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Así pues, en el caso de la Ilíada, son varios los elementos de esta índole social
y psíquica los que permitirían al menos entrever los motivos de su nacimiento
y expresión épica, de la vigencia sociocultural su recorrido. Esto haría posible
conocer el legado de las comunidades humanas que en un comienzo la
realizaron así como también podría entreverse el rastro propio de la cultura
helénica subsiguiente que la adoptó como un modelo moral, como una
estructura fundamental para su desarrollo general. Finalmente, dentro de las
formas de los elementos ya mencionados, se intentará destacar el fenómeno
cultural que traspuso el significado espiritual y tradicional de la Ilíada, en el
aparato o línea de la escritura. Motivo que haría que la Ilíada finalmente
rompiera la barrera natural del tiempo de su pueblo para pasar a otros lugares
de la historia y el mundo, portando el eco de sus valores y costumbres
originales.
Los tiempos de la Ilíada son a su vez los tiempos de los héroes y de los poetas.
Formalmente, esta obra es uno de los más extensos testimonios que se
conservan de la edad de cobre y, en este sentido, se estaría frente a un rico
documento sobre una desarrollada educación y formación espiritual ligada a la
corporalidad y a la oralidad de aquel pueblo griego. “[…] y tu acepta de
Hefestos esta ilustre armadura, tan bella como ningún hombre hasta ahora ha
llevado a los hombros. Tras hablar así, la diosa deposito la armadura ante
Aquiles, y todos aquellos primores resonaron con fuerza.” (Homero, Il, XIX,
10). La cólera de Aquiles y en general todo el resto temático de la producción
homérica, fue la fuente de alimento de una influencia íntima semejante a la de
la biblia para los hebreos, como sostiene Dodds; aunque en el caso de los
griegos, no hizo falta ponerla por escrito para que esta surtiera enormes
efectos sociales a través del tiempo al interior de esta cultura y fuera de ella.
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(Homero, Il, XIX, 25). Frente a esto, Dodds considera lo que viene a
continuación.
“La verdad es”, dicen algunos estudiosos, “que jamás hubo poema menos
religioso que la Ilíada”. Esta afirmación, que podría considerarse demasiado
tajante, refleja, sin embargo, una opinión que parece ampliamente admitida. El
Profesor Mazon cree que la llamada religión homérica “no fue religión en
absoluto”; porque, a su juicio, “el verdadero culto de Grecia antes del siglo IV,
casi nunca se adhirió a aquellas luminosas formas Olímpicas”. De modo
semejante observa el Dr. Bowra que “este sistema antropomórfico completo no
tiene desde luego relación alguna con la verdadera religión ni con la moralidad.
Estos dioses son una deliciosa y brillante invención de los poetas” (Dodds, p.
16, 1997).
En realidad, el cuadro que presenta la Ilíada sobre los aedos o poetas, cuadra
mejor con la hipótesis de una tradición de composición armónica oral que con la
idea de la repetición de un poema escrito y aprendido de memoria, ya que en
Homero la escritura solo se menciona una vez (Ilíada VI 168), y con tintes
aparentemente oscuros y siniestros. (Crespo, p. 13, 1996).
Y ella destiló sobre Aquiles néctar y amena ambrosia en el pecho, para evitar
que la molesta hambre entorpeciera sus rodillas. Luego marcho a la maciza
morada de su muy brioso padre, mientras la riada de soldados se alejaba de las
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veloces naves. Como cuando revolotean procedentes de Zeus espesos copos
gélidos bajo el empuje del Bóreas (Homero, Il, XIX, 355).
Allí, como pasa en general durante toda la obra, todo es permeado por un
factor divino. Y esto, porque todo lo que ocurre entre naciones y humanos, es
explicado en función de las intervenciones omnipotentes, aunque en el plano
práctico de las cosas se observen otras lecturas, quizás, un poco más
moderadas. Reflejo de este punto son las palabras de Aquiles a Agamenón
durante los sacrificios debidos a Zeus. “Más ahora yacen desgarrados aquellos
a quienes ha doblegado Héctor Priamida cuando Zeus le otorgo la gloria, y
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vosotros dos nos instáis a comer” (Homero, Il, XIX, 205). La naturaleza y sus
fuerzas dependen de los dioses y en ciertos casos, son producidos por ellos.
Con frecuencia los aqueos me han dado ese consejo tuyo y también me han
censurado; pero no soy yo el culpable, sino Zeus, el Destino y la Erinis,
vagabunda de la bruma, que en la asamblea infundieron en mi mente una feroz
ofuscación aquel día en que yo en persona arrebate a Aquiles el botín. Pero,
¿qué podría haber hecho? La divinidad todo lo cumple. La hija mayor de Zeus es
la Ofuscación y a todos confunde la maldita. (Homero, Il, XIX, 85).
Es así como en el canto XIX todos los sucesos allí ocurridos ya muestran con
plenitud la amplificación de la habilidad humana con la cantidad de las fuerzas
naturales que sirven a la consistencia misma del modo de vida griego. “[…] le
dijo la augusta Hera: Quizá mientes […] Ea, Olímpico, préstame ahora solemne
juramento de que será soberano […] aquél de los hombres de la estirpe de tu
sangre que en el día de hoy caiga entre las piernas de una mujer.” (Homero,
Il, XIX, 110). De esta manera, es como puede verse reflejado, por ejemplo en
estas palabras de Hera, los efectos de la naturaleza y del conjunto de las
acciones humanas sociales, en donde se pierden aquellos puntos de
diferenciación humano-tierra en su contexto beligerante. Esto hace que
actividades más concretas y elementales para los humanos como la
agricultura, el comercio, entre otras; no se separen de lo místico, lo que
conduce a que la sociedad griega, al menos de los tiempos de Homero, se
estructure en un sistema monárquico (donde los dioses ocupan el primer lugar
y sus estirpes tan solo gobernarían bajo el mandato divino), y que al tiempo, a
modo de un semillero, sean las aristocracias atenienses las que en realidad
ostenten y ejecuten el poder.
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Referencias