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Primer Prefacio de Historia de La Locura-Michael Foucault
Primer Prefacio de Historia de La Locura-Michael Foucault
Michel Foucault
Pascal: "Los hombres son tan necesariamente locos que habría que estar
afectado por otro giro de locura para no estarlo". Y este otro texto de Dostoievski en
el Diario de un escritor: "No es encerrando al vecino que uno se convence de su buen
tino".
Es preciso hacer la historia de este otro giro de locura -ésta por la cual los hombres,
en el gesto de razón soberana que encierra a su vecino, comunican y se reconocen a
través del lenguaje sin misericordia de la no-locura; reencontrar el momento de esta
conjuración, antes de que haya sido definitivamente establecida en el reino de la
verdad, antes de que haya sido reanimada por el lirismo de la protesta. Intentar
reencontrar en la historia ese grado cero de la historia de la locura, donde es
experiencia indiferenciada, experiencia aún no separada por la partición misma.
Describir, desde el origen de su curvatura, este "otro giro" que, de parte a parte de su
gesto, deja caer, cosas de allí en más exteriores, sordas a todo intercambio, como
muertas una para otra, la Razón y la Locura.
● Es esta, sin duda, una región incómoda. Para recorrerla es preciso renunciar al
confort de las verdades últimas y no dejarse guiar nunca por lo que podemos
saber de la locura. Ninguno de los conceptos de la psicopatología, aún y sobre
todo, en el juego implícito de las retrospecciones, deberá ejercer el rol de
organizador. Es constitutivo el gesto que separa a la locura, y no la ciencia que
se establece, una vez efectuada esa partición, en la calma sobrevenida. Es
originaria la cesura que establece la distancia entre razón y no-razón; en
cuanto a la captura que la razón ejerce sobre la no-razón para arrancarle su
verdad de locura, de falta o de enfermedad, ella deriva de ello y desde hace
mucho. Luego va a ser preciso hablar de ese debate primitivo sin suponer
victoria, ni derecho a la victoria; hablar de esos gestos repetidos en la historia,
dejando en suspenso todo lo que puede dar la imagen de acabamiento, de
reposo en la verdad; hablar de ese gesto de corte, de esa distancia tomada, de
ese vacío instaurado entre la razón y lo que no lo es, sin tomar apoyo jamás en
la plenitud de lo que ella pretende ser.
Los Griegos tenían relación con algo a lo que llamaban ubriz [ubris]. Esa relación no
era solamente de condenación, la existencia de Trasimaco, o de Callicles, basta para
demostrarlo, incluso si su discurso nos es transmitido ya envuelto en la dialéctica
tranquilizante de Sócrates. Pero el Logos griego no tenía oposición.
El hombre europeo desde el fondo de la Edad media tiene relación con algo a lo que
llama confusamente: Locura, Demencia, Sinrazón. Es quizás a esta presencia obscura
a quien la Razón occidental debe algo de su profundidad, como a la amenaza de la
ubriz, la swjrosunh [sophrosune] de los discurseadores socráticos. En todo caso la
relación Razón-Sinrazón, constituye para la cultura occidental una de las
dimensiones de su originalidad; la acompañaba ya mucho antes de Jérôme Bosch y la
seguirá acompañando mucho después de Nietzsche y Artaud.
¿Qué es entonces este afrontamiento por debajo del lenguaje de la razón? ¿Hacia qué
podría conducirnos una interrogación que no seguiría la razón en su devenir
horizontal sino que buscaría retrazar en el tiempo esta verticalidad constante que, a
lo largo de la cultura europea, la confronta con lo que ella no es, con la medida de su
propia desmesura? ¿Hacia qué region iríamos que no es ni la historia del
conocimiento ni la historia a secas, que no está comandada ni por la teleología de la
verdad ni por el encadenamiento racional de causa, las cuáles no tienen ni valor ni
sentido sino más allá de la partición? Sin duda una región donde más bien sería
cuestión de límites antes que de la identidad de una cultura.
Se podría hacer una historia de los límites –de esos gestos obscuros, necesariamente
olvidados desde que han sido efectuados, por los cuáles una cultura rechaza algo que
será para ella el Exterior; y a lo largo de su historia, ese vacío cavado, ese espacio en
blanco por medio del cual se aisla, la designa tanto como sus valores. Porque a sus
valores, ella los recibe y los mantiene en la continuidad de la historia; pero en esta
región de la que queremos hablar, ejerce sus elecciones esenciales, efectúa la
partición que le da el aspecto de su positividad; aquí se encuentra el espesor original
donde se forma. Interrogar una cultura sobre sus experiencias límites es
cuestionarla, en los confines de la historia, sobre un desgarramiento que es como el
nacimiento mismo de su historia. Entonces se encuentran confrontados, en una
tensión siempre en vías de desanudarse, la continuidad temporal de un análisis
dialéctico y la puesta al día, en las puertas del tiempo, de una estructura trágica.
El estudio que se va a leer no será más que la primera, y sin duda la más fácil, de esta
larga empresa, que bajo la guía de la gran búsqueda nietzscheana desea confrontar
las dialécticas de la historia con las estructuras inmóviles de lo trágico. Entonces
¿Qué es la locura, en su forma más general, pero la más concreta, para quien recusa
la puesta en juego de todas las capturas ejercidas sobre ella por el saber? Sin duda
ninguna otra cosa que la ausencia de obra.
La gran obra de la historia del mundo está indeleblemente acompañada por una
ausencia de obra, que se renueva a cada instante, pero que corre inalterada en su
inevitable vacío a lo largo de la historia; y desde antes de la historia, puesto que está
ya aquí en la decisión primitiva, aún incluso después de ella, puesto que triunfará en
la última palabra pronunciada por la historia. La plenitud de la historia no es posible
más que en el espacio, vacío y poblado al mismo tiempo, por todas esas palabras sin
lenguaje que hacen escuchar a quien presta la oreja un ruido sordo por debajo de la
historia, el murmullo obstinado de un lenguaje que hablaría sólo –sin sujeto
parlante y sin interlocutor, aplastado sobre sí, anudado a la garganta,
derrumbándose antes de haber alcanzado una formulación y retornando sin
estridencias al silencio que nunca abandonó. Raíz calcinada del sentido.
Hacer la historia de la locura entonces querrá decir: hacer un estudio estructural del
conjunto histórico –nociones, instituciones, medidas jurídicas y policiales, conceptos
científicos – que mantienen cautiva a una locura cuyo estado salvaje no puede ser
jamás restituido en sí mismo sino contando con el defecto de esta inaccesible pureza
primitiva, el estudio estructural debe remontarse hacia la decisión que liga y separa a
la vez razón y locura; ella debe tender a descubrir el intercambio perpetuo, la obscura
raíz común, el afrontamiento originario que da sentido tanto a la unidad como a la
oposición entre sentido y sinsentido. Así podrá reaparecer la decisión fulgurante,
heterogénea al tiempo de la historia, pero inaprehensible fuera de él, que separa del
lenguaje de la razón y las promesas del tiempo a ese murmullo de obscuros insectos.
Esta estructura, ¿es preciso asombrarse que sea visible sobre todo durante los ciento
cincuenta años que han precedido y llevado a la formación de una psiquiatría
considerada por nosotros como positiva? La época clásica -de Willis a Pinel, del furor
de Orestes a la Casa del Sordo y a Juliette- abarca precisamente este período durante
el cual el intercambio entre locura y razón modifica su lenguaje de una manera
radical. En la historia de la locura, dos acontecimientos señalan esta alteración con
singular precisión: la creación del Hôpital Général en 1657, seguida del "gran
encierro" de los pobres; la liberación de los encadenados de Bicêtre en 1794. Entre
estos dos acontecimíentos singulares y simétricos sucede algo tan ambiguo que ha
dejado confusos a los historiadores de la medicina: represión ciega en un régimen
absolutista, según unos, y descubrimiento progresivo por la ciencia y la filantropía de
la locura en su verdad positiva según otros.
Por lo demás, ha sido preciso mantenerse en una especie de relatividad sin recurso,
no buscando la solución en ningún recurso psicológico, que habría dado vuelta las
cartas, denunciado la verdad desconocida. Ha sido preciso no hablar de la locura más
que por relación al “otro giro” que permite a los hombres no estar locos, y ese otro
giro por su parte, no ha podido ser descripto, más que en la vivacidad primitiva que
lo engancha en un debate indefinido respecto de la locura. Fue entonces necesario un
lenguaje que sin apoyo: un lenguaje que entrando en el juego debía autorizar el
intercambio; un lenguaje que retomándose sin cesar debía ir, en un movimiento
continuo, hasta el fondo. Se trataba de salvaguardar a cualquier precio lo relativo, y
ser escuchado absolutamente.
En esta tarea, que no podía dejar de ser un poco solitaria, todos los que me han
ayudado tienen derecho a mi reconocimiento. Y Georges Dumézil el primero, si quien
este trabajo no habría podido ser emprendido –ni ser iniciado en el curso de la noche
sueca ni acabado en el gran sol testarudo de la libertad polaca. Me es preciso
agradecer a Jean Hyppolite, y entre todos, a Georges Canguilhem, quien leyó este
trabajo aún informe, me aconsejó cuando nada era simple, me ahorró muchos
errores, y me mostró el precio que tiene ser escuchado. Mi amigo Robert Mauzi me
aportó sobre el siglo XVIII, que es el suyo, muchos conocimientos que me faltaban.
Sería preciso citar otros nombres que aparentemente no importan. Sin embargo ellos
saben, esos amigos de Suecia y esos amigos polacos, que hay algo de sus presencias
en estas páginas. Que me perdonen haberlos puesto a prueba, a ellos y a su felicidad,
tan próximos a un trabajo donde no era cuestión más que de lejanos sufrimientos, y
de archivos de dolor un tanto polvorientos.
Fuente:
Préface; M. Foucault, M, Folie et Déraison. Histoire de la folie à l'âge classique,
París, Plon, 1961, pp. I-XI. En M. Foucault, Dits et écrits I (1954-1969), Paris,
Gallimard, 1994.
Traducción:
Adrian Ortiz
Apéndice
Prólogo
Pascal: "Los hombres son tan necesariamente locos, que sería estar loco de alguna
otra manera el no estar loco." Y Dostoiewski, en el Diario de un escritor: "No es
encerrando al vecino como se convence uno del buen sentido propio."
Es preciso hacer la historia de esa otra forma de la locura, por la cual los hombres,
con el gesto de la razón soberana capaz de encerrar al vecino, se comunican y
reconocen a través del lenguaje despiadado de la no- locura; es preciso encontrar el
momento en que se ha formado esta conjura, antes de que se estableciera en el
reino de la verdad, antes de haber sido reanimada por el lirismo de la protesta. Hay
que tratar de alcanzar en la historia ese punto de arranque de la historia de la
locura, cuando era aún experiencia indiferenciada, no repartida todavía, de la
herencia común. Describir, desde los orígenes de su desvío, esa "otra forma" que con
un ademán separa dos cosas, desde entonces exteriores e incapaces de comunicarse
entre sí, como muertas la una para la otra: la Razón y la Locura.
Es sin duda una región incómoda. Para recorrerla es preciso renunciar a la
comodidad de las verdades concluyentes, y no dejarnos guiar jamás por lo que po-
damos saber de la locura. Ningún concepto de psico patología, sobre todo, deberá
desempeñar un papel organizador en nuestro juego retrospectivo. El gesto que
reparte la locura es constitutivo; no así la ciencia que se establece, una vez lograda
hecho el reparto, cuando la calma ya ha vuelto. Es original la cesura que establece la
distancia entre razón y no-razón; en cuanto al estudio que hace la razón de la no-
razón para arrancarle su verdad de locura, de falta o de enfermedad, está desviado, y
mucho. Va a ser, pues, necesario, hablar de este primitivo debate sin suponer la
victoria, ni el derecho a la victoria; hablar de esas actitudes que se repiten
continuamente en la historia, dejando en suspenso todo lo que pudiera parecer
conclusión o reposo en la verdad; hablar de esa actitud de separar, de esa distancia
creada, de ese vacío instaurado entre la razón y lo que no es ella, sin apoyarse jamás
en la plenitud de lo que la razón pretende ser.
Los griegos conocían una cosa que llamaban ubriV. Su actitud ante este concepto no
era exclusivamente de condenación: la existencia de Trasímaco o la de Calicles lo
demuestran, pese a que sus discursos nos han llegado envueltos en la dialéctica
tranquilizadora de Sócrates. Sin embargo, el Logos griego carecía de contrario.
El hombre europeo, desde principios de la Edad Media, conoce una cosa, a la cual,
confusamente, denomina locura, demencia, sinrazón. Tal vez, la razón occidental
deba a esta presencia oscura algo de su profundidad, como a la amenaza de la ubriV,
la swjrosunh de los discursos de los socráticos. En todo caso, la relación entre razón y
sinrazón constituye para la cultura occidental una de las dimensiones de su
originalidad;
la acompañaba desde antes de Jerónimo Bosco, y la seguirá mucho después de
Nietzsche y de Artaud.
¿En qué consiste, pues, esta confrontación por debajo del lenguaje de la razón?
¿Hacia qué nos podría conducir una interrogación que no siguiera la línea horizontal
del camino de la razón, sino que tratara de seguir el camino, en el tiempo, de esta
verticalidad constante, que a lo largo de toda la cultura europea la enfrenta a lo que
ella no es, la medida de su propia desmesura? ¿Hacia qué región iríamos, que no es
ni la historia del conocimiento ni la historia en sentido estricto, que no es gobernada
ni por la teleología de la verdad ni por el encadenamiento racional de las causas, las
cuales no tienen ni valor ni sentido más allá del momento de la separación? Una
región, sin duda, donde se trataría más de límites que de la identidad de una cultura.
[...]
[Acá es donde la edición del FCE se saltea una importante porción de la versión
original del Prefacio]
La época clásica -de Willis a Pinel, de las furias de Orestes a la Casa del Sordo y a
Juliette- abarca precisamente este periodo durante el cual el intercambio entre
locura y razón modifica su lenguaje de una manera radical. En la historia de la
locura, dos acontecimientos señalan esta alteración con singular precisión: la
creación del Hôpital Général en 1657 seguida del "gran encierro" de los pobres; y la
liberación de los encadenados de Bicêtre en 1794. Entre estos dos acontecimíentos
singulares y simétricos, algo sucede, tan ambiguo, que ha dejado confusos a los
historiadores de la medicina: represión ciega en un régimen absolutista, según unos,
y según otros el descubrimiento progresivo por la ciencia y la filantropía de la locura
en su verdad positiva.
[1]
Este prefacio no figura íntegramente más que en la edición original. A partir de
1972, desapareció de tres reediciones. (Nota del Traductor)
[2]
Bibliothèque de l’Arsenal, mss. N°s 12023 y 12024.
[3]
Char (R.), Suzerain, en “Poemas y Prosa”, p. 87.