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1. Identidad
Antonia Luzmila Rivas López, nació el 13 de junio de 1920, en Coracora - Ayacucho – Perú. Hija
de: Modesta López y Dámaso Rivas. Fue la mayor de 11 hermanos; los nombres por orden de edad
son: Luzmila, César, Priscila, Carlos, Jorge, Isidora, Alejandrina, Luisa, María Antonieta, Rómulo,
Alfonso. Profesión: Religiosa del Buen Pastor.
2. Familia
Desde que nació fue rodeada de mucho cariño y las virtudes cristianas las aprendió con sus padres.
Amó a los pobres, los protegía y socorría; en el tiempo de cosecha les daba el alimento, que tanto
necesitaban. Fue muy alegre. Amaba a su familia, a las plantas, el sol, los animales y la naturaleza.
Le gustaba ayudar a su madre en los quehaceres de la casa. . Con ella aprendió a rezar e ir a Misa
todos los días, y semanalmente, al catecismo en la parroquia.
3. Vocación
Dios premió a la familia Rivas López, escogiendo a César, su hermano, para ser sacerdote
redentorista. En 1938 fue a Lima, a visitarlo; y en esa ocasión tuvo su primer encuentro con las
hermanas del Buen Pastor. Sentía el llamado de Jesús. Después de un discernimiento vocacional
emprendió la fantástica aventura de ser misionera de la misericordia. Ingresó a la Congregación del
Buen Pastor, y en octubre recibió el hábito y el nombre nuevo de Agustina, aunque para las
hermanas fue siempre, “Aguchita”. Durante el tiempo de su noviciado falleció su padre. El 8 de
Febrero de 1945 pronunció sus primeros votos para estar al lado de los más pobres. A través de esta
alianza realizó su compromiso con la persona y la misión de Jesús Buen Pastor. Su profesión
perpetua la realizó en 1949.
4. Misión apostólica
Su sueño era ir a trabajar a la selva con los campesinos, en la zona de emergencia. En 1952 murió
su madre. Vivió en la casa de Barrios Altos, donde trabajó en diversos oficios con mucho amor y
disponibilidad, al igual que en otras casas de Lima. Aprovechaba la noche para rezar y organizar
sus ocupaciones. Disfrutaba quedarse en la presencia de Dios, donde encontraba fuerzas para
ayudar a los necesitados, a las jóvenes, y orar por los sacerdotes para que fuesen fieles hasta el fin.
Vivió con alegría el carisma de la misericordia en la vida comunitaria. Tuvo mucho cariño y
consideración con sus autoridades y hermanas en general. Se ofrecía para reemplazar a las
hermanas ausentes, cuidaba de las enfermas, ayudaba en los encuentros, asambleas y en todas las
necesidades.
Desde 1970 hasta 1975 pasó con las hermanas contemplativas, asistiendo a una hermana que estaba
enferma. Formó parte de una pequeña comunidad en Salamanca, que le permitía estar más cerca de
su familia, con quienes se reunía, de vez en cuando. También vivió en la comunidad del Noviciado,
donde se esforzó en la formación de las novicias, con su testimonio de vida. Participó de un retiro
ignaciano de 30 días, y el padre que la guiaba, le decía: “Aguchita, tú vives con un pie en el cielo”.
En 1987, manifestó su deseo de servir a los hermanos más necesitados en la zona de emergencia de
La Florida, donde la Congregación trabajaba hacía 11 años.
La joven Religiosa profesa que vio todo desde la ventana, cuando se retiraron los terroristas, fue a la
Capilla, para llevar los santos óleos y hostias consagradas a las víctimas. Ungiéndolos a todos y
poniendo en sus labios por última vez, el Sagrado Cuerpo de Nuestro Señor. Al día siguiente los
enterraron, permaneciendo allí durante cinco días; posteriormente los restos de Aguchita fueron
trasladados a La Merced para cumplir órdenes judiciales.
El 6 de Octubre, la Congregación del Buen Pastor celebró sus funerales en Lima, con la
participación de numerosos sacerdotes, religiosas, familiares y amigos. Aguchita, que tanto rezó por
los sacerdotes, su féretro fue cargado por ellos, siendo llevada en procesión de palmas y olivos, y
aplausos de la multitud. Dirigiendo en el cementerio su hermano sacerdote, las plegarias y
oraciones por nuestra mártir.
En otras ocasiones, cuando los grupos de pandilleros rodeaban a un vendedor para robarle, o ella
los encontraba robando, con firmeza les decía que eran muy jóvenes para obtener dinero de esa
manera, y que debían buscar un trabajo honrado.
Algunas personas le decían: “Qué bueno que la madre haya venido, necesitaba verla. Rece mucho,
para que todo se venda, porque hay semanas de baja, con enormes pérdidas”. En otros casos le
decían: “Madrecita, da gracias a Dios, que a pesar de la competencia, hay algo para vivir”.
Sus estudios secundarios, los realizó de modo desescolarizado. Para desarrollar sus trabajos,
buscaba a algunas profesoras del colegio, quienes le explicaban los temas, y ella dedicaba muchas
horas para estudiar y preparar sus exámenes. Agustina no había estudiado para ser profesora, pero
no le faltaba energía y sabiduría para hacerse cargo de las niñas en el colegio. Y fue en el año de
1978 que empezó a enseñar Formación Laboral. Muchas de sus alumnas recuerdan cómo les
enseñaba. Se sentaba en las sillitas de las niñas de primer grado que parecía una abuelita, ahí
abrazándolas a cada una, les ayudaba a coger los palitos. Decía: “Así es más fácil… porque frente a
frente, es más difícil”. Sin duda alguna, que fue una buena estrategia, porque les permitió a sus
niñas, aprender a tejer su ponchito como parte del uniforme único de aquella época.
Ponía especial énfasis y dedicación en aquellas niñas que tenían problemas de aprendizaje. Una de
ellas que se resistía a coser y que le había pedido a una compañera, que lo hiciera por ella, aprendió
la lección de Hna. Aguchita. Al día siguiente, al presentar su costura, Hna. Agustina le dijo lo bien
que le había quedado, añadiendo: “Ahora vas a trabajar dos faldas”. Aquella jovencita miraba a su
“colaboradora”, como diciéndole: “Ya se dio cuenta, la hermanita”. Aguchita, con amor y
paciencia, sentada a su lado, le enseñó a coser primero con papeles periódicos hasta que lograra
aprender.
Se distinguía por su capacidad de servicio; para Aguchita, no existía la palabra "No"; siempre decía:
"A ver, qué podemos hacer” o “Vamos a ver". En diversas ocasiones asumía el rol de orientadora
familiar, como es el caso de Mercedes, que contaba que la hermana le había ayudado a ser una
buena mujer, madre y esposa, porque siendo su maestra, le enseñó: Repostería, costura, bordado, y
hasta a preparar "tofees", que en el futuro, le ayudó a emprender un negocio, que les sirvió mucho,
porque su esposo estaba desempleado.
Agustina tenía una gran predilección por los pobres, especialmente por las madres de familia de los
comedores populares de los sectores más necesitados. Ella siempre estaba presente en sus
momentos más difíciles. Las agrupaba, las organizaba y les enseñaba a ganarse la vida haciendo
cosas sencillas con sus propias manos.
Aguchita acudía permanentemente al comedor “Rosa de Santa María” en la Huerta Perdida. Se
sentaba en medio de las señoras y les motivaba a hablar, escuchándolas atentamente a cada una,
hasta dar con la solución del problema.
También trataba de ayudarles para que se lleven bien con su esposo, como es el caso de una pareja
de esposos que conocía. El esposo, era muy celoso, no le gustaba que su esposa asistiera a los
talleres de Aguchita. Entonces, ella se aparecía en su casa, y le hablaba de tal manera, que lo
conmovía y convencía, consiguiendo que la esposa participara en las reuniones,” para aprender
cosas buenas y necesarias para sus hijos y la familia”.
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En el taller se daba tiempo para la catequesis, les enseñaba a ser buenas esposas y a prepararse para
regularizar su matrimonio, y el bautizo de sus niños. Decía a las mujeres que la mejor profesora no
estaba en el colegio, sino en la casa. Que tenían que sentarse con sus niñas a apoyarlas en las tareas.
Recomendaba que no se debía castigar corporalmente a las niñas, que ellas debían vivir felices; y
que nunca debían discutir con el esposo delante de los hijos.
En la comunidad, Aguchita se caracterizaba por su espíritu de servicio. Siempre estaba disponible.
Tenía un rostro alegre que invitaba a acercarse a ella. Además era muy intuitiva, si se daba cuenta
que alguna hermana tenía la necesidad de hablar, hacia lo posible para acercarse a ella y propiciar
la conversación. Nunca, se le oyó hablar despectivamente de nadie. En realidad, Aguchita atraía
por su manera de ser.
Agustina era una mujer de fe y oración, y se veía en su vida cotidiana. Se levantaba muy temprano
y en la Capilla se entregaba a la oración y a la reflexión. Tenía una gran devoción por Jesús, sobre
todo en la Eucaristía, también por la Virgen María, a quién la llamaba: “Mi madre”, y por San José
que era su santo protector y ecónomo, que siempre estaba presente cuando más necesitaba de su
ayuda.
Tenía mucha confianza en la providencia y en la generosidad de las personas. Cierto día le dijeron
que se había terminado el aceite para cocinar, ella sin inmutarse dijo que no se preocuparan y que
San José no las abandonaría. Dicho y hecho, a la mañana siguiente alguien tocaba la puerta y
entregaba aceite o manteca, que alguna señora le hacía llegar a la hermana, en agradecimiento por
la ayuda recibida.
Sentía un gran amor por la Iglesia, el Papa, los sacerdotes, especialmente por los que tenían
problemas. Sufría mucho y ofrecía sus sacrificios por ellos. Su amor, fe y humildad se manifestaba
en el servicio a todas las hermanas, sobre todo en aquellas que detectaba que tenía alguna
necesidad.
Aguchita fue premiada por su compromiso y testimonio de amor a Dios y a los hermanos. Está en el
corazón de la Congregación y en el corazón del pueblo que tanto amó.
Su director de ejercicios espirituales le recomendaba:” Aguchita, tú que vives ya con un pie en la
alegría del Cielo, no te olvides de orar un poco por otros compañeros de retiro que atraviesan
dificultades" (Pierre Guérig s.j.)
"Agustina, mártir, no defendió su vida, sino su causa: la fidelidad al Dios de la vida y al hermano.
Esta causa sólo se defiende muriendo, perdiéndose". Daniel Córdoba G., (o.f.m.)
"En su sabiduría, no se limitó solamente a decirlo o proclamarlo, sino que lo hizo vida en sí misma,
y logró hacerlo creíble y aceptable para muchos". (Homilía de monseñor Julio Ojeda, o.f.m. vicario
apostólico de San Ramón)
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