también hipotecarlos aún
cuando sobre ellos tenga un derecho eventual, limitado o rescindible, eso sí que
entendiéndose hipotecados con esa limitación, aunque no se exprese. Ello, porque nadie
puede transferir más derechos de los que se tiene.
Si el que constituye el gravamen ha adquirido el bien hipotecado por donación
entre vivos, seguida de la tradición, y después la donación se resuelve, rescinde o revoca,
tales hechos sólo afectarían al acreedor hipotecario, en los casos que indica el art. 1432
del CC, esto es:
274
- si el donante, antes de constituir la hipoteca, notificare al acreedor hipotecario que
piensa ejercitar algunas de esas acciones; y
- si el gravamen hipotecario se constituyere después que el donante ha ejercitado
dichas acciones.
Por otra parte, si el inmueble está sujeto a una condición resolutoria, tendrá lugar
lo dispuesto en el art. 1491 del CC, es decir, declarada la resolución, la hipoteca se
extingue o no según que la condición conste o no en el título respectivo inscrito u
otorgado por escritura pública. Si consta, el legislador presume de derecho que el
acreedor tenía conocimiento de la condición, y la resolución afecta a la hipoteca; por el
contrario, si no consta, se presume en la misma forma que el acreedor ignoraba la
existencia de la condición y la hipoteca se conserva en todo su vigor.
A su vez, tratándose de la hipoteca de un derecho de usufructo, la hipoteca se
extinguirá en el plazo de duración del usufructo.
a) La sola circunstancia de ser la hipoteca un derecho real no implica que sobre él pueda
haber posesión. En efecto, hay casos en los que se excluye la posesión, como ocurre
tratándose de las servidumbres discontinuas e inaparentes.
b) Es cierto que el Mensaje señala que el que no es poseedor del dominio puede ser
poseedor de otro derecho real, como la hipoteca (literal XXIV). Pero esta declaración –
además de ser errónea- está antecedida por un párrafo que dice: “Toda posesión es
esencialmente caracterizada por la realidad o la apariencia del dominio; no es poseedor
de una finca sino el que la tiene como suya, sea que se halle materialmente en su poder,
o en poder de otro que le reconoce como dueño de ella”. Agrega Rodríguez Grez que en
esta parte del Mensaje, Bello reconoce que la posesión tiene una apariencia, una realidad
física que trasunta socialmente. Sin embargo, el acreedor hipotecario está distante de la
cosa, no tiene con ella relación alguna y su contacto opera una vez que la obligación que
garantiza se hace exigible y no se cumple por el principal obligado. Sólo entonces puede
perseguirla, realizarla a través del juez competente y pagarse con la preferencia
respectiva.
275
c) Se desprende de los artículos 2414 y 2418 del Código Civil que la hipoteca sobre cosa
ajena es absolutamente nula, porque es un requisito de la esencia del contrato hipotecario
que la cosa sea de dominio del constituyente. Se desprende lo anterior de los artículos
citados: del 2414, pues alude a “sus bienes”; del 2418, que dispone en su inciso 1º: “La
hipoteca no podrá tener lugar sino sobre bienes raíces que se posean en propiedad o
usufructo…”
d) Es cierto que la venta de cosa ajena es válida, pero al respecto existe norma expresa
que así lo declara (artículo 1815 del Código Civil), nuestras que respecto de la hipoteca
no existe una norma similar. Además, la constitución de una hipoteca sobre cosa ajena
sólo puede ser consecuencia de un error del Conservador de Bienes Raíces.
e) Le parece a este autor una extrema injusticia e inmoralidad imponerle a un propietario
una hipoteca por el solo transcurso del tiempo. Agrega Rodríguez Grez que no faltará
quien se pregunte qué sucede cuando han transcurrido más de diez años y no se ha
demandado la nulidad absoluta. En tal caso, como el acreedor no ha adquirido posesión
del derecho real de hipoteca, no estará en situación de prescribir en su favor, de modo
que será indiferente que el contrato no pueda anularse, porque, en cuanto al derecho
hipotecario, éste no existe. La inscripción que se hubiere practicado es de papel y no tiene
consecuencias para el verdadero dueño.
a) No es posible admitir que el art. 2414 del CC sea una norma prohibitiva; a su vez, la
expresión “sus bienes” se explica porque normalmente (aunque no exclusivamente) el
constituyente es el dueño del derecho que hipoteca.
b) Por otra parte, queda fuera de duda, que el derecho de hipoteca puede adquirirse por
prescripción, ya que conforme al inciso 2° del art. 2498 del Código Civil, pueden adquirirse
por este medio los derechos reales que no estén especialmente exceptuados.
Ahora bien, en conformidad al art. 2512 del Código Civil, el derecho de hipoteca se
rige, en cuanto a su prescripción, por las mismas reglas que el dominio, lo que significa en
otros términos que puede adquirirse por prescripción ordinaria o extraordinaria y si se
estima que la hipoteca de cosa ajena adolece de nulidad, de acuerdo con el art. 704 del
Código Civil sería un título injusto, que daría origen a la posesión irregular y ésta a la
prescripción extraordinaria, resultando así que la hipoteca jamás se podría adquirir por
prescripción ordinaria, con lo que no se respetaría lo dispuesto en el art. 2512 del Código
Civil.
c) La tradición hecha por quien no es dueño no adolece de nulidad; solamente no
transfiere el derecho de que se trata: no hace al acreedor dueño del derecho de hipoteca.
Sin embargo, sí confiere la posesión del derecho real de hipoteca.
d) No se divisa una razón plausible para adoptar, en relación con la hipoteca, una solución
distinta a la que adopta el art. 2390 del Código Civil respecto de la prenda: subsiste el
contrato, mientras el dueño no reclama la especie. Sin embargo, podría replicarse, es
sugestivo que en el título de la hipoteca, el Código Civil nada haya dicho. Con todo, no es
menos cierto que en el Derecho Privado, el silencio del legislador suele ser una señal de
que se autoriza el acto.
e) Caso del art. 2417 del Código Civil: la hipoteca constituida por el comunero, a quien en
definitiva no se le adjudica el inmueble, subsiste si los otros comuneros adjudicatarios
consienten en ello. Es decir, la hipoteca constituida por quien no es dueño y se considera
no haberlo sido jamás, tiene pleno valor si es ratificada por el dueño.
276
A los argumentos anteriores, podríamos agregar otro: en el artículo 2419, el
Código Civil admite expresamente la constitución de hipoteca sobre una cosa que no
pertenece todavía al constituyente.
1° Que el artículo 2432, número 4, no señala entre los requisitos de la inscripción el monto
de la obligación principal. Admite que las hipotecas pueden limitarse o no a una
determinada suma.
2° El artículo 2427 del Código Civil alude expresam ente a deudas indeterminadas.
3° Los casos de los artículos 376 (respecto de los guardadores) y 775 (respecto del
usufructo), en los que, las obligaciones, claramente, son indeterminadas, pues se trata de
una futura y eventual responsabilidad.
El artículo 2431 del Código Civil establece sin embargo un límite a la hipoteca: no
puede extenderse a más del doble del monto conocido o presunto de la obligación
caucionada. El deudor tendrá derecho entonces a pedir que se reduzca la hipoteca hasta
dicho importe o monto. Ordenada que sea la reducción, debe practicarse una nueva
inscripción, con cargo del deudor (artículo 2431, inciso 2° del Código Civil). Lo anterior
operará, en todo caso, cuando se trata de hipotecas específicas y no si éstas se hubiesen
constituido con cláusula de garantía general.
277
(i) La cláusula de garantía general hipotecaria sería nula por indeterminación
del objeto (art. 1461), toda vez que la obligación principal se encuentra
indeterminada,
(ii) En relación a lo anterior, señalan que la hipoteca debe cumplir con ser
accesoria, conforme se desprende del Art. 1442 y 2385 CC;
(iii) Finalmente, se ha señalado que en conformidad al artículo 2432 CC y 81
del Reglamento del CBR, la inscripción hipotecaria debe contener la fecha
y naturaleza del contrato al que accede la hipoteca.
Por su parte, quienes otorgan validez a esta cláusula dan como argumentos:
Otros plantean que resulta plenamente válido otorgar un solo contrato de hipoteca,
y que dicha obligación accesoria pueda caucionar obligaciones futuras, pero estiman que
para efectos de certeza debiera procederse a practicar una nueva inscripción para cada
nueva obligación que surja y así poder dar cumplimiento a lo dispuesto en el Art. 2432
CC.
8. EFECTOS DE LA HIPOTECA.
De lo expresado, podemos visualizar que los efectos son “objetivos” (que inciden
en la finca hipotecada) y “subjetivos” (que se refieren a las partes contratantes).
I. Extensión de la garantía.
i) El bien raíz hipotecado: o sea, el inmueble por naturaleza, sobre el cual se constituye
la garantía.
ii) Los inmuebles por destinación o por adherencia: arts. 570 - 2420 del CC.
278
Es indiferente que los bienes muebles que se reputan inmuebles por destinación
hayan existido al momento de constituirse la hipoteca o que pasen a tener dicho carácter
con posterioridad. En ambos casos, los afecta el gravamen.
Naturalmente que es necesario que los inmuebles por destinación pertenezcan al
dueño del inmueble gravado (por ejemplo, no se ven afectados con el gravamen los
animales de propiedad del arrendatario del fundo hipotecado).
Los bienes muebles que están destinados permanentemente al uso, cultivo o
beneficio del inmueble pasan a tener el carácter de inmuebles por destinación por la
voluntad del dueño que los destina al fin indicado. Por ello, esa misma voluntad puede
quitarles tal carácter, enajenándolos a terceros, y desde ese momento deja de afectarlos
la hipoteca.
Cabe dejar en claro que la hipoteca se extiende a los inmuebles por destinación
aunque ninguna referencia a ellos se haga en el contrato de hipoteca y aunque la
inscripción, por la misma razón, no aluda a ellos.
En cuanto a los inmuebles por adherencia (art. 568 del CC), también quedan
comprendidos en la hipoteca, como una consecuencia de que lo accesorio sigue la suerte
de lo principal, e indiferentemente de que existan o no al momento de constituirse la
hipoteca. Con todo, si el dueño del suelo enajena separadamente los inmuebles por
adherencia, éstos, en conformidad al art. 571 del CC, pasan a ser muebles por
anticipación y dejan de estar afectos a la hipoteca. Pero, para ello, no basta con que se
vendan, sino que es necesario que pasen a pertenecer a terceros, es decir, que se haga
tradición de los mismos.
iii) Los aumentos o mejoras que experimente y reciba el inmueble hipotecado: art.
2421 del CC.
Quedan comprendidos los aumentos o mejoras que se produzcan por la mano del
hombre -por ejemplo el edificio que se construye en el terreno hipotecado-, o por la
naturaleza -como los terrenos que se adquieren por accesión, aluvión, avulsión, etc.
También se beneficia el acreedor hipotecario con la extinción de los derechos
reales que gravaren el fundo hipotecado. Por eso, si se hipoteca la nuda propiedad y
después se consolida el dominio, la hipoteca afecta a la propiedad plena y no únicamente
la nuda propiedad. En síntesis, se puede tratar de un aumento material o de un aumento
jurídico.
iv) Las rentas de arrendamiento que devengue el inmueble: art. 2422 del CC.
Lo anterior no significa que por el solo hecho de constituirse la hipoteca, tenga el
acreedor la facultad de percibir las rentas. Este derecho lo tendrá cuando ejercite su
acción hipotecaria, mediante el embargo del inmueble hipotecado y sus frutos.
vi) Las indemnizaciones debidas por los aseguradores: art. 2422 del CC.
En armonía con lo anterior, el artículo 555 Código de Comercio dispone que “La
cosa que es materia del seguro es subrogada por la cantidad asegurada para el efecto de
ejercitar sobre ésta los privilegios e hipotecas constituidos sobre aquella”.
El fundamento de estas disposiciones descansa en que el legislador establece en
ellas una subrogación real en la cual el monto del seguro pasa a reemplazar al bien
hipotecado.
279
Aparentemente podría verse una inconsecuencia jurídica en esta subrogación,
porque la hipoteca se ejercerá sobre un bien mueble, -el dinero-, en circunstancia que es
de la esencia de este gravamen que recaiga sobre bienes raíces. Pero la inconsecuencia
es sólo aparente, porque el acreedor hipotecario no ejercita sobre el monto del seguro ni
el derecho de venta ni el derecho de persecución, sino únicamente el de preferencia. Por
lo demás, el derecho de hipoteca se ejerce finalmente, como derecho de preferencia,
sobre el precio, es decir, como derecho sobre un bien mueble.
La hipoteca constituye una limitación del dominio. De ahí entonces que el dueño
del inmueble, si bien conserva su dominio, no puede ejercitarlo en forma arbitraria, sino
que debe hacerlo de manera que no lesione los derechos del acreedor hipotecario.
Debemos distinguir dos períodos: el que media entre la constitución de la hipoteca
y el ejercicio por el acreedor de la acción hipotecaria mediante el embargo, y el que sigue
a partir de ese momento. A su vez, debemos distinguir en cada período las limitaciones a
las facultades de disposición, uso y goce.
i) Situación del propietario del inmueble antes que el acreedor ejercite la acción
hipotecaria, es decir, en el período que media entre la constitución de la hipoteca y
la notificación de la demanda.
El constituyente conserva la facultad de disponer del inmueble : Art. 2415 del CC.
Cualquier estipulación en contrario adolece de nulidad absoluta, por tener objeto
ilícito (arts. 1466-1682 del CC). La enajenación que haga el dueño del inmueble dado en
garantía en nada perjudica al acreedor, porque éste en virtud del derecho de persecución
de que está investido, puede hacer efectivo su derecho aún encontrándose el inmueble en
manos de terceros.
El art. 2415 del CC también faculta al dueño para que constituya una nueva
hipoteca sobre el inmueble, sin que valga estipulación en contrario. Tampoco perjudica al
acreedor que se constituya un nuevo gravamen, porque en conformidad al art. 2477 del
CC las hipotecas prefieren por orden de fecha de inscripción, de manera que el primer
acreedor hipotecario va a tener preferencia sobre los demás para pagarse de su crédito.
La ley guarda silencio sobre la posibilidad de constituir otros derechos reales sobre
el inmueble hipotecado, tales como las servidumbres y el usufructo. ¿Es ello posible? En
principio podría contestarse afirmativamente, atendiendo al principio de quien puede lo
más, puede lo menos. Pero semejante conclusión sería errada, porque si el legislador
autoriza al propietario para enajenar o hipotecar el bien dado en garantía, es porque de
ello no se sigue perjuicio alguno al acreedor hipotecario; no acontece lo mismo con la
constitución de un usufructo, de una servidumbre o de un derecho de uso o de habitación,
ya que con ello se cercena el valor de la garantía, causándole al acreedor un perjuicio
280
evidente. Por eso, los autores unánimemente estiman que la constitución de estos
derechos no empece al acreedor hipotecario, quien siempre podrá ejercer las facultades
que le da el carácter de tal con prescindencia de ellos.
Corrobora la conclusión anterior lo dispuesto en los artículos 1368 y 1366 del
Código Civil. El usufructo constituido sobre la finca no es oponible al acreedor hipotecario.
A contrario sensu, la hipoteca sí afecta al usufructuario; éste debe pagar subrogándose
así en los derechos del acreedor contra los herederos, si la deuda era del testador, salvo
que el último haya expresamente querido gravar al usufructuario con la deuda en
cuestión.
Por lo demás, el artículo 9 de la Ley número 14.908, sobre “Abandono de Familia y
Pago de Pensiones Alimenticias”, establece que el juez que esté conociendo del
correspondiente juicio de alimentos “podrá fijar o aprobar que la pensión alimenticia se
impute total o parcialmente a un derecho de usufructo, uso o habitación sobre los bienes
del alimentante, quien no podrá enajenarlos ni gravarlos sin autorización del juez. Si se
tratare de un bien raíz, la resolución judicial servirá de título para inscribir los derechos
reales y la prohibición de enajenar o gravar en los registros correspondientes” (inciso 2º).
Agrega la disposición que “La constitución de los mencionados derechos reales no
perjudicará a los acreedores del alimentante cuyos créditos tengan una causa anterior a
su inscripción” (inciso 3º). Por lo tanto, si la hipoteca se encontraba inscrita, no le será
oponible el derecho real constituido en favor del alimentario.
281
pérdida. Explícitamente si el acreedor renuncia a los derechos que le confiere el
artículo 2427 del Código Civil. Implícitamente si se hipoteca una cuota que se
tenga en el inmueble y ésta caduca por no adjudicarse al comunero el bien
hipotecado o si con conocimiento del acreedor se da en garantía un bien sobre el
cual el constituyente tiene un derecho eventual, condicional, limitado o rescindible,
que después se extingue. Lo mismo ocurre, si se hipoteca un predio forestal, y el
acreedor hipotecario está en conocimiento del programa de explotación del
bosque.
Como es lógico, no basta cualquier deterioro de la finca hipotecada, sino que debe
ser de tal magnitud que ella no sea suficiente garantía para la seguridad de la deuda.
Determinar esta circunstancia es un hecho que queda entregado al criterio del
Tribunal. De manera entonces que nada podría objetar el acreedor si a pesar de su
deterioro, su derecho está suficientemente garantizado. Carecería de interés para ello y
sin interés no hay acción.
Tres derechos otorga al acreedor el artículo 2427 del Código Civil:
(a) El acreedor está facultado para exigir el pago inmediato de la deuda, siempre que esta
sea líquida y aún cuando haya plazo pendiente para su pago: el menoscabo de las
cauciones produce la caducidad del plazo.
(b) Si la deuda que garantiza la hipoteca es ilíquida, indeterminada o condicional, y el
deudor no se allana a mejorar la hipoteca o a dar otra garantía equivalente, al acreedor le
sería imposible solicitar el pago de la deuda. Por eso, el art. 2427 del CC lo autoriza para
implorar las providencias conservativas que el caso admita. Estas medidas podrán
consistir en la prohibición de celebrar actos o contratos con respecto al inmueble;
nombramiento de un interventor, retención de las rentas de arrendamiento que produzca
el inmueble, etc.
ii) Situación del propietario después que el acreedor ejercita la acción hipotecaria.
282
i) Derecho de venta (artículo 2424 del Código Civil).
ii) Derecho de persecución (artículo 2428 del Código Civil).
iii) Derecho de pagarse preferentemente (artículos 2422, 2470 y 2477 del Código Civil).
iv) Derecho a exigir que la finca se conserve en condiciones idóneas (artículo 2427 del
Código Civil).
i) Derecho de venta.
- Uno que podríamos llamar principal, cual es que la cosa hipotecada se saque a
remate para pagarse con el producido del remate.
- Otro subsidiario, que supone el ejercicio del derecho anterior, para adjudicarse el
bien hipotecado a falta de posturas admisibles y previa tasación de peritos.
Respecto de este segundo derecho, ya dijimos a propósito del acreedor prendario
que hoy es inoperante, por innecesario. ¿Sigue vigente esta disposición en
relación al acreedor hipotecario? Atendido lo dispuesto en el artículo 499 del
Código de Procedimiento Civil, no cabe sino concluir que la disposición se
encuentra derogada en lo concerniente al acreedor hipotecario: el citado artículo
autoriza al acreedor, a falta de postores, para pedir que la finca se saque
nuevamente a remate, con rebaja del mínimo, y se le adjudique por los 2/3 de la
tasación.
El artículo 2397, parte final, del Código Civil, prohíbe el llamado “pacto
comisorio” o “lex comisoria”. En la acepción que estamos empleando, el pacto
comisorio puede definirse como el pacto por el cual las partes convienen que si el
deudor, dentro de cierto tiempo, no retira la cosa que da en prenda, pagando la
deuda, la cosa pasa, transcurrido el plazo, de pleno derecho e irrevocablemente,
al dominio del acreedor, en pago de la deuda. Al prohibir la ley tal hipótesis, se
impide que la hipoteca, al igual que respecto de la prenda, se transformen en
ventas condicionales, y que el acreedor pueda quedarse con la cosa en virtud de
estipulaciones preexistentes y por acto de su propia voluntad, es decir, sin el
consentimiento del deudor.
Cabe enfatizar que el legislador considera de orden público los derechos
establecidos en el artículo 2397 del Código Civil. Son en consecuencia
irrenunciables y cualquiera estipulación que viniera a suprimir o entrabar su
ejercicio adolecería de nulidad absoluta. Por la misma razón, el acreedor
hipotecario no puede disponer de la cosa hipotecada o apropiársela por medios
distintos a los señalados por la ley.
283
A su vez, debemos resaltar que la acción hipotecaria deja a salvo la acción
personal, en virtud de la cual el acreedor puede perseguir los otros bienes del deudor. El
acreedor hipotecario es titular de dos acciones: la personal que emana del vínculo jurídico
cuya obligación se está garantizando y la acción real que deriva de la hipoteca. En
realidad, mientras el inmueble hipotecado esté en poder del deudor personal, ambas
acciones se confunden; pero en cambio ellas se diferencian nítidamente cuando el bien
dado en garantía pasa a manos de un tercero, porque entonces contra éste sólo se puede
ejercitar la acción real y contra el deudor, únicamente la acción personal. Esta, que
permite al acreedor perseguir bienes que el deudor no ha dado en garantía, no es
entorpecida en lo más mínimo por el ejercicio de la acción hipotecaria: así lo refrendan los
artículos 2397 y 2425 del Código Civil.
Por ende, no siendo incompatibles las acciones no es aceptable la excepción de
litis pendencia opuesta por el deudor personal o por el tercer poseedor, fundada en que el
acreedor ha accionado contra el tercer poseedor o el deudor personal, respectivamente,
al mismo tiempo. Claro está que al ejercer el acreedor la acción personal, no goza de un
derecho preferente sobre los otros bienes del deudor, pues en este caso está sólo
amparándose en el derecho de prenda general.
Los alcances anteriores, se vinculan también con el distingo entre “obligaciones
personales” y “obligaciones reales”, que hicimos al clasificar las obligaciones atendiendo a
sus efectos, y que arranca del artículo 2465 del Código Civil.
En términos generales, puede decirse que es tercer poseedor todo aquel que es
dueño del inmueble gravado y que no se ha obligado personalmente al pago de la deuda.
Distinguimos dos situaciones:
284
tercer poseedor. En efecto, de conformidad al art ículo 1354 del Código Civi l las deudas
de la herencia se dividen entre los herederos a prorrata de sus cuotas. Por ello, en el
heredero adjudicatario se reúnen dos calidades: la de deudor personal por la parte de la
deuda que corresponde a su cuota hereditaria y la de tercer poseedor por el resto. 2º) En
cuanto al legatario del bien hipotecado, de acuerdo con el artículo 1366 del Código
Civil, puede encontrarse en dos situaciones, según que el testador haya querido o no
gravarlo expresamente con la deuda: En el primer caso, es evidente que no puede
considerársele como tercero poseedor, desde el momento que está obligado
personalmente a la deuda; En cambio, en el segundo sí, y procedería con ello iniciarle
juicio de desposeimiento.
b) Acción de desposeimiento.
Distinguimos entonces:
En conformidad al artículo 2429 del Código Civil, se subroga en los derechos del
acreedor en los mismos términos que el fiador. Es un caso de subrogación legal, que para
algunos queda comprendido en el artículo 1610 N°2 d el Código Civil y para otros en el
numeral 3° del mismo precepto. Cabe indicar que si el tercer poseedor ha adquirido el
inmueble hipotecado pagando el precio reconociendo la hipoteca, como usualmente
ocurre, no podrá deducir acción alguna contra el deudor personal, quien a su vez fue su
vendedor.
El artículo 1366 del Código Civil se refiere al mismo caso, tratándose del legatario:
(1) Si la obligación era del testador, el legatario tiene derecho a dirigirse en contra de los
285
herederos (a menos que el testador lo hubiere gravado con el pago); o (2) Si la obligación
no era del testador, el legatario no puede dirigirse contra los herederos, sino contra el
deudor personal, respecto del cual el testador era garante.
● El tercer poseedor abandona la finca hipotecada: artículo 2426 del Código Civil.
Abandonada la finca por el tercer poseedor, en conformidad con el inciso final del
Art. 2429 del CC, puede repetir contra el deudor para que lo indemnice plenamente,
incluso de las mejoras que hubiere hecho en el inmueble. Adviértase sí que a diferencia
del caso en que el tercer poseedor paga la deuda, en el abandono no se subroga en los
derechos del acreedor; y mal podría subrogarse ya que la subrogación supone que ha
habido pago de la deuda, y en el abandono no hay pago alguno. La acción de
indemnización es entonces una acción personal.
Lo anterior rige, tanto en el caso del deudor que hipoteca o del tercero garante:
artículo 2430, inciso 2º del Código Civil.
286
iii) Derecho de preferencia: artículos 2470 - 2477 del Código Civil.
c) Pluralidad de hipotecas: regulan lo anterior los artículos 2415, 2477 y 2412 del
Código Civil y artículo 24 del Reglamento del Conservador de Bienes Raíces.
d) Posposición de la hipoteca:
e) Ampliación de la hipoteca:
En virtud de esta figura, sin constituir una nueva hipoteca, se modifica la que esté
vigente, de manera que pase a caucionar otras obligaciones, no previstas al momento de
celebrarse el contrato. Ampliada que sea la hipoteca, se pedirá al Conservador de Bienes
Raíces competente que practique una nota al margen de la inscripción hipotecaria.
iv) Derecho a exigir que la finca se conserve en condiciones idóneas (artículo 2427
del Código Civil).
287
ii) El deudor podrá oponerse al remate o a la entrega en prenda pretoria, dentro del plazo
de 5 días. Su oposición sólo será admisible cuando se funde en alguna de las siguientes
excepciones:
- Pago de la deuda;
- Prescripción; y
- No empecer el título al ejecutado.
iii) Las apelaciones de las resoluciones que se dicten en contra del demandado, se
concederán en el solo efecto devolutivo.
iv) Ordenado el remate, se anunciará por 4 avisos publicados en días distintos, debiendo
mediar 20 días entre el primero y la subasta. Las publicaciones se efectuarán en un
periódico de la comuna en que se siguiere el juicio, y si allí no lo hubiere, en uno de la
capital de la provincia (en el juicio ejecutivo común, además deben efectuarse las
publicaciones en un periódico correspondiente al lugar en que se ubica el inmueble).
Cuando haya de procederse a nuevo remate, el número de avisos y el plazo que debe
mediar entre la primera publicación y la subasta, se reduce a la mitad.
- El pago: por regla general, hecho el pago se extingue la hipoteca. Pero si el pago
lo hace un tercero que se subroga en los derechos del acreedor, la hipoteca
subsiste garantizando el crédito en manos del tercero.
- La dación en pago: si extingue la obligación principal, también acarrea consigo la
extinción de la hipoteca. Puede acontecer que con posterioridad a la dación en
pago, el acreedor sea evicto en la cosa recibida en pago. ¿Revive en este caso la
hipoteca? Una parte de la doctrina estima que no, pues considera la hipoteca
288
como definitivamente extinguida, fundándose en el artículo 2382 del Código Civil,
que da esta solución para la fianza, y en que se ve en la dación en pago una
novación por cambio de objeto, que extingue la obligación primitiva garantizada
con hipoteca. Para otra parte de la doctrina, que ve en la dación en pago una
simple modalidad de pago y no una novación por cambio de objeto, la hipoteca
debe entenderse que no se extinguió, pues la obligación principal tampoco corrió
la misma suerte (véase discusión al efecto, al tratar de la dación en pago, a
continuación del pago, en el apunte de Extinción de las Obligaciones).
- La novación: extingue la obligación primitiva con todos sus accesorios, entre los
cuales se encontraba la hipoteca; pero nada impide que las partes hagan reserva
de las hipotecas, de acuerdo a los artículos 1642 a 1644 del Código Civil.
Opera aquí el principio general del artículo 1491 del Código Civil. La hipoteca se
extinguirá, salvo que el acreedor pueda alegar que desconocía la condición resolutoria, es
decir que se encontraba de buena fe, lo que no podrá invocarse si la condición resolutoria
constaba en el título respectivo, inscrito u otorgado por escritura pública (usualmente, ello
constara en la escritura de compraventa respectiva; de ahí la importancia de los informes
de títulos hasta 10 años y de cerciorarse que los saldos de precios estén pagados). (Ver
caso 5-A en el anexo).
ii) Vencimiento del plazo por el cual se constituyó la hipoteca: artículo 2434, inciso
3º del Código Civil.
iii) La prórroga del plazo que el acreedor concede al deudor para el pago de la
obligación, extingue la hipoteca constituida por un tercero, salvo que dicho garante
concurra en la prórroga, aceptándola (artículo 1649 del Código Civil).
289
acreedores hipotecarios invoquen sus derechos sobre el inmueble. Fundamental será
aquí el grado de cada hipoteca.
- La venta debe efectuarse en pública subasta, ordenada por el juez (es decir, en el
marco de un litigio).
- Debe citarse personalmente a los acreedores hipotecarios, mediante receptor
judicial.
- La subasta no puede efectuarse antes de transcurrido el término de
emplazamiento, contado desde la notificación a los acreedores hipotecarios.
El artículo 492 del Código de Procedimiento Civil complementa el artículo 2428 del
Código Civil, consagrando a los acreedores hipotecarios de grado preferente a aquel que
persigue el remate de la finca, el derecho de optar:
290
CASOS PRÁCTICOS
1. PROMESA
2. COMPRAVENTA
A) Utilizando el mismo supuesto de hecho visto en el caso 1-A, supóngase que Gonzalo
Castro y Patricio Gómez celebran el contrato de compraventa respecto del inmueble de
propiedad del primero, por el valor de $55.000.00.- de pesos. Supongamos que Gonzalo le
indica a Patricio que la casa la seguirá ocupando hasta un mes después de suscrita la
compraventa puesto que recién ahí le entregarán su nueva casa. Se suscribe la
compraventa por escritura pública, se inscribe la misma a nombre de Patricia y se paga el
total del precio. Ocurre que llegado el día acordado para la entrega material del inmueble,
Gonzalo se excusa argumentando un retardo en la entrega de su nueva casa. En este caso
podemos ver que el vendedor incumple una obligación esencial que le impone el contrato
de compraventa, esto es, entregar la cosa vendida. Ello por cuanto se ha sostenido que la
entrega en el caso de los inmuebles incluye tanto la entrega material como la entrega
legal, por lo que faltando cualquiera de ellas se da lugar a un incumplimiento grave que
permite demandar o bien la resolución del contrato o bien el cumplimiento forzado del
mismo (Art. 1826 inc. 2 CC).
B) Supongamos otro caso en que Juan vende a Romina un reloj que había heredado de su
abuelo. Juan señala que el reloj está fabricado con oro de la más alta calidad. Sucede que
tras haber comprado el reloj, Romina lo lleva donde un experto y este le señala que si bien
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el reloj es de oro su calidad no es la mejor. Ante este problema, se genera por un lado un
problema de error en las calidades de la cosa bajo el Art. 1454 CC, pero además se
presenta un problema con la entrega de la cosa vendida, puesto que el Art. 1828 CC señala
que se debe entregar lo que reza el contrato, y lo que reza aba el contrato era que se
entregaba un reloj de oro de la más alta calidad. Este es un caso de concurso de acciones
donde el comprador tendría tanto la acción de nulidad como la acción resolutoria para
dejar sin efecto el contrato.
C) Jorge vende a Emilio una maquina cortadora de pasto que había comprado hace 2 años. La
vendió porque creía oportuno renovarla y adquirir una más moderna. Sucede que una vez
que Emilio se lleva la máquina a su casa y comienza a usarla se da cuenta que ella tiene
problemas técnicos que le impiden mantener encendido el motor. Vemos que en este
caso se presenta un defecto físico de la cosa que impide que esta sirva para su uso natural.
Bajo el Art. 1858 CC se cumple con que el vicio redhibitorio existiera al momento de
celebrarse el contrato, resulta ser grave impidiendo que la cosa sirva para su uso natural y
resulta ser oculto para el comprador. Puede entonces Emilio reclamar o bien la resolución
del contrato o bien la rebaja en el precio, según le convenga. Debe ejercer dichas acciones
en los plazos dados por el Art. 1866 del Código Civil.
D) En el mismo supuesto anterior, pensemos en que don Emilio era un sujeto con altos
conocimientos en maquinarias de este tipo y al revisar la máquina a modo de prueba se
percató de que el motor tenía un ruido extraño. No obstante eso decidió comprar la
máquina. ¿Podría luego reclamar alguna de las acciones propias de los vicios
redhibitorios? Al parecer no, puesto que no se cumpliría con que el vicio fuera oculto toda
vez que el comprador tuvo noticia o sospecha en relación al problema y pese a ello
compró la máquina.
3. ARRENDAMIENTO
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meses, dejando de pagar a contar del sexto mes en adelante debido a que perdió su
empleo. El solo hecho de que se haya dejado de pagar un mes le otorga a Juan la
posibilidad de demandar la terminación del contrato de arrendamiento. ¿Hasta qué
momento podría el arrendatario enervarle la acción de terminación? Señala el Art. 1977
del Código Civil que deben realizarse dos reconvenciones de pago, por lo que si en alguna
de ellas el arrendatario paga o da garantías de que pagará la acción resultará enervada. Si
no lo hace en esas oportunidades (conforme al inciso 1° del Art. 10 de la ley 18.101 la
segunda reconvención debe hacerse en la audiencia del juicio de arrendamiento) la acción
de terminación debiera prosperar sin problemas.
C) Carlos vende a Camila su casa en la suma de $90.000.000.-, acordándose que la mitad del
precio se paga de contado y la siguiente mitad en el plazo de 30 días. Se suscribe la
escritura pública de compraventa, la cual Camila inscribe a su nombre en el Registro
Conservador de Bienes Raíces. Una vez hecho lo anterior, Camila entrega en
arrendamiento el inmueble a su amiga Fernanda. Ocurre que llegado el plazo para el pago
del saldo de precio Camila no paga y el vendedor demanda la resolución del contrato de
compraventa. ¿Qué sucede con el arrendamiento celebrado entre Camila y Fernanda?
Habría que hacer una distinción. Si el contrato de arrendamiento constaba en escritura
privada, debiera expirar el arrendamiento por extinción del derecho del arrendador, de
forma tal que Carlos podría demandar la terminación de dicho contrato bajo el Art. 1950
N°3 CC y Art. 7° N°4 de la ley 18.101. En cambio, si el arrendamiento hubiera constado en
escritura pública, bajo el Art. 1962 N°2 CC el nuevo dueño (Carlos) deberá respetar el
contrato de arrendamiento celebrado hasta su finalización natural.
4. MANDATO
A) Gonzalo otorga mandato a Francisco para administrar una serie de valores. Gonzalo le
pide a Francisco que solamente invierta en fondos de bajo riesgo puesto que prefiere
asegurarse de que no haya pérdida. Francisco realiza una serie de operaciones y entre
ellas decide invertir en fondos que bajo una opinión experta resultan ser de riesgo medio
o alto. Gonzalo le reclama a Francisco, quien argumenta que la inversión en fondos tiene
un riesgo inherente y que por lo tanto él hizo todo lo que estimó prudente para ajustarse a
lo encargado. Como puede observarse, en este caso se pone en duda el cumplimiento de
la obligación de ceñirse a los términos del mandato (Art. 2131 CC). Resulta discutible que
en este caso el mandatario se haya ajustado a los límites dados por el mandante. Bajo un
argumento podría señalarse que ello si se ha cumplido puesto que la inversión en fondos
implica manejar una serie de variables complejas, razón por la cual podría defenderse la
posición del mandatario en orden a justificar su cumplimiento del encargo en la forma
debida (recordar que la obligación del mandatario podría ser calificada como una
obligación “de medios”). Sin embargo, otros podrían argumentar que el mandatario pudo
haber actuado de otra manera y que por ende ha incumplido con su obligación de ceñirse
a lo encargado. El punto es sin duda discutible.
B) Supongamos que una empresa de retail le encarga a una empresa inmobiliaria el diseño y
construcción de un nuevo centro comercial. En el contrato de mandato respectivo se
indica expresamente que el mandante (empresa de retail) faculta al mandatario
(inmobiliaria) para delegar solamente el diseño del centro comercial a terceros según lo
estime conveniente. En virtud de dicha cláusula la inmobiliaria delega el diseño del
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proyecto a un conocido arquitecto. Sin embargo, decide delegar también la construcción
del centro comercial a una empresa constructora que ofrece un menor costo en la
ejecución de la obra. En este caso vemos que se presenta una delegación autorizada
expresamente por el mandante, pero solo en lo relativo al diseño del proyecto. ¿Qué
sucede entonces con la delegación respecto de la construcción de la obra? Conforme a lo
que se desprende del contrato celebrado, la delegación solamente podría referirse al
diseño del proyecto, por lo que todo lo que realice la empresa constructora no acarrearía
responsabilidad alguna para el mandante (empresa de retail) por cuanto habría una
extralimitación del mandatario y tales actos le son inoponibles.
5. HIPOTECA
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