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Universidad Pedagógica Nacional

Eduard Julián Chaves. Cód. 2014232008.


Lfl_ejchvesm137@pedagógica.edu.co

Un reflejo espiritual de los tiempos homéricos al interior del canto XIX


de la Ilíada

Ciertos investigadores, como es el caso de Goldschmidt o Dodds, están de


acuerdo en considerar que para comprender el pensamiento de un pueblo, es
indispensable referirse a sus condiciones económicas y sociopolíticas, la
religión y el arte. De acuerdo con lo anterior, el propósito del siguiente trabajo
es registrar el sentido constitutivo del pensamiento griego antiguo, en su
contexto místico o espiritual a la luz del capítulo XIX de la Ilíada.

Así pues, en el caso de la Ilíada, son varios los elementos de esta índole social
y psíquica los que permitirían al menos entrever los motivos de su nacimiento
y expresión épica, de la vigencia sociocultural su recorrido. Esto haría posible
conocer el legado de las comunidades humanas que en un comienzo la
realizaron así como también podría entreverse el rastro propio de la cultura
helénica subsiguiente que la adoptó como un modelo moral, como una
estructura fundamental para su desarrollo general. Finalmente, dentro de las
formas de los elementos ya mencionados, se intentará destacar el fenómeno
cultural que traspuso el significado espiritual y tradicional de la Ilíada, en el
aparato o línea de la escritura. Motivo que haría que la Ilíada finalmente
rompiera la barrera natural del tiempo de su pueblo para pasar a otros lugares
de la historia y el mundo, portando el eco de sus valores y costumbres
originales.

En este sentido, es posible ver a través del modo de composición mítico de la


Ilíada una narración que, implicando simultáneamente un retrato literario de la
esfera más madura de la sociedad griega de entonces, muestra el nacimiento
de algunas de las ideas o valores más importantes para dicha cultura. Dentro
de estos primeros estadios de la formación del pensamiento griego, en clave
cronológica pero no histórica en cuanto tal, la Ilíada muestra el valor que
tenían por entonces virtudes como la libertad y su inevitable relación con el
carácter institucionalizado de un estado-nación, y que será semilla para su
posterior rumbo democrático, por ejemplo.

Toda obra viviente de gran envergadura […] expresa lo vivido transformado


sentimentalmente y generalizado […] No contiene sistema y conceptos
filosóficos pero sí expresa su manera de ver el mundo, los acentos valorativos.
El contenido y los motivos básicos (la cólera del héroe, la importancia de la
amistad, la venganza por la muerte del amigo, el deseo de obtener honra o la
libertad), son igualmente tradicionales. Los interlocutores no requieren ninguna
exposición anterior. La idea de una poesía existe, no como pensamiento
abstracto pero sí como una correlación inconsciente que se trasluce a través de
la organización de la obra y se entiende por la forma interior de esta; un poeta
no la necesita; el intérprete la busca y la destaca. (Goldschmidt, p. 188, 1949).

También hay profundos retratos de su “religión”, o bien, de sus necesidades


espirituales y educativas que por vía de la pura lealtad o la honra ya
mostraban las bases análogas a ciertos conceptos (por ejemplo, la justicia),
que se iban a concretar en lo que por entonces todavía, sería la futura
disciplina de la filosofía. Efectivamente, el registro de estas y otras partes de la
cultura griega adquieren su cohesión y sentido al interior de la Ilíada en un
relato que, usando la intuición y la imaginación colectivas de su época,
configuran el seno de donde emergerán los objetos que le serán propios al
pensamiento filosófico.

Allí [en la Ilíada] Zeus compadece al sentenciado Héctor y al sentenciado


Sarpedón; compadece a Aquiles, que llora la pérdida de Patroclo, y hasta a los
caballos de Aquiles, que lloran a su auriga. Dice Zeus en Ilíada ‘me cuido de
ellos, aunque perecen’. Pero al convertirse en la personificación de la rectitud
cósmica, Zeus pierde su humanidad. De aquí que la religión olímpica en su
forma moralizada tendiera a convertirse en una religión de temor, tendencia
que se refleja en el vocabulario religioso. (Dodds, p. 46, 1997).

Los tiempos de la Ilíada son a su vez los tiempos de los héroes y de los poetas.
Formalmente, esta obra es uno de los más extensos testimonios que se
conservan de la edad de cobre y, en este sentido, se estaría frente a un rico
documento sobre una desarrollada educación y formación espiritual ligada a la
corporalidad y a la oralidad de aquel pueblo griego. “[…] y tu acepta de
Hefestos esta ilustre armadura, tan bella como ningún hombre hasta ahora ha
llevado a los hombros. Tras hablar así, la diosa deposito la armadura ante
Aquiles, y todos aquellos primores resonaron con fuerza.” (Homero, Il, XIX,
10). La cólera de Aquiles y en general todo el resto temático de la producción
homérica, fue la fuente de alimento de una influencia íntima semejante a la de
la biblia para los hebreos, como sostiene Dodds; aunque en el caso de los
griegos, no hizo falta ponerla por escrito para que esta surtiera enormes
efectos sociales a través del tiempo al interior de esta cultura y fuera de ella.

Características de este tipo pueden encontrarse en los contenidos


argumentativos más álgidos de sus protagonistas, como ya se ha visto en el
caso de Aquiles respecto a sus dilemas personales y comunales, como lo
fueron los posteriores sucesos a la muerte de Patroclo, los cuales situaban a
Aquiles en una tensión con su interior y su deber social. “Pero muy atroz miedo
siento de que entre tanto en el cuerpo del fornido hijo de Menecio penetren las
moscas por las heridas abiertas con el bronce, críen gusanos, mancillen lo que
ya solo es un cadáver —su vida ya está exterminada— y se pudra toda la piel”

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(Homero, Il, XIX, 25). Frente a esto, Dodds considera lo que viene a
continuación.

“La verdad es”, dicen algunos estudiosos, “que jamás hubo poema menos
religioso que la Ilíada”. Esta afirmación, que podría considerarse demasiado
tajante, refleja, sin embargo, una opinión que parece ampliamente admitida. El
Profesor Mazon cree que la llamada religión homérica “no fue religión en
absoluto”; porque, a su juicio, “el verdadero culto de Grecia antes del siglo IV,
casi nunca se adhirió a aquellas luminosas formas Olímpicas”. De modo
semejante observa el Dr. Bowra que “este sistema antropomórfico completo no
tiene desde luego relación alguna con la verdadera religión ni con la moralidad.
Estos dioses son una deliciosa y brillante invención de los poetas” (Dodds, p.
16, 1997).

En el caso de la Ilíada existen ciertas particularidades que la diferencian de


otros poemas que también se ubican en el origen o tiempo de esta civilización.
Todo parece indicar que los contenidos de la Ilíada se expresaban en una
forma especial de la lengua griega que se proponía expresar su mensaje bajo
un sentido amplio de armonía, proporción, límite y medida. Otro elemento que
llama la atención, es que la composición de la Ilíada no se limita a la narración
de los solos hechos sino que también ofrece explicaciones de estos, aludiendo
a causas y razones que dan sustento a las acciones consignadas aunque fuera
por recursos míticos. A propósito de este punto, vale la pena traer las palabras
del traductor Emilio Crespo, responsable de dar un marco interpretativo para la
lectura de la Ilíada para su versión del año 1997; bajo este aspecto, él nos dice
lo siguiente.

En realidad, el cuadro que presenta la Ilíada sobre los aedos o poetas, cuadra
mejor con la hipótesis de una tradición de composición armónica oral que con la
idea de la repetición de un poema escrito y aprendido de memoria, ya que en
Homero la escritura solo se menciona una vez (Ilíada VI 168), y con tintes
aparentemente oscuros y siniestros. (Crespo, p. 13, 1996).

Así, tanto la estructura de su composición como la concatenación de sus


relatos, sin que necesariamente deban ser rigurosa o psicológicamente “bien”
entramados, tienen por objeto presentar determinada realidad en su conjunto
empleando para esto un complejo mecanismo “naturalista”. “[…] las
instituciones chamanísticas no se fundan en la naturaleza humana ordinaria;
todo su interés estriba en explotar las posibilidades que da un tipo excepcional
de personalidad” (Dodds, p. 199, 1997). Es de este modo como divinidades y
mortales, cielo, tierra y mares, paz, bien-mal, felicidad y dolor, reflejan la
actividad y los valores de la vida humana de tales territorios y períodos.

Y ella destiló sobre Aquiles néctar y amena ambrosia en el pecho, para evitar
que la molesta hambre entorpeciera sus rodillas. Luego marcho a la maciza
morada de su muy brioso padre, mientras la riada de soldados se alejaba de las

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veloces naves. Como cuando revolotean procedentes de Zeus espesos copos
gélidos bajo el empuje del Bóreas (Homero, Il, XIX, 355).

Pese a que la Ilíada no narra el nacimiento de los dioses o de lo humanos sino


que, por el contrario, muestra en su estado más inmediato y funcional a cada
uno de sus personajes.

En respuesta le dijo el muy ingenioso Ulises ¡Aquiles, hijo de Peleo, el más


sublime de los aqueos! Eres más fuerte que yo y me superas no poco con la
pica, pero quizá yo en juicio te aventajo mucho, porque tengo más edad que tú
y se más cosas. Por eso tu corazón debe tolerar con paciencia mis consejos. Las
gentes pronto se tornan hartas de contienda (Homero, Il, XIX, 220).

No obstante, la suma de estos personajes y sus actos muestra una articulación


cósmica que le otorga sentido a toda esta sociedad entre fenómenos naturales,
destino y, concretamente, política.

La sociedad que aparece representada en la Ilíada, en la medida en que la


podemos conocer por las noticias fragmentarias y ocasionales que jalonan el
relato, es sumamente primitiva y están poco diferenciados los dioses, que
patrocinan todas las actividades humanas y rigen los fenómenos de la
naturaleza, intervienen de modo permanente en las acciones de los héroes.
Estos dioses suelen tomarse por antropomórficos, personales y están
organizados conforme al mismo esquema familiar de los hombres. Son
inmortales, no envejecen, no tienen interés en los seres humanos y viven una
existencia feliz (Crespo, p. 9, 1996).

La Ilíada configura el pensamiento griego de tal modo que se establecen


principios para la constitución de la organización y acción humana a tal punto,
que debido a su solidez, ya en los tiempos de Platón existirá un sistema de
conceptos ontológicos que ahondarán el juicio moral de estas comunidades y
harán de estas prácticas homéricas técnicas y virtuosas, un modelo constante
de valores colectivos. “A veces, entre los hombres existe una diferencia nítida
entre los héroes, aristócratas de nacimiento que poseen excepcionales
cualidades naturales y están particularmente sujetos a los caprichos divinos, y
las huestes innominadas” (Crespo, p. 11, 1996). Unos de los rasgos más
llamativos dentro del canto XIX de la Ilíada, es el punto de referencia cósmica
que allí se desarrolla.

Allí, como pasa en general durante toda la obra, todo es permeado por un
factor divino. Y esto, porque todo lo que ocurre entre naciones y humanos, es
explicado en función de las intervenciones omnipotentes, aunque en el plano
práctico de las cosas se observen otras lecturas, quizás, un poco más
moderadas. Reflejo de este punto son las palabras de Aquiles a Agamenón
durante los sacrificios debidos a Zeus. “Más ahora yacen desgarrados aquellos
a quienes ha doblegado Héctor Priamida cuando Zeus le otorgo la gloria, y

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vosotros dos nos instáis a comer” (Homero, Il, XIX, 205). La naturaleza y sus
fuerzas dependen de los dioses y en ciertos casos, son producidos por ellos.

Pero como en la Ilíada discurre predominantemente en el sentido político de


estas sociedades; por esta razón naturaleza y sociedad se funden en nuevas
figuras como el Olimpo, el fondo de los océanos o el espesor brillante del sol.
Figuras que, de cierto modo, reivindican la necesidad de organizar y
administrar las relaciones de la carne con la tierra.

Con frecuencia los aqueos me han dado ese consejo tuyo y también me han
censurado; pero no soy yo el culpable, sino Zeus, el Destino y la Erinis,
vagabunda de la bruma, que en la asamblea infundieron en mi mente una feroz
ofuscación aquel día en que yo en persona arrebate a Aquiles el botín. Pero,
¿qué podría haber hecho? La divinidad todo lo cumple. La hija mayor de Zeus es
la Ofuscación y a todos confunde la maldita. (Homero, Il, XIX, 85).

El papel de los dioses, e incluso de ciertos humanos, en la Ilíada, tiene


predominantemente la función de personificar e idealizar las fuerzas brutas de
la naturaleza como también de elevar ciertas cualidades humanas a un cuadro
antropomorfo superior que condensa la brutalidad natural con la inteligencia,
justicia, amor y crueldad humanas.

En nuestro trabajo se insiste en el hecho de que Homero traza con firmeza la


línea divisoria entre el hombre y los dioses. No hay en Homero hombres
divinizados. Porque él vio claramente el hombre en su puesto dentro del
cosmos, pudo, como el primero en la literatura europea, individualizar a los
hombres. (Goldschmidt, p. 186, 1949).

Es así como en el canto XIX todos los sucesos allí ocurridos ya muestran con
plenitud la amplificación de la habilidad humana con la cantidad de las fuerzas
naturales que sirven a la consistencia misma del modo de vida griego. “[…] le
dijo la augusta Hera: Quizá mientes […] Ea, Olímpico, préstame ahora solemne
juramento de que será soberano […] aquél de los hombres de la estirpe de tu
sangre que en el día de hoy caiga entre las piernas de una mujer.” (Homero,
Il, XIX, 110). De esta manera, es como puede verse reflejado, por ejemplo en
estas palabras de Hera, los efectos de la naturaleza y del conjunto de las
acciones humanas sociales, en donde se pierden aquellos puntos de
diferenciación humano-tierra en su contexto beligerante. Esto hace que
actividades más concretas y elementales para los humanos como la
agricultura, el comercio, entre otras; no se separen de lo místico, lo que
conduce a que la sociedad griega, al menos de los tiempos de Homero, se
estructure en un sistema monárquico (donde los dioses ocupan el primer lugar
y sus estirpes tan solo gobernarían bajo el mandato divino), y que al tiempo, a
modo de un semillero, sean las aristocracias atenienses las que en realidad
ostenten y ejecuten el poder.

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Referencias

Homero. (1996). Ilíada. Trad. Crespo E. España: Gredos.

Goldschmidt, E. (1949). La Ilíada, un análisis. España: Aulis.

Dodds, E (1997). Los griegos y lo irracional. España: Alianza Editorial.

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