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AMÉRICA-JUAN LISCANO (VENEZOLANO)

Dije, maíz. Generaciones de indios fueron rescatadas


                                                                          /del olvido.

Dije, palma . Largas elaboraciones de tejidos, milenios


   de substancias fibrosas ataron al pasado con el presente.

Dije, arcilla. Se mostraron las tinajas de hinchado vientre


   de mujer encinta, los platos y cazuelas como discos solares
                                                       /arrojados hacia el porvenir.

Dije, río. Fluyeron las aguas del diluvio. Fueron ahogadas las razas.
  Sobre las primeras tierras emergidas y chorreantes, cruzó un pájaro.

Dije, selva. Torrencial follaje, explosiones de verdor, vahos zumbantes,


   tibieza de matriz. El silencio sin rostro y con cuerpo de hormigas voraces,
   aullaba entre pieles de sierpes como vainas caídas de los árboles.

Dije, llanura. Giraron embudos de vientos negros.


  Se quebró una luz de cristal o de leño seco. Un
  espejismo de mercurio relucía en  el horizonte.

Dije, luna. Brotaron fuentes e hilillos de leche,


   se abultaron humedades, proliferaron hongos,
  mohos, légamos y de escucharon grandes caídas de agua.

Dije, mujer. Un tallo de venas rotas echó flor.

Dije, hombre. Se alzaron escudos y macanas, brillaron filos


  y puntas de hueso, flotaron los plumajes, pero en alguna parte
  del combate se abrió una mano como delta.

Dije, sol. Truena el verano, un ave deslumbrante e invisible


  pasa y sólo se mira su sombra. Muestra el cielo una faz roja
  y rugiente.

Dije entonces, Dios, comiéndome las palabras, con la lengua


  volteada hacia adentro y con los ojos vaciados.
El amor era un tigre en acecho.

La muerte se acercaba lentamente bajo una nave


  de árboles estrellados.

Pablo Neruda

Amor América

Antes de la peluca y la casaca 


fueron los ríos, ríos arteriales, 
fueron las cordilleras, en cuya onda raida 
el cóndor o la nieve parecían inmóviles: 
fue la humedad y la espesura, el trueno 
sin nombre todavía, las pampas planetarias. 

El hombre tierra fue, vasija, párpado 


del barro trémulo, forma de la arcilla, 
fue cantaro caribe, piedra chibcha, 
copa imperial o silice araucana. 
Tierno y sangriento fue, pero en la empunadura 
de su arma de cristal humedecido, 
las iniciales de la tierra estaban escritas. 

Nadie pudo 
recordarlas después: el viento 
las olvidó, el idioma del agua 
fue enterrado, las claves se perdieron 
o se inundaron de silencio o sangre. 

No se perdió la vida, hermanos pastorales. 


Pero como una rosa salvaje 
cayo una gota roja en la espesura 
y se apagó una lámpara de tierra. 
Yo estoy aquí para contar la historia. 
Desde la paz del búfalo 
hasta las azotadas arenas 
de la tierra final, en las espumas 
acumuladas de la luz antártica, 
y por las madrigueras despenadas 
de la sombría paz venezolana, 
te busque, padre mío, 
joven guerrero de tiniebla y cobre 
o tú, planta nupcial, cabellera indomable, 
madre caimán, metálica paloma. 

Yo, incásico del legamo, 


toqué la piedra y dije: 
¿Quién me espera? Y aprete la mano 
sobre un punado de cristal vacío. 
Pero anduve entre flores zapotecas 
y dulce era la luz como un venado, 
y era la sombra como un párpado verde. 

Tierra mía sin nombre, sin América, 


estambre equinoccial, lanza de púrpura, 
tu aroma me trepó por las raíces 
hasta la copa que bebía, hasta la más delgada 
palabra aún no nacida de mi boca.

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Pablo Neruda

Pequeña América

CUANDO miro la forma


de América en el mapa,
amor, a ti te veo:
las alturas del cobre en tu cabeza,
tus pechos, trigo y nieve,
tu cintura delgada,
veloces ríos que palpitan, dulces
colinas y praderas
y en el frío del sur tus pies terminan
su geografía de oro duplicado.

Amor, cuando te toco


no sólo han recorrido
mis manos tu delicia,
sino ramas y tierra, frutas y agua,
la primavera que amo,
la luna del desierto, el pecho
de la paloma salvaje,
la suavidad de las piedras gastadas
por las aguas del mar o de los ríos
y la espesura roja
del matorral en donde
la sed y el hambre acechan.
Y así mi patria extensa me recibe,
pequeña América, en tu cuerpo.

Aún más, cuando te veo recostada


veo en tu piel, en tu color de avena,
la nacionalidad de mi cariño.
Porque desde tus hombros
el cortador de caña
de Cuba abrasadora
me mira, lleno de sudor oscuro,
y desde tu garganta
pescadores que tiemblan
en las húmedas casas de la orilla
me cantan su secreto.
Y así a lo largo de tu cuerpo,
pequeña América adorada,
las tierras y los pueblos
interrumpen mis besos
y tu belleza entonces
no sólo enciende el fuego
que arde sin consumirse entre nosotros,
sino que con tu amor me está llamando
y a través de tu vida
me está dando la vida que me falta
y al sabor de tu amor se agrega el barro,
el beso de la tierra que me aguarda.

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