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El Club de las Excomulgadas

Agradecimientos

Al Staff Excomulgado: Aretusa, Csanch, Dg


Kaleigh, Electra Elefteriou, Lorenam, Lulu88,
Nelly Vanessa y Rox16 por la Traducción, Nelly
Vanessa y Taeva por la Corrección de la
Traducción, Bibliotecaria70, Desita, Laavic,
Livesly, Mirelove y Puchunga por la
Corrección, De Nuevo Laavic por la
Diagramación, Zaphira por la Primera Lectura

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Final y Leluli por la Segunda Lectura de este
Libro para El Club De Las Excomulgadas…

A las Chicas del Club de Las Excomulgadas,


que nos acompañaron en cada capítulo, y a
Nuestras Lectoras que nos acompañaron y nos
acompañan siempre. A Todas….

¡¡¡Gracias!!!

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El Club de las Excomulgadas

Argumento
El ángel Jonah ha estado combatiendo a Los Oscuros durante siglos. Pero su
espíritu noble ha comenzado a cansarse con el peso de la guerra, esto deriva en que
un Oscuro lo golpee, y corte una de sus alas, lanzándolo al mar.

Anna es una de las Hijas de Arianne, una descendiente directa de la


sirena de la leyenda. El deseo de Anna por el amor la obliga a arriesgar su vida
misma para proteger y ocultar al caído Jonah. Y Jonah retrasa su vuelta al cielo,
porque una secreta pasión por Anna lo tienta.

Pero mientras ella se enamora más de él, Anna está destinada a perder su
corazón y sus sueños por salvar el alma de Jonah.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Uno

“La función de las alas es tomar lo que es pesado y levantarlo en la región por encima
de donde moran los dioses. De todas las cosas relacionadas con el cuerpo es la que tiene la
mayor afinidad con lo divino.”

PLATÓN

Cayó un rayo, con el cielo anormalmente oscuro. Su obra, o ¿sus


enemigos? Él no pudo decir más. Por el instinto necesitando su sed de sangre, no
pensó, y el dolor podía ser ignorado. Mientras rugía su furia, el calor resultante
se disparó a través de la hoja de su espada iluminando su entorno. Un centenar
de sombras convergentes, casi indistinguibles de las nubes negras, la más cercana
lo suficientemente cerca como para convertirse en un rival. El grito de la muerte

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del Oscuro hizo que Jonah curvara los labios en una sonrisa de satisfacción,
salvaje, a pesar del mal sabor de la sangre de la criatura que salpicó en su boca.

Buena o mala, ¿qué importaba? Todo se reducía a esto al final de la


batalla. Los que eran mejores quedaban en pie, si la suerte y la habilidad se
sostenían.

Pero la Señora no estaba con ellos por ese motivo. Él luchaba por ella,
pero nunca sentía su presencia en esto. Fue ese pensamiento solitario que lo
derrotaba que se llevó su atención durante un instante y dejó que sus enemigos
arrebataran la espada de su mano. Ésta fue de punta a punta a través del cielo,
formando un arco y luego pulsando flecha abajo hacia la tierra. Él dio la vuelta,
esquivando el ataque, aunque no pudo eludir el hacha de guerra que brillo de
manera opaca mezclada con un borro de malévolos ojos rojos y una hilera de
colmillos.

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El Club de las Excomulgadas
Tal vez había apuntado a su columna, con la intención de partirlo por la
mitad. Una ironía, ya que reflejaba su mente en esos días. Pero en cambio, cortó
una de sus alas. Separándola de él con un sonido horrible, hueco como la tala de un
árbol. Un rayo de agonía se disparó a través de la parte superior de su cuerpo,
entumeciendo sus piernas y brazos en un momento clave.

Con su balance perdido, él se precipitó hacia abajo. Jonah lanzó un golpe


fuerte, gruñendo, luchando con los puños desnudos. La sangre corrió por su
espalda, cayendo sobre sus muslos mientras garras brutales se hundían en su herida
abierta.

Utilizando la última reserva de concentración que tenía, electrificó el aire


a su alrededor. El flash demoledor sacudió sus propios músculos y terminaciones
nerviosas, desgarrado un grito ronco de su garganta, perdido entre los otros
gritos. Pero el olor a carne quemada era tristemente dulce.

Estaba cayendo libremente, en espiral hacia abajo y más abajo, incapaz de

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controlar nada mientras se dejaba caer por millas, con su única ala haciendo el
descenso en un giro impredecible y salvaje que lo dejo inconsciente.

No importaba. Prefería la muerte a la desmembración. Otro rayo, no suyo


esta vez, describió las formas demoníacas de sus atacantes. Unos pocos se habían
recuperado lo suficiente como para ir tras él. Tratarían de atraparlo vivo, lo
sabía. Y luego, todo el infierno se desataría. Literalmente.

Cuando su cuerpo cayó al mar, su velocidad envió una columna como un


géiser1. A medida que golpeara, la estela impactaría la costa a pocos kilómetros
de distancia, como una oleada de la tormenta. Saliendo de la nada, sería
confundido por los humanos ignorantes de lo que pasaba, ajenos a todo.

Una piedra arrojada a un estanque podía crear ondas que afectarían a


todo lo que tocaban de manera sutil pero innegable.

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Un géiser es un orificio en el suelo que cada cierto tiempo expulsa abruptamente una columna de
agua caliente y vapor.

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El Club de las Excomulgadas
La caída de un ángel podía ahogar el corazón de la Tierra.

*****

Mientras el destello de un rayo caía sobre la superficie del océano a treinta


metros de altura, Anna se detuvo, con su mano apoyada al lado de una ballena. El
auge posterior de los truenos era lo suficientemente potente como para enviar una
vibración ondulante en el agua. La ballena jorobada hizo un ruido de lamento, pero
no se detuvo, con su flanco oscuro moviéndose a un ritmo tranquilo pero decidido
bajo los dedos de Anna, moviéndose hacia adelante y alejándose.

Ella había estado viajando con la ballena migratoria de esa noche, en


busca de un poco de paz en el mundo de la noche. Hasta que la tormenta había
estallado, pudo mirar hacia arriba y ver todas las estrellas, la luz de la luna
reflejada en el plancton2 flotante. En las sombras de los arrecifes de coral, al pez
dormido, con su cuerpo meciéndose en la corriente. Sí, el mar tenía su propio
ritmo, un eco, un murmullo pulsante, pero había algo diferente en él ahora, casi

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como si se hubiera detenido, igual que Anna, con el oído atento a algo que no
estaba del todo bien.

Las nubes se habían junatado con rapidez, engrosándose alrededor de la


Luna, cubriendo el globo pálido, proyectando sus sombras sobre el mar como
una pantalla plana integrada a un panorama en movimiento de olas turbulentas.
Gotas de lluvia golpeaban tan rápido y duro que el flujo punteaba. Aunque había
buscado la tranquilidad de esa noche, Anna tenía que admitir que el océano
reflejaba ahora su estado de ánimo real.

Por supuesto, el mar estaba siempre en movimiento y cambiante, a


diferencia de la relación con su propia especie. Se preguntó si alguien buscaría la
compañía de sirenas, y luego se regañó a sí misma por el pensamiento poco
caritativo. Sin embargo, por la Diosa, ella no iba al palacio tan a menudo. ¿Era
mucho pedir a sus primos que no fueran tan cerrados y egoístas? Ella sólo había

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El Club de las Excomulgadas
querido verlos y ellos se comportaban como si quisieran que se fuera a los pocos
minutos de su llegada.

Tal vez tendría que haberlo expresado de manera diferente. Hola a todos.
Estoy de visita porque estaré muerta en once meses. Sólo quería decirles que los echaré de
menos.

Pero no lo haría, ¿o sí? No echaría de menos lo que nunca le habían dado y


que había esperado durante un fugaz momento, ahora que su tiempo se estaba
acortando.

Y ahora no se arrepentía de atar sus cabellos en nudos mientras dormían


antes de escabullirse. O apretarles su mano y frente por un largo momento en la
puerta sólida a la sala del trono de Neptuno.

Con otro sonido de resonancia de un trueno, ella se dio la vuelta,


alegrándose por la distracción de sus perturbadores pensamientos. No, algo se
sentía extraño, como si las placas se hubieran desplazado, enviando una onda

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sísmica a través del agua como un pulso asombroso de presión. Sin duda, ¿las
ballenas lo habrían detectado?

Cuando Ana vio a su compañera frenar, probando su entorno como ella


había estado haciendo, supo que había intuido algo extraño también. No era
extraño que la ballena se estuviera moviendo en la noche. Ella había pensado
que era inusual, pero hasta ahora le parecía tan plácida, sin prisas. Pero las
ballenas tendían a anticipar las cosas. La madre debería estar moviendo a su
bebé a la seguridad, mientras su compañero le guardaba la espalda. Anna se
preguntó cómo sería tener a alguien así.

Oh, Gran Señora, no quería pensar en eso, tampoco. Estaba sola. Siempre
estaría sola. Era el momento de hacer la paz con eso, con todo. Y en realidad,
había estado bien durante todos estos años, con todo eso. Sólo que ahora, no
había nada…

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El Club de las Excomulgadas
Ella gritó mientras un objeto se movía abajo en el agua delante de ella,
sacudiéndola con la turbulencia. Cuando algo se redujo en contra de su mano, ella
convulsivamente cerró los dedos en él mientras daba un salto mortal hacia atrás. A
pesar de que un salto mortal seguía un patrón circular, previsible en su pista, ella
estaba torcida, puesta boca arriba y arrojada mientras que el mar hervía y la
lanzaba como si el proyectil hubiera sido una bala golpeando el corazón del
océano.

Nadando a un arrecife de coral, fue picada por los bordes afilados. Después,
la agarró y arrastró su cuerpo a lo largo del coral, tirando varias escamas sueltas
y minúsculas de su cola. La aleta izquierda de su cola se levantó, arrancando un
grito de ella.

Cuando la onda pasó y estuvo flotando, una fina niebla de su propia


sangre se arremolinó a su alrededor como el paso de la tinta de un calamar.
Temblando, Anna vio que todavía tenía lo que había agarrado por reflejo, la
sangre de sus manos fluyó a su alrededor.

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Era una pluma.

Pero no cualquier pluma. Ella se obligó a guardar su juicio sobre ella y la


aferró, pues era obvio que no pertenecía a una gaviota o a un cisne desventurado
cayendo a tierra. Tenía un brillo iridiscente, lechoso, con un aura azul que
brillaba a pesar de que había sido separada de su dueño. Ella tragó, con los ojos
muy abiertos, con sus líos olvidados al darse cuenta de lo que debía ser.

Una pluma de ángel.

Había cosas extravagantes que se decían de los ángeles. Por ejemplo,


cómo un merchild3 podía ver uno en la noche, volando por el cielo como una
estrella fugaz. Si eso ocurría, el niño sólo debería tener una probabilidad de darle
una mirada y luego mover la cabeza, haciendo su voluntad. Si uno tenía la
notable experiencia de estar en la presencia de un ángel, hablar estaba prohibido,

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Merchild: hija del mar.

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a menos que el ángel lo mandara. De lo contrario, la lengua simplemente se
desintegraría en la presuntuosa garganta.

Un ángel era el escalón más alto después de la Diosa misma, haciendo su


voluntad. Eran Señores del aire, del cielo, aún de la tierra y del agua. Nada los
limitaba, excepto la Señora. Podían ser agentes de destrucción o de vida,
dependiendo de su voluntad, segadores o salvadores.

Los seres humanos eran la única especie que trataba la existencia de los
ángeles como una creencia en lugar de hechos. Era tristemente divertido cuántas
cosas reales eran considerados un mito o una ilusión por los humanos. O
pesadillas. Nadie sabía por qué la Deidad le permitía a los humanos existir en esa
ignorancia infantil de lo que el resto de ellos sabía. A pesar de que Anna era una
parte tan importante del mundo de los humanos como de la gente del agua, tenía
sus teorías.

Aunque ella sabía que los ángeles existían, podría haberse burlado de

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algunas de las historias, porque nadie sabía que había interactuado con uno de
manera significativa durante décadas, excepto su tía abuela, la hermana de
Neptuno, porque había sido salvada por un ángel. Todavía era uno de los
recuerdos más vívidos de la vida de la vieja mujer sirena, a pesar de que había
sucedido cuando ella era poco más que una niña. Atrapada en una red de
camarón perdida, había caído en el Abismo, a una serie de arrecifes y cavernas
que se hundían profundamente hasta donde nadie sabía. Las corrientes la habían
tenido en las cavernas, cayendo sobre ella una y otra vez. Había luchado con la
red hasta que, agotada, se había resignado a su propia muerte, pues cuanto más
se esforzaba, más profundo se deslizaba en los túneles.

Entonces se encontró en un lugar de fuego. Con el calor muy por debajo


del existente en el océano. En lugar de morir por el fuego, la tía Judith, o Jude,
como todos la llamaban, había sido desenredada y sacada del lugar por un ángel.
Él había sido tan hermoso que cada vez que se acordaba, lloraba por su recuerdo.
Jude había estado ciega desde entonces, una criatura del mar que dependía de

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otros para ser sus ojos. Mientras ella pensaba que el ángel se había llevado su vista
para evitar que regresara, no le tenía ninguna mala voluntad por ello.

—Él se cortó cuando me ayudó a liberarme de la red. Recuerdo que su


sangre era azul, como el cielo. . .

La pluma que Anna sostenía estaba teñida de azul. El agua no podía


desprender el líquido, como si la pluma se negara a liberar una parte intrínseca de sí
misma, dándose cuenta de que su entorno no era a donde pertenecía.

Tal vez la sangre fuera simplemente de donde la pluma había sido


arrancada. Aunque pensar que a un ángel se la hubieran arrancado como a un
pollo parecía casi... sacrílego. Pero ellos no eran dioses. Sólo seres
increíblemente poderosos en comparación con todos los demás, como las
ballenas con el plancton. Sin embargo, podrían verse perjudicados, ¿no?

Estaba segura de que era una idea que la mayoría... no, que ninguna
sirena había tenido nunca. Subrayando otra razón por la que estaba allí sola.

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¿Qué pasaría si la repentina tormenta fuera por las batallas entre ángeles y
los Oscuros? Todo el mundo sabía que estaban ocurriendo con mayor frecuencia
en los últimos tiempos, creando patrones climáticos violentos que la hacían feliz
de poder buscar el refugio de las profundidades del océano.

Sí, los ángeles eran seres con un terrible poder. Sus formas eran un
misterio, pero eran esenciales para el equilibrio y la protección de todo. Anna
vaciló, mirando la pista de burbujas de los misiles desconocidos asentándose,
dispersándose, mientras el mar seguía levantándose con inquietud.

No, ella debería seguir a las ballenas. Mantenerse fuera de eso. Sea lo que
fuera.

Entonces vio el ala.

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Excepto por el brillo etéreo, podría haber pensado que era una manta raya,
con el perezoso fluir de sus alas como un manto ondulante dejado caer en el agua,
o los largos mechones de pelo de sus primos de los vanos, moviéndose como cintas
gruesas de algas de seda.

Sin embargo, se estaba moviendo en círculos irregulares, en dirección hacia


abajo y más abajo. Tenía el mismo fluido azul no sólo aferrándose a ella, sino a la
deriva alrededor de ella de una manera que le recordó cómo su propia sangre había
enturbiado al arrecife de coral. La sangre de un ángel, simplemente hacia el ala más
hermosa, con los colores del cielo y la luna juntos, como piezas del firmamento
roto y a la deriva en su mundo.

Ella nadó hacia él antes de poder considerar la conveniencia de hacerlo.


Mientras lo hacía, se dio cuenta que estaba sola. Una mirada mostró que toda
otra vida marina había abandonado la zona. Era como si ella se hubiera
encontrado en una cámara de calma oceánica donde se enfrentaba a un desafío
que la llamaba a ir sola.

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Tomó el ala en sus brazos, mientras bajaba. Eso le sorprendió, ya que
tenía sustancia, un peso que comenzó a llevarla hacia abajo con ella. Se sentía
como en el limbo, con su arco y espina dorsal cubiertos con capa sobre capa de
plumas. Las plumas le hacían cosquillas en la espalda desnuda, se deslizaban
sobre sus pechos, en la línea de su estómago desnudo, en la línea de contacto de
su cintura. Mientras ella se volvió con eso, desconcertada, la punta alargada se
curvó alrededor de su cadera. Como si el ala la sostuviera, mientras ella la
sostenía.

Ella se dio cuenta de que estaba caliente. No con un calor causado por la
temperatura, la sensación llegaba desde el interior. Llamando una visión de
fuerza, de protección. Un sentido del humor... una conexión, haciendo que fuera
muy consciente de la soledad que siempre llevaba en su interior, como un órgano
esencial vital, pero despreciado. El calor la ayudó a calmarse, con las plumas

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susurrando sobre su mejilla y labios como las de un amante. Comprensión,
aceptación, amor. Y más que eso.

Su boca se sintió de pronto necesitada de algo... de un beso, del calor de otra


boca. De labios firmes presionando los de ella, exigiendo, engatusándola
abiertamente, llenándola. Era un anhelo sorprendente y lánguido, sin embargo,
igual que la primera pulsación del cuerpo de un amante. No era que tuviera mucho
conocimiento de esas cosas, pero esa sensación la hizo sentir como si lo hiciera, y
sus dedos se cerraron en las plumas, como si sostuviera el pelo de un hombre. ¿Era
su imaginación, o la curva del ala donde el hueso sostenía su forma se sentía
como un brazo, atrayéndola más cerca?

Debía ser el poder de la luz incandescente, el calor mágico de ella. Se dio


cuenta de repente de que se hundía con el ala, había estado todo el tiempo
experimentando esa sensación embriagadora que parecía hacerle tomar
conciencia de todas las partes de sí misma como si se las pudiera enardecer a un
amante. Su boca, garganta, sus dedos la agarraban, ondulando sus caderas...

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A pesar de que la ola de sensaciones la sorprendió y confundió, una
sensación de hormigueo de inquietud la penetró, advirtiéndole que la luz
placentera con la que estaba luchando, desparecía de alguna manera.

También había una urgencia definitiva en su movimiento hacia abajo que


no podía ser explicada por el peso de las plumas saturadas de agua, sobre todo
porque no parecían empapadas en absoluto, flotando tan fácilmente como
zarcillos de su propio pelo. ¿Y los pájaros o criaturas similares a las aves, no
tenían huecos los huesos, casi sin peso?

El ala había maniobrado desde el fondo de la arena blanca, hasta la


próxima saliente de unos treinta metros más abajo y luego a un metro setenta por
debajo de eso. A partir de allí, se podía ver una saliente más, y luego el océano
de una caverna mucho más profunda, tan profunda que ella salió de su
ensimismamiento por la sensación de vértigo. Aunque podía ver la pared de
coral, cubierta de esponjas tubo y abanicos de mar, debajo de ellas las cosas se

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volvían mucho más oscuras, hasta que entraban a un completo negro, donde la luz
de arriba no penetraba, y el agua se ponía mucho, mucho más fría. No había
remolinos tranquilizadores de calor. Estarían sobre el abismo.

El ala la había seducido como una sirena, y las criaturas del mar lo sabían
todo sobre el peligro de las sirenas.

Retorciéndose de su alcance, saltó fuera de ella. Debido a su aumento


repentino de aprehensión, ella se dio media vuelta, mitad esperando que la
persiguiera.

Pareció vacilar, pero ella se dijo que eran sólo las aguas que había
movido, manteniéndola en un vórtice momentáneo. Cuando se desplazó y
aterrizó en un afloramiento de roca, comenzó a deslizarse, a caer, hacia el borde
del abismo. Mientras iba en esa dirección, el hambre que creció en su corazón no
podía explicarse. Una necesidad no sólo de tomarla en sus manos otra vez, sino
a la criatura a la que pertenecía.

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Peligro…

La llamada sonora reverberó a través de las aguas, las ballenas se


señalaban entre sí, el mensaje había sido recogido y llevado por un banco de
peces que había explotado fuera del borde del pozo y cortado más allá de ella por
todos lados.

La instintiva lanza de terror a través de sus órganos vitales la hizo mirar


hacia arriba. No podía ver nada, pero en algún lugar encima de ella, sintió algo
oscuro, cambiante... monstruoso. Ahí. Luces rojas, brillando en la distancia,
como luces de señalización de los barcos. Ojos rojos, un color que no debería
poder distinguir a esa profundidad, a menos que perteneciera a algo que
contradijera a la ley natural.

Cada criatura tenía un afilado sentido de lucha o de huida, que era


necesario para vivir en un mundo regido por la supervivencia del más apto. Pero

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esto era más que la alarma causada por el hambre e impersonal como la de un
depredador acercándose a ella. Este era un asunto personal, introduciéndose hasta
la médula de sus huesos, un veneno oscuro, ansioso de extenderse por sus órganos
internos. A pesar de que podía identificar la intención de paralizarla con su propio
miedo, no podía hacerle frente, lo que lo hacía aún más aterrador.

Déjalo... No se le puedes ayudar... No preocupes a los tuyos... Él no se preocupa por


tu patética especie…

Los Oscuros. Los enemigos de los ángeles, de toda forma de vida. El


poder de la compulsión fue abrumador, y no fue una sola voz, sino muchas, una
fuerza malévola. Mientras luchaba contra ella, se las arregló para lanzar un débil
hechizo de protección, lo suficiente como para darse cuenta que no estaban
dirigidos específicamente a ella, sino a cualquier criatura en el rango que pudiera
dar su ayuda a su objetivo.

Ella no podía hacerle frente a los Oscuros, y no sabía nada de las batallas

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libradas por los ángeles. ¿Por qué debería desafiar la voluntad de la voz de la
oscuridad?

Cuando Anna vio que el ala caía, se dio cuenta de que se estaba
preparando para su amo, como un niño inocente traicionando a su padre. Era
sólo un resplandor amorfo ahora, cayendo en la oscuridad, como una vela que se
extinguía. La oscuridad del abismo era total. Final. Tragándose el ala.

El propietario de esa ala estaba sin protección, herido. Ella estaba tan
segura de eso, como también que gran parte de su temor estaba dándole golpes a
sus sentidos, no sólo por el efecto mágico de sus perseguidores.

De repente salió disparada hacia adelante, utilizando la propulsión


poderosa de su cola azul medianoche enviándola encima del borde y como una
flecha hacia abajo, al abismo. Aprovechando el ala flotante, ella aumentó la
velocidad de su descenso, yendo hacia abajo, con él.

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Llévame a tu maestro. Tenemos que salvarlo si podemos.

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Capítulo Dos

Se hizo mucho más frío, muy rápidamente. Al bajar, Anna trató de no


pensar en la creciente oscuridad, en las sombras derritiéndose juntas mientras la luz
se quedaba atrás, anunciando la oscuridad total que la esperaba abajo. Agarró el ala
como si representara un juramento de vida o muerte que ella había tomado.

Cuando la curva de su cola tocó el borde de otro precipicio, se sobresaltó.


El ala lentamente, poco a poco se nivelo. Mientras lo hacía, ella se dio cuenta de
que estaba cubriendo una forma parcialmente iluminada por la tenue luz interna
del ala. Cuando se desplazaba, la luz se hacía más fuerte, lo que la hizo darse
cuenta que había descubierto otra ala, cuya luz era más brillante, ya que estaba
todavía unida a su dueño.

Ella flotó cerca, cerniéndose sobre él. Sus ojos estaban cerrados y había

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un corte en la cara, con la línea azul de la carne cortada como una versión más
pequeña de la herida abierta alarmantemente grande en su espalda, manchando
la otra ala y su piel. Debajo de ella, él estaba herido, cubierto de ronchas como si
hubiera sido golpeado, arañado. Ella tragó.

Otra buena corriente, y él se daría la vuelta al borde de ese afloramiento y


caería aún más profundo, donde la temperatura podía descender más allá de lo
que se podía soportar. Pero no había ningún lugar donde esconderse aquí.

Ella levantó la vista. Ellos vendrían. Una desesperación natural flotó justo
en el borde de su conciencia, ella podía sentirlos. Dispersos, pero descendiendo.
Y no tenían ninguna intención de ayudarlo, lo que sea que fueran.

El ala iba a la deriva, por lo que llegó a comprenderlo, sólo para darse
cuenta que no iba a la deriva. Estaba... cambiando. Cambiando para alinearse
con la herida de su espalda.

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Después, el ala la acarició. Debido que ella estaba inclinada sobre el ángel,
se curvó alrededor de ella, tirándola hacia abajo y más abajo. Trató de liberarse,
pero antes de que pudiera hacerlo, estaba acostada sobre el lado de la criatura inerte
mientras el ala se doblaba alrededor de su anfitrión. Su alarma se calmó, ya que
Anna se dio cuenta de que simplemente estaba dentro de la envergadura que se
curvaba hacia el interior.

Casi tuvo miedo de mirar su cara a esa corta distancia, pero la curiosidad
pudo más que el buen sentido. Con una mirada entendió por qué su tía abuela
había llorado con su recuerdo.

Él era extrañamente bello. No, eso estaba mal. Era tan perfecto como la
naturaleza lo podía hacer, y nada podía hacer cualquier cosa como la naturaleza.
Mientras sus primas siempre trataban de hacerse más hermosas, como si esa
fuera la razón principal de su existencia, una flor bajo el agua que surgía de la
orquídea de una grieta de coral ponía a todos en evidencia.

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Le dolió el corazón al ver algo tan hermoso como esto, tan perfecto que
era casi una emoción en una forma física. A pesar del peligro yendo hacia ellos,
por un momento ella se quedó totalmente inmóvil, sorprendida de estar lo
suficientemente cerca para tocarlo. Una frente alta, muy fina. Una nariz recta,
muy recta. Su cabello era oscuro, tan oscuro que se mezclaba con el color casi de
noche del agua y la hizo saltar cuando susurró en sus brazos. A medida que
ondeaba sobre su cara y acariciaba sus rasgos esculpidos, ella vio los hilos de
diferentes longitudes formar una melena hasta sus hombros. Una pieza
aparentemente había sido trenzada para mantener el resto de su línea de visión,
porque ya estaba medio deshecho. La línea afeitada de su mandíbula era casi
imposible para que ella resistiera el deseo de alcanzar y tocar su cara, de ver lo
que se sentía, de esa piel suave, de ese hueso tallado. La textura de su boca.
Recordó la forma en que el ala la había hecho imaginar la boca de un hombre
sobre ella, y su cuerpo se apretó inesperadamente a lo largo de donde reposaba

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El Club de las Excomulgadas
contra el suyo. Ella lo deseaba, pero en formas que iban mucho más allá de la
comprensión física y emocional.

Tenía que ser una parte de él. Su belleza hablaba de luz, de una luz tan pura
que quemaba el cuerpo, mientras que el alma se aferraría a él, dispuesta a
convertirse en cenizas para estar dentro de su presencia.

Y ella nunca se sentiría sola.

Esta era una compulsión extraña, una forma diferente, mucho más
agradable que la de las criaturas oscuras que había tratado de imponer en su
mente. Anna se lo quitó de encima con esfuerzo y se centró en el problema
inmediato, en la locura que estaba a punto de hacer. En rodarlos a ambos más en
el abismo.

Cuando ella apretó los brazos alrededor de la parte superior de su cuerpo,


estuvo a su alcance. Tenía los hombros anchos, necesarios para apoyar esas alas,
estaba segura. Un pecho ancho. A diferencia de la carne humana, se sentía frío y

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resbaladizo bajo el agua, o de las criaturas del mar, que se sentían suaves y
elegantes, él estaba en algún lugar entre duro músculo y piel cálida y suave. Ella
se reajustó, porque era incierto si se vería afectada por las presiones de la
profundidad como los humanos. El ala amablemente se había quedado
enroscada sobre ella. ¿Se quedaría con ella? ¿Podría tenerla mientras caían, o se
perdería en la oscuridad?

A medida que su corazón latía contra el suyo, ella apretó sus brazos
alrededor de él. Cerrando los ojos, se tuvo que obligar a prestar atención a lo que
estaba tratando de hacer y no sólo a quedarse allí, aferrándose a él felizmente
hasta que la muerte viniera y se los llevara a los dos.

Ella tanteo su camino a través de las plumas a su lado, buscando su


cintura, un punto de sostén más fácil. Usando su cola, se empujó contra el suelo,
con el hueso de su cadera desnuda presionando su pierna. Todo lo que él llevaba

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era una túnica corta con cinturón que se ondulaba con el movimiento del agua y
ella sintió el músculo duro de su muslo.

—Vamos — susurró ella desesperadamente—. Tenemos que movernos. —


Tuvieron que ir más profundo, donde su luz no se veía. El calor abrumador que
sentía de él estaba siendo envenenado por la desesperación artificial, arrastrándose
más profundamente en su mente. Sus enemigos estaban muy cerca.

Poco a poco, a pesar del peso de las alas, él comenzó a girar, llevándolos al
límite. Ella se empujó con más fuerza con su cola, queriendo quedarse lo
suficientemente segura para no rebotar en los bordes afilados de los corales.
Vamos. Tenían que ir más profundo, más profundo.

Estaba más hondo de lo que había estado antes, y la Diosa la ayudara,


pero el agua estaba fría. Muy fría. Y oscura. Su luz era la única luz. A medida
que se desplomaban juntos, con sus alas envueltas en ella y alrededor de él, ella
se dio cuenta que podría perder su sentido de la orientación, ir hacia abajo

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cuando quería subir, y nunca encontraría el camino a la superficie otra vez. La
realidad de eso la llevó a otro pensamiento aterrador. Cuando ella se perdiera en
la oscuridad, no le importaría a nadie. A nadie.

Sin embargo, nada significaría más dolor o soledad, se recordó. El


ridículo, la insuficiencia. Mirar fijamente los ojos crueles. Los comentarios
crueles que la hacían enojar, pero le daba rabia pensar a dónde ir porque no tenía
sentido. Todo se disolvería en el Abismo, igual que los pozos de alquitrán de las
criaturas de la Edad de Hielo que habían sido destruidos. Nada más... nada.

Oh, Dios. Ella no quería morir. Las luces rojas estaban demasiado cerca.
Los alcanzarían.

¡No! El ala se apretó alrededor de sus caderas y Anna sostuvo el peso del
ángel herido más cerca, sintiendo que él vivía en su contra. Piensa en él, Anna.

19
El Club de las Excomulgadas
Cuán poderoso y bien se debe ver arriba en el cielo, con sus alas extendidas.
Protegiendo. Existiendo.

¿Cómo ocultaría su luz?

Orando porque los Oscuros estuvieran siguiendo la luz y no la esencia del


hombre mismo, su Alma Buscadora mágica, ella envió un zarcillo pequeño de
magia a sí misma, tan insignificante en comparación con la que tenía el que
sostenia y los que los seguían que esperaba que no justificara más la atención que
una nube flotante de espuma de un tiburón. De muchos tiburones.

Ven a mí. La orden se ejecutó en su mente con urgencia.

Al igual que las luciérnagas de mar llegaron, perforando la Oscuridad.


Los peces del abismo tenían una variedad de formas y tamaños inusuales que se
mezclaban bien con su mundo surrealista y vivían sin temor en el vacío. Se
acercaban desde varias direcciones, en pequeños grupos y luego en un banco
afortunadamente grande.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Su resplandor le recordó la luz que venía de adentro. Ella no le temía a la
oscuridad. Si lo atrapaban, lo matarían... o algo peor. Ella no permitiría eso.

Convocó a los peces para que se trasladaran con ellos, entrando y


saliendo hasta que los dos fueron parte de un banco de diferentes colores,
iridiscentes, pero sobre todo blanco y plateado. A medida que caían, ella y su
preciosa carga se mezclaban, como una parte de su viaje.

Quédate conmigo. Sostenía las mentes simples y puras mientras sentía la


oscuridad cada vez más cerca, mirándola. Oh, Diosa, probándola. No entraría en
pánico, porque si lo hacía, los peces se dispersarían. Concéntrate en mí. No te
buscan a ti.

Cuando la mente colectiva la encontró, la tocó, el miedo y la


desesperación se sintió como ser embestida contra el acero de un inesperado
naufragio. Las emociones eran tan fuertes que por un momento estuvo

20
El Club de las Excomulgadas
desorientada, asustada, pensando que los monstruos habían aparecido a su
alrededor.

No se trata de tus emociones. Te están utilizando, manipulando.

Ella se empujó fuera de ellos con una ráfaga feroz de resistencia. Tenía
suficientes factores no naturales que le daban forma a su destino, muchas gracias.
Nadie tomaría una decisión sobre lo que estaba en su poder hacer.

Afortunadamente un impulso de corriente, un aumento de más frío, se


apoderó en ese momento clave, rodándolos a la izquierda cuando los peces se
sustaron alejándose en esa dirección, una reacción a la perturbación de su mente.
Estabilizándolos, ella contuvo la compulsión mágica con renovado vigor,
uniendo su mente con el banco, así como centrándose en la mezcla de su cuerpo,
y del cuerpo del ángel a quien aferraba, entre sus formas físicas.

Sólo un banco de peces... buscando la cena en el agua. Buscando...

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Sus nudillos se pusieron en contacto con la pared del cañón. Mientras que
muchos lugares eran demasiado empinados para conseguir un agarre, algunas
cosas crecían y vivían en las grietas debajo de los riscos. El toque suave,
ondulado de los abanicos de mar, la puñalada rápida y sorprendente de algún
tipo de róbalo, que verificaba si ella era la comida antes de que la criatura fuera
hacia atrás de nuevo. Aferrándose a la línea de un abanico de mar, lo dejó anclar
a ella y a su carga. Sus escasas habilidades mágicas se habían agotado, por lo que
los peces nadaron. El brazo le dolía por sostenerlo a él. El ala cortada ayudaba,
bien pegada alrededor de los dos, pero ella sentía que su sensibilidad estaba
conectada a su amo y finalmente fracasaría si no encontraba un sitio de
descanso.

En la práctica, sabía que no tenía ninguna posibilidad contra un antiguo


Oscuro, ciego y herido, y mucho menos con cuántos sentía tras ese ángel.
Encontraría y entraría a un túnel, se dijo. Pasaría a la profundidad suficiente
para sacarlo del radio de las criaturas del mal que los seguían. Si podía hacer eso,

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El Club de las Excomulgadas
tal vez decidirían que había sido arrastrado por la corriente y ya no estaba en la
zona.

Y entonces ambos moriremos, porque te quedaste atascada o te perdiste, o habrá cosas


terribles que esperándote...

Obligándose a moverse a lo largo del acantilado, ella lo siguió por el tacto,


tratando de no dejar que el pánico se alimentara por el hecho de que toda la luz,
excepto la del tenue brillo de las alas, había desaparecido.

Una vez, había descubierto una postal de viaje flotando en el agua. Era el
lugar de los humanos llamado el Gran Cañón. La tía Jude le había dicho a Anna
que esos acantilados submarinos también habían sentido el toque del sol, hacía
miles de años. El mundo era muy viejo, viejo como la propia Señora. Mayores
que esa porquería que estaba tratando de tomar lo que había encontrado.

Hallo una grieta lo suficientemente amplia como para los dos y descubrió
que conducía a un estrecho túnel. Mientras lo seguía, tirando de su carga, trató

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


de no pensar en su falta de opciones si los llevaba hasta una fisura sin salida,
donde podían quedarse atrapados por los que los perseguían.

No era el terror más grande para una criatura del mar ser inmovilizada.
La falta de capacidad para moverse era una muerte segura, una muerte del peor
tipo. Razón por la que Anna tenía tal admiración por Jude, que se había aferrado
a la cordura durante las horas que había pasado enredada en esa red.

Aferrándose a ese pensamiento, siguió avanzando, tratando de no perder


de vista su orientación con una mano en la pared, aunque el miedo frío de sus
entrañas le dijo que no estaba segura de si estaba subiendo o bajando más. Lo
único que sabía era que había roca en todos los lados, de forma cónica de vez en
cuando como una estalagmita y estalactita, un recordatorio de las palabras de la
tía Jude en relación con la historia con base en la tierra de estas cavernas. ¿Había
pensado que la fosa abierta era un oscuro abismo? Esta era la verdadera
oscuridad, del tipo que podía llevar a una hacia la locura en muy poco tiempo.

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El Club de las Excomulgadas
Una vez más, chocó contra un muro. Eso la hizo gritar de miedo, asustada, y
estuvo a punto de volver. Entonces, pensando cuidadosamente, se recupero lo
suficiente para sentir su alrededor, se dio cuenta de que había una vuelta en el túnel
y comenzó a seguirlo en esa nueva dirección.

En un momento dado, la roca se volvió lisa y puntos de luz empezaron a


llegar a través de las manchas brillantes de los minerales incrustados en las paredes
del túnel. A pesar de que proporcionaban iluminación, era demasiado pequeña para
dar más que una escasa comodidad, por lo que se imaginaba que el agua allí era
como un cristal azul del Caribe tocada por el sol.

Sus músculos estaban ardiendo. Su cola la hacía nadar, por que no estaba
acostumbrada a forzar sus brazos y hombros de esa forma. Pero detenerse no era
una opción.

Los minerales desaparecieron, llevándose la ilusión de la luz con ellos,


mientras el túnel giraba una vez más. A pesar de ello, ella se mantuvo

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


siguiéndolo, obedeciendo el impulso de correr más rápido de lo que pudiera estar
detrás de ellos, sabiendo por instinto que era la prioridad sobre todas las cosas.

Ahí. Se había ido. Ella se detuvo, con su cola como una cuña entre las
paredes para mantenerlos en su lugar mientras esperaba, buscando. Sí, la
desesperanza artificial se había ido, con un agudo sentido de alivio. Habían
perdido.

Pero en lugar de llevarla a una sensación de confort como esperaba, el


pensamiento racional regresó, trayendo al terror con él. Había perdido hacía
tiempo la pista de la dirección por la que iba, los giros que había hecho. ¿Qué
había estado pensando? ¿Había estado pensando en absoluto cuando había
tomado la decisión de hacer eso?

A pesar de que el pánico se levantó en su pecho, ella lo reconoció como el


enemigo más mortal que había enfrentado. Una criatura que rápidamente podía
sellar su propia sentencia de muerte al ceder al instinto de vuelo sin sentido. Pero

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El Club de las Excomulgadas
su energía para resistir había sido socavada por cosas malas, así como por el
esfuerzo físico de mover al gran ángel. Estaba en el lugar donde nunca había estado
antes... un lugar que había sido parte de las pesadillas de su infancia. A pesar de sí
misma, volvió a la idea de que el abismo no sólo parecía capaz de tragarse sus
cuerpos físicos, sino hasta el recuerdo de su existencia. En un lugar tan desolado,
tal vez incluso el Creador podía olvidarse de ellos.

Ella ahogó un sollozo. Quería dar la vuelta, llevarlos de vuelta, pero no


sabía cuál era el camino. No importaba. Sólo nadaría, entre más rápido, mejor.
Cualquier cosa era mejor a no moverse.

Cuando el ala rozó el centro de su espalda, en un primer momento, no le


prestó atención, pero luego se dio cuenta de que no era el ala de la criatura. Era
la mano del ángel, de su brazo dentro del círculo del ala para acercarla a su
alrededor, llevando su cuerpo a otro que era firme, cálido. Vivo.

Todo está bien. Quédate quieta, y déjame pensar, pequeña.

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El alivio que sintió, de no estar sola en ese pozo vacío, casi hizo que se
hundiera en su contra antes de recordar que lo sostenía. A pesar de que la voz
estaba totalmente dentro de su cabeza, se tranquilizó, no sólo por el terciopelo en
el tono de la misma, sino por la orden. Había sido un pensamiento sin miedo en
él. No había ninguna duda. Y una cualidad adicional que, inesperadamente, la
distrajo de su problema inmediato.

Su mano se movió a lo largo de su espalda, luego hacia abajo a la curva


de su cadera, depositándose en sus escamas que se sintieron apretadas con cada
movimiento de su toque. Sus aletas laterales se volvieron sensibles al toque de
sus dedos.

Una sirena. Una joven sirena, vino en mi auxilio. Él levantó la mano,


enredándose en su pelo suelto. Una doncella en verdad.

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El Club de las Excomulgadas
Así que él conocía a su especie, lo suficiente para saber que las chicas no
apareadas llevaban el pelo suelto. Entonces él encontró su camino en torno a su
boca, y el pensamiento se deslizó a alguna parte, olvidado.

A pesar del frío y del miedo, sus terminaciones nerviosas se activaron igual
que abanicos de mar agitados por la estimulación de una corriente irresistible. Ella
lo abrazó con entusiasmo, porque él hacía retroceder el terror lo suficiente para que
ella pudiera pensar de nuevo.

—Están cerca —logró decir—. Si ven la luz... —Ella habló en las forma
de las sirenas, una combinación de sonidos que vibraban a través del agua,
porque no estaba segura si él podía escuchar sus pensamientos. Tampoco sabía si
conocía su lengua, pero no tenía de qué preocuparse. Él no parecía tener ningún
problema en entenderla.

Ella pudo sentir su cabeza asentir, una vez. Sentirlo sondear su entorno de
alguna manera. A pesar de ello y de la orden firme de su voz mental, ella se

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preguntó si él seguiría consciente. Mientras que ella no quería escuchar, el dolor
y el esfuerzo estaban allí, en una nota tensa debajo de sus pensamientos. Sus
siguientes palabras lo confirmaron, llevando de vuelta su miedo.

Otra milla, habrá un afloramiento, en forma de cabeza de dragón. ¿Sabes lo que es


un dragón?

Ella asintió.

Bien. Úsala como tu marcador. Su boca te conducirá a una serie de cavernas. Debe
haber luz allí. Y calor. Pero es un largo camino. Lejos, muy abajo en su vientre.
Demasiado lejos.

Ella sintió su atención en ella, aunque no podía ver los rasgos de su cara.

Sabes... no hay ángeles femeninos.

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El Club de las Excomulgadas
No estaba segura de qué quería decir con eso. —Guarda tus fuerzas, Mi
Señor. Llegaremos a la seguridad.

Eres hermosa y amable, pequeña. Pero lo mejor será que me dejes. Déjame morir y
sálvate. Hay muchos ángeles, y sólo una de ti.

Él no podía saber qué tan cierto esas eran últimas palabras. ¿Podría?

Cuando ella volvió la cabeza, su sien le rozó la cara, la mandíbula. En ese


momento, su otra mano se levantó, y una suave luz azul se emitió de la palma de
su mano, dándole un breve destello de luz tenue que casi le hizo dar un sollozo
de alivio. Sus ojos se habían abierto, con el movimiento notable de gruesas
pestañas revelando ahora sus ojos oscuros. Todo oscuro. Él no tenía blanco, por
lo que la forma en que la miraba era peculiar, semejante a los animales. No
podía distinguir sus pensamientos de ellos, o si tenía alguna idea en absoluto.

Quería alejar la idea de que estaría descendiendo aún más lejos en la


oscuridad y el frío glacial, y que él podría estar delirante. No sentía ningún

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


miedo en él, aunque él debería conocer mejor que ella a los que los seguían.

Estoy muy consciente y racional... pero veo que necesitas pruebas.

Su cabeza descendió y sus labios, su boca, estuvieron en ella. Un giro de


los acontecimientos que por completo la inmovilizó. No era un beso, no
exactamente. Era como si él la estuviera probando, por lo que su lengua se
enredó con la de ella, con los labios de ella persuadiéndolo así como ella primero
había imaginado.

¿Ella tenía frío? Parecía que el fuego la había tomado. Había estado
sosteniendo el papel de protector, pero ahora se apretaba contra él, con uno de
sus brazos con fuerza alrededor de su cuerpo, dejando claro que era el más fuerte
de los dos. El más capaz de hacerse cargo, manteniendo a raya sus temores.

Ella se disparó a través de esas nubes de pensamientos distractores, y a un


cielo azul de otra cosa. Esto deseaba y sentía y necesitaba... el éxtasis y el dolor

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El Club de las Excomulgadas
juntos en esa extraña manera, con el equilibrio de la liberación, con el inacabable
anhelo, dejando a uno en una extraña confusión de alegría. Sus dedos se movieron
hacia arriba, tocando maravillosamente el lugar donde sus labios se habían
encontrado. Sus curvas, y luego sus dientes la mordieron, haciéndola comenzar.
Sorprendentemente, ella casi se echó a reír.

Una convulsión pasó a través de él, lo que alteró el momento, lo que hizo
que su corazón saltara en su garganta. —Mi Señor.

La conciencia lo abandonó una vez más, con sus labios a la deriva a lo


largo de su mandíbula. Anna nunca se había sentido tan despierta en su vida.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I

27
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Tres

Incluso mientras se preguntaba si había existido una magia premeditada en


ese beso, ayudándola a reforzar su coraje, decidió creer en sus palabras, porque de
lo contrario iba a perder la cabeza. Sin embargo, sintió una ola de alivio cuando
encontró el peñasco que él había descrito, aunque se raspó la palma abierta de la
mano contra los afilados bordes de las rocas que formaban los colmillos del dragón.
Se adentró en sus fauces dentro de un oscuro abismo. Manteniendo sus brazos
alrededor del cuerpo del ángel. Como si estuviera moviendo un barril enorme,
nadó hacia delante de todos modos, contenta de que el ala rota se hubiera
curvado alrededor de su espalda y su cadera de forma que no tuviera que
preocuparse por sujetarlo. Todavía emitía una particular calidez y consuelo, pero
a medida que avanzaba el hueco se estrechó hasta que pudo sacar un brazo y
sentir la roca por todos los lados, las cosas se volvían un tanto complicadas,
negociando la dirección con un ala gravemente herida y la otra unida, el gran

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


hombre era incapaz de ayudarla mientras trataba de mantenerle a salvo de ser
golpeado contra las paredes.

Estuvo a punto de gritar de frustración cuando el túnel comenzó a bajar


otra vez. Al principio fue una pendiente gradual, pero luego se volvió
angustiosamente empinada, hasta que descendieron como si fuera un tubo hueco
que les llevara al centro de la tierra. El agua volvía a estar fría. Aún más fría. En
un momento dado, ella apenas se movía, con sus extremidades encontrándose
lastradas por él y la helada temperatura. Sus dedos y cola buscaban por todos los
lados un lugar para apoyarse, lo que ayudaba a empujarlo hacia abajo. ¿Se habría
percatado de que si el agua se volvía demasiado fría, ella podría morir?
Permanecerían allí, un montículo de huesos y carne en descomposición que
alertaría a cualquiera que fuese lo suficientemente insensato como para hacer
algo como eso. Dios Mío, qué pensamiento tan horroroso.

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El Club de las Excomulgadas
Él estaba herido, gravemente. ¿Cómo podía estar segura de eso?

Soy bastante consciente y racional... pero veo que necesitas pruebas. El ardiente
calor en su estómago, encendida por ese beso, se reavivó sólo en su memoria,
alentándola a seguir adelante.

El Abismo era misterioso, desconocido. Así eran los ángeles. Desde luego
habían usado los panales de las cavernas, ¿verdad? Después de todo, mientras
estaba lleno de peligros desconocidos para el resto de ellos, ¿qué podría herir a un
ángel en el mar?

Por supuesto, la verdad de eso casi los había atrapado. Ella rezó para que
se hubieran quitado con éxito a los enemigos de su camino, considerar un
enfrentamiento con ellos allí abajo era más de lo que estaba dispuesta a manejar
en ese momento. Cuando el cuerpo de él trató de deslizarse de sus brazos una
vez más, ella se apoyó contra la pared, abrazándole. Estaba segura de que su
sangre había manchado sus perfectas alas. Cuando las lágrimas amenazaron en

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


sus ojos, Anna los cerró, intentando concentrarse.

Lejos, más abajo de su vientre. Demasiado abajo.

Siempre que tenía que enfrentarse a lo inimaginable, se había dicho a sí


misma que no valía replegarse, entonces había hecho posible lo impensable. Esta
era una de esas veces. No podía volver atrás. Podía enfrentarse a esto. Debía
enfrentarse a esto. No había vuelta atrás.

Él moriría sin ella. Déjame morir...

No, por el tridente de Neptuno. No lo haría. Y ella tampoco iba a morir


allí. Esa no era la forma en la que iba a ocurrir todo, maldita sea.

Cuando su cola encontró una superficie plana, y el agua en movimiento le


golpeó el rostro, indicando que el túnel volvía a ser horizontal y se estaba
ensanchando, sollozó como señal de alivio. Fue capaz de cambiar de posición
sus brazos y nadar, usando la propulsión adicional que le ofrecía el amplio

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El Club de las Excomulgadas
movimiento de su cola. Y luego, la oscuridad comenzó a tomar forma. Las
formaciones rocosas en las paredes, la curva del túnel en todos los lados. Luz. La
luz entraba por algún lugar. Abanicos de mar con olas como tentáculos y multitud
de corales comenzaban a cubrir nuevamente las paredes, rozando sus nudillos.
Bendita fuera la Señora, el agua se hizo más caliente. Mucho más cálida. Cuando el
túnel la dirigió hacia arriba, ella se empujó contra la pared con su brazo libre a la
par que se impulsaba con la cola, de repente desesperada por saber que lo estaba
viendo, sintiendo, era real, y no algún extraño tipo de espejismo en ese acuoso
desierto desprovisto de cualquier marca de navegación conocida.

Cuando su cabeza salió a la superficie del agua, tomó una profunda y


estremecedora bocanada de aire, usando sus pulmones en lugar de sus branquias.
Era una caverna abierta. Las paredes cercanas estaban perfiladas con riachuelos
de color naranja, plata y azul, como el interior del cuerpo de una criatura... el
misterioso estrato multicolor de la tierra. Con marcas de pequeños fósiles de
peces que hace miles de años incrustados en la roca. Había salientes planos sobre
el agua allí, lugares donde secarse.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Pero fue la pared más lejana la que le hizo tomar aliento y contenerlo. En
una pared, estirada tan lejos como la pared le permitía, había un dragón. Se
quedó mirando el esqueleto que permanecía perfectamente conservado en la
roca. Su cabeza estaba echada hacia atrás como si lanzara un rugido desafiante;
sus frondosas y extensas alas presionaban los estratos. Aunque sabía que la
posición que tenía era como el animal había muerto, la impresión de verlo
congelado en el momento de una terrible belleza y poder no podía ser
descartado.

Tratando de depositar al ángel sobre la inclinada saliente, puso su codo


sobre él, se estremeció cuando trató de recobrar el aliento. No se atrevió a
tomarse mucho tiempo, sin embargo. La tentación era demasiado grande como
para simplemente depositarlo sobre la roca y colocar su cabeza al lado,
rindiéndose a la fatiga. El ala herida todavía estaba curvada alrededor de su
hombro, así que su mano podía descansar en la saliente de su espalda. Gran

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El Club de las Excomulgadas
Señora, pero eran tan bonitas las líneas de sus músculos. Hacían que sus dedos
quemaran con el deseo de acariciarlo.

Todos los que conocía hubieran jadeado ante su pensamiento. Pero no


habían estado en el otro lado de ese beso, el cual había creado una riqueza de
pensamientos muy irreverentes. Sólo podía culparse a sí mismo por tentarla hasta el
sacrilegio.

Ahora que estaban parcialmente sobre el agua, su ala parecía estar


intentando reconectarse con la zona herida otra vez. Un escalofrío corrió a través
de su inconsciente cuerpo, una señal de dolor.

—Sshh... —acarició la línea de su omóplato cerca de la herida, aunque se


preguntaba si estaba hablándole a él o al ala. —Espera hasta que podamos
decidir qué hacer con eso. Sólo espera. Le estás haciendo daño.

Como él no había expresado ningún tipo de queja con el entorno, debía


estar herido, y ella no podía imaginar a una criatura de los cielos que prefiriera

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


permanecer inmerso en agua de forma indefinida. Necesitaba estar fuera de la
humedad.

Sin embargo, encaramarle a la saliente resultó de una enorme dificultad.


En el agua, él había estado rígido pero relajado. Hacerle rodar sobre la planicie
requería sacarle del agua, y eso convertía a su cuerpo en más de noventa kilos de
pesado músculo y peso muerto. ¿No había admirado sólo unos momentos antes
la suavidad de sus músculos? Ahora maldecía los kilos añadidos. Y allí estaban
esas alas. Una sujeta, otra no, aunque esta última se aferró rápidamente entre
ellos, obstaculizando el progreso así que ella casi maldijo también las muchas
cosas que la habían ayudado tanto hasta ahora.

Al final le depositó sobre la roca cambiando torpemente a su forma


humana. Manteniéndole de forma precaria, escaló sobre las rocas, deslizándose
hacia atrás sobre sus pies y empujándole con unos pocos gruñidos femeninos y

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El Club de las Excomulgadas
unas palabrotas. Pero cuando consiguió hacerlo, él permaneció echado sobre el
plano saliente, sólo sus pies y pantorrillas seguían sumergidas en el agua.

Debido a que se había girado parcialmente sobre su lado, la horrorosa herida


era plenamente visible ahora, haciendo que su corazón latiera más rápido. Era un
desgarro irregular desde su hombro bajando hasta la base de su caja torácica,
revelando el brillo del hueso. Necesitaba que le curaran. No era de extrañar que no
hubiera podido mantener la consciencia durante mucho tiempo.

Pero en el intento de escapar de sus perseguidores, ella le había llevado


mucho más lejos de donde podía encontrar ayuda para curarle. Esa realidad
asoló su mente exhausta con renovada desolación.

Tenía que recuperar el aliento y olvidarse de ello. Por ahora, se recostó


cerca y trató de estudiarle sin distraerse por su gran belleza o sentirse incómoda
por sus heridas. O la enormidad de lo que era, de lo que había hecho.

Vacilante, extendió su mano y dispuso su ala gravemente herida próxima

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


a él. Parecía estar teniendo más problemas para moverle cuando estaba
completamente fuera del agua. Las plumas estaban anegadas. El ala todavía
sujeta parecía tener alguna capacidad de moverse lo que le permitía secarse
rápidamente, tal vez algún tipo de mecanismo de calor interno de su cuerpo que
la otra no podía utilizar. No estaba segura de qué estaba haciendo, pero quería
hacer algo. Anna utilizó sus dedos para quitar la humedad de cada una de las
plumas del ala herida. Como cada una de las plumas estaba sobre la siguiente, se
convirtió en un proceso lento, un ejercicio metódico, casi meditativo. Dejó que la
guiara, ayudándola a calmarse para poder dilucidar qué hacer a continuación.

Cada pluma brilló después de sus cuidados, con el agua goteando sobre
sus dedos. Ella siguió tratando de enderezar el ala entera, pero cuanto más lo
acariciaba, más se curvaba hacia ella, hasta que volvió a darle vueltas a la cosa
otra vez, luchando contra ello. Absurdamente, se encontró a sí misma casi

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El Club de las Excomulgadas
riendo pese a la seriedad de la situación. Era como si estuviera intentando no
preocuparla, abrazándola, jugando y haciéndola cosquillas con sus plumas.

—Basta ya—, le reprendió ella finalmente, encogiéndose de hombros.


Dirigió su atención hacia el propio ángel. Vacilando, extendió la mano y retiró el
cabello húmedo de su rostro. Anna se percató de nuevo de cuan intenso era su
rostro, un semblante que mostraba, incluso estando inconsciente, que la esfera de
influencia de su mundo y las responsabilidades estaban mucho, mucho más lejos de
las de ella.

Una firme y cuadrada mandíbula, que se mostraba firme incluso en la


inconsciencia. Sus pestañas se abrieron sobre sus mejillas, con gotas colgando de
ellas, así que ella las peinó con la punta de sus dedos, también. La mayoría de
los tritones no tenían barba, y aparentemente tampoco la tenía este ángel. Había
finos y oscuros hilos de pelo en su pecho que formaban una brillante flecha que
continuaba hacia su vientre hasta la cintura donde una media túnica se ceñía
como un cinturón a su alrededor. Ahora fuera del agua, la tela roja de seda se

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pegaba a sus muslos e ingle, casi transparente. Los ángeles tenían... bien,
aparentemente tenían órganos sexuales, como casi todos los hombres. No sabía
por qué eso la debía sorprender, después de ese beso y la espiral de sentimientos
que había desatado. Un hombre no besaría de esa forma si no tuviera razones
para desear un beso como ese.

Ante la estupidez de ese pensamiento, tuvo que reprimir una risita


histérica. Retiró su mano cuando él cambió de postura. ¿Qué estaba haciendo?
Ese era un ángel. Un temible guerrero de los cielos, a quién todos debían
absoluta obediencia, lealtad, admiración y respeto. Los Sirvientes de la Luz,
cuya voluntad no podía ser rehusada. Estaba tocando su cabello como si fuera
una chica enamoradiza, acariciando las plumas con sus dedos, dejando que sus
pulgares rozaran su sien, la prominente pendiente de su pómulo. Sólo tenía la
mano sobre su pecho, jugueteando con el oscuro y fino pelo que lo cubría,
preguntándose cómo sería dejar que la punta de sus dedos siguiera la sedosa

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El Club de las Excomulgadas
línea, trazaran la diagonal de sus músculos como si fuera una cuerda de pescar que
fuera en la misma dirección de su cintura.

Ella no pudo evitar preguntárselo, pese a todo. ¿Le había tocado otra
persona de esa manera? Él había dicho que no existían ángeles femeninos.
Seguramente alguien lo habría amado. ¿O compartían los ángeles amor los unos
con los otros? Quizá todo su amor era para el Creador, pero había algo tan viril en
él, tan... Sus mejillas se sonrojaron conforme sus pensamientos se perdían en zonas
más terrenales. Él parecía estar hecho para semejantes cosas. ¿Tendría pareja en los
cielos? ¿Era eso lo que los arco iris significaban, la consumación de los ángeles?
O quizá eran los retazos de los ardientes destellos, o el purificante tacto de la
fresca lluvia en primavera. ¿Quién sabía cómo se manifestaba el amor de los
ángeles? Estaba hechizada por las posibilidades.

Exceptuando por las alas, anatómicamente su protegido era un grande,


musculoso y realmente impresionante humanoide con forma de hombre, la
mayor parte de él estaba siendo desvelado por la falda medio túnica cubierta por

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


las superposiciones de las tiras de cuero envejecido que estaban sobre la tela, las
cuáles la hacían pensar en una especie de uniforme, una falda de batalla.

Arriesgándose otra vez, tocó su boca. Era consciente de la curva de sus


alas a su alrededor, las plumas rozaban su pantorrilla, ese cálido y sensual
sentimiento.

—Mío —pronunció la palabra suavemente, preguntándose cómo sería si


fuera verdad. Quizá, por ese pequeño lapso de tiempo, mientras pudiera alegar
como excusa la necesidad de construir su fortaleza otra vez, podía fingir que lo
era. No había nadie alrededor que pudiera ofenderse o reírse por su asombrosa
arrogancia, la ridícula naturaleza de divertirse con semejante pensamiento. Mío
para siempre.

Ella sabía bien que nunca tendría a nadie que la reclamara, ni imaginaba
a alguien como un ángel. La tía Jude había dicho que según indicaban todas las

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El Club de las Excomulgadas
tradiciones populares, todo el mundo tenía un ángel guardián. Conforme lo
pensaba, Anna se acarició el cabello, sonrío y dijo:

—Creo que el tuyo debe estar muy ocupado.

Quizá su inesperada atracción y devoción por su parte era el efecto


involuntario de la proximidad que los ángeles provocaban en las criaturas vivas. Tal
vez esa era la razón de todas las historias prohibidas. Tenían que mantenerse a una
distancia segura de las simples criaturas mortales. De lo contrario, los ángeles
serían acosados por todo tipo de criaturas amorosas, como las estrellas de rock
humanas. Anna amortiguó un gruñido.

Está bien. Ya era suficiente. El humor se le acabó, con un esfuerzo de


coraje, lo sabía, porque sólo había una, que ella supiera, dotada con las
habilidades sanadoras para ayudar a un ángel. Una vez que hubo tomado un
breve descanso, tuvo que afrontar la angustiosa realidad de que debía desafiar al
Abismo otra vez, sola, intentando volver sobre sus pasos y enfrentándose a la

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


bruja del mar.

Sólo Mina podría ayudarle.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Cuatro

¿Cuándo él había dejado de sentir? ¿Cuántos habrían muerto? Diego,


Alexander... Ronin. Valiente e idiota Ronin. ¿Cuándo había comenzado a
preguntarse si la causa, no el síntoma, podría ser su motivación? La motivación de
la Señora. ¿Cuándo se había empezado a alojar el veneno de la venganza en su
pecho, encerrándose detrás de una máscara de lealtad que nunca más le ajustaría, y
eso le había acarreado la maldición de una soledad absoluta?

Mi Señora, ¿por qué Tú has abandonado mi corazón? ¿O yo he


abandonado el Tuyo? ¿Me he bañado en la sangre del mal por tanto tiempo que
no comprendo nada? ¿Me estoy volviendo tan ensimismado y sucio como
cuando lucho?

En sus sueños tanto como en su realidad, él estaba enterrado en su

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inmundicia. Centelleantes colmillos marrones manchados de saliva, cuencas de
ojos rojas y vacías. El hedor de la muerte y desesperación emanaban de ellos, su
carne siempre estaba podrida, colgando de las protuberancias de sus dentados
huesos. Como espantapájaros creados a partir de los cadáveres de los ángeles.
Era una imagen que no podía olvidar, especialmente después de que apareciera
en una de sus pesadillas. El hombre que había perdido a lo largo de los siglos,
levantándose y volviendo con aquellos con los que había luchado, una y otra
vez.

Después, llegó el estruendo. Lo había conseguido aunque le había llevado


días de meditación después de que la batalla acabara para que el bendito silencio
reinara en su mente otra vez. Saliva, vómito y sangre. No había forma de
limpiarlo.

Por lo menos en esta última batalla, sus hombres habían obtenido la


libertad. Para cuando se percató que no estaba con ellos, todo se había acabado.

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El Club de las Excomulgadas
Él vagó a la deriva. No estaba en las nubes. Estaba en la tierra. En lo más
profundo de la tierra. Bajo el agua. Bajo el océano. Lejos, lejos de los cielos. Sin
embargo, con el dolor que estaba comenzando a envolverle en todo su punzante
esplendor, recordó algo no tan desagradable. La vaga sensación de que esa cercana
molestia le devolvería la conciencia. Hubiera preferido permanecer inconsciente.

Pero había existido un suave toque, la simple presión de un cuerpo femenino


contra él, sus manos guiándole. El rápido latido del corazón, pero sus ojos
preocupados, resueltos. Tan decididos. Él nunca había visto semejante fortaleza en
un rostro tan frágil. Ella se inclinó dentro de él con aquellos grandes ojos
violetas, queriendo que sobreviviera, luchando por hacer lo impensable para
ponerle a salvo. Sacrificio. Bondad.

Como ángel, era incapaz de responder.

Parpadeando, Jonah se encontró a si mismo mirando al rocoso y


multicolor terreno del techo de la cueva. El cálido aire le indicó que le había

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llevado a la profundidad necesaria, aunque no demasiado profundo. No tenía
más deseos de que Los Oscuros llamaran la atención de Lucifer. La caverna era
uno de sus más lejanos panales de dominios. Como Jonah no podía obtener la
energía curativa por sí mismo sin ponerlo en conocimiento de Luc, al menos
estaría seco y caliente. Tendría que utilizar otra fuente de energía. Algo que
tuviera a mano.

Él movió su mirada, y allí estaba ella.

No quería abandonarle hasta que se despertara, porque no quería que


pensara que lo había abandonado. Lo que era un pensamiento absurdo,
considerando que incluso herido, él tendría más poder que todas las criaturas del
océano juntas. Pero cuando pasó un cuarto de hora y no se había movido, Anna
supo que tendría que dejarlo a su suerte a pesar de todo.

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El Club de las Excomulgadas
Estaba tan ensimismada en tales pensamientos que cuando él movió la
cabeza, casi retrocedió diez pasos como si fuera un sobresaltado pececillo. Había
estado sentada en el borde, con sus pies en el agua, observándole. No había
adoptado la forma de sirena, al no saber si sus piernas serían necesarias.

Hasta que él movió su cabeza, no pudo decir si la estaba mirando. Sin el


movimiento de sus ojos, no había manera de detectar algún cambio. Igual que un
tiburón en algunas ocasiones, todo pensamiento y posible movimiento quedaban
enmascarados. Pero el lenguaje estaba allí, rico y variado, aunque todavía
incomprensible para ella.

Pensó en ponerse en pie, pero le pareció una falta de respeto con él


tendido de esa manera. Así que en su lugar, vacilante, se giró, sacando las
piernas del agua, y colocándolas bajo ella. Doblando la cintura, puso su frente
sobre el suelo en señal de respeto. Se sintió extraña, porque nunca había ofrecido
su lealtad a nadie. Pero él era un ángel. Por el dominio de sus expresiones,
incluso cuando descansaba, ella sospechaba que tal vez era un ángel más

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importante que muchos otros. Aquellos seres horribles estaban realmente
decididos a encontrarle.

Ella se puso tensa cuando oyó que su brazo chocaba contra las rocas.
Extendiendo la mano, él tocó un mechón de su cabello que se enrollaba sobre el
suelo en frente de sus rodillas. Se quedó quieta, aunque le hizo cosas extrañas,
sintiendo pequeños tirones como si sus dedos evaluaran su textura. Luego, él
movió su palma hacia arriba y comenzó a enrollarlos, acortándolos, lo que hizo
necesario que ella se acercara. Extrañamente, la hizo sonreír, porque parecían los
ardides de un niño.

Pero ella avanzó. Cuando se atrevió a subir su mirada, el humor de Anna


desapareció. Él sentía dolor. El sudor brillaba en su cuerpo y había un temblor en
la mano que sostenía su cabello. Debería haber ido a Mina antes de que
despertara, para tener algo que ofrecerle.

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El Club de las Excomulgadas
—Acércate, pequeña. Necesito tu ayuda, si me la ofreces libremente.

Bien, eso era algo que ella nunca había esperado oír de los labios de un
ángel. Inclinó la cabeza, se atrevió a hablar, esperando que o bien sus palabras le
proporcionaran su permiso o bien el hecho de que su lengua se convertiría en
cenizas era un cuento de viejas.

—Estoy bajo tus órdenes, Mi Señor.

Cualquiera que alguna vez le hubiera hablado sobre los ángeles le había
dicho que había que obedecerlos como si fueran la Señora. Ella siempre había
seguido el camino opuesto en su vida, respetando pero resistiéndose a la
autoridad de su bisabuela, viviendo lejos de los límites de la pequeña comunidad
de sirenas. Aunque sabía que haría cualquier cosa que le solicitara. Sin duda
debía haber algo mágico en él. Con todos los problemas que había causado, casi
podía oír al Rey Neptuno preguntando irónicamente si él podía embotellarlo.

El ángel sacudió la cabeza, incluso cuando continuó tirando de ella.

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—No te forzaré a hacer algo en contra de tu voluntad, pequeña. Necesito
energía para sanar mis alas, para que vuelvan a funcionar y es más energía de la
que tengo.

—No soy tan pequeña —le aseguró ella. —Puedo ayudar.

Una sonrisa tembló en su boca. Oh, querida Señora, qué sonrisa tenía en
su rostro, aunque no parecía alcanzar aquellos oscuros ojos. Agarrando su mano,
él atrajo su atención. Cuando colocó su mano contra la de ella, estiró sus dedos y
le mostró la amplitud de su mano, la longitud de sus dedos, empequeñeciendo
los de ella.

—Tu corazón tiene un gran coraje, pero tu cuerpo es bastante pequeño.


Otra de las contradicciones de las mujeres. ¿Cómo te llamas?

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El Club de las Excomulgadas
—Anna—. Ella intentó no mirar fijamente la forma en que sus manos se
veían, palma contra palma. —Mi nombre es Anna. Mi Señor.

—Jonah—, respondió él. Cuando se tensó, su boca temblaba, ella entrelazó


sus dedos contra los de él, sujetando su mano en los espasmos.

—Por favor, dime como puedo ayudarte. No soporto verte sufrir.

Su cabeza se inclinó y sintió cómo sus palabras le habían sobresaltado.

— ¿Le perteneces a otro?

La pregunta la hirió, aunque no tanto como la respuesta.

—No —dijo ella.

—Entonces, tal vez, puedas ayudarme. Es simple y vieja magia, pequeña.


¿Te gustó cuando te besé?

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Uno de los guardias de Neptuno le había cogido la mano una vez, una
formalidad para guiarla a algunas de las recepciones oficiales. Había sido hace
años, antes de que abandonara el palacio para siempre. Ese contacto, uno de los
pocos que había tenido en su vida, se había instalado en su joven mente, tan
poderoso que había desarrollado un corto flechazo hacia el guardia,
escabulléndose a su alrededor y observándole. Hacía casi ocho años, y todavía lo
recordaba, ese contacto de carne contra carne.

Sí, Oh, Dios mío, sí. Un rubor se mostró en sus mejillas conforme se
percataba de que él podría leer sus pensamientos, ya que le había hablado con
ella a través de su mente con mucha facilidad. —De alguna forma estaba
esperando que pudieras olvidar eso, Mi Señor. Espero no haberte ofendido.

—Creo que debí preguntar eso, viendo que fui yo quién te besó. — Esa
tenue sonrisa de nuevo, aunque sus ojos estaban fijos en su rostro. —La energía
femenina es fuerte, especialmente cuando defiende lo que ama, o cuando está

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El Club de las Excomulgadas
excitada. Tú estás luchando por defenderme; eso es más que obvio, ya que no
hiciste caso a la prudencia y me abandonaste. No puedo utilizar mucha magia aquí
sin atraer atenciones no deseadas, a menos que use uno de los más elementales
poderes mágicos de la tierra. La Magia de la Unión.

—La Unión de... Oh —miró rápidamente hacia abajo para ocultar la


repentina sorpresa que se mostró en sus ojos. Entrelazando sus manos de repente
pareció que había algo más que un simbolismo, con sus largos dedos descansando
dentro del tierno hueco creado por ella. —Yo... si eso ayuda, por supuesto, Mi
Señor. — Se mordió la lengua, luchando consigo misma por no balbucear.

Cambiando de postura él pudo agarrar sus hombros, atrayéndola hacia


él. Sus manos eran seguras, sosteniéndola fácilmente mientras la atraía lo
suficientemente cerca de su boca para que se sintiera mareada. Hizo que su
pecho le doliera, tan lleno por su reacción que su piel se sintió tensa y sensible.
Quería que él tocara cada parte de su piel. Todavía estaba nerviosa, y no pudo
evitar que el instinto la empujara hacia atrás. Él la soltó, con su agarre

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deslizándose por sus manos, y ella tragó.

—Por favor perdóname, Mi Señor, — tartamudeó apresuradamente. Él


estaba herido. ¿Qué estaba mal en ella? Su cuerpo era una cosa fácil de entregar,
algo que no significaba nada para nadie excepto para ella. —Puedo hacer esto.
No te estoy rechazando

—Sshh... — él sacudió su cabeza, apretó su mano. Luego, la dejó ir para


así poder girarse hacia su rostro. Algo cambió en su expresión cuando él deslizó
la mano sobre su mejilla, con la punta de sus dedos buscando bajo su cabello.
Sus pulgares acariciaron su mejilla. Todo en ella ardió bajo su toque,
deshaciéndose. Sus labios se abrieron muy a pesar de ella, haciéndola dudar
sobre lo que su cuerpo estaba haciendo en una reacción incontrolada ante aquel
increíble contacto.

—Dejemos algo muy claro aquí, pequeña. Anna. No te estoy ordenando


esto. No deseo que me tengas miedo. Otros me temen. Muchos otros. Y

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El Club de las Excomulgadas
deberían. — Un peligroso brillo en sus ojos, aquí, entonces desapareció antes de
que ella pudiera retroceder, asustada. Pero entonces algo nostálgico inundó su
expresión. —Sin embargo, creo que si este mundo estuviera habitado por más
criaturas como tú, tendría mucho más tiempo libre.

Anna puso sus manos vacilantes sobre las de él, sintiendo como se
canalizaba la sensibilidad entre sus dedos, como un descubrimiento íntimo, una
vulnerabilidad en medio de tan obvio poder. Fe, él era un ser extraño. O tal vez ella
era la rara.

—Me habían contado que si hablabas con un ángel antes de que te diera
permiso, tu lengua se desintegraría.

Su ceño se levantó. —Probablemente ese rumor fue difundido por uno de


mis hermanos que no quiso alentar una charla excesiva.

El breve y seco humor la sobresaltó así que ella se echó a reír antes de
poder detenerse. Con un acto reflejo, ella puso la mano sobre su boca, pero como

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sus manos estaban entrelazadas, se las arregló para mover su palma sobre sus
labios.

Los músculos de su mandíbula se tensaron, por el dolor o algo más, ella


no lo supo. —Pruébame, pequeña sirena —dijo calmadamente. —Veamos si soy
alguien con el que puedes hacer magia.

Ella separó sus labios, tocando su piel con la punta de su lengua. Cálida,
si el calor tenía sabor. Esa sensual calidez, como la que había sentido procedente
de sus alas, invadiendo todo su cuerpo con un minúsculo contacto. Estaba en
cada esquina, dentro de cada órgano y arteria, alejando la sensación de estar
húmeda en su forma humana cuando las invisibles fuentes de calor de la caverna
no las habían disipado por completo.

Debido a que su atención parecía completamente puesta en ella, sabía que


se sentía terriblemente cohibida. Allí estaba ese poderoso ser, probablemente un

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El Club de las Excomulgadas
anciano comparado con ella, esperando pacientemente a que decidiera si algo tan
insignificante como su inocencia valía la pena ser sacrificada para sanarle. Él estaba
sufriendo, se recordó a sí misma. Eso era todo lo que importaba. Ella podía
ayudar.

Presionando su rostro dentro de la palma de su mano, ella dejó que sus


dedos se deslizaran por su frente, su nariz, luego por sus labios. Reconociendo su
consentimiento, él comenzó a prepararla.

—¿Sabes algo sobre canalizar, Anna?

Ella asintió.

—He sido instruida en la manera en que funciona la magia—. Había sido


necesario aprenderlo debido a su inusual capacidad de cambiar de forma, y luego
había aprendido las enseñanzas de Mina también. Anna la había acosado hasta
convencerla y luego aprendido tanto como la bruja del mar había podido
ofrecerle.

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—Cuando nos unamos, dirigiré la energía de mi ala y de otras heridas
internas que he sufrido. Podrás sentirte algo mareada conforme lo hago. No te
preocupes si caes en un sueño durante un rato.

Él estaba hablando tranquilamente, con dulzura, como si estuviera


explicando la técnica de cómo nadar, o como volar. Ella lo encontró inquietante,
porque lo que estaba revoloteando en la boca de su estómago no era la misma
sensación que se sentía cuando eras una estudiante. De hecho, su orgullo
femenino estaba alborotado, una inesperada reacción que la desconcertó.

¿Soy una simple herramienta?

Ella no pronunció las palabras, porque era una pregunta impertinente. Él


estaba necesitado, herido, y eso podía ayudarle a recargar su fortaleza.

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El Club de las Excomulgadas
Pero dolía un poco. Probablemente porque mientras él estaba inconsciente
se había permitido tener esa ridícula, e idealizada fantasía de que era suyo. Sólo
suyo. Había tenido la estúpida impresión de que era especial. Sabía que era más
que eso.

—¿Qué necesitas que haga?— preguntó ella pacientemente.

Él parpadeó, con sus oscuros ojos de alguna forma suavizándose y se


volvieron más intensos todavía, reflejando el fuego que la atraía más aún hacia la
llama, que sentía como crecía sobre su cuerpo de la misma forma que se esparcía
en su interior.

—Sólo siente, Anna — murmuró él. —Sólo siente, y haz lo que desees
para conseguir tu propio placer. Despójate de esas prendas que llevas.

De un naufragio había recuperado una bufanda de seda color púrpura casi


transparente bordada con hilos de plata. Había añadido su propia decoración de
pequeñas conchas y colocado la tela tirante sobre su pecho, anudándola en el

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centro, el final estaba atado detrás de su cuello. Aunque las sirenas generalmente
no tenían problemas con la modestia, muchas encontraban más cómodo
mantener su pecho vendado cuando nadaban. Debido a la capacidad de Anna de
cambiar de forma prefería tener algo accesible para la parte baja de su cuerpo.
Por lo tanto, también llevaba algo similar a una bufanda alrededor de la parte
alta de sus caderas. Cuando estaba en su forma humana, simplemente cubría la
parte alta de sus muslos y se lo ajustaba a su trasero, pero le daba la decencia
suficiente para moverse por la tierra donde poder conseguir prendas más
apropiadas para un ser humano.

Entonces lo agarró e intentó quitar el nudo de la bufanda que tenía en el


cuello. Naturalmente, el nudo se había contraído con la humedad, y debido a su
nerviosismo, estuvo peleándose con él. Conforme abrió la boca para decir algo
embarazoso e incomprensible, él colocó una mano a cada lado de su garganta,
con su mirada manteniéndola inmóvil. Sus manos cayeron, sus labios se tocaron,

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El Club de las Excomulgadas
ella retuvo el aliento mientras lo desataba eficazmente, bajando los extremos y
descubriendo ante sus ojos la parte superior de su cuerpo.

Sus pechos no eran ni demasiado grandes ni demasiado pequeños, sino de


un agradable tamaño que parecía atrapar los ojos de los otros tritones, antes de que
aquellos ojos se desviaran rápidamente. Un hermoso par de senos no era suficiente
para pasar por alto los otros inconvenientes. Pero sus ojos no se movieron. Los
estudió detenidamente, tanto que ella sintió como el calor que él emanaba se
incrementaba. Por supuesto, en ese punto no sabía si ese calor procedía de él, o de
ella.

Dejando que los extremos de la bufanda se arrastraran sobre sus muslos,


él desató la parte de abajo, alejándola para que quedara desnuda completamente
exceptuando por la bufanda que se mantenía atada a la parte superior justo
debajo de sus pechos.

Ella nunca había tenido vello en la parte inferior de su cuerpo como las

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mujeres humanas, por lo que los carnosos pétalos de su sexo estaban allí,
desprotegidos. Los sentía algo así como hinchados, y se movió un poco. Cuando
su forma era la de una sirena, su sexo estaba completamente oculto bajo las
escamas superpuestas, así que pensó que, con toda probabilidad, en ese
momento se sentía más desnuda que cualquier mujer humana en una situación
similar.

Sus manos se cerraron sobre sus hombros, empujando su espalda hacia


atrás hasta yacer sobre su pecho, sus senos entraron en contacto con su suave y
firme piel. Ella contuvo el aliento por la sensación y algo brilló en los ojos de él.

—Eres pura bondad. Eso es extraño, Anna. ¿Lo sabes?

Eso era raro. Una vez en la vida. Así que en lugar de responder, ella cerró
los ojos, sintiendo la forma en la que sus manos la sujetaban, tan poderosas y tan
dulces. Hacía que sus senos se sintieran más hinchados aún, con sus pezones
excitados y endurecidos, con el contacto entre ellos y los fuertes músculos de su

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El Club de las Excomulgadas
pecho distrayendo sus sentidos. Entonces, un remolino de caballitos de mar
revolotearon en su vientre, galopando alocadamente.

Cuando él movió sus labios hacia su sien, ella abrió los ojos para ver la
curva de su garganta justo debajo de su propia boca. La energía parecía estar
tejiéndose alrededor de ellos desde el primer contacto, y se sobresaltó cuando el ala
que estaba sujeta a él se curvó a su alrededor, acariciando sus hombros,
colocándose sobre sus caderas, confortándola con sus caricias. Lentamente, ella
giró su cabeza, con su cabello rozándolo. Una pulgada primero, luego otra.
Gráficamente, recordó el tacto previo de su boca sobre la suya cuando habían
estado juntos en la fría oscuridad. Quería otro como ese. Uno que ahuyentara
cada miedo o momento de desolador vacío que había experimentado.

Impulsivamente, levantó la cabeza para encontrar su boca. Aún no había


ardido hasta convertirse en cenizas por su osadía, así que decidió correr el riesgo.
Él se quedó inmóvil bajo la presión de sus labios. No respondió, sólo permaneció
quieto, dejando que lo saboreara, como le había dicho.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Su boca era firme, y el hecho de que la mantuviera así la estaba excitando
por sí solo, porque sentía que se mantenía quieto con cierto nivel de esfuerzo,
con sus dedos jugueteando sobre sus piernas mientras ella los mordisqueaba
tímidamente, presionándolo. Probándolo. Arrastrando sus labios como una de
sus plumas sobre sus mejillas, el lado de su nariz.

De forma instintiva, ella colocó la mano en el borde superior de su herida,


justo detrás de su hombro. Cuando él se estremeció, la reacción pasó a través de
ella, tensando su cuerpo, galopando a través de ella. Él la necesitaba. Sólo ella
podía hacer eso.

Algo diferente y más agresivo despertó dentro de ella. La suave e incierta


forma en la que le estaba acariciando parecía no corresponderse con los
sentimientos dentro de su pecho. Una agradable sensación que había estado
oculta y que nunca supo que existía, todo lo que ella siempre había querido.
Nunca había estado tan cerca de nadie en su vida, y se encontró a sí misma en la

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El Club de las Excomulgadas
cuerda floja sin querer apresurarse ni un segundo y sin embargo queriendo sujetarle
con las dos manos y lanzarse a toda velocidad para estar dentro de él. Fuera lo que
fuese lo que Jonah le estaba ofreciendo parecía tener el brillo y el peso de un tesoro.
Y quería que él respondiera con la misma amabilidad, con la casi violenta
necesidad que crecía en ella ahora.

Debía darse prisa. Él estaba sufriendo. Pero ese podría ser el único y último
momento en que ella pudiera sentir algo como eso. Lo siento. No puedo darme prisa.

—Tómate tu tiempo, pequeña —susurró él. —Mi dolor se mitiga


observando cómo descubres tu placer. Viendo lo siguiente que harás.

—¿Puedes leer mis pensamiento?

—Sólo cuando me hablas directamente. Me gusta cuando lo haces—. Su


boca se endureció, creando una línea más dura desde su pómulo hasta su
mandíbula que hizo que esos caballitos de mar que tenía en su estómago dieran
saltos mortales. —Estoy seguro de que iremos cogiendo el ritmo cuando el

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momento lo requiera.

Era un sueño; lo sabía. Así que antes de despertar, ella iba a asegurarse de
tener el mejor recuerdo que jamás la acompañara en la vida. Quizá hasta la
eternidad, si la Señora era considerada y le permitía llevar consigo sus recuerdos
favoritos a la vida en el más allá.

Anna sabía que no tendría problemas en hacer eso para siempre. Cuando
presionó contra su boca otra vez, algo más tomó el mando. Él. Aparentemente,
decidió que el ritmo no era la única cosa que controlaba.

Sus labios se movieron sobre los de ella, calientes, separándolos y


obligándola a hacer lo mismo. Cuando la parte baja de su cuerpo se apretó como
la cola de una anguila, ella sintió un cálido líquido en sus muslos mientras la
lengua de él penetraba en la suya. Dándole la sensación de querer tumbarse
sobre él. Necesitaba sentir las firmes líneas de su cuerpo presionando contra la

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El Club de las Excomulgadas
suavidad de ella. Sí, esto era lo que había ansiado, que él la tocara de forma que
fuera todo menos tierno. Una de sus piernas estuvo sobre las de él hasta que cambió
de posición, inclinando su cuerpo contra el suyo. Agarrando sus hombros como
apoyo, ella jadeó conforme sus muslos presionaban sus piernas, contra su
humedad, obligando a que sus caderas se doblaran casi por instinto, frotándose
contra él. Cuando sus manos fueron bajo la curva de sus alas para agarrar su
cuerpo, ella gimió dentro de su boca conforme su gran palma acariciaba su nalga,
apretándosela, tomando posesión. La fricción la llevaba a un delicioso límite.

—Santa Madre —susurró ella. Sus dedos se clavaron en sus músculos.


Hacía tanto calor aquí y ahora. Vio como manaba de sus cuerpos, iluminando
aún más la habitación. Cuando ella se aproximó impacientemente hacia él, sus
labios se curvaron en una sonrisa masculina que no disminuyó las llamas de sus
ojos. Las llamas le proporcionaron una oleada de placentera ansiedad que
mantuvo esa sonrisa, haciéndolo familiar, un humano como lo era ella. Aunque
él era mucho más.

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Había pensado que era una fantasía, pero ahora sabía que estaba
equivocada, porque ni siquiera estaba al alcance de sus más salvajes fantasías.

Parte de ella sabía que debía aferrarse a un trozo de razón, algo que la
mantuviera anclada a la realidad en medio de todo eso. Estaban haciendo eso
para sanarle, después de todo, no porque él estuviera locamente enamorado de
ella. Pero la parte de ella que siempre tenía ganas de salir volando y, realmente,
tocar y conectar con otro, de sentir sin palabras o incluso distinguir pensamientos
que le indicaran que el otro ser la conocía, podía quererla y amarla, estaba
imaginando demasiado... muchas posibilidades de y qué pasaría si que nunca
serían. Sueños que la acosaban de tal forma emocionalmente que la afectaban
físicamente.

No importaba. Su alma se resistió a todas las restricciones y advertencias


de todos modos. Cuando él se quitó el uniforme de batalla, su amplio pene
acarició entre sus piernas, contra la hendidura de sus nalgas. Su mandíbula se

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El Club de las Excomulgadas
tensó, como si de alguna manera estuviera tratando de contenerse, mientras ella se
tensaba. Nunca había hecho esto antes, pero era una criatura de agua, aire y tierra.
Incluso fuego, en ese momento. Esos elementos sabían a donde llevarla. El poder
del instinto hizo caso omiso al miedo.

—Tócame —le exigió él. —Déjame sentir tus pequeñas manos.

Su larga forma estaba desnuda, poderosa. Intimidante. De todos modos,


quería verle. Levantándose para que su sexo pudiera lanzarse hacia delante, hacia
su vientre, ella no pudo evitar contener el aliento ante su anchura y longitud,
sabía suficiente como para saber a dónde iba esa bestia. Aún así, acomodó la
mano a su alrededor, preguntándose, queriendo sentir. Él era de acero y, como
todo en él, eso era calor puro. Sus ojos se cerraron, un escalofrío corrió por su
cuerpo que la sacudió. Estaba reaccionando por su contacto, compartiendo su
placer. Cuando ella apretó la empuñadura, se sorprendió cuando él se empujo de
forma refleja a través de sus dedos y un fluido salió de la punta. Ella deslizó su
pulgar por encima, comprobando la sensación, llevándolo a sus labios para

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probarlo. Salado. Como el mar, también como la tierra. ¿Cómo sería poner mi boca allí,
probarte...?

—Por la Señora, ven aquí—. Cambiando él se posicionó, sentándose,


agarró sus caderas entre las dos manos, a pesar del dolor que ella sabía que
sentiría cuando vio que tensaba la boca, con los temblores recorriendo sus
músculos.

—Mi Señor...

—Tu inocencia va a incinerarme, pequeña lasciva—Él hizo caso omiso de


sus preocupaciones con rapidez. —Coloca tus brazos alrededor de mis hombros.
No tengas miedo de herirme.

Ella lo abrazó cuidadosamente cerca de la zona herida, pero bajó su


rostro a su cuello mientras él cerraba sus brazos en torno a su cintura y espalda, y
se acomodaba. La amplia cabeza de su pene entró en su sexo, más allá de los

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El Club de las Excomulgadas
pliegues lisos de su carne, entrando despacio. La inexorable elegancia de la cabeza
del dragón que penetraba en una caliente y húmeda cueva donde la joven esperaba.
Pero ella no tembló de miedo... no mucho. Él la mantuvo cerca y, Gran Señora, era
tan grande. Ella era como una niña, fácilmente abrazándolo, con la anchura de sus
hombros bajo sus dedos, y, sin embargo, se sentía como cualquier cosa menos una
chica. Se sentía agitada, caliente e inquieta. Ella mordió la firme piel de sus
hombros cuando él restregó su cuerpo contra su excitación, porque no podía
soportar su toque sin una respuesta violenta. Él gruñó, con sus manos en sus
caderas moviéndose hacia abajo. Pese a lo húmeda y resbaladiza que ella estaba,
también estaba apretada y en perfecto estado, el afilado dolor fue inevitable
cuando él la empujó hacia abajo en un firme y largo embiste.

Ella gritó, interrumpiendo su gemido de placer, y ella lo sentía, pero,


Neptuno, le dolía. Parpadeó para contener las lágrimas, sosteniéndole,
intentando no mirarle. Sus manos se deslizaron por su espalda, suaves pero
firmes, mientras trataba de retroceder. Ella le abrazó más fuerte, no queriendo
que viera sus lágrimas. No quería que nada le hiciera parar. Por más que le

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doliera, ser tocada y abrazada de esa manera, ser parte de su cuerpo... nunca
volvería a experimentar algo así otra vez.

No te detengas. Por favor.

Puso la palma de su mano en la espalda, rindiéndose ante ella. Mientras


enredaba los dedos en su pelo, él dejó que la otra mano bajara hacia sus nalgas,
aplicando una leve presión para mantenerla en esa posición. Sus músculos
internos estaban temblando, sin estar segura de cómo moverse o adaptarse. La
respiración de él se volvió más irregular, aunque su voz estaba tranquila,
profunda y resonante en su oído. Había un poderoso sentimiento en su voz que
ella no podía comprender, pero no sintió que fuera desagrado.

—Sé que no tienes experiencia, pero no esperaba... que fueras virgen.

Más verdad de lo que sabía. Virgen. Ella asintió, con sus mejillas
apoyándose contra su mandíbula, contra su cascada de sedoso cabello. Cuando

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El Club de las Excomulgadas
su cabello se secaba al sol, se secaba como las algas marinas, a menos que le
aplicara aceites, que eliminaran la sal. El de él no estaba seco aún pero era como las
plumas cuando estaban bajo el agua. No pudo evitar olerlo, oler el placer de las
cosas que no reconocía. Se imaginó como sería estar en el cielo o en las nubes, a
una altura a la que nunca había estado. Quizá incluso él había estado cerca del sol,
tocando sus rayos con las manos. ¿Cuán cerca podría estar sin quemarse? El
palpitante calor de su cuerpo le estaba prendiendo fuego.

Cuando él levantó su cabeza y la acunó en sus manos durante un rato,


haciendo que se miraran a los ojos fijamente, fue como si ella pudiera entrar
dentro de él. Anna estaba segura de que podía sentir no sólo lo que era, sino
también lo que había sido. Y en ese momento, su corazón se encogió abrumado.
Él era como ella. Él necesitaba, deseaba. Ella podía sentir el latido de su
corazón, su sangre circulando, su deseo y su determinación entremezclados.
Después de todo, no era tan diferente a ella.

—Deberías habérmelo dicho, pequeña.

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—Te lo dije... no pertenezco a nadie.

—Lo hiciste—. Había una tranquila y sensual sonrisa en su voz, pero


también algo más, algo que la hizo estremecerse aún más. —Supongo que eso
significa que ahora me perteneces. Al menos por este momento.

Que este momento no acabe nunca.

Ella cerró sus ojos, sabiendo que no podía decir semejante cosa, pero no
pudo evitar pensarlo. Se preguntó si lo habría interpretado como una petición.
Sin embargo, sólo giró su rostro, manteniendo sujeta la parte trasera de su
cabeza. Ella no podía abrir sus ojos, pero él la besó sobre ambos párpados.

—Te he hecho daño.

—No, Mi Señor.

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El Club de las Excomulgadas
—No me mientas —dijo él con suavidad, aunque había una orden oculta
en sus palabras, éstas intuían su alto rango, que estaba acostumbrado a dar órdenes.
—Lo haré mejor. ¿Confiarás en mí?

Enderezándose, la mantuvo alejada de él, con su mirada deslizándose desde


su rostro y cuello hasta sus desnudos pechos, sus rosadas puntas estaban demasiado
excitadas como para ignorarlas.

—No te muevas, pequeña. Desearás hacerlo, pero no lo hagas. Mantente


muy, muy quieta.

—Yo... no sé si podré, Mi Señor. La forma en que me haces sentir...

Esa mirada en sus ojos otra vez, diciéndole de alguna forma que sus
palabras lo complacían. Él asintió, tomó los bordes de la bufanda y los cruzó
sobre su abdomen.

—Pon tus manos en tu espalda, con las muñecas cruzadas.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Ella tragó, otra manada de caballitos de mar en estampida, esta vez en
una zona más baja, haciendo que algo se apretara fuerte e intensamente entre sus
piernas. Cuando obedeció, él cogió los extremos de la bufanda debajo de ella, ató
sus muñecas de manera que quedaran sujetas a su espalda, las prendas
entrecruzadas en la parte frontal la mantenían recta delante de él, como si se
sentara sobre sus muslos.

Él se inclinó, todavía sujetándola para que no se balanceara y cayera. Ella


no podía mover sus caderas, las cuales, a pesar del dolor, tenían un inesperado
deseo de moverse. Especialmente cuando la espalda de él se curvó, una de sus
alas se desplegó para equilibrarle y permitirle llevar su cara más cerca aún de sus
pechos. Flexionando su agarre, él arqueó la espalda de ella. En ese mismo
momento, puso su boca sobre su pezón derecho.

Las sensaciones explotaron dentro de ella. Instantáneamente sacudió las


correas, poniéndolo incluso más intenso. ¿Qué era este placer, líquido placer,

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El Club de las Excomulgadas
simplemente corriendo fuera de ella desde un único lugar? De la humedad de su
boca sobre su piel, la fuerte succión, provocando que las cosas se ajustaran,
haciendo que quisiera moverse. Oh, tenía que moverse; era insoportable no...pero
él había dicho...

Él siguió haciéndolo, moviéndolos rápidamente con su lengua, succionando,


provocándola profundamente, preparándolos para lamerlos, entonces los mordió de
nuevo, haciéndola gritar. Cuando se movió para hacerlo en el otro, ella gimió, con
un jadeante sonido.

—No te muevas, pequeña —le recordó severamente, pero aún ella quiso
desobedecerle. El dolor entre sus piernas se disolvió en pura y caliente lava, y si
era posible pensó que él se había vuelto más grande dentro de ella. La humedad
se derramaba sobre sus muslos.

—Se creará dentro de ti una feroz tormenta —murmuró él contra ella. —


El poder de tu deseo crecerá sobre todo lo demás, hasta que yo sea sólo un

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instrumento en el temporal que has creado, dulce pequeña.

Él se adentró más abajo, agarrando su nalga otra vez. Sus dedos la


estrujaron, su longitud hizo posible que su hendidura tanteara, lo que hizo que se
estremeciera. Nunca había imaginado cuán sensibles eran ahí los nervios. El
punzante dolor disminuyó con la misma rapidez que bajó la marea mientras él la
mamaba como un bebé, una imagen curiosa para tales sentimientos eróticos,
pero era como si las dos imágenes tuvieran un poder especial. Alimentando al
hombre, alimentando al niño... Ella murmuró profundamente en su garganta.
Quería moverse al ritmo de sus manos, porque el dolor se había convertido en
algo más que dolor. Él estaba haciendo cosas maravillosas con sus pezones, con
todo su cuerpo. Cuando, al final, comenzó a moverla sobre él, gimió aliviada.

Pero todavía era insoportable, un lento vaivén, creciendo, creciendo,


llevándole un calor explosivo cada vez más cerca. Elevándola, después
haciéndola retroceder otra vez, dejándole sentir el movimiento de él contra ella,
dentro y fuera. Estaba tan mojada en lo más profundo dentro de ella, que el paso

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El Club de las Excomulgadas
era fácil, incluso cuando él estiraba la apertura virgen, haciéndola sentir la forma en
la que la estiraba. Y ah, Gran Señora, el modo en el que la había atado de forma
que sólo podía observar lo que estaba haciéndole, ver el balanceo y los temblores de
su cuerpo y la forma en que sus ojos la miraban en todo momento...

La espiral de energía los rodeó, recordándole que había otro propósito para
hacer esto. Ella trató de centrarse.

—Yo me encargaré de eso, Anna—. Su voz fue un ronco gruñido contra su


carne. —Sólo deja que crezca, yo lo canalizaré.

Gracias a las diosas. No podía pensar.

Las plumas del ala sujetas se tensaron como si hubiera una ráfaga, con el
fuego parpadeando en los laterales de sus ojos. Puliendo sobre el saliente, el agua
caía sin cesar. Una vacilante energía crepitó en el aire alrededor de ellos, en
cálidas olas. Se volvieron, arremolinándose, acercándose a ellos.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Sus bíceps se doblaron, poderosos y firmes. Esa poderosa y erguida
cabeza golpeó dentro de ella, justo en el momento en el que ella estaba jadeando
al ritmo de sus movimientos, guardando en lo profundo de su garganta, una
súplica. En lo más profundo, despacio, el tormento se alargó, y regresó
nuevamente. Visualizando el movimiento en su mente, era tan erótico y
conmovedor como la realidad misma. Entonces, estaba la estimulación de sus
nalgas con sus manos, el modo en el que él presionaba los globos de carne contra
los fuertes músculos de sus muslos cuando la empujaba hacia abajo, más fuerte
ahora. Haciendo que la carne de sus pechos se bambolearan con libertad, lo que
parecía que lo excitaba aún más.

Enredando nuevamente una de sus manos en su cabello, la sostuvo,


controlando sus movimientos cuando comenzó a empujar con una fuerza
constante. Pero él todavía se contenía. Lo sabía porque su cuerpo estaba
temblando, con cada músculo tenso. Su dolor era parte del placer mutuo.

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El Club de las Excomulgadas
—No... se contenga, Mi Señor —consiguió decir ella entre gemidos. —Yo
estaré... bien.

—No hasta que tú...—No terminó, en su lugar volvió a atacar sus pechos
con su boca, tirando de los pezones con su lengua, con sus firmes labios húmedos,
dibujando sobre su piel. Sus dedos se agarraron a los nudos de sus muñecas.

—Qué...

—Córrete, pequeña —gruñó él. —Confía. Confía en mí.

Ella sabía a lo que se refería, incluso si no sabía lo que salía de entre sus
piernas, tensó todo su cuerpo, llevándola a una violenta sensación que la llevó
más allá de su control. Su cabeza cayó sobre sus hombros, presionando
fuertemente contra sus huesos. Uniendo sus brazos alrededor de ella, la mantuvo
en un punto fijo en el universo mientras todo lo demás giraba más rápido y se
hacía trizas. Ella permitió que su orden se extendiera sobre ella. Las imágenes
mentales de cómo se veía haciendo eso la introdujo con más fuerza todavía en su

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


cuerpo. El fuego rugió, el agua surgió...

El mar se abalanzó sobre el saliente de la roca, chocando contra ella como


las olas bañadas por el sol y acariciadas por el viento. La energía creó una gran
cúspide sobre ellos, el viento que generaba comenzó a cantar. Cuando él levanto
su cabeza brevemente, su cabello golpeó sus labios. Ella los besó
desesperadamente, sintiendo la textura de los mechones y su boca a la par. Su
carne era su única ancla a la tierra mientras ese remolino de sentimientos tensaba
todos sus músculos, golpeándola apretadamente en sus poderosos brazos y
provocando una serie de espasmos a través de todo su cuerpo, comenzando por
el punto de unión entre ellos.

Canalizando la Magia.

Ella gritó con él. Cuando él le quitó los vendajes, sus brazos se
adelantaron para agarrar sus hombros. Sus caderas se cerraron, pidiendo más.

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El Club de las Excomulgadas
Por primera vez en su vida ella era libre, tan libre, y sin embargo le había dado todo
el control a él. Tenía todo el sentido del mundo en ese perfecto momento.

Su grito fue tan salvaje como el de la primera criatura que jamás hubiera
pisado la tierra, su cabeza se inclinó hacia atrás, sus dedos recorrían su piel. Ella se
subió a la ola de la pasión como si pudiera ver el mundo entero desde su cima, y la
vista fue suficiente como para destruirla. Hubiera explotado en un millón de trozos,
formando parte de las estrellas, de las gotas del océano, y no le hubiera importado,
porque ésta era la respuesta al dolor de la soledad. Esta era la respuesta a todo.

Él gruñó de la misma forma, respondiendo a su intensa necesidad.


Creándose en ella como un ariete, la llenó completamente, ajustado, duro,
sosteniéndola. A Anna no le importó el dolor. Le dio la bienvenida, quería
sangrar por él y sólo para él. Una tontería dramática y romántica que, no
obstante, tenía la intención de dar con todo su ser. Él le había dado esto, la
mayor felicidad que ella había conocido en su corta vida. No importaba que
pudiera darle la capacidad de controlar el peor momento de su vida también. El

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control ya no importaba.

Las reacciones primitivas se reunieron, arremolinadas alrededor de ellos.


Sus ojos brillaban con destellos verdes y llamas azules y blancas. Algunas rojas
también. Conforme el clímax la llevaba más alto cada vez, fue vagamente
consciente de que el ala rota se elevaba, alineándose con su espalda, la energía
que habían creado revoloteaba en pequeñas espirales sobre esa área. Crepitaba
sobre sus venas, haciendo que ella quisiera volar también.

Porque sentía que él estaba de algún modo todavía suavizando lo que


podía hacer el efecto completo en ella, protegiéndola, ella luchó contra su propio
deseo. —Necesitas... todo, Mi Señor. No me protejas. Déjame... ayudar a
curarte...

Entonces el poder cayó sobre ella. La luz azul de su coagulada sangre se


convirtió en una llama que salió de su herida y la cegó. Cuando él gritó, escuchó
la agonía mezclada con una respuesta gutural de su propia liberación. Se aferró a

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El Club de las Excomulgadas
él, moviendo sus caderas, simulando los movimientos que él le había enseñado,
acariciándolo, intentando aliviar su dolor, sintiendo la energía corriendo a través de
ellos.

Tronó y rugió, lanzando todas las rígidas y preconcebidas nociones de lo que


sería su primer encuentro con un hombre. Fue mucho más alto, lo suficientemente
alto como para que no cupiera una sola semilla que pudiera estropear ese
momento.

El recuerdo de que el momento era más que el ofrecimiento de su cuerpo


a un hombre. Esto era magia. Para él. Para su curación.

Sólo magia.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Cinco

Jonah había considerado al ser misterioso, mientras estaba tumbado en la


curva de su brazo, durmiendo por el exhausto agotamiento y confiada como un
niño. Su sensual respuesta había sido del mismo modo una curiosa mezcla de
tímida inocencia, entusiasmo desenfrenado y temerario como él le había llamado.
Lascivia.

Había sido débil. Terriblemente débil. Había elegido la magia de la tierra


que podía ocultar a todos excepto una minuciosa investigación de Lucifer,
porque tenía una inquietante necesidad de no ser encontrado. Aun así, podría
haber podido hacer funcionar la magia con un poderoso beso. Había pensado en
probar esa opción primero, pero la reacción de ella le había obligado a ir mucho
más allá. Lo racionalizó diciéndose a sí mismo que no estaba seguro de si la
Magia de la Unión que podrían elevar hubiera sido suficiente para sanarle,

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


mientras su clímax crecía, le había abrumado como una tormenta de verano. No
era sólo la magia de la tierra, sino mucho más. Aire, agua, fuego... todos los
habían rodeado, infundiéndolo. En el centro de esa sorpresa, estaba la
abrumadora y completamente inesperada respuesta de su cuerpo con respecto a
ella. De su alma con respecto a ella, si quería ser honesto. Quería enterrarse más
profundamente, volverse y tomarla de la forma en la que lo haría si no estuviera
herido y no hubiera otro propósito para la canalización que no fuera el de su
propio deseo. Su cuerpo bajo el suyo, abriendo sus suaves muslos, alzando sus
brazos, aferrándose a él mientras la penetraba. Fe, estaba excitado otra vez, sólo
con pensar en eso. ¿Qué era lo que le pasaba?

La había herido. Él deslizó la punta de sus dedos sobre las manchas de


sangre que permanecían en sus muslos. Le había quitado la inocencia, sólo se la
había quitado, no importaba cuán suave hubiera intentado ser. Eso debería haber
estado reservado para su matrimonio, para su pareja. Una expresión de
desaprobación cruzó su frente ante tal pensamiento. Ella dijo que no pertenecía a

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El Club de las Excomulgadas
nadie. Era demasiado joven como para estar desesperada por una cosa así, aunque,
no obstante, él había detectado unas notas de desesperación en su voz. No la
dramática desesperación de aquel que ha experimentado la muerte del amor
adolescente y era demasiado joven como para darse cuenta de que el amor va y
viene a esa edad. No, sino una seria y profunda desesperación, como si su alma
fuera lo suficientemente vieja como para saber la verdad sobre lo que era el amor, y
lo que no era.

Los seres marinos eran criaturas que vivían en manadas con una acuciada
necesidad de socializar con los de su propia clase. Pero sólo con los de su propia
clase. No sólo tenían una acérrima y conservadora aversión a mezclarse en los
asuntos de aquellos que no eran sirenas, sino también evitaban cualquier
contacto con la magia.

Y mientras las sirenas aceptaban el sexo como un acto natural, no lo


hacían indiscriminadamente. Ella le había dado su virginidad, ya fuera porque su
corazón era noble o bien porque no lo sentía como un regalo con algo de valor,

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


excepto que para un ángel herido lo había necesitado como ingrediente para su
hechizo curativo.

Él sopló suavemente sobre su mejilla. Sus pestañas se agitaron, sus


párpados se arrugaron. Cuando giró su rostro hacia su pecho, una inesperada
sonrisa se formó en sus labios. Un enigma. Una sirena que podía tomar forma
humana, era un canal excepcional para la magia... era valiente para su edad,
muy curiosa de una forma poco usual para una raza tan cautelosa. Y también
parecía estar bastante sola en este mundo.

Sus rasgos eran muy delicados, pequeños. Él puso sus dedos sobre la línea
de su nariz, sólo para evaluarla, y pareció que la punta de sus dedos casi podía
cubrirla. Sus labios eran un diminuto arco, y a pesar de sí mismo, se imaginó
cómo sería tensarlos...

Por lo que sabía, la mitología humana sugería que los ángeles estaban por
encima de todas las cosas, ese mito no estaba basado en la clase guerrera de los

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El Club de las Excomulgadas
serafines. La energía alimentaria que requerían hacía que la sensualidad fuera una
parte vital de su fuerza, una de las más rápidas y fáciles formas de reponer sus
fuerzas. Muchas de las especies humanoides se ofrecían libremente, y era muy
consciente de que muchos sentían que no tenían opción alguna al rechazar a un
ángel. Aunque trataba de no tomar ventaja de eso, afortunadamente, no muchos
tenían el deseo de resistirse.

Pero conforme habían pasado los años, había una ausencia de intimidad en
ese tipo de uniones que le molestaba en un sentido que no había examinado muy de
cerca. Había comenzado a preferir recargarse mediante el aislamiento, dejando
actuar a los elementos, un proceso más lento y meditativo, pero uno que cubría
sus necesidades en varios y diferentes niveles.

Una punzada interrumpió sus meditaciones, recordándole que necesitaba


centrarse en el problema de su ala. A pesar de haber estado sujeta a su cuerpo
con magia, algo había salido mal. La unión no era tan fuerte como tendría que
haber sido después de tan poderosa creación de energía. Su cuerpo no tenía ni de

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


lejos la fuerza que necesitaba para alzarse en vuelo y regresar a las nubes,
aunque su fuerza todavía no estaba completa, era mucho mayor que la de un
macho humano. Y, definitivamente, mucho más que la de una sirenita.

Ella había confiado en él mucho más de lo que se merecía. Mientras


Jonah bajaba la mirada hacía su rostro todo lo que le esperaba afuera de la cueva
se difuminó. Aunque sabía que estaba de algún modo, conscientemente,
eligiendo alejarlo todo. No tenía problemas en perderse en la contemplación de
su cuerpo e ignorar lo que fuera que había salido mal con su sanación.

Había luchado contra Los Oscuros desde hacía más de un millar de años,
y seguro pasarían otro miles de años. Podía tomarse un día libre. O tal vez dos.

Quería saborearla de nuevo, la bestia en él lo pedía. Al unirse a ella, había


sentido algo que no había experimentado en mucho tiempo, tanto tiempo que no
podía ni recordar cómo se llamaba. En el momento del clímax, casi se había
sentido purificado, el fuego de la pasión había quemado más allá de su sangre y

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El Club de las Excomulgadas
la pérdida de su alma por encontrar que había algo que merecía ser salvado. Algo
digno de la confianza que ella le mostraba ahora, acurrucándose contra él.

Cuando ella comenzó a moverse, la atrajo hacia sí y la giró, colocándola


debajo de él. Sus pestañas se abrieron, reflejando un momento de somnolienta
confusión, sus manos descansaban sobre sus hombros, tan ligeras como sus aletas
cuando tenía cola. Recordaba sus aleteos contra sus piernas cuando le llevó por las
interminables aguas, incluso cuando sus fuerzas flaquearon. Una de sus aletas se
habían separado. Las cosas habían sido confusas entonces, pero recordaba más
cosas ahora. Cuánto se había arriesgado cuando Los Oscuros se habían cernidos
sobre ellos. Si la hubieran atrapado, la habrían torturado, retorcido y drenando
su alma. Luego la hubieran destrozado. Sus dedos acariciaron su delicada carne.

Una sonrisa melancólica se reflejó en su rostro.

—No eras un sueño —susurró ella.

De repente, la suavidad de su aliento acarició su boca, y Jonah supo que

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tenía que estar dentro de ella otra vez. Si no la conociera bastante bien habría
pensado que era una súcubo4. Excepto que le había ayudado a curarle, con una
increíble reserva de poder que ella al parecer no se había percatado de lo
excepcional que era. ¿O se había percatado? Tenía mucho que aprender de ese
ser.

Su duro miembro estaba golpeando su canal, su ancha cabeza entre sus


tiernos labios inferiores. Su dulce y cálido coño, tan húmedo y gratificante para
él. Sus ojos se abrieron, sus labios se volvieron húmedos, haciendo que su pene
se apretara contra ella.

— ¿Me tomarías de nuevo, pequeña?— Su intención era que sonara cortés


y suave, pero le salió como si fuera una ronca demanda. La necesitaba,

4
El súcubo (del latín succŭbus, de succubare, «reposar debajo»), según las leyendas medievales occidentales, es
un demonio que toma la forma de una mujer atractiva para seducir a los varones, sobre todo a los sensibles,
a los adolescentes y a los monjes, introduciéndose en sus sueños y fantasías. En general son mujeres de gran
sensualidad, persuasión y carácter.

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El Club de las Excomulgadas
necesitaba estar en ella con una urgencia que era tan violenta como el mundo en el
que normalmente vivía. Estaba aproximándose casi de la misma forma en la que se
preparaba para las batallas... conquistando, aplastando, sumergiéndose en sí
mismo, hasta que la única cosa que tenía en mente era su objetivo. La sangre, los
cortes... los cuerpos arrojados fuera del campo de batalla para llegar al siguiente...
Conforme alejaba esas perturbadoras imágenes, no pudo evitar el escalofrío que le
atravesó los músculos.

Sus dedos tocaron el final de su cabello, moviéndolos sobre la firme y tersa


piel de sus hombros. Ese contacto lo calmó, incluso lo excitó. Tranquilizándole,
mientras la urgencia de estar dentro de ella se incrementaba cada vez más y más.
Cuando el temblor creció, igual que el zumbido de la electricidad entre ellos, su
frente se arrugó, sus suaves ojos se volvieron más suaves.

—Mi Señor no necesita preguntar. Puede simplemente ordenarlo.

Ella estaba burlándose de él, con una cautelosa sonrisa en su voz, un

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brillo en aquellos ojos violeta.

—Yo...— él luchó más allá del más puro deseo de hacer exactamente eso.
—No tomaré esa decisión por ti.

—Pero dices que te pertenezco. Y si eso es cierto... —esa tentadora voz


otra vez, y por la Trompeta de la Resurrección, él estaba ahogándose en sus ojos,
en la ligera suavidad de sus labios, en las insinuaciones de su lengua cuando
hablaba—... entonces puedes darme órdenes. Someto mi voluntad a tu
discreción, y confío plenamente en ti—. Sus ojos se pusieron serios ahora, su
joven rostro estaba completamente decidido. —Es mi deseo que sea así.

Santa Madre, ¿de dónde había salido esa criatura? Sin necesidad de magia
en ese momento, él se estaba uniendo con ella sólo por placer. Su sentido del
honor susurró que necesitaba aclarar eso, darle la oportunidad de objetar al

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El Club de las Excomulgadas
menos. Pero por su temblorosa sonrisa, dejó que su honor se fuera al infierno y la
suave luz de sus ojos fuera su consentimiento.

—Entonces, levanta las piernas, pequeña, y ponlas alrededor de mi cuerpo.


Agárrame fuerte, porque deseo sumergirme profundamente. ¿Estás segura?—
cuando ella desvió la mirada, él puso una mano en su rostro, haciendo que le
mirara. —Si soy tu amo, entonces no me mentirás o esconderás tu dolor.

—Estoy algo dolorida, Mi Señor.

—Entonces mi penetración será suave —. Todavía sujetaba su rostro para


poder mantener su limpia mirada en conexión con la suya, para observar
cualquier cambio en su expresión, cuando comenzó a penetrarla. Al encontrar su
entrepierna húmeda, se tranquilizó ante la prueba de que sus palabras la habían
excitado de la misma manera en que sus manos y boca podían y lo harían de
nuevo.

Más profundo. Más profundo. Como el abismo, solo que este olvido sería

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


bienvenido. Conocía su tamaño y supo que había ido demasiado lejos cuando
ella se tensó, pero entonces le sorprendió apretando sus piernas, levantándose e
intentando que la empalara hasta la empuñadura, con sus manos clavadas en sus
hombros, con sus rasgos reflejando dolor, sus ojos se cerraron conforme se
aferraba a él. Apretando la sujeción de sus brazos alrededor de sus hombros, él
enterró su rostro en su cuello, con sus labios contra la piel. Sintió las puntas de
sus pestañas, como diminutas briznas de plumón.

—Sshh... —La lujuria de él era casi insoportable, pero la desesperación de


ella era mayor. Moviendo su espalda, colocó sus manos sobre su garganta para
mantenerla allí, levantándole la barbilla. —No es una carrera, pequeña. No es un
desafío—. Girando sus manos, pasó sus nudillos sobre su pecho, observando sus
excitados pezones, observando cómo ella se mordía los labios. Ella se contrajo
sobre él, y él gimió.

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El Club de las Excomulgadas
Cuando ella volvió a hacerlo, no pudo soportarlo. Tenía que sujetar sus
muñecas sobre su cabeza. Sin embargo ella se arqueó, presionando su boca abierta
sobre su pecho, mordiéndolo y lamiéndolo, y su humedad se incrementó. Yendo
más profundo, él se deslizo dentro de ella y no hubo rigidez esta vez mientras su
cuerpo le acogía con el suave canto del placer en sus labios.

Su vagina se tensó alrededor de su miembro, con la frenética y desenfocada


presión de su boca contra su pecho advirtiéndole.

—Eso es, pequeña... Déjame oírte...

Los jadeos se convirtieron en suaves sonidos que se incrementaron hasta


que ella gritó, con su cabeza hacia atrás y su boca abierta, con sus ojos
mirándolo de una forma que le empujaba a correrse rápidamente. Ella no había
llegado al orgasmo... Estaba demasiado dolorida para eso. Pero era como si el
placer de sentir cada estocada le proporcionara pequeños espasmos a los que ella
respondía con su voz, con el contoneo de sus caderas, y de una en una las

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empujara más duro y rápido para llevarla al orgasmo. Conforme su pene la
empujaba a lo largo de la plana roca que era su cama, él supo que podía no estar
cómoda, pero fue impulsado por la idea de que si empujaba lo suficientemente
profundo, podría encontrar el centro de sí mismo. Como si de algún modo
estuviera en lo más profundo de su vientre.

Al final, se aseguró de que ella llegara al orgasmo, evitando llegar antes


que ella, buscando entre ellos para encontrar ese diminuto pero poderoso clítoris,
golpeándolo y pellizcándolo hasta que ella se estuvo retorciendo, sus ojos se
abrieron y se maravillaron, su boca se abrió con gemidos de satisfacción. El
abrasador y caliente líquido hizo que ella se arqueara aún más, le provocó un
grito que se le quedó en la boca, haciendo que reverberara en su garganta,
oprimiendo su pecho. Él aspiró la voz de ella como si fuera su aliento.

Cuando se corrió, él tenía su rostro enmarcado en sus manos y sus


lágrimas estuvieron en sus pulgares, como diminutas joyas. Apretando sus labios
uno contra otro, él respiró con fuerza sobre su piel enrojecida, tratando de no

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El Club de las Excomulgadas
aplastarla, pero necesitando sentir la longitud de su cuerpo bajo él, cada curva y
recodo.

— ¿Estás bien?

—Si —susurró. —Simplemente soy feliz.

Por una vez.

La joven mujer no pronunció las palabras, pero Jonah las leyó en los
temblores de su cuerpo. Otra vez, sintió remordimientos por tomar ventaja por
su inocencia. Sus lágrimas le humillaron hasta un punto en el que no pudo
hablar.

Cuando ella se las limpió con timidez, él se levantó, la tomó de la mano


para alzarla y sentarla. Colocándola a su lado, tuvo cuidado con la unión de su
ala, que estaba todavía sensible al movimiento. La preocupación tiñó la frente de
ella ante su mueca de dolor.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


— ¿Estás bien?

—Está sanando.

—¿Pero no lo hizo con la magia que creamos...?

—Sí —le aseguró él. —Sólo necesita más tiempo.

Otra vez, él se percató de su propia ambivalente curiosidad sobre eso.


Pero si no podía volar, no había razón para abandonar ese lugar.

— ¿Tú... comes?— A Anna no le gustó la repentina y sombría distancia


en su expresión, como si estuviera andando sólo sobre un lugar vacío donde las
almas no deberían estar. Así que ella soltó la pregunta, trayéndole de vuelta.

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El Club de las Excomulgadas
Ante esa extraña mirada, ella le ofreció una torpe sonrisa. —No estaba
segura de si era necesario que te trajera comida. Sé poco sobre los ángeles, Mi
Señor, excepto que gobiernan el cielo.

El ángel consideró la pregunta durante un momento. —La única comida que


tomamos es lo que en este mundo llaman maná, pero absorbo energía de varias
maneras—. Un destello en su mirada sobre su aún enrojecido cuerpo le dijo una de
esas formas, lo que la hizo sonrojarse aún más.

Él sonrió, alcanzó y enrolló un mechón de su cabello alrededor de sus


dedos, tirando de él. —Si me cuentas lo que sabes sobre los ángeles, te contaré lo
que sé sobre las sirenas. Averigüemos si ambos estamos desinformados.

Anna levantó un hombro. —No quiero ofenderte con mi ignorancia, Mi


Señor—. Realmente, sólo quería hacer que hablara para que ella pudiera beber
hasta saciarse con su voz, con su expresión, con la larga longitud de su cuerpo
yaciendo desnudo sobre ella. Había un acento en sus palabras, uno que nunca

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


había oído. Las sílabas se enlazaban, aunque se eternizaban con una suntuosa
lentitud que convertía el escucharle hablar en un sensual placer. ¿Y no pensaría
que estaría loca si oía tal pensamiento?

—Anna—. Sus oscuros ojos la obligaron a regañadientes a mirarle a la


cara. —He estado dentro de tu cuerpo. He besado tus senos, sentido la humedad
de tu adorable coño sobre las puntas de mis dedos. Dios mediante, lo saborearé
con mis labios en algún momento en un futuro cercano. Hasta ahora, tu
ignorancia no me ha traído más que intenso placer.

Ella se aclaró la garganta e intentó mirarle como si no le hubiesen


afectado sus palabras. Cuando de hecho su piel se erizó por los espasmos que
provocaban las palpitaciones sobre la misma área que él acababa de describir
poniendo su boca sobre ella.

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El Club de las Excomulgadas
—De acuerdo, entonces. He oído que los ángeles pueden seducir a cualquier
especie para que hagan lo que ellos deseen.

—Esa es una falsa. Los ángeles no tienen más habilidades de seducción que
los hombres de cualquier especie—. Le lanzó una suave mirada. —Así que debo ser
excepcional.

Ella abrió la boca, y la cerró. —Mi Señor —dijo con rigidez.

Él se recostó sobre ambos codos con una sonrisa. Su largo y musculoso


cuerpo estaba todavía reluciente por el sudor de su unión a la par que descansaba
sobre la curva de una de sus alas en favor de la otra. Pese a su arrogancia, ella no
pudo dejar de mirarle. A pesar de que tenía el vergonzoso deseo de pellizcarle.

—No sueles controlar lo que dices, ¿verdad, pequeña?

—No —admitió ella con demasiada facilidad. —Nep... mi bisabuelo dice


que tiendo a hablar antes de pensar.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Entonces ¿Qué ibas a decir antes de tener tu poco frecuente momento
de reflexión?— Cuando ella desvió su mirada para estudiar las paredes de la
cueva, los bordes de las alas de dragón, él recuperó su atención acercando y
acariciando su muslo, atrapando los extremos de su cabello entre sus dedos. —
Anna, si no me lo dices, procederé a contarte, con gran detalle, muchas otras
razones por las que no me escandalizas, hasta que te pongas del color de una
rosa.

Ella entrecerró su mirada —Iba a decir que eres excepcional aunque sólo
fuera por tu arrogancia, Mi Señor.

Oh, Diosas, debería conocerlo mejor que eso. La sonrisa que desplegó a
través de sus rasgos, se llevó las sombras de sus ojos y algunas de las expresiones
de dolor de su boca, lo suficiente como para hacerla perder por completo la
capacidad de hablar.

67
El Club de las Excomulgadas
—Hagamos un pacto, tú y yo. Me dirás lo que te pase por la cabeza, y yo no
me ofenderé. De hecho, la única forma en la que podrías ofenderme sería si te
sometes ante mí porque te sientes abrumada, como si no tuvieras opción—. Su
expresión se ensombreció, su boca enseñó una severa línea que le provocó
escalofríos en la parte baja de su vientre.

—Me siento abrumada, Mi Señor. Como si no tuviera opción. Pero cuando


me miras, incluso del modo en el que lo estás haciendo ahora...— No quiero volver a
ser libre otra vez. Sólo te quiero a ti.

Oh, por todos los Dioses. Se lo había dicho directamente, ¿verdad?

—Pequeña —él rozó su piel con la punta de sus dedos por lo que ella tuvo
que mirarlo, a pesar de su timidez. —Sólo haces que te desee aún más cuando
dices y piensas cosas como esa. Vamos, deja de preocuparte tanto, sólo estamos
nosotros aquí. No tenemos que ser quienes somos normalmente. Cuéntame qué
otras cosas has oído sobre los ángeles.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Por alguna inexplicable razón eso la molestó, como si fuera una simple
ilusión para él, un paréntesis sin conexión con la realidad. Pero, desde luego,
¿no había pensado ella que esto podía ser sólo un sueño? Alejó esa idea. —No
hay ángeles bebés.

—Cierto y falso. La reproducción es importante, pero no el principal


propósito del sexo. La creación es, ya sea la creación de una conexión espiritual,
un esparcimiento de energía, un ritual de curación de las heridas, o para crear
una nueva vida. Los ángeles normalmente usan la Unión como un modo de
conexión mutua después de la batalla. Y eso son sólo algunos de sus objetivos.
No hay ángeles bebés, no. Pero hay nefilim5, aquellos que nacen de un ángel y
otras especies, normalmente humanas. Son raros, pero existen.

5
Los Nefilim son hijos de los "hijos de Dios" (‫םיהלאה ינב‬, bnei ha'elohim) y las "hijas del hombre" (bnot
ha'adam) (Génesis 6:1-4). Según la traducción, el término nefilim se ha traducido variadamente por
"gigantes", "titanes" o aún se ha dejado en el original hebreo.

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El Club de las Excomulgadas
Llevar el hijo de un ángel. Una idea asombrosa. Una que ni siquiera se
atrevió a plantear.

—Es un objetivo cuando se está haciendo—. Dijo él con un suave tono de


voz. —Un ángel puede elegir dejar su semilla o no, cuando llega al orgasmo.

— ¿Y tú...?—se sonrojó. —Perdóname, Mi Señor.

—Es tu cuerpo y tienes todo el derecho a preguntar. No, no lo hice. Hubiera


sido poco agradecido aprovecharme de ti de esa forma, ¿verdad?

De hecho, puede que no fuera del todo desagradable tener algo que
pudiera llamar suyo, algo que pudiera devolverle amor y ser un recuerdo
permanente de ese increíble día. Un día que no significaría nada para él en el
momento en el que abandonara la cueva. La oscuridad que trajo ese
pensamiento también trajo el penseamiento de lo que hubiera significado para
ella si se hubiera encontrado con un niño. El comienzo del fin. Pero el final
llegaría muy a su pesar, ¿verdad? Algunas cosas estaba en su mano, muchas otras

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no lo estaban. El desafío de su vida siempre había sido descubrir cuál era cual.

Él la estudió. —Pequeña—. Cuando ella miró hacia otro lado, él tomó un


mechón de su cabello, y comenzó a enrollarlo alrededor de sus nudillos, tirando
de su cuerpo inexorablemente. —Mírame.

Anna no pudo. No podría, pero él hacía que fuera imposible, por sinuoso,
serpenteante que fuera. Iba a tener que recoger su pelo cuando estuviera junto a
él... podía ver eso ahora. Ella trató de tonificar sus brazos, pero entonces, él
simplemente la alcanzó y empujó una de sus muñecas debajo de ella, haciendo
que cayera sobre su pecho. Sus manos todavía estaban enredadas en su cabello,
el brazo aún alrededor de su espalda, utilizando la otra para acariciar su rostro,
su barbilla, para levantársela.

Ella se percató que el corte en su rostro había desaparecido, como lo


habían hecho la mayor parte de los arañazos de su piel. Sólo la herida más grave,

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El Club de las Excomulgadas
en el ala, parecía estar provocándole molestias. Su capacidad de sanación era
asombrosa. Cuando finalmente lo miró a los ojos, estos quemaban, y de repente
supo que los ángeles podían destruir algo mortal. Hacer arder sus ojos, tomar sus
lenguas. Tomar su propia voluntad para vivir con solo el poder de su presencia. Su
mirada era tan oscura, que sintió que podía caer rendida dentro de su corazón; solo
que no era como el aterrador y frío Abismo. Esa era la oscuridad de estar envuelta
en algo cálido y caliente, algo que uno quisiera que acabara nunca.

—Era magia, pequeña. Pero no sólo fue magia. ¿Me comprendes?

— ¿Lo prometes?— lo dijo antes de que pudiera pensar lo que había


dicho, sabiendo lo que era. La pregunta de una persona inocente, de una niña.
Pero la mujer podía manejar lo que fuera que viniese, si la niña recibía la
respuesta correcta a esa pregunta en particular.

Parecía que se había sobresaltado, algo brilló en la profundidad de sus


ojos, pero entonces él se acercó sobre su rostro y se inclinó, tan cerca que ella

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tuvo que cerrar sus ojos, sus labios temblaron conforme él los besaba con los
suyos.

—Lo prometo. Y los ángeles nunca prometen algo que no es verdad.


Jamás.

Ella asintió, con los ojos aún cerrados. Podía vivir con eso. Con el paso
del tiempo había aprendido que las cosas pequeñas podían ser realmente las
cosas más grandes, como una roca al azar yendo a descansar donde debería estar
anclada en un pedrusco mucho más grande. Esas dos palabras eran lo que
importaba. No lo que viniera o cambiara después. Ese momento en el tiempo era
puro, ese pequeño gesto desvelando su verdad en ese lugar para siempre.

Así que se obligó a si misma a sonreír contra sus dedos, abriendo los ojos
para mirar su boca, su rostro. —Sabía que los ángeles se unían con otras
criaturas para conseguir energía. No sabía que lo hicieran también por placer.

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El Club de las Excomulgadas
La diversión que mantuvo en su mirada hizo que pareciera un simple
mortal. Accesible. —Todas las criaturas sienten deseo, y amor. Incluso las criaturas
arrogantes como los ángeles. Hay algunos... Que asumen la total sumisión. Quiere
decir que se someten plenamente al servicio de la Señora, y se comprometen a todo
de Ella. Sus cuerpos, mentes y almas. No comen, no beben o buscan placer carnal.
Ella es la conjunción de todo lo que quieren, para servirla.

—Como los sacerdotes, o los monjes.

Él asintió.

—Pero pensaba que todos los ángeles servían a la Señora.

—Lo hacemos. Pero es más como...— frunció el ceño, pensando un rato,


pero entonces Anna lo supo.

—Como los caballeros de antaño, quienes luchaban por la Iglesia, frente a


los sacerdotes. Sirven de diferentes maneras.

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— ¿Cómo sabes eso?

Ella se encogió de hombros. —He pasado tiempo en el mundo humano.


He estudiado su historia.

—Como yo—. Las sombras regresaron a sus ojos otra vez, el peligroso
conjunto de su boca que le hacía parecer tan formidable. Pero él respetó su
curiosidad. — ¿Alguien te echará de menos? ¿Tu familia? ¿Tu bisabuelo?

—No estoy mucho tiempo en un mismo lugar. Están acostumbrados a


mis ausencias.

—Así que nadie te cuida.

—Me cuido a mi misma —dijo ella con un rastro de irritación. —Te traje
aquí.

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El Club de las Excomulgadas
—Pese a mis órdenes de abandonarme.

—No fue una orden —se quejó ella.

Jonah resopló. —Realmente lo era, pero la ignoraste.

Ella se levantó, fue al agua. Durante un momento, él pensó que iba a bucear,
metamorfoseándose en su otro yo y dejarle allí. Levantándose, él se acercó por
detrás, sin tocarla pero estando justo detrás de ella. Sintiendo su cabello acariciar su
pecho, su abdomen, miró hacia abajo sobre la parte superior de su cabeza, los
rosados pezones que recientemente había lamido. Uno fue tratado con la fiereza
con la que la había tomado, y la duradera marca que le había hecho le provocó
una extraña sensación de satisfacción.

—No estoy enfadado contigo, pequeña. Sólo que no quiero que te hieran
por mi culpa. Estoy agradecido por tu ayuda—. Era algo así como una mentira,
él lo sabía. La oscuridad le había dado una tranquila bienvenida. Incluso cuando
el dolor había sido un señuelo que casi le había hecho querer resistirse con fuerza

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


a su ayuda.

Pero ella había sido persistente. Pensando en ello ahora, él se percató que
le había recordado a la presencia de la Señora. Esa resuelta tranquilidad que se
desplegaba desde su corazón al resto del cuerpo, imbuyéndole una tranquila paz.
Creando un deseo de estar más cerca de Ella, de introducirse dentro Su esencia y
de no abandonarla nunca. Cuando estuvo lo suficientemente consciente como
para percatarse de que era una sirena, había arriesgado su vida para dejarle sobre
el refugio. En un mar lleno de criaturas más fuertes, más hábiles, habían
permitido que una joven chica arriesgara su vida y cordura por él.

Necesitaba enviarla lejos. Allí estaría en peligro. No podía permitir que su


debilidad le provocara más daño.

— ¿Mi Señor?— su voz era suave, su aliento sobre su piel. Él tenía ambos
brazos alrededor de ella, uno a través sus senos, su antebrazo presionaba su

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El Club de las Excomulgadas
corazón palpitante, el otro sobre su cintura, manteniéndola contra él. Su ala sana se
había apartado y la cubría, protegiéndola. Sus plumas acariciaban sus pies.

— ¿Sí, Anna?

Ella presionó su sien contra su mandíbula, un inesperado gesto de


comodidad. Después de una pausa, habló con vacilación. —He visto a alguno de tu
especie una o dos veces. Al principio, pensé que había visto al viento mover las
nubes bajo el brillo de la luna, pero entonces fue como el brillo de una luz verde que
creaba marcas sobre la superficie de la arena cuando se camina sobre ella. Ya
sabes, ¿cómo cuando el peso de tu pie les prende fuego a las criaturas que crean
la luz, contándote que están allí y no es una ilusión?

Cuando él asintió, ella continuó. —Estaba flotando sola sobre la


superficie cuando brillaron en el cielo. Luego volaron más bajo. Dos o tres de
ellos.

Él pudo sentir su sonrisa contra su mandíbula mientras ella explicaba esa

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belleza. —Cuando las gaviotas revolotean en el cielo, hacen que parezca tan
fácil, pero ellos eclipsan hasta eso. Bailaron, los tres, arremolinándose y girando,
como si fueran capaces de viajar por el aire y, no obstante, girar de una vez para
poder hacer las cosas más extraordinarias.

—Los caminantes del viento —respondió Jonah. —Ellos guían a las


corrientes de aire. Alteran el flujo de las mareas, envían semillas a la tierra,
esparcen las cenizas de las cosas que deben ser diseminadas. Son criaturas felices.

Al parecer, algo en su voz hizo que girara su consideración hacia él. Bajo
el escrutinio de esos grandes ojos violetas con aros de plata alrededor del iris,
Jonah sintió como si hubieran cambiado. Y la visión no fue muy agradable.

—Hay otros —dijo él ásperamente. —Mensajeros, Sanadores,


Guardianes, Vigilantes.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Qué tipo de ángel eres tú, Mi Señor? Si los ángeles tienen muchas
asignaciones, ¿Cuál es la tuya?

Soy un ángel de la muerte. Pero no dijo eso. Tenía miedo de que si lo decía,
algo violento saldría de su interior.

Él creaba destrucción. La sangre y las cenizas de aquellos a los que


conquistaba eran parte de los que los Caminantes del Viento esparcían, antes de
que tocaran la tierra. Se arremolinaban en la nada, como si Los Oscuros que
destruía nunca existieran. Mientras los cuerpos de los ángeles que mataban caían
pesadamente a la tierra y tenían que ser incinerados después de lo sucedido.

— ¿Cuál es tu propósito, Mi Señor?— repitió ella, ladeando la cabeza con


ojos curiosos.

Jonah rehusó su contacto. —No soy un Caminante del Viento —dijo.

Alejándose de ella, se puso en cuclillas, desnudo y pensativo, en el filo del

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agua, con su ala sana extendiéndose automáticamente para equilibrarle mientras
la otra se quedaba plegada para protegerlo. —Me has dicho cosas que sabes
sobre los ángeles. Déjame decirte lo que sé sobre las sirenas—. Su mirada se alzó
y se clavó en ella. —Una sirena no puede cambiar de forma a no ser que
descienda de la casa real de Neptuno, de la línea sucesora de una hija en
particular, maldecida por su amor por un humano mortal.

Anna se quedó muy quieta, y la energía en la cueva se volvió más


cercana, haciendo que fuera difícil para ella respirar. —Eso es cierto—admitió al
final.

El asintió. —Es hora de que te vayas, pequeña. No puedo seguir poniendo


en peligro a una de las hijas de Neptuno. En particular una a la que estoy seguro
valora como una joya en su tridente por su valentía.

Ella parpadeó. —No comprendo.

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El Club de las Excomulgadas
Oh, por supuesto que lo haces, se dijo a sí misma. Había sido sólo magia para
sanarle, ridícula niña. Él es un ángel. Hace contigo lo que quiere.

Jonah se levantó, la sombra de su cuerpo hizo que su miembro le traicionara


al estremecerse con el recuerdo de él encima ella, rodeándola como ella le había
permitido. Una fugaz impresión, tan fugaz que ella la hubiera llamado ilusión
excepto que había aprendido hace tiempo que no podía permitirse ese tipo de
cinismo y mantenerse cuerda.

—Es demasiado peligroso para ti estar aquí si Los Oscuros están todavía
buscándome. Has hecho más de lo que cualquiera podía haberte pedido, y
realmente, más de lo que merezco.

Ella no iba a ponerse en ridículo. Anna bajó la vista para ver los fluidos de
él goteando por su pierna, su cuerpo todavía sonrojado e hinchado por sus
atenciones. Eso casi la hizo sentirse abrumada en ese momento. Cerró los puños
a su lado, tratando de contenerse.

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—Si no hay nada más que necesites, entonces, Mi Señor—. Obligándose
a tragar, ella alzó la mirada y le miró directamente a los ojos, aunque tuvo que
mantener el firme temblor de su barbilla. Pudo ver la comprensión en sus ojos, el
arrepentimiento. Si ocultaba su pena por su ingenuidad, podía simplemente
morirse. — ¿Cuánto tiempo deberás permanecer aquí antes de que puedas volver
a la superficie?

—Un rato —dijo él vagamente. Luego se alejó, inclinándose para recoger


el uniforme de batalla que había sido apartado descuidadamente en sus
momentos de pasión. Lo envolvió alrededor de sus caderas, ajustándolo, aunque
de algún modo la disimulada pieza sólo remarcaba la sensualidad de su bello
cuerpo. En todo caso, lo hacía aún más atractivo, ajustándolo alrededor de sus
caderas, con el dobladillo quedando muy alto en sus desnudos y musculosos
muslos. ¿Estaba ella húmeda por su culpa? Desde luego que sí.

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El Club de las Excomulgadas
Anna se centró en el pasado, tratando de concentrarse en un constante
sentimiento de maldad en su respuesta, algo que estaba empujando sus
preocupaciones personales. — ¿Un rato, Mi Señor?

—Sí. Descansaré aquí un poco, pequeña. Quizá más que eso. Es un lugar
tranquilo. Un buen lugar—. Su mirada se desvió al lugar donde había yacido —
Con buenos recuerdos.

Aunque ella se sintió un poco halagada, su mirada recorrió la húmeda


caverna con sus desnudas huellas de calor manando de las grietas. Parecía
solitaria, estéril, con los huesos de dragón como única compañía. Pero ella no
era un ángel. ¿Qué sabía de ellos que no fuera lo que había aprendido en las
últimas horas?

¿Qué sabía ella de nada? No era más que una niña para él, de todos
modos. Excepto por esos pequeños momentos cuando había ido más lejos de que
lo que habría ido un niño.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Para satisfacer su propósito.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Seis

David se sentó con las piernas cruzadas en un banco de nubes, mirando


hacia abajo la niebla filtrándose a través del alternante terreno verde y azul de la
superficie de la Tierra. Se concentró mayormente en el área azul. Había hecho
sólidas a las nubes de debajo para que soportaran su peso. Trataba de mantener eso
en mente, a pesar de sus otras preocupaciones urgentes. No quería que ese flujo de
pensamientos se interrumpiera por el repentino tirón de la gravedad mientras
dejaba que su atención vagara y descubriera que su asiento se había
transformado como las diáfanas olas que rodaban abajo en núcleos traslúcidos.

Sintió a Lucifer acercarse, sentarse a su lado, con sus alas negras


acariciando las blancas de David cuidadosamente plegadas en un afectuoso
saludo antes que Luc las plegara y se agachara, con los dedos de sus pies
curvándose en una nube esférica que se formó a instancias de él y se ajustó justo

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bajo la curva de sus dedos como si fuera un águila en la cima de la pequeña bola
dorada de un asta de bandera.

—Fanfarrón —dijo David ausente, aunque la línea de preocupación de su


ceño fruncido no disminuyó.

—No necesito tu trono opulento, jovencito —dijo Lucifer, proyectando


una mirada a la silla de David hecha por él mismo. —Pero sospecho que has
mantenido la vigilia aquí por un rato.

— ¿Has oído algo?

—Él está bajo la Línea. Eso es todo lo que sabemos. Rechazó a un


número excepcional de Oscuros. Su capitán pensó que había quedado libre de
ellos. Están muy intranquilos por eso. Él se fue separando de los otros. Hubo una
fiera batalla. El número era grande.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿No puede Ella…?— La voz de David se fue apagando mientras Lucifer
lo miraba, con sus ojos oscuros teñidos de rojo. Tenía el pelo negro largo hasta la
cintura, con su cuerpo delgado y fuerte emanando poder, podía transformarse a un
muy antiguo e intimidante nivel de sabiduría en censura si sentía que era
justificado.

Debido a que David se había convertido en ángel, había aprendido que el


misterioso Lucifer no era ni el ángel caído ni el cornudo espectro de maldad
sugerido por la religión humana. Mientras que eso era tranquilizador, estaba a
cargo del Infierno y nadie se cruzaba con el Señor del Inframundo a la ligera.

—Sabes que Ella no ofrecerá ayuda debajo la Línea a menos que se le


pida de una manera verdadera. Incluso bajo la más terrible coacción, él
permanece como uno de sus generales. El Comandante Principal de su Legión.
Todo lo que tendría que hacer es dirigir la más leve brizna de pensamiento hacia
Ella y Ella respondería. Si lo necesitara, Ella enviaría inmediatamente a Rafael
para sanarlo. Él no ha llamado. O no tiene necesidad de ayuda, o está muerto.

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David levantó un hombro. —Los Oscuros no creen que esté muerto. Lo
siguen buscando.

—Lo sé—. Por un momento, hubo una severidad alrededor de la boca de


Lucifer. —Él y sus ángeles, incluyéndote a ti, vencieron a muchos, pero siempre
hay algunos que se escapan y deben ser cazados.

—Si capturan vivo a un ángel, usan su energía…

—Jonah se autodestruiría antes de permitir que eso ocurriera, sin importar


su estado —dijo Luc con firmeza. —Te estás preocupando demasiado.

—Así como tú—, murmuró David. —De otro modo no te habrías unido a
mí aquí—. Bajó la mirada a los patrones azules de los océanos. Incluso a esa
altura, podía detectar su movimiento, la vasta profundidad. —Él llevó a algunos
de ellos lejos de mí a propósito, para protegerme.

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El Club de las Excomulgadas
—Aún estás aprendiendo, mientras él puede manejar a muchos.

—Creo que podía eliminarlos a todos sólo con su voluntad—, dijo David
lentamente—pero probablemente fue el estado de su mente el que lo echó del cielo.

Lucifer se movió para mirarlo. Como la mayoría de los ángeles, él y Jonah


nunca habían sido hombres, sus almas habían sido parte de los serafines desde el
principio. Mientras David había sido hecho ángel no hace más de treinta años de la
tierra. Él había sido humano, con su vida mortal perdida como adolescente, pero su
alma había sido llamada para servir a los ángeles, como lo eran ciertas almas
puras, en vez de reencarnarse.

Jonah había visto siglos de batallas y Lucifer… bien, su propósito era algo
diferente, pero ciertamente había estado alrededor bastante tiempo. Como fuera,
la calmada sensatez de David y su falta de ego hicieron que Lucifer le diera peso
a las palabras del joven ángel.

—Has notado su estado reciente.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Pasamos tiempo juntos, y él se estaba volviendo… más callado. A veces
sentí algo casi como desesperación en él—. Los ojos de David encontraron los de
Lucifer. —Estaba solo. A la deriva. Luc, los ángeles se emparejan ¿cierto?

La mirada de Lucifer se agudizó. —Lo hacen—, dijo con precaución. —A


menudo el equilibrio viene en parejas, David. Pero el tiempo es mucho más
relativo para nosotros, así que para la mayoría de los ángeles pasan siglos antes
de que llegue el impulso. Todos somos machos, así que aquellos que desean
hembras encuentran su otra mitad fuera de nuestra especie. Y los ángeles se
emparejan sólo una vez, sin importar la esperanza de vida de quienes elijan.

—Como los cisnes —dijo David con consideración.

—Nunca pensé en comparar a Jonah con un cisne. Tal vez con un halcón
irascible. Ah, al Hades con él—. Lucifer dirigió su penetrante mirada hacia

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El Club de las Excomulgadas
abajo, al mar. —Lo he conocido por muchísimo tiempo. Tú lo has conocido por
poco tiempo. Y sin embargo ambos lo queremos bien, creo.

Estirándose, sacó una mano llena de plumas, casi derribando a David de su


posición. —Vamos, polluelo. ¿Tienes ganas de nadar?

David se alzó, estabilizando su postura, sus alas extendiéndose. —Sí.

—Entonces veamos qué nos puede decir el océano acerca de nuestro


hermano perdido.

La magia de la Unión era sólo una herramienta. Una herramienta


manipuladora y diabólica que quitaba cada gramo de energía de su alma y de su
mente, creando la ilusión de que formaba un lazo permanente de uno con otro.
Ahora Anna sabía por qué tantas mujeres tenían tan tristes enamoramientos con
el primer macho con el que yacían. Como ella.

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Parecía que mientras más lejos nadaba, más sentía la necesidad de volver
a él. Sin importar que con toda brusquedad él le hubiera ordenado que se fuera, y
ciertamente no le había pedido que revisara nada con Mina.

Se dijo a sí misma que iba con Mina para averiguar si había algo que
pudiera hacer para sanar al ángel, devolverlo a los cielos, sacarlo de esa cueva.
Más allá de donde ella podía alcanzarlo físicamente, lo cual podría ayudar a
sacarlo de su mente.

Y el pez volaría.

En el extraño orden de las cosas, consideraba a Mina su amiga más


cercana, más familia que muchos de los primos que tenía. Por supuesto, Anna
estaba comenzando a sospechar que tenía una debilidad por creer que las
relaciones eran mucho más de lo que pensaba como el objeto de sus afectos. Lo
más probable era que Mina no hubiera pensado jamás en ella como una

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El Club de las Excomulgadas
hermana. Quizás ni siquiera como en una amiga. Pero, Mina mantenía su soledad
del mismo modo que un esqueleto guarda los órganos internos, determinando su
función con un solo propósito.

Aunque en el nivel del agua era más tolerable, la casa de Mina aun estaba en
los niveles superiores del Abismo. La fosa olvidada era el vecindario perfecto,
según el modo de pensar de Mina. La mayoría de las criaturas, excepto aquellas
que vivían en la oscuridad, evitaban una proximidad prolongada a ella.

Mientras buscaba la apertura de la cueva, Anna se dejó a sí misma


elevarse cuidadosamente del Abismo. Sintió una sensación estrujante de alivio
cuando las luces empezaron a permear y pudo ver una vez más, reconociendo
sus alrededores. También estaba aliviada de no sentir la presencia de los
Oscuros. Por supuesto que sin Jonah, sospechaba que la ignorarían. Tanto como
los ángeles harían en un día normal. Sólo una criatura inconsecuente,
insignificante en las elaboradas maquinaciones del Cielo y del Infierno.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Sus dañados sentimientos no podían negar eso, al menos, Jonah había
parecido reacio a que ella se fuera. Cuando se había metido al agua y cambiado
de vuelta a su forma de sirena, él le dijo cómo volver a la garganta principal del
Abismo. Hizo que le repitiera varias veces las indicaciones del túnel,
aparentemente para asegurarse de que ella no volviera a desorientarse.

—Si los Oscuros siguen ahí afuera, pequeña, los sentirás. Y si los sientes,
toma el camino contrario. Te prohíbo que te preocupes por mí. Puedo
arreglármelas solo, ahora que me has ayudado a sanar mi ala.

Aunque él mismo había admitido que el ala no estaba lista aún para
vuelos prolongados, y ella sospechaba por la cuidadosa manera en que se movía
que tenía impacto en su equilibrio.

Había sido herida por su despedida, pero si iba a ser despiadada consigo
misma, sabía que era por sus propias acciones. Había sido magia, pedida
honestamente y dada libremente. Así que dejó de lado la reacción personal y

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El Club de las Excomulgadas
femenina, y se enfocó en lo que estaba segura era mucho más importante. Algo
aparte del ala estaba mal. Ella quería hablar con Mina, quien, de todos, sería menos
probable que pensara que estaba loca.

— ¿Estás completamente loca?

El siseo la sobresaltó, porque parecía venir hacia ella desde varias


direcciones a la vez. Anna aulló y giró, encontrándose por un horroroso momento
en medio de un enredado lecho de negras correas de ropa. Resbalaban lejos de ella
como un bosque de zarcillos de medusa mientras Mina retrocedía, jalando la
capa que siempre usaba alrededor, ocultando el verdadero contorno de su forma.

—Ven aquí, fuera de la vista. Ahora mismo no es seguro estar en la


entrada cerca del Abismo.

Mina nadó por la entrada de la cueva, lo cual requería una cuidadosa


maniobra porque estaba camuflada por una miríada inhospitalaria de formas de
vida marina, incluido un desenfrenado jardín de coral de fuego urticante. La

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única porción de la parte inferior de su cuerpo visible bajo la capa eran dos
delgados tentáculos negros, cada uno de cerca de un metro ochenta de largo, que
la ayudaban a propulsarla y servían como un par extra de apéndices cuando los
necesitaba. Mientras Mina era de la gente sirena, como Anna, también era algo
más que eso.

Tantas cosas las conectaban, y aun así eran las mismas cosas las que
mantenían su relación al menos cautelosa. Cuando ella detuvo en las sombras de
la caverna, Anna supo que esto era lo más lejos que llegarían. Ella nunca había
estado más allá de quince metros dentro del hogar de Mina. Pero estaba segura
de que era más de lo que se le había permitido ir a nadie.

Mina era sólo un puñado de años mayor que ella, la única criatura marina
que la gente prefería ver menos que a Anna. Sin embargo, eso no les impedía
buscarla por sus pociones y conjuros altamente eficientes. Anna nunca le había
pedido ninguno de los dos. Después de volverse lo suficientemente adulta como

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El Club de las Excomulgadas
para salir sola y saber cómo estaba atada la historia de Mina a la suya, la había
perseguido. Mina había amenazado con convertirla en gato y dejarla ahogarse si no
se iba. Anna había ofrecido ayudarle a reunir plantas en las áreas más habitadas
que a Mina no le gustaban. Tomó tiempo, pero al final Mina accedió, y el incierto
lazo comenzó.

Ahora, siete años más tarde, Anna ya no estaba segura de su bienvenida al


hogar de Mina de lo que estaba la primera vez que había ido allí. Simplemente
dependía de su humor. Pero Anna había aprendido a no hacer excepciones...
mucho. Una o dos veces pilló a la bruja mirándola fijamente como extasiada,
con una escalofriante lujuria de sangre en sus ojos vacíos. En esos días, Mina se
había despertado sólo para ordenarle alejarse, diciéndole que no volviera jamás.
Pero Anna siempre volvía.

Pensando ahora sobre eso, Anna vio una conexión similar entre la
oscuridad de Mina y lo que había sentido con Jonah. Como si tanto Jonah como
Mina estuvieran envueltos en una lucha personal con demonios de los cuales no

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les interesaba discutir. Ella no sabía si los demonios de Jonah habían estado con
él a lo largo de toda su vida, pero sabía que los de Mina sí. Así que tal vez era
más apropiado que hubiera pensado primero en buscar la ayuda de Mina.

— ¿Qué has estado haciendo? —demandó Mina.

— ¿Qué quieres decir?

—Los Oscuros andaban sueltos y alborotando en el lecho oceánico,


buscando a uno de los alados. Y está todo sobre ti, su aura. Estás brillando
completamente con eso —Mina ya estaba hurgando a través de sus provisiones,
buscando dentro de grietas en la roca usadas para almacenar sus tónicos y
pociones para sanar.

—Dijo que estaría segura mientras no estuviera con él.

—Idiota.

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El Club de las Excomulgadas
—Mina —jadeó Anna. —Es un ángel.

—Y un idiota. Aquí, bebe esto rápidamente. Te purgará y te desharás de ese


brillo. Hazlo o lo haré bajar por tu garganta.

Anna dudó. — ¿Qué quieres decir con purgar? ¿No… es olvidar?

Mina se detuvo, la miró fijamente. —No —dijo finalmente. —Es una


limpieza, no un…

—Limpieza… Cómo… Eso significa…—Él dijo que podía


voluntariamente retener su semilla, pero y si…

Mina la miró detenidamente. Ahora su mirada viajó más lentamente por


Anna, aparentemente viendo mucho más que sus auras.

—Anna, yaciste con él.

—Fue necesario, para sanarlo. Usó la Magia de Unión —Y luego,

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inexplicablemente, Anna rompió en lágrimas. —No sé por qué lo hice —dijo al
final, cuando pudo controlarse.

—Llorar en el océano es una triste metáfora —dijo Mina crípticamente.


—Y lo sabes. Lo veo todo el tiempo en esas patéticas criaturas que se escabullen
hasta mí en busca de pociones de amor. Sientes ese maravilloso anhelo, pero al
mismo tiempo te hiere. Como si hubieras vislumbrado el significado del
universo, pero ya sabes que no puedes aferrarte a él. Se burla de ti. Así que dime
toda la historia, de principio a fin.

Y Anna accedió. Conocía a Mina lo suficiente para saber lo inútil que era
discutir su cínica afirmación o hablar ofendida por ser incluida entre ‘las
criaturas patéticas’. Como no se detuviera en su apareamiento, Mina le hizo más
preguntas sobre eso de lo que era cómodo, mirándola con su típica e incómoda
astucia con su visible ojo carmesí. El resto de su cara, como la mayor parte de los
rasgos de su cuerpo, estaba sombreado por el hábito y los zarcillos flotantes de su

84
El Club de las Excomulgadas
capa, aunque Anna podía ver las rugosas cicatrices que cubrían su mejilla y
mandíbula debajo del brillante ojo.

Cuando terminó, Mina levantó una ceja. —Él tuvo que usar la Magia de
Unión. Era lo único que podía funcionar —imitó Mina. —Oh, eso es bueno. Si
tuviera una anémona por cada vez que he oído eso…

—Mina…— Anna dejó salir una asustada risita ante el ácido comentario,
pero luego negó. —No sé si puedo lograr que se vaya.

La bruja marina ladeó su cabeza. — ¿Él está enamorado de ti y todo eso?

—No. No —Anna palideció. —Diosas, es un ángel, Mina. No soy tan


boba como piensas. Es sólo… Es casi como… Cuando lo encontré, quería que lo
abandonara. Que simplemente lo dejara morir. Entonces lo llevé a la cueva, y fue
como si no estuviera interesado en dejarla. Nunca. ¿Puede que su herida haya
afectado su mente? Ni siquiera parece querer que lo encuentre su propia especie.
No lo puedo explicar. Está mal, eso es todo.

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—Entonces él no quiere volver a los cielos. Algunas veces las personas se
cansan de lo que hacen y quieren hacer algo diferente, al menos por un rato.
Esos humanos de los que eres tan fanática… ¿Cómo lo llaman? Se toman un
descanso.

—No. No es eso—. Anna levantó un hombro encogiéndose, lanzó una


risa infeliz. —Aunque no niego que yo podría ser un descanso. Que fui un
descanso—. Se corrigió a sí misma.

Mina le dio una mirada impaciente. — ¿Tengo que sostener tu mano


mientras pasas por esto, como a un niño? Supéralo. Las relaciones podrían ser
mucho mejores si no estuvieran atadas al sexo. El sexo debería ser tan básico
como comer o cag…

—No lo compares con eso.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Ves a lo que me refiero? Si fuera sólo una función corporal, nadie se
confundiría sobre si estarían enamorados o no. No tendría nada que ver con el
cuerpo. La mayoría de las pociones que doy son para simplemente atenuar el deseo
sexual. Eso le dice a la gente instantáneamente si están pensando con sus corazones
o con sus hormonas.

—Me voy. Sólo me estás deprimiendo.

—Eso nunca te detuvo de rondar casi incesantemente antes. Y de todos


modos, volverás a verlo.

Anna se mordió su irritada réplica. — ¿Qué?

Mina se elevó y comenzó a hurgar otra vez entre las provisiones,


metiendo cosas en su capa. —Eres muchas cosas, Anna. Impulsiva, demasiado
abierta y cariñosa. Pero no eres boba. Ni en lo más mínimo. Los Oscuros
volverán muy pronto. Saben que él sigue aquí. Y no hay nada que los Oscuros
quieran tanto como capturar a un ángel.

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— ¿Por qué? ¿Para matarlo?

—No —Mina negó. —Mucho peor que eso. Para cortarlo y abrirlo y
tomar el poder de la Señora que reside en su pecho. Aumentaría su propio poder
exponencialmente y harían un esclavo de su voluntad, mientras tuvieran su
corazón. Él pelearía por ellos.

Anna le dio una mirada de horror. — ¿Por qué no me lo dijiste antes?


Podría estar en peligro. Podría…

—Ni siquiera te lo iba a decir—. La bruja se encogió de hombros. —No es


nuestra preocupación. Pero entonces me supuse que lo oirías cuando pasara, y
estarías rondando por aquí otra vez, culpándote y esparciendo tu culpa lo
suficientemente pesada como para sofocarme.

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El Club de las Excomulgadas
Anna contó hasta diez, pensando que no sería productivo para ella estirarse
y tratar de estrangular a la bruja. —Entonces vas a volver conmigo ¿Porque…?—,
preguntó con los dientes apretados.

—Porque sin mi ayuda, intentarás hacer algo noble y estúpido para salvarlo
y harás que te maten. Quédate aquí. Iré más profundo dentro de mi cueva y pondré
juntos algunos ingredientes que pueden ayudarlo. Luego iremos a evaluar su
condición. Si no vuelve a los cielos, tal vez puedas persuadirlo para que vaya a la
superficie, en algún lugar alejado de donde aterrizó originalmente. Puedo conseguir
un modo de disfrazarlo, no sólo de los Oscuros, sino de su propia especie.

— ¿Su propia especie? No lo entiendo.

—Ellos son la mejor fuente de ayuda para él, pero no los ha llamado.
¿Sabes por qué? —preguntó Mina sin rodeos. —Los ángeles son seres poderosos,
Anna, pero eso no los hace enteramente buenos. También necesitas tener eso en
mente por tu ángel. Puede que se esté escondiendo por una razón no tan

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angelical.

—No, él no cayó en la gracia. Estoy segura de eso. Es…— La ceja de


Anna se fruncieron. — ¿Recuerdas al delfín macho, ese cuyo hermano fue
asesinado?

—Sí. Lo seguiste alrededor del océano, te convertiste en su familia hasta


que estuvo dispuesto a integrarse otra vez a un grupo de machos —Mina
murmuró algo para sí misma y añadió a su persona otro paquete de sus
provisiones escondidas.

—Él quería morir —dijo Anna suavemente. —No veía nada en el mundo
que lo mantuviera aquí. Su pérdida lo hirió tanto, que sólo se apagó, esperando
morir.

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El Club de las Excomulgadas
—Tu ángel no es un delfín, Anna—. Mina negó. —Puede que tu capacidad
para amar no tenga fin, pero no siempre puedes salvar el día. No será suficiente
para salvarte a ti, deja solos a todos los demás.

Anna bajó la mirada, enfocándose por un largo momento en el balanceo


automático y lento de su cola, manteniéndola fija en el agua. —Bien entonces, ese
día no volveré a ser una molestia para ti ¿Cierto?

Cuando ella levantó la mirada y se encontró con la de la bruja marina, pensó


haber visto un destello de arrepentimiento, pero había aprendido hacía mucho
tiempo la lección sobre no asignarle emociones normales a Mina. —Puede que
tengas razón —dijo finalmente. —Pero debo ayudarlo. Cuando un ángel cae del
cielo prácticamente en tus brazos ¿Cómo puede eso no ser el Destino?

Mina le dio una mirada reticente, y se volvió a alejar. — ¿Es guapo?

—Por supuesto. Quiero decir, es un ángel.

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—Su cuerpo… ¿Está hecho a la perfección?

—Mina—. Anna resopló por el brillo en el ojo de Mina. —Ahora te estás


burlando de mí.

—Raramente consigo tener en mi cueva hombres guapos, confiados y


poderosos. Nunca lo suficientemente cerca para oler su piel, ver sus cuerpos
moverse con tal belleza casual—. Ella se estaba alejando por el hueco de la
cueva, con las sombras tragándosela, pero su voz aún resonaba. —El fluir de sus
músculos, la tensión de un trasero mientras se dan la vuelta. La oportunidad de
dibujar con mi dedo una línea por las crestas de las escamas superpuestas y
descubrir lo que ocultan bajo ellas. Tal vez sólo quiera saber.

La imagen que evocaba era sorprendente, poderosa, particularmente en


combinación con el tono hipnótico de su voz con el cual Mina murmuraba. Las
palabras hacían eco a través de la caverna, vibrando en el agua contra el cuerpo
de Anna. Ahora no sabía si Mina se estaba burlando o simplemente diciendo la

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El Club de las Excomulgadas
verdad. Con Mina, uno nunca sabía. Y ciertamente llevaba la conversación en una
dirección diferente, distrayendo a Anna de áreas más problemáticas.

— ¿Bien? Sigue hablando. Aun puedo escucharte—. Mina sonaba aun más
lejos, sugiriendo que había unos pocos más giros y vueltas en el misterioso hueco
de su hogar.

—Está hecho con mucha precisión —dijo Anna con cuidado. Entonces la
imagen que Mina había pintado estimuló la propia y no lo pudo evitar. —Oh,
Mina, nunca he… Él es tan grande y poderoso. Todo músculo firme. Sus brazos
y piernas… Sus hombros se ven tan anchos como la cuaderna de un barco. Sé
que probablemente todos los ángeles son así, pero de algún modo, sé que él es
más guapo, más hermoso que todos ellos. Que la Diosa me ayude.

Mina volvió a emerger, y su ojo rojo parpadeó una vez, sosteniendo una
abundancia de cosas que Anna no pudo descifrar. —No sé si la Diosa te
ayudará, Anna. Pero yo lo haré.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


*******

Si él meditara sobre ello, Jonah podría llegar abajo, abajo, y sentir muy
cerca el filtrado de llamas del mundo de debajo de Lucifer. Si quisiera alcanzar
más lejos, sabía que encontraría la esencia del mismo Luc. Así como lo podría
hacer con la Dama si fuera en la dirección contraria. Tan arriba, tan abajo.

Pero no lo hizo. Prefería esto, este lugar de éxtasis, bajo una Línea, y
sobre la siguiente. Incorpóreo, como si su alma se hubiera separado.

Había estado de lado por un rato, quizás horas, estudiando el contorno


del dragón en la pared. En el nivel del agua, ajustó su barbilla para ver la cabeza
de Anna romper la superficie, con su largo pelo dorado, que ondulaba y rizaba
salvajemente cuando se secaba, ahora liso sobre su cráneo y hombros desnudos.
Su corazón saltó a su garganta, dejando de lado el hecho de que ella ignoró su
deseo de que no volviera. No, no su deseo. Su orden. No era para nada su deseo.

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El Club de las Excomulgadas
Otro ser apareció en la superficie y se agarró de las rocas, elevándose
graciosamente a sí misma sobre ellas, a pesar de la capa que la hacía ser
irreconocible. Entonces él sintió…

¡Oscuro! Estalló a través de su sistema, disparando todas las alarmas. Aquí,


donde estaba Anna, donde Anna podría ser herida. Jonah se lanzó desde el suelo,
ignorando el dolor abrasador que se disparó a través de su columna, maldiciendo el
hecho de que casi tropezó por la sacudida que le causó. Todavía se movía lo
suficientemente rápido de modo que la criatura sólo tuvo tiempo de dejar salir un
alarido femenino y se lanzó a sí misma hacia atrás mientras él buscaba una
espada que estaba ahí. El hecho de que estuviera desequilibrado era la única cosa
que hizo que su agarre en su garganta fallara por poco. De otro modo, estaba
seguro que lo podría haber roto en un latido.

Entonces Anna estuvo allí, y antes de que pudiera detenerla, se lanzó


sobre la criatura tumbada, un montón de harapos y pelo negro enredado.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Anna, sal…

— ¡No!— Anna pasó sus miembros alrededor del cuerpo del Oscuro
como una mamá pájaro con un valioso huevo. — ¡Jonah, no! Esta es Mina. Es
una bruja marina. Una sanadora.

—Es una Oscura.

—A medias —dijo Anna empáticamente. —Su madre era una sirena. Es mi


amiga. No es mala. Por favor, la estás asustando. Retrocede. Aléjate.

Él luchó con ello, atrapado en la lujuria de sangre que había sido


entrenado para elevar al nivel de matar ante la menor insinuación de un Oscuro.
Sólo los ojos de Anna lo rompieron, el ruego en su voz.

—Por favor, Mi Señor. La he conocido toda mi vida.

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El Club de las Excomulgadas
Después de considerarlo, retrocedió, y Anna se elevó con precaución. Mina
se enderezó sentándose. Tenía el odiado iris rojo de los Oscuros en el único ojo que
él podía ver, casi el único rasgo de un rostro marcado distinguible en los pliegues de
su capa. Ese ojo seguía cada movimiento casi tan de cerca como él seguía los de
ella. Mientras la observaba, ella pronunció varias palabras fuertes y poco familiares.
La insinuación de un par de retorcidos tentáculos desapareció, dándole la habilidad
de pararse en dos piernas, aunque él sólo podía ver sus pies y tobillos.

Mientras Anna decía que había asustado a la bruja, ella no lo demostraba.


Su cara era una máscara impasible. Saliendo de la protección del cuerpo de
Anna, la bruja comenzó a moverse hacia su izquierda, estudiando su herida.

—La navaja que hizo esto ¿La viste?

Jonah se movió con ella, manteniéndose instintivamente entre ella y


Anna.

—Mi Señor…

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—No, Anna. Quédate dónde estás para que no necesite preocuparse por
ti.

Él se sorprendió por la advertencia de ella, y el cuidadoso escrutinio que


estaba dándole a la herida, a pesar de que no estaba haciendo el menor intento
de ayudarla a examinarlo.

—Fue un hacha —dijo con brusquedad.

—Fue más que un hacha—. Mina dio deliberadamente tres pasos hacia
adelante. —Si no eres demasiado tímido para dejarme tocarla, creo que la herida
está envenenada. Puedo ayudarte.

—Estarías ayudando a un ángel —no se molestó en ocultar su risa cínica.

—Estaría ayudando a Anna—. Mina se plantó en sus pies.

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El Club de las Excomulgadas
—Tu suciedad no me tocará.

—Si quieres yacer aquí y dejar que se infecte hasta que te pudras y mueras,
gaviota malhumorada —respondió Mina —esa no es mi preocupación.

—Mi Señor, por favor. Mina —Anna tiró una mirada de advertencia entre
ambos, luego se volvió hacia Jonah. —Ella ha venido aquí a ayudarte, lo prometo.
Desde que nací, Mina no ha hecho nada más que ayudarme y protegerme.

Jonah sabía que no debería sorprenderle. La lealtad era usualmente un


compromiso cercano a la valentía y ya sabía que su sirena tenía una tonta
superabundancia de lo último. A pesar de eso, él tenía demasiada experiencia
con los Oscuros para simplemente seguir adelante por su fe.

—Ella finge amistad por la ventaja que le ofreces, acercándola a la casa de


Neptuno.

Anna dejó salir un resoplido poco elegante casi al mismo tiempo que

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Mina rodó los ojos, desconcertándolo e irritándolo al mismo tiempo.

—Confía en mí, Mi Señor —dijo Anna con resolución. —Ser mi amiga


no le ofrece ventaja a nadie.

—Excepto a ti, tal vez—. Ofreció Mina en tono seco, mirando fijamente a
Jonah con ese odioso ojo.

Pero ahora que él había tenido un momento para ajustarse, podía decir
que había algo diferente sobre este Engendro Oscuro. Su experiencia con los
pocos que se las arreglaban para sobrevivir al nacimiento era: los que eran
totalmente malvados, incapaces de controlarse u ocultar su naturaleza básica, o
eran tan deformes que no vivían más allá de dos o tres años.

Le intrigaba sentir una dualidad en la naturaleza de esta, una fuerte


oscuridad en guerra con una luz trémula. Aunque no le hacía sentir menos

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El Club de las Excomulgadas
repulsión por ella o más confiado, estaba más dispuesto a tolerar su presencia en la
habitación con Anna. Dentro de algunos límites.

—Mi Señor—. Anna estaba hablando otra vez. —Si no hay nada que pueda
decir que te pueda hacer comprender, te pido que respetes mi juicio, por cortesía
hacia mí. Si sientes que me debes un momento de tal consideración—, añadió.

Él ladeó la cabeza hacia ella, aun manteniendo a Mina en su visión


periférica. —Ahora, sigues con lo educada. Orgullosa. Y usando el hecho de que
salvaste mi vida para que me comporte.

Anna abrió la boca, un rubor tiñó sus mejillas, pero Jonah movió una
mano.

—La Diosa a la que sirvo es mujer, Anna. No estoy desacostumbrado a


esas tácticas—. Al sonido de la criatura oscura a su derecha, él arqueó una ceja a
Mina. — ¿Te estás riendo de nosotros, Engendro Oscuro?

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Me rio de casi de todo, Mi Señor —dijo Mina, con la seriedad de su
único ojo visible no alterada ni un poco.

—Mmm. Permitiré que me examines—. Le tomó un tremendo esfuerzo


decirlo, pero a decir verdad ¿Qué le importaba a él? ¿Qué tenía que perder? Por
supuesto, esa respuesta estaba en la caverna, justo a su derecha, mirándolo con
preocupación en su adorable cara. No arrastraría a una inocente con él. —No te
haré daño, por el momento.

— ¿Lo prometes? —preguntó Anna.

Él le disparó una mirada estrecha. —Usar en mí contra las verdades que


te he dicho también es un arma de mujer.

Cuando ella pestañeó inocentemente, él dejó escapar el aliento. —Lo


prometo—. Le irritaba que la limpieza de su expresión lo complaciera, así que
bajó una ceja, mientras se volvía hacia Mina, sin molestarse en enmascarar la

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El Club de las Excomulgadas
amenaza en su voz. —Pero ten en cuenta que he destruido Oscuros mucho más
poderosos que tú. Si causas cualquier daño a Anna, no vivirás para arrepentirte.

—Mis sentimientos exactos hacia ti, Mi Señor—. Mina se acercó y examinó


la herida, la unión con el ala, aunque no lo tocó como esperaba. —No puedes
usarla bien ¿O sí? Los músculos no se están fusionando como debieran.

Él negó, esperando que eso terminara. A pesar de su acuerdo, su corazón


estaba tronando, su cuerpo tenso, listo a reaccionar si la criatura se volvía en la
dirección equivocada hacia Anna, sin importar lo ilógico de eso, si ambas se
conocían la una a la otra desde hace algún tiempo. Pero los Oscuros eran
completamente malvados, y la criatura estaba estancada en su sangre, así como
una variedad de otras cosas perturbadoras.

¿Por qué no podía ella simplemente irse para tener a Anna sólo para él?
Quería su seguridad. Pero más que eso, no obstante el hecho de que ella no
debería haber vuelto para nada, él se encontraba inapropiadamente feliz por su

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


desobediencia.

—Definitivamente había un veneno en la navaja —murmuró la bruja


marina. —Hecho muy inteligentemente, pero no irreversible. Espero, Mi Señor,
que su intento fuera inutilizarlo por un largo período de tiempo para ellos tener
una mejor oportunidad de capturarlo. Incluso ahora, siguen buscándolo.

—Y tú la trajiste de vuelta aquí…

—Ella me trajo aquí, Mi Señor. Puedes dirigir tu ira hacia ella.

Anna abrió la boca, luego la cerró, sugiriendo que había más en esa
historia, pero Jonah se las arregló para acallar su reacción con un simple brillo,
mientras Mina continuaba.

—Si quisieras sentarte, te pondré en un círculo de sanación y usaré un


simple conjuro que empezará el proceso de limpieza. El veneno no puede

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El Club de las Excomulgadas
matarte, pero mientras esté en tu sistema, dificultará la capacidad del ala de sanar.

Cuando la atención de ella cambió a Anna brevemente, Anna vio el mensaje


no dicho. Y podría ser lo que causó que su mente estuviera afectada tan
extrañamente.

—Muy bien—. Anna dejó escapar un respiro de alivio cuando Jonah tomó
asiento, con las piernas cruzadas, en la saliente plana y ancha, manteniendo a Mina
en su visión periférica como un león vigilante mientras ella empezaba a reunir rocas
sueltas. Sacando una herramienta filosa del escondite de tu capa, lo usó para
romperlas hasta dejarlas de un tamaño uniforme. Mientras comenzaba a
construir un círculo a su alrededor, aparentemente satisfaciéndole sus
intenciones inmediatas, él cambió su mirada de vuelta a Anna. Ella había
tomado una posición a lo largo de la muralla del dragón, con sus caderas
descansando en sus nerviosas manos que deliberadamente había doblado en su
espalda.

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Por un lado, estaba contenta porque sus pensamientos inmediatos se
habían alejado de matar a su amiga. Por otro lado, cuando él la miró, Anna se
dio cuenta de cómo su posición inclinaba hacia arriba sus pechos, atrayendo su
atención incluso aunque su largo cabello se enredaba hacia adelante sobre sus
hombros, impidiendo la vista de su cuerpo hasta la unión de sus muslos.

Parecía fuera de lugar estar pensando tales cosas ahora mismo, pero el
modo en que sus ojos se movían sobre ella le recordaba cuan recientemente
había sentido su cuerpo tomar el de ella. Encontró que no podía pensar en nada
más cuando la miraba de ese modo. —Échate el pelo hacia atrás, pequeña.

Anna miro hacia Mina, quien los ignoró y siguió arreglando las rocas.
Anna empujó su pelo encima de un hombro, luego sobre el otro, sintiendo el
ardor expandirse a través de su piel por la expresión de él mientras se revelaba a
sí misma. Usaba otra vez los pañuelos en la cadera y en sus pechos, pero por el
modo en que la estudiaba, sabía que estaba imaginando en detalle cómo lucía sin
ellos, aunque a decir verdad no se requería demasiada imaginación. El pañuelo

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El Club de las Excomulgadas
de arriba estaba anudado sobre sus pechos, revelando claramente las oscuras
manchas de sus pezones, particularmente con la tela mojada como lo estaba ahora.

Las sirenas no eran tímidas con su cuerpo, pero después de lo que habían
hecho antes, ella se sentía consciente de sí misma. Y no se desnudaría frente a
Mina. Sus ojos se alejaron hacia los labios de él, a la línea de su mandíbula… a esos
ojos oscuros e implacables. Está bien, tal vez si lo haría.

—Te deseo otra vez, pequeña.

Que la Diosa me ayude.

—No es una mala idea —dijo Mina eficientemente antes de que la


vergüenza pudiera invadir a Anna. —Debería realizar diariamente la Magia de
Unión con ella, o con quien quiera que esté disponible, para ayudarte a aumentar
la energía. Acelerará tu recuperación y fortalecerá lo que estoy a punto de hacer
para sacar el veneno. Necesitarás un refuerzo.

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O quien quiera que estuviera disponible… Como un hecho consumado… tan
médico. Aparentemente para Mina era así de simple. Mientras la reacción de
Anna a la mirada de Jonah y a las roncas palabras era cualquier cosa excepto
eso. ¿Cómo se las arreglaría él para hacer eso, penetrar su mente de modo que
sus pensamientos se alzaran y se estremeciera con las posibilidades,
entusiasmándose tanto como lo hacía su cuerpo por sus atenciones?

A él parecía importarle poco el diagnóstico de Mina. Mientras su postura


era rígida y alerta, traicionando su disgusto por su proximidad, no prestó
atención más allá de eso a lo que ella estaba haciendo. Eligiendo una roca, ella
empezó a cantar. La levantó sobre su cabeza, girando hacia los cuatro puntos del
círculo, y luego la bajó para empezar el mismo proceso con la siguiente roca.

¿Él la tomaría con Mina presente? ¿Su emparejamiento significaba tan


poco? ¿Un receptáculo impersonal para su lujuria, para su sanación? Pero él dijo
que significaba más. Lo había prometido.

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El Club de las Excomulgadas
Jonah extendió una mano. —Ven a sentarte conmigo, Anna. Mientras eso
no moleste a tu… amiga.

Él se inclinó ligeramente en dirección a Mina. La bruja marina simplemente


levantó otra roca. Cuando Jonah volvió a mirar a Anna, Mina la golpeó contra la
parte de atrás de su cabeza.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Siete

El destello verde del poder adicional que le había dado al golpe estalló en
una lluvia de chispas.

Jonah cayó, sin conocimiento.

— ¡Mina!, —chilló Anna, lanzándose como una flecha hacia adelante. —


¿Qué estás…?

—Sacándolos a ambos de aquí. — Pateando las rocas fuera de su camino,


Mina sacó un vial del escondite de su capa. —Él se quedará aquí y dejará que lo
maten. Tenías razón. Tú y tu maldita intuición. —Mina destapó la poción. —
Sostén su cabeza levantada. No quiero que se ahogue.

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Mientras Anna dudaba, el tono de la bruja marina se volvió afilado,
impaciente. —Anna, no tenemos mucho tiempo. Te dije que los Oscuros siguen
buscándolo. Bien, lo están buscando. Quiero decir ahora mismo. Si no estuviera
tan encaprichado contigo, probablemente los hubiera sentido después de sentirlos
yo, justo cuando llegamos aquí.

— ¿Por qué no dijiste…?

—Porque estaba evaluando la situación.

Anna cerró su mirada con la de la bruja. —No los guiamos acá ¿cierto?

— ¿Quieres decir, si yo los guie aquí? — Ese ojo carmesí destelló. —Bien,
si es capturado, puedes asumir que yo lo hice. Si lo ayudo a escapar, entonces
tendrás una respuesta diferente. Pero si arrastras tus aletas anales y no sostienes
su cabeza, realmente nunca lo sabrás, porque ellos nos tendrán a todos.

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El Club de las Excomulgadas

Quedándose callada, Anna se inclinó, deslizando su mano debajo del cuello


de Jonah. —Estará tan enojado…

—Y vivo. — Mina dejó caer la poción por su garganta, masajeando hasta


que logró que tragara involuntariamente. —Pero tienes razón. Me alegra no estar
alrededor cuando despierte. — Ella ignoró la mirada estrecha de Anna. —Vamos.
Tenemos que llevarlo lo suficientemente cerca de la superficie para que la presión
no lo mate cuando cambie físicamente a humano.

— ¿Qué? ¿Qué estás…?

—La poción que le di recién lo transformará en humano. Ni su propia


especie ni los Oscuros podrán detectarlo, — gruñó Mina, tomando a Jonah
debajo de sus brazos, aplastándole sin cuidado un ala, y comenzó a arrastrarlo
hacia el agua. Anna estaba obligada a ayudarla, a pesar de las preguntas que
daban vueltas en su mente.

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— ¿Y qué era esa tontería de realizar Magia de Unión todos los días?

—Seguramente no estás protestando. —Mina le dirigió una mirada con la


ceja arqueada mientras lo jalaban juntas. —Ayudará. Probablemente tendrá una
rabieta por esto, así que tendrás que convencerlo. Baila para él, cántale, tócate
para encender su deseo.

—Yo no… —Anteriormente Anna nunca se había ruborizado tanto frente


a Mina, y eso sólo aumentó su irritación. —No sé cómo actuar de ese modo.

—Por él, lo harás. Está en tus ojos. Cada vez que te Unas a él, la magia se
elevará y podrás canalizarla. Sabes lo suficiente para hacerlo incluso si él no
quiere. Aunque sería mejor si participara, yo no confiaría en su cooperación o
participación. Si lo valoras, tendrás de seducirlo o engañarlo para hacerlo.

99
El Club de las Excomulgadas

Alcanzaron el borde del agua. —Tienes razón, — jadeó Mina. —Es una
maldita tonelada de músculo. Ahora me importa. Del amanecer al anochecer, será
humano. Del anochecer al amanecer, otra vez ángel. La poción durará cerca de una
semana, lo suficiente para hacerlo llegar a tierra.

Dejando caer a Jonah sin ceremonias, la bruja agarró los brazos de Anna
para poner una mano sobre su frente. Mina nunca la tocaba, así que Anna estuvo
demasiado asustada para reaccionar. El calor destelló por la palma de Mina, y de
pronto Anna estuvo revolviendo un grupo de imágenes que rodaban el frente de
su mente como si hubiera una bolsa de canicas dispersas y desordenadas. —
Mina…

—Se aquietará en un momento. Es un mapa mental. Él necesita ir a


Desert Crossroads en Nevada. Es un lugar, no un pueblo, y no está en ningún
mapa humano. Ahí hay un hombre, viviendo en una línea de falla mágica
llamada Red Rock Schism. Él puede ayudar a tu ángel a sanar su herida más

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


profunda, si tu ángel no lo hace por sí mismo.

—Mina. — Anna se detuvo, agarró a Jonah cuando Mina comenzó a


girarlo. —Detente. Mírame.

La bruja frunció el ceño. —No tenemos tiempo…

—Dime lo que en el nombre de Neptuno está ocurriendo, maldita sea. —


Anna se las arregló, apenas, para no gritar. —O… te abrazaré.

Mina se echó hacia atrás, con el horror destellando a través de sus ojos.
En otro momento, eso habría hecho reír a Anna, pero ahora no. Lo decía en
serio, con toda la severidad de una amenaza de muerte.

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El Club de las Excomulgadas
—Está bien. Sólo recuerda cuando los Oscuros nos atrapen, que fue porque
quisiste perder el tiempo conversando. La primera vez que los Oscuros invadieron
las aguas, consulté a mi espejo de adivinación para averiguar lo que estaba
pasando. Tu ángel fue aislado durante la batalla, y su ala fue herida a propósito. No
porque sea cualquier ángel. Sino porque es Jonah.

—Eso lo sé. Él me dijo su nombre.

Mina rodó los ojos. —Cállate y escucha. Jonah es el llamado Comandante


Principal de la Legión. Lidera a los ángeles que luchan contra los Oscuros. Los
únicos ángeles más importantes que él son los ángeles Todo Sumisión, y no
tengo tiempo para explicarte qué son esos.

—Él me dijo…

—Cállate, por el bien de Neptuno. ¿Conoces ese lugar, Nevada?

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Es un estado. En el interior del país. — Hasta donde Anna sabía, Mina
nunca había dejado el mar, a pesar de sus habilidades para cambiar de forma.
Una de las muchas cosas que la bruja nunca le había explicado.

—Este hombre… es algo como yo, — continuó Mina. —Algo llamado


shamán. Como un mago. Si el ángel no puede encontrar un camino de vuelta por
sí mismo, parece que él podrá ayudarlo.

Ante la mirada de Anna, Mina se encogió de hombros. —Lo sé. Tampoco


tiene sentido para mí por qué un mago humano encerrado en la tierra puede
ayudarlo en vez de la propia especie del ángel. Pero como dije, tal vez lo que
necesita no se puede encontrar entre los ángeles. Ahora, vamos.

—Sé que hay más que no me estás diciendo. Yo no…

101
El Club de las Excomulgadas
—Es suficiente por ahora. Lo digo en serio, Anna. No tenemos tiempo. —
Inclinándose sobre el cuerpo de Jonah, Mina agarró el brazo de Anna,
impactándola por el agarre de su mano, la mordida de sus uñas eran como garras
por su agudeza. —Probablemente este ángel tenga el poder de incinerar al mundo
sólo con su pensamiento. Recuerda lo que te dije. Si los Oscuros lo capturan vivo,
tomarán su corazón, pueden esclavizarlo. ¿Eso es lo que quieres?

—No. Pero a ti no preocupa eso. Nunca te ha preocupado lo que le pase a


nadie.

Anna sabía que Mina no se equivocaba en lo de no tener tiempo. La


urgencia que salía de ella era palpable. Pero la respuesta que siempre había
querido por parte de la bruja estaba detrás de esto, ella estaba segura de eso. —
Excepto yo, precisó ella. —Estás haciendo esto porque estoy atada a él de algún
modo en esa visión ¿cierto?

Mina empezó a empujar otra vez al inconsciente ángel. —Puedo ver el

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modo en que lo miras. Harás esa cosa estúpida que haces, arriesgándolo todo por
una de tus ridículas compulsiones. Estoy vinculada a ti por deber para protegerte
¿no es así? Nuestra maldición compartida y todo. — Los labios de Mina se
retrajeron desde sus dientes, con un poco atractivo gruñido animal.

—Tu vínculo de deber es no causarme daño, — persistió Anna. —Eso es


diferente.

—Es lo mismo si no te protejo cuando sé que estás en peligro. Ahora deja


de discutir y métete al agua antes que te convierta en esponja.

—Nevada es un estado en el desierto, — dijo Anna. — Lejos de la línea


de la costa.

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El Club de las Excomulgadas
—Bien. Es bueno que puedas transformarte en humana ¿No es así? Ahora,
rápido, hay otras reglas. Deberás viajar sola por Destino. No puedes rentar un auto,
o como sea que te muevas entre los humanos. Alguien debe llevarte.

— ¿De otro modo qué?

Mina le dirigió una mirada que podría haber empalado a un pez. —


Usualmente la magia no tiene paciencia para explicarse a sí misma, Anna. Pero
ignórala bajo tu propio riesgo. Confía en mí.

Al final Anna se unió a Jonah en el agua, sujetándolo mientras la bruja


marina se preparaba a cambiar de vuelta a tentáculos y branquias. —Creo que, al
menos, tiene un sentido práctico, — consideró dudosa. —Si lo quiero mantener a
salvo hasta que se recupere, necesita ir donde ellos no esperan que esté. ¿Por qué
esperarían que estuviera en la tierra, camino a Nevada? Suena ridículo para mí,
así que puede que también esté más allá de su imaginación.

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Mina asintió. —Ni los ángeles ni los Oscuros sabrían su paradero. Pero
todos sabrían que fue al mar. Nada estaba más alejado del mar que el desierto.
Aun así, viajarán sólo de día, cuando él sea humano. Incluso eso será un riesgo,
porque su firma de poder es fuerte. Los Oscuros rastrearán esa firma. No podrán
pescarlo durante el día, pero si están en la proximidad cuando caiga la noche,
puede que sean capaces de encontrarlo. Así que quédense encubiertos durante la
noche. No viajen. Ahora, hazme caso en esto también. Dos días. — Ella miró a
Anna con mirada afilada. —Diríjanse de vuelta al océano luego de dos días. No
importa si llegaron allá o no. Promételo.

— ¿Te preocupas algo por mí?, preguntó Anna con brusquedad.

Estirándose, ella enganchó la capa de la bruja, cuidando de no tocar su


piel, ya que sabía que Mina odiaba eso. —Dime la verdad, en caso de que no
volvamos a vernos la una a la otra. ¿Esto es sólo por la maldición entre nosotras?

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El Club de las Excomulgadas

—Anna, detente. No tenemos tiempo para esto.

—Sí, — dijo Anna pausadamente. —Lo tenemos. Tengo veinte años. Sabes
que puede que no nos volvamos a ver la una a la otra. Dímelo, sólo esta vez. ¿Cuál
es la verdad entre nosotras?

Mina se echó atrás, y por un momento Anna vio sus dos ojos. Uno rojo,
emanando la peligrosa malevolencia del lado Oscuro de Mina. El otro azul zafiro,
igualmente perturbador por su intensidad, recordándole a Anna que la madre de
Mina había sido una de las más temidas brujas marinas del océano.

—Mientras insistas en ayudarle, eres un objetivo. No me importa si un


ángel vive o muere. Pero sólo hay una como tú.

Anna la miró fijamente. —Esas son casi las primeras palabras que me
dices. Hay muchos ángeles. Pero sólo hay una como tú.

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—Tal vez no sea un idiota, después de todo. Permanece a salvo, Anna.
Eres importante.

¿Importante para Mina? ¿O importante para su visión?

Como fuera, antes de que pudiera hacer otra pregunta, Mina la empujó
dentro del agua y botó a Jonah dentro, encima de ella. Anna empujó debajo el
peso del cuerpo de él, echando chispas y maldiciendo, antes de arreglárselas para
cambiar de vuelta a sirena y poder usar el equilibrio de su cola para ayudarla a
agarrarse a una porción del inconsciente ángel. Para ese entonces Mina ya estaba
en el agua con ella.

La bruja marina vio a Anna poner sus brazos alrededor del ángel hasta
que lo sostuvo con seguridad, como si pensara que su mundo acabaría si lo

104
El Club de las Excomulgadas
dejaba ir. Se dijo a si misma que no importaba que no le hubiera dicho todo a
Anna. La sirena tenía un irritantemente inflado sentido de responsabilidad tal como
estaba.

Y Anna tenía razón, su tiempo se estaba acabando. A Mina debería alegrarle


que la sirena no fuera más su responsabilidad.

En lugar de eso, una de las imágenes de la visión volvió a ella, molestando a


la bruja marina más de lo que quería admitir.

Ella era la única que podía salvarlo.

Como Mina había predicho, habían hablado por mucho tiempo. No


estaban precisamente en la superficie cuando empezó la transformación física.

Anna se vio obligada a detenerse, con sus brazos agarrados a la parte


superior del cuerpo de Jonah mientras se retorcía, convulsionado en el agarre por

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el efecto de la poción. Mientras Mina sostenía sus piernas, las alas se disolvieron
lentamente, con algunos puñados de plumas alejándose en la corriente.

Como una explosión repentina, una desolación sobrecogedora detonó en


Anna. Ese plan no resultaría. Iba a fallar. Ella le iba a fallar a Jonah, y él moriría.

Su mirada golpeó a Mina, asustada. Los ojos de su amiga se habían


vuelto salvajes, tensos como su boca. Hizo un gesto hacia arriba. —Ignóralo.
Sigue avanzando. Yo los alejaré. Dos días en tierra, Anna. No lo olvides.

— ¿Pero qué pasa si él no quiere irse conmigo?

—Ese es su Destino. No puedes hacer sus elecciones ¿Cierto? Ahora


prométemelo…

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El Club de las Excomulgadas
La desesperación se cerró, golpeando a Anna hacia atrás como el soplo de
una fuerte estela. Sólo la fiera sujeción que tenía en el cuerpo de Jonah lo mantuvo
con ella.

Mina le dio una mirada aguda, levantando un brazo lleno de brillantes


plumas, se giró hacia atrás. Ella se disparó de vuelta hacia abajo a través del agua
como una flecha, lejos de Anna. Hacia la fuente de esos sentimientos oscuros y sin
esperanzas.

— ¡Mina, no! — Anna tanteó su carga y comenzó a hundirse.

No. Ellos no lo tendrían, no de este modo. Ella no dejaría que la forzaran


a rendirse. Apretando los dientes, agarró a Jonah debajo de los brazos y empezó
a empujarse hacia arriba tan rápido y fuerte como pudo. Sin las alas, de hecho
era más fácil.

Diez golpes más tarde, su corazón la ahogó mientras se daba cuenta de

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que ahora él era humano. De que tenía que respirar. Frenética, se detuvo, se
mantuvo en el lugar y cerró su boca sobre la de él, respirando. Le dio aire a sus
pulmones. Luego se movió hacia arriba otra vez. Subió quince brazadas, aunque
respirando con él, caía cinco.

Y cada vez, a pesar de las circunstancias, no podía evitar sentir deseo ante
el toque de su boca. Tenía que enfocarse en asegurarse de respirar dentro de él,
en lugar de mordisquearlo, probarlo. Para el momento en que llegó a la
superficie, estaba jadeando, con la visión gris. Su forma de sirena le permitía
respirar con agallas o pulmones indistintamente, pero tenía que usar sus
pulmones para mantener el aire en él. Ahora bebió oxígeno con avaricia,
flotando por un momento y sosteniéndolo a su lado antes de darle vuelta sobre
su espalda y comenzar a navegar hacia la distante costa. Estaban a un par de
millas mar adentro, pero ella conocía esa línea de la costa, había nadado antes
hacia allí. Acunando su mandíbula, ella sostuvo su garganta mientras se movía,

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El Club de las Excomulgadas
manteniendo su boca y nariz sobre la línea de flotación. El pelo de él le acariciaba
los brazos, y ella esperaba que no despertara antes de que tocaran tierra. No quería
que él se diera cuenta de que su forma había cambiado y que había sido traicionado
mientras seguían en el agua. Podría estar lo suficientemente enojado para ahogarse
a sí mismo. O a ella.

El sentido de los Oscuros se desvaneció, diciéndole que Mina había tenido


éxito en alejarlos. Ella se tragó un dolor desigual en su garganta. Por favor permite
que ella esté bien. Incluso mientras rezaba por eso, sabía que el vínculo con la bruja
marina era patético. Era su única relación duradera con alguien que despreciaba
verla la mayor parte del tiempo.

Siguió, enfocada fieramente en su destino. Aunque Mina había dicho que


como humano no sería detectado como ángel, Anna no quería a nadie
investigando por qué una sirena estaba rescatando a un humano varado tan lejos
cuando no había barcos volcados en el área. Ella nadó tan rápido como pudo,

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


presionándose, aferrándose a él, rezando por Mina.

*****
Jonah emergió lentamente, sintiéndose como si estuviera nadando a
través de arena. Pesado, pero curiosamente ingrávido al mismo tiempo.
Confundido. Con náuseas. ¿Náuseas?

Aunque estaba de espalda, se las arregló para rodar hacia un lado antes de
comenzar a vomitar, una primera experiencia increíble y desagradable al mismo
tiempo que sintió como si sus interiores estuvieran siendo estrujados por un puño
grande y castigador. Afortunadamente, estaba en la línea de la marea. Se
convulsionó, luchando contra eso como si fuera el enemigo, pero su cuerpo no
podía negarlo.

Cuando terminó, se enjuagó la boca con agua de mar y rodó de espaldas,


pasándose las manos por los ojos. El sol. Estaba sobre el agua. Pero algo estaba

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El Club de las Excomulgadas
mal. Todo parecía silencioso, como si sus sentidos perfectamente afinados
estuvieran rellenos de algodón. Mientras trataba de luchar para volver a sentarse, se
encontró a si mismo aun sin equilibrio. Enderezó sus alas para estabilizarse y…

No tenía alas. No había alas. Tanteando su espalda, se giró, se volvió y


descubrió no sólo que sus alas se habían ido, sino que estaba usando ropa humana.
Una camiseta negra de algodón, y un par de jeans, ambos demasiado ajustados
sobre la musculatura de sus hombros y muslos.

Entonces se dio cuenta de que estaba siendo observado.

Ella estaba sentada cerca, con su espalda contra un gran trozo de madero
desechado por el mar, sus manos una nerviosa pelota cerrada apretadamente
sobre sus rodillas. Vagamente registró que ella también usaba ropa. Un top ligero
de gasa que se estiraba sobre sus pechos, sobresaltado los dulces puntos de sus
pezones. Delgados tirantes estaban sobre sus hombros. Una falda de tela similar
acaricia sus tobillos en su posición con las piernas dobladas. El dobladillo se

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mecía sobre sus pies desnudos. Su pelo marrón dorado estaba atado hacia atrás,
pero por supuesto estaba tan largo que las puntas rizadas habían volado hacia
adelante, acariciando sus muñecas, enredándose como restricciones,
manteniéndola en ese lugar como si fuera una cautiva esperando su castigo.

—Estas bien, — dijo ella calladamente, mientras él lograba ponerse sobre


una rodilla y la miraba fijamente. —Es desorientador en un principio. Cuando
cambias de piernas a cola y de vuelta otra vez. Pero te ajustarás con el tiempo. Y
no tendrás que acostumbrarte a eso por mucho tiempo…

En dos pasos él estuvo sobre ella, agarrando sus hombros, aunque se


tambaleó y cayó sobre una rodilla otra vez, con su cabeza dando vueltas. Ella lo
atrapó, y terminaron cayendo juntos, ella encima mientras él golpeaba la arena.
Maldiciendo, él rodó sobre un costado, colocándola debajo de él, sosteniéndola
con manos bruscas.

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El Club de las Excomulgadas

— ¿Qué infiernos dejaste que me hiciera?

—Ella estaba tratando de salvar tu vida. Los Oscuros…

—Ella es un Engendro Oscuro. Maldición, nunca debí haber confiado en


ella. O en ti, una niña lo suficientemente estúpida para pensar que un Oscuro puede
ser su amigo. Yo…

—Ella puede estar muerta por culpa tuya, Mi Señor. — Anna luchaba con
fuerza contra él, pero por supuesto él no se quitó. —Por culpa mía. Porque la
metí en esto. Ella guió a los Oscuros lejos de nosotros.

—Tal vez eso es lo que quiere que pienses. — Ahora él no tenía paciencia
con sus sentimientos. Con disgusto, la soltó y se las arregló para ponerse de pie
otra vez, aunque tuvo que luchar con el deseo de acostarse. Debido a que su voz
era áspera, se la aclaró dos veces antes de dejar salir las palabras. — ¿Qué me

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hizo?

—Eres humano. — Ella se encogió ante su expresión. —Es sólo temporal.


Al anochecer volverá tu verdadera forma. Hasta…— Se mordió y alejó la
mirada. —Volverá al anochecer.

Sus ojos se estrecharon. Dioses, su cabeza se sentía como si alguien


estuviera golpeándola con un mazo.

— ¿Hasta qué?

Cuando ella no respondió, él se balanceó alarmantemente, esta vez


arreglándoselas para no caer sobre ella. Si la pequeña idiota tenía algún sentido,
huiría. Quería romperle el cuello a la bruja marina, pero por el momento el de

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El Club de las Excomulgadas
ella estaría bien. En su lugar, la pequeña sirena lo miró como una cautiva de
verdad, con lágrimas en los ojos y esas manos aún dobladas.

Agarrándole ambas muñecas, él retrocedió alarmado. Ella se agarró los pies,


con sus dedos doblándose como si quisiera ayudarlo a estabilizarse. Al Hades con
ello. —Respóndeme, Anna.

—Hasta el amanecer, Mi Señor, — dijo ella finalmente, mirando más allá de


sus hombros. —Serás humano durante el día, un ángel en la noche. Mina dice que
la poción durará alrededor de una semana, para darnos tiempo de llegar tierra
adentro y confundir a los Oscuros acerca de tu localización. Para el momento en
que acabe, estaremos donde no esperarán que estés.

— ¿Así que seremos vagabundos, tú y yo? — Mientras la sacudía, trataba


de que no le importara cuando ella volvió a encogerse, esta vez por el brutal
agarre de sus manos. Sus antebrazos eran como delgadas ramas. Ella era tan
frágil. Incluso con esa forma, él podría fácilmente dominarla. Y sin embargo,

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aun así lo engañó para transformarlo en esta… abominación.

— ¿Tramaste este plan con ella?

—No, Mi Señor. — Su mandíbula adoptó un gesto de rebeldía. —No


conocía sobre el plan de Mina, y sí, la ayudé cuando me dijo que los Oscuros
estarían ahí en cualquier momento.

Jonah resopló. — ¿No creo que se les haya ocurrido a ninguna de las dos
avisarme de su plan antes de llevarlo a cabo?

Anna negó. —Ella no creyó que aceptaras. Ellos ya venían, — repitió.


¿Estaba equivocado o ella estaba… rechinando los dientes? Sus palabras salían
cortantes, mesuradas.

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El Club de las Excomulgadas
Jonah dejó caer su tacto. —Habría sido más sabio para ambas haberme
dejado. De modo que pudiera lidiar con ellos y ustedes estarían a salvo. Fuiste
totalmente tonta.

—Habrías muerto. — Su mirada se disparó a la cara de él y vio un


sorprendente destello de fuego. —No permitiré eso. No mientras viva. No mientras
se supone que debo estar cuidándote.

—Anna…

—No lo permitiré.

Su grito reverberó por toda la playa, impresionándolo hasta silenciarlo.


Ella se paró ahí, temblando de furia, con sus manos cerradas en puños, a pesar
del hecho de que él se erigía sobre ella como una montaña.

— ¿Tú no lo permitirás, pequeña? ¿A quién crees que le estás hablando?

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Por Hades, ella dio otro paso adelante, inclinando su cabeza para quedar
casi nariz con nariz con él. —Tú querías morir. Querías que te mataran. ¿Crees
que no lo veo? ¿Qué Mina y yo no lo reconocemos? Bien, lo siento, Mi Señor,
pero es tu infortunio haber aterrizado en las garras de las dos personas en todo el
océano que saben lo que es sentirse de ese modo.

Su ira luchó con su impresión. Ella estaba de pie completamente en la


zona de impacto de su furia, y no retrocedía ni un poco. Él tenía capitanes lo
suficientemente listos como para quedarse fuera de alcance cuando tenía su
temperamento la mitad de fiero que ahora. Nadie de su propia Legión se había
atrevido a nada más excepto a un respetuoso desacuerdo con él hasta donde
podía recordar.

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El Club de las Excomulgadas
Por el cambio en sus ojos, él podía decir que ella sabía que el suelo debajo
era de arenas movedizas. Y aun así la pequeña idiota aún no había terminado.

Anna no lo podía soportar. Ella se había sentado ahí, viéndolo vomitar y


luchar, con su horror y desorientación cuando se dio cuenta de que sus alas no
estaban, como una parte intrínseca de quien era. Sabiendo que ella le había hecho
eso. Incluso herido, como ángel, había estado completamente al mando. Tan
perfecto. Era un ángel, el Primer Comandante de la Legión, y ella lo había reducido
a esto.

Había sabido que no estaba preparada de ningún modo para lidiar con
esta situación. Pero eso nunca pareció detenerla de hacer lo que no debía hacer.
Ahora se encontraba muy por encima de su nivel, con sólo un compás para
guiarla. Con la visión oscura de Mina sobre lo que pasaría si él caía en las manos
de los Oscuros. Ella tenía que hacer lo que pudiera para protegerlo. Y ya que
tenía un poder propio ridículamente pequeño para esa tarea, sólo podía seguir las

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


instrucciones de Mina. Confiar en que Jonah fuera el elegido aunque fuera una
tonta por confiar.

—Tú no sabes nada. — Su mandíbula se quedó rígida. —Has vivido por


apenas un parpadeo de mi vida. No sabes nada.

Él podría destruirla. Al atardecer, volvería a ser un ángel que podría


extinguir una vida sin pensarlo. Hades, incluso como humano podía romperle el
cuello. Y estaba, como le gustaba decir a los humanos, tremendamente enojado.
Pero incluso más allá de su duda de sí misma, ella sabía que tenía razón en algo
de esto, y él se dijo que no huiría de ello, sin importar cuánto temblara su
estómago por los nervios.

—Déjame morir. Eso fue una de las primeras cosas que dijiste. — Anna
tomó aliento, y se recordó cómo había estado él dentro suyo, abrumándola sólo

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El Club de las Excomulgadas
con su boca. En su mente, ella era parte de él, ya fuera que a él le importara
alimentar esa ilusión o no. —No sé la forma o la razón por la oscuridad que
acarreas contigo, Mi Señor, pero sé que está ahí y eso es probablemente un mayor
peligro para ti que un Oscuro. No dejaré que desperdicies tu vida. No si puedo
hacer alguna cosa para prevenirlo.

¿Qué podría hacer ella?

Tócalo, hazlo desearte…

Ella nunca había sido… Bien, obviamente no tenía ninguna experiencia


en seducir a un hombre. Pero necesitaba tratar algo distinto a discutir con un ser
antiguo que la consideraba como de unos míseros veinte años de inconsecuente
sabiduría. Sabiendo que se arriesgaba a un humillante rechazo o peor, con una
extraña agitación se alzó sobre la punta de sus pies, consciente de que el
movimiento había arrastrado toda la suavidad de sus senos contra su pecho, así
como contra sus nudillos, mientras él levantaba sus manos como reacción,

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cerrándolas en sus muñecas otra vez.

Era un buen tramo, pero ella se las arregló para alcanzar sus labios. No
fue un beso tímido esta vez. Inclinándose hacia él, ella abrió su boca y buscó en
el interior de él, probando su lengua, deseando que sus manos estuvieran libres
para poder atraer hacia abajo su cabeza, agarrar su cabello, hundirlo más
profundamente.

Aunque él no estaba sujetando sus pies. Ella se subió a sus piernas, con el
hueso de su cadera presionando el frente de sus ajustados jeans, con sus muslos
frotando el interior de los de él.

Las manos de él se deslizaron de sus muñecas, agarrando la parte superior


de sus brazos y la empujó, sujetándola con un agarre rígido. Él la estudió, sin
sonreír, con su firme boca mojada por la de ella. Al principio, su estómago cayó

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El Club de las Excomulgadas
en picado y pensó que había fallado miserablemente. Pero entonces vio algo en la
mirada de él que hizo que se le estremeciera su bajo vientre. Aunque él estaba sin
duda de un humor peligroso, estaba afectado por su beso. La incierta combinación
era más excitante de lo que pensó que podía ser, aunque no podría explicar a qué se
debía eso.

— ¿Piensas distraerme, pequeña?

—No. — Ella negó, aunque los caballitos de mar en su pecho la pisaron con
un gozo precavido porque él estaba usando su sobrenombre. —Yo sólo… Quería
recordarte que podía haber una buena razón para estar alrededor por unos pocos
días más, antes de caer bajo cientos de Oscuros en una llamarada de gloria.

El comentario fue inesperado, ridículo. Ella estaba temblando, pero su


barbilla estaba levantada. Jonah se dio cuenta de que su cólera no se podía
sostener ante la combinación de inocente sensualidad y determinación.
Cualesquiera que fueran los motivos de la bruja marina, no estaba tan enojado

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como para no ver que Anna sinceramente había querido ayudar. Fe, ella era
valiente. Hermosa. Tenía un coraje que impresionaría al más rudo comandante
de su legión. Pero era tan tonta como para tentarlo. Él tendría que tomarla para
llamarle la atención sobre eso. Eventualmente.

Esta abismal transición era temporal, si la bruja marina le había dicho la


verdad a Anna. Y si ella así lo había hecho, le habían concedido una semana de
total invisibilidad. Eso tenía algo de atractivo, más del que quería admitir o
explicarse a sí mismo. De hecho, la pasión que Anna había convocado de él, en
muchos niveles diferentes, estaba tan vivo como no había sentido durante
bastante tiempo.

— ¿Dónde conseguiste estas ropas?

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El Club de las Excomulgadas
Anna parpadeó por el cambio de tema, luego miró sobre su hombro, hacia
una pequeña cabaña anidada en las dunas. Él notó que la siguiente más cercana
estaba alrededor de casi una milla (casi un kilómetro y medio) de distancia por la
playa. —Eso me pertenece, Mi Señor. Es el lugar que Neptuno arregló para las
hijas de Arianne.

—Eso no es lo que quise decir. Se señaló a sí mismo. — ¿Por qué tienes


ropas de hombre, pequeña?

La implicación y demanda en su voz la hizo sobresaltarse. ¿Seguramente


él no estaba siendo posesivo? Cuando había dicho por primera vez, —Me
perteneces… por ahora, ella había amado las palabras de un modo muy difícil de
explicar, de tal modo que no se atrevería a repetirlas, por miedo a que la
independiente Mina la ridiculizara. Aparte de lo cual, sabía que simplemente
ondearía esas palabras dentro de la elaborada fantasía de ser parte de él. Las
palabras no tenían un significado duradero. Así como lo que los había juntado en
la cueva.

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A pesar de ese pensamiento deprimente, la mirada en los ojos de él
sugería que había querido decir esas palabras de pertenencia bastante
literalmente. Aunque ahora tenía ojos humanos, una blanca esclerótica alrededor
del iris café oscuro, no lo hacían menos abrumador en su quietud cuando la
miraba como lo hacía ahora. Ella se mojó los labios. —En la leyenda original.
Ariel rescató al príncipe del mar. Es una de nuestras raras tradiciones familiares,
Mi Señor. Siempre mantenemos un cambio de ropa de hombre en la casa, para
cuando el hombre de nuestros sueños llegue a la costa. Es una cosa estúpida,
pero ninguna de nosotras la ha roto jamás.

Por supuesto, cada hombre que había puesto su semilla en la siguiente


generación de Ariel de algún modo había sido rescatado desde el océano.
Mientras tenía tal pensamiento, ella se quedó en blanco, y se las arregló apenas
para evitar colocar una mano sobre su plano estómago. Él había dicho que

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El Club de las Excomulgadas
nunca… Por supuesto que no. No era humano. Era un ángel. La tragedia de Anna
aún no había ocurrido. Y aun así, no podía imaginar esperar por otro hombre luego
de estar con Jonah.

Él asintió, aparentemente satisfecho. — ¿Y la pequeña bestia que llamas


amiga? ¿Vendrá aquí?

Eso volvió su cabeza al presente. A pesar de su intento de permanecer en


calma, las lágrimas apretaron su garganta. —No lo sé, Mi Señor. Esperaba que
hubiera venido al menos al borde del agua, para que supiera que estaba bien,
pero luego nunca vino a la superficie. Y yo no… No podía dejarte. —
Brevemente le transmitió cómo ella y Mina se habían apartado.

—He estado aquí sentada durante dos horas, mirándote, preguntándome


si ella está viva o muerta, si la han herido, y no tengo manera de ayudarla. ¿No
ves cuánto coraje le tomó venir a ti? Me dijo que liderabas la Legión Oscura, y
ella es el Engendro Oscuro. Nadie la ayudará, porque yo soy la única… — Negó,

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se alejó cuando él dejó caer su agarre. —Ella es la única persona en la cual
pienso como una amiga.

— ¿Estás tan segura de su lealtad?

—Sí. Primero que nada, no tiene sentido que te traicione de este modo,
Mi Señor. Podría haber elegido no advertirnos allá abajo en las cuevas. Incluso
aquí, has estado afuera por dos horas. Tiempo más que suficiente para que ellos
vinieran por nosotros si esa hubiera sido su intención.

—Ella fue indiferente a mi bienestar, Anna. El misterio es cuáles son sus


sentimientos hacia ti. — Mientras ella le devolvía la mirada, sorprendida por su
intuición, él inclinó la cabeza. —Fue lo único que sentí de ella que salvó su vida
cuando vino a la cueva. ¿Por qué siente una compulsión tan fuerte por
protegerte?

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El Club de las Excomulgadas

—No le diste suficiente crédito, Mi Señor. Mina lucha contra la oscuridad


de su interior. Ha tenido que luchar tan fuerte y… Es difícil de explicar, pero es el
tipo de persona que no renunciará a lo que ha trabajado tan duro por merecer.

— ¿Se rehúsa a rendirse al mal porque eso es lo que quiere de ella?

Anna se permitió una ligera sonrisa. —Tiene una formidable naturaleza de


llevar la contraria, Mi Señor.

—No discutiré eso. Pero ahí hay más. ¿Por qué te protege? ¿Y por qué me
haces preguntar todo dos veces para obtener una respuesta directa? Es irritante.

Jonah arqueó una ceja mientras Anna le disparaba una mirada, pero
cedió. —Es una antigua historia entre nuestras familias. Incluso si ella fuera
completamente malvada, lo cual no es, no me puede traicionar. — Miró hacia la
cabaña. —Deberíamos entrar antes de que anochezca.

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Su aguda mirada le dijo que sabía que estaba siendo evasiva. Le hizo
querer alejarse nadando, pero por supuesto ahora tenía piernas humanas. Por
tanto tiempo, había deseado alguien con quien hablar, pero no se había
imaginado tener que hablar de ese tipo de cosas.

—O tal vez deberíamos seguir adelante e iniciar nuestro viaje—, dijo ella
casualmente. —Alejarnos mucho más de la costa.

— ¿Viaje? Un viaje tiene un destino. ¿A dónde se supone que tienes que


llevarme?

Cuando Anna se alejó, ese largo brazo se adelantó. Rodeó su muñeca. La


atrajo de vuelta a él. Esta vez su agarre tuvo una estrategia diferente, aunque no
menos capaz de mantenerla en su sitio. Moviendo su pulgar sobre su pulso hizo

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El Club de las Excomulgadas
que la mirada de ella se arrastrara hacia arriba para quedarse en su boca. Sus ojos
aún eran tan oscuros que el iris y las pupilas eran indistinguibles. Ella debería
haberse sentido amenazada por su intensidad, pero la respuesta en su interior no
podría haber sido llamada temor. No exactamente.

—Si no me lo dices, pequeña, te voy a probar cuan poco placentero puede


ser desafiar a un ángel. — Cuando su voz cayó a un murmullo sedoso, sus ojos se
agrandaron mientras él la atraía contra su pecho con un brazo implacable,
golpeando su barbilla con la otra mano. — ¿A dónde vamos?

Ella saltó cuando su mano bajó, cubriendo una nalga de su trasero. Su


mirada brilló, y ella tuvo el pensamiento impactante e improbable de que estaba
entreteniéndose. —Me estás tentando a que caliente esta parte de ti, sirenita.
Habla.

Mina le había dicho que actuara lujuriosa, pero cuando toda la fuerza de
su dominante sexualidad estuvo sobre ella, todo lo que pudo hacer fue mantener

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la cabeza sobre el agua. Especialmente cuando ahogarse en él era mucho más
atrayente.

¿Pero él lo estaba haciendo deliberadamente? ¿Manipulándola con


seducción? ¿Usándola, como hacía con la Magia de Unión? Tal vez. Aunque no
estaba siendo falso al respecto. No estaba ocultando sus intenciones, su deseo de
información. Esta era un serio tipo de burla, de un modo demasiado
malditamente fascinante para la paz de su mente.

¿Quién era ella para discutir sus métodos? Ciertamente esto era preferible
a que le gritaran. Lo cual suponía estaba por ocurrir otra vez. Brevemente, le
explicó lo del shamán, afirmándose para la tormenta de nubes que se estaba
reuniendo en su expresión.

— ¿Un humano? ¿Un humano puede sacar el veneno?

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El Club de las Excomulgadas

—De hecho, Mi Señor…— Ella se obligó a seguir mirándolo, aunque estaba


segura de que el frecuente ardor en sus mejillas las estaba volviendo
permanentemente escarlatas. —El primer tónico que ella te dio sacará el veneno si
es reforzado diariamente con… algún tipo de aumento de energía. El shamán… su
propósito es sanar tu espíritu.

—Mi espíritu no necesita ninguna sanación. Incluso si la necesitara no


involucraría a ningún humano. — La miró con desdén en los ojos. Y la
desconfianza también había vuelto.

No, decidió ella. Él no usaría la seducción como una herramienta. Tenía


demasiado temperamento para confiar en el encanto. —Estás muy altamente
catalogado ¿no es así, Mi Señor? — Luchaba por tener paciencia. —Y aun así no
muestras ningún interés, ni urgencia por volver con los de tu especie. Estoy
segura de que hay algunos que se preocupan por ti, y aun así tampoco tienes
interés en hacerles saber que estás vivo. No quieres que los Oscuros me hagan

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daño, pero no tienes preocupación por tu propio valor. Incluso con mis precarias
habilidades, siento la oscuridad dentro de ti, una desolación. Él puede ayudarte a
sanarlo. Mina dice eso.

— ¿Y si me niego a ir? ¿Qué pasa si no tengo interés en este plan que tu


bruja ha tramado? — Sus ojos se estrecharon. —Puede que ella no sirva a los
Oscuros, pero eso no significa que no esté sirviendo a sus propios propósitos
oscuros. Una receta de Magia de Unión diaria, — remedó. —Eso ciertamente
motiva a una joven inocente, atractiva y sexual para que me mantenga en la
búsqueda de la bruja ¿No es así? Has tenido una probada y quieres más. Ella lo
sabe. Y cuanta distracción sería eso.

El impacto inundó a Anna. Alejando su mano antes que él pudiera


detenerla, dio un paso atrás. —Esa fue simple maldad, — dijo con voz apretada.
El dolor reuniéndose en su garganta, un doloroso nudo. —No se supone que los

119
El Club de las Excomulgadas
ángeles sean malos. No me importa quién o qué eres. No soy algún tipo de… Yo…
Para mí fue, lo que hicimos… Lo haces sonar sucio. No fue…— Ella negó,
cerrando sus manos en puños. —Aquí hay un plan alternativo, Mi Señor. Siéntate
aquí y anida hasta que los Oscuros vengan y hagan una comida de ti.

Girando sobre sus talones, ella se preparó para ir a la cabaña… y llorar ahí.

—Anna.

Cuando la agarró del brazo, ella se dio vuelta hacia él. Tal vez fue su
intensión, tal vez no, pero de algún modo su mano conectó con un lado de su
cara con un golpe fuerte y resonante que dejó la impresión de su mano. El
impacto que cruzó la cara de él sólo se combinó con el horror en la cara de ella.

Santa Diosa. Ella simplemente había golpeado a un ángel. A un ángel.

Pero se lo merecía. Él había dicho…

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—Anna. Detente. — Ella estaba tratando de alejarse, y él la colocó de
vuelta junto a él, aplastando su lucha sin gran esfuerzo. ¿Por qué no pudo Mina
transformarlo en un adolescente larguirucho y desgarbado?

—No diré que lo siento.

—No, tú no. Yo lo haré. Lo siento. Me disculpo.

Ella se detuvo, espantada, mientras la mano de él tomó su cara, levantaba


su barbilla para que ella tuviera que mirar esos oscuros ojos. Abrumándola.

—Tú eres sexualmente inocente, Anna.

—Oh, tú…

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El Club de las Excomulgadas

—No. — Esta vez la cogió firmemente contra él. Cuando él suspiró, la


expansión de su amplio pecho casi la volvió a poner a prueba. —Quédate quieta
por dos segundos, o te daré unas nalgadas. Escúchame. Me estás diciendo que
vamos en busca del consejo de un simple humano quien cree saber lo que es el
mundo, lo suficiente para hacer magia. Y este es el plan de una Oscura mestiza que
me convirtió en humano. Estoy furioso, desequilibrado, incrédulo. Y sí, más que un
poco confundido en mi mente. Porque este es el problema.

Tomando su mano, la bajó entre ellos, de modo que Anna pudo sentir el
estado rígido de él. Su mirada volvió a la de él, sus labios se separaron.

Con alivio, Jonah vio algo del dolor morir en su expresión, reemplazada
por una cauta curiosidad por saber a dónde se dirigía con eso. El corazón de ella
comenzó a acelerarse, y él supo que el pulso entre sus piernas se sincronizaría,
palpitando con urgencia por lo que él le pudiera dar. Él deseaba sentir ese ritmo
de vida contra su pene, pero primero le debía esto.

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Su mano se deslizó hacia arriba, su pulgar encontrando su pezón y
haciéndola gemir suavemente. Cerrando los ojos, él se forzó a sí mismo a
enfocarse. Diosa, era como si no hubiera saciado esa lujuria en eones. ¿Qué
pasaba con ella? Racionalmente, él sabía que podría ser algo que la bruja le
habría hecho. Pero su corazón sabía algo diferente, porque el corazón de un
ángel conocía la verdad.

—Estoy desequilibrado porque, a pesar de todo eso, estoy cautivado por


el modo en que tu pelo yace sobre tus hombros, de cómo el ansia destella en tus
ojos como un relámpago de calor. El rubor de tus mejillas, el modo en que tus
pezones se han endurecido contra esa delgada camiseta simplemente con mi
mero toque. — Él colocó su mano contra su garganta y su mejilla, poniendo la
cabeza de ella bajo su barbilla, y dejando que la sensualidad diera paso a la
comodidad.

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El Club de las Excomulgadas

Cuando Anna dejó escapar un suspiro de resignación, envolviendo sus


brazos alrededor de la parte superior de su cuerpo, él volvió a sentir ese curioso
alivio. —Estoy enojado, porque en medio de todas estas cosas, te deseo. Así que
ataco tu deseo por mí, tan nuevo y limpio. Es hermoso, Anna, un regalo milagroso
para cualquier macho al que elijas otorgárselo—. Aunque Jonah estaba
malditamente contento de ser él, porque no podía tolerar el pensamiento de nadie
más. —Me he transformado en un bastardo de corazón frío, si golpeo algo que es
pura bondad.

Tomando una de las manos de ella, pasó su pulgar sobre su perfecta piel,
donde estaban empezando a aparecer los moretones dejados por sus dedos.

—Tal vez mi alma es más de la sangre de ellos ahora que de la mía, —


dijo calladamente. Cuando ella hizo un asustado sonido de protesta, él presionó
su mandíbula sobre su cabeza, manteniéndola donde estaba. —No importa,
pequeña. Prefiero caer con ellos que ver mi alma desintegrarse de a poco. Fe, la

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primera vez que he sentido algo en tanto tiempo ha sido en tus brazos.

Ella estuvo un momento en silencio, y entonces, increíblemente


agradecido, sintió sus brazos estrecharse alrededor suyo con consuelo. —Estoy
lejos de la perfección, Mi Señor. Tengo mal temperamento. Puede que lo hayas
notado.

—Estoy seguro de que lo he hecho. — Él le devolvió una sonrisa,


palmeando otra vez su mejilla, dándole una mirada constante. —Ahora,
escúchame. Estoy acostumbrado a comandar a miles de ángeles. Sólo le
respondo a Michael y a la misma Dama. Estoy un poco fuera de mi elemento, y
estas ropas me irritan. Dado todo eso ¿Crees, pequeña general, que me podrías
dar una noche en tu encantadora cabaña para pensar en esto y dejarme tomar la
decisión de si se debería hacer este viaje o no?

122
El Club de las Excomulgadas
Cuando ella se mordió el labio, él negó. —Es mi derecho elegir mi destino.
— Como una idea tardía, agregó, —Tu bruja tiene muchos recursos. Estoy seguro
de que ella estará bien.

Anna cerró los ojos. —No seas amable ahora. Sabes que ella no te importa.

—Tal vez. Pero el hecho es que a ti sí te importa.

Cuando ella volvió a descansar su cabeza sobre su pecho y asintió su


aceptación a eso, por todo, Jonah suspiró. Habían pasado décadas, tal vez más,
desde que alguien lo había desafiado por algo. Y aun así en apenas un parpadeo
de tiempo, en menos de un día, ella había desarrollado un hábito por eso.
Incitaba algo en él, excitándolo, encendiéndolo. Haciendo que las cosas
olvidadas se sintieran vivas. Cosas que lo hacían inclinar su cabeza, besar el
costado de su vulnerable cuello. Mientras sentía el pequeño temblor atravesar el
cuerpo de ella, pasó sus manos posesivamente bajando por su espalda, sintiendo
su forma.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Muéstrame tu cabaña, — ordenó él calladamente.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Ocho
Cada generación de hijas de Arianne añadía toques que hacían propia la
cabaña. Por esa razón, Anna esperó justo dentro de la puerta, sintiendo nervios
mientras Jonah se paraba en el centro del área del living y se giraba lentamente,
examinándolo todo.

No era grande. Las criaturas marinas no eran habitantes del interior. Sus
necesidades eran pocas. Un lugar simple y tranquilo que la ayudara a mezclarse
cuando era humana, dándole privacidad y un sentido de algo que pertenecía a
ella. Puede que Neptuno no pudiera ofrecerle lo que más deseaba su corazón, lo
que podría nutrir su corazón, pero era suya la amabilidad más grande que nunca
se le había dado por su propia gente.

Había estado aquí hacía menos de dos días, así que las últimas flores
silvestres que había recolectado tierra adentro al lado del camino aún estaban

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floreciendo. Desde la primera incursión en el mundo humano, había estado
encantada con las muchas formas y colores en que venían las flores. Púrpura,
blanco, dorado, rojo. Tonos de lavanda, rosado brillante, rosado oscuro… Un
trío sin romper de dientes de león, con sus blancas y suaves esferas esperando el
toque del viento para hacer más de ellas.

Las flores la habían confortado, con esa conexión obvia entre sus dos
mundos. Tantas variedades de flores submarinas vivían entre las praderas del
pasto marino, llevadas a la vida por las corrientes. Y tenían un reflejo en la tierra,
donde las flores crecían silvestres entre largos pastos dorados acariciadas por el
viento.

Normalmente llevaría los dientes de león a la puerta, frunciría los labios y


soplaría gentilmente, liberándolas. Cuando dio un paso dentro de esa cabaña,

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El Club de las Excomulgadas
estaba estática, un punto fijo en el universo. Saliendo, la vida en todos sus ciclos,
bajo el mar o sobre la tierra, se reanudaba.

Debido a que igualmente le habían fascinado la mezcolanza de cosas que


encontró en naufragios de barcos, tal vez era natural que la miríada de jarrones
donde estaban colocadas las flores silvestres hubieran venido de su intrigante
búsqueda en ventas de patios y tiendas de objetos usados. Las cosas eran más
tranquilas ahí, y más fácil andar entre la gente, deslizándose como un relajado pez
entre un arrecife de coral de tesoros improbables. En algunos de los jarrones, entre
las flores, ella insertaba los utensilios que encontraba. Todo desde filigranas
ornamentales hasta cucharas planas y golpeadas.

No sabía el nombre de los estilos. Podría haber cogido un libro y


estudiarlo, pero estaba llena de la simple absorción con la humana necesidad de
crear.

—Este lugar está protegido, — notó Jonah finalmente, diciéndole que al

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


menos algo de su entrenamiento mágico y habilidades no habían sido afectadas
por su transformación.

Ella asintió. —El Rey Neptuno la reforzó con conjuros de encubrimiento


y protecciones para que nadie pueda acercarse sin ser notado o penetrar el campo
con el daño en mente. También ondeó un conjuro de invisibilidad, para que
aquellos que detecten la magia no detecten nada fuera de lo ordinario acerca de
la cabaña a menos que estén dentro de la misma casa. Lo cual significa que se les
debe dejar entrar, y por lo tanto no puede haber nadie intentando hacer daño.

—Complicado. Nada fácil de hacer.

—No, — negó ella con la cabeza, moviéndose para pararse detrás del
sofá. La pequeña área del living en donde él estaba parado se abría hacia la
cocina. Un hueco de escalera llevaba a un balcón y a un desván dormitorio con

125
El Club de las Excomulgadas
un tragaluz circular para poder mirar las estrellas. Podía ver el mar a través del
panel frontal de ventanas, y había una pequeña terraza, una fuente en la que ponía
sus pies mientras se sentaba ahí afuera. Esa había sido una de sus mejoras, para
poder sentir el agua en su piel incluso aunque el océano yaciera a sólo cerca de
cuatrocientos cincuenta metros en marea alta.

Independientemente de las otras mejoras que había hecho cada hija de


Arianne, cada una había añadido también algo al trabajo de arte a lo largo de la
pared trasera debajo del balcón. Igual que con las ropas de hombre, había muchas
tradiciones sobre la cabaña difíciles de explicar a cualquiera. Extraños tributos a
Arianne, cosas hechas porque las mujeres no tenían otras tradiciones familiares,
ni lazos permanentes dentro de ninguna comunidad. Sus tenues uniones de unas
con las otras, de madre a hija a través de generaciones, eran por lo tanto de vital
importancia.

Pero mientras la mirada de él viajaba por la pared, notando las pinturas,


Anna sintió la necesidad de tratar de explicarle. Tal vez porque quería contarle a

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


alguien que tal vez quisiera escucharla.

—Cada hija elige una pintura para la pared, algo que sienta que pertenece
ahí. No hay otra especificación, sólo ese sentimiento indefinible.

Había comenzado con la primera habitante de la cabaña, la verdadera hija


de Arianne. Una postal, puesta en un gran marco contra una estera blanca, una
pequeña pintura en un vacío blanco. Era una instantánea, la estatua de piedra de
su madre, mirando con sufrimiento, con sus ojos blancos hacia el puerto que
había retenido sus sueños.

—La tragedia de una persona y el corazón roto se transforma en la


atracción turística de otra, — murmuró él. La mirada de Jonah siguió el camino,
pasó varias otras contribuciones, y luego se detuvo en la foto que había dejado la
madre de Anna.

126
El Club de las Excomulgadas

Una caja negra sobre un fondo gris añejo. Definido, nunca cambiante. Una
prisión. Anna odiaba mirarla. A menudo deseó que las compulsiones que dictaban
tanto de lo que ocurría o que era hecho en esa cabaña no fueran tan fuertes en ella,
de poder encontrar el coraje para sacarla de la pared, tirarla al mar.

Entonces la atención de él cambio a la última pintura. Ella la había


encontrado en la parte trasera de una polvorienta tienda de antigüedades, una
pintura hecha por un artista que nunca encontró la fama pero que había adaptado el
estilo del Romanticismo para lograr una interpretación diferente para la historia
de La Sirenita. La sirena seguía siendo de piedra, pero su príncipe había venido.
Él estaba de pie con el agua hasta los muslos, con su caballo blanco justo detrás
de él. Estaba tocando la cara de ella, y mientras hacía eso, la piedra se derretía.
La pintura mostraba el granito gris de su brazo derritiéndose mientras la pálida
carne blanca y los dedos se levantaban, buscándolo.

Jonah se había acercado y ahora se volvió, con sus dedos en la base del

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marco. —Si estas están en orden, ésta es tuya. ¿Este es el deseo de tu corazón,
Anna?

Tan perceptivo como era, no debería haberle sorprendido que entendiera


más de lo que debería sobre las pinturas. Una para recordarles las consecuencias
del amor. Una recomendando que abandonara la esperanza del amor, la
esperanza de cualquier cosa. Una rehusándose a hacer eso. Ella miró la pintura,
pero más que eso, miró la mano de él, la curva de sus dedos, los huesos de su
muñeca, la ligera cubierta de vello oscuro en sus antebrazos, llevándola a pensar
instantáneamente en la manera que se sentía estar en el nido de esos brazos, con
sus firmes bíceps presionando su espalda.

Su furia inicial por esa transformación humana parecía haber decaído, por
ahora. Aun así, ella sabía que debería tener cuidado con él. Desafortunadamente,
eso no parecía ser posible para ella. Mortal, él no tenía la belleza de otro mundo

127
El Club de las Excomulgadas
que tenía como ángel, pero aún tenía una figura de macho que quitaba el aliento.
Su energía alcanzaba todos los rincones de la habitación, lavándola, haciéndole
querer cerrar los ojos y simplemente absorberlo, tomarlo con todos los sentidos,
incluso aunque quisiera seguir mirando. Esos jeans… aunque no podía decir que
eran una mejora sobre la brevedad de su falda de batalla, la cual revelaba tanto de
él, aún eran bonitos para sus ojos, por la manera en que se ajustaban a él. Su
cabello oscuro descansaba sobre sus hombros, tan negro que no podría mezclarse
con su camiseta oscura.

Ella nunca había sido gobernada por la lujuria. Tal vez era porque él
había derribado la puerta donde moraba dentro de ella al tomar su inocencia,
pero no parecía poder detener la respuesta vibrante de su cuerpo hacia él.

—Quiero verte volar otra vez, — dijo ella suavemente. Quería verlo
elevarse, debería ser todo bonito y poderoso, del modo en que estaba segura que
volaba cuando no tenía un ala herida, o un corazón herido. Si podía ayudar de
alguna pequeña manera a hacer que eso ocurriera, y si se le daba el privilegio de

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vivir lo suficiente como para verlo, como había visto a los Caminantes del
Viento, entonces eso sería suficiente.

Un momento de perfecta felicidad podía satisfacer al alma para siempre


¿No? Particularmente cuando esa alma siempre había sabido que tal cosa era un
milagro más allá de su alcance.

Se preguntaba por qué había pensado que querría contarle algo de eso,
por ahora todo lo que quería era que él hiciera algo para que ella no tuviera que
pensar más acerca de eso. Así que dio un paso atrás, luego otro, moviéndose a la
primer escalera hacia el desván. Los ojos de él la miraron de cerca mientras ella
tomaba el dobladillo de su delgada camiseta y la pasaba sobre su cara, su cabello
se elevó para formar una chimenea en la apertura cuando ella se sacó la prenda.

—Detente.

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El Club de las Excomulgadas

Ella se detuvo, la tela de gasa presionó contra sus labios, ojos y pestañas.
Podía verlo, un borde brumoso y nublado teñido con suave tinta azul verdosa
mientras venía hacia ella. Sus brazos estaban enredados en los tirantes de la
camiseta, y él puso sus manos justo debajo de sus codos levantados, manteniéndola
de esa manera mientras se inclinaba, con su aliento acariciándola. Cuando sus
labios tocaron su boca a través de la tela, sus propios labios se separaron, mojando
los hilos. Su cuerpo se balanceó hacia el de él, y él juntó sus manos llenas en su
pelo, ayudándole a sacarse la camiseta para que ahora ella estuviera de pie con los
pechos desnudos frente a él. Desatando el tirante que sujetaba la camiseta, él la
dejó caer, y ella estaba desnuda, con su ropa en una pila a sus pies. Tomando su
rostro, él acarició la línea de su garganta. Tan lento, tan sensual, un hombre
completamente consciente del poder de su toque en la piel de una mujer en esa
columna vulnerable.

Mientras él la miraba, la luz del sol poniéndose volvió la habitación


dorada, luego rosa, bañándolos a ellos y a su alrededor en un rico color. Él se

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sacó la camiseta y la tiró a un lado. Conteniendo su aliento, Anna vio cómo su
barbilla se inclinaba hacia arriba, sus ojos se cerraban y sus manos se apretaban
sobre ella mientras su cuerpo se tensaba, con sus músculos temblando. El rosado
y el dorado se convirtieron en un lavado de luz ambarina, y las alas se estiraron
detrás de él, una se estiró, la otra fue tentativa, pero capaz de unirse a ella en
parte, llenando de magia la pequeña habitación.

Lentamente, sus ojos se abrieron, y su barbilla volvió a bajar de modo que


sus ojos se enfocaron en ella otra vez con esas profundidades oscuras e ilegibles.
A través de todo eso no había dejado de tocarla, y ahora la energía que había
tenido como simple mortal se expandió exponencialmente. Ella estuvo contenta
por la protección alrededor de la cabaña, porque de otro modo seguramente
habría esquirlas de su brillo fuera de la estructura.

—Ven, pequeña.

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El Club de las Excomulgadas

Cuando ella bajó un escalón, la sorprendió al atraparla debajo por su espalda


y piernas levantándola en sus brazos, moviéndose hacia adelante para tomar los
escalones hacia el balcón del desván. Plegó sus alas cuidadosamente a lo largo de
su espalda, con sus puntas arrastrándose como la capa de un príncipe mientras
subía la escalera, sus ojos nunca dejaron su cara. —Yaceré contigo en la cama en
que sueñas.

Ella no podía pensar en nada que quisiera más.

Mientras la llevaba escaleras arriba, Anna deslizó los brazos alrededor de


sus hombros, las puntas de sus dedos se enterraron en el arco de sus alas. Quería
que la cargara para siempre. Esa ingravidez era… Oh, se sentía tan bien ser
llevada, ser abrazada fuertemente. Se fundió con la dulce anticipación en su
estómago, el pequeño pez que parecía estar apuntando a todos lados, la presión
sin descanso de sus muslos, tan consciente del agarre de sus manos ahí.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Además de un baño, las dos cosas principales en el desván eran su cama y
la piscina del jacuzzi que ella había diseñado como un estanque amurallado. Él
fue directamente a la cama, haciendo a esos peces saltar. Luciendo como una
extensión de arena suave con su acolchado cobertor café, era simple, amplia y
fortuitamente larga, tomando la mitad del espacio. Conchas que había
recolectado de la playa, trozos de coral seco y más flores en jarrones estaban en
las mesitas laterales y en la repisa encima de ella. Cosas que ayudaran a
mantenerla conectada. También había ahí una pequeña acuarela de una sirena
que había recogido una noche en una feria itinerante.

No había ninguna lámpara, porque ella prefería mirar hacia afuera a


través del vidrio de noche, viendo la luz de la luna y la espuma del océano barrer
a través de la arena, oyendo el mudo apuro del sonido. Ahora él la acostó,
inclinándose sobre ella. Sus manos envolvieron la parte superior de los brazos de
él, y no lo dejó ir. Poniendo una rodilla sobre la cama, se estiró al lado de ella,

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El Club de las Excomulgadas
con su mano descansando sobre su cintura desnuda, con su pulgar recorriendo
ociosamente su estómago, su ombligo, haciendo estremecer sus muslos.

—Te hiciste un nido aquí, — observó él. —Dime, pequeña. ¿Por qué eres la
única que queda? ¿Por qué estás tan sola en el mundo?

Ella estiró una mano hacia su rostro, pero él atrapó su muñeca, le dio la
vuelta y besó su palma, haciéndole cosquillas. —Quiero volver a estar dentro de ti,
Anna. Estirar tus suaves labios, sentir el hambriento agarre de tu cuerpo deseando
el mío. Pero primero me dirás esto.

Ella cerró los ojos. —Eso es un soborno, Mi Señor.

—Así es. — El rastro de una sonrisa no quitó la seriedad de su cara. —No


voy a hacerte daño con el conocimiento, lo prometo.

Él entendía. Eso se retorcía dentro de ella, un dolor dulce. Con el mismo

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


aliento que sintió el deseo de contarle, experimentó el temor de tenerlo
reaccionando como tantos otros, como esos que habían conocido la historia por
siglos.

—La bruja marina original, la tátara tátara abuela de Mina le lanzó a


Arianne el hechizo para ser humana para ganar el deseo de su corazón, el amor
de un príncipe.

Cuando Jonah asintió, indicando la familiaridad con esa parte, Anna se


sintió feliz por no tener que retroceder para repasar los otros detalles. —Arianne
falló y fue convertida en piedra, como dicen la leyenda y la realidad. Pero
Neptuno hizo un trato con la bruja marina. No la mataría dolorosamente, y ella
volvería a transformar a Arianne en sirena, — los labios de Anna se torcieron. —
Pero algo salió mal, y la bruja marina no pudo quitar el hechizo de cambia
forma. Ni Arianne pudo controlarlo. Durante toda su vida, siguió cambiando

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El Club de las Excomulgadas
inesperadamente de sirena a humana, y así tuvo que vivir cerca de la tierra, de otro
modo podía ahogarse. Cada vez que cambiaba a humana, también experimentaba
un dolor insoportable, como si pisara hojas de afeitar cuando caminaba. Aun así,
bailaba en la playa por las noches, recordando a su príncipe. Le dejó una carta a su
hija contándole cómo la miraba cuando bailaba haciendo que el dolor valiera la
pena.

— ¿Entonces quién fue el padre de la niña?

Anna negó, curvando sus labios. —El príncipe, que después de todo le dio
su amor a otra, no tuvo problema en acostarse con Arianne antes de decidir
dejarla por su novia humana. Arianne llevaba a su hijo cuando se transformó en
piedra. Nadie esperaba que la hija viviera, pero lo hizo. Desde entonces ha sido
el patrón. Ninguna hija de Arianne ha encontrado la felicidad del amor
duradero, pero siempre se encuentra a sí misma con una hija de algún modo.
Pero cada hija, así como hereda la capacidad de volverse humana, también tiene
habilidades únicas … Maldiciones.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Jonah frunció el ceño. —¿Por qué maldiciones?

Anna dejó que su mirada se deslizara a la mesa de noche, a una flor


rosada en medio de las otras. Pétalos delicados, existencia frágil. Pero sobrevivía,
empujándose hacia arriba del suelo. Durando. Aunque fuera por un corto
tiempo, era perfecta.

—Porque las habilidades eran involuntarias y causaban daño a ellas


mismas o a aquellos a quienes amaban. La primera hija, si se excitaba de
cualquier modo ya fuese demasiado feliz o demasiado triste podía perturbar
violentamente las aguas a su alrededor. Maremotos, olas gigantescas, drenajes.
Por eso fue que Neptuno construyó la cabaña para ella. Mientras no estuviera en
un gran cuerpo de agua, eso no ocurriría. Pero antes de eso, hizo naufragar
barcos, creó tormentas que cobraron vidas. Rescató a un hombre de su

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El Club de las Excomulgadas
devastación, y fue capaz de amarlo por el tiempo suficiente para conseguir un hijo
antes de que él descubriera su naturaleza y no pudiera aceptarla.

—Su hija no podía hablar excepto con canciones. El sonido de su voz


cantante ponía a quien quiera que la escuchara en un sueño profundo del que no
podían despertar durante días. A veces meses. Así que ella permaneció muda la
mayor parte de su vida, desesperada por comunicarse, pero capaz de hacerlo sólo
uno o dos minutos antes de que esos a quienes quería hablarles desesperadamente
se perdieran en el sueño. Anna trató de sonreír pero falló. —Y así sigue.

—Neptuno creyó que era una ironía orquestada por la bruja marina,
porque el trato entre ellos había incluido un juramento de sangre de que ni ella ni
su descendencia volverían a dañar nunca directamente a Arianne o a sus
descendientes. Pero Mina me dijo que el hechizo de piedra nunca fue pensado
para revertirse y la magia sólo cobró vida impredeciblemente por sí misma.

— ¿Alguna de ella sigue viva ahora? ¿Tu madre? ¿Su madre?

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—No. — Cuando no pudo hacer que dijera nada más, ni siquiera ante su
mirada de pregunta, él se inclinó y puso sus labios sobre su cuello, justo bajo su
oído. Su nariz acarició su curva exterior, con su aliento cosquilleando la carne
ahí. Ante el mojado toque de su boca, su cabeza se echó hacia atrás, sus nervios
titilaron deliciosamente. —Ah Diosa. Eres malvado.

Sus labios se levantaron en una sonrisa contra ella, pero no pudo quitar el
peso de su pecho, incluso bajo esa sensación de respuesta. —Cuéntame.

Ella simplemente se lo diría, y acabaría con ello. Él quería saber, ella le


contaría, y trataría de seguir adelante. Aun así, las palabras se atoraron en su
garganta. —Todas morimos antes de cumplir los veintiuno, Mi Señor.

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El Club de las Excomulgadas
Jonah se detuvo, levantó la cabeza, toda la diversión desvaneciéndose de su
expresión. La mirada de ella cambió al océano afuera de la ventana. —¿Qué edad
tienes, pequeña?

Ella medio se rio, y supo que era un sonido deprimente. —Un buen
momento para decidir que soy demasiado joven para ti, Mi Señor.

No se sorprendió cuando él la agarró por los hombros, levantándola hasta


sentarla. Aunque sus manos se tuvieron que curvar sobre los muslos de él, para
darle el valor para mirar su cara. —¿Qué edad tienes?, — repitió.

—Recién cumplí los veinte. Así que si voy a seguir la leyenda, creo que
debo embarazarme pronto.

—No. — Él lo hizo una orden. —¿Qué le pasó a tu madre?

Cuando ella negó, él relajó su espalda contra la cama y se movió sobre su

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cuerpo, su rodilla presionó entre sus piernas. Ella las abrió para él. De algún
modo sus ojos se oscurecieron más y Anna se encontró a si misma sometiéndose
a su voluntad tan desesperada, tan fácilmente. No podía negarle nada, ni siquiera
las palabras que habían quedado atrapadas en su garganta. Él bajó sobre ella, con
su pecho presionando su carne desnuda. La mezclilla y su altura atrapadas
debajo frotando contra su carne excitada. Anna dejó escapar el aliento,
arqueándose contra él. Tomando sus muñecas, estiró sus dos brazos hacia afuera
a ambos lados. Con sus brazos más largos, él era capaz de levantar la parte
superior de su cuerpo para inclinarse y besar su esternón, con sólo un roce de sus
labios.

Él la hacía sentir vulnerable, sosteniéndola de ese modo, y aun así la


hacía querer desnudar su alma para él. No entendía por qué ponerla en esa
posición abierta quitaba la llave a algo dentro de ella que una postura más
protegida habría mantenido cerrada, pero lo hacía, y finalmente ella encontró su

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El Club de las Excomulgadas
voz, con un trémulo susurro en la oscuridad, rozando contra el pelo sobre su frente.

—Se cortó la garganta justo después de que yo naciera, con el mismo


cuchillo que cortó el cordón que nos unía. Ella pidió mi perdón. Mina me lo contó.
— Anna se quedó en blanco mirando fijamente la caída de pelo sobre su frente. —
Mi madre dijo que no podía soportar ver sufrir a su hija, pero no tenía el valor de
terminar mi vida junto con la de ella.

—Santa Madre. — Cuando Jonah descansó su frente sobre la de ella, Anna


cerró los ojos, sintiendo el calor de él, sus rasgos fuertes. Su cuerpo presionando
el suyo más abajo y ella no pudo evitarlo. Levantó sus piernas, enrollándolas
alrededor de sus muslos, con los dedos de sus pies deslizándose hacia abajo por
la entrepierna encima de su rodilla. —Mi Señor… Por favor, llévate mis
pensamientos. Seguiré hablando hasta caer en pedazos.

Pero él no se movió. Y ella se encontró a si misma hablando en voz alta


otra vez, con las palabras saliendo a borbotones del cerrado baúl de recuerdos

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que pesaba en su corazón. —Tú preguntaste por Mina. Cuando ocurrió eso,
Mina era joven, no más que una niña. Cuando ellos estaban distraídos, ella…
Dijeron que ella capturó la sangre de mi madre, y me hizo tragarla, junto con
algo propio. Debido a que me hizo enfermar violentamente, Neptuno hizo que la
expulsaran al Abismo, apresada con cadenas. Pero entonces descubrieron que yo
carecía de los poderes destructivos que habían tenido las otras hijas. La
comadrona y la sanadora que me atendieron me dijeron que Mina de algún
modo descubrió que ser alimentada con la sangre de mi madre y la de la línea de
la bruja marina me daría algún tipo de protección. Así que Neptuno hizo que la
sacaran del Abismo. — Tragó. —Nadie esperaba que estuviera con vida. Me
dijeron que su cuerpo estaba demasiado mutilado debido a los carroñeros.

Una tenue sonrisa tocó sus labios y ahora fue capaz de volver a tener una
mirada penetrante. —Así que ya ves, Mi Señor. Mina arriesgó su vida para
darme la vida que tengo. Sé que lucha contra su oscuridad. Pero incluso si no

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El Club de las Excomulgadas
piensas en ello de ese modo, ella necesita que crea en su bondad. Porque soy la
única que lo hace.

Él permaneció en silencio, estudiándola como si fuera la cosa más fascinante


que hubiera visto jamás. Después de unos momentos bajo esa intensa mirada, ya no
lo pudo soportar. Comenzó a tensarse contra su sujeción. Él permaneció inmóvil, y
eso aumentó la necesidad dentro de ella, liberó algo del dolor y lo reemplazó con la
anticipación dura y necesitada de su excitación. Algo en su cara le dijo que él
estaba esperando… esperando… Ella elevó sus caderas contra la presión de la de él,
tensándose aún más, arqueando su garganta, presionando sus senos contra su
pecho. Ofreciendo. Rogando con sus movimientos.

Sus alas estaban en esa posición medio desplegadas, pero la refugiarían de


lo que quedaba de luz de día, haciéndolo sombra, llevándola al crepúsculo
mientras él finalmente se inclinaba, agarrándola de la nuca y levantándola hacia
su boca. Sin ternura, la sorprendió por la manera en que su boca chocó con la de
ella. Pero ella simplemente la abrió tanto como pudo para él, lo dejó saquearla,

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haciendo gemidos de urgencia desde lo profundo de su garganta. Sus piernas se
enroscaron sobre sus caderas, sobre las curvas musculosas de su trasero. Su
movimiento agresivo le valió un gruñido de advertencia. Su respuesta fue
arquearse más, hacer pequeños movimientos contra su dura longitud, retándolo
a que restringiera aún más sus movimientos.

Él llegó entre ellos, descubrió cómo funcionaba el pantalón, se paró con


repentina impaciencia para sacárselos, luego volvió a bajar sobre ella antes de
que tuviera más de un momento para extrañar su calor, su peso y su dureza.

Ella necesitaba que la llenara, que estuviera dentro de ella. Su corazón y


su alma se estaban sofocando; ¿no lo podía ver?

—Jonah… Mi Señor. No me dejes sentir así.

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El Club de las Excomulgadas
Él levantó la mirada parpadeante. —¿Necesitas el dolor, pequeña?

Ella asintió. —Haz que no recuerde, Mi Señor. Hazme olvidar que no


pertenezco a ningún lugar, ni a las sirenas ni a los humanos, ni a nadie.

Ella sabía que aquellos como Mina podían burlarse ante la degradante idea
de pertenecer a alguien. Pero cuando un alma estaba muriendo de hambre por un
toque, por una conexión, se esclavizaría voluntariamente a sí misma con la oferta
de amor de otro, aunque fuera por unos pocos momentos. Ella sería de él, por tanto
tiempo como él la tuviera, y si podía se alimentaría de ese breve tiempo.
¿Cuántos de nosotros tienen la oportunidad de estar con un ángel, después de
todo?

Ella había sido fuerte e independiente toda su corta vida. No había habido
una elección real en eso, pero había sido reforzada por el ejemplo de Mina, por
la vida desperdiciada de su madre. Nunca se dio cuenta del peligro de ser tomada
en los brazos de un macho fuerte que quisiera protegerla, cuidarla. Era mucho

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más peligrosa para ella que ninguna otra cosa sobre Jonah. Pero como muchas
cosas en su vida, la hacía consciente de la elección de acogerla por tanto tiempo
como le fuera ofrecido. Ella tenía demasiado poco tiempo para desperdiciarlo
teniendo miedo.

Alzándose contra su toque, lo mordió justo encima del círculo de su


pezón, apretando sus piernas sobre él. En respuesta, él deslizó un brazo
alrededor de su cintura y se enfundó a sí mismo en ella, duro, profundo y rápido,
haciéndola inspirar fuerte, pronunciando un agudo grito de placer.

Él se empujó de vuelta abajo y empezó a golpear dentro de ella, con ojos


fieros, casi como el destello rojo de un Oscuro en la oscuridad de su cabaña. —
Te haré gritar, pequeña.

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El Club de las Excomulgadas
Jonah sabía que la había mantenido hablando de los dolorosos recuerdos
por más tiempo del que debía. Ella había heredado un legado de esperanzas no
cumplidas, y aun así era probable que él fuera otra de ellas. Ni siquiera le había
agradecido por haber salvado su vida. Pero no podía hacer eso hasta que supiera
que había valido la pena ser salvado o que no le traería más tristeza. Como fuera, él
no había estado vivo tanto tiempo sin aprender a ser inventivo, y había cosas que
podía darle ahora además de su gratitud.

Las flores con las que se había rodeado eran parte de la clave que era ella.
Delicada, temporal, viviendo con fiereza, perfecta y al mismo tiempo una belleza
frágil en ese momento. Así que él le daría ese momento.

Deslizándose de su cuerpo a pesar de su grito de protesta y su propia


dureza dolorida, tomó uno de los dientes de león del jarrón de la mesa lateral.
Rozándola sobre su estómago, miró algunas de las semillas desprenderse,
haciéndole más cosquillas. Entonces se inclinó, besándole la parte inferior de sus
pechos donde el pliegue de su peso descansar sobre su caja torácica.

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Demorándose, lo probó mientras ella se movía inquieta debajo de él, enredando
sus dedos en su pelo.

Elevándose, la detuvo para poder devolverle el favor, peinándole el pelo


con sus dedos, desatando el lazo que lo sostenía para poder extenderlo sobre la
cama. La sorprendió, él lo podía decir, cuando enlazó sus manos a través de él,
enredándolas, atando las correas sobre sus muñecas para mantenerla así, abierta
y temblorosa. Entonces levantó una de las piernas de ella, sosteniendo la
pantorrilla en su mano, y la guió bajo su brazo, descansando su talón sobre su
cadera mientras arrastraba el diente de león hacia abajo, abajo…

Anna se mordió el labio ante el ligero contacto, y luego de sus labios salió
un grito gutural mientras él se inclinaba y remplazaba el toque con su propia
boca.

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El Club de las Excomulgadas
—¿Qué estás…?

—Llevándote tan alto como puedas, pequeña.

Cuando él puso su boca completamente sobre su carne caliente y resbalosa,


todos los recuerdos dolorosos volaron de vuelta a la oscuridad. Anna tiró de la
manta, moviendo sus caderas contra su cara. Sus apretones impulsivos y rítmicos la
hicieron sentir como si no lo pudiera soportar más, aunque también quiso montar
su boca para siempre. Se meció, lloró. Cuando levantó la mirada a su cuerpo
arqueado, las pestañas de él abanicaban sus mejillas mientras miraba el estado de
excitación de su sexo empapado con una ávida intención. La hizo retorcerse
incluso con más insistencia.

Por su parte, las nobles intenciones de Jonah habían volado y ahora


simplemente necesitaba tomarla. Mientras ella yacía tan abierta debajo de él, se
recordó cómo ella le había ofrecido todo esa primera noche, y descubrió en sí
mismo el rastro de un conquistador, tomando como suyo algo que podía no

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merecer.

Lo que fuera que él le diera no igualaría lo que le daba a él con su total


sumisión. Ese pensamiento le dio una pausa, y la estudió desde distintos ángulos
antes de empujarla, y levantarle ambas piernas hasta sus hombros. Sintiendo sus
pantorrillas deslizarse más allá de los arcos de sus alas, él elevó su liviana figura,
sosteniéndola para una penetración más profunda de su boca.

Él había olvidado el sabor dulce y almizclado de la hendidura de una


mujer, la miel resbalosa, el modo en que ella respondería si lo hacía bien, como
si hubiera sido arrojada a una tormenta marina, su cuerpo moviéndose tan
sinuosamente como las olas espumosas.

Una de las leyendas humanas de la desaparición de Ariel era de ella


transformándose en espuma de mar. Ahora, mientras Anna ondulaba como

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El Club de las Excomulgadas
podía, como si estuviera moviéndose a través del agua, Jonah supo que su corazón
estaba en el océano, su alma en lo profundo del mar. Pero era un mundo que a
menudo no la quería ahí. Así que vivía aquí, atrapada en la frontera de tierra y
agua, simbólico, como todo en esa cabaña. A pesar de toda su quieta tranquilidad,
se dio cuenta que no le gustaba que ella estuviera aquí, donde todas sus tradiciones
podrían hacerla creer que este camino era lo mejor que podía esperar.

Excepto por aquel cuadro. Ese que decía que ella esperaba algo mejor.

Mientras volvía a ponerse sobre su cuerpo y se enfundaba otra vez,


empujándolos a ambos sobre el borde que necesitaban, supo que se iba a
embarcar con ella en ese viaje. No porque creyera a la bruja marina, o porque
necesitara sanar la oscuridad de su corazón, sino porque de pronto lo más
importante era que su pequeña sirena supiera que alguien creía en ella.
Y fuego del infierno, aún si no podía curarse, buscaría a Lucifer o a la
Dama. O a cualquiera de ellos. ¿Qué importaría una semana? El tiempo era
relativo, cuando uno era un ángel.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


*****
Ella despertó sola. El trueno estremecía la casa, acercándose, destellos de
relámpagos iluminaban la cabaña de modo que pudo verlo de pie en la terraza,
con la puerta de vidrio deslizante abierta a la lluvia. Su pelo estaba aplastado
contra su cabeza, su cabeza inclinada hacia el cielo, las alas un peso pesado en su
espalda.

Ella no se vistió, pero bajó la escalera, se paró en la puerta abierta y dio


un paso detrás de él.

—¿Es una batalla?

Él negó, poniendo su mano atrás sin mirarla. Cuando ella la tomó, la jaló
hacia adelante, metiéndola bajo sus alas para que pudiera pararse delante de él.

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El Club de las Excomulgadas
Él habló en un silencioso murmullo a pesar de la lluvia debido a que su mandíbula
estaba contra su frente mientras ambos miraban hacia arriba. —Sólo es una
tormenta de truenos, pequeña.

Ella podía sentirlo viniendo de él, un zumbido tenso. Anna se volvió,


inclinando su cabeza hacia él en vez de hacia el cielo.

Cada línea de su cara estaba tensa, sus ojos… angustiados. Algo se movió
ahí, algo que le recordó lo que había dicho Mina. Él guía a los ángeles que luchan
contra los Oscuros…

—Cuéntame de los otros ángeles. — Ella buscó algo que lo sacara, sin
querer que estuviera solo en la oscuridad de sus pensamientos. —Tus amigos.
Aquellos a quienes ordenas.

Un estremecimiento recorrió sus músculos. —No puedo. — Inclinando


su cabeza, frotó su frente y cerró los ojos, incluso cuando los brazos de ella

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subieron alrededor de su cuello. —Cuando pienso en ellos, sólo escucho sus
gritos. Veo la sangre.

Le tomó un momento digerir el significado tras sus palabras, y darse


cuenta a dónde habían ido sus pensamientos. No con los vivos que había dejado
atrás para estar aquí esta noche, sino con los muertos que lo habían dejado.

—Elige algo. — Guiada por la intuición, lo susurró, como si hubiera


venido a él en un sueño, donde era seguro recordar. —Algo simple. Dime el
color de su pelo.

Él abrió los ojos y la miró fijamente, con tanta intención que ella saltó
cuando el relámpago volvió a destellar. Sus puños se cerraron, pero ella puso sus
manos sobre sus brazos para recordarle que estaba ahí cuando viniera el rugido
del trueno, como siempre hacía.

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El Club de las Excomulgadas
—Ronin tenía un brillante cabello dorado, — dijo él cuando el trueno
terminó, con la fuerza de la lluvia encerrándolos en un espacio quieto donde ella
estuvo consciente del aliento de él en su mejilla, la niebla en sus pestañas que
podría no venir del agua que caía de su pelo. Él negó, con sus párpados cerrándose
otra vez, luego reabriéndose. —Estaba desacostumbradamente orgulloso de él.

—Dorado. ¿Era guapo?

—Parecía pensarlo. Cuando buscaba una hembra para aferrarse, presumía


que ella sólo tenía que ver su cabello para caer en sus brazos. — Le dio un ligero
apretón, pareciendo recordarse a sí mismo. —A diferencia de mi oscuridad, la
cual debo compensar con mi encanto.

—Me alegra decirte que tu oscuridad es más atractiva, Mi Señor. — Ella


enredó sus dedos por las mojadas hebras del color de las alas de un cuervo. —Y
es algo bueno, porque tu encanto es áspero en los bordes.

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—Me hieres, pequeña.

Ella sonrió mientras la tensión dejaba sus hombros. —¿Los otros son
todos como tú? ¿Guapos e intolerablemente arrogantes?

Algo brilló dentro de esos ojos de ébano. —No, son peores. Y feos. No
te gustarían para nada.

La parte superior de su cuerpo estaba cuajada con la lluvia que caía.


Impulsivamente, ella puso sus labios en una gota sobre su pecho, elevándose
sobre puntas de su pie, y la saboreó, con su piel con agua de lluvia. La ausencia
de sal en el agua, el sabor de la sal en su piel. El modo en que el océano y la
tierra se unían, compartiendo la sal. Del mismo modo en que se unían ellos, un
ángel y una sirena.

142
El Club de las Excomulgadas
La mano de él subió, tomando la parte de atrás de su cabeza. La sostuvo así,
con el resto de su cuerpo tan quieto, con su poder contenido. Ella ni siquiera pensó
que él estuviera respirando mientras dejaba que sus propias manos se deslizaran
como pájaros bajando por la pendiente de su espalda, esa hendidura superficial,
sobre grupos convexos de músculos hasta la elevación de su trasero. Las dejó
descansar ahí, sintiendo cómo tocaba las plumas más pequeñas de la parte inferior
de sus alas.

—Los extraño. Con tanta fiereza que quiero herir a alguien cuando pienso
en ellos. — Jonah la sintió dentro de él, la violencia hirviendo lentamente, y odió
que eso se elevara en él ahora, cuando sostenía a una criatura en sus brazos que
era la antítesis de todo eso. Presionó su frente contra la de ella, deseando
simplemente poder absorber su calma, la tranquilidad que ella sentía en su joven
alma.

Antes, él había tomado su cuerpo con pasión y fuerza. Ella lo había


mordido, hundido sus uñas, respondido con gentileza. Pero de algún modo ese

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simple roce de contacto era más poderoso, de pie aquí afuera, sólo los dos.

¿El campo de batalla, pintado con sangre, se había convertido en su


verdadero hogar? ¿Sus enemigos, así como los que luchaban con él, se habían
convertido en su familia, aunque fuera en esos momentos de absoluta violencia,
cuando no había espacio para nada más? El pensamiento era detestable, pero
aquí, donde finalmente, después de tantos años, sentía una tranquila conexión,
recordó cuán desconectado se había sentido por tanto tiempo. Sin propósito,
excepto cuando estaba matando.

—Diosa, no le he dicho a nadie que los extraño. ¿Qué magia hay en tus
brazos, pequeña? ¿En tu toque? No deberías estar en ningún lugar cerca de mí.

—Te puedo cantar para que te duermas, Mi Señor. — Ella pareció poco
preocupada por la advertencia. En cambio, miró hacia el océano y Jonah lo

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El Club de las Excomulgadas
supo, que aunque la casa estuviera o no protegida por el poder de Neptuno, a ella le
preocupaba que los Oscuros lo encontraran mientras se exponían a las fuerzas de la
tormenta.

—¿Dormiré durante días? — Él no pudo pensar en nada más que decir


cuando ella levantó la mirada hacia él con sus grandes ojos violetas.

—No. — Su pequeña boca rosada se curvó. —El poder destructor de mi


ancestro es distinto en mí. Pero puedo tejer sueños. Mientras canto para que te
duermas, puedo traerte lo que sea que desees a tus sueños. Si me cuentas de sus
caras, de sus voces, te los puedo traer de vuelta. A Ronin, a todos ellos. Por una
noche.
El pulgar de él se movió a través de su lleno labio inferior, recolectando
agua de lluvia. —¿Y alguna vez te cantas a ti misma para dormir, pequeña? ¿Te
regalas a alguien en tus sueños?

Ella negó. —No, pero la Dama tuvo piedad de mí. En su lugar me trajo

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un ángel.

Él la miró fijamente. Ella se había revelado a si misma a él antes. Tal vez


esa era la llave que abriría su confianza, su voluntad de darle a ella partes que no
le había dado a nadie más. Ella era inocente y muy alejada de lo que se suponía
que él debía ser para otros, pero sí entendía lo que era el mal.

—Iré contigo, Anna. Iremos a ver al shamán. Tal vez habrá respuestas en
este viaje para ambos.

Anna tragó, incrédula por un momento de que él hubiera accedido. Pero


cuando se inclinó hacia él y vio el deseo elevarse en sus ojos, su sonrisa
complacida fue reemplazada por una anticipación diferente. Supo que él la
volvería a tener esa noche.

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El Club de las Excomulgadas
—Me alegra oírlo, Mi Señor. Pero al menos por esta noche, creo que todas
las respuestas que necesitamos están aquí.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Nueve
Ella se despertó antes que él, justo antes del amanecer. Así que cuando ella
se deslizó de la cama y miró el cielo de color gris claro, después en tonos de color
de rosa mezclado con los restos dorados que anunciaban el sol, también vio sus alas
poco a poco desintegrarse y luego desaparecer, dejando un puñado de plumas
esparcidas por la cama y el suelo. A pesar de su torso que estaba un poco
cambiado, ella se sintió cautivada por la longitud de su pierna desnuda, con su sexo
en reposo y sus testículos como una sombra oscura curvada en la parte interna de
su muslo.

Él había estado dentro de ella. Ella había sentido el cambio de sus bíceps
en contra de su carne, mientras la abrazaba, con la línea de su mandíbula
pasando sobre su mejilla mientras sus labios acariciaban su piel y sus dientes
seguían una línea de contacto inesperado y feroz, despertando una respuesta
igualmente feroz por parte de ella.

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Todo estaba en un extraño silencio, ella se arrodilló junto a su mano, esos
largos dedos habían tocado cada centímetro de su piel, pelo, la habían
acariciado, agarrado. . . Ahora ella puso su mano en su palma, con cuidado
enderezándole los dedos, uno por uno, conteniendo la respiración para no
despertarlo. Ella quería volver a ver su delicada mano contra su elegante poder.

Inclinando la cabeza miró su cara, se encontró con que sus ojos se habían
abierto. Oscuros, marrón oscuro, los lados blancos tan extraños para ella a pesar
de que había estado utilizado su verdadera apariencia tan poco tiempo. A ella le
gustaba darse cuenta de sus emociones por el tono de su voz, por el cambio de su
cuerpo. Viendo el flash de fuego a través de los ojos firmemente oscuros de
deseo.

—Buenos días, — dijo ella en voz baja, y luego se preguntó si volvería a


considerarlo buenos, teniendo en cuenta que lo despertaba de esa forma.

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El Club de las Excomulgadas
Su cabello se había caído hacia adelante, acariciando su antebrazo. Eso era
lo que lo había despertado. Eso, y una sensación muy extraña. Él conocía las
formas de los humanos, se había movido en silencio e invisible entre ellos durante
mucho tiempo. Pero ver el apetito humano y oír ruidos en su vientre era
completamente diferentes. Sonaba alarmante, ya que si el animal estaba ahí, pronto
saldría si no lo apaciguaba.

La segunda cosa que lo enfrentó había sido un gato. Sentado sobre la tablilla
simplemente más allá de ella, lo miraba fijamente con los ojos medio cerrados de
color amarillo que se abrieron un poco más amplios cuando él levantó la mirada.
Él contemplo las dos cosas, el gato, su estómago vacío y no sintió ninguna
atracción particular hacia consumir al felino, por lo que al parecer no era lo que
anhelaba su estómago.

Él volvió su atención hacia Anna, por su reacción era mucho más fácil de
entender. Bajo la apariencia del sueño, por los últimos momentos sólo la había
visto jugar con su mano, como un recién nacido descubriendo una nueva

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revelación con todo lo que veía y tocaba. Su rubor inocente y la forma en que se
había echado hacia atrás le dijo que estaba avergonzada.

— ¿Puedes cambiar en la tierra? ¿A sirena?

Su ceño se frunció, pero ella asintió. — No por mucho tiempo. Necesito


que el agua se mueva por supuesto, y mantener mis agallas y escamas húmedas.
Arqueó una ceja. — ¿Por qué, Mi Señor?

Porque quería una seguridad visual de que ninguno de los dos era
verdaderamente humano. No tenía palabras para explicar eso. Pero entonces,
¿por qué era necesario hacerlo?

— ¿Es por eso que tienes la piscina aquí? — Él hizo un gesto.

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El Club de las Excomulgadas
El dormitorio tipo desván contenía sólo dos objetos. Ayer por la noche lo
único que había podido reclamar su atención había sido la cama. Esta mañana él
tomó nota de la piscina amurallada, una creación en forma de loto, con paredes de
bloques de piedra arenisca para formar una zona de estar a su alrededor. Explicaba
los tubos de refuerzo adicionales bajo el balcón. Varias canastas estaban colocadas
en el borde de la pared de piedra arenisca, y contenían virutas con forma de jabón y
eran perfumadas, como pétalos de rosa. Había velas flotantes en la piscina, al
parecer, iluminando la noche, ya que seguían ardiendo a esa hora del amanecer,
arrojando una luz suave sobre la habitación en penumbra.

— No me gusta estar demasiado lejos del agua, Mi Señor.

— Cambia para mí, — murmuró él. — Quiero verte.

Anna pareció considerarlo. Luego se retiró de su lado, con sus ojos


reduciéndose y sus gruesas pestañas apoyadas en las mejillas. Se había puesto
una de las prendas humanas, la falda de gasa de ayer, pero se había puesto la

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camiseta negra que él había estado usando. Le gustaba ver que usaba cerca de su
piel lo que él había tenido cerca. Ella dejó caer la falda, luego poco a poco se
sacó la camisa sobre su cabeza. No era la primera vez, que pensaba en lo
hermosos que eran sus pechos. Pequeños y firmes, con delicados pezones
rosados que hicieron que su boca se humedeciera repentinamente. A medida que
tragó, ella se acercó a la pileta, tomando asiento en el borde.

Jonah se sentó, mirándola. — Anna, ¿por qué no me miras? Te gustó


mirarme hace un momento. — Él inyectó una nota de burla en su voz y fue
recompensado con una leve sonrisa, pero ella mantuvo la mirada baja.

— Es una cosa íntima, Mi Señor. Yo. . . Yo lo he hecho delante de Mina,


pero ambas lo hacemos, por lo que no parece tan importante cambiar una frente
a la otra.

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El Club de las Excomulgadas
— Bien, de momento, yo soy un cambia formas, también, ya sabes.

Su silencio le dijo que era diferente, que su cambio era forzado, involuntario
y no deseado. Y temporal. Eso apretó su boca siquiera al pensar en ello, aunque
trató de suavizar su expresión, se dio cuenta de sus manos tensándose, retorciendo
los dedos juntos nerviosamente.

—Anna. — Ella levantó la mirada, una fracción a la vez. —Te ordeno


cambiar, — dijo en voz baja. —Ahora.

Sus ojos medio bajaron de nuevo, como el gato, que se había movido a la
puerta y se había puesto a su lado, mirándolos perezosamente a los dos.

Sus dedos del pie se doblaron. Se desdoblaron. Perlas pequeñas de carne,


tan pálidas, y luego de repente, su mirada fue atraída por una raya de púrpura y
azul esparciéndose a través de sus piernas, como tinta para marcar todas las
venas debajo, sólo que el color iridiscente se amplió, con la textura de su piel

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cambiando debajo de ella. Destellos de plata brillaron sobre él entonces, en
sustitución de la carne en un parpadeo, con las escamas superponiéndose, con su
parte inferior del cuerpo estremeciéndose, estirándose cuando ella se recostó en
sus brazos. Ella se arqueó sensiblemente mientras la parte inferior de su cuerpo
se torcía, se retorcía y alteraba. Las líneas azules y púrpuras serpentearon hasta
la parte superior de su cuerpo, encima de su tórax, con zarcillos delicados de
tatuajes en su vientre, después en sus pechos y terminaban sobre la redondez de
sus hombros.

Las escamas superpuestas le daban la forma femenina a sus caderas aún


más exuberante, ahora que podía comparar la diferencia entre ella y sus formas
de sirena con más precisión. Su atención viajó a lo largo de su cola, donde las
escamas se hacían más y más pequeñas hasta que eran como joyas en un escudo
limpio y delicado de armadura. Las frondas de sus aletas caudales estaban

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El Club de las Excomulgadas
desplegadas, como plumas, con distintos tonos de morado y azul destacándose con
tentadores destellos de plata y de color rosa.

Cuando Jonah se levantó de la cama, podía decir la parte de ella que era
instinto, que estaba ligada al mar y a sus leyes, que de inmediato se convirtió en
aprensión, sabiendo lo vulnerable que era en esa forma con ningún océano para
ofrecerle su gracia y su velocidad. Él no la haría sufrir ningún momento de miedo.

—Shhh... — Él dijo, poniendo una de sus rodillas a su lado. Con lo pequeña


que era, se quedaron casi cara a cara. Él curvó su mano bajo el peso de su pelo,
tomando la creciente sensibilidad de las branquias que se ocultaban a lo largo de
su garganta, un tipo diferente de belleza. Igual que su forma actual. Una forma
diferente de sobrevivir. Necesitaba pensar de esa manera.

Levantándola, entró en el estanque, con el toque familiar de un elemento


que ambos conocían. Su pelo flotó alrededor de ellos mientras la acomodaba,
descubriendo que era lo suficientemente amplio que podría ponerla de espaldas y

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abrazarla entre sus muslos, presionando su pene atento cómodamente contra su
espalda mientras ella se deslizaba hacia abajo en sus brazos.

Volteándola sobre sus rodillas, apoyó su brazo sobre la curva de su cola y


la persuadió de que descansara. —Así que… — Él dejó que su mirada viajara por
su cuerpo, deteniéndose con especial satisfacción sobre sus pechos, con sus dedos
pasando por la ornamentación embellecedora de ellos, sintiendo la textura ligera
saliendo de los colores entrelazados, registrando su temblor —¿dónde puedo
encontrar tu... ?

La inflexión, la orden desvanecida, le dijo a Anna lo que quería decir.


Ella se ruborizó. ¿Alguna vez dejaría de hacer eso? Había tenido su boca en ella,
su cuerpo totalmente en su interior, y, sin embargo, cuando su mirada se clavaba
de esa forma en ella, se sentía tibia y caliente, y era tan consciente de la forma en
que el agua se movía sobre ella... en ella.

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El Club de las Excomulgadas
Levantando la mano derecha de su pecho, él se extendió, sosteniéndola. —
Llévame allí. Quiero tocarte así. Eres hermosa, Anna.

La complació escuchar eso. Se había preocupado de eso, porque no tenía


piernas, porque él pudiera encontrar su forma de sirena, poco atractiva. Pero había
nacido sirena. La forma humana era sólo un disfraz. A pesar de que lo utilizaba con
bastante frecuencia se había convertido en mucho más cómodo para ella, había
limitaciones físicas que tenía que no podían pasarse por alto. Y estaba la dura
advertencia de Mina de que tenía que regresar al mar en un punto determinado.

Que llevaba a su mente a otras preocupaciones. Tenía que llevar a Jonah


a Nevada. En medio del desierto, y sólo podía “viajar por suerte”. No podían
conducir un coche o pagar para tomar un autobús, pero tenía que llevarlo allí
con la amabilidad y los motivos de los demás. ¿Por qué había sido Mina tan
específica en eso, y tan vaga en los otros detalles? Maldita sea.

En ese momento estaba en eso. Averiguaría el resto más tarde. Él estaba

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esperando, con esos ojos oscuros clavados en su rostro, tan quieto, que sugería su
naturaleza verdadera de otro mundo, incluso en esa forma mortal. Y él la
deseaba como sirena.

Ella le tomó la mano en una de las suyas. Estirándola, curvó su otra mano
sobre su hombro, en la unión tensa con su garganta. Su dedo pulgar presionó la
delgada base, sintiendo su pulso acelerarse mientras ella movía una cadera en su
musculoso muslo. El movimiento le dijo que estaba excitado, y su actitud
despreocupada acerca de eso, combinado con la concentración de sus ojos hizo
que le faltara el aire. Tuvo que recordarse a sí misma usar sus pulmones, no
jadear por las inútiles branquias.

Ella guió su mano alrededor de sus caderas, espalda con espalda.


Mientras lo hacía, arqueó la parte superior del cuerpo y su atención se clavó en
su pecho ahora inclinado tentadoramente hacia su boca.

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El Club de las Excomulgadas
Ella apoyó su mano en la hendidura debajo de la falda de su plumosa aleta
anal. La seda azul y morada de ella se agitó encima de él, rozando sus nudillos. La
parte inferior de su cuerpo tembló mientras ella mantenía la mirada clavada en su
pecho, pero a tientas debajo de ella con los dedos, explorando esa hendidura,
pareció supo intuitivamente cómo moverse con la superposición de sus escamas,
con la caída suave y tierna a la grieta debajo de su aleta. Él encontró la apertura
esperando allí, oculta, pero dando paso a la presencia de sus dedos, como los
pétalos de una flor plegada.

Jonah supo el momento en que sus dedos la penetraron suavemente. Por


una parte, los labios de Anna se separaron, su lengua le dio un barrido rápido,
nervioso. Por otra parte, el fluido, la sensación fresca del agua en la piscina dio
paso al fluido caliente, viscoso de una mujer excitada. Él la exploró con dedos
suaves, no sólo para sentir su apertura, sino la abertura anal apretada justo
encima de eso, escondida más cerca debajo de la aleta. Acariciándola con el
pulgar y el dedo índice, hizo que sus ojos se abrieran a la doble sensación
inesperada.

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Aunque él se inflamó por su jadeante gemido, se tomó su tiempo. Si había
una cosa que un ángel sabía, era que se trataba de un pecado apresurarse con el
placer de una mujer.

En particular, cuando la propia exploración era todo un placer. Si ella


hubiera estado en su forma humana, habría sido como ponerla en una silla o en
una mesa y tocar su suave coño, húmeda por la espalda, con su entrada anal al
alcance, ya que estaba aquí. Sin embargo, la apertura cálida y húmeda que estaba
investigando era más estrecha que la que tenía en su forma humana. Para
conseguir el mismo efecto, sospechaba que tendría que tenerla cruzando las
piernas en sus tobillos, manteniendo sus muslos muy juntos, mientras se
sumergía en la apertura terriblemente cómoda.

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El Club de las Excomulgadas
—Santa Madre, — suspiró él, con su polla dura y aumentando su hambre
con el pensamiento. Nunca se había puesto así, tan carnal y exigente a la vez, tan
rápido. Mientras él no quería pensar en las limitaciones que su cuerpo humano la
obligaría sobre él, al parecer, una cosa en donde se las arreglaba bastante bien era la
lujuria. Él se centraría en eso, más que en el sentimiento desconocido,
desequilibrado que había tenido cuando se había levantado para cruzar la
habitación con ella, así que por un momento él había tenido miedo de lanzarse a
sus pies.

Manteniendo la mirada en la suya todo el tiempo que pudo, él la apartó,


para poder moverse más firmemente entre sus muslos. Su cabeza cayó hacia
atrás, apoyándose en la pared, su cuerpo en una media luna ágil mientras él la
bajaba lentamente sobre su sexo erguido, metiéndose a sí mismo en las garras de
esa abertura estrecha, pero afortunadamente resbaladiza. A medida que ella se
extendía, gritó, dando suaves gemidos, hasta que él la penetró hasta la
empuñadura.

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Cuando finalmente lo hizo, cada centímetro glorioso, sus caderas se
encontraron con su base, su antebrazo se envolvió sobre sus pechos, su otro
brazo en su cintura, sujetándola firmemente sobre él, con sus muslos
sosteniéndola a cada lado. Ella había agarrado su antebrazo con manos
apretadas, y él pudo ver que sus pezones eran ahora puntos fuertes, su
respiración difícil.

—Respira, pequeña. Respira. Apriétame. ¡Ah, dioses! — gimió él


mientras la orden hacía que ella se contrajera de manera involuntaria.

A él le gustaba tenerla así, sabiendo que era posible unirse con ella en la
forma más cercana a lo que era. Sabiendo una vez más, que era el primero en
hacerlo.

153
El Club de las Excomulgadas
Sus uñas se clavaron en él, y él vio su cola ondular involuntariamente, lo
que a su vez le llevó una increíble sensación de movimiento, acariciándolo casi
como el movimiento del agua. Al presionar su rostro en su cuello, él puso sus labios
debajo de su oreja y sobre su papada, esa elegante hendidura. La cara interna se
parecía a la madre perla, pero era una membrana delicada que jugaba con su boca,
experimentando, y se ganó un suspiro como reacción. Así como una pinza íntima
en su longitud que le hizo preguntarse si tenía la fuerza para moverla a lo largo de
ella. Lo hizo, y ella ayudó moviendo su cola, con su parte superior del cuerpo
temblando, ruborizándose, con un brillo de plata destellando en su piel junta, con
energía agrupada, agrupándose...

¿Sería ella consciente de ello? ¿Pensaría que era por lo que él estaba
haciendo eso, por otra sesión de sanación de Magia Unida, para conseguir que la
prescripción diaria de Mina fuera en el camino? No le caía bien que ella pensara
eso, pero mientras la energía se cerraba en torno a ellos, él no pudo detenerlo.
Estimulaba sus sentidos, se vertía en sus músculos, aumentando los rápidos
latidos de su corazón, mejorando su visión y fuerza, curando las cosas que no

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estaban presentes en ese cuerpo, pero que estarían un poco más allá del
atardecer.

La inundación de la magia se apoderó de él mientras la sujetaba contra si,


dándose cuenta de que muy bien podría estar utilizando su frágil cuerpo como
un ancla contra los venenos elaborados en un vórtice dentro de él, en la incursión
de energía.

No quería que la magia le recordara quién era, mientras maldecía por ser
humano. Él sólo quería abrazarla. Ella era lo único que tenía sentido.

—Detente, Anna—murmuró él, empujándola duro, sintiendo sus


estremecimientos. Llegando a su garganta, sostuvo su cabeza junto a la de él, con
su pelo acariciando sus labios. — Dame tus gritos. Eso es todo lo que quiero.
Déjame oír tu placer.

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El Club de las Excomulgadas
Él no sabía si lo había oído o no, casi como si las palabras no hubieran
salido de su boca, ella se rompió, surgiendo del agua, con sus escamas relucientes
de la forma en que él sabía que sus pliegues estarían si pudiera verlos en lugar de
tener sólo la gloria de su maldito dolor, subiendo, bajando, acariciando, exigiendo,
hasta que... Su cuerpo comenzó a temblar, apoderándose de dos fuerzas opuestas,
del ámbito físico de su cuerpo y del aumento de la energía caliente que se estrelló en
torno a él, en medio de él, ondeando como una corriente eléctrica. Él no deseaba la
magia, sólo a ella, por lo que arrojó un bloque, una habilidad mágica que al parecer
su forma humana no había tomado de él, a pesar de que era un esfuerzo torpe,
incómodo.

Demasiado tarde él se dio cuenta de que un escudo se había lanzado


temerariamente para rechazar un aumento de la energía de sanación que hasta el
momento podía hacer.

El grito de placer de Anna se extendió, y su cuerpo se paralizó, ya no sólo


por el placer. Las nubes de vapor se elevaron desde el agua mientras el fuego

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lamía su piel y la de ella.

No. Él la empujó debajo del agua, saliéndose de ella, sosteniéndola con el


fuego rugiendo encima de su piel. A pesar de que sabía cómo conducir la
energía, no tenía idea de lo que el poder en esa forma mortal se debía absorber o
canalizar, pero hizo un esfuerzo feroz ahora por retomarlo, por aplastar el
propósito frustrado de nuevo a sí mismo, tragándose la detonación de la misma.

Él se obligó a revertir su reacción, a aceptar la magia que no quería, a


mejorar el efecto negativo de su rechazo inicial. Mientras lo hacía, su piel
humana se ennegreció en sus antebrazos y se le empezó a caer. Ahora él gritó
por el dolor, así mientras su nueva piel empezaba a regenerarse a la vez, porque
aún había sido inmortal cuando todo estaba dicho y hecho. Luchó por la agonía
de mantener la concentración en la mujer enredada bajo sus manos.

155
El Club de las Excomulgadas
A pesar de que ella podía respirar bajo la superficie, él sintió su pánico, por
lo que la sacó a pesar de que el aire apestaba a carne ennegrecida y el vapor aún
salía del agua. Gracias a Dios que ocultó su expresión. Él estaba seguro de que
reflejaba su confusión y miedo, por las cosas que había causado. Maldijo su
cobardía, pero aún sintió que las emociones de ella eran más de lo que podía
soportar.

Con un juramento, él salió de la piscina, saliendo a tropezones para reposar,


goteando y respirando con dificultad, a varios pies de distancia, apartándose de
ella. Si le hubiera hecho daño... Dios, ¿Cuánto tiempo había sabido como
manipular la energía? Tan fácil como respirar, pero sintió pánico durante un
intento de curación, dejándolo llevarlo más de lo que él reaccionando como un
joven con la necesidad de un mentor que lo protegiera. O de proteger a los demás
de él.

Ella había cambiado de nuevo a su forma humana y estaba sentada en el


borde de la pared, con el cabello hacia delante, pero con sus preocupados ojos en

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él. Preocupada por él. Pero también estaba temblando, con dolor.

En dos pasos él fue con ella, se arrodilló e hizo un túnel con sus dedos por
su cabello. Buscando en su rostro o en la parte delantera de su cuerpo. Piel pálida
o estropeada. O lo había hecho mejor de lo que había anticipado, o...

Ella apretó sus músculos cuando él trató de darle la vuelta, cuando ella
intentó una sonrisa. —Estoy bien, Mi Señor.

Él se levantó y miró por encima de la parte superior de su cabeza. Su


espalda estaba quemada, su piel ya era de un rojo intenso, con varias ronchas
filtrándose.

Podría haber sido peor. Se dijo mientras sentía una furia impotente en su
dolor. En su forma habitual, él podía incinerar con no más de un pensamiento.

156
El Club de las Excomulgadas
Sólo su ineptitud y esa cáscara humana limitada le habían salvado la vida, o al
menos la habían protegido de daños mayores.

—Puedo curarte... esta noche. — Él había conservado el arsenal sustancial


de su poder mágico, y sin embargo su poder de curación se le negaba en su forma
humana. Una broma cruel. La puesta del sol estaba a una hora de distancia, a
horas, mientras ella sufría. — No tendrás ninguna cicatriz. — Eso sonaba patético.

Él se dio la vuelta, incapaz de soportarlo más tiempo. — ¿Por qué no me


dejas morir? — Gruñó. Ella dio un respingo como si la hubieran golpeado.
Agarrando sus pantalones, él salió de la sala, temeroso de lo que podía hacer,
enfurecido por lo que no podía hacer, enfurecido por todo. Si hubiera dejado las
cosas como estaban... Habría estado enterrado tan profundamente en ella, y eso
era todo lo que necesitaba, todo lo que deseaba. Quedarse en ese momento.

¿Le habría dado placer? Frunció el ceño. No podía recordar. No podía


recordar si le había dado su liberación. Perfecto. No podía curarla, no podía

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hacer nada por ella de esa forma, en esa... mutación. La maldita Bruja del Mar.

Jonah terminó la terraza, con la mirada fija en un océano turbulento. El


día se había nublado, con la promesa de más lluvia. De hecho, un golpeteo de
gotas suaves ya había comenzado a sonar en la arena de la lluvia que caía de la
parte delantera de la casa. Movió sus ojos a un destello rojo entre la hierba de la
playa. Una de las flores silvestres resistentes que podía crecer en un entorno de
dunas. Con pétalos de color rojo, con un gran centro de color marrón. Los
pétalos suaves estaban erizados en el interior.

Poco a poco, aflojó sus puños. ¿Por qué no simplemente me dejas morir?
Bruja del Mar, Anna. Ambas eran acusantes de esos estallidos irracionales de ira
que parecía no poder controlar, como un niño.

La dama había dicho una vez que las flores contenían toda la sabiduría que ella

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El Club de las Excomulgadas
podría ofrecer, su propia creación favorita. Como muchas cosas, ella no se había
detenido a pensar sobre por qué, pero la sabiduría estaba allí, esperando ser
empujada más allá de su auto-compasión y vista.

Él no era un niño. Si había reaccionado como tal, la respuesta era que no iba
a seguir haciéndolo ahora. Se había defendido de los sentimientos de ira,
tratándolos como a cualquier otro enemigo. Repeliéndolos; conteniéndolos, si no
podía destruirlos. Para ver las heridas demasiado tarde.

Él cogió la flor, desde la raíz. La puso en una pequeña copa que encontró
en la cocina y la llevo a la habitación. Ella no lo oyó entrar. Estaba de pie en su
armario, sosteniendo un vestido de tela de la luz en sus manos, con su cabeza
inclinada hacia abajo, como si pensara.

A pesar de que hizo una mueca de nuevo con la vista de su espalda, dejó
la copa y se acercó a ella. Tenía la cabeza levantada, como si sintiera que él se
acercaba, pero antes de que pudiera volverse, él puso sus manos en una

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extensión sin marcas de su piel en la parte superior de sus hombros, calmándola.

Él utilizó una mano para recoger su pelo, quitándolo de su presencia. Él


se lo retorció en una cola, poniéndoselo sobre un hombro. La espuma de rizos,
como el despliegue de una ola del mar, cayó sobre uno de sus senos, con sus
puntas haciéndole cosquillas en la V suave de su monte de Venus.

—No ocultes tu dolor por mí, dijo. —Dame el vestido.

Era de de algodón desgastado, aunque suave todavía se sentiría como


papel de lija. Pero reconoció con bastante facilidad que ella se sentía vulnerable,
desollada por su ira, y estaba buscando protección.

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El Club de las Excomulgadas
—¿Qué pasó?— Ella dijo las palabras casi como dos frases separadas, como
si la energía de una fuera demasiado.

Él puso el vestido a un lado, volviéndose a ella. Ella estudiaba el centro de


su pecho tan duro que estaba seguro de que podía hacerle un agujero allí. ¿Había
algo que hiciera que un varón se sintiera tan castigado como la negativa de una
mujer a verlo?

Subiéndole la barbilla, ligeramente rozó sus labios sobre los de ella. Luego
por sus ojos. Por su nariz. Por el conjunto de su barbilla. —Fui un completo
cabrón. ¿Cómo puedo darte consuelo? Dime cómo puedo aliviar tu dolor hasta el
anochecer, cuando llegue mi capacidad de curación de regreso.

— Estoy bien. Yo….

—Anna — Él aumentó su agarre. —No te pregunté. He sido comandante


por un tiempo muy largo. Mis hombres te dirán que mi boca no se abre a menos

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que esté a punto de emitir una orden.

Ella apretó los labios, revelando su propia vena de terquedad. — Yo no


soy parte de su ejército, Mi Señor.

Él arqueó una ceja. — Yo soy más grande, más fuerte y estoy decidido a
tenerte a mi manera. Y te azotare si no me escuchas.

Su mirada voló hacia él entonces. Pero él no pudo resistir las emociones


que surgieron en sus ojos. — Por la Señora, déjame ayudarte, Anna. No puedo
soportar tu dolor más de lo que puedes soportar el mío, aunque espero que por
ahora te des cuenta de que el mío es mucho más merecido.

Sorprendentemente, de nuevo sin haber hecho lo más mínimo para


ganárselo, ganó una pequeña curva de sus labios, a pesar del temblor de sus

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El Club de las Excomulgadas
manos, que le decía el dolor que estaba sufriendo.

— Ésa es la segunda vez que has amenazado con azotarme, Mi Señor. Tus
amenazas tendrán falta de peso si continúas emitiéndolas sin hacerlas.

— Muy bien, entonces. — Él hizo como si fuera a ponerla sobre sus rodillas,
suavemente, y ella se apartó, emitiendo una risita corta. Ella puso su mano sobre su
boca, moviéndose. Él le dirigió una mirada nivelada y suspiró.

—Agua fresca, Mi Señor. Eso es probablemente lo mejor.

Él asintió, le apretó la mano y fue a su cuarto de baño, que también tenía


una gran bañera. Agachándose, abrió los grifos y dejó el agua salir. Se dio la
vuelta, viendo que ella lo miraba con una expresión divertida en su rostro. Ella
miró hacia otro lado, ruborizándose, y él volvió a ella, le tomó la mano. Lo
había hecho maldecir de nuevo, pero cerca de ella de esta forma aumentaba,
cuanto más grande y más fuerte era en realidad. Por lo menos físicamente.

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Mientras ella inclinaba la cabeza hacia arriba, con la claridad de su mirada tan
pura, él sintió que podía diezmarse con nada más que una lágrima o fruncir el
ceño. —Puedo cargarte, — dijo él.

Sus ojos brillaron, con una huella de humor. —Estoy segura de que mis
piernas están funcionando correctamente, Mi Señor. Probemos.

Ayudándola a entrar en la bañera, la dejó sentarse en el borde hasta que


se terminó de hundir. Él se apoyó en la puerta y miró su inclinación delante
ahora, con los extremos de su pelo inmersos. Su mano fue a la deriva por la
superficie del agua. Podía imaginarla sentada sobre una roca en el sol, los
marineros felices corriendo en esa roca para acercarse a ella.

Cuando estuvo lista, él le sostuvo la mano mientras se metía en la bañera,


sujetándola mientras se sentaba. Antes de que pudiera tomar la esponja, él la

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El Club de las Excomulgadas
tomó, mojándola en el agua y luego comenzó a frotar la parte superior de su
espalda, viéndola temblar mientras el agua la tocaba primero, con su piel lo
suficientemente sensible como para sentir las gotas impactarla mucho más pesadas.
Él llevó la esponja más cerca de lo que las gotas caían con más suavidad y luego
empezó a hacer eso con un movimiento continuo para que fuera más un flujo de
lluvia. La pequeña dejó de vacilar, y cerró los ojos.

La curva suave de su columna, llegando al fondo de su corazón, las curvas


aplanadas se presionaron en la porcelana. Le recordó la elasticidad de la carne bajo
sus dedos cuando la había apretado. Pálida y suave. Al contrario de la piel roja,
con ampollas de antes, que él le había hecho.

—Lo siento, Anna. Por todo.

Tenía la otra mano en el borde de la bañera y ella la cubrió sin siquiera


abrir los ojos. — Ya estás perdonado, Mi Señor. — Sus dedos se cerraron en su
boca firme y pudo decir que ella tenía que decir algo más. Cosas que él no quería

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oír.

—La Magia junta, Mi Señor. La necesitas…

Su estómago hizo ese ruido de gorgoteo terrible de nuevo, sólo que


mucho más pronunciado en esta ocasión. Sus ojos se abrieron, yendo a la zona
afectada, después, a su cara. —Tienes... hambre.

—Eso parece. Aunque no tengo idea de qué come exactamente un


humano. Nunca le he prestado mucha atención.

Sus ojos bailaron con la diversión incontenible de nuevo. Realmente no


estaba enojada con él, no guardaba ningún rencor en absoluto. Era increíble
cómo diluía una parte de la pesadez de su pecho, deseando sonreír con ella.

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El Club de las Excomulgadas
—Conozco un lugar. Está en nuestro camino.

— ¿En nuestro camino hacia qué?

Su humor se aplacó un poco, pero ella continuó con una nota ligera, como si
no se diera cuenta que él podía leer cada pequeño cambio, todos los matices de sus
expresiones. — Para empezar nuestro viaje, Mi Señor.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Diez
A pesar de su intento por retrasar lo inevitable, mencionando su dolor de
espalda, Anna no se dejaría disuadir. Por suerte, él decidió no ser demasiado
tozudo al respecto. Cogió dos mudas de ropa para cada uno de ellos y otras pocas
cosas imprescindibles, mientras él merodeaba alrededor.

Sería tan fácil ceder, permanecer en la cómoda protección de su hogar,


donde no sabría a ciencia cierta que cada paso que daban hacia Nevada y al
chamán les colocaba un paso más cerca de la curación y de la marcha de Jonah.
Si ella tenía éxito.

No le pertenecía. Ni remotamente, nunca. Y si no hubiera sabido que algo


iba terriblemente mal anteriormente, lo hubiera sabido después de su violento
rechazo a la Canalización de la Magia esa mañana. Cuando había ocurrido,
sintió algo más que Jonah rechazando su ofrecimiento. Algo oscuro y aterrador,

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que la perturbaba incluso ahora.

Así que, en cambio, lo observaba por el rabillo del ojo mientras


preparaban todo para poder irse. El modo en el que se movía alrededor de su
casa, cogiendo cosas y examinándolas. Interesado en su vida, pero
aparentemente tan distante de la suya propia. Aunque su desagrado por su forma
humana y sus limitaciones psíquicas había quedado patentes, no parecía que se
aceptara como un ángel excepto en los términos que era imprescindible. La
dispuesta capacidad para bloquear todos sus intentos por curarle, por ejemplo.

Pero él era una criatura de los cielos, eso era más que evidente. Después
de regresar de la lluvia, él había dejado las puertas de cristal abiertas, e incluso
ahora volvía cada pocos minutos, caminando bajo el cielo ahora despejado como
si quisiera confirmar que seguía todavía allí.

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El Club de las Excomulgadas

Ella había viajado antes, pero siempre había agua salada por todos los lados.
Físicamente, en su forma humana, no sentía la necesidad de tenerla cerca cada día,
pero parte de ella necesitaba la tranquilidad de sentirla a menudo. Así que
comprendía lo que él estaba haciendo. Se identificaba con él. Y, otra vez más,
intentó no preocuparse por lo lejos que irían del océano, o la promesa que Mina
había tratado de conseguir de ella.

A pesar del peso, puso un galón de agua de mar y unas pocas de sus conchas
en el paquete. Podría necesitar todo eso antes de que acabaran, incluso si lo
racionaba cuidadosamente. Después de asegurarse que el gato callejero que se
había encariñado con ella tuviera suficiente comida y agua para complementar
su propia cacería mientras estuviera fuera, sintió que estaba preparada para
marcharse.

El restaurante estaba a poca distancia. Aunque él cargó la mochila, se


percató de que tenía que concentrarse en su modo de andar, compensando

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torpemente la desconocida ausencia de sus alas, la diferente distribución del peso
cuando se giraba para mirar las diferentes características del paisaje. Hizo que su
corazón doliera, pero sabía que lo que lo que estaba hecho, hecho estaba.

Él llevaba los vaqueros y la camiseta que ella le había facilitado el día


anterior. Probablemente pararían y le compraría una que se ajustara mejor a sus
anchos hombros, pero desde luego sabía que las ropas habían sido conjuradas
para que se ajustaran a las que llevaba. O quizá simplemente reflejaban el placer
de la hija de Arianne quien las había ofrecido. Una pizca de humor se agitó en su
mente ante tal pensamiento, y deseó poder compartir la observación con Mina.
Quien la volvería más seria de nuevo.

—¿Cuándo tiempo nos tomará llegar hasta el chamán? —preguntó Jonah.

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El Club de las Excomulgadas
—No estoy segura. Supongo que no más de una semana bajo las peores
circunstancias; de lo contrario, Mina habría conjurado su hechizo de
transformación para una duración más larga… — En realidad, Anna no estaba del
todo segura, pero esperaba que la mente de Mina hubiera estado trabajando más
rápido que la suya cuando se habían salvado por los pelos. —Dijo que sólo
podemos viajar según lo establecido y sólo durante el día. El viaje a plena luz del
día es para que no llamemos la atención de la gente, o de Los Oscuros, cuando
regreses a tu apariencia real por la noche. No obstante, nos advirtió que
estuviéramos alerta incluso durante las horas del día.

—Creo que sólo quería que experimentara las ampollas. — Mientras


miraba hacia sus pies, ella podía imaginar sus dedos curvándose resentidos en el
confinamiento de los zapatos deportivos. — Hay una vena maliciosa en ella. No
puedes negar eso, por mucho que la defiendas.

Anna sonrió. — No negaría eso más de lo que ella lo haría, Mi Señor.

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Jonah resopló. —Estoy seguro de que Los Oscuros estarán buscando a un
humano vestido con ropas que no sean de su talla, caminando por una carretera
cargando con una mochila bordada con flores y… — La giró, mirando
detenidamente el diseño. — ¿Qué es esto?

Anna se aclaró la garganta y se concentró en la mochila en lugar de en su


expresión. — Es el Príncipe Eric. De la película de Disney “La sirenita”,
Flounder y Sebastián. Los amigos de Ariel. Añadió precipitadamente, — Una
niña pequeña me la dio en la playa un día. No sé por qué, pero me dijo muy seria
que queria que la tuviera. ¿Ha estado alguna vez en el Magic Kingdom6, Mi
Señor? Es de algún modo irresistible.

6 Magic Kingdom es el nombre que recibe el principal parque de atracciones que tiene Disney World en
su sede de Orlando, Estados Unidos.

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El Club de las Excomulgadas
—Creo que tu Bruja del Mar no es la única con una vena masoquista.
Invade a las especies femeninas, comenzando desde las más grandes hasta las más
chicas. — Se colocó la mochila en la espalda y se calmó. —Ronin una vez
sobrevoló sobre un castillo antes del espectáculo nocturno de fuegos artificiales sólo
para hacer que los niños pensaran que habían visto a la verdadera Campanilla. Por
supuesto, sobresaltó tanto al equipo de acróbatas que se estaban deslizando por el
alambre desde la aguja del Castillo que les dio un susto de muerte a quienes
realizaban la actuación de la real Campanilla. Se propuso encontrarla más tarde por
la noche y... tranquilizar sus sentimientos.

Anna reprimió una risita. Por la mirada de reojo de Jonah, cambió de


tema. —Conforme a la visión de Mina, el chamán vive en un lugar llamado Red
Rock Schism, un tipo de línea de falla mágica, en el desierto de Nevada. Ha
conjurado el mapa en mi cabeza, para que pueda conducirnos por el camino
correcto.

—Así que vive en algún lugar en el desierto, —repitió.

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Ella asintió, estudiando el sendero de flores salvajes mientras seguían la
carretera. Esa sección del camino había sido construida sobre un paso elevado,
así que el agua del océano se extendía por un lado, y el pantano por otro. Una
gran garza blanca los observó pasar con su majestuosa elegancia, su mirada se
detuvo en Jonah. Ella se percató que una manada de gaviotas alteró su rumbo
justo lo suficiente como para que no pasaran directamente sobre su trayectoria.
Debía pensar que nadie le reconocería en su forma humana, pero sólo tenía que
observar el mundo natural que se extendía a su alrededor para conocer la
diferencia. Decidió seguir las intrusiones de la carta de Mina, pese a la burla en
su tono.

No creía que los humanos tampoco la confundieran con otra cosa que no
fuera un ser extraordinario. Manteniendo las cosas según habían acordado,
podrían entenderse, ellos se preguntarían si era una figura de algún deporte, de

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El Club de las Excomulgadas
gladiadores o como fútbol o lucha libre. Pero cada vez que sus oscuros ojos caían
sobre ella, era golpeada por la fuerza que existía entre ellos, a la espera del
atardecer. Mientras las distracciones parecían ser perfectas para ayudarla a
mantener su mente alejada de su palpitante espalda, que a su vez esperaba que
disminuyese la preocupación en la mirada que de vez en cuando ponía en ella.
Podría perderse en sus ojos y olvidarse de prácticamente todo...

Hasta que chocó con ella, cayendo ambos por el terraplén. Dieron vueltas y
pararon justo antes del pantano, por suerte, conforme el camión de dieciocho
ruedas pasaba bramando. Aparentemente había aparecido cuando estaba
absorta. Quizá él estaba tan ido como lo había estado ella, pero ella sabía que el
movimiento del océano y el viento tendían a tragarse el sonido humano hasta
que estaba prácticamente encima de una persona desprevenida.

Él tembló sobre sus pies incluso cuando el camión estaba pasando,


adoptando una postura protectora sobre ella, lo que le mantuvo en una rígida
confusión conforme mostraba lo que era y lo que no era. La quietud absoluta y la

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disposición a la batalla que existía en cada línea de su cuerpo, su concentrada
expresión, la hizo decidir que él no necesitaba a Mina o a ella para avisarle que
estuviera alerta. Sospechaba que estaba con un ser que no hacía nada más que
haber estado alerta, quizá durante siglos.

Mordiéndose los labios por su propia incomodidad, Anna se deslizó bajo


sus estáticos pies, tocando sus muslos, mirando la firme línea de sus caderas, de
su pecho o de su rostro y todas las cosas que la perseguían.

—Está bien, Mi Señor. Fue sólo un camión.

Era una cosa estúpida lo que dijo, por supuesto, se reflejó en la irritación
de su rostro, en lo apretado de su mandíbula. —Lo sé. — Sacudió su cabeza, la
levantó sobre sus pies con una mano suave y fuerte, pero había algo salvaje en

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El Club de las Excomulgadas
sus ojos, como un semental a punto de desbocarse. — Dejé mi mente ir a la deriva
y… me sorprendió.

Ella colocó una mano en su tenso antebrazo. —Casi hemos llegado.


Podemos caminar a lo largo de ese banco de allí; es lo suficientemente plano, ¿te
parece?

—Odio esto — dijo. Jonah odiaba todo en esos momentos. Grandes oleadas
de ira roja parecían capaces de inundarle en momentos inesperados, sin forma o
razón, sin propósito. Como la furia roja que había causado daños en su espalda.
— Deberías dejar que hiciera este viaje solo. — Dijo de repente. — Permanece
aquí cerca del agua. Simplemente dibújame el mapa.

Ella comenzó a recorrer su camino a lo largo del banco. Trató de ponerse


la mochila que él había soltado sobre los hombros, aunque lo pensó mejor y la
llevó en la mano, pese a que le hacía andar de forma incómoda. — En ese
restaurante, hornean pan fresco todos los días, Mi Señor. Podrás olerlo si el

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viento nos hace un favor y cambia de dirección hacia nosotros.

Él permaneció detrás de ella. — Anna, — dijo moderando su tono. — No


es una buena idea que me trates con condescendencia.

—Te sentirás mejor después de haber comido algo, — respondió ella —


con su voz a la deriva sobre sus hombros como el canto de los pájaros. — La
mayoría de los hombres lo hacen.

Si ella se refería a hombres humanos, o al género masculino en general,


no lo sabía, pero la sirena tenía una lengua muy ingeniosa. Estaba descubriendo
eso. Lo que le hizo pensar otros posibles usos. Aquellas imágenes hicieron
imposible mantener su cabreo contra ella, sobre todo con ella yendo por delante,
con sus caderas moviéndose con la gracia de un péndulo debajo de su falda, el
inconsciente movimiento físico evidenciaba su verdadera forma.

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El Club de las Excomulgadas
—Las madres dicen ese tipo de cosas a los bebés irritables, — matizó él,
caminando detrás de ella.

—¿Lo dicen, Mi Señor?— Le miró sobre su hombro, con su cabello


susurrando sobre sus besables labios. — Suena como si fuera viuda, ¿verdad? Las
cosas más sencillas te hacen sentir en terreno firme otra vez. Una buena noche de
sueño, una buena comida. Unas flores ofrecidas en el momento exacto.

Ella no había comentado lo que le parecía en aquel momento, pero ahora


sabía que se había percatado de sus gestos anteriores, dándole más crédito de lo
que merecía. De lo que él merecía. Otra vez.

Ella estaba tarareando, y el sonido de su voz le recordó cómo le había


cantado para que se durmiera durante la tormenta. Se había quedado absorto
recordando la risa de Ronin, el modo en el que podía transformar el seco
sarcasmo de Alexander en ingenio y hacer que Diego sonriera de una forma tan
lenta que ponía a prueba la navaja de su espada en el filo de una de sus plumas

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doradas y carmesí. En medio de los fantasmas, recordó la primera vez que le
enseñó a David cómo recuperar el equilibrio si era herido por una dura flecha en
el aire, cómo elevarse antes de chocar contra la tierra… ¿Por qué había pasado
tanto tiempo desde que recordó el truco de Ronin en Disney? Había tomado la
tarea, aunque había hecho lo posible para no reírse. ¿Por qué sólo podía soñar
con su risa ahora y sólo con la ayuda de la dulce voz de una sirena?

El restaurante estaba lleno de sonidos, pero del tipo que eran como el
murmullo de las olas, con un ritmo que se podía predecir. El tintineo de los
cubiertos, las voces murmurando, los ocasionales sonidos de risas o voces que
llamaban al camarero. El olor de la comida era un cálido manto sobre todo,
convirtiéndolo en un agradable espacio. Lleno de ventanales, el edificio
proporcionaba una vista del océano y los pantanos para los locales y los turistas
que iban llegando, así que no tenía la sensación de estar encerrado. Y aquellos

169
El Club de las Excomulgadas
olores… Su estómago respondió a gritos, de modo que cuando se deslizó dentro del
cubículo, miró los platos de comida de las mesas vecinas.

Desde luego, él había cogido la mochila de nuevo, pero la había puesto cerca
de ella en su lado de la cabina, mostrando algo de desagrado masculino al ser
asociado con las bonitas flores rosas y moradas que llevaban estampadas. Anna
pidió el “Plato del Hombre Hambriento” para él, que aparentemente vendría
repleto con la suficiente comida para que aguantara el resto del día. Cuando
volviera a tener alas al caer la noche, sospechaba que no podría alejarse de la tierra
aunque su ala recién curada cooperara.

Él le había pedido a la camarera que los llevara a un cubículo en la


esquina más alejada donde pudiera observar todos los posibles ángulos de
aproximación. La decisión automática le reconfortó, porque se dijo que su
entrenamiento no estaba afectado por su forma humana. Tenía una limitada
habilidad para defender y proteger, incluso sin tener la extraordinaria fortaleza y
maniobrabilidad de un ángel.

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También descubrió que todavía podía leer el alma humana con un simple
vistazo. La familia que había entrado detrás de ellos tenía un lúgubre y gris aura
que hizo que los comensales de la mesa más cercana a ellos los mirara con
inquietud. Aunque ellos no podían reconocer el aura, no sería muy difícil captar
la situación.

El alma del hombre estaba en peligro, ya que estaba golpeando a su


mujer. La de ella estaba tambaleándose peligrosamente, porque sabía que no
pasaría mucho tiempo antes de que su puño encontrara a su hijo, ahora sólo un
bebé. Ella se movió con rigidez, contándole a Jonah que el hombre era uno de
esos que dejaban sus marcas en lugares donde no eran visibles. Nada podía
ocultar la cautela en su lenguaje corporal, sin embargo, la forma en la que
mantenía su cuerpo entre ella y el bebé, un instinto maternal de protección que
no había sido eliminado aún.

170
El Club de las Excomulgadas

Cuando el camarero trajo el plato de Jonah y lo deslizó ante él, él desvió su


atención de aquella mesa para examinar su comida. Había estudiado el
comportamiento humano en otras ocasiones, así que comer como uno de ellos no
sería difícil, pero se preguntó si no echaría la comida si no la digería por completo
cuando volviera a su forma de ángel. Si era así, necesitaría acostumbrarse a que su
estómago rugiera durante las horas del día. No obstante, por ahora, tal vez porque
una parte de él estaba deseando que fueran ciertas las palabras de Anna sobre que
se sentiría más reconfortado con el estómago lleno, se puso a comer. Al final, se
comió un trozo de tarta de manzana que ella había pedido con su propio
desayuno, gustándole tanto que ella tuvo que solicitarle al camarero que añadiera
a su cuenta un segundo trozo.

Cuando al final se levantó por aire, él se asombró sobre cuán satisfecho


estaba al haber llenado su hambriento estómago, ella había terminado el
desayuno y estaba estudiando a la familia por sí misma.

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—Parece que son turistas, que estarán aquí durante la semana. — Dijo en
voz baja, mientras el bebé comenzaba a quejarse y la mujer trataba a toda prisa
de calmarlo.

Jonah asintió. Anna volcó su atención en él. — Míranos a todos. Todos


apartamos la mirada. Sabemos lo que ocurre, pero no sentimos que sea nuestra
obligación interferir. Los humanos tienen una cultura tan extraña y aislada. En el
mar, habría llegado ante los oídos de Neptuno inmediatamente, y él y otras
sirenas habrían llevado al hombre ante ellos y le dirían que su comportamiento
debería cambiar, o sería expulsado, forzado a abandonar su familia.

— Y sin embargo, él no hace nada sobre el ostracismo de uno de los


suyos. Dos, si cuentas a la Bruja del Mar.

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El Club de las Excomulgadas
— Oh, creo que lo haría…— Anna sacudió su cabeza. — Es diferente.
Nadie está hiriéndome físicamente, o amenazándome. Es sólo… que no quiero que
las sirenas se vean forzadas a aceptarme. En ese tipo de situación, la gente acepta
cuando están preparados para ello. Si los obligas, puede que funcione, pero es
siempre mejor permitirles que te conozcan y que te acepten, si puedes hacerlo de
esa forma.

Ella cambió de dirección, obviamente no deseando hablar sobre su propia


situación. — ¿Qué harías con respecto a ese hombre? Me refiero, como ángel, si
pudieras. Bueno, me refiero, por supuesto que puedes…

— Sé a lo que te refieres. — Él hizo una pausa, estudiando al trío de


humanos. El hombre estaba separado, bebiendo café, pero no afectaba al estado
de alerta de la mirada de su mujer, la tensión de sus hombros. —Matar al niño—
dijo Jonah finalmente.

La cabeza de Anna giró en redondo. — ¿Qué?

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Jonah se encogió de hombros, añadiendo más de esa cosa dulce llamada
sirope en su último crepe. — La tierra es el campo kármico para los humanos,
Anna. Así que los humanos pueden permanecer aquí y ser castigados para
aprender sobre su brutalidad. Incluso si fuera eliminada, el alma de la mujer es
débil. Ella simplemente se conectaría con otro abusador. El chico es inocente. Su
alma no es la de un ex-abusador, así que él es quien más merece regresar al Salón
de las Almas para reencarnarse en una mejor situación.

Algo cambió detrás de los ojos de Anna, algo áspero e ilegible. — Me


ocuparé de la cuenta y te espero fuera. — Dijo, levantándose y dejando unos
pocos dólares de propina sobre la mesa antes de continuar con su paso torpe
hacia la caja registradora de la puerta.

172
El Club de las Excomulgadas
Por supuesto, ella tenía dinero, Neptuno se había encargado de eso. Pero a
él no le gustaba el sentimiento de que ella se encargara de los gastos igual que no le
gustaba ver su rigidez al caminar, la comparación se hizo evidente por la marcha de
la mujer golpeada. No parecía haber mucho que pudiera hacer al respecto en
cualquiera de las dos situaciones, sin embargo, Jonah se comió los últimos bocados,
los cuales le sentaron como serrín.

Tal vez era por eso que hizo lo que hizo, interferir en algo que sabía era
como tomar una gota de agua de una inundación.

Conforme pasaba por la mesa, se detuvo cuando estuvo alineado con el


hombre, puso una mano en su hombro. Disparó una medida completa de energía
dentro de él mientras miraba al bebé, forzando una sonrisa que hizo que el niño
balbuceara y mirara fijamente a su madre durante un momento, un pasaje fácil
de miedo llenó sus facciones.

El hombre dejó de comer, colocando su mano sobre su boca y eructando

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


sobre la mesa, buscando el baño. Una vez que hubiera expulsado la oscuridad,
Jonah sabía que tendría la mitad de posibilidades de ver las cosas con una luz
diferente.

Podía hacer algo como eso, pero no podía curar a Anna hasta que no
tuviera alas. Ahogando un juramento y dejando el restaurante, encontró a Anna
siguiendo la arena del océano. Aparentemente sabía aliviar su caminar doloroso
tan rápido como podía si tenían en mente seguir.

Cuando la alcanzó, trató de cargar con el peso de la mochila que ella


tenía. Tercamente sujeta. — Yo me encargo.

—Dime qué va mal. Pensaba que serías feliz sabiendo que el chico estaría
fuera de peligro.

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El Club de las Excomulgadas
Ella se volvió hacia él. — ¿Era eso lo que mi madre estaba pensando,
cuando dijo, “No tengo el valor para matarte”?

Conforme comenzó a comprender, maldijo su falta de cuidado. — Anna

—Tengo el derecho de intentar superar los desafíos de mi propia vida—


Continuó ferozmente. — ¿Quién eres para decir que eso no es lo que nos hace
fuertes y honrados? ¿Cuánto carácter y fortaleza crees que alguien que nunca ha
tenido ningún dolor o pérdida o penurias posee, Mi Señor? Todos deberían poder
decidir su propio destino. No debes tomar esa decisión por mí, o por ese niño. —
Pinchó con su dedo sobre su pecho, mirándole. — Si hubieran alejado eso de mí,
no hubiera conocido a Mina, tenido flores… — No te habría conocido.

Él sabía que no se daría cuanta inmediatamente de que había interceptado


ese pensamiento directo, pero agarró su mano y rechazó dejarla ir. Ella luchó
contra él lo suficiente fuerte como para que sentarse sobre su trasero en la arena
así que él tuvo que seguirla, agachándose sobre una rodilla entre sus pies

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


abiertos. El viento movió su cabello sobre sus enfadados ojos.

Él intentó encontrar algo que decir, y sólo pudo acercarse a lo que tuvo al
principio en la mente. —Lo siento. No estaba pensando en eso de la misma
manera en que tú lo haces.

Ella soltó un suspiro por la nariz, moviendo la cabeza. —¿Por qué dijiste
algo así?

— No lo sé. — Jonah se encogió de hombros, examinando sus dedos. —


Un abusador como ese siente impotencia, está enfadado sobre algo fuera de su
control. Permite que la oscuridad se cierna alrededor de su alma. Golpear algo
más débil le hace sentir que tiene el control, que es más poderoso.

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El Club de las Excomulgadas
Aunque tenía un sabor amargo, se forzó a sí mismo a enfrentarse a la simple
verdad, a decirla en voz alta. — Te herí en la piscina porque estaba fuera de mi
elemento, fuera de control.

La conmoción recorrió su cuerpo, reemplazando la ira en un abrir y cerrar


los ojos. — No, Mi Señor. No eres en absoluto como ese hombre. No tenías
intención de herirme. Hay dolor en tu alma y me estabas protegiendo, hasta que
estuviste listo para sanarme.

Las simples palabras, el contacto de su mano, la equilibraban, pese a que


el sentimiento de culpa no se apaciguaba. Independientemente, no añadiría a su
crimen hacerla gastar energía para mitigar su culpa. — Sacarías incluso la espina
de la pata de un león, Anna — dijo con forzada suavidad.

Anna le lanzó una mirada desdeñosa, entonces le permitió ponerla en pie


y coger la mochila. Reanudaron su paseo en silencio, y cuando abandonaron la
calzada, cruzaron la playa principal, hubo un tramo ancho donde la carretera

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


desaparecía detrás de un cordón de dunas.

Mientras Anna pensaba sobre lo que le había dicho, se percató que no era
su evaluación de la situación de la familia tanto como el desapasionado modo en
el que lo había dicho lo que la había molestado. Por supuesto, él había tenido
una perspectiva diferente en ese tema, porque veía una imagen más amplia de
tales cosas, mientras ella había demostrado de forma vergonzosa que veía las
cosas desde su propia perspectiva y experiencia. Pero había algo inquietante en
su análisis. Cuanto más caminaba, más preguntas le rondaban la mente, hasta
que tuvo que hacerlas.

— ¿Por qué odias tanto a los humanos, Mi Señor?

—No los odio — dijo. Dio la vuelta y se sentó sobre la arena para quitarse
los zapatos como había hecho ella y los metió en la mochila.

175
El Club de las Excomulgadas

Había respondido casi de forma automática, se percató. Como si le hubiera


respondido antes. — Pero odias esta forma humana, — insistió ella.

— Desde luego, — dijo con un bufido burlón. — Sin alas, no hay poder
curativo… luego están estos miserables zapatos.

— No has perdido tus poderes más importantes. Le hiciste algo a ese


hombre allí. Lo vi a través de la ventana.

—Así que no estabas simplemente cabreada conmigo. — Él observó,


Anna le miró mordazmente y él suspiró con impaciencia. — Le hice retroceder
unos cuantos años, donde pudiera recordar que quería ser mejor, que quería
amarla, querer un hijo. La elección de recorrer el mismo camino o no es suya. Y
también recordará en lo que se convertirá. Si no hace nada más, al menos le dará
a ella un respiro por algún tiempo.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Su mirada se dulcificó. — Así que te importa.

—No, — dijo brevemente. — No pienses bien de mí en esto, Anna. Ellos


no me importan.

—¿Así que mientras todos nos controlamos en vano por nuestra


vergüenza y normas de comportamiento público, tú eres sólo apático? No creo
eso.
Él levantó una ceja. —¿Por qué deberían ayudarlos los ángeles? Los
humanos se hacen daño unos a otros todos los días.

— Porque los ángeles son como la policía. — Ella se puso en cuclillas por
él, con su falda puesta alrededor de los tobillos, incluso cuando se percató de su
creciente irritación con el tema. — Se supone que los humanos deberían poder

176
El Club de las Excomulgadas
confiar entre ellos, contar los unos con los otros. La policía no se supone que tenga
que ser apática.

—Eso es sólo idealismo.

—Sí— estuvo de acuerdo. — Algo por lo que tener esperanza, como el cielo.
Tal vez los dioses tengan ángeles para proteger a los humanos porque eso les da
tiempo para superar sus debilidades para descubrir… su iluminación. — Ella está
ejerciendo la compasión, ayudándole a encontrar el buen camino, como un padre a
su hijo.

—Definitivamente son como niños — gruñó él. — Pero tienes razón con
respecto a una cosa, pequeña. Tienen la abundante compasión de la Señora.
Aunque sólo ella sabe por qué.

— Tú tienes compasión, Mi Señor. Sólo lo estropeas con desprecio. No


trato de enfadarle. Sólo intento entender por qué.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Él murmuró un juramento y se puso en pie. —Algunos tópicos es mejor
dejarlos estar, Anna. Pero como puedo decir que no eres sensata, hablemos sobre
estropearlo. ¿Sabes de dónde provienen Los Oscuros?

Ella sacudió la cabeza, asintiendo también. Algo feo se apoderó de sus


bellos rasgos. Algo cercano al odio, parecido a lo que ella sintió hacia él esa
mañana cuando la magia había rebotado en ella. Él estaba de pie frente a ella, así
que tuvo que inclinar la cabeza. Diosas, pero qué intimidante estaba cuando se
ponía así. Aunque no la hirió intencionadamente. Él no lo haría. Estaba segura
de eso. Tan segura como que sus dedos ansiaban posar su mano sobre su rostro,
pasar suavemente su mano sobre su sien, incluso si mantenía esa severa
expresión y la boca tensa.

177
El Club de las Excomulgadas
—Vienen de las grietas del tiempo y el espacio, provocadas por el mal
humano— continuó. — La oscuridad humana. En cualquier lugar donde hay una
masacre, una guerra, o suficientes mujeres golpeadas por los puños de sus maridos,
donde puede haber una lágrima, un pinchazo, las estrellas son los agujeros que los
ángeles han precintado. La extensa oscuridad que queda es la posibilidad de grietas
en el futuro.

—Dales una oportunidad para hacer eso y los humanos destruirán la


Creación. — Dijo contundentemente, con su boca tensa.— Carecen del respeto o
entendimiento necesario. Y sin embargo, aceptan su ignorancia y tienen libre
albedrío, la Diosa sólo sabe por qué.

El resentimiento frustrado de su expresión fue otra pieza del


rompecabezas que lo colocaba en su sitio, pero cualquier idea absurda que
pudiera albergar para proseguir fue interrumpida.

El sonido de los engranajes chirriando y el golpeteo disonante de un

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


motor sobrecargado de trabajo salió de las dunas anunciando el irónico tiempo
de llegada de un autobús escolar lleno de risas y niños entusiasmados,
vislumbrados a través del acceso más cercano abierto al público.

Veinte niños de varias razas bajaron a tropel, conducidos por sus


acompañantes, lo que aparentemente les daban la libertad de salir a toda mecha
hacia el agua. Hubo una explosión de energía, golpeando el estrecho camino de
arena entre las dunas para acabar en la playa justo detrás de donde Anna y Jonah
estaban.

Al ver a los dos en el último momento sobre este otro tramo de playa
desierta, uno de los acompañantes los llamó, pero era como llamar a una carga
de infantería. Jonah atrajo a Anna hacia sí, poniendo el brazo alrededor de ella
para mantenerla en el lugar mientras la clase pasaba corriendo a su lado,

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El Club de las Excomulgadas
gritando, percatándose un poco de las dos personas, pese a la excitación de ver la
inmensidad del océano.

Anna se giró para verlos, cuerpos formados de los diferentes colores de la


tierra centelleando cuando pasaban, brazos moviéndose, dientes blancos brillando.
Gritaban mientras se sumergían y sentían los primeros fríos. Algunos se quedaron
atrás, deteniéndose y aventurándose a entrar poco a poco, acostumbrándose a la
temperatura. Algunos de los padres acompañantes habían traído a niños más
pequeños, dos o tres pequeñines que se quedaron en una de las piscinas del estuario
con palas y cubos de plástico, junto con un diminuto flotador que parecía una
langosta. Las pinzas eran brazos, la juguetona cara formaba un reposacabezas.

Conforme ella lo miraba asimilar lo que la criatura del flotador se suponía


que representaba, sintió algo de su propia tensión disiparse cuando sus labios se
movieron nerviosamente. —Ahora, Mi Señor —logró decir con su rostro todo
serio, — una especie que puede hacer algo tan útil como eso no puede ser toda
mala.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Las escuelas del centro de la ciudad a veces organizaban viajes aquí
afuera, ella lo sabía, traían a los chicos que nunca habían visto nada excepto una
lúgubre vista de sus vecinos pandilleros para tener una vista diferente. Adoraba
observar a los niños, su exuberancia, sus descubrimientos de un lugar que ella
conocía tan bien como su propio corazón latiendo. Aunque también sabía que
ella y Jonah se deberían poner en movimiento, en el margen de un día que
debería estar muy lejos de cualquier océano.

Así que se deshizo de su vestido, colocándolo cuidadosamente sobre su


cabeza para enseñar debajo el bañador que había decidido llevar después de su
frío baño, antes de que se fueran. Siempre lo llevaba bajo sus ropas en el caso de
que la fuerza del agua fuera demasiado fuerte cuando estaba en su forma
humana, y pese a la incomodidad que le causaban los tirantes en su espalda, hoy
no era una excepción.

179
El Club de las Excomulgadas

—Vayamos a bañarnos con ellos, Mi Señor. Los adultos pueden ayudarnos


a vigilarlos a todos.

Conforme Jonah apartaba su mirada del flotador y comprobaba sus


intenciones, él se preguntó si era posible mantener su enfado sobre tal criatura.
Estaba realmente cansado de su ira sin control. Sus dedos pasaron a lo largo de su
brazo, sus ojos reconocían la gravedad de lo que yacía bajo sus argumentos incluso
cuando ella lo dejó flotando como espuma en el agua. Ella chapoteó, alcanzando a
uno de los profesores y presentándose como una salvavidas fuera de servicio
antes de ser aceptada en cuestión de segundos como miembro de los empleados,
agradecidos por la ayuda.

—Su mujer es estupenda. — Jonah miró alrededor, luego hacia abajo, al


joven muchacho que no le llegaba a la cintura. La arrogante afirmación del chico
hizo que los labios de Jonah se tensaran de nuevo.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Gracias — dijo con gravedad, luego un incipiente grito de alarma que
se convirtió rápidamente en risas cuando cogió al chico por su brazo y le puso
del revés para lanzarlo contra las olas como si fuera una pelota de fútbol.

Esa fue toda la invitación que los niños necesitaron para aceptar a Jonah.
Anna había anticipado la cautela de los profesores, en particular de un hombre
cuyo tamaño y presencia como Jonah intimidaba. No obstante, había
subestimado el esencial e instintivo reconocimiento de lo que era, y exceptuando
la ocasional comprobación por la que se aseguró de que él estaba próximo a los
chicos, los profesores le aceptaron.

Cuando le vieron luchando con sus compañeros en las olas, los chicos no
necesitaron ningún otro estímulo para lanzarse contra él en masa. Él fue hacia
abajo, llevándose a seis o siete niños con él, con sus brazos y piernas enredados
con los de él. Aunque eran la mayoría niños, había al menos una niña.

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El Club de las Excomulgadas
Anna no podía culparla. No le importaría enfrentarse a él ella misma,
aunque había tenido menos motivos que el marimacho. A diferencia de ella, no
llevaba puesto bañador bajo su ropa, así que simplemente se quitó la camiseta
mojada y la arrojó a la playa, donde alguna maternal madre había puesto otra sobre
alguna duna de vegetación para que se secase y se quitara la arena.

Cuando él se adentró en las aguas poco profundas, el agua y la luz del sol
brillaron sobre los músculos de la parte superior de su cuerpo, con sus húmedos
vaqueros pegándose a su cintura y piernas. No pudo evitarlo. Ella salivó. Era
ridículo. Por supuesto que era hermoso. Pero la lujuria por sí sola no debería
hacer que su corazón le doliera como lo hacía. Se dijo a sí misma que estaba bien
mortificarse con lo físico, pero no si la enredaba en más peligrosas aguas
emocionales. Maldita Mina por plantar la idea de la prescripción de una Unión
Mágica diaria. Maldito él por escogerla en primer lugar. Apenas terminaba de
enfadase con él por una cosa cuando ya quería que la tocara nuevamente. Debía
estar volviéndose loca.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Cuando él salió de la playa un rato después para limpiar su rostro con una
toalla prestada, sacudió su cabello oscuro como un perro, entreteniendo a los
padres. Anna estaba agarrando las manos de dos de los chicos más tímidos,
convenciéndolos para entrar en el agua. Por el rabillo del ojo, le observó sentarse
en la arena cerca de los bebés en la piscina de olas.

Sacando sus rodillas, entrecruzó sus manos sobre ellas. Había dos chicas
pequeñas, ambas con diminutos cuerpos en forma de salchichas, con los brazos a
los lados para equilibrarse cuando andaban. Una caminando como un pato,
cayendo sobre sus piernas. La otra agarró un mechón de su pelo para escalar su
pecho. Eran como cachorros acurrucándose sobre la manada del lobo alfa
cuando estaba con un benévolo estado de ánimo.

La luz del día, la forma humana, el mal humor, era todavía un ángel.
Nadie podía sentir eso mejor que un niño. Irradiaba de él. Volviendo su atención

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El Club de las Excomulgadas
a los que estaban a su cargo nuevamente, se sumergió en su simple alegría, más que
en la compleja confusión de sus propias emociones y aprehensiones.

Diminutos y cálidos cuerpos, suaves alientos en su garganta, Jonah mantuvo


fácilmente al bebé en un brazo mientras el otro se plantaba en la arena entre sus
piernas abiertas para coger puñados de arena y crear un pastel de lodo encima de
sus pies desnudos. Un grupo de jovencitas un poco más lejos estaban muy
ocupadas creando un complejo castillo de arena, buscando conchas para decorarlo.
Los chicos se acercaron y se ofrecieron a enterrarle por completo en arena, un
ofrecimiento que declinó con burlonas amenazas si lo intentaban, y por
supuesto, volvieron rápidamente a las olas, dándole el placer de centrarse en
Anna otra vez. Sol, agua, un chico inocente quedándose dormido contra él,
doblando arriba y abajo los pies contra su abdomen. Cuando la madre le ofreció
cogerlo, notó el cansancio en sus ojos y le dijo que no le importaba cuidar de él
unos minutos más mientras ella se sentaba cerca con otra pareja de adultos.

Ella le estudió con las manos en las caderas. — No se lleva bien con

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


extraños. — ¿La has sobornado con algo? ¿Caramelos?

Él negó.

— Parece que sabe cuando alguien es de fiar. Si se equivoca, te perseguiré


hasta los confines de la tierra y te cortaré el corazón, ¿me oyes?

Jonah parpadeó. — Comprendido.

Satisfecha, la madre se movió a unos tres metros de distancia y se sentó


con el otro padre, sucumbiendo a lo que él oyó como un par de tobillos
hinchados, lo que no hizo que disminuyera su amenaza ni un poco.

— No tienes más que un arañazo. —Murmuró el adormilado muchacho.


— Por si hubiera algo más, me mantendré al pendiente.

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El Club de las Excomulgadas

Con la venia de Dios, el bebé que tenía en brazos crecería para ser una
jovencita de esas que había cerca de él, luego en una mujer, con su infantil y
alargado cuerpo llenándose de curvas, de delgadas piernas…

Su mirada se desvió hacia el agua, donde Anna tenía a un grupo de chicos


alrededor, enseñándoles a nadar de forma segura en las olas, si sus gestos y su
profunda sonrisa eran alguna indicación. Aunque por supuesto su tamaño más
pequeño y género desalentarían una trifulca, lo hicieron sentir raro, viendo a los
niños demostrarle una inusual sensibilidad, teniendo cuidado con su espalda.

Él se preguntó si su padre la habría sostenido como él estaba sosteniendo


al bebé, luego recordó que era probable que ella no lo hubiera conocido.
Conforme recordaba la discusión y como la madre de Anna se había suicidado,
se preguntó por el peso de llevarlo en su mente, con la reflexión aportándole su
sentido del valor. Y allí estaba ella. Hermosa, perfecta, llena de amor, esperanza
y curación. Si alguna vez había dudado de la existencia de los milagros, ella era

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


uno.

No comprendía lo que había intentado decirle, cuando su ira se había


vuelto contra él. Pero también pensó en la idea de que alguien como Anna
hubiera sido hecha para sufrir el tipo de soledad y dolor que él había sido forzado
a soportar, no tenía sentido. En un momento, ¿él había comprendido mejor los
ciclos de la pena y del dolor? ¿Por qué ella parecía comprenderlo tan fácilmente,
cuando sólo provocaba furia en él, particularmente cuando le concernía a ella?

Los chicos estaban saliendo del agua, llamados a recoger sus cosas e irse
de nuevo de viaje, interrumpiendo sus pensamientos.

Pero Jonah mantuvo sus ojos en Anna, quien devolvió a las jovencitas a
sus padres y les dijo adiós. Ella permaneció en el agua, de perfil, aparentemente

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El Club de las Excomulgadas
mirando el brillo del sol resplandecer en el agua. Las palmas de sus manos se
movían por la superficie, compartiendo su aura con el mar.

Levantándose, fue al borde del agua. Conforme lo hacía, las palabras del
chico volvieron a su cabeza. Tu mujer es estupenda.

Su mujer. Los ángeles podían tener compañeras, pero nunca había pensado
en sí mismo como en un candidato. Le gustaba la forma en la que sonaba, sin
embargo. Lo que acababa de demostrar que había perdido la cabeza. Su vida y la de
Anna... no tenía ni idea de cómo podrían funcionar. Era absurdo pensar en que
podría. Ella merecía estabilidad, hijos propios. Él estaba tan impregnado de
sangre...

Él era capaz de dar felicidad a esos niños casi sin esfuerzo, pero no podía
dársela a sí mismo u ofrecerla permanentemente a ningún otro. Pero cuando ella
se giró, él vio en sus ojos que ella no quería luchar nunca más, y él tampoco lo
deseaba. No con ella o con él mismo.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Avanzado por el agua hacia ella, sintió el frío contacto de las olas por los
vaqueros y en su piel. Sus manos se quedaron quietas, ella inclinó la cabeza
conforme él se aproximaba, aunque ella ya no le estaba mirando. El bañador que
llevaba era un modesto bikini, pero él podía ver sus curvas, la suave insinuación
de su hoyuelo, y desde ese lado, el maduro peso de sus senos, la punta de sus
pezones, la delgada línea de su cuello.

Él pasó los dedos alrededor de ella, en un gesto tan natural como las olas
moviéndose a su alrededor, con el cielo azul sobre sus cabezas, con la arena
empolvando sus cuerpos encima del agua.

—Lo siento — dijo ella, sorprendiéndole. Ella continuó mirando las olas.
—Creo que prueba tu argumento, esa familia. Ves eso, y ves la posibilidad de

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El Club de las Excomulgadas
una invasión de Los Oscuros. Una batalla y sangre. Nunca lo había visto desde tu
punto de vista. Quizá tenga miedo.

Él pensó en la manera en que ella había salpicado a los chicos, riendo, con
su alegría tan ilimitada como las alas extendidas de los pájaros, y la oscura historia
que había visto en los cuadros de su pared. Una estatua de piedra mirando un
punto fijo de la orilla, nunca había visto nada igual. Un cuadrado negro encerrado
dentro de una prisión de paredes grises.

—Ha pasado mucho tiempo desde que he podido mirarlo de la misma


forma en que tú lo haces. — Él inclinó la cabeza hacia su sien, apoyando su
mandíbula allí, la acercó, sintiendo la suavidad que proporcionaba su cuerpo. No
quería que ella viese las cosas desde su punto de vista, no quería que se
convirtiera en una estatua. —Me gustó la tarta.

— ¿La tarta de manzana? —Ella inclinó la cabeza para poder mirarle. —


Es imposible que no te gustara la tarta de manzana. Su mirada se desvió

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entonces a su hombro, y la sonrisa en sus ojos se intensificó, un placer en el que
él podía sumergirse como en la suave fragancia del césped. Girándose en sus
brazos, ella se acercó y pasó sus manos mojadas sobre su hombro, donde su
curva se unía a su cuello. Ella metió sus manos en el agua y lo hizo otra vez,
rociando su piel con frías gotas de agua mientras masajeaba los músculos con sus
dedos. — Babeas querido, — le informó.

La forma en que ella se giró hacia él, en que se inclinó sobre su cuerpo, le
hizo ser consciente de cada una de sus curvas. Su reacción no le sorprendió. Lo
que lo sorprendió fue el deseo por ella.

— Mi Señor, yo... yo te deseo otra vez. — Ella se acercó para estar de pie
sobre sus pies de una forma más que encantadora para acercarse a sus húmedos
labios. Sin embargo, se detuvo a pocos milímetros de ellos, tanto que él
desarrolló una terrible sed. Esa mirada juguetona invadió sus ojos, porque ella

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El Club de las Excomulgadas
era plenamente consciente del endurecido bulto en su entrepierna, el cual había
crecido notablemente con sus palabras, con la presión de su cuerpo. — Si no me
estoy aprovechando de ti.

Una mirada hacia la orilla le mostró que los niños se habían ido y la playa
era suya otra vez. Una parte de él quería alargar ese momento, pero era imposible
negar la reacción de su cuerpo a los montículos de sus pechos conforme los
presionaba contra él, o como se deslizaban sus muslos contra su pierna.

—Soy como una bestia en celo — murmuró él tratando de alejarse, pero


ella se movió con él, acercándole y calmándole a la vez.

— Yo te deseo, también — le recordó ella suavemente.

Lo que era un eufemismo. Anna seguía aún dolorida de su primera vez en


las cuevas, pero no había detenido el dolor que parecía comenzar en el momento
en que él no estaba unido con ella, y crecía hasta que ella volvía a tener esos

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pensamientos. Si él estaba cerca, pero fuera de su alcance, era todavía más
insoportable. Verle en las olas, jugando con los niños, doblando su amplia
espalda, poniéndose en cuclillas conforme arrojaba a los chicos al mar, con el
cabello oscuro trenzado sobre su bronceada espalda. O en la orilla, sentado con
las piernas dobladas, un poco separadas, con los pies dentro de la arena para que
ella pudiera observar la curva de sus testículos debajo de los vaqueros, la larga
línea de sus músculos. Luego sosteniendo a la niña pequeña, las diferentes
expresiones en su rostro. Él los había mirado con la sabiduría que la edad genera
en las profundidades de sus ojos. Pero nunca había probado una tarta.

Incluso ahora, la miraba como si nunca hubiera tenido el placer de


hundirse en el cuerpo de una mujer con una oleada de puro e incalculable placer.
Él era el milagro, no ella.

186
El Club de las Excomulgadas
Él estaba allí, y dentro de su alcance. Ella no podía pensar más allá de
desearle con la misma hambre que él le había advertido que sentía. Tentativamente,
ella se levantó sobre sus dedos. En ese momento, él estaba rígido. Estaba
ridículamente segura de que él pensaba que estaba tomando la iniciativa.
Tomándola, punto. Deseaba que él tomara la iniciativa, porque ella iba a hacerlo
sin dudarlo. Ella era suya. Nunca quería sufrir la demora porque él pensara que
tenía que pedírselo.

Pasando los dedos por los mojados mechones de su pelo, tiró con fuerza
para que bajara la cabeza y aún así tuvo que escalar la mitad de su cuerpo,
enlazando las piernas alrededor de su cadera.

Con un juramento, él olvidó su compostura. Ella soltó un suspiro de


alivio en su boca. Buscando detrás de ella, él encontró el cierre del traje contra su
lastimada carne, moviendo la parte superior hacia sus brazos, dejando la parte
superior de su cuerpo desnuda, el agua era lo suficientemente profunda como
para lamer sus tensos pezones. Cuando la levantó entre sus brazos para alzarla

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aún más, sus piernas automáticamente se cerraron en torno a su cintura mientras
llevaba una firme punta a su boca, chupándolo dentro de un húmedo calor. Su
otra mano se deslizó dentro de la parte trasera de la cinturilla del bikini,
apretándola. Le era tan fácil tomar el control de su cuerpo, como si supiera todo
sobre cómo hacer que ella respondiera ante él.

Cuando la colocó de espaldas en el agua, dejándole que presionara y


aliviara su piel, ella flotó, con los brazos a los lados. Ella apretó las piernas,
frotándose lentamente, dando ligeros golpes sobre el bulto debajo de sus
vaqueros. No había hecho nada similar antes, pero le dolía. Él había despertado
su cuerpo, y observándole en la playa, sabiendo que era todo temporal, ¿cómo no
iba a sacar provecho tan a menudo como fuera posible?

La mandíbula de Jonah se tensó, con un músculo doblándose allí. Él se


abrió los vaqueros. Húmedos y pegados, los pantalones eran rebeldes, pero antes

187
El Club de las Excomulgadas
de que se los desgarrara intentando quitárselos, ella se anticipó. Anna se levantó,
con los músculos de su estómago contraídos, y encontró su sexo, llenando sus
manos con su barra de acero. Él bajó las manos y le quitó la tela del bikini de la
parte de abajo, con su otra mano en su cuello y se dejó acomodar sobre él, sus ojos
la miraron, a pocos centímetros el uno del otro, todo en ella descansaba sobre sus
manos.

Ella guió su ancha cabeza a su apertura, a la resbaladiza piel bajo el agua,


lista para aceptarle, para tomarle muy profundamente.
—Sin magia, Anna. Lo prohíbo. —La oscuridad recorría su mirada, pero
Jonah la levantó hacia él para otro apasionado beso, saqueando la suavidad de
sus labios e incrementando el agarre en su trasero para enfundarse en su calor de
bienvenida. —Sólo nosotros —murmuró, incluso cuando sabía que parte de eso
era una aduladora mentira para evitar la verdad de por qué no quería que usara
la magia.

Ella gimió contra su boca, con su cuerpo contrayéndose contra el suyo.

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Diosa, no podía soportarlo. Él se introdujo en ella, más y más duro, sabiendo
que era delicada pero que necesitaba perderse, necesitaba hacer añicos la espuma
de las olas. Reducir su vida al placer simple y sin complicaciones de deslizar los
dedos a los lados de su cuerpo mientras ella hacía lo que le indicaba, acariciando
y mordisqueando las rosadas puntas de sus senos, quedando atrapada en la
salada y húmeda abertura de su vagina, jugando con aquellos labios mientras ella
se estiraba sobre la superficie del océano.

Mientras apretaba sus manos en su antebrazo, él supo que estaba cerca de


correrse. Él mantuvo el ritmo e inclinó la cabeza otra vez hacia su pecho,
tomando su pezón, chupándolo con fuerza, por lo que fue recompensado. Sus
manos agarraron su cabello, tirando firmemente y luego se corrió, con sus
piernas sujetas sobre sus caderas, con sus talones clavados en su trasero.

188
El Club de las Excomulgadas
Cuando ella gritó, él se deslizó hacia su garganta, mordiéndola como un
animal posesivo y se corrió también, deseando que la oscuridad de sus
pensamientos no lo hubiera seguido sobre los límites. Pero conforme ella le
agarraba con sus puños, como la niña pequeña se había agarrado a su cabello, él se
preguntó si los más feroces gestos eran los desesperados. La esperanza de que algo
sólido no se escabullera, dejándole anhelante. Las chicas aprendían pronto que no
había garantías.

Conforme el orgasmo disminuía, la visión de la mujer herida en el


restaurante volvió de nuevo, así como la oscura desolación que había tomado el
alma de su marido. Una noche, la mujer se había girado y encontrado que el
rostro del que amaba era el de un extraño.

Que su ángel se había convertido en un monstruo.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I

189
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Once
David se detuvo, planeando. El abismo se abría abajo, tenebroso y
prohibido, como estaba seguro que estaba previsto que fuera. El Señor Lucifer se
esforzaba en disuadir a las criaturas del mar de tropezar dentro de la vívida
realidad de la redención, la cual podría ciertamente eliminar un recuerdo para
siempre.

Sin embargo, había algo aquí. Muy cerca. Observando. No era cuidadoso,
sino una benévola curiosidad por las criaturas marinas. No exactamente. Esperó,
escuchando.

Había mantenido que volvería al enorme cráter, porque era el lugar más
probable para que Jonah se refugiara de un enemigo insistente. Pero el laberinto
de las cavernas era ilimitado, haciendo imposible que encontrara a Jonah. Y si
había sido lo suficientemente fuerte para adentrarse en las cavernas, ¿por qué no

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había continuado hasta alcanzar el reino de Luc donde sería protegido y sus
heridas sanadas?

Pero aún así, David sabía que no estaba equivocado. Incluso Luc, que
antes de hacerse cargo de otras responsabilidades lo había llamado, había sentido
que había algo en esa teoría y dejado que David lo comprobara.

Allí. Una sombra. La habría perdido si no hubiera estado mirando en esa


dirección en un momento de suerte. No movió ni un músculo, toda su energía y
concentración se sintonizó hacia la posición exacta de... allí. Lo tenía.

Los ángeles del calibre de Jonah y Lucifer podían moverse más rápido
que la velocidad de la luz si lo deseaban, dándole la vuelta al mundo en un abrir
y cerrar de ojos si lo necesitaban. David todavía no podía lograr esa velocidad y
mantener el control. Se precipitaría fuera de órbita y rebotaría sobre un asteroide.
Ellos se habían burlado de él sobre los golpes y moretones en otras ocasiones.

190
El Club de las Excomulgadas
Eso estaba bien. La burla de los ángeles nunca le molestaba, porque el amor y la
protección hacia él y entre los demás eran absolutos. Estaban conectados de una
forma que les impedía sentirse solos. Muchas veces necesitó sentir esa energía para
olvidar su vida mortal y lo que había dejado detrás, desprotegido. Pero se
preguntaba cuándo había sido la última vez que Jonah se había sumergido en esa
energía. David tenía la inquieta sensación de que de alguna forma Jonah había
cortado todo contacto y perdido la tranquilidad vital.

No obstante, ese no era el momento para disipar sus pensamientos de esa


manera. Podía moverse más rápido a través de unos pocos cientos de yardas que
cualquier otra criatura mortal, y lo utilizaría ahora. Volteó hacia atrás, sus alas se
arquearon sobre él en el agua para equilibrarlo y propulsarlo y se arrojó hacia
donde había visto el movimiento. Llegó justo antes que la criatura, interceptando
su retirada dentro del hueco de la cueva agarrando un andrajoso trapo que lo
echara a tierra, golpeándolo con las afiladas uñas, dando alaridos y...

Respiró profundamente, Oscuro. Era uno de Los Oscuros... ¿verdad?

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Mientras se tomaba un precioso segundo para procesar las señales
confusas, una cola de serpiente se enrolló alrededor de sus muslos, llevándole
sobre una desagradable cama de corales de fuego. Maldiciendo y sosteniendo el
trapo, la criatura se precipitó fuera de él.

Soltando la prenda, David persiguió a su presa dentro de la cueva y la


cazó otra vez, golpeándolo contra la pared. Obtuvo un espeluznante y femenino
grito de dolor.

No había ningún Oscuro con energía femenina. Pero su energía estaba


latiendo fuera de ella, haciendo más difícil la lucha, su reacción automática fue
matar.

191
El Club de las Excomulgadas
Céntrate. Si ella estaba conectada a Los Oscuros, debería saber algo de
Jonah. Por los Dioses, si sabía algo, se lo diría, incluso si tuviera que causarle más
de esos terribles gritos para arrancarle la verdad.

Tenía una de sus dagas colocada contra su cuello, sosteniéndola lo


suficientemente cerca para que la criatura no pudiera moverse sin decapitarse ella
misma. Todo lo que podía ver era una oscura y rizada cabellera, un pálido mentón
y un hombro desnudo. Sin el andrajoso trapo, la criatura no llevaba nada excepto
su cabello color azabache que casi ocultaban su rostro que estaba apoyado contra
las sombreadas rocas de la pared. Pero su energía de Oscuro la exponía a él
como la iluminación de un amanecer de pesadilla.

—Muestra tu rostro.

David cogió un puñado de cabello, apartándolo de su rostro y tirando de


su cabeza hacia atrás.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Una chica. Más joven que él. Un lado de su rostro estaba gravemente
arañado y enmarcado con un ojo rojo, la firma carmesí de un Oscuro. La cual se
realzaba dolorosamente en comparación con el otro lado de su cara que era
hermoso, hasta un punto que le aturdió durante un instante.

Lo que en ese momento reconoció como un tentáculo fustigó alrededor de


sus tobillos, uniéndolos. Le golpeó en el rostro con un trozo de tubería que había
escondido en el saliente de las sombras, que parecía rescatada de un naufragio.

Sí, Jonah diría que se merecía eso. David se las arregló para sujetarla,
luchó más allá del punzante dolor y le dio la vuelta, liberándose de los inusuales
apéndices flexionando las piernas. Ella buscó la daga que había soltado, que
había dejado caer en lo bajo del peñasco. Lo había golpeado y desaparecido en
las aguas turbias mientras tiraba de ella hacia él, con los brazos inmovilizados a
los lados. Elegante como una anguila, ella se deshizo de su agarre otra vez,

192
El Club de las Excomulgadas
enredando los brazos de él en su cabello, una red más efectiva de lo esperado,
dejándole sostener un puñado de mechones y nada más.

Puede que fuese un vestigio de sus días como humana, pero él sabía que no
viviría abajo con los otros si una chica hubiera pateado su trasero. Agarrando el
delgado látigo de uno de los tentáculos alrededor de su cintura. Cristo, tenía
aguijones, él tiró fuerte, quitándole el equilibrio y haciéndola flaquear. Mientras ella
intentaba recobrarse, él se impulsó fuera de la entrada de la cueva y subió,
moviendo su cuerpo entre sus brazos mientras lo hacía, girando hacia arriba, arriba,
arriba, sabiendo que ella no podría manejar su equilibrio mortal de la forma en la
que él lo hacía. Batiéndose a través del agua como un creciente tornado, escuchó
su confundido llanto cuando se percató de lo que estaba haciendo, a donde
estaban yendo.

Era hora de sacar a ese ser fuera de su elemento. Era un reconocimiento


que a regañadientes le daba, ella era una luchadora del diablo.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Emergiendo dentro de un abovedado cielo anochecido, él se disparó en
un arco sobre el mar mientras ella gruñía y chillaba, arañándole con sus uñas,
arrancando una tira de piel de su cuello. Cuando él la dejó caer a esa altura, aulló
por la sorpresa del miedo, parando un segundo después cuando él la volvió a
coger en sus brazos, flotando abajo sobre un estrecho banco de arena que sólo
existía con la marea baja, como a una milla de distancia de la masa continental
importante más cercana. Ella escarbó en el agua, y él la agarró de nuevo,
girándola para que se apoyara sobre su espalda.

—Para —le ordenó. Luego, cualquier sentimiento de indulgencia


desapareció cuando se percató de lo que estaba enganchado en su cabello. Una
pluma de color blanco puro, revestida de plata.

Jonah. Cada ángel tenía un único color estampado en las alas cuando
alcanzaban la madurez. Las alas de David todavía tenían el color crema y las

193
El Club de las Excomulgadas
puntas marrones de novato, como todos los ángeles tenían en sus primeros
cincuenta años.

Justamente cuando sintió su cambio de humor, ella hizo otro intento en el


agua. David agarró una segunda daga de la correa que tenía alrededor del pecho y
clavó carne y músculo, fijando un tentáculo a la arena y roca que había debajo.

Su grito rebotó sobre el agua, asustando a una bandada de pelicanos en el


páramo. Eso arrancó algo dentro de David. Pero, ¿cuántas veces se lo habían dicho
Jonah, Luc y otros veteranos? Eres joven; todavía sientes compasión por Los Oscuros.

Pero él no era un Oscuro. Los Oscuros no tenían la cola ni las aletas de


una sirena, aunque la suya no era la típica cola. Era más como el cruce entre los
poderosos y delicados tentáculos de un pulpo y el estilo del látigo de una
serpiente de mar.

—Si me muerdes, lo lamentarás, — prometió él. Sin embargo, cogió su

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rostro con cuidado, usando la presión para hacer que ella girara hacia él, para
verificar la excepcional cosa que había visto bajo el agua. Una mitad de su rostro
estaba destrozado, como si la carne hubiera sido roída y nunca sanara. La otra...
nunca había visto nada, excepto a la misma Diosa, tan hermosa. Era
desgarrador. El largo cabello negro, los ojos azules con oscuras y tiznadas
pestañas, el iris tan brillante como una joya. Llevaba un pendiente. Un bonito
adorno fijado en una oreja sin agujero, algo que una jovencita llevaría. Un
pequeño delfín plateado con un turquesa, probablemente lo encontraría en el
mismo naufragio donde encontró la tubería que habría roto una mandíbula
mortal.

—Eres un Engendro Oscuro, ¿verdad? —Ellos eran una terrible y rara


cosa, algo que nunca había visto. Por un lado, las mujeres de cualquier especie
violadas por un Oscuro normalmente no sobrevivían. Y si lo hacían, los niños
nacían tan demoniacos como sus padres y los ángeles los despachaban de la

194
El Club de las Excomulgadas
misma manera en que hacían con Los Oscuros o las desafortunadas criaturas
estaban tan deformadas que cuando nacían no podían sobrevivir.

Él tiró de su pelo; consiguió un silbido y un ataque de esos afilados dientes.


Era una cosa superficial, pero sintió la energía instantes antes de que detonara.
Arrojándose sobre ella, presionó sobre su luchador cuerpo y lo rompió con un
contra-hechizo. La explosión que había alejado de ella se convirtió en pedazos de
aire electrificado, amontonándose alrededor como confeti. El otro tentáculo se
levantó golpeando su espalda con el fuego feroz de un látigo. Ella aulló cuando él
sacó otra daga y clavó ese tentáculo también. Cristo, odiaba eso.

—Basta, bruja. — Gruñó la orden inerte, la que solía neutralizar


cualquier cosa que ella pudiera arrojarle, y observó el surco en su frente y su
desesperación crecer conforme se daba cuenta de que él la había dejado
indefensa. Sus tentáculos estaban sangrando donde sus cuchillas los habían
perforado. Estaba temblando de dolor y por su miedo hacia él.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Armándose de valor contra eso, él elevó la pluma. — ¿Dónde conseguiste
esto, Engendro Oscuro? Sabes que no puedes mentirme, así que no lo intentes.

Él detectaría una mentira, pero no podía necesariamente arrancarle la


verdad, a menos que quisiera recurrir a una gran tortura. Había forzado a Los
Oscuros a revelar información antes, y en similares circunstancias, habría llegado
a alcanzar y retorcer la daga. Pero esto no era normal. Ella no era... no sabía con
lo que estaba lidiando. Los Oscuros no eran jóvenes, no parecían sirenas... ni
chicas.

Esta vez retiró el pelo de ella en un momento decisivo y la contemplo por


completo, intentando enseñar su rostro impasible e ignorar cómo sus temblores
aumentaban.

195
El Club de las Excomulgadas
Pero la cicatriz era tan ancha y profunda por su lado izquierdo que no tenía
el pecho izquierdo. No tenía dos dedos de la mano izquierda, y la caja torácica de
ese lado era notable, como el lado de su rostro, como si hubiera estado
arrastrándose sobre ostras. En contraste, su seno derecho estaba perfectamente
formado, la curva era lo suficientemente abundante como para atraer su mirada.
Elegantes dedos, delgadas manos y brazos, un bonito arco de caja torácica y
destellos en la cadera.

Mientras las sirenas que había visto tenían la típica cola, ella tenía una
fractura en la unión de su sexo como los humanos, solo que en lugar de piernas,
tenía esos dos peligrosos tentáculos, cada uno de cerca de dos metros de largo y
muy hábiles, tan ágiles y tan flexibles como manos. Quizá más.

Tenía apretadas escamas negras y azules sobre sus caderas, a juego con su
ojo azul. Las propias escamas tenían un brillo sedoso como su lustrosa piel. La
parte inferior de sus tentáculos estaban cubiertos con antenas, las cuales
explicaban su habilidad para encontrar su camino alrededor en un lugar tan

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oscuro como las cuevas que debía habitar.

—No te diré dónde está— Mina escupió. —Puedes destruirme si lo


deseas, Mi Señor. Está en buenas manos y parece no tener prisa en abandonar su
refugio.

La mirada de David regresó a su rostro. —Crees que lo estás protegiendo.

—No te conozco a ti ni tus intenciones.

—Pero está siendo perseguido...

—Él está más allá de donde Los Oscuros puedan encontrarle. Durante un
breve periodo de tiempo al menos.

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El Club de las Excomulgadas
David se enderezó, aunque mantuvo una estrecha vigilancia sobre ella
conforme pasaba el dorso de la mano por su boca y regresaba con sangre en sus
dedos. No estaba mintiendo, podía sentirlo. Ella no representaba un peligro para
Jonah.

—Voy a eliminar la orden inherente y quitarte las dagas ahora — le dijo—Si


puedes encontrar algo en ti para confiar en mí, sanaré las heridas para que no te
molesten por más tiempo.

Ella le observó con esa desconcertante mirada bicolor. — ¿Por qué te


molestarías?

—Hijo de un Oscuro. — Su mirada se desvió hacia abajo. —Hija de una


sirena. No percibo una maldad pura de ti. Los Engendros Oscuros son raros.
Aquellos sin pura maldad son más raros aún.

—No tan raros como piensas —dijo ella enigmáticamente —Simplemente

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déjame libre, yo cuidaré de mi misma.

—Quédate quieta hasta que te diga lo contrario— dijo él secamente. —


He probado que soy más rápido y más fuerte, y no puedes usar tu magia contra
mí. No pongas a prueba mi paciencia con otro intento.

Ella se sentó hoscamente mientras él retiraba el hechizo y luego la


primera daga. Lo hizo con rápida precisión, sabiendo que era mejor hacerlo así
que hacerlo despacio. Ella hizo bastante ruido, pero su mandíbula estaba
apretada. Cuando él puso su mano sobre la herida, la sangre húmeda se filtró
entre sus dedos y ella se tensó. Maldita sea, él quiso quitar ambas para calmar su
dolor, pero ella estaba tensa.

—¿Sabes por qué no quiere que le encontremos?—preguntó con voz baja


mientras se concentraba, buscando la sensación de su psicología antes de activar

197
El Club de las Excomulgadas
la curación. Realmente no esperaba una respuesta a menos que fuera una burla,
pero ella era la persona más cercana a Jonah que había encontrado. Tenía que
intentarlo.

—No. Y sí. Conozco los síntomas, no la cura, ángel. Y la respuesta es la


cura.
Las heridas no estaban respondiendo como deberían. Quitando la daga, se
hizo un corte en la mano para obtener un poco de sangre nueva y fresca y la colocó
sobre la herida, satisfecho al final cuando vio que los bordes comenzaban a unirse,
a tejerse.

Cuando ella gritó, se retorció, su mirada se rompió. Ella apoyó una mano
sobre su rostro. El lado izquierdo mostró un trozo de piel curada donde la
cicatriz había estado sólo un momento antes.

Un ángel tan joven como él sólo podía sanar heridas recientes. Alguien
como Jonah podía sanar las que todavía estaban encarnizadas un mes o más

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después. Sólo Raphael y su legión podían curar dolencias de años de antigüedad
como esa.

— ¡No, no! —ella se quitó la otra daga, en un ángulo que arrancó la carne
y ocasionando otro grito más lúgubre incluso que los anteriores.

Cuando ella se abalanzó hacia él, sólo su rapidez le salvó de clavarse la


punta de metal en la garganta, pero a posteriori se preguntó si sólo le quería fuera
de su camino. Ella se escabulló de él, casi sin aliento, con el alarido todavía
reverberando en su garganta, haciendo que sonara como un áspero cuervo. Él la
había llevado a la arena en un punto donde ella tenía que arrastrase hacia el
agua. Utilizó el cuchillo para ayudarse a incrementar su meticulosa velocidad
sobre la arena, dejando un rastro de sangre.

198
El Club de las Excomulgadas
David se elevó y la observó. Debería matarla. Obviamente la oscuridad tenía
un fuerte control sobre ella, y por esa razón los Engendros Oscuros eran
normalmente tratados de la misma manera que Los Oscuros. Pero viendo su
determinación para huir de él... por curarse, no pudo. No comprendió lo que había
dicho sobre Jonah; no la comprendía. Pero supo que necesitaba entenderlo antes de
actuar.

La alcanzó en varias zancadas, se inclinó y la levantó. La sostuvo,


restableciendo la orden inerte cuando sus caídos tentáculos pudieron rodearle como
una pitón. Si bien, la ferocidad de sus inventadas maldiciones le impresionaron.
—Sshh, le ordenó. —Te estoy llevando de vuelta al agua. Estate quieta ¿Cuál es
tu nombre?

El fuego ardía en las profundidades de sus inquietantes ojos. A la par que


el miedo y una ira lo suficiente fuerte como para consumirla, anticipó él. Era una
extraña mezcla de los dos monstruos de pesadilla que esperaban en los armarios
a que los niños para meterse en sus camas, sabiendo que era sólo cuestión de

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


tiempo que salieran.

—Ya lo sabes. Soy un Engendro Oscuro.

—Pregunté tu nombre.

—Mina. — La respuesta tardó en llegar, pero mientras se detenía a pocos


pies del agua, esperando lo que ella miraba con nostalgia, respondió al final.

—Bien. — Él se acercó otro paso. —Bonito. Mina. Te he dado mi sangre.


Si me llamas en cualquier momento, en cualquier lugar, y te concentras en ello
como sé que sabes hacerlo como practicante de la magia, te oiré. Úsalo si el
peligro te amenaza. ¿Harás eso?

— ¿Cómo sé que confiarás en mi si digo que sí?

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El Club de las Excomulgadas

—Probablemente no lo haré. Hasta que me llames si realmente necesitas


ayuda. — La depositó sobre el filo del agua pero manteniendo una mano firme en
su brazo, cogiendo su barbilla para hacer que lo mirara fijamente, con ambos ojos,
lo que parecía tan difícil para ella como mirar directamente al sol. —Si no lo haces,
lo lamentarás mucho.

Ella lo miró fijamente. —Revelas demasiado a alguien en quien no debes


confiar.

—Quizá. Me han dicho que soy joven y tonto. Sin embargo, no es un


secreto que los ángeles cuidamos unos de otros. — También sabía que el
compartir la sangre le permitiría localizarla si él o Luc querían interrogarla de
nuevo. La desvinculó de su orden, más a regañadientes de lo que esperaba.
Impulsivamente, pasó los dedos sobre la zona de unión entre la cicatriz y la
limpia piel, moviendo sus dedos hacia su nariz, casi en señal de bendición. Ella
se quedó quieta impactada, sus ojos se ensancharon.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Puedes hacer lo mismo, — dijo él.

Conforme se movía hacia atrás, preparándose para elevarse, su frente se


arrugó. — ¿Hacer qué? —preguntó ella.

—Llamarme si el peligro te amenaza.

Asintiendo, él se elevó alto, dejándole con la pluma de Jonah y la


asombrada mirada en su macabro y trágico rostro.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Doce

Jonah y Anna dieron un paseo con un trabajador que se dirigía a Nevada. Él


les explicó en español que podía llevarlos a la frontera del estado. Pero no tenía
espacio en la cabina de su pequeña camioneta ya que iba con su esposa y sus dos
hijos, por lo que lanzó un colchón en la parte de atrás de la camioneta y les ofreció
que se sentaran mientras viajaban.

Jonah estudió al hombre brevemente antes de asentir y darle una mano a


Anna para ayudarla a subir, pero cuando él lo intento calculó mal y hubiera
caído si Anna y el trabajador no lo hubieran agarrado.

—Gracias — murmuró Jonah, sintiéndose algo gracioso. Pero Anna


sonrió al hombre, y trató de ocultar su diversión por el gesto discreto que le hizo
el trabajador de que él había tomado unas copas, a su esposa, lo que sugería que
pensaba que uno de sus pasajeros estaba borracho.

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—Te estás riendo de mí. — Jonah se acomodó frente a ella, apoyando los
pies sobre la rueda. Sus pies no llegaban tan lejos, así que los había doblado, con
las rodillas flexionadas y la espalda apoyada con cautela contra el costado del
camión.

—Sólo con la sugerencia de que estás borracho, Mi Señor. ¿Pueden los


ángeles beber en exceso?

—No lo creo — dijo él, apretando los dedos del pie. — Estás siendo total
y demasiado irrespetuosa con mi estado exaltado.

— ¿Alguien alguna vez te ha tratado como a un igual? Quiero decir, ¿has


sido siempre... un comandante? — Anna no se hacía ilusiones sobre su “estado
exaltado”, aunque el afecto y la pasión que le había mostrado en esos estallidos
repentinos e intensos habían hecho que fuera fácil olvidar lo que no podría
olvidar en otras circunstancias. — Mina, dijo que eras conocido como el Primer

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El Club de las Excomulgadas
Comandante de la Legión. Segundo solamente de los Ángeles Totalmente con
Sumisión.

Él se encogió de hombros, miró a su alrededor mientras el paisaje


comenzaba a moverse, la camioneta se movía con vida. Un joven los miró por la
ventana trasera abierta, sonrió y le entregó a cada uno un refresco.

Anna sonrió y le dio las gracias cuando volvió su atención a Jonah.


—¿Naciste siendo eso? —Vio las sombras, sabiendo que él podría entrar en áreas
que no deseaba visitar. Pero al menos por ahora, Jonah parecía haber dejado su
tensión en la playa. Parecía relajado, casi amistoso.

—A veces se siente de esa forma — dijo con ironía. — Pero no. Los
ángeles son como otras criaturas. Tenemos un tiempo de juventud y de
inexperiencia. Incluso los pocos que son hechos de las almas humanas. Tenemos
que hacer una solicitud para determinar donde se nos colocará. Entonces, somos
el mentor de otros, o los atraemos, les ayudamos a encontrar su vocación.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Y tú llamado... Tú luchas contras los Oscuros.

—Lucho contra los enemigos con los que Michael me manda pelear. Pero
sí, estos últimos siglos, ha sido sobre todo contra los Oscuros. Los antiguos
males, las cosas que los humanos llaman demonios, han sido contenidas o
aplacados en su mayor parte. Aunque, irónicamente, nada de otro mundo,
incluyendo a los ángeles, fue llamado demonio.

Él tenía el pelo alrededor de su cara, azotando sus pómulos esculpidos y


su boca distraída mientras el camión aceleraba en la carretera. Parecía irreal,
estudiándolo así, un hombre con pantalones vaqueros sólo con la camiseta atada
a uno de los ganchos para que se secara. Sus largas piernas estaban estiradas
sobre el colchón, con un brazo a lo largo del costado del camión, por otro lado
equilibrando un Dr. Pepper7 en su muslo.

7
Dr. Pepper: nombre de una gaseosa en lata.

202
El Club de las Excomulgadas
—Cuando estuvimos hablando... — Ella hizo una mueca a medida que
aceleraban hasta el punto en que el furor del viento la obligó a levantar la voz. Lo
que significaba que el chofer y su familia podían oírla.

Metiendo el refresco entre su muslo y la cama del camión, Jonah agarró una
de sus manos justo debajo de su rodilla. Sus dedos acariciaron la piel debajo de la
falda mientras la atraía y caía con ella en su regazo ya seco con un movimiento
fácil. Eso le permitió estar equilibrado y justo sin la incómoda presión en su espalda
en el borde metálico de la cama de la camioneta. Él movió sus caderas hacia abajo
entre sus muslos, con sus piernas cubiertas por encima de su pantorrilla.

— ¿Qué? — dijo él, con sus labios cerca de su oído.

— ¿Se tocan entre sí tan fácilmente? — preguntó ella primero. Sus ojos
oscuros eran cálidos, como el más oscuro chocolate. Anna muchas veces había
tocado a los animales del mar y de la tierra, a las flores y a los árboles. Tenía que
tocar la vida, conectarse con ella. Pero había tocado a su propia especie rara vez,

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sirena o humano, y nunca había sido invitada a hacerlo. Le habría dado la
bienvenida al más feo, al más tímido ejemplo de cualquier raza, pero esto...
Jonah no sólo le daba la bienvenida a su contacto, sino que estaba dispuesto a
tocarla. Casi parecía que lo exigía. Y él estaba muy lejos de ser tímido o familiar.

—No es así. — Había un destello de humor de nuevo. A ella le gustaba,


se preguntaba si se trataba de una visión del más joven y más despreocupado
ángel que podría haber sido una vez. — Hay ángeles que disfrutan de los
hombres más que de las mujeres, pero yo no soy uno de ellos. — Movió sus
cejas de arriba a abajo. — Ahora, ¿qué era lo que realmente ibas a preguntar?

Ella se preguntó si era lo suficientemente audaz como para preguntárselo,


pero tenía curiosidad. Y tal vez, debido a que era un hombre, ayudaría a
mantener su mente lejos de las cosas menos agradables.

203
El Club de las Excomulgadas
— Fue la otra noche, la forma en que describiste cómo todos buscaban la
base del placer. ¿Hay un lugar al cual ir? ¿O es que cada uno busca su propia...
fuente?

Él se distrajo por sus labios sensuales, sobre todo cuando ella los rozó,
cuando se separaron, cuando jugaron con un toque fugaz de su lengua. — ¿Qué
estás buscando, Anna?

—¿Hay, no sé, burdeles para los ángeles? ¿Casas de placer? Quiero decir, si
necesitas esto tan a menudo...

Él se rió entonces, y la calidez del sonido le llegó hasta la médula y se


juntó con calor cuando su voz se redujo a un murmullo ronco. — ¿Soy muy
exigente, pequeña? ¿Preferirías que distribuyera mis atenciones?

—No— dijo ella al instante, y luego enrojeció hasta la raíz por su


vehemencia poco sofisticada. — Quiero decir, eso no me corresponde a mí
decirlo. Si yo no…, si necesita más…

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—Es la curiosidad —se dio cuenta él, estudiándola. — Lo que dije la otra
noche se te hizo curiosa, ¿no? — Tomando su pelo en una mano, lo metió en su
moño trenzado para mantenerlo fuera de su cara, pero él sacó su mano de su
nuca. Se detuvo en la proximidad de su boca, lo que le permitió esos ocasionales
exasperantes momentos inesperados para mantenerla aturdida. — Dime lo que
has imaginado. Será un largo viaje. — Se movió, dejándole sentir la presión de él
contra su cadera. — A ver si puedes torturarme con nada más que tu mente.

— No es eso. Solo imagino...

— Dime, Anna.

Ella sacudió la cabeza, sonriendo. — Tiendo a ser fantasiosa.

— Eso está bien. Di las cosas como un cuento.

204
El Club de las Excomulgadas
—Está bien. — Ella levantó su atención a su frente, buscando su mirada
directa un poco desconcertada. — Me estoy imaginando a todos en una laguna
aislada... con ninfas de agua. Los árboles están colgando a baja altura sobre el agua,
con los bancos verdes y exuberantes. Como una de esas pinturas de la época
romántica. De hecho, creo que es probable que algunas de esas pinturas sea de un
artista que venía de tropezar contigo. — Ella echó una rápida mirada a él, y luego
continuó. — Le hiciste pensar que estaba viendo a hombres, no a ángeles, por lo
que eso fue lo que pintó. Seis o siete de ustedes, entrelazados en los brazos y
piernas de las ninfas. Tomaron a las ninfas en los bancos, y sus piernas se
envolvieron alrededor como pétalos de flores blancas delgadas. — Se humedeció
los labios, alentada por el creciente calor en su mirada, el calor que se reflejaba
en su propio cuerpo... — Más tarde, volvieron a entrar en el agua juntos. El
cabello de las ninfas se derramó por la parte delantera de su cuerpo, con la
espalda contra su frente... a medida que tomo mi forma de sirena. A medida que
entro en el cuerpo de la ninfa, ella junta sus manos y roza la parte superior del
agua frente de los dos.

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Sólo tocarse. La maravilla de su ser era todo sobre el contacto. Carne,
hueso, músculo al alcance de uno, vivos. El cuerpo de la ninfa presiona con tanta
generosidad contra el ángel, por lo que puede oír los latidos de su corazón y
podía oír la suya…

La mano de Jonah, todavía enredada en su pelo, se aflojó bastante para


que moviera la cabeza hacia abajo por debajo de su mandíbula, con su oído
contra su pecho. Pum, pum, pum. Fuerte y constante, incluso a través de la
fuerza del viento y del rugido del motor.

—Así— susurró ella. Cerró los ojos mientras su brazo se apretaba alto
alrededor de sus hombros para encerrarse completamente sin hacerle daño. —
¿Los ángeles siempre se sienten tan seguros?

205
El Club de las Excomulgadas
Sus labios se apretaron contra su frente. — Cuando mis alas se curen, te
encerraré entre ellas cuando duermas. No hay lugar más seguro en el que te pueda
poner.

Sonriendo, ella levantó el cuerpo para mirarlo. Al hacerlo, sacó su cabello al


viento, tirando de su cara como lo había hecho por ella. Ella se lo recogió con el
brazalete de hilo que había usado hoy, evitando que los hilos se agitaran en contra
de sus fuertes rasgos. — Entonces, ¿es así? ¿Cómo lo he descrito?

—A veces. Cuando deseamos unirnos por placer en conexión con la


tierra, solemos ir solos. Sin embargo, no niego que ha habido momentos en que
hemos pasado en grupos a los lugares en los que se nos da la bienvenida. Una
vez, cuando era mucho más joven— le dirigió una sonrisa que era
sorprendentemente casi una sonrisa, — fuimos a un convento de monjas.

— No, no lo hiciste.

— Bien, fue durante una época en que eran en su mayoría mujeres que

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huían DE sus circunstancias difíciles o que habían sido confinadas allí por sus
maridos o por padres que querían deshacerse de ellas, por lo que no era como si
sus votos fueran un llamado. Y, por supuesto, eran siervas de Dios. En un
sentido. Ronin fue al que se le ocurrió la idea. — Lo dijo con una actitud
defensiva divertida y luego ella vio que sus ojos se oscurecían con el recuerdo.
Cuando presionó sus dedos en su piel, él miró su mano, limpiando un poco las
sombras.

—Por la Diosa, estaban tan hambrientas por el tacto de un hombre... —


Se centró en su mano agarrando la parte delantera de su camisa. — Como si
fueran mujeres a las que no se les permite el contacto físico tan a menudo.

Cuando ella se alejó, él se limitó a atraerla más cerca.

—Lo querías mucho — dijo ella en su pecho. — Cuando...

206
El Club de las Excomulgadas
—Hace unos dos años. — Con su expresión de sorpresa, él negó. — El
tiempo no significa mucho para un ángel, sólo un poco. Y sin embargo, puede ser
más interminable para nosotros que para los que tienen menos.

—Sin embargo, recuerdas tantas cosas, tantos detalles.

—No tantos como esperaba. Me había olvidado de lo delicado del interior


de una concha, de cuán dulce huele una flor contra la carne de una mujer. —
Inclinó la cabeza, inhalando debajo de su oreja, lo que la hizo temblar, con su
cuerpo sintiéndose cálido en su abrazo.

Su cercanía la ayudó a mantener su mente fuera de su espalda, pero el


daño y el haber nadado con los niños había agotado su energía, sin embargo.
Mientras escuchaba su latido de corazón humano, teniendo en cuenta que no
sonaba muy diferente al de un ángel, dejó que el movimiento de la camioneta, el
sonido rítmico de las rupturas en el asfalto chocando bajo las ruedas, la relajara.
Disfrutando de su toque, se imaginó que era una de las ninfas del agua, rodeada

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


por un grupo de risa de ángeles, hombres altos y hermosos como Jonah, con sus
manos suaves, con su deseo feroz. La energía era tan fuerte que se convirtió en
un gran par de alas en su mente, envolviéndola en la escena como en esa pintura
para siempre. Era fácil dormirse, convertirlo en un sueño donde ella estaba
todavía cerca del agua, no yendo más lejos de ella.

—Gran Diosa, eso es aterrador.

Ella abrió los ojos a tiempo para ver una camioneta chillona cubierta de
flores pintadas. Estaba acelerando a lo largo como un fugitivo de la década de
1960, tratando de mantenerse delante agarrando el tiempo que podría jalarla de
nuevo a su década correcta.

—Es muy colorida. — Ella sonrió contra su pecho.

— ¿Alguna vez dices algo negativo acerca de cualquier cosa?

207
El Club de las Excomulgadas
—No sobre ese tipo de cosas. — Ella bostezó. — A ellos les gustaba lo
suficiente como para hacerlo. Si me ven burlarme de eso, es como si estuviera de
alguna manera destruyendo lo que los hace sentir bien, saltando lejos en eso. Su
alegría se diluyen un poco entonces.

Cuando ella inclinó el mentón para mirarlo con ojos soñolientos, lo


encontró contemplándola con curiosidad. — ¿Mi Señor?

—Ha pasado un tiempo desde que he sido debidamente castigado, pequeña.


Estoy ajustándome al shock de que estás en lo correcto.

Ella sonrió contra su camisa, sucumbiendo a dormirse con su sonrisa


escondida con gusto alrededor de su mente.

Jonah la sostuvo durante la siguiente hora, viendo su descanso


intermitente. Se dio cuenta de que su espalda estaba haciéndola sentir incómoda,
pero que no había dado ni una sola queja. La esposa del trabajador migrante de
vez en cuando miraba hacia él, con su brazo alrededor de su hijo, y le sonreía,

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


aparentemente conmovida por la imagen de ellos.

No le gustaba pensar en lo bien que se sentía simplemente abrazarla. Qué


ganas de mantenerse sólo rodando a lo largo de esa carretera para siempre, sin
destino. Se preguntó cómo sería recoger la fruta o hacer cualquier trabajo hacia
el que el trabajador migrante se dirigiera.

Era increíble, viendo el mundo pasar de esa manera. El paso de vehículos


en diferentes direcciones, un grupo de ciervos pastando al lado de la carretera,
coqueteando peligrosamente cerca del tráfico. Un sinfín de torres de telefonía
celular, tentadoras señales de salida para que los automovilistas fueran a la
comida rápida, a las gasolineras. Un grupo de chicas en un coche deportivo
pasaron y le hicieron una abierta valoración y lanzaron miradas coquetas que
resultaron inofensivas de envidia cuando registraron a la mujer dormida en sus
brazos.

208
El Club de las Excomulgadas
La cabeza sedosa de un niño pequeño ahora sumergido hasta los ojos
oscuros grandes se volteaban intermitentes hacia Jonah. Como su sirena, al parecer
había estado durmiendo también.

—¡Mano! — la fuerte amonestación de la madre llegó demasiado tarde, pero


el niño pequeño se movió y a la mitad de la ventana posterior de la cabina, cayendo
sobre el colchón y sobre Anna y sobre las piernas de Jonah con una sonrisa
impenitente.

—Está bien. — Asintiendo hacia la madre, Jonah arrastró al chico en su


muslo para mantener una mano firme sobre todo el pequeño cuerpo, dejando en
claro que estaría muy bien hasta que estuviera listo para regresar a su exasperada
madre.

Anna abrió los ojos por los empujones, parpadeando hacia el muchacho.
Extendió la mano, tocándole la cara y se rió. Él tenía un marcador en la otra
mano, y mientras ella se sentaba dócilmente, él dibujó una carita sonriente un

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


poco torcida en su mejilla. Luego se movió hacia Jonah.

—No soy una pared de graffiti — informó al niño de ojos oscuros, que
sonrió y empezó a dibujar en él de todos modos.

—No te disgustan los niños humanos. — Su voz era un murmullo


silencioso en su pecho.

—Por supuesto que no. Los jóvenes son nuevos... no importa lo que
puedan llegar a ser, lo que sus almas carguen. Hasta que descubran la
autoconciencia, son puros, sin mancha. — Él miró hacia abajo, estudiando su
rostro. — ¿Estás bien?

Anna asintió. Había empezado a despertar de un mal sueño. Jonah, en un


cielo oscuro y tumultuoso, con su falda roja salpicada por la batalla coincidiendo
con el rojo de la sangre que goteaba sobre sus hombros, transmitido por su piel
de los cuerpos que había vencido. Sus ojos feroces, mortales... vacíos. Había sido

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El Club de las Excomulgadas
magnífico y temible... desconectado de ella, de todo menos de la agitación. Ella
había tenido miedo de que no la fuera a reconocer cuando la espada se volvió hacia
ella.

Fue una bienvenida abrupta, una transición despertar de eso al dibujo de un


niño inocente. Inclinándose, ella tocó la imagen que Mano había dibujado alta en
el pecho de Jonah. Una figura de palo con alas y un halo. —Ángel, — pronunció el
niño en español.

Ella nunca se había dado cuenta de la pronunciación española hacía la


última sílaba en “infierno”8. Se estremeció, recordando las palabras de Jonah, las
primeras referencias a que los ángeles eran llamados demonios.

Levantándose ella buscó su rostro, necesitando verlo. Incluso estiró sus


dedos para tocar sus labios, viendo la respuesta hacia ella en sus ojos. Jonah. El
ángel. El siervo de la Diosa.

— ¿Una pesadilla, pequeña?

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Él veía demasiado, por supuesto. Pero cuando ella asintió, la llevó más
cerca, poniendo su boca sobre la de ella mientras el niño se metía entre ellos.
Entonces Jonah profundizó el beso, saboreando su boca, jugando con ella hasta
que el sueño comenzó a transformarse en algo distinto.

—Has tenido un roce con los Oscuros — murmuró él. — No dejes que te
persigan en sueños. Los sacaré por ti.

Ella quería que eso fuera cierto, pero también tenía miedo por él. A pesar
de que daba tumbos en una camioneta vieja en un entorno tan mundano, se veía
como si hubiera voces en el canto celestial limitando todos sus movimientos.
¿No se reiría de ese pensamiento?

Sin embargo, no eran canciones compuestas con arpas suaves. En su


lugar, había canciones de feroces batallas golpeado en la batería celta,

8
Juego de palabras entre la palabra Ángel en español y Hell (infierno) en ingles.

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El Club de las Excomulgadas
prediciendo que las fuerzas del bien triunfarían sobre las del mal. Ella se aferró a
esa idea, aun cuando la oscuridad del sueño la hizo estremecerse, haciendo que sus
ojos se volvieran hacia ella con preocupación y sus brazos se tensaran a su
alrededor.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I

211
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Trece

El padre hispano llegó a una pequeña ciudad justo en la frontera con


Nevada. Después de comprar algo de comida y hacer algo de investigación, Anna
llevó a Jonah a un gran parque que se cerraba en el ocaso. Sin embargo, sin coche,
se deslizaron en el final de la tarde sin previo aviso, para perderse en el bosque y
buscar la cala que le habían dicho que estaba allí.

Se acercaba el crepúsculo. Sin embargo, Jonah murmuró una maldición


vil mientras tropezaba con una raíz, y Anna se acercó para sostenerlo.

— Estuvimos en la camioneta mucho tiempo, — observó ella. — Es duro


conseguir poner las piernas en la tierra de nuevo. Especialmente cuando no estás
acostumbrado.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Soy un idiota torpe sin mis alas y tú estás tratando de ser amable.
¿Cómo lo haces?

— ¿Hacer qué, Mi Señor?

—Aprender a ser elegante, cambiando a menudo entre aletas y pies.

—Oh. — Dijo ella divertida con la descripción. — Bailé. Vi una pareja


bailando en la playa y parecían estar nadando, vi cómo podías perderte en el
ritmo del baile y hacerlo inconscientemente, una vez que aprendes.

— Hmm.

Anna apenas amortiguó un suspiro de alivio al oír el sonido del arroyo.


Un momento más tarde, estaban allí. La pradera que conducía a él estaba
poblada de flores silvestres, y detrás la quebrada era un telón de fondo de una de

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El Club de las Excomulgadas
las muchas cadenas de montañas de Nevada. Los árboles se cernían sobre la cinta
gorgoteando agua, y ella vio varios lugares blandos que harían una buena cama
para la noche.

Primero lo primero, sin embargo. Ya se estaba moviendo hacia el agua,


quitándose los zapatos. Mientras entraba, dio un suspiro cuando sintió el agua
arremolinándose alrededor de sus pantorrillas. Su piel pedía lavarse con el agua
salada con manchas de espuma, rodando en el avance de la marea… pero esto
tendrá que ser suficiente. Era un cuerpo natural que desembocaba en algo más
grande, que ella sabía que finalmente sería el mar. Más tarde esa noche,
utilizaría una cantidad conservadora de su agua de mar para mojarse las manos y
los pies, extendiendo parte de la humedad vital en una capa delgada sobre su
torso. Si nada más, Jonah podría conseguir algún placer en verla hacer eso.

Otro gruñido, un sonido de tropiezo, y ella dejó la imagen para ver a


Jonah mirando funestamente sus pies ahora desnudos, como si estuviera
teniendo en cuenta la sugerencia bíblica de podar apéndices desagradables.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


— ¿Son todos los ángeles tan maleducados, Mi Señor?

Ella se sofocó con el impulso de reír mientras enviaba una mirada


estrecha en su dirección. Entonces pensó en lo que los había llevado a este
momento, y los que aún podrían estar siguiéndolos, y su diversión huyó.

—Aquí, Mi Señor. — Emergiendo del agua, fue a él, haciendo una


reverencia. — ¿Le interesaría un baile?

Antes de que pudiera decidirse, Anna puso las manos en el borde de su


camiseta y se la quitó. Primero, porque quería quitarse de la cabeza las cosas que
veía como una pesada carga detrás de sus ojos. En segundo lugar, porque sabía
que se acercaba la puesta del sol. En tercer lugar, porque sería más cómodo de
esa forma. Y, por último, porque le gustaba. Estiró el algodón por encima de la

213
El Club de las Excomulgadas
parte superior de su cuerpo y levantó sus brazos, dejando que ella la sacara por su
cabeza, ayudándole cuando superó su altura. Poniéndola a un lado, trazó el dibujo
del niño de un ángel, las líneas que se habían difuminado algo con el calor.

Después ella miró sus ojos serios, problemáticos y se movió a la extensión de


sus brazos, poniendo una mano en su hombro, con su muñeca apoyada en el dibujo
de ángel, y le puso la mano en su otra mano.

— Un vals es de tres tiempos, Mi Señor. Una vez que lo alcanzas, puedes


empezar a dar vueltas como si estuvieras volando, y te darás cuenta de que no
son tan diferentes. Bien, lo son, — ella sonrió haciéndosele hoyuelos, — pero el
espíritu del movimiento es similar. Puedes nadar, volar o bailar en tu mente y
todo se sentirá igual, de una misma manera.

Ella lo acompañó en sus pasos lentamente, sostenida por su


concentración, por la forma en que su cabello le caía sobre la frente, de tal
manera que tuvo que llegar a arriba, con sus sedosos dedos, y moviéndose fuera

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de paso. A pesar de que ella se rió y se dio la vuelta en el camino, se sorprendió
de que en sólo un par de días antes hubiera temblado ante la idea de estar dentro
de diez pasos de un ángel, y mucho menos tocar uno, bailar con uno, jugar con
uno.

Él le hacía pensar en todas las cosas que quería. No podía acusarlo de


hacerlo deliberadamente, pero no la hacía algo menos impotente ante el poder de
eso, igual que cuando había estado al mando de su sumisión sensual para él.

Ella notó que su tacto parecía distraerlo también, así que siguió
haciéndolo, igualando los pasos de él, tropezando y riéndose un poco de los dos
hasta que él sonrió también, porque su determinación de jugar con su pelo, con
sus labios, estaba causando la mayoría de sus tropiezos. Entonces él la besó, con
sus labios en los de ella bajando a medida que avanzaban. No fue ninguna
sorpresa que fuera el momento en que llegó a la perfección, con sus pasos de

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El Club de las Excomulgadas
baile fluyendo como el agua detrás de ellos. Ella estaba sosteniendo su brazo
mientras él aumentaba su ritmo, cambiando el equilibrio de ida y vuelta, de un pie
a otro, haciéndola girar. Mientras al mismo tiempo le tocaba la boca, atrayéndola
más cerca, sintiendo la forma de ella mientras él iba a tientas en el interior de su
mente, invadiéndole las puntas de los dedos de los pies con su largo, interminable
beso.
—Necesitamos un poco de música, — murmuró él. — Cántame.

Ella encontró su voz con esfuerzo, modulándola para que en lugar de


enviarlo a dormir como había hecho la otra noche, lo guardara en ese sueño
despierto vivo y activo, tejiendo su camino alrededor de ellos como niebla,
manteniéndolos en sus garras. Ella le infundió tranquilidad y alegría, cosas que
ella sabía que necesitaba y no le hacía ningún daño hacerlo sentir así. Las
palabras hilaban una historia tonta de una sirena insensata, que creía que era
pastora y trataba de llevar un rebaño de lenguados desde una escuela a la casa de
su madre. Una vieja, vieja canción, acerca de la alegría de ser tan inocente, de
creer que se podía hacer todo. Un niño podía creer que él o ella eran un intrépido

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


héroe o un villano astuto. Cualquiera que fuera lo más divertido, porque no
pasaba nada.

—Lo estás captando — dijo ella, tratando de no convertirse en una


completa idiota, porque él tenía la mano en su cintura. La línea de su ceño entre
las cejas mientras se concentraba, lo hacía tan... irresistible.

A medida que se movían a través del claro, adquirió la confianza


suficiente para doblarla sobre su brazo y luego atraerla de nuevo. Ella cerró las
manos alrededor de su cuello, sintiendo el cosquilleo de sus plumas mientras las
alas comenzaban a materializarse con la puesta del sol.

De pronto los dedos de sus pies apenas rozaron el suelo. Ella dio un grito
satisfecho al hacer la vuelta con un impulso extra... y una mueca. Anna hizo que
se detuvieran. Jonah probó una vez más su ala, doblándola. Ella podía decir por

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El Club de las Excomulgadas
la rapidez con que sus pies volvieron a la tierra por segunda vez, más abrupta, que
era demasiado cargar sus pesos combinados.

Si hacían la Unión Mágica, sería útil. Mina había dicho que tenían que
hacerlo a diario. Pero él se había negado a dejar que ella hiciera eso, ya dos veces.
Sus labios se curvaron. Hombre terco. Ángel rebelde. Bien, ella tendría que calcular
una forma de evitar eso, ¿No? Mina había sugerido... bien, lo mejor era no pensar
en lo que había sugerido Mina. Tal vez hubiera otra forma en la que ella pudiera
probar primero.

—¿Puedes volar con eso, Mi Señor?

—Tenemos cosas más importantes que hacer en primer lugar. — Él la


guió a una roca. — Sanemos tu espalda.

Qué reduciría drásticamente su energía. Incluso si hicieran Unión


Mágica, él no conseguiría el beneficio completo de la misma, debido a que algo

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de ella sería para rellenar el pozo de energía que él estaba a punto de usar.

—Tengo una manera más simple, Mi Señor. — Ella se detuvo y lo miró.


—Tengo otra forma que puedo asumir. Eso hará más fácil la curación. Antes de
que pudiera preguntarle, ella le restó importancia a su ropa y al traje de baño
debajo, quedándose completamente desnuda. Felizmente, el aire frío de de la
noche calmó la piel que había estado al descubierto y que le había quemado
todo el día, a pesar de que había logrado con bastante éxito no rozarla
demasiado. No quería que él se regañara más. Fe, pero el ego masculino era algo
frágil.

—Estás sonriendo un poco. Sospecho que estás tramando una travesura.


¿Cuántas formas puedes tomar mi cambia formas?

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El Club de las Excomulgadas
—No hay ninguna travesura, Mi Señor. Y tengo cuatro. Sirena, humano y
ésta. — Le dio una rápida sonrisa. — La cuarta es una sorpresa. Te la diré algún
otro día.

A medida que su cuerpo comenzaba a brillar, ella se subió a la roca, con su


hombro llegando hasta allí, por lo que se mantuvo de pie encima de él, lo que era
desconcertante cuando ella se dio cuenta que acababa de mostrar las partes más
privadas de sí misma ante sus ojos.

—No tengo ninguna objeción con esa medida. — Pero la observaba de


cerca mientras el brillo aumentaba y su forma comenzaba a flaquear. Igual que
cuando hizo la transformación de sirena, ella era consciente de sí misma, pero
por una razón diferente esta vez. La transformación de las partes quemadas era
dolorosa. Si sólo pudiera iniciar el proceso... Ahí.

Oh, diosa. Era como si se estuviera escaldando de nuevo, sólo que esta
vez ella sabía lo que iba a venir, tenía que quedarse quieta y marcarlo a medida

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


que crecía más y más. Mientras que, perversamente, su tamaño estaba
exactamente en la dirección opuesta.

Ella tenía las manos cerradas en puños y Jonah dio un paso adelante. —
Anna, detente.

— No puedo... — Jadeó ella, y su forma se disolvió ante él, plegado


sobre sí mismo, con su pelo revolviéndose a su alrededor, como si hubiera tejido
un capullo. Puntos de luz brillaron sobre su piel, dándole un brillo antes de que
su cuerpo desapareciera en una lluvia de llamas infusas que salieron volando en
direcciones diferentes, en una espiral giratoria de chispas en forma de gotas de
agua, que se canalizaron hacia la superficie del muñón en un vórtice de humo
brumoso que tuvo el olor inesperado de agua de mar.

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El Club de las Excomulgadas
La niebla empezó a flotar. Jonah estiró los dedos hacia eso, de repente
miedoso. — ¿Anna? — ¿Estaría ella manteniendo su esencia? ¿Qué…?

— Estoy aquí, Mi Señor. — Ella dio un paso de la niebla, y mientras oía una
nota tensa en su voz, fue remachada por ese último lado de la sirenita. Su muy
pequeña sirena.

Quien ya no era una sirena, sino un hada duende, no más alta que la
longitud de su mano.

Sus alas eran translúcidas y tenían la textura de agua oscilante con estrías
de vidrio, como si estuvieran hechas de agua en verdad, con toques de destellos
color rosa y azul, los colores que el sol al levantarse temprano a menudo le
daban a las olas del mar. Su cuerpo era delgado, igual que su cuerpo humano,
pero más alargado. Su largo y rizado pelo seguía siendo el mismo, sólo sus ojos
eran violeta, tan grandes en sus delicadas, puntiagudas, casi facciones de zorro.

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—Puedo volar contigo así y no sobrecargar tu ala, — señaló ella. — No
puedo volar tan alto como puedes tú, pero puedo hacerte compañía durante un
tiempo. Y en esta forma, el área para que puedas curarme es mucho menor. Si
me quedo de esta forma un par de horas, cuando regrese a mi parte humana o
sirena, el área total estará curada.

Su voz era un susurro suave de sonido como el viento, girando y


uniéndose en torno a las sílabas, que emitía de su garganta, estampándolas para
que sus oídos pudieran detectarlas.

— Entonces date la vuelta, pequeña.

A pesar de que sonrió ante la ironía en su voz, ella obedeció. Jonah


estudió cada paso de sus diminutos pies, la forma en que se recogió el pelo y lo
llevó todo hacia adelante, con sus alas temblando mientras ella aumentaba su

218
El Club de las Excomulgadas
tamaño por lo que presionó el exterior de sus brazos y le mostró su obra anterior,
no menos vergonzosa para él ahora que había sido reducida tan significativamente
de tamaño.

Él puso eso a un lado y se centró en su piel, se abrió para sentir el calor de la


lesión, las terminaciones nerviosas palpitantes. Llegando a ella con dos dedos
alineados, fue justo debajo de su nuca. Sin tocarla, pero tan cerca que el calor de su
piel y el calor de su inflamada carne lo tocaron, una reunión fría en un aura azul
rojiza.

Él había usado su capacidad de curar con frecuencia después de la batalla,


para apuntalar las heridas sufridas por su Legión, hasta que pudieran llegar a los
cuerpos de Rafael para conseguir un trabajo de fondo. Se sintió aliviado de que
no le hubieran hecho daño más allá de lo que podía manejar por su cuenta,
aunque rápidamente se dio cuenta que había algunas capas oscuras en esa
declaración. Cosas inquietantes que no tenían nada que ver con la herida que ella
tenía, pero que tenía que ver con las cosas que podía infligirle a ella más tarde.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Era una pesadilla caminar ahora, y nadie en la proximidad estaba probablemente
más quemado. Ella era un alma sencilla y pura que no tenía ni idea del nivel de
poder que él era capaz de manejar.

Debería curarla, llevarla a un vuelo y luego enviarla a su casa con


severidad. Él debía viajar hacia ese chamán o no... Pasara lo que pasara, ella no
sería parte de su destino o de su caída.

— Mi Señor... —Un suave susurro onduló encima de él, haciéndole tener


un deseo repentino en conflicto y sin embargo, igualmente feroz de recogerla, de
mantenerla cerca de él. La dejaría viajar en el nido suave donde sus alas se
reunían entre sus hombros y nunca permitiría que le hicieran algún daño. Se
dedicaría a su cuidado.

Pero no podía protegerla de sí mismo. Eso era obvio, ante sus ojos.

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El Club de las Excomulgadas
Ella probablemente pensaba que estaba ayudando a un alma perdida, su
corazón de mujer giraba sobre el león herido como un gato herido en la casa de su
mente. Mientras recordaba lo que él había dicho acerca de su capacidad de eliminar
una espina de la pata de un león, el pensamiento aterrador se le ocurrió porque tal
vez ella sabía que se enfrentaba a un león. Sin embargo, permanecía dentro del
rango de todas formas, como si lo desafiara a hacer lo peor.

Concéntrate, maldita sea. Un joven podría manejar algo como esto. ¿Qué es
lo que le pasaba? Cerrando los ojos, Jonah provocó la fuente de luz en su alma,
construyéndola con una fuerza brutal, sintiéndose como un humano con un
cuchillo para raspar la última parte de la mostaza en un frasco de vidrio. Ruido,
ruido, ruido, como había visto a uno de los humanos en el comedor.

Ahí. Un hilo patético, pero que estaba allí. La luz provenía de sus dedos,
un bálsamo curativo que se extendía sobre su piel, hundiéndose en sus nervios,
enfriándose, entumeciéndose, reparando. Al ver que eso sucedía, la luz se
fortaleció dentro de él, llegando al poder, aun cuando su mente lo castigó por lo

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que inicialmente fue un flujo débil. Gracias a su magia, tenía menos área para
sanar. De lo contrario no podría haber podido hacer nada por ella.

Desde hacía un tiempo, se había volcado más y más en la post batalla


desde hacía tres años con sus lugartenientes y soldados con alas, utilizando el
tiempo para evaluar la siguiente estrategia. Para limpiar y afilar sus armas, hasta
que el menor pase encima de su piel extraía sangre, sorprendiéndolo con la
forma en que corría por la cuchilla...

Es necesario hacer la Unión Mágica. Para sanarte. Casi podía ver las palabras
en conjunto en sus hombros, con la advertencia subyacente levantándole los
pelos de punta.

No. No la necesitamos. Aunque él no podía negar que algo se había roto


dentro de él. Cada vez que pensaba en tratar los rituales de curación, metiendo

220
El Club de las Excomulgadas
su vida sexual en eso, se alejaba de ello, asqueado por la idea de dejar que la luz
blanca pura lo llenara. Se había puesto de pie en la presencia de la Dama antes, y
oh, por todos los dioses, lo que era la sensación. Tan... completa. Y, sin embargo,
le parecía que se le escapaba ahora. Si ella lo llamaba a su presencia, no estaba
seguro de poder estar delante de la luz blanca sin gritar en agonía.

Igual que en una oscura.

No era sólo que él no quisiera la Unión Mágica. Él no se lo merecía.

— ¿Mi Señor?

Al abrir los ojos sintió una caricia de viento en su rostro, y se encontró


que Anna estaba al nivel del ojo de él, flotando frente a su cara. Una mariposa
iridiscente, mágica, con una pequeña mano rozando su nariz como el toque de
una tela de araña. Aunque sus ojos eran demasiado sabios, y preocupados, vio
que le ofrecía una sonrisa tímida. Por alguna razón inexplicable, él lo tomó como

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un regalo, el zarcillo pequeño de tranquilidad se desplegó en su vientre. — Estoy
como nueva — dijo ella. —Mejor, de hecho. ¿Quieres volar conmigo?

Anna estaba bastante segura de que un ángel de su posición, por lo que él


acababa de hacer le debería haber sido tan fácil como el truco a un niño. Sin
embargo, él estaba sudando y temblando. Ella quiso pedirle que realizaran la
Unión Mágica en ese mismo momento con ella estando bien, pero se encerró a sí
misma con el cambio a su forma de duende. Si su curación la cambiaba a su
forma más grande, tenía que tener tiempo para hundirse en su núcleo. Además
de eso, él tenía esa mirada obstinada que le decía que todavía se resistía. Así que
trataría de otra forma. Sería creativa, como Mina le había sugerido.

Antes de que él pudiera responder, ella flotó hacia atrás varios metros,
haciendo una pirueta elegante. — ¿Lo ves? Apuesto a que incluso puedo volar
más y mejor. Pájaro viejo.

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El Club de las Excomulgadas

Jonah parpadeó. — Sé que no me acabas de llamar eso.

— Positivamente viejo —. Sus ojos de color violeta bailaron. — Es posible


que no quieras ir por encima de la línea de árboles, en caso de que te salgas del
cielo.

— Anna, estás poniendo a prueba mi paciencia.

Sus ojos se abrieron, toda inocencia. — ¿Paciencia, tienes paciencia?

Cuando él echó una mano juguetona hacia ella, ella se deslizó fuera de su
alcance. Sin embargo, en lugar de iniciar la persecución que Jonah esperaba, ella
flotó en una cama de flores silvestres de color púrpura y rodó allí, en parte
desapareciendo a medida que se deleitaba en ellas.

Una sonrisa tiró de sus labios mientras la miraba, colgando sobre las

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flores, demostrando su gracia siempre presente como una sirena con sus sinuosos
movimientos. Después estuvo en el aire otra vez. Cuando se giró, hizo una
exhibición muy atractiva de sus gruesas alas con las marcas de color rosa y azul
en ellas. Su cuerpo tenía algunas de las mismas marcas, como tatuajes de su
forma de sirena. Y ni un poco de piel de color rojo, enojado.

Cuando él hizo otro agarre falso de ella, ella se fue lejos con destreza. En
esa forma pequeña, estaba demasiado preocupado por hacerle daño, y sabía que
le daba la ventaja con esa maniobra. Y así lo hizo.

A medida que ella ascendía rápidamente por encima de su alcance, se le


unieron varias mariposas, y un par de pálidas polillas de color gris. Una libélula.

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El Club de las Excomulgadas
—Suelen venir cuando me transformo, — explicó ella, bailando entre ellas,
frotándose juguetona contra una mariposa, dando saltos mortales sobre ella,
mientras volaba hacia atrás. — No sé por qué.

Él sabía por qué. Ella atraía la vida en sus más ligeras, más frágiles formas
hacia ella, a juego con la ligereza de su corazón. Él extendió sus alas, probándolas,
a punto de unirse a ella.

Al ver su intención, la felicidad brilló en su rostro, una sensación de triunfo


que se sentía compartida.

Mientras él se ponía en marcha, equilibró su débil ala izquierda con la


derecha mientras todavía le daba a la izquierda la oportunidad de moverse, de
estirarse, de trabajar sus músculos. El viento agitaba las puntas de sus alas, lo que
generó algo a lo largo de sus terminaciones nerviosas, donde las plumas se unían
a su carne, a sus huesos y músculos. La vio mirar hacia atrás, girarse en el resto
del agarre en el aire, mostrando su asombro abierto por el despliegue de sus alas,

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que se extendieron lejos a cada lado de él. Le gustaba su placer. Le gustaba
complacerla. Así que salió detrás de ella.

Ella giró en su nube de mariposas, enviando a la libélula a lanzarse fuera


en forma de zigzag loco con ella siguiéndola, girando y girando. Se tenía que
mover bastante rápido para mantenerse delante de Jonah, se mantenían a un
ritmo suave, por sus maniobras, incluso duplicando alguna para distraerla,
subiendo en una espiral en el aire con ella, hundiéndose, cayendo unos pocos
metros, luego atrapándose a sí mismo. Él sentía la tensión en el ala herida
cuando se cernía, o tenía el peso del aire debajo de ella, pero él se las arregló para
estar sin mucho dolor, con sólo una maldita debilidad.
Ella no lo dejó permanecer mucho tiempo con su oscuridad. Punzante
debajo de él, ajustó uno de los pelos de su pecho, tirando hacia fuera con los
dedos afilados, pellizcándolo.

223
El Club de las Excomulgadas
—¡Ay!— Él se movió hacia atrás y logró llegar debajo de ella en un destello
de movimiento.

Ella cambió el rumbo y se deslizó por su pierna, utilizando uno de sus dedos
del pie para girar en un arco y dispararse de nuevo hacia arriba, haciéndole
cosquillas en la parte inferior de su pie con su envergadura.

Él se reía ahora mientras se lanzaba en su persecución. Podría haberla


tomado varias veces, pero decidió no hacerlo, disfrutando de su naturaleza, de su
baile en espiral, enredándose con las piruetas que ella hacía en el aire, hasta que
un grupo mucho más grande de mariposas estuvo con ellos, una multitud que lo
hicieron sentir como si estuviera en una nube multicolor. Sus muchos colores en
el cielo crepuscular se mezclaron con las flores silvestres en el prado abajo,
incluso a la decoloración de la luz del día, como un tapiz de acuarela. A veces se
mezclaba con ellos todo lo que él tenía para encontrar su rostro sonriente,
buscando la palidez de su piel desnuda.

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Con un poco de vergüenza, se dio cuenta de que ella no era menos
atractiva para él en esa forma. Cuando ella se lanzó en picada, rozando el otro
lado del arroyo y volvió a reunirse con él, el agua corría por sus pechos, vientre y
muslos, con las puntas de su cabello como puntos de seda contra su piel. Con sus
pequeños, redondos senos altos, con sus pezones apretados por el agua. Él estaba
fascinado por la perfección de su curva inferior. La forma de sus mejillas de color
blanco cremoso que con sus maniobras se incrementaron sólo superadas por las
marcas de plata y rosa que habían aparecido a lo largo de ellas, por el grabado
de su deliciosa forma. Sus pechos se tambalearon con sus esfuerzos. Tal vez él no
podría haberla tomado tan fácilmente como pensaba, porque no sólo era rápida,
sino que era una maldita distracción. E intuitiva. Ella hizo una breve pausa en el
aire, dándose cuenta la dirección de su caliente mirada. Esa mirada traviesa
apareció en su cara otra vez. — Esos pobres humanos, al pensar que los ángeles
tienen todas esas virtudes. Castos, sin sexo, pacientes, tranquilos...

224
El Club de las Excomulgadas
—¿Por qué la castidad se considera una virtud? La Diosa quiere que
disfrutemos unos de los otros.

—Creo que es la idea de prescindir de algo que queremos, de negarnos a


nosotros mismos la claridad espiritual — dijo ella remilgadamente.

— Tú eres mi cebo.

Girando en el aire sobre su cabeza de nuevo, ella se elevó más alto, pero al
pasar por la parte superior de un pino erizado en la punta, a unos sesenta y cinco
pies, él pudo decir que ella había llegado al límite de su altitud de vuelo. Las
mariposas salieron y se fueron volando hacia arriba, arriba, arriba.

— Anna, ¿Qué estás…?

Ella forcejeó, parpadeó y luego se volvió en un salto abrupto, cayendo,


con sus alas en su contra.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Él se disparó, curvando sus alas apretadamente contra su cuerpo, con el
dolor olvidado. Subiendo debajo de ella, se volteó para tomarla con precisión en
ese nido suave de plumas en el punto de unión entre sus alas, donde su pelo se
mezcló con el de ella. Sintió sus manos agarrándolo como dos puñados de hebras
que se enderezaban y se orientaban a sí mismas, con sus alas moviéndose como
un tatuaje suave contra el arco de uno de los suyos mientras ella hacía su camino
a su cuello, enredada en su cabello.

—Eso es tan alto como puedo ir, Mi Señor, — dijo ella sin aliento.

—No deberías haberte presionado de esa manera.

—Sabía que me atraparías. Es por eso que lo intenté. Nunca había ido tan
alto.

225
225
El Club de las Excomulgadas
La sencilla fe en su voz lo rompió a él. — Vayamos más alto.

—Oh. Puedes hacerlo, con…

—Hush9, — dijo él, y extendió sus alas para volar. — Sostente.

La llevó por encima de los pinos y mucho más. Más, más alto, al cielo de la
noche donde las estrellas comenzaban a brillar, la evidencia de la victoria sobre las
tinieblas. Su luz no podía calentar, pero perversamente, su tacto podía, con sus
pequeños dedos contra su mandíbula, con su mejilla contra su oído mientras se
preguntaba en la inmensidad del cielo, la forma en que el mundo abajo, se veía
tranquilo y preparándose para la cama. Un murciélago se movió erráticamente
alrededor de ellos. Un búho le dio a Anna una mirada, pero se fue cuando Jonah
se movió, por supuesto alterado para asegurarse que un lado de su cuerpo
estuviera entre ella y el depredador.

—Quiero... — Él perdió la última parte de su sentencia en el movimiento

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


del viento, pero luego ella aflojó su agarre y se fue flotando desde su hombro. Él
se dejó caer para que no pegarle con su envergadura y se volvió, cerniéndose
protectoramente mientras se sostenía en el aire más delgado, con sus ojos
brillando como zafiros. Sus alas se estremecieron con el esfuerzo mientras ella lo
miraba todo, llenándose, con un lento giro de 360 grados.

—Qué cosa más maravillosa —susurró ella. —Mira, Mi Señor. Las luces
de esa ciudad, como un grupo de luciérnagas. Y los árboles, los soldados oscuros
que custodian al mundo. El espacio y el ambiente... — Él se volvió una y otra
vez, de modo que cuando llegaron a detenerse, ella se balanceaba en manera
inquietante, aunque su rostro estaba radiante. — Es el mar, sólo que es el cielo.
Lo mismo, pero gloriosamente diferente. — Algo suave entró en sus ojos. Como
ellos dos.

9
Silencio.

226
El Club de las Excomulgadas
Él no sabía si la idea había provenido de él o de ella, pero estaba ahí, la
fuerza de lo que sugería como una verdad que una vez había conocido, pero había
perdido. Como tantas cosas, tantas verdades que ya no se sentían fieles para él
nunca más, dejándolo en la oscuridad, burlándose de él mientras cometía un error.
Este momento solamente se sentía claro. Fuerte.

Ella se había desviado de nuevo a él y ahora su pequeña mano le tocó la


boca, siguiendo sus labios. Cuando él los separó, ella le tocó un diente, dejando
escapar un grito asustado mientras él la agarraba del brazo entre sus dientes,
sujetándola con una pinza suave y excitante de piel debajo de su antebrazo, con
su lengua. Ella se rió. — Eres como un perro lamiéndome.

Él resopló con un simulado insulto, la soltó y empujó con un dedo su


abdomen, una película que le permitió llevarla de vuelta en una serie de fáciles
volteretas flotantes hasta que ella se movió, mirándolo con ojos serios. Cuando él
sacó la mano, ella dio un paso hacia su palma y se sentó, con la redondez de su
trasero presionando mientras sacaba las piernas y las sostenía con los dobleces de

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


sus dedos sobre sus rodillas.

— ¿Duermes en las nubes, Mi Señor?

—Sí. Por lo general.

Ella asintió. — Sólo puedo imaginar lo que será verte volar cuando estés
completamente curado. Debe ser como ver a la Creación misma.

Él no supo qué decir a eso, a todos los ángeles les daba una feroz alegría
volar. Era necesario para ellos como la necesidad para una manada de lobos
correr, para una flor sentir el sol... Los músculos de sus alas estaban ardiendo
ahora, y el peso de sus pensamientos era lo que hacía difícil permanecer a esa
altura.

227
El Club de las Excomulgadas
A medida que los llevaba de vuelta a la tierra a regañadientes, ella no hizo
ningún comentario sobre la repentina decisión de descender, simplemente veía todo
sobre ellos, mientras caían.

Cuando sus pies tocaron el suelo, ella se agitó de nuevo en el aire. Se sentó
bajo un árbol, organizando sus alas para ahuecar su cuerpo a pesar de que él movió
una de las caderas para aliviar la presión sobre la articulación de la única ala. Anna
se acomodó en la parte superior de su muslo, que se extendía hacia fuera con él.
Entonces sacó su mano, con su toque como una caricia ligera... en su pene semi
erecto debajo de sus pantalones vaqueros.

—Anna, ¿qué estás haciendo?

—Tocándote. Es tan increíble así. — Ella se ruborizó un poco, pero


levantó la vista del cuerpo a su rostro perplejo. — ¿Te molesta?

Esa no era la palabra correcta, pero él le dio un ligero movimiento de

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


cabeza.

Su boca no estaba sonriendo, con la intención de su mirada sobre ella.


Eso hizo temblar a Anna, pero no pudo evitarlo. Verlo volar por el aire como lo
había hecho... Bien, había agitado algo. — ¿No te... deberías quitar esos? —Ella
tiró del botón de sus pantalones vaqueros, encontrando que podía hacer poco
con ellos.

— Me destruirás, pequeña. — Pero la sometió, enviándola de vuelta en el


aire al tiempo que se abría los pantalones vaqueros, quitándoselos
completamente dejándose caer, largo y delgado, desnudo y hermoso debajo de
ella, con sus ojos negros vivos con fuego, con su boca tan lista para probarse,
incluso si la hubiera obligado a darle muchas, muchas mordidas pequeñas.

228
El Club de las Excomulgadas
El deseo la consumió. El deseo que experimentaba en su forma humana o de
sirena todo peligrosamente comprimido en la forma más pequeña de ella ahora.
Descendiendo debajo de su penetrante sentido, ella se posó en su muslo superior de
nuevo, justo encima de su respuesta endurecida. Mientras él se tendía junto a ella,
ella pasó su mano desde la base gruesa, a lo largo de la columna alta hasta donde
pudo alcanzar. Y saltó cuando él también lo hizo en respuesta, porque era como
enfrentarse a un gran depredador.

Ella se rió de sí misma, inclinando la cabeza. —Es diferente cuando haces


eso a corta distancia.

Una sonrisa forzada se torció en su rostro, con su mirada brillante. —


Hazlo otra vez.

A pesar de que podría ser destino de burlas, oyó la orden subyacente. Se


le secó la boca, su corazón palpitó un poco más duro. Se obligó a hacerlo de
nuevo. Y de nuevo, mirando los músculos de su abdomen contraerse y doblarse,

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


sintiendo mucho los músculos de su muslo debajo de ella mientras él le tomaba
las nalgas ligeramente, apenas acariciándola. Al menos, ella pensaba de esa
forma en su mente. Su reacción le sugirió que tenía el efecto de una fuerte
corriente eléctrica.

El fluido se juntó en su punta, como rocío sobre una flor, fascinándola.


Ella se deslizó hacia arriba, tocándolo. Movió la mano, como un regalo de su
cuerpo que podía llevarlo a sus labios, con su sabor de sal almizclada. Pasando la
mano por su garganta, metió la sustancia resbaladiza en sus pechos, haciéndolos
resbaladizos en una forma que hacía que los nervios debajo de su piel estuvieran
hambrientos por la... fricción.

—Anna. — Su voz fue gutural y peligrosa. Y él estaba muy lejos, siendo


mucho más grande que ella ahora. Ella estaba encantada con él, incluso mientras
el lugar entre sus piernas se sentía tan vacío y necesitado. — Frótate en mí.

229
El Club de las Excomulgadas
Cabálgame pequeña. Ponme entre tus muslos y déjame sentir la pequeña viscosidad
de ti.

Ella no necesitaba que la urgiera. Había tenido el deseo desde que había
revoloteado hacia abajo, visto la arista debajo de sus pantalones vaqueros mientras
él la miraba con deseo en sus ojos, incluso en esa forma.

Incluso en su forma proporcional de humana o sirena, él había sido un


hombre impresionantemente equipado. Ahora era como pasar por encima de un
árbol caído de diámetro enorme. Ella deslizó su pierna por encima de su base,
acariciando su pie contra su firmeza, rodeando sus testículos, y se inclinó,
puramente por impulso, para presionar sus labios contra la tensa, caliente, oh,
tan caliente piel. El acero de él estuvo entre sus piernas mientras ella se
acomodaba a horcajadas sobre su longitud, extendió su cuerpo, con sus senos y
doloridos pezones en su contra, frotando lo resbalosa que estaba a lo largo de su
eje, colocándola entre sus cuerpos. Ella ya estaba empapada, por lo que se
arrastrarse suavemente hacia arriba de la longitud de él no fue difícil. Tuvo que

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


poner sus manos a lo largo de la cresta de su ancha cabeza para frenar su paso
hacia adelante. Y luego tomó un pequeño bocado, haciéndolo gemir.

Pero, Diosa. Cuando ella lo había tocado en su forma humana o sirena, el


pulso de su polla contra los golpes entre sus piernas había sido
proporcionalmente agradable. Acostada sobre él de esta forma, deslizando su
cuerpo contra ese órgano poderoso de carne, ella sintió ese pulso como el ruido
sordo de tambores retumbando por la caverna de su cuerpo, su garganta, el
interior de sus muslos, vibrando contra su parte inferior. En movimiento. Sangre
corriendo, bombeando. Tan viva, una bestia necesitada que ella quería alimentar
con todos los rincones de su cuerpo. Mientras ella había maldecido por tener que
permanecer en esa forma hasta que la curación estuviera completa, había un
placer con la anticipación también.

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El Club de las Excomulgadas
Pues aunque ella lo llevaría a la cúspide de esa forma, él se enterraría
profundamente en ella cuando se moviera. Ya había visto ese lado de él. Cuando
ella se burlaba de él, él lo aceptaba, pero con represalias, la reclamaba, tomando la
ventaja de nuevo. Ella esperaba eso con un calor estremecedor que casi la obligó a
moverse, mandando al diablo las consecuencias.

Pero ella no le dejó sacar la energía que necesitaba para sí mismo. Se puso
de pie, sentándose, con su mano apoyada en la cabeza surcada de su polla recta,
dura, y comenzó a mecerse sobre las puntas de sus pies contra su abdomen inferior,
arrastrando su estado resbaladizo sobre él, sintiendo el roce contra su clítoris que
la hizo quedarse sin aliento, con su vientre apretado en el vacío. Inclinándose,
chupó la humedad de su punta con su boca esta vez, él se estremeció y gimió y se
alzó en reacción, a punto de tumbarla. Ella tomó un control más estrecho con
sus piernas, meciéndose, montándolo en verdad, con su pelo balanceándose
hacia delante. Él suavemente se lo movió hacia atrás, con sus dedos temblorosos
por el esfuerzo de restringir sus movimientos y no hacerle daño. Su mirada
estaba fija en los ojos de ella mientras lo cabalgaba. Luego incrementó su

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


movimiento alcanzando su hombro y atrayendo una de sus más grandes plumas.
Una pluma de su ala.

Él empezó en el punto de encuentro entre su cuerpo y el suyo, acariciando


su clítoris para que ella gimiera de nuevo y aumentara sus movimientos
ondulantes, de sujeción a él, la humedad de su cuerpo que se movía con las
caderas arriba y abajo, una pulgada escasa o dos solamente. Pero la mirada de
sus ojos, el aliento trabajando, le dijo que ella estaba muy lejos de no responderle
en esa pequeña área de estímulo.

Arriba, arriba, la punta de la pluma se arrastró hasta su estómago, a sus


pechos y luego sobre ellos, jugando con sus pezones.

—Ah... —Ella se arqueó mientras le rozaba la garganta también,


haciendo que todo su cuerpo suplicara. Ella volvió la cara a sus dedos que

231
El Club de las Excomulgadas
sostenían su pelo hacia atrás, mordiéndolo duro y dejando una pequeña marcan en
su carne mientras su cuerpo se resistía, deseándolo.
¿Podría ella darle la Unión Mágica de esta forma? No le haría daño una vez
más, ella lo sabía. Incluso si él no quiera, ella era la única cosa que podría parar
esto, y sabía con el instinto de las mujeres desde el principio de los tiempos no se
detendría ahora. Mientras la lógica le decía que debería respetar sus deseos, la
intuición también le decía que obedeciera sin sentido, la primitiva urgencia que la
estaba tomando. Ofreciéndole la magia tan elemental como el conocimiento en este
momento de la respuesta de su cuerpo. Ningún pensamiento o análisis era
requerido.

Se expandió fuera ella, un calor brumoso. Su clítoris se convulsionó, sus


tejidos ondulaban, con ese calor cada vez más mientras ella misma se frotaba
contra él, arqueándose contra las hebras de la pluma, probando su sangre en la
boca mientras lo mordía con más fuerza.

— Anna. . . Diosa.

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Ella gritó, largo y bajo, con su cuerpo doblándose, trabajando
furiosamente contra la columna gruesa entre sus piernas, empapándose de sus
jugos y de los suyos, con el goteo constante que no se enfriaba con el increíble
calor de su polla. Ella llegó detrás, arqueándose, cediendo en su cuerpo por más,
con una sensación orgásmica entre sus piernas, con su pelo acariciando sus
testículos.

El clímax se la llevó, moviéndose contra su carne, creando una pendiente


resbaladiza aún más en su enorme extensión de roca contra su fiereza. No fue
suficiente para enviar a Jonah sobre el borde, pero sí lo suficiente como para que
lo dejara duro y adolorido, mientras se miraba a sí misma trabajando en su polla,
con su cuerpo siendo recorrido por su orgasmo, con sus pechos temblorosos por
sus movimientos, con sus piernas abiertas para sujetarse alrededor de todo él.

232
El Club de las Excomulgadas
La magia lo llenó, acariciando su estómago, ingle, extendiéndose como el
calor. Jonah quería maldecirla, pero no podía. Se maldijo por su debilidad en su
lugar, y así dijo con dureza las palabras.

— Muévete, Anna. Cambiaremos ahora.

Dolor. Ella sentiría dolor. Era demasiado pronto. Él recordó, y al mismo


tiempo recordó que ella no le negaba nada, a pesar del riesgo para sí misma.

—No. — Él cerró la mano alrededor de ella, con tanta rapidez que ella
gritó en estado de alarma, a pesar de que era lo único que se le ocurrió hacer para
detenerlo. —No. Necesitas permanecer así un rato más, ¿no? Para estar
completamente curada.

La luz tembló por la transformación comenzando a apagarse como una


bombilla con un cortocircuito. Ella estaba parpadeando hacia él, con su cuerpo
todavía temblando, temblando de sus secuelas. Él podía sentir el pulso pequeño

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


de su vagina contra su polla dura, e infiernos, él estaba tan cerca, tan necesitado.
La Unión Mágica podía hacerse en un solo sentido, como la habían hecho, pero
le dejó un deseo furioso en el receptor por encima y más allá del deseo furioso
que estaría sintiendo de todos modos. Un deseo que no estaba dispuesto a
compensar con la mano. Deseaba a Anna. Sus labios lisos entre sus piernas.
Quería saquearla allí, extenderla.

—Cuando puedas regresar a tu forma humana, — le informó, — mejor


será que estés preparada para mi polla dura y profundo por un buen tiempo, por
mucho tiempo.

Eso aumentó su temblor. Sus alas se cernieron sobre sus dedos curvados,
temblando. Debido a que sus fluidos corrían por sus muslos, la levantó,
utilizando sólo la punta de su lengua para quitárselos, para limpiarla, haciendo
un latigazo sobre los sensibles, hinchados tejidos por lo que ella se retorció en su

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El Club de las Excomulgadas
agarre, jadeando. Probándola, él la tomó con su dedo más pequeño, que aún era
grande, y apretó en sus pliegues húmedos. Sin dudarlo, ella abrió las piernas, con su
nombre revoloteando en sus labios. Él se movió hacia adelante, lentamente, y era
tal su confianza, que ella siguió quieta, ahora apenas respirando. El calor de su
estrecho canal pudo darle cabida a la punta redondeada antes de que él se obligó a
parar, sabiendo que la estaba extendiendo duro, pero deseando tanto ir más lejos,
sólo con un apéndice diferente.

Retirándose lentamente, él se tendió en el suelo y colocó su mano en su


abdomen, proporcionándole un refugio para descansar. Dónde pudiera verla,
saber que estaba a salvo. Los ángeles no tenían que dormir, pero se sentía
cansado. Un efecto secundario de su vuelo que debía estar resintiendo, porque le
había hecho tomar algo del borde de su tortuoso deseo alimentar la Unión
Mágica, que de mala gana hacía aceptado.

Dejó que sus ojos cayeran cerrándose mientras acomodaba su cadera en


su mano, con las pequeñas manos alrededor del dedo que había tenido en su

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interior, con su mejilla contra su aroma y él. Sus piernas estaban cruzadas una
sobre la otra, una hacia adelante para que el punto de su cadera se balanceara
también hacia delante. Al pasar el dedo sobre ella, por su nalga desnuda, ella
sonrió somnolienta. Puesto que él podía ver su marca de su mordida en la mano,
se fue a dormir con esa imagen persistente, con un rizo cómodo de magia
curativa, y cociéndose a fuego lento en la lujuria impregnada en sus sueños y
nada más.

Que era la manera en que lo deseaba. En cuanto a él se refería, la duda


hirviente, girando y la desesperación podían permanecer firmemente cerrada en
la parte más vulnerable de su subconsciente.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Catorce

“Ellos no necesitan ni lengua, ni oídos, pero sin la ayuda de ninguna palabra


hablada cambian el uno con el otro sus pensamientos y consejos.”

SANTO TOMAS DE AQUINO

¡OSCUROS!

Él despertó en un instante, orientándose. Moviéndose, refunfuñando...


con sus ojos rojos en la oscuridad, con su aureola sucia y con una enfermedad
que los procedía. Desesperación y violencia.

Faltaba una hora o así antes del amanecer, así que la noche estaba
envuelta todavía en la oscuridad. Anna estaba sentada, con una
mirada conocedora y con sus pequeñas alas pulsando cerca de su cuerpo. Su

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


mirada se revolvió e hizo un gesto a su camuflaje para buscar en las ramas de los
árboles justo encima. Era a él al que estaban buscando, después de todo.

En su lugar, se arrastró por sus brazos, utilizando la extensión de sus alas


para mantener el equilibrio hasta que se metió debajo de la cortina de su pelo en
su cuello y hombro, camuflándose a sí misma allí.

Él tenía la intención de arrancarle las alas y usar su pelo para atarla a una
rama, pero no había tiempo. Ellos se acercaban, rápido, y él no tenía arma.

Lanzándose desde el suelo, maldijo la rigidez de su ala, pero se las


arregló para golpear el hombro en la rama más baja, que era del tamaño deseado,
a tal velocidad que se desprendió como una ramita y salió dando vueltas. Él la
tomó en el aire, murmurando una disculpa al espíritu del árbol antes de
dispararla hacia adelante y hacia arriba, tratando de conseguir una cierta altura,
toda la altura posible.

235
El Club de las Excomulgadas
—Espera, pequeña.

Había tres que pudo ver de inmediato, aunque se trataba de un pequeño


grupo para una fiesta de rastreo. Él había esperado dos, se consideraba afortunado
de no tener cuatro. El primero cayó sobre él con un chirrido que podría romper los
tímpanos humanos y le dijo que había otros en la zona que acababa de ser
señalado. El metal de color gris claro de su hacha cortó el aire por él. Él la esquivó,
atascando el final dentado de su arma en su torso inferior, con bastante fuerza para
perforarlo, y la cargó de energía. El grito resultante se cortó al voltear el garrote y
golpear el cráneo de la criatura, girándolo para golpear con el otro extremo la
cara del que se acercaba por detrás.

El tercero tomó el borde de su ala, rasgándola, y él sintió el golpe oblicuo


de un puñal mientras se movía girando alrededor, en lugar de resistirse a él. Los
potentes músculos de su otra ala golpearon a la criatura de extremo a extremo a
través del aire.

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—¡Kara se vot! — Un pequeño susurro, pero poderoso en su oído, y luego
hubo una luz brillante, deslumbrante a sus espaldas que sorprendió a uno de los
atacantes que regresaba haciéndolo dudar y detenerse, tiempo suficiente para que
Jonah se diera la vuelta. Su lanzadora de conjuros en miniatura se lanzó y se
precipitó dentro y alrededor de la forma del Oscuro que se había detenido con su
simple hechizo de flash. Mientras ella se movía con rapidez, hizo que el corazón
de Jonah se helara por el miedo, cuando la hoja curva de la cosa llego
peligrosamente cerca de ella. Ella se retorcía y se deslizaba por la parte roma de
la hoja, utilizándola para escapar de la oscilación del puño del Oscuro,
aterrizando hábilmente en el extremo más letal del arma, provocando un alarido,
mientras cortaba uno o dos de sus dedos. Como no tenía su luz encantada, Jonah
la perdió de vista, no porque no podía ver en la oscuridad, sino porque no podía
prescindir un momento de ella. Maldita sea.

Dientes se hundieron en su hombro, un par de manos se envolvieron


alrededor de su garganta, con las garras perforando su piel. Un par de piernas

236
El Club de las Excomulgadas
viscosas pasaron a través de él, cerrándose alrededor de su cintura. Dos más se
lanzaron de frente, silbando. Él se dio la vuelta, dando un salto mortal, con el ala
dando un golpe tan fuerte que derribó a un Oscuro, usando los puños para sacar el
segundo, pero fue cayendo en picada, perdiendo el equilibrio y la fuerza, eso no era
lo que debería pasar.

Anna le había ayudado, se negaba a huir, así que la capturaron. . . Él no


permitiría que ella hiciera la Magia de Unión con él, no participaría. ¿Cuánto más
fuerte habría sido ahora si le hubiera permitido hacer eso?

Pensamientos fugaces, inútiles sólo para este momento. Eres


invencible. Eres imparable. Eres un soldado de la Diosa, y no hay nadie más fuerte que
tú. ¿No es eso lo que les decía a sus ángeles, que éste era el único pensamiento
que debía estar en sus mentes en una batalla? ¿Incluso si fuera el último
pensamiento que tuvieran cuando fueran alcanzados desde el cielo?

Con un rugido, se enderezó y golpeó alzándose con pura fuerza de

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voluntad, arrebatando el puñal de uno y dirigiéndolo a los tejidos blandos de su
cara, gritando la consigna adecuada para animar su sangre, recompensado
cuando la criatura irrumpió en llamas hasta que quemó la piel de Jonah. El
Oscuro colgó sobre su espalda arrancando su piel humeante con los dientes y con
sus garras destructoras.

Santa Diosa, otro par de ellos. Venían desde la izquierda, lo tiraron y a


sus compañeros a la red de ramas extendidas del gran árbol bajo el cual él y
Anna habían estado durmiendo. Jonah luchó, pero las ramas le frenaron. E hizo
lo mismo con ellos, pero no cambió el hecho de que habían tomado su ala que
quedaba fuera de su arsenal, y que era una pérdida significativa, pero su alcance
era mucho más amplio que el de ellos.

Le habían atrapado. Ferozmente luchó contra ellos, con dientes, manos,


con todo el poder en su cuerpo. No tenía idea de dónde estaba Anna, por lo que

237
El Club de las Excomulgadas
no correría el riesgo de que le cayera un rayo. No haría de su último acto
consciente el matarla, a su niña tonta, aunque lo fuera.

Como si lo desafiara, un trueno rugió. El fragmento de un rayo, preciso


como una lanza, lanceó al Oscuro lo más lejos posible de él, estallando en una
explosión mala de sangre y tejido. Los otros se dieron la vuelta, y Jonah aprovechó
la oportunidad para golpear su cabeza en el cráneo del que todavía estaba en su
espalda, lo suficiente como para aturdirlo. Tomó uno de sus miembros, que tenía
alrededor de su garganta, lo retorció y se inclinó de nuevo cuando David llegó con
los puñales desde su izquierda, con largos flashes de ambas manos para
decapitarlo. Apoderándose de su cuerpo, el ángel más joven lo arrojó al aire
antes de que Lucifer lo incinerara y con su sangre mala pudiera envenenar la
tierra.

Jonah se volvió al siguiente con un gruñido. Este trató de escarbar


buscando una salida para alejarse, pero él lo atrapó, le retorció el cuello, oyó el
chasquido y salió corriendo a una rama de un árbol que sobresalía, lo empaló,

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murmuró las palabras y lo vio dorarse hasta cenizas sin quemar el árbol.

Eran siete, y él había tomado a cuatro por su cuenta. Con satisfacción


feroz, vio a David ejecutar un impecable giro revés en el aire, esquivando una
espada, y uniéndola a la criatura empuñándola por la mitad. El joven ángel
disparó a través de su hoja llamas de color azul para que incinerara el camino,
una inundación de topacio caliente consumió y evaporó al Oscuro.

Lucifer usaba una daga en combinación con la oscilación de la media


luna de su guadaña mortal. David se enganchó con ella, la colgó del árbol, con
sólo esa maniobra cortó su cabeza antes de reunirse con el pecho de la criatura,
era uno de los pocos ángeles que podían pelear mano a mano con los Oscuros,
capaz de protegerse a sí mismo del veneno que impregnaba su piel. Jonah tenía
esa capacidad, pero desde que había sido víctima y lo habían abierto con un
hacha, no podía reclamar la misma protección. En este momento, por lo menos.

238
El Club de las Excomulgadas
Un último silbido siseó, como un fuego rugiendo, y el bosque quedó en
silencio.

Jonah salto desde las ramas, casi cayendo al suelo cuando su ala
inicialmente no lo apoyó como esperaba, y demasiado apurado. La sangre corría
por su espalda, diciéndole que el punto de unión se había roto de nuevo. El ala
había tenido un duro golpe, tanto por la forma en que la había presionado y el
hecho de que los Oscuros parecían saber a dónde apuntar específicamente. No
importaba. Sólo una cosa importaba.

—Anna. — Él la llamó por su nombre, incluso antes de aterrizar, lleno de


una fría desesperación.

Anna.

—Estoy aquí, Mi Señor. — Ella salió de entre el follaje, una vez más
humana, colocándose la falda del vestido ligero hacia abajo alrededor de sus
caderas desnudas. —Estoy aquí. — Fue derecho a él, con sus ojos brillantes en

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busca de su cara, tratando de ver si estaba herido. Mientras que todo lo que él
veía eran el hilo de sangre en su sien diciéndole que había estado demasiado
cerca del Oscuro con la hoja en su juego del gato y el ratón que había sido
cualquier cosa menos un juego.

Ella puso sus manos en las suyas antes de que siquiera se diera cuenta de
que las había extendido, y le dio una sonrisa tranquila. — Me gustaría decir que:
Los ángeles no son aburridos compañeros de viaje, Mi Señor.

Hubo un temblor en sus dedos, y su rostro estaba pálido, pero sereno. Ella
estaba en calma. Mientras que él se sentía como si tuviera que rasgar y abrir a
más Oscuros. O vomitar.

—¿Qué, en nombre de todo el Cielo y el Infierno, estabas haciendo? — le


exigió. —Te dije que te pusieras a cubierto. No quise decir de mi persona.

239
El Club de las Excomulgadas
—Necesitabas mi ayuda. — Sus labios lo confirmaron. —No iba a
esconderme en los matorrales mientras luchabas solo.

—Harás lo que yo te diga, — gruñó él.

—Ella se desenvolvió bien, incluso como luciérnaga —comentó David,


aterrizando junto a Jonah y haciéndole una reverencia. —David. A su servicio.

—Anna. — Iba a extender su mano en señal de saludo, pero ya que el ángel


aun conservaba el siniestro aspecto por las actividades que habían llevado a cabo,
se conformó con un gesto tímido.

Elevando exageradamente una ceja a Jonah, David dio una sonrisa


burlona que a Anna le pareció que le daban un aspecto fuera de lugar. —Ya veo
por qué has estado fuera de contacto.

Jonah le disparó una mirada. —Tú no eres él—, dijo él rotundamente. —


No lo intentes.

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Un destello de dolor cruzó el rostro de David, pero otra voz cortó su
respuesta, impaciente. —Lo que tenemos que hablar es de lo que estamos
haciendo aquí y por qué no nos has convocado. Ahora que te hemos encontrado,
podemos adoptar medidas de seguridad en las nubes, y obtener un sanador
adecuado.

Anna se volvió cuando un ángel oscuro alado aterrizó a unos pocos


metros. Por la forma respetuosa en que David se volvió hacia él y la rigidez de
Jonah, tuvo que conceder que ese ángel podría ser aún de más alto rango que su
poderoso ángel. ¿Michael, tal vez? Pero no era lo que había imaginado sobre el
aspecto de Michael.

La seda oscura de sus plumas dieron un barrido hacia afuera mostrando


un manto impresionante a ambos lados de él, dándole la apariencia del aterrizaje
de halcón con sus facciones aguileñas y ojos inesperadamente teñidos de rojo,

240
El Club de las Excomulgadas
oscuros y sin expresión. El poder vibraba con tanta fuerza de él que ella se mareó,
después de todo el estrés de los últimos momentos. Se tambaleó.

—Tono bajo, Luc, — dijo Jonah brevemente. —Ella ha sufrido bastante.

¿Luc. . .? ¿Lucifer? Anna no estaba segura de si conocer su identidad era tan


abrumador como la energía que emanaba de él, pero luchó para mantener el
equilibrio, sintiendo que iba a necesitar todos sus ingenios sobre ella.

—En efecto. — Hiciera lo que hiciera, el peso del aire caliente se levantaba
considerablemente, y ella pudo jalar una limpia, aunque poco estable
respiración. —No has respondido a mi pregunta. Tienes suerte que tu joven
amiga tenga una aliada. David obtuvo una declaración de El Engendro Oscuro,
de que estabas en peligro.

—Mina. — La mirada de Anna se precipitó a David. — ¿Ella está bien?

—A excepción de un caso casi terminal de mal temperamento, sí. — Esta

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vez un destello de humor verdadero pasó por los ojos sombríos de David.

—Jonah. — El tono de Luc indicaba que no toleraría que se evadiera por


mucho tiempo.

—¿Por qué no nos has llamado?

— ¿Parezco perdido para ti?

Luc le dio una mirada una vez más. — ¿De verdad buscas una respuesta a
esa pregunta?

Jonah tuvo la gracia de ruborizarse, pero su rostro seguía siendo difícil de


leer, resuelto. —Estoy donde quiero estar, por el momento.

241
El Club de las Excomulgadas
—Estas donde deseas estar, — Lucifer repitió. — ¿Cuando los Oscuros te
den seguimiento como perros detrás de un fugitivo, y si te cogen, puede servir a tu
propósito?

—Y ¿qué tan diferente es de lo que estaba haciendo?

David contuvo el aliento. Luc pareció irse tan tranquilo que todo en él fue
capturado en reacción congelada. La mirada de Anna pasó entre los dos ángeles, el
frío miedo aumentó en ella. Algo no iba bien aquí. Ella se daría cuenta por el
creciente erizamiento del pelo en su nuca, aunque no era por el silencio del ángel
de la oscuridad, advirtiendo a cualquier criatura con un poco de instinto de
supervivencia. La cara de Jonah se había cerrado, excepto por una energía
latente en sus ojos que no presagiaba nada bueno.

—Nuestros enemigos se están reuniendo. Están reforzados por tu


ausencia y la posibilidad de tu captura. Lanzarán un fuerte ataque pronto. Lo
siento. Incluso si te lesionas, puedes ayudar a planificar, a organizar, a planear

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estrategias. Eres nuestro Comandante. Te necesitamos.

— ¿Para qué? — Jonah gruñó. A pesar de sí misma, Anna se estremeció,


y David retrocedió un paso. Lucifer dio un paso adelante. La ira de Jonah pasó
por el claro, incrementando el calor residual persistente de la batalla. La mirada
de Anna se dirigió hacia el cielo donde se escuchó un rumor de mal agüero.

—No hay victoria final, porque no dejarán de venir. Sino hasta que
consigan lo que quieren.

La oscuridad que había sentido en él estaba peligrosamente cerca de la


superficie ahora, casi arrastrándose sobre su piel. David se había apoderado de
sus dagas inconscientemente.

La mirada de Lucifer se redujo. —Jonah, no lo hagas.

—He estado enterrado en su sangre, en la nuestra, por casi un milenio. —


La voz de Jonah era toda una amenaza sibilante, con sus ojos idos

242
El Club de las Excomulgadas
completamente y fríos, escalofriantes, como en su sueño. —Cuando lucho contra
ellos, no sé dónde empieza o termina, o si incluso hay alguna diferencia. ¿Qué
importa que sangre bañe mi espada? Se trata de la muerte. Luchamos y luchamos,
Luc. Porque se supone que debemos. Porque no podemos tolerar la presencia de los
Oscuros cerca de nosotros. Como si estuviera en nuestras propias células, lo
hacemos exactamente para lo que nos has creado.

—Eres un niño ingenuo, deseando que el mundo fuera diferente. Eres


demasiado viejo para la petulancia o para huir.

Un fuego profano se disparó por los ojos de Jonah. Cuando David


comenzó a moverse hacia adelante, Anna puso una mano sobre su brazo,
deteniéndolo. Lo que había entre esos dos, eran mucho más poderoso que el
joven ángel, y no debía estar entre ellos, más de lo que debería. Ella lo sintió,
incluso intentando calmar el deseo similar de ir sobre Jonah.

— ¿Petulancia? Siglo tras siglo de ignorancia, de cruel derramamiento de

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sangre humana y, su codicia. . . Todas llamadas a los Oscuros, — Jonah
continuó con esa voz terrible. — ¿Luchamos por ella, pero ella nunca luchará
por nosotros?

Ella había visto el movimiento de Jonah con una rapidez


extraordinaria. Pero no era nada al lado de cómo Lucifer se movió. Ella ni
siquiera tuvo la oportunidad de gritar antes de llamar a Jonah y los dos se fueron
gruñendo, girando en el aire como águilas luchando. . .

Un rayo cayó. Lucifer y Jonah aterrizaron, enfrentándose cuando David


retiró a Anna. Ante los dedos de sus pies, la tierra se quemó, un tinte negro que
se extendió desde el golpe de la lanza de fuego hasta el cielo. Otro tridente cayó
sobre uno y otro lado justo detrás de Jonah, cortando dos ramas de los
árboles. Él ni siquiera registró el golpe cuando las ramas cayeron a pocos
centímetros de él.

243
El Club de las Excomulgadas
Lucifer dio un paso adelante de nuevo, con su rostro terrible y frío. El calor
se extendió por el claro del bosque, los fuegos del infierno amenazaban, lo
suficientemente calientes que picaban la piel. Su atención se disparó a Jonah, la
expresión sombría con anticipación en su rostro.

No, esto era lo que él quería.

—No. — Ella gritó. David trató de capturarla, pero ella se arrojó a


Jonah. No en la parte superior de su cuerpo, que sabía que él reaccionaría
instintivamente a un ataque, pero si a sus piernas. Ella cayó de rodillas sobre la
tierra ardiente, se abrazó con fuerza a ellas, con su cabello ondeando
violentamente alrededor de sus muslos contra el viento, que los dos ángeles
estaban generando.

—Jonah, por favor. Detente. Esto no eres tú. Vuelve a mí.

Jonah parpadeó, ladeó la barbilla, sus movimientos lentos,


pesados. Mortal. La ira desapareció de su mirada mientras registraba su toque.

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Anna. Anna estaba en medio de esto. En peligro. Esto no era aceptable.

El cielo, al mismo tiempo nublado y quejumbroso, se aligeró, y con los


destellos de la tormenta muriendo, el trueno se alejó. David sintió una oleada de
alivio, aunque su mirada se quedó fija en Jonah y la mujer a sus pies. Lucifer no
se había apagado un ápice. Su calor todavía rodeaba a todos, poniéndolos en
peligro, manteniendo los pelos de Jonah en punta, su postura combativa. Sólo
que ahora en lugar de un concurso de meadas agresivas, David tomó nota con
gran interés de la manera en que Jonah era protector. Por el parpadeo en la
mirada especulativa de Lucifer, él sabía que el Señor del Inframundo lo había
notado también.

—El veneno de los Oscuros te ha infectado, Jonah. Pero lo estás


aceptando, lo que significa que no sanarás. Sólo crecerá.

244
El Club de las Excomulgadas
—Estoy cansado y deseo que me dejen solo, — dijo Jonah, con sílabas
precisas, recortadas, con los ojos todavía oscuros y planos, a pesar de las llamas de
color rojo que se habían apagado de vuelta. —Eso es todo. Si es mi voluntad
volver, lo haré. Hasta entonces, la dama encontrará todo lo que pueda, cualquier
cordero de sacrificio para sus preciosas mascotas humanas. Ya he terminado de ser
su pastor.

A raíz de ese trascendental anuncio, la luz del amanecer dio paso en el


horizonte.

La primera y segunda vez, él había estado dormido. Ahora, sangraba, su


cuerpo aún vibraba con furia por la batalla, golpeándolo como una
convulsión. Con un grito ahogado, Jonah fue golpeado sobre sus rodillas,
empujando hacia atrás a Anna, con su cuerpo ondulando y tratando de adaptarse
a la forma mortal. Las alas se desintegraron en una lluvia de cenizas que se
agitaron a su alrededor, burlándose al disiparse antes, dejándolo en equilibrio
sobre una mano, respirando con dificultad. Anna llegó a él.

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—No. — Jonah se quebró casi al mismo tiempo que Lucifer. Los dos
ángeles reunieron sus miradas otra vez, diciéndole a Anna que no importaba lo
que estaba pasando en ese momento, este ángel de negras alas conocía lo
suficientemente bien a Jonah como para saber que despreciaría la ayuda. Y la
expresión de Jonah decía que le molestaba la familiaridad. Profundamente. Él se
levantó sobre sus pies con esfuerzo y se enfrentó con Lucifer.

—Como puedes ver, estoy un poco ocupado por un hechizo. Si me llevan


a lo alto, caeré del cielo.

—Esa es una excusa. — Lucifer soltó un bufido. —Podemos eliminar el


hechizo, tan solo pídelo.

245
El Club de las Excomulgadas
—Yo no estaría tan seguro de eso, — murmuró David. —Fue una caída
fuerte. Aunque temporal, — añadió ante la mirada ardiente de Luc. —Para
protegerlo.

—Hizo un trabajo admirable. — Luc sopesó su guadaña, teñida con la


sangre de los Oscuros. —Fuimos enteramente innecesarios.

Anna se sintió un poco mal por el líquido que fluía hacia el mango, después,
Luc parpadeó, y la sangre se había ido, la letal hoja estaba limpia y reluciente. Por
alguna razón, la vista de eso la alteraba aún más.

—Te doy las gracias por tu ayuda, — Jonah dijo rígidamente.

—Bien. Por que será un día frío en el Infierno antes de que te ayude otra
vez. ¿Cuánto tiempo estará ella a salvo contigo, hmm? — Luc miró a Anna, y
luego le dio una segunda mirada, más lenta. Ella lo vio notar cómo el viento
arrasaba la blusa del vestido contra sus pechos no consolidados, mientras sus
muslos estaban expuestos.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Jonah pasó delante de ella, rompiendo el contacto. —Ella no es tu
preocupación. De ninguna manera.

—¿Será tu preocupación, cuando esté muerta? — Luc era implacable, su


tono impasible. —Tienes que venir con nosotros.

—No puede. — Anna se movió detrás de Jonah, aunque su voz tembló


un poco ante el Oscuro, las miradas carbón se volvieron hacia ella. —Irá a un
curandero. Debe ir. Mina lo dijo, a fin de que esté. . . bien de nuevo.

Luc parpadeó. —El Engendro Oscuro te está enviando a un curandero


humano. ¿E irás?

—No volveré con ustedes. Eso es todo lo que diré.

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El Club de las Excomulgadas
—Por ahora, — Anna puso un tono conciliador, aunque Jonah le dirigió
una negra mirada.

La mirada de Luc cambió entre ellos. Por un momento, Anna pensó que
David se había mordido de nuevo una sonrisa sorprendida, pero luego tosió y no
pudo estar segura.

—Jonah. — La voz de Lucifer cambió, y aunque todavía era dura,


inflexible, ella oyó una nota que le sugirió que David y ella no eran los únicos
personalmente preocupados por Jonah. —Te podemos ayudar.

Ella se volvió para ver que algo vital cambiaba en la expresión de Jonah.
Cuando él negó, por primera vez, rompió el contacto con la mirada de
Lucifer. —No puedo estar contigo ahora, Luc. No tengo ningún deseo de volver
a eso.

Por el sonido crudo de las palabras, Anna pensó que algo estaba luchando
dentro de él, dejando huecos que sólo servían para ser llenados con la furia de la

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


batalla que acababa de demostrar, como si pudiera no tener ninguna otra
emoción. Inquieto, recordó su descripción de los Oscuros, la forma en que
arrancaban las fisuras en el universo y la carga a través de él, al parecer
impulsado por la furia sola.

Un estremecimiento le recorrió. Al poner un beso distraído en su mano,


se dio media vuelta y salió dejándolos a los tres. Cuando lo vio caminar hacia el
bosquecillo de árboles de la quebrada, ella sintió evaporase la pasión y la ira que
lo había empujado, con su deseo de luchar reemplazado por algo mucho peor.

Si bien cada parte de ella anhelaba ir a él, se obligó a dar la vuelta y a


enfrentar a los ángeles. De cara a Lucifer. Invocando su valor, se encontró con su
mirada y la desvió por alrededor de un parpadeo antes de que tuviera que
cambiar la propia a la línea de su hombro.

—Mi Señor. . . Deseo. . . ¿Hay algo que sé me podría ayudar?

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El Club de las Excomulgadas
Él inclinó la cabeza, la estudió por un largo momento, insoportable. Era
todo lo que podía hacer para no retroceder. —Si lo haré, — dijo al fin, —tal vez
me gustaría conocer la manera de desbloquear ese escudo que ha levantado en
contra de todos nosotros. Mi Señora dice que le tomará algún tiempo, pero ella es
paciencia. Simplemente yo soy el fuego.

Cuando él miró a Jonah, mantuvo su mirada en silencio y reflexiva,


intentándolo de nuevo. —Tal vez. . . Ronin podría ser de alguna manera. . . ¿Acaso
su muerte, pudo cambiar algo para Jonah?

Eso atrajo la atención de ambos ángeles de nuevo a ella. Ella vio la


respuesta en la cara de David, pero fue Lucifer quien habló. – Sí. Empezamos a
notar diferencias en él cuando perdió a Ronin.

—No parece que les gusta hablar de él.

—No, no nos gusta. — El rostro de Lucifer estaba terriblemente


impasible, pero Anna le prestó mucha atención, independientemente, sintiendo

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que no hablaría a menos que sintiera que sus palabras tenían un significado para
ella. Y el parpadeo en los ojos de David le dijo que estaba en el camino
correcto. —Jonah ha tenido muchos hijos, aunque ninguno llegó a sus
entrañas. Ha perdido a muchos de esos hijos. Ronin fue su lugarteniente durante
más de doscientos años.

Anna tragó. Tener a alguien que amaba como a un hijo por mucho
tiempo, y luego perderlo. . . — ¿Qué edad tiene Jonah?

—Más de mil, por lo menos, — dijo David en voz baja, y Anna trató de
ocultar su sorpresa.

—El tiempo se puede detener en gran medida en los hombros de un ángel,


— Lucifer continuó. —Ronin era el único que podía burlarse de Jonah, se
burlaba de él. A veces incitaba la paciencia de Jonah, por Ronin siguió su propio
camino, nunca creció fuera de su impetuosidad.

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El Club de las Excomulgadas
Lucifer parpadeó una vez, un breve respiro de la intensidad de su mirada. —
Sí, Ronin es parte importante de lo que ha sucedido. David lo es, también. Él había
comenzado a amar a David de la misma manera, sólo cuando perdió a
Ronin. Sospecho que Jonah sentía que no podía soportar perder más hijos.

La cabeza de David se dio vuelta, sus ojos sorprendidos encontraron los de


Luc. Luc lo miró. —No debes ser afectado por lo que dije antes. Estaba en lo
cierto. No puedes ayudar a aliviar tu corazón, haciéndote pasar por Ronin. Mira
más allá de lo que él dijo por lo que quiso decir. Se aprecia tu seriedad, David. Y no
sólo porque cree que va a prolongar su vida.

Mientras Lucifer desviaba su atención de nuevo a Anna, se mordió un


suspiro de impaciencia. —Entiendo las palabras de Mi Señora. La respuesta casi
siempre es sencilla. Pero el viaje no. Para que sea tu propia verdad, debe
encontrarla. — Sus labios temblaron. —Aunque me parece irónico, así como
frustrante que estés caminando a tu destino como un humano, es un recordatorio
de eso. Esta bruja puede tener más sabiduría de Mi Señora de lo esperado.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


La oscura mirada se endureció y Anna dio un paso atrás, tragando. —Sin
embargo, lo lamentable es que necesitamos a Jonah ahora. Si no está con
nosotros, los preparativos para prescindir de él deben tener prioridad sobre su
estado de ánimo. Para bien o para mal, pareces ser la única capaz de llegar a él
por el momento. Debes estar aterrorizada por eso, Anna. No es un buen augurio
para ninguno de nosotros, y urgentemente debemos usarlo. Les deseo la
bendición de la Dama y toda la suerte que pueda gastar en ustedes.

Luego, en un parpadeo, fue aire, dejándolos con una última mirada de


frustración y disgusto. Entró en el cielo tan lejos y rápido, la resaca de su
lanzamiento convirtió las hojas en un torbellino breve, en espiral alrededor de
ellos y erizó las plumas de David.

Anna dejó escapar un suspiro. Bien, así que en realidad no había perdido
el miedo y el asombro de los ángeles. Lucifer era aterrador. Magnífico, sí, pero

249
El Club de las Excomulgadas
parecía aún más formidable y espantoso en su reservada calma que Jonah de mal
humor, de tal manera que se alegró de que no hubieran llegado a las manos.

—Son muy parecidos los dos. Las cosas no van bien, cuando no están de
acuerdo, — comentó David, como si le leyera el pensamiento.

— ¿Es por eso que tenemos tsunamis y huracanes? — le preguntó ella.

David estuvo a punto de sonreír. —No, pero sin duda podría azotar a los de
arriba, si no tuvieran el control que tienen. Pueden empujar a la Tierra fuera de su
eje, alterar completamente las mareas y destruir la vida tal como la
conocemos. Simplemente parece que no pueden encontrar la manera de ponerse
de acuerdo sobre ciertos puntos. Tienen un poco de la terquedad de tu bruja,
ahora que lo pienso.

—No lastimaste a Mina, ¿verdad? — Su pregunta lo tomó por sorpresa.


Algo brilló en su rostro. Aprehensión e ira se encendió en ella. —Mi Señor, no…

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—Ella está bien, como ya he dicho, — dijo él con firmeza. —Pensé que
era un enemigo. Ahora lo sé mejor. — Hubo un punto de inflexión en su voz que
hizo que Anna tuviera cierta curiosidad, pero continuó. —Anna, ¿crees que
llevarlo al curandero le ayudará?

Anna se encontraba un poco nerviosa al preguntarle su opinión. –Espero


que sí. No me permite ayudar a curarlo en otros aspectos. Por lo menos no tanto
como me gustaría. — Mortificada por su mirada astuta, ella se sonrojó.

David se echó a reír, un sonido masculino agradable a pesar de la


preocupación en sus ojos oscuros. —Entonces es una locura. — Le dirigió una
mirada agradecida, pero inofensiva, antes de ponerse serio. —La vida de los
ángeles está determinada por el destino y la voluntad de la Señora. Aceptamos
eso. Es parte de lo que somos, tanto como respirar. Sé que la aceptación está
todavía dentro de él, sin importar lo que diga. ¿Estás de acuerdo?

250
El Club de las Excomulgadas
Ella asintió. —En su interior, él todavía sirve a la Diosa. Sólo
parece. . . enojado con ella, — se mordió el labio y agregó, — sin ánimo de ofender
Su intención.

Si bien una mirada perturbada cruzó por su rostro, David asintió. —Ya me
lo imaginaba, pero es una cosa difícil para los ángeles hablar, y mucho menos
contemplar. Así que aunque me duele dejarlo así, es obvio que nuestra presencia no
ayuda. Luc está en lo correcto. Tenemos que ir a prepararnos para lo mejor y lo
peor que pueda suceder.

Las cosas que se cruzaron en su mirada inquietaron a Anna, lo que


confirmó que la deserción de Jonah tendría más implicaciones de largo alcance
de las que podía saber en la distancia limitada de su mundo. —Puedes decirme…

—Tengo que irme, — dijo él aunque suavemente. —Mina sabe cómo


encontrarme, si tiene necesidad inmediata de nosotros. Recuerda eso. No dudes
en usar tu vínculo con ella. Céntrate en él, Anna, y deja que nosotros nos

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preocupemos por los demás. Es muy importante para nosotros. Para todos.

—Voy a recordarlo. — Ella ni siquiera sabía que tenía un enlace con


Mina, una de las muchas cosas que no conocía, pero no sintió la necesidad de
compartir su ignorancia con el teniente de aspecto preocupado. —Él estará
bien. Sólo necesita tiempo.

Ella quería creerlo, y así lo hizo.

—Esperemos que el destino se lo proporcione, — respondió David.—


Adiós, Anna.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Quince

La oscuridad está creciendo en ti, Jonah. Las palabras de Lucifer, su sueño, la


mirada de preocupación de David. . . No podía detener el temblor que corría sobre
su piel mientras miraba a su ángel que en la actualidad era humano, en
cuclillas desnudo en el arroyo, dando vueltas a los guijarros, con la línea tensa de
su musculosa espalda, luchando contra las cosas dentro de él.

A pesar de que ella restó importancia a la preocupación de Mina en su


momento, se había preguntado por qué él no había contactado a otros ángeles
para acudir en su ayuda. Eso también la había sorprendido, ya que Mina tenía la
visión que les señalaba un chamán humano, en lugar de hacia los cielos. Ahora,
dos ángeles habían venido en su ayuda física inmediata, pero ambos creían que
lo que aquejaba a Jonah no estaba a su alcance para solucionarlo.

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De repente, se sentía muy sola. Había estado en el futuro sólo en
sentimientos. . . Ayudar a su Diosa, nada más que optimismo. Nunca se le
habían ocurrido las grandes cosas que podían estar en juego.

Lo lamentable es que tememos por Jonah ahora...

Sólo necesita tiempo. . . Esperemos que el destino se lo proporcione.

Las advertencias de Lucifer y David dejaron en claro que un ángel de la


energía de Jonah no sería dejado penosamente en el campo sin rumbo
fijo. Lucifer había llamado a Jonah un niño caprichoso.

Pero Anna no tenía la costumbre de dejar que otros formaran sus


pensamientos, incluso si se trataba de una criatura tan vieja y terrible como el
Señor del Inframundo. Estudió al hombre agachado junto al arroyo. Su rostro
estaba inclinado hacia el toque del viento, sus ojos estaban cerrados. Con
facciones tan perfectamente esculpidas como la Dama podía hacerlas, no era de

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El Club de las Excomulgadas
extrañar que el viento besara su rostro, lo acariciara. Pero no había alivio en su
frente, no tenía sentido no traerle algún consuelo.

Repentinamente tuvo la inquietante idea de que lo había visto más en paz


luchando una batalla perdida contra los Oscuros en medio de la selva en las ramas
de los árboles.

Él inclinó la cabeza, con un brazo doblado por el lado de su cráneo, un puño


cerrado en la parte posterior de su cuello.

Cuando ella se acercó, él hizo un ruido de advertencia.

—Soy un extraño para mí mismo, Anna. Estoy perdido. No te acerques a


mí.

El sonido de su voz, tan decidida y tan rota a la vez, desgarró su


corazón. ¿Qué podía hacer que podría aliviar el corazón de un ángel como
Jonah? Nada. Pero entonces, ni Lucifer ni David sabían la respuesta, como ella

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tampoco.

Ella se inclinó, comenzando a recoger las flores. Había una variedad de


pequeñas flores todas blancas en un pequeño claro. Tomándose su tiempo,
agradeciéndole a las plantas su sacrificio, ella recogió los pétalos, trabajando a su
manera para acercarse más. Podía sentir su atención a la deriva sobre
ella, mientras el resto de sus pensamientos habitaban en los reinos más oscuros.

Cuando ella estuvo junto a él, dudó, y luego abrió su mano sobre la
coronilla de su cabeza. Los pétalos flotaron hacia abajo, aterrizando en su puño
cerrado, en su pelo, cayendo sobre sus hombros y espalda. A pesar de su
advertencia, ella siguió su descenso con sus propios dedos, acariciando su cabello
lleno de sangre. Había manchas de color carmesí y marrón por su espalda,
oblongas manchas de piel limpia donde sus alas habían estado. Ella se agachó,
poniendo sus labios contra su cuerpo allí.

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El Club de las Excomulgadas
Siempre había sido simplemente quién era, una forma cambiante, sin un
lugar real, sin necesidad de ser cualquier cosa excepto lo que ella misma
exigiera. No había tenido nada con ella que la definiera de sí misma. Incluso podía
cambiar si así lo deseaba. Por el contrario, sentía a Jonah luchando con el núcleo
de lo que era, y la batalla estaba ocurriendo en esas aguas marcadamente fétidas,
ella se preguntó cómo podía ver un camino seguro de nada. Cómo alguien podía.

Ella se arrodilló, acariciando su cabello, siguiendo la curva de su oreja.—


¿Mi Señor?

Era poco más que un susurro, pero su cabeza se levantó como si hubiera
gritado. Sus ojos estaban desenfocados, salvajes. La sangre en su cara lo hacía
parecer un salvaje primitivo. — ¿Qué puedo hacer para ayudarte? — Preguntó.

Jonah la miró fijamente. Podría no tener sentido de sus pensamientos,


pero había una parte de él que sabía que ella no debía estar tan cerca de él. Su
sangre estaba cargada de la batalla, su cuerpo vibraba con la furia latente de la

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misma. Estaba enojado con Luc por interrumpir el entumecimiento de pensar
que había tenido antes de que todo ocurriera. Y David...

¡Ah, la Diosa! Quería separarse de su piel, dejar todo lo que estaba detrás,
y sabía que no podía hacerlo. Los recuerdos le seguirían, todavía lo perseguían.

Para escapar de los fantasmas, él se acercó y dobló una mano en el pelo


de Anna, enrollándolo sobre sus nudillos, observando la superposición de los
rizos gruesos y brillantes. La Diosa podía crear algo tan maravilloso. La brillante
melena de pelo de Anna, su cara frágil, los ojos color violeta y suaves
pechos... Tan perfectos, que alimentaba el fuego en su interior, su ira irracional.

Él estaba muy sucio. Apestaba a Oscuro, y sabía que no tenía por qué
tocarla, pero sus brazos estaban terminando alrededor de su cuello...

—Diosa ayúdala—, dijo él.

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El Club de las Excomulgadas
La tumbó en el suelo, con su mano en su garganta, sosteniéndola quieta, con
la mirada fija en ella. Podría encajarla con apenas un pensamiento.

Pero ella no tenía miedo, no de él. Temblaba, sí, pero era dócil bajo su
dominio, confiando en que no le haría daño.

¿Se preocuparía, cuando estuviera muerta?

Con un sollozo de desesperación debido al conflicto de sus pensamientos, él


tiró de la falda del vestido en su camino y se empujó hacia ella con la precisión y
violencia con que habría ensartado a un Oscuro.

Y que la Diosa lo ayudara, una parte de él se deleitó en su brutalidad, así


como otra voz le gritaba que se detuviera.

No había nada más despreciable que un hombre que hería a una mujer
por alguna otra razón que los demonios dentro de sí mismo. Sin embargo, los
demonios eran difíciles con él en este momento, y Anna estaba dispuesta a darle

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refugio en la tormenta, así como de ser las piedras que él mismo lanzara en su
contra.

Cuando su pene estuvo atrapado por su estrechez, al que


pertenecía. . . algunas veces. Se dejó caer sobre ella, enterrando la cara en su
cuello, con sus labios tratando de encontrar las arterias palpitantes. Trató de no
encajar sus dientes en ella como una criatura feroz.

No. Era un señor del cielo, siempre en control. Quería que ella
enloqueciera, tan loca como se sentía él. Se retiró y pasó las piernas encima de
sus hombros, levantándola para poner su boca entre sus piernas. Enrolló sus
brazos alrededor de sus muslos, mientras perdía la capacidad de aferrarse a algo,
chupó su clítoris con su boca, metió la lengua profundamente dentro de ella,
probándose a sí mismo y a su dulzura, sintiendo sus estremecimientos, oyendo
sus gritos.

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El Club de las Excomulgadas
La chupó sin piedad hasta que inundó su boca. Pero luego siguió su camino
mientras ella gritaba por la estimulación sobre sensibilizada piel, ella se retorció. Él
podía mantenerla sin esfuerzo, mientras la lucha se disparaba en su sangre. Era
suya. Suya. No la soltaría hasta que dejara de luchar, y cuando lo hiciera, vería que
estaba débil, con los ojos vidriosos y la garganta desnuda por él. Bien.

Él embistió contra ella de nuevo, sin delicadeza o ritmo. Sólo bombeando,


bombeando, imposiblemente duro ahora. Pero no se produjo una liberación. El
sudor se reunía en sus hombros, la furia crecía como una tormenta, pero se trataba
de una fiebre que no se rompería, una furia de la batalla que sólo podía encontrar
la liberación en su sangre. Él se inclinó y clavó los dientes en la parte superior de
su pecho y escuchó su grito, grito que ella contuvo. Mientras trabajaba hasta su
pezón ella trató de aferrarse a sus brazos, pero él la tomó de las manos y las
colocó en el suelo.

—Mía, — dijo con fiereza.

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—Mi Señor, permíteme…

—No. — Gruñó él. —Quédate allí. Tómame. Eso es todo.

—Detente.

Ella lo dijo en voz baja, tan baja que no la debería haber registrado en
absoluto. Pero fue como el leve susurro de una brisa suave, inesperada durante la
furia de su tormenta. Jonah se detuvo, jadeante, con las manos sujetando con
fuerza las muñecas llenas de moretones, con su cuerpo presionando duro en ella,
como si estuviera golpeando su atormentada alma. Como si de alguna manera se
lo diera y lo mirara con esos ojos. Sólo que no con la acusación que esperaba,
sino con algo más difícil de enfrentar.

El corazón de Anna estaba acelerado, con su mente en estado de shock


por el feroz asalto. La había llevado a un clímax intenso, con su boca, la había
arrastrado como una corriente de resaca. Pero después la había mordido

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El Club de las Excomulgadas
salvajemente, apoderándose de ella cómo lo haría con un oponente. Por un
instante, en sus ojos oscuros, había visto... el mal. El odio.

No. Ella se negaba a creer eso de él.

Mientras que Mina no había dicho la edad que tenía Jonah, Anna no tenía
duda de que había estado luchando contra los Oscuros durante siglos. Y ahora
sabía que había estado alrededor de más de mil años. Las batallas que había librado
se habían llevado a cabo en zonas diezmadas por la peste, en las nubes de humo
que se elevaban encima de las cámaras de gas de los campos de concentración,
en los mataderos y en las fosas comunes cavadas por los dictadores y los
conquistadores, sobre el suelo desnudo despojado de los bosques y las casas de
todas las criaturas de allí. . . donde los humanos creaban el mal como no podía
ser imaginado. No sólo tenía que ver más adelante, se había enfrentado a las
criaturas que habían desgarrado los agujeros en el firmamento y que habían sido
llamados por el mal. Los ángeles que lo seguían en esas batallas, los que
entrenaba, los que cuidaba igual que a sus propios hijos, a menudo morían.

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Mientras los ángeles al parecer, tardaban más en alcanzar un punto de
ruptura, tenían uno. Físicamente inmortal no significaba que fueran
emocionalmente inmunes.

Ella estaba lejos de su compleja profundidad. Sin lugar a dudas. Pero la


Diosa le había hecho, así como los ángeles grandes y poderosos, también tenía
que haber un hilo conductor entre ellos.

—Ssshhh. — Ella levantó la cabeza desde el suelo. Mientras estaba


segura de que él no soltaría sus manos, le rozó la boca, luego puso su sien contra
su pecho subiendo y bajando, con su oído a su corazón. —Mi pecho. Me duele,
Mi Señor. ¿Pondrás tu boca en él?

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El Club de las Excomulgadas
Una silencio en respuesta, y cuando ella le jaló la cabeza hacia abajo, la
mirada de Jonah se movió a la zona en donde le había mordido. La huella de sus
dientes eran visibles.

Mirándolo un buen rato mientras ella contenía el aliento, él por fin se


inclinó, facilitando su control, sin pensamiento consciente, y apretó sus labios allí.

Libre, suave, el temblor fue impresionante en su carne. A medida que cedía


a su necesidad, Jonah encontró la seda suave de una mujer que no había registrado
o degustado en la bruma de su furia. Y mientras se lo daba a ella, se acordó de
que era una mejor forma de tomar placer.

Sus dedos se entrelazaron con los suyos, sosteniéndolos mientras


deslizaba la otra mano libre y la doblaba en su pelo.

—No te muevas, Mi Señor. Simplemente... sé.

Cuando ella levantó las caderas, él se deslizó más profundo, en su calor

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húmedo y acogedor de su ondulante órgano. Ella apretó sus músculos, y
comenzó a moverse. Mientras la miraba, curvándose sobre ella, él se quedó
completamente inmóvil, hipnotizado. La pasión reunía energía con el lento
deslizamiento de sus caderas, hacia arriba y abajo, con la parte inferior del
cuerpo ondulando como su forma de sirena.

Ahora, en lugar de ser presa implacable de una descarga eléctrica, donde


no se liberaba y la tortura era inminente, el placer estaba creciendo como una
marea lenta. La alegría de sentir chorros de agua fría sobre su cuerpo escaldado
por el fuego del infierno, el acercamiento lento a la promesa de una cascada.

—Pequeña...

—Tranquilo, — susurró ella. —Déjeme sentir. Cabálgueme, Mi Señor.

Algo tembló en la parte baja de su abdomen, una reacción notable. Ella


era tan joven, mucho más joven que él, pero en ese momento, la forma en que

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El Club de las Excomulgadas
sus dedos pasaron por su rostro, era como si eso no importara. Como si la sangre
no importara, como si pudiera ver más allá de algo que no podía ver por sí
mismo. El clímax fue intensificándose a un nivel que nunca había experimentado
antes, y sin embargo su control ya no era evitar hacerle moretones. Se había
desviado hacia abajo sobre ella, tenía los codos a cada lado de su cabeza, con sus
frentes tocándose, presionadas juntas. Sus nalgas se cerraban a medida que
empujaba, de manera inconsciente y natural como respirar. Deslizándose en su
profundidad, retirándose, metiéndose de nuevo, sintiendo sus músculos
terriblemente apretados que lo sostenían, acariciándolo. Sus piernas se levantaron,
atrapándolo, y como un sinuoso rollo, perfectamente sincronizado, como el
vaivén de las ramas de los árboles anteriores, el movimiento del viento, el ritmo
de la tierra.

—Déjeme entrar, Mi Señor, — dijo ella en voz baja. —No me


niegues. Te amo.

Las palabras eran sencillas, verdaderas y dulces. No tenía defensa contra

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ellas. Su energía lo inundaba, y aunque no se atrevía a hacerlo coincidir, crear la
sinergia de la curación que él sabía que ella y su Bruja del Mar encontrarían
óptima, podía hacer una cosa por ella. Pasiva y sin embargo maravillosamente
experimentó su energía moviéndose por su cuerpo, limpia e inocentemente,
curándola donde podía. Incluso, rodeado de la oscuridad profunda esperando en
cuclillas ominosamente en la parte superior de su alma. A pesar de que no podía
penetrarla, la magia se apoderó junto a él como un manto ofrecido a un
vagabundo friolento, un toque de bondad de algo perdido y desolado, aun
cuando la criatura escupió y silbó a medias la oferta.

Su liberación se produjo entonces, tranquila, abrumadora. Su cuerpo


tembloroso contra el suyo, sus dedos clavándose en sus hombros frágiles y
delgados brazos. Al presionar su rostro en su pelo, él emitió un gemido más
profundo desde su alma.

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El Club de las Excomulgadas
Yacieron silenciosamente por un tiempo, con su mandíbula apretada contra
su mejilla húmeda, de modo que las lágrimas en su rostro se transferían a su piel.

Cuando él se puso de rodillas al final, se retiró de ella, con su mirada


desviándose hacia sus muslos. Con sus fluidos mezclados, vio las manchas de
sangre donde había clavado sus garras en ella. El temblor de sus muslos donde le
había empujado los músculos sin descanso.

Él tragó. No podía pedirle perdón por un acto más imperdonable. Pero le


podía ofrecer esto. Inclinándose hacia delante de sus rodillas, como haciendo
una reverencia ante ella, le besó la cara interna del muslo. Uno de los lados, y
luego el otro, quitando la sangre, calmando su carne de en medio con su lengua,
mientras sus músculos dejaban impresiones como alas de mariposa en contra de
su línea de mandíbula cuando ella se estremeció, conteniendo el aliento.

—Soy toda tuya, Mi Señor—, le susurró Anna.

Destruyendo su oscuridad. Él inclinó la cabeza y cerró los ojos, sintiendo

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un escalofrío en la piel bajo su tacto. —Debería hacer que David te lleve a casa—
dijo con voz áspera. —No estás a salvo conmigo.

—Estoy en mi sitio, Mi Señor. — Anna levantó la barbilla, mientras


levantaba la cabeza, mirándolo a los ojos. —Esa no es una decisión que puedas
tomar por mí.

Jonah le dio una mirada irónica, lo que indicaba que era más que
físicamente capaz de tomar esa decisión por ella. Tenía los labios apretados. —
No es una decisión que debes tomar por mí.

—Bien, como te habrás dado cuenta, no estoy necesariamente tomando


las decisiones que debería en estos días.

La observación irónica drenó parte de su tensión, aunque se mantuvo


cauteloso cuando se volvió con un gruñido sordo cuando se acostó a su

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El Club de las Excomulgadas
lado. Acercándose a él, ella se tendió sobre su pecho. — ¿Lucifer y David te dijeron
cuál es la mejor manera de manejarme?

—Te respetan demasiado para hacer eso, Mi Señor. Y soy tuya para
mandar.

— ¿En serio?— La incredulidad en su voz, el humor subyacente, más claro


ahora, trajo consigo una abrumadora ola de alivio para ella. Lo peor había pasado,
por el momento. —Tal vez me digas una orden que hayas obedecido hasta el
momento. A menos que la memoria se me escape, has ignorado todo lo que he
dicho que hagas.

—Sospecho que deberías dormir, Mi Señor, — ella lo evadió. —La forma


humana masculina tiende a requerir el sueño. . . después de…

Él la apretó ligeramente con reproche. —Parece que has perdido un poco


el terror a los ángeles. De pie ante el mismísimo Lucifer.

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—No son tan temibles. Son una gran cantidad de quejas y bravatas en su
mayor parte. Igual que el pez globo.

Eso, por supuesto, era mentira, en muchos niveles diferentes. Además de


Lucifer, Jonah había sido terrible durante la batalla con los Oscuros. La forma en
que les había quitado la vida con tal ferocidad, con la precisión de una sola
mente. Había sido impresionante y terrible ver cómo había peleado cuando
quedó acorralado. Obviamente, era lo que mejor conocía. Estaba como en casa
en la batalla, más cómodo que en cualquier lugar en que lo hubiera visto. Incluso
en sus brazos.

Pero no había realmente temor en ella hasta que él había hundido sus
dientes en su pecho y ella había visto un ligero rastro de malicia en su
mirada. Por ese instante, había querido que Lucifer y David no se hubieran ido.

No. No podía pensar de esa manera. No era Jonah. Era la oscuridad, ella
temía, las emanaciones de un eco frío lo que había sentido de esas terribles

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El Club de las Excomulgadas
criaturas esa noche. ¿Jonah podría sucumbir, convertirse en uno de ellos?... ¿Era
eso lo que Lucifer había dado a entender que el veneno podía hacer con él? No.
Ella lo llevaría al chamán, y todo estaría bien.

Colocando sus brazos más cerca de él, hundió los dedos en su pelo, y puso el
rostro de él en su garganta, para sentir su aliento allí. Lo amaba. No sabía si le
encantaba la idea por lo increíble que era, o por el hombre mismo, pero no
importaba. El hombre y la idea eran los mismos. Ella creía eso, creía en él. Tenía
que ayudar para que él se restableciera si es que había alguna escasa posibilidad de
hacerlo. Los dos ángeles parecían pensar que ese era el caso. Incluso Mina lo
había insinuado.

Ok, por lo que Lucifer había dicho ella era la única que podía hacer
cualquier cosa por Jonah, que era un poco diferente. Pero tomaría ese
pensamiento y lo reforzaría.

Él se había quedado dormido, mientras Anna lo tomaba en sus

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


brazos. Ella se apoyó sobre un codo, estudiando su rostro, el fuerte trazado de su
estructura ósea, el ardor sensual de la misma. Si David y Lucifer se hubieran
quedado, viajarían con ellos la siguiente vez que Jonah quisiera, y él la habría
tomado en este camino delante de ellos, por la forma en que los ángeles se
relacionaban a menudo, ¿compartirían a las mujeres?

Recordó la posesiva reacción de Jonah cuando Lucifer la había


mirado. Pero podía ser que la hubiera interpretado como una actitud protectora,
¿sólo habría sido simplemente parte del veneno que él tenía?

—Mía, — había dicho hace un momento, como si ella fuera una esclava,
de su propiedad.

Por un momento se sintió abrumada por la duda de nuevo, terriblemente


sola. Pero con él en sus brazos, ¿cómo podía sentirse sola? Cuando lo sostenía

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El Club de las Excomulgadas
contra su corazón, era una fantasía infantil, pero se sentía enganchada a la otra
mitad de sí misma.

Colocándose a su lado otra vez, lo abrazó mientras él murmuraba,


llamándola en su sueño. Sosteniéndolo en sus brazos y acariciándolo cuando era
necesario, tanto para su comodidad como por su placer, sus dedos se detuvieron en
sus anchos hombros. Ella siguió la línea de su pecho hasta su abdomen duro y
recordó su peso empujando sus propias piernas abiertas. Su pene, incluso en su
estado de saciedad, todavía se veía capaz de llenarla. Tal vez los ángeles no
ansiaban estar en la tierra solamente para alimentar el alma. No podía imaginar
cómo prescindiría de él cuando se hubiera ido, pero llegaría si trataba de
prepararse para ello o no. Su tarea estaba antes que ella.

Era el momento de despertarlo y continuar su viaje. Tenían que llegar al


chamán.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Dieciséis

El calor del día había pasado desde hacía mucho de opresivo. Cuando Anna
miró a Jonah, vio que, a pesar de su forma humana, en su interior era todavía un
ángel, su piel apenas brillaba por el sudor. Parecía relajado, andando y admirando
el paisaje que les rodeaba, mientras ella estaba segura de que cada célula de la
superficie de su piel estaba respirando con dificultad.

A medida que se adentraban en el estado, alguna señal ocasional les


decían que se dirigían al desierto de Mojave, moviéndose hacia el área del
páramo Black Rock. Incluso sin las señales, el entorno reflejaba el cambio en la
topografía.

Como si él hubiera notado que ella tenía alguna dificultad adaptándose a


su entorno decididamente no oceánico, Jonah incitó a su curiosidad natural
señalando algunas cosas de su interés. Ella estaba sorprendida de descubrir que,

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aunque no sabía los nombres de sus propias flores silvestres, Jonah sabía mucho
de la vegetación de la zona, y con paciencia le decía los nombres y las historias
de las diferentes plantas de aspecto extraño. Los árboles de Joshua con sus ramas
en alto como un profeta suplicante, por lo que le habían dado ese nombre.
Saltbush con racimos diminutos de hojas parecidas a una cáscara y una
superficie crujiente. Altos greasewoods espinosos, cuyas hojas tenían un gusto
salado. Yuca con sus grandes flores blancas.

A lo lejos, suaves formaciones grises de lo que pensaba que eran los restos
de cráteres volcánicos en las montañas. Jonah señaló que esas áreas no tenían
ninguna vegetación. Pero le dijo que los mamuts y los tigres dientes de sable una
vez pasearon por allí.

—Tú estabas vivo cuando…

264
El Club de las Excomulgadas
Jonah se echó a reír. — No, por poco. Su tiempo fue mucho antes que el
mío. Pero los ángeles realmente tienen ocasiones muy esporádicas y reglamentadas
para moverse a través de las puertas del tiempo, y fue un período del cual se me
permitió un breve vislumbre.

Ella se detuvo, lo contempló. —Has visto y hecho tanto. ¿Cómo…? —Se


detuvo, dándose cuenta inmediatamente del error de seguir por ese camino, pero él
ya se había dado cuenta de cuál era la pregunta. Miró hacia las formaciones
volcánicas, a los remanentes de algo tan volátil.

—Porque he visto numerosas maravillas, un poco. Experimentado y


aprendido cada filosofía, viendo la forma en que un ciclo sigue al otro. Y sin
embargo, la naturaleza del mal nunca cambia, ni se cura por nada de eso. No
quiere hacer otra cosa que destruir las maravillas del universo. Créeme — su
labio se curvó en un gesto de amargo desprecio, — la bendita ignorancia es el
amigo más íntimo de la fe.

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Ella se maldijo por haber devuelto las sombras de nuevo a su rostro.
Había parecido mejor hoy, la desesperación que se había apoderado de él
después de su encuentro con Lucifer y David, se había atenuado detrás de su
aparente gozo por su curiosidad insaciable, de su entusiasmo por las cosas que
eran tan triviales para él.

Con resolución, ella volvió la mirada hacia el paisaje. —Es como si


estuviéramos a punto de caminar por la luna, ¿verdad?

—Los astronautas se han entrenado en esta área por esa misma razón.

Afortunadamente para su piel ahogada, también era el tipo de área donde


la escasa población y las condiciones feroces hacían que los pocos conductores
que pasaban automáticamente se pararan y les preguntaran si necesitaban que los
acercaran a algún sitio. Jonah había ofrecido gran parte de sus explicaciones a

265
El Club de las Excomulgadas
ella mientras se recuperaba en la parte trasera de camionetas u otros todoterrenos
que eran el transporte predominante en esa remota zona.

Anna se sintió aliviada en silencio, ya que el área también tenía abundantes


sierras impresionantes que les habrían hecho el viaje muy difícil. Cada paso que
daba notaba el asfalto caliente, incluso con el protector solar y el sombrero que
ahora usaba, y el gran suministro de agua potable que llevaban, parecía que
arrastraba sus miembros. No tenía ningún deseo de mostrarle a Jonah como la
afectaba el calor. Sólo un poco más lejos… Otro día de viaje a este ritmo, con
tantas manos amigas ayudando, y estarían allí.

Vio la gasolinera como un paraíso cuando su último transporte los dejó


allí. Los dos topógrafos tomaron una carretera hacia California, lejos de donde
ella y Jonah iban. Anna entró a comprar algo más frío y líquido para ambos
mientras él la esperaba afuera, todavía prefiriendo los espacios abiertos.

A medida que subía las escaleras al porche de madera del comercio, notó

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


a un anciano que estaba sentado en una silla de respaldo recto al final del mismo.
Había una mecedora a su lado, pero había elegido la silla que no se movía, pensó
que era raro, cuando ella tomaría cualquier oportunidad para aumentar el
movimientos del flujo de aire a su alrededor. No podía decir si estaba dormido o
sólo miraba fijamente el paisaje del desierto, pero estaba tan inmóvil, que en un
primer momento supuso que era lo primero. Luego se dio cuenta de que su
cabeza no tocaba el respaldo de la silla, ni tampoco se inclinaba hacia adelante.

Entonces Jonah la pasó, con sus dedos apoyándose en la parte de atrás de


su espalda, distrayéndola con su sonrisa solazada antes de dirigirse en esa
dirección, por lo visto, planeando tomar asiento en la mecedora.

Se preguntó si alguna vez se había sentado en una y si debería alertarlo


sobre el inesperado movimiento. Suprimiendo una sonrisa, decidió dejarlo que lo
descubriera por sí mismo. A pesar del calor, no podía menos que tomar un

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El Club de las Excomulgadas
momento extra para mirarlo. La forma en que caminaba, la sensación invisible de
sus alas, aunque fuera mucho más estable en su forma humana ahora.

Meneando la cabeza por su tonto enamoramiento, se obligó a abrir la puerta


metálica para entrar en la tienda.

Una mujer de mediana edad con los ojos cansados y un rostro surcado de
arrugas, pero con una sonrisa agradable dirigía el lugar. Se presentó como Pat, y le
ofreció cualquier tipo de ayuda, y luego siguió trabajando en los recibos. Anna
vagó, encontrando algunas opciones de mercancías irónicas, incluso con una
camiseta con la conocida frase, “Nunca conduzcas más rápido de lo que tu ángel de la
guarda pueda volar.” Utilizó el baño para ponérsela, así como un par de
pantalones de algodón cortos, ligeros y unas zapatillas de deporte que sabía que
serían mejores para la zona que su vestido y sandalias. También había un ángel
con una cabeza balanceante al que no pudo resistirse. Lo ató a la parte superior
de su mochila, que había traído con ella para empacar todos los suministros que
comprara.

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—El mundo está obsesionado con los ángeles, ¿verdad? —Le preguntó la
mujer, con una nota de diversión en su cansada voz.

—Bueno, es agradable pensar que alguien está mirando por nosotros, —


Anna le ofreció cuando tomó las bebidas de la nevera y un ICEE10 que llevó al
mostrador. Se preguntó si Jonah podría conseguir que su cerebro se congelara
bebiendo demasiado rápido. Lo iba a averiguar. — Después de todo, parece
mucho para que una deidad hiciera.

—Dímelo. No puedo seguirle la pista a un adolescente. — La mujer echó


un vistazo al lugar donde el adolescente en cuestión de mal humor reabastecía
estanterías, un muchacho que rápidamente se acercaba a la altura de Jonah, pero
quien todavía no había crecido hasta convertirse en unos miembros larguiruchos.

10
ICEE bebida carbonatada congelada que viene en diversas frutas y refrescos sabores

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El Club de las Excomulgadas
—Tal vez Dios mantiene la esperanza de que nos cuidemos por nosotros
mismos — comentó él. — A diferencia de mi abuelo ahí, sentándose en su trasero,
dejando que el mundo cuide de él.

—John — su madre espetó. — Ya es suficiente.

—Sí, sí. — Él hizo un gesto a los estantes. —Solía hacer esto. Ahora estoy
atrapado aquí haciéndolo porque él es solo un bulto. No hay nada incorrecto para
él. Tal vez iré a luchar una guerra estúpida de cien años atrás, entonces podré
escurrir el bulto cada vez que haya algo con lo que no quiera tratar —pisó fuerte
mientras salía a la parte trasera del otro cuarto a por otra caja.

Pat apretó sus labios con fuerza, y Anna notó un temblor en sus manos
cuando le tomó el dinero por sus compras. —Lo siento — murmuró. — Esto ha
estado creciendo durante la última hora. Creo que sólo entraste en el momento
adecuado para que él explotara.

—Está bien — dijo Anna, pero la mujer negó.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Sé que parece espantoso, pero no lo es. Quería estar con sus amigos
hoy, tal vez tenía que irse, pero realmente necesitaba la ayuda y…

Anna recordó la forma en que había visto de lejos la mujer maltratada en


el restaurante, alcanzándola por el mostrador, tomó su mano.

—Está bien.

Pat tragó, sus ojos se llenaron repentinamente de lágrimas. Agarró la


mano de Anna como si estuviera desesperada por el toque. —Alan… es el padre
de John. Murió hace un par de meses en un accidente de coche. Ya sabes cómo
son los adolescentes. Golpean cuando están heridos. Y lamentablemente, no ha
ayudado que la muerte de Alan se llevara a Gabe lejos, a su propio mundo.
Realmente podría haber usado su ayuda con John, para ayudarle a pasar por
esto.

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El Club de las Excomulgadas
—Y a ti — dijo Anna.

Pat se quitó deprisa las lágrimas con el dorso de la mano. —No es culpa de
Gabe. Lo ha hecho muy bien estos últimos años, pero nunca ha… Bien, nunca ha
sido el que era antes de la guerra, según Alan. Volvió a la tienda cuando Alan tenía
diez años, y ha estado entreteniéndose solo aquí como un fantasma durante todos
estos años. La madre de Alan se tuvo que ir y hacer todo en su propiedad… — se
detuvo, la mortificación cubrió sus rasgos—. Dios, escúchame. Lo siento tanto. No
puedo creer que te esté contando esto. No te conozco siquiera.

—Está bien — repitió Anna. — Supongo que no tienes a mucha gente con
la que hablar sobre esto por aquí.

—No — Pat inclino su cabeza con una sonrisa leve. — Hay un grupo que
nos reunimos, pero a veces simplemente todo se queda tan tranquilo, que creo
podría volverme loca. A Alan y a mí nos encantaba esto, el aislamiento, el
paisaje, pero era porque nos teníamos el uno al otro…

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De repente, ella dio una sacudida. Dándole su cambio, asintió. —No
puedo permitirme el lujo de romperme así. Te agradezco tu bondad, sin
embargo. Que tengas un buen día. Debo ir a ver a mi hijo.

—Espero que todo esté bien — dijo Anna suavemente detrás de la mujer
cuando salió detrás de la cortina que separaba la tienda de lo que supuso era el
almacén o el área donde vivía la familia. Sacó otro par de billetes de la cartera y
los puso en la caja registradora, esperando que eso ayudara.

Cuando salió al porche, encontró a Jonah sentado al final al lado del


hombre que ahora sabía era Gabe, el abuelo del muchacho. En vez de en la
mecedora, estaba sentado en el escalón superior de las escaleras laterales de
acceso al porche, con su cabeza apoyada en la barandilla. Curiosamente miraba
fijamente en la misma dirección que el anciano, ambos estaban tranquilos, la

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El Club de las Excomulgadas
conversación por lo visto no era necesaria. Pero había un inusual sentido de…
unión en la postura del uno hacia el otro.

Anna se paró, sosteniendo la puerta de tela metálica para que no golpeara y


atrajera su atención, estudiándolos durante un largo momento, mientras la semilla
de algo crecía en su mente. ¿Podría ser tan simple? ¿Tan simple como el aparente
misterio de un chamán humano?

Su corazón latió con fuerzas en sus oídos, retrocedió a la tienda. Había algo
más que quería preguntarle a Pat.

Si el siguiente que los recogía pensaba que era raro que Anna le pidiera
que los dejara en un punto de la carretera donde no había nada más que desierto
a ambos lados, no comentó nada. El guardabosque que se dirigía a su puesto en
la Reserva del páramo de Black Rock por lo visto estaba acostumbrado a
excursionistas o a científicos en el área, a pesar de que verificó que tenían el tipo

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de suministros que cuidarían de ellos para que sobrevivieran, probablemente para
evitarse tener que rescatarlos más tarde. Jonah cubrió lo que no tenían,
mostrando la suficiente familiaridad con el terreno, que el guardabosque se
mostró satisfecho de que supieran lo que estaban haciendo.

Si supiera, reflexionó Anna tristemente. El mapa mental que Mina le


había dado le decía que era allí donde tenían que emprender el camino a través
del desierto, fuera de los caminos conocidos. Estarían caminando en dirección
noroeste para llegar a los alrededores de Schism, y por las cautelosas preguntas
que le había hecho al guarda, ahora sabía que había estado confundida en sus
estimaciones de tiempo. Podría ser tanto como otro día y medio hasta que
tropezaran con ello. Luego, una vez que encontraran la fuente de energía del
Schism, sabrían si merecía la pena abrir la puerta de entrada y darle acceso a
Dessert Crossroads, la casa del chamán. Anna deliberadamente no miró al Jeep

270
El Club de las Excomulgadas
que acababa de dejarlos, afrontando en su lugar el paisaje del desierto que se
extendía ante ellos.

Ni ella ni Jonah habían vivido la mayor parte de sus vidas en entornos


creados por el hombre, por lo que la falta de caminos no debería haberlos
desalentado. Independientemente de eso, le tomó valor dar ese paso fuera de la
carretera, y por primera vez comprendió el apego de los humanos por las señales de
la civilización.

Puedo hacer esto. Debo hacer esto. Jonah no hará esto sin mí. Este es mi objetivo.

— ¿Te preocupa perderte? —La voz de Jonah sonó por encima de ella, a
su izquierda, y sintió el roce de su cuerpo contra su brazo, como su consuelo.

—No. Tengo el mapa mental de Mina —Le recordó, con una mueca. —
Creo que de alguna manera ese hechizo es también la forma en que nos ha
estado siguiendo. ¿Cómo sabía dónde estábamos y que también estábamos en
peligro la otra noche, para que pudiera enviar a David y al otro ángel a nosotros?

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Él le dirigió una mirada mientras comenzaban a caminar. — ¿Por qué no
dices el nombre de Lucifer?

Déjalo para que te lleve a asumir la verdad en lugar de aceptar la idea absurda pero
cortés de que había olvidado su nombre.

—Es un poco intimidante.

Jonah resopló. —Es más molesto que otra cosa.

—Tal vez para un ángel, que puede enfrentarse de tú a tú con él, pero
para el resto de todos los mortales, da un poco de miedo. Ya sabes, tú das un
poco de miedo.

—Y, sin embargo, no me tienes miedo. En ningún lugar cercano a todo lo


que verías estar. Creo que el ICEE me congeló el cerebro. Eso todavía duele. —

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El Club de las Excomulgadas
Se paró, con sus ojos cerrándose por lo que casi desaparecieron cuando frunció el
ceño. — Estás tratando de matarme.

Ella le hizo una mueca, pero un momento después su mano se cerraron


sobre su codo, guiándola hacia la derecha antes de que ella pusiera su pie en medio
de un arbusto bajo con ramas espinosas. Ella escondió una sonrisa, sabiendo que él
acababa de demostrar por qué no le tenía miedo como él pensaba de debería ser.

—Tal vez si entendiera mejor a Lucifer, me sentiría menos intimidada. No


digo que te entiendo, realmente, — se apresuró a añadir. — Pero a veces saber
un poco acerca de por qué alguien actúa como lo hace ayuda. Igual que ese
hombre del porche, Gabe. Está así después de luchar en la guerra de Vietnam. —
Echó un vistazo a Jonah. — Hablé con su nuera. Me dijo que ha pasado por
todas las clases de asesoramiento, y que ella tiene todo tipo de libros sobre las
maneras de ayudarle a lidiar con eso.

— ¿Cómo qué? —La voz de Jonah era neutra. Se agachó para mirar una

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roca, girarla y examinar lo que había debajo, antes de volverla a colocar. Ni
siquiera podría estar escuchando sus palabras, sólo la compañía de su voz. Él
había hecho eso de vez en cuando en su viaje, y ella no se había ofendido por
ello. Pero esperaba que él realmente la estuviera escuchando ahora.

—Ella dijo que los consejeros le enseñaron como visualizar. Ya sabes,


tiene una imagen de algo lista en su mente para enfocarse en ello cuando
recuerda las cosas malas y se convierten en abrumadoras. También ha dicho a su
familia que trataran de hacerle hablar de lo que pasó, de cómo quiere cambiar,
de cómo se siente, de cómo mejorar las cosas. Ya sabes. Habilidades de
adaptación. Consigue que se enfrente a lo que lo está llevando la culpa, y la
culpa de cosas que no han sido por su causa.

Jonah presionó su mano en una roca plana, haciendo que mirara la forma
que sus dedos se curvaban. Inclinando la cabeza, él la miró, entrecerrando los
ojos. Llevaba una de las viseras que había comprado para dar sombra y proteger
del sol a sus ojos y cara, pero eso no hizo que sus ojos oscuros fueran algo menos

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El Club de las Excomulgadas
intensos, capaces de alcanzar dentro de ella con su antiguo conocimiento, las cosas
que él había visto y que sabía.

Sabía que debería sentirse increíblemente tonta por pensar, incluso por un
momento, que los trucos psicológicos humanos podrían aplicarse a él. Pero cuando
los había visto a los dos allí, había oído el agudo chasquido en su mente, el sentido
de que había obtenido una pista y que tenía que seguirla.

— ¿Crees que realmente ayuda? —Murmuró él. — Son todos juegos de la


mente. Eso no cambia la verdad, la realidad. El por qué — se levantó.

Extendiendo la mano, deslizó sus nudillos a lo largo de la curva de su


cara, un gesto distraído, como el modo en que había colocado su mano sobre la
roca, sintiendo la textura como si fuera algo extraño, distante dondequiera que
estuviera en su mente. — Eso es lo que Gabe no puede encontrar. Ha usado las
cosas que tú describes. Habilidades de adaptación, como has dicho. Entonces
pierde a su hijo en lo que parece un accidente sin sentido, y otro cuerpo se apila

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en el montón de su mente. Su escudo de adaptación voló de golpe, llevándolo de
vuelta a la última pregunta. Si no hay ningún de por qué que tenga sentido para
él, que haga que valga la pena, entonces el resto no tiene ningún significado para
él. No puede recuperarse completamente hasta que tenga esto. Y ante el mal, no
hay un por qué.

Su expresión se ensombreció. Eso le recordó su pensamiento anterior, de


cómo podría ser tan intimidante como Lucifer. Tuvo que reprimir el instinto de
dar un paso hacia atrás. —Es peor aún cuando siempre has creído que realmente
entendías el por qué, pero entonces eso fue extirpado — dijo. — Ahí es cuando
la respuesta se extravía en el reino de los dioses. Hombres como Gabe, que han
estado de pie dentro de ese reino y han gritado pidiendo respuesta, por
responsabilidad, y sólo han encontrado silencio. Incluso los Oscuros no podrían
haber conjurado un Infierno tan diabólicamente irónico como este.

Se dio la vuelta, dejando caer su mano, y siguió caminando.

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El Club de las Excomulgadas
Quizás, pensó con desaliento, era mejor para ella no confiar completamente en su
intuición tan implícitamente, a la hora de tratar con un ángel. Entonces, él se paró,
regresó justo cuando ella comenzaba a caminar penosamente junto a él, y le quitó
la mochila.

—Me dejarás llevar esto. — La reprendió suavemente. Por primera vez,


pareció darse cuenta de que se había cambiado de ropa, y una esquina de su boca se
movió nerviosamente. — No hay peligro de que dejes atrás a este ángel de la
guarda, pequeña. ¿Quieres montar a caballo un poco? —Señaló su espalda.

Tanto como ella quería decir que sí, temió que no pasaría mucho tiempo
antes de que no hubiera otra opción. Así que por ahora puso reparos, indicando
su deseo de caminar. La tuvo siguiendo detrás de él, dándole instrucciones para
que siguiera sus pasos para poder impedirle meterse en lugares donde la suave
arena volcánica se hacía más profunda de lo esperado, o los lugares donde la
cubierta vegetal arañaría sus piernas. También había algunas serpientes
venenosas o bichos que debería evitar. A cambio, ella habló si se alejaban de la

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dirección que debían seguir.

Mientas que la había animado varias veces al inicio de su viaje para que
volviera a atrás, Anna sabía ahora que realmente no había querido nunca que
ella se fuera. Si era una dependencia malsana en ella o algo más que jugaba en su
imaginación, dando a sus pensamientos alternativamente preocupación y calor.

Debería contar sólo como una bendición que él hubiera dejado de


intentarlo, ya que sintió que podría ser implacable en su objetivo cuando ponía
su mente en ello. No estaba tan segura en esa coyuntura si no podría tentarla a
capitular.

Descubrieron una especie de camino de excursionistas, que por supuesto


contenía la evidencia inevitable de viajeros humanos: basura. Para pasar el
tiempo, ella le convenció de jugar a patearla mientras se abrían paso por el
camino polvoriento. Jugaron con una lata de sopa de acá para allá entre ellos a la
vez que caminaban. Durante un rato el ruido metálico fue el único sonido que

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El Club de las Excomulgadas
rompió su sociable silencio. Eso, y las criaturas del desierto, insectos y aves que
hacían sus llamadas duras, gorjeos, trinos y respiraciones. A la mayoría no los
veían, pero luego él indicó un lagarto de color dorado y negro grande.

—El Monstruo de Gila.

Anna se agachó para mirar al gran lagarto parecido a una serpiente


enterrado bajo uno de los arbustos, pero cuando se inclinó, la mano de Jonah cayó
sobre su hombro, deteniéndola. —No necesariamente son amistosos. Sólo comen
alrededor de cuatro o cinco veces al año, pero cuando lo hacen, consumen
aproximadamente el 50 por ciento de su peso corporal. Esto te convertiría en una
comida atractiva, pequeña.

Ella hizo una mueca, y luego le vio estudiar su cara, sus ojos clavados en
lo que ella sabía era un cutis pálido. Ajustando su sombrero, ella se levantó y
volvió al camino y a su juego.

—Entonces, ¿qué quiso decir el Señor Lucifer, que podrías haberle

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llamado siempre que quisieras?

Por suerte la pregunta rompió su escrutinio. —Los ángeles están unidos


telepáticamente, por falta de una mejor palabra. El uno al otro, y también a la
propia Señora.

— ¿Así que estás en las cabezas de los otros todo el tiempo?

—Diosa, no — se rió entre dientes. — Qué alboroto sería. Hay una


habilidad que tienes que aprender. Que está bien, porque de lo contrario un ángel
joven, todavía sin experiencia para proteger sus pensamientos, estaría entrando y
saliendo de la mente de cada uno en el que pensara. Era como una puerta muy
pesada, y hay que aprender a mantenerla abierta. Se requiere esfuerzo, y luego
que se cierre por sí sola cuando no estés centrado en ella.

Él echó un vistazo a la lata, le dio una patada diestra que la levantó en el


aire, y cayó cerca de una tortuga del desierto que cruzaba su camino. La criatura

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El Club de las Excomulgadas
andaba con paso lento hacia adelante, indiferente. Jonah guió a Anna en un amplio
arco alrededor de la criatura.

—Seguramente él no es un peligro.

—No es eso. — Él sacudió la cabeza. — Si se asustan, pueden vaciar sus


vejigas. Almacenan el fluido en sus cuerpos para aguantar meses aquí sin una
fuente de agua. Si las asustas, pueden morir.

— ¿Lo sabes todo?

Él le dirigió una de esas sonrisas devastadoras que podían hacer que los
dedos de sus pies se doblaran. —Cuando se trata de las creaciones de la Señora,
tengo acceso a la biblioteca universal. Tan pronto como veo algo, puedo traer
información al respecto a mi cabeza. Pero después de tantos años, he conservado
una gran parte de él. Los ángeles tienen enormes niveles de memoria, por lo que
rara vez tengo que entrar en la biblioteca a menos que sea algo nuevo que no
haya visto antes.

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— ¿Así que tienes acceso a la Señora de esa manera?

Él le dirigió una mirada. —No exactamente. ¿Sabes algunas historias


distintas, como la del Árbol del Conocimiento?

Ella asintió. Le aliviaba ver lo cómodo que parecía con la conversación.


Pero entonces se dio cuenta que este era un terreno familiar. Pacientemente le
enseñaba lo que él probablemente le habría enseñado a muchos jóvenes ángeles
antes, como a David. —Hay un velo sobre el mundo, sobre todos los mundos
habitados por sus creaciones. Ella no se meterá en pensamientos o en
intenciones debajo de ese velo. Cuando rezas, eso puede perforar el velo, y
alcanzarla. Se parece a una señal de radio. Si rezas con una intención pura y
centrada, la oye mejor. Si rezas por un vestido bonito, — le dirigió una mirada
humorística, — eso nunca llegará más allá de la estática.

276
El Club de las Excomulgadas
—Tendré eso en mente — dijo ella secamente.

—Cuando llega la oración, no se parece a Santa Claus que va con una lista
detallada. Ella ve a través de los tiempos, sabe como se supone que las cosas tienen
que adaptarse y trabajar para cada uno en la vida y la forma en que todo se une.
Por lo tanto, sabe si es un deseo bueno para concederlo o no. Entiende cada
ondulación en la charca. Al menos eso es lo que la mayoría cree.

—¿Anda alguna vez en la Tierra entre nosotros? —Preguntó ella


rápidamente, antes de que él pudiera seguir esa línea de pensamiento a un
territorio más oscuro.

—Ella está en todo. — Él extendiendo la mano, tocando la pequeña flor


de cactus de color fucsia, que había puesto en la banda de su sombrero antes.

Ella trató de no inclinarse a su toque como una muchacha enferma de


amor, pero no pudo menos que acariciar con sus labios su mano cuando él la
separó. Sus labios se torcieron, y sus ojos se calentaron en ella. — Sobre todo en

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los actos espontáneos de amor.

— ¿Puede Ella leer tu pensamiento si estás encima de ese velo?

—Sí y no. Si estás en su presencia, puede, pero no lo hará a menos que lo


pidas. Si lo pides, la sientes allí, pero justo como una niebla. Si Ella se concentra
con demasiada fuerza, puede destruir tu mente.

Anna se detuvo. — ¿Has estado en su presencia? Quiero decir, ¿cómo una


audiencia real?

Jonah se giró para estar enfrente de ella. —Por supuesto. A pesar de que
ha pasado mucho tiempo. Tal vez cincuenta años. No como Lucifer o Michael.

—Bueno, por supuesto — dijo Anna con forzada indiferencia.

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El Club de las Excomulgadas
—Michael es un ángel de Completa Sumisión. Y Lucifer puede serlo, pero
mantiene la boca cerrada acerca de su estado. Un ángel de Completa Sumisión está
permanente, completamente abierto a la mente de Ella, con la voluntad Suya para
dirigirle. Le das todo de ti mismo, sosteniendo un espejo a su propia alma. Michael,
Gabriel, Raphael todos están en Completa Sumisión. Lucifer está a cargo de lo que
los humanos llaman el infierno, pero se trata de redención y justicia, no de
condenación eterna, a menos que alguien sea obstinado, demasiado terco para
aprender.

Al mirarla de soslayo, sus labios se doblaron. —Siempre dice que si fuera


humano, sería demasiado obstinado para aprender.

Ella se echó a reír. Pero después de un momento, se acercó más a él,


tocando su brazo, y miró su cara inquisitivamente. —Estuviste de pie ante Ella.
Con Ella. ¿Cómo es?

—Más allá de las palabras, pequeña. — Dijo después de un largo

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momento. Su mano se elevó y masajeó su pecho, y luego un poco más fuerte. —
Es… la respuesta a todo. Lo único que quieres es quedarte allí… pero sabes que
no puedes. — Hizo una mueca como si hubiera hurgado en una vieja herida y
pateó la lata otra vez, ella supuso que fue para cubrirse, pero ya lo había visto.

—Eres el segundo al mando de la armada, ¿verdad? ¿Has considerado


alguna vez, la cosa de la Completa Sumisión?

—Un par de veces. Estoy seguro de que hay una atractiva paz en ello,
tener tu ser perteneciendo a otro. Pero no estoy listo para abandonar esto.

— ¿Por qué? —Ante su mirada burlona, ella se encogió de hombros. —


Quiero decir, si Ella es la Madre, Ella nos cuida a todos nosotros.

Una sardónica sonrisa tocó su boca. —Mi trabajo es cuidar de ella.


Quizás no estoy completamente seguro de que Ella sea el mejor juez de cómo
hacer eso todo el tiempo.

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El Club de las Excomulgadas
—¿Sospechas que tu sabiduría es mayor? ¿Por qué no me parece tan
sorprendente, Mi Señor?

Sus ojos brillaron con su broma, pero respondió con un encogimiento de


hombros. —No estoy seguro de que mi sabiduría sea mayor, pequeña. Ella nos creó
con mentes y voluntades propias, y había una sabiduría con la que nos dejó, no
ligera.

—Así que cuando fuiste herido y caíste al océano, podrías haber llamado por
ayuda. Pero no lo hiciste.

—No lo hice. Tal vez debí hacerlo, por ninguna otra razón que para
mantener a una sirena fuera de problemas. — Echó su pelo recortado, sobre su
espalda, y ella lo apartó fuera de su alcance, frunciéndole el ceño.

—Yo también, prefiero tomar mis propias decisiones con respecto a ti, Mi
Señor. Como dije antes, y tal vez por los mismos motivos. No estoy
completamente segura que tú decidas mejor lo que sea más adecuado para tu

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


mejor interés.

— ¿En serio?

Ella chilló cuando él se abalanzó sobre ella. Mientras logró enganchar su


codo, y empezó a volar bajo su brazo, fue obligada a dejarse ir. Convocando un
tipo de energía que no sentía, saltó sobre su espalda, envolviendo sus piernas
alrededor de su cintura y cerrando sus brazos alrededor de cuello y hombros.
¡Oh, Diosa! Su carne estaba felizmente fresca.

—Te tengo bien agarrado, Mi Señor. — Logró decir. — Debes


reconocerlo.

—Si me lanzo hacia atrás, puedo aplastarte como a un insecto. —. Pero


en lugar de hacer eso, él puso sus brazos alrededor de sus pantorrillas,
sosteniéndola en su lugar. —Quédate ahí. — Liberó una de sus manos para pasar

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El Club de las Excomulgadas
encima de las puntas de los arbustos greasewood que rozaban su cabeza. Encima,
las nubes blancas flotaban perezosamente contra el cielo azul.

— ¿Qué podrías estar haciendo en un día como hoy? —Ella convirtió su voz
en un susurro tranquilo contra su sien. —Si estuvieras en el cielo.

—Planificando la siguiente batalla. Entrenando.

Ella tiró de su pelo. —En tu tiempo libre. Aparte de buscar un burdel de


ángeles.

Él sonrió. — ¿Qué mejor actividad para el ocio hay allí? —Giró sobre su
talón, girándola en círculos, y ella apretó sus brazos alrededor de su cuello. Era
un dichoso alivio ser llevada. El cansancio había estado acercándose y no estaba
segura de cuánto tiempo más podría seguir su ritmo. O tal vez por eso la estaba
llevando. Sabía que era mucho más perspicaz de lo que le hubiera gustado para
sentirse cómoda. No se lo pasó por delante por haberla molestado en conseguirla
sobre su espalda.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Estudiando — dijo por fin. — Cuando no estamos planeando una
batalla o metidos en ella, realmente ayudamos en otras áreas. Algunos ángeles
que mando son curanderos, observadores, mensajeros, correos. Creadores de
Magia, a través de la música o de la voz.

— ¿Qué haces tú?

—Varias cosas. Realmente, no mucho más además de los


enfrentamientos. — Confesó, — planificar y llevarlos a cabo, entrenar,
recuperarse y planear otra vez se convierte más en un trabajo a jornada completa
ya que fui adjudicado con más ángeles cada vez. Mi legión tiene más de diez mil,
con un buen puñado de capitanes para los diferentes batallones, pero
personalmente superviso el entrenamiento de todos y cada uno de los ángeles,
probándolos con frecuencia, golpeándolos. Para asegurarme de que están tan
listos como podrían estar.

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El Club de las Excomulgadas
Así vivirían para otra batalla, para otro riesgo. Pero en lugar de dar voz a su
aleccionador pensamiento, ella tiró de su pelo. —Diez mil ángeles. ¿Te saludan?
¿Te llaman señor?

—Ahora mismo sospecho que mis capitanes me están llamando una gran
variedad de nombres, y ninguno será respetuoso. — Una sombra cruzó su mirada.
Después, le pellizcó en la pierna. — Pero estás siendo imprudente ahora.

—Me gusta verte sonreír, y parece que eso te hace sonreír. Tal vez debería
sugerírselo a tus hombres.

—No creo que fuera prudente.

—Mira —Señaló—. Eso es… ¿una cabaña?

Jonah miró. A lo lejos, una de las formaciones rocosas, con sus coloridas
capas de piedra arenisca incluían una cabaña de roca incorporada a su lado.
Cuando se acercaron más, Anna estuvo asombrada de ver cómo era, con una

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


pequeña puerta a un sótano a la derecha, posiblemente una manera de guardar
cosas refrigeradas poniéndolas en una despensa bajo el suelo.

—La cabaña de un viejo minero. — Reflexionó Jonah, examinándola


mientras la bajaba. —Podría tener más de cien años. Es posible que hayamos
pasado por otras como esta que parece como una parte de la cara de la roca,
porque todo lo que queda de ella es ruinas. Hay pueblos enteros fantasmas en
Nevada, desde los días de los mineros.

La puerta de la cabaña había desaparecido, aunque algunos hilos vagos


sugerían que había sido usada recientemente por alguien que había empleado
una cortina con una manta para protegerse del frío del desierto por la noche.
Anna miró y vio un piso sucio, con restos de campistas que no habían guardado
la cortesía esperada de no dejar huellas. La habitación también estaba caliente,
de cara al sol de la tarde, y se sintió atraída a explorar la bodega de la habitación.

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El Club de las Excomulgadas
Además de que, basada en la experiencia de su noche anterior, meterse en un lugar
donde no pudieran ser vistos parecía una buena idea.

—¿Y si nos quedáramos aquí por la noche? —Le preguntó Jonah, al parecer,
leyendo sus pensamientos.

Ella asintió, volviéndose para encontrarle sentado en la ladera exterior y


quitándose sus zapatos. Movió los dedos de los pies, meneándolos, asombrado. —
Extraño. Supongo que tiene sentido, la forma en que los humanos llevan zapatos,
pero nunca lo he hecho.

—Algunas mujeres incluso tienen docenas. Tacones de ocho o diez


centímetros que hacen que sus piernas parezcan las de una garza, todas largas y
elegantes. — Ella levantó un pie como ejemplo, sobre sus zapatillas rosas, y el
humor brilló en su mirada cuando ella giró el pie. —Está bien el hechizo de que
la ropa encaje en lo que llevas, sin embargo. De lo contrario tus nuevos zapatos,
al caminar tanto tiempo con ellos, te habrían provocado varias ampollas.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Estos pantalones y camisa podrían estar algo más sueltos.

—No están demasiado ajustados. Estás acostumbrado a utilizar tu falda


de batalla que se abre y… —Sus mejillas se ruborizaron y miró a otro lado,
aunque sospechó que él amortiguó una risita, como si hubiera estado tomándole
el pelo todo el tiempo.

Jonah pensó que no tenía idea de lo encantadoramente inocente que era.


Cuando no estaba preocupada por él, llevando su mente a sitios donde no quería
ir, estar con ella era como un soplo de aire fresco en un mundo que él no había
experimentado en mucho tiempo. No estaba seguro ni siquiera si era del todo
nuevo, un lugar al que nunca había visitado. Verla aceptar cualquier simple
placer de la vida, maravillándose de todo a su alrededor, haciendo preguntas,
bebiendo cada trozo de conocimiento, era irónico que no se diera cuenta que le
proporcionaba una experiencia muy similar a él.

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El Club de las Excomulgadas
Además, sabía lo que era la tragedia y el aislamiento, por lo que su
inocencia no era ingenua y la llevaba en su alma. En todo caso, se sentía como si
ella sostuviera la llave de un secreto que él no podía comprender. Aunque
sospechaba que había pasado mucho tiempo de tener el estado de ánimo de aceptar
ese conocimiento si alguna vez llegaba a saberlo, mientras ella lo llevaba, pensaba
que sólo estar cerca de ella le dejaría dar algún sentido de la paz que sacaba de eso.
Y, más que una búsqueda inútil, era probablemente que por eso la hubiera
mantenido con él.

Agachándose hacia el frente del sótano donde ella estaba en un trozo de


sombra que daba la cabaña, sacó la jarra que contenía agua de mar, arregló sus
conchas y luego con cuidado mojó sus pies, sus manos. Notó el suspiro profundo
de alivio cuando ella se apoyó contra la puerta del sótano, cerrando los ojos y
quedándose muy quieta bajo el toque de la sangre del mar. También notó que lo
que parecían círculos bajo sus ojos se ponían un poco menos sombreados.
Quizás su sirena necesitaba más horas de sueño. Podría tenerla viajando
demasiado, demasiado deprisa.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


El sol comenzaba a fundirse con el horizonte. Él se quitó la camisa, a la
vez que arqueaba la espalda, e hizo una sacudida repentina hacia adelante con
sus pies cuando sus alas aparecieron.

Anna lo miró por el rabillo del ojo. Recordando la noche anterior, su


jubiloso vuelo por el aire, había sido una de las experiencias más asombrosas de
su vida. Pero esto también le recordaba la batalla. Las frustraciones de Lucifer, la
preocupación de David. Mientras observaba sus alas volver cada noche, aunque
era un verdadero milagro de atestiguar, también era el claro recordatorio de que
él no pertenecía a ese lugar, con ella.

—Pequeña. — Él se agachó afuera de la puerta del sótano, cerca de su


lado—. ¿Qué te pasa?

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El Club de las Excomulgadas
—Nada. Estoy bien. Estaba pensando en lo diferentes que somos el uno del
otro.

—Estamos los dos solos. — Su observación, la mirada fija de sus ojos


oscuros y la forma que él estiró sus alas ahora para proporcionarle una sombra
adicional a pesar del descenso del sol, casi apartó la compostura de ella, como la
máscara que era.

—Pero has visto tanto que yo no he visto — dijo ella rápidamente. — Dime
algo que no sepa, algo que no pueda imaginar que jamás haya existido. Puedo
imaginar esta cabaña, porque tendría sentido. Dime algo totalmente inesperado,
algo que me haga sonreír, pero que me sorprenda.

Acaricia mi mente, pensó. Cálmame.

—Hmm… —Él se puso de pie y caminó detrás de ella. Cuando ella lo


miró, él ajustó su espalda para estar contra sus piernas cubiertas por sus vaqueros
y la miró. — En la Europa medieval, solía haber hombres con largas capas

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


negras. — Abrió los brazos, extendiendo sus alas a media envergadura, dándole
la impresión de una capa. — Vagaban por las calles de la ciudad llevando un
orinal.

—Oh, no. No estoy segura de que me vaya a gustar esa historia.

—Shhh —La reprendió. — Si necesitaras liberarte mientras hacías tus


compras, podías pagarle una cierta cantidad y pondría el jarro en el suelo, abriría
su capa. — Extendió más sus alas y empezó a cerrarlas alrededor de ella. — Y
proveería de una cortina alrededor de ti mientras te sentabas en el orinal, y
hacías lo que tenías que hacer.

Ella había querido una historia de algo que nunca podría haber
imaginado, algo que la tocara y la sorprendiera, y él había hecho ambas. No le
sorprendió que él hubiera sacado la cosa perfecta de su milenio de
conocimientos, pero estaba silenciosamente encantada a pesar de todo. Pasó las

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El Club de las Excomulgadas
manos sobre las plumas que se cerraban alrededor de ella, pensando en ello. Un
extraño que proporcionaba un crudo servicio para una función corporal, sí. Pero
también era una persona, íntimamente en contacto con otra, para proporcionar un
acto de cuidado… algo como eso. Cuando él apretó el recinto a su alrededor, ella se
levantó, volviéndose dentro de los pliegues, con escalofríos cuando sus manos
encontraron sus brazos. Ella simplemente no podía pensar cuando la besaba como
hacía ahora, profunda y completamente, sosteniéndola cerca de él, con aquellas
alas protegiéndola por todos lados, trayendo frescura ante el sol y seguridad.

—Estoy segura que el Hombre Privado no hizo mucho de esto — pudo


decir ella con voz ronca cuando Jonah levantó la cabeza. Él sonrió.

—A menos que fuera muy inteligente. Y guapo, como yo.

—Eres tan modesto, Mi Señor. — Ella se rió y esquivó bajo él, tratando
de ocultar el tambaleo y decidiendo suponer que su vertiginoso beso lo había
causado. — Vamos a mirar en la bodega. Podría ser el lugar perfecto para pasar

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la noche.

Ella tiró de la puerta del sótano, cuyo candado se había roto hace mucho
tiempo, dejando un chirrido y una cadena oxidada. Jonah le ayudó a abrirla. El
chirrido de las bisagras fue como el gemido de los huesos de un anciano, y el olor
que salió fue de aire atrapado, de cemento húmedo… y de algo más.

Él estudió el oscuro interior.

— Hay algo ahí abajo.

— ¿Poco amistoso? —Ella volvió sus ojos serios a él.

—No es peligroso. — Respondió él enigmáticamente. Poniendo una


mano delante para que poder precederla, bajó los dos primeros escalones.

285
El Club de las Excomulgadas
Jonah estudió la forma de la oscuridad. No era una gran área, aunque lo
suficientemente amplia para que dos personas pasaran la noche. O más. Y estaba
más fresco, al estar bajo el suelo.

—No queremos hacerte daño si tú no nos causas ninguno — dijo


finalmente. — ¿Podemos compartir tu sótano?

Hubo un cambio, luego la oscuridad se movió. Anna contuvo el aliento,


sobre su hombro ahora.

—Un espíritu de tierra. Un morador de sótanos. No sabía que todavía


existieran.

Él estaba sorprendido de que ella supiera lo que él veía, pero su pequeña


sirena lo sorprendía constantemente.

—Lo hacen, pero es extraño verlos cerca de una residencia humana


todavía ocupada.

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Hubo un chillido, y luego la sombra se quedó quieta de nuevo, como si no
hubiera nada en absoluto allí y se lo hubieran imaginado. Pero ahora que Anna
miraba a donde Jonah veía, hubo un breve brillo de ojos.

—Ah — dijo suavemente, y las rajas diminutas de luz se hicieron


pequeños orbes más definidos. La sombra se adelantó unos centímetros.

—Nunca había visto a un morador de sótano — confesó ella.

Otro chillido. —Prefieren ser habitantes del sótano. Sienten que la rima es
poco digna, — dijo Jonah con sequedad.

Anna inclinó la cabeza. — ¿Lo entiendes?

—Por supuesto.

286
El Club de las Excomulgadas
Ella sonrió. — ¿Entiendes todas las lenguas, Mi Señor?

Él lo consideró. —En cierto sentido. Los ángeles no oyen palabras


exactamente, sólo el significado. Es por ese motivo por el que no se puede engañar
a un ángel por mucho tiempo. Oímos la mentira en el tono. Es como escuchar un
concierto de piano, y oír como todas las notas individuales hacen al conjunto
teniendo sentido. Así que si tú hablas o él habla, entiendo lo que están diciendo.

—Así que esa es tu forma de hablar cualquier idioma.

Él asintió. —Puedo comunicarme a través del método de expresión de


quién está hablando.

— ¿Así que lo que acabas de decirle, lo oyó en su lengua, así como yo te


oí en la mía? Entonces no significa necesariamente que sepas un millón de
lenguas, sólo oyes lo que significa todo, no las palabras. — Ella le dio una
sonrisa pícara mientras se deslizaba a su alrededor—. No eres tan listo como
pensé que eras.

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Él agarró su brazo, manteniéndola cerca y le dirigió una mirada de fingida
amonestación. —También puedo bloquear tu comprensión de lo que te estoy
diciendo. Así que puedo decirle que probablemente seas un problema y que
debería ahuyentarte.

—De nosotros, creo que parece más preocupado por ti.

—Creo que en particular le gusta tu voz. — Estuvo de acuerdo Jonah con


algo de diversión, pensando en acercarse a la criatura más cuando ella hablaba.

— ¿Debería cantar para calmarle?

—Bien, si lo hago yo, se morirá de miedo. — Él aflojó su apretón, aunque


a regañadientes. — No tiene por qué querer hacernos daño, pero no está seguro
de nosotros aún. Tómalo con calma.

287
El Club de las Excomulgadas
Asintiendo, ella comenzó a tararear. La criatura la miró, con ojos brillantes,
luego se levantó sobre las patas traseras, balanceándose con la melodía. Esto le dio
sentido a su forma, recordándole algo como un oso con pelo, largo y fino o a un
hurón grande. Su piel parecía tener un aspecto suave y elástico. Ella cantó para que
se calmara, diciéndole que no querían hacerle daño, infundiendo la calma de la
magia. Cuando terminó, él se recostó cómodamente en su oscuro rincón,
mirándolos, pero ahora con más curiosidad que con otra cosa.

Mientras ella cantaba, Jonah merodeaba alrededor de la bodega. Había un


buen espacio para sus alas, que le gustó, pero no había mucho para formar una
cama cómoda para Anna. Ella asumía que tenían lo mejor que podían, pero él
quería que tuviera un sueño profundo.

Había una vieja librería en una esquina, sugiriendo que esa cabaña había
sido una vivienda más permanente para alguien en los últimos veinte años, tal
vez para un investigador estudiando los volcanes, y que había ido para
almacenar sus instrumentos o su almacén de agua.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Levantando los estantes, Jonah puso el mueble al revés en el suelo,
quitando el polvo con un fuerte soplido. Levantó la cabeza y envió otro soplo en
su dirección, haciéndola reír cuando eso rizó su pelo y pasó por delante de su
camiseta, haciendo que el dibujo del ángel que llevaba en ella se moviera de
forma cómica, agitando sus alas.

— ¿Cansada? —Le preguntó. Anna se encogió de hombros.

—Un poco. — Estaba cansada, pero ahora que la noche caía, necesitaba
su proximidad más que el sueño. Era algo que no podía explicar, pero de
ninguna manera cedería a su cansancio antes de que ella pudiera tener esa
proximidad, tirar de él hacia ella, tirarse sobre él. La prueba física de que no
estaba sola, de que él estaba allí y que ella estaba haciendo lo que debía.
Humedeciendo sus labios, echó una mirada hacia allí. Cuando él registró su
deseo, una llama brilló en sus ojos, encendiendo el mismo calor en la parte baja
de su abdomen también. El hecho de que ella estuviera cada vez más débil y no

288
El Club de las Excomulgadas
fuera capaz de esconderlo de él mucho más tiempo la golpeó de nuevo,
aumentando tanto la nostalgia como el calor.

—Ven aquí, entonces.

Cuando llegó a él, le levantó la camiseta sobre su cabeza. Despacio, la hizo


sentir el peso de sus brazos cuando ella los levantó sobre su cabeza y luego los dejó
caer, con sus palmas en sus hombros amplios y desnudos. Quedándose allí,
mantuvo las yemas de sus dedos en sus plumas cuando él deslizó los pantalones
cortos de algodón y sus bragas hacia abajo por sus piernas, trabajando para
quitarle sus zapatillas y calcetines, dejándola agarrarse a él. Ella vio como él
dejaba el par de zapatos a un lado, alineados uno al lado del otro. Un dedo largo
susurró sobre ellos de una manera que hizo que los dedos de sus pies se doblaran
sobre el suelo como si él los hubiera tocado a cambio.

—Esos pequeños pies.

Un chillido tranquilo, y uno de siete dedos en la punta del pie con garras

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se extendió de entre las sombras e hizo entrar un zapato en la oscuridad.

—No te comas eso. — Lo reprendió Jonah. — Ella tiene que ponérselos


por la mañana.

Él volvió a mirar de nuevo a ella, poniéndose sobre su rodilla mientras


ella estaba de pie y le pasaba los dedos a lo largo de los fuertes rasgos de su cara,
por su pelo. —Diosa, eres tan hermoso — murmuró ella.

Sus ojos, oscuros, se hicieron de la más profunda obsidiana cuando volvió


la cabeza para besar sus muñecas, acariciando con su nariz su mano. Cuando se
levantó, y la cogió por la cintura para tocar su pecho con sus labios, esto hizo
que su aliento la abandonara. La sostuvo así, con una fuerza que no le costaba
ningún esfuerzo, demostrando que sus alas no podrían llevar su peso adicional,
pero sus brazos eran otro asunto. Los dedos de sus pies se doblaron de nuevo
cuando él puso su boca sobre su pezón, y también sobre un poco de carne de su

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El Club de las Excomulgadas
sensible pecho en el calor húmedo. Chupandola profundamente, envió zarcillos
líquidos que se extendieron a su vientre por el resto de sus órganos vitales como si
una criatura viva se desplegara dentro de ella, primitiva y necesitada, y quizás lo
era.

Con un poco de esfuerzo ella subió sus piernas arriba y alrededor de sus
caderas, que la llevaron más cerca. Obligado, él puso sus manos bajo su trasero,
moviéndolos hacia la cama improvisada. Entró en ella, con el pie firme. El calor
reverberó a través de él y, entonces…

Ella abrió mucho los ojos cuando sus alas se escondieron cerca de él, y
todas sus plumas se soltaron inmediatamente, cayendo como una masa pesada,
rellenando con ellas el marco de la librería.

Anna jadeó, mirando las pequeñas plumas flotar hacia atrás por la
sorpresa, aterrizando sobre su pelo ligeramente haciéndole cosquillas contra su
piel.

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—Oh —Dijo ella asombrada—. Realmente tenías la intención de hacer
eso, ¿verdad?

Jonah sonrió, misterioso y sexy, al parecer, con su mente en cosas que no


fomentaban la conversación, lo que aumentó el deseo en su interior de una
manera exponencial. Bajándolos a los dos a la cama que había creado para ella,
la puso bajo él. Arqueando sus alas desnudas sobre ellos como las ramas de un
elegante árbol negro, le mostró una intrincada delicada red, capaz de
transportarle potentemente por el aire cuando se cubría de plumas.

Ella levantó la barbilla, cuando los puños se fijaron en su pelo y él se


apoderó de su garganta con su boca. El toque de sus labios en esa sensible zona
fue lo suficiente para que se arqueara hacia él como si hubiera sido sorprendida
por un delicioso relámpago. Estaba en el ángulo perfecto para que él se deslizara
en su cuerpo.

290
El Club de las Excomulgadas
Su silencio fue cargado, todo transmitido por el calor de sus ojos
completamente negros, por el apasionado agarre de sus manos, por el movimiento
urgente de su cuerpo entre sus muslos, extendiéndola más abierta, teniendo más
impacto que una corriente de palabras seductoras. Ella no se sentía como una ninfa
o una mujer que hubiera seducido en el pasado. Él la consideraba suya, alguien que
se acoplaba con su cuerpo tan fácilmente y por completo, reuniendo dos mitades
que no necesitaban ningún ajuste o conversación.

Al menos esa era la forma en que quería pensar en ello ahora mismo. A
pesar de su fuerza, sus manos eran suaves y curvadas en su pelo, con su peso
sobre su brazo para no aplastarla. Luego, un soplo de aliento, un chirrido leve, y
Anna se sorprendió al ver a su habitante del sótano mirando por encima del
borde de la estantería hacia ellos. Con una mirada hacia Jonah, él fue por encima
del muro a la cama, haciendo un túnel bajo su cabeza, dándole una almohada,
incluso mientras ella sentía su deseo de estar más cerca de la magia que se creaba
entre ellos. Anna cerró los ojos, volviendo la cara a una piel suave y sin pelo de
la criatura, tan suave que le recordó una manta real11. Escuchó el pequeño latido

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


de su corazón cuando Jonah se metió profundamente dentro de ella. Ella levantó
sus piernas, abriéndose más, aferrándose a él cuando comenzó a gritar, con su
carne ondulando en su contra.

Por supuesto, ella le daba Magia de Unión que podía levantar por su
cuenta, y trató de no dejarle paliar el momento para ella, otra vez, él no hizo el
mismo esfuerzo. Él mantuvo todo sobre la lujuria y la pasión que podía ofrecerle,
que debería ser más de lo que cualquier mujer podría pedir.

Su habitante de la bodega ayudó a balancear su desilusión, por lo que lo


sintió expandiéndose debajo de ellos, de las plumas, del cuerpo suave y cada vez
más elástico y flexible, hasta que… Sí, se expandió hasta llegar a todos los lados
de la librería, haciendo que su cama se convirtiera en una suave cama de agua

11
Manta, o mantarraya un pez.

291
El Club de las Excomulgadas
que se movía como… el mar, las olas en el mar, dándole comodidad, calmándola.

Oh, Diosa. Si sólo supieran cuanto ella anhelaba…

—Gracias a ambos —Susurró ella.

—Fue su idea —Jonah sonrió, aunque sus ojos quemaron profundamente


dentro de su corazón. — Córrete para mí otra vez, sirenita. Mueve tu cuerpo contra
el mío como lo haces en las olas. Llévame al océano contigo.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Diecisiete

Otro día. Quizás. Anna sabía que era una mala señal que estuviera contando
los minutos de cada hora como una manera de bloquear el hecho de que la etapa
final del “mapa mental” era del todo clara donde Red Sock Schism se abriría a
ellos.

Todas las específicas instrucciones de Mina que le habían dado eran


inútiles. O simplemente eran un tormento. Viajaban por destino. Solo viajaban
de día no por la noche, a pesar de que viajar a pie en el desierto durante el día
tenía todas las características de la idiotez.

Jonah quizás captara su creciente agitación, mencionando lo que ya sabía


racionalmente. Que esa era la forma en que la magia funcionaba. El cisma se
abriría cuando hubieran demostrado sinceridad en su intención. Seguir las

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


impares instrucciones era parte de honrar esa intención.

Cuando pasaron la hora del mediodía del día siguiente, por fin, vio la
prueba de que estaban bastante próximos a la firma de energía de Schism.
Aunque al principio Anna estaba privadamente preocupada de que podrían estar
viendo nada más que el calor de un espejismo.

Mientras caminaban, con el resplandor del sol en el horizonte, vieron


varias vacilantes ilusiones de unicornios, galopando a través del polvo. Dragones
inclinando sus alas, gigantes moviéndose pesadamente. Tal vez incluso mamuts.
Ella y Jonah hicieron un juego de lo que verían después en las nubes ondulantes
y en las corrientes del fuerte viento. Entonces el mapa de Mina los confrontó con
una formación de roca escarpada y Anna resolvió marcarla. Jonah la ayudó en lo
peor de todo, diciéndole que la vista seria incomparable desde el plano más alto,
señalando cómo los estratos de esa roca en particular parecían como si un arco
iris estuviera grabada a su lado. Cuando él se detuvo varias veces y la dejó

293
El Club de las Excomulgadas
descansar a la sombra, con expresión cada vez más preocupada, ella se recuperó lo
suficiente como para darle una leve sonrisa y le decía que caminar era mucho más
intenso que nadar, todo era diferente. Diferentes músculos. Y por supuesto estaba
acostumbrada al agua. Ella estaba bien. Estaban cerca.

Estaba esperanzada, por la Diosa. Y tenía miedo también.

Cuando el sol empezó a bajar en el horizonte, llegaron a la montaña y


miraron hacia abajo a una cuenca de río seco donde apareció una brújula que había
sido elaborada con un círculo profundo y ancho de la carretera dividida en dos
partes de norte a sur y de este a oeste. Era la impresión hecha por un hombre,
pero sin rastros de los hombres que lo habían hecho. Tenía una buena sensación,
sin embargo, y Jonah decidió que tenían que descansar bajo las estrellas en el
centro de la misma ya que desafortunadamente no había una cubierta real para
encontrar.

A medida que el aire frio del desierto soplaba y su sirena una vez más

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


hacía su corto ritual con su agua de mar, Jonah se sentó y la miró de cerca. Ella
había caminado penosamente durante el día, por lo general de diez o veinte
pasos detrás de él, con su cabeza inclinada debajo de su redondo sombrero de
paja con su marchita flor de cactus.

Ella le había dicho que no estaba acostumbrada al clima, caminando por


ese camino milla tras milla, y su cuerpo humano sentía algo de tensión por eso
también. Si bien le había indicado que podía escuchar una mentira sólo con la
cadencia de la voz de una persona, no podía oír una en la suya, a pesar de que
había preguntado por su estado de varias formas hoy. Pero algo estaba fuera de
lugar. Se le ocurrió por primera vez que tal vez había algo inusual en su
repertorio de habilidades mágicas que podrían evitar llegar a percibir cuando ella
estuviera ocultando cosas de él.

Él no la presionaría en ese momento. No cuando estaba tan agotada. Ella


no se había recostado inmediatamente, sin embargo. Había comido una ligera
cena de bocadillos comprados en un puesto comercial, dándole la mitad a él. Él

294
El Club de las Excomulgadas
se había dado cuenta que en realidad no necesitaba comida. Su cuerpo humano
tenía hambre, pero al parecer la transición a ángel de la noche fortalecía su sistema
ampliándolo suficiente para llevarlo de doce horas como humano. No le
importaban los ejemplos de los diferentes sabores, sin embargo, particularmente las
galletas que ella le había ofrecido. O responder al pozo sin fondo de sus preguntas,
que aumentaban por la noche, como un cuento favorito preparado para dormir.

—Las alas de Lucifer eran negras, y las de David eran marrón claro. ¿Todos
tienes diferentes colores de alas?— ella estaba sentada con las piernas cruzadas
cerca de él, y ahora se había estirado para mirar las estrellas. Jonah notó que ella
había recogido algunas de sus plumas que se había caído mientras él hacia su
transición de vuelta a ángel esta noche. Llevaba varias de ellas en su sombrero y
otras estaban entre las ramas de un matorral.

—No todas son de colores diferentes, pero tienen diferente patrones. —Él
estudió el movimiento de las constelaciones, sus dedos estaban cerrados detrás
de su cabeza, divertido mientras ella guardaba varias plumas bajo sus nalgas para

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mantenerlas en su lugar contra la brisa nocturna, mientras decoraba el arbusto.
—Algunas facciones o grupos tiene cosas en común. Puedes identificar la
posición de un ángel, rango, edad, todo por los colores, patrones y por la forma
de sus alas.

— ¿Por qué los humanos piensan que son blancas, entonces?

—Los mensajeros y ángeles de la guarda, tienen más posibilidades de ser


vistos por los humanos, por lo general proyectan lo que sienten más cómodos
viendo.

— ¿Así que son de blanco puro, no como las tuyas, con las puntas
plateadas?

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El Club de las Excomulgadas
—No. Ese patrón es único en mí. — Él pasó sus dedos a lo largo del borde
de la pluma que sostenía la línea diagonal en plata. — ¿Que estás haciendo ahora?

—Pensé que podía decorar este arbusto con algunas de tus plumas, y luego
igual que una brújula, o lo que sea, será algo para que el próximo viajero admire.

Él sabía que la mayor parte de las plumas se desintegrarían en la madrugada,


pero le gustaba verla haciéndolo. Pero en momentos, ella se recostó sobre su pecho,
y miró las que no había usado que caían con la brisa de la noche por la brújula
dibujada en la densa arena, allanando el camino con manchas de color blanco y
plata, como un reflejo de las estrellas del cielo.

Se le ocurrió que podrían estar dejando un rastro, pero estaban tan lejos
de donde habían estado. Sin embargo….

Gentilmente la movió a un lado, Jonah se levantó, buscando en la noche.


Se volvió, la tomó de nuevo. Un destello de luz. Estrecho su mirada,
enfocándose y luego se relajó. Algo. Hecho por el hombre.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Anna había llegado a su lado, mirando. — Se parece a una torre de radio.

— ¿Quieres ir a ver lo que es? Podría ser un edificio.

Ella lo miró alerta e interesada, por lo que él se complació en ofrecerle


algo para que se animara a levantarse. Ella asintió.

—¿Quieres un aventón?— Él extendió sus alas tentadoramente —Creo


que no llamaríamos mucho la atención si nos quedamos cerca de la tierra.

—¿Crees que puedes…? —Lo evadió, aparentemente tratando de ser


consciente de la lesión en su ala, pero podía decir que estaba encantada con la
idea. Él se elevó unos metros del suelo.

—Creo que podemos. Pon tus brazos alrededor de mi pecho, tu pie en mi


pie. Sólo nos un poco elevaremos horizontalmente.

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El Club de las Excomulgadas
Sintió un poco tensa el ala cuando despegó, pero eso fue todo. Una vez con
el aire bajo él, se sintió casi sin esfuerzo, normal, dándole un ascenso a su espíritu
también.

— ¿Puedes volar en el espacio exterior?— le preguntó contra su piel, con su


cuerpo cálido apretándose contra su ingle y muslos. — No quiero decir ahora
mismo, sino usualmente.

—Sí. Entre los asteroides y los planetas. Circulo la luna y vuelvo. Te traeré
una roca de la luna si quieres.

Ella sonrió y echó la cabeza hacia atrás para encontrarse con su mirada,
su cabello salía, y giraba alrededor de ellos con la corriente de aire. Jonah se
agachó y le tocó la cara, trazando sus labios con su dedo pulgar, y pensó que le
gustaría llevarla tan alto, a los lugares que encendían su imaginación.

Tenía que ganar un poco de altura para superar la próxima formación de


rocas. Era demasiado pequeña para ser considerada una montaña, pero era un

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poco más sustancial en largo y ancho de lo que había cruzado antes. Pero se las
arregló y la escucho tomar aire por el impresionante paisaje volcánico de cráteres
y formaciones rocosas que se extendía por millas a su alrededor, como si fuera la
superficie de un planeta de verdad. Lo podía ver como si fuera de día. Lleno de
humo gris, de rojos profundos, los matices se levantaban dando paso al azul
brillante y profunda medianoche en el cielo nocturno, las estrellas como joyas y
una luna pesada se situaban a baja altura sobre todo, la encarnación de la Gran
Madre.

A pesar de sí mismo, floto allí unos minutos, admirando tanto como


Anna, sintiendo una opresión en el pecho, un susurro de las cosas que siempre
habían sido, sin nunca dudar. Las cosas que ahora dudaba, aislándose de ellas.

Lentamente descendió, y unos minutos más tarde aterrizaron a unos


centenares de metros de distancia de lo que era en verdad una estación de radio.
Una unidad de disco con cuatro ruedas que estaba estacionada en el frente,

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El Club de las Excomulgadas
maltrecha pero resistente de aspecto, como un tanque, erosionado y probado en el
entorno.

Parado atrás, fumando un cigarro, estaba un hombre de unos cincuenta


años, mirándolos a los dos.

—No sospeché que estaría tripulada, — susurró Anna. —Supuse que sería
solo una torre de transmisión o algo así. ¿Qué debemos hacer?

Jonah mantuvo un paso protector frente a ella. Extrañamente, el hombre no


parecía sorprendido al encontrar que un ángel había aterrizado en la puerta de su
casa.

Por un momento sólo se estudiaron el uno al otro. El hombre tenía el pelo


negro y ordenado, una camisa blanca de algodón y pantalones marrones.
Llevaba mocasines cómodos y sentado cerca de ellos había un par de perros
pequeños. A la vista de las alas de Jonah, se apoyaron en la puerta abierta pero
no ladraron.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Ese fue un truco, — dijo el hombre al fin. —Pero ya tengo mi lista de
invitados ¿realmente existen los ángeles? No veo porqué no pueden venir y
escuchar el programa por un rato. Desierto, hospitalidad y todo. Puedo al menos
aplaudir el esfuerzo con un poco de aire acondicionado y cerveza. También
tengo una comida extra si quisieras algo.

Aplastó el cigarro y lo guardó en su bolsillo. Sin preocuparse por su falta


de respuesta, se apoyó en la puerta, luego volvió su atención a Jonah. — No
volaste con todo ese equipo desde Los Ángeles o uno de esos lugares donde la
gente tiene más ideas que sentido ¿Verdad?

Anna cubrió su boca para ocultar su sonrisa. — Piensa que estás tratando
de entrar en su programa de entrevistas, — le murmuro a Jonah. —Es un locutor
de radio ¿Quieres irte ahora?

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El Club de las Excomulgadas
—No. — Jonah estudió la torre de radio. — Vamos a un lugar seguro para
descansar un poco. Hay coincidencias bastante fuertes. Creo que deberíamos ir y
conocerlo.

Viaje por destino… Él se estaba ganando un gran respeto por la bruja, y se


preguntó por el verdadero alcance de su poder. O si Mina misma sabía lo que era.

Mientras él mantenía todos sus sentidos afilados al acercarse, era bastante


obvio que sólo el hombre y sus dos perros habitaban la estación de radio, que
aunque pequeña, tenía un impresionante jardín de antenas y parabólicas.

Jonah le puso una mano tranquilizadora en la espalda a Anna y la siguió


dentro, plegando sus alas en una apretada superposición para arreglárselas por la
puerta. Fue un gesto automático para él, como doblar los brazos, pero estuvo
contento de sentir menos punzadas de una de sus alas de lo que esperaba. Estaba
definitivamente cada vez más fuerte.

El presentador se había parado para mirarlo y arrugado su frente. —Estás

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bien preparado. Te concedo eso. Pero eres bienvenido a dejarlos fuera, sin
embargo.

— Las mantendré conmigo. — Jonah dijo, imperturbable, mientras Anna


escondía otra sonrisa.

—Haz lo que quieras pero ten cuidado, está un poco estrecho aquí. Entra
en el estudio. Está corriendo un programa pre grabado sobre avistamientos
extraterrestres. No empezará el segmento del ángel hasta pasada la media noche.

Jonah notó el arte en las paredes donde había numerosas fotos, recortes
de prensa y artículos prendidos al azar, que abarcaban toda clase de temas no
mundanos, desde extraterrestres a la teoría del calentamiento de la tierra, de
ángeles y los orígenes y ubicación geográfica del infierno.

Unos de los artículos tenía una foto del anfitrión, probablemente de hace
5 años atrás. Randall Myers. Indicaba que había dejado una posición en una

299
El Club de las Excomulgadas
radio popular para ser anfitrión en un programa de entrevistas en una onda
independiente, un espectáculo que se centraba en lo inexplicable, teorías de las que
la mayoría se burlaban. El hombre del saco, del armario, la existencia de los
dragones…

—¿Qué te gustaría? por aquí usualmente es el agua lo que se prefiere. Y


tengo un poco de pasta del día anterior que hizo mi esposa.

—Dásela a ella. — Jonah asintió a Anna. — Estoy bien. Y tú te la comerás,


—añadió antes de que Anna protestara. —Te ves muy pálida y sabes que yo no
la necesito.

Cuando ella se calmó sin argumentar, preocupó a Jonah. Aquí donde la


luz era fluorescente, por primera vez notó las cosas que el sol abrazador, la
sombra artística del sombrero, o la oscuridad de la noche habían ocultado de él.
Su piel se veía bastante transparente, con las venas azules cerca de la superficie.
Sus labios estaban agrietados, las membranas internas de sus ojos rojos. Se dio

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cuenta de la forma de su cráneo, la pendiente del hueco de sus pómulos era
alarmante.

La cara de Randall aumentó en preocupación ya que parecía notar las


mismas cosas que Jonah. — No sé debe traer a alguien con una condición frágil
aquí, sólo para conseguir diez minutos de fama.

—No es...

—Lo sé, — Jonah la interrumpió, dándole una mirada sofocada— asumo


la responsabilidad de tu bienestar. No estamos aquí por el programa, Señor
Myers. — Habiendo hecho una valoración del hombre, no sólo por los artículos
y la evidencia de su personalidad esparcida en el estudio, sino porque
obviamente era el centro de su existencia, Jonah no tenía ninguna preocupación
de hablar con franqueza con él. — Estamos viajando a lo largo de Shcism, en
busca de una puerta de entrada ¿sabe que tan cerca estamos?

300
El Club de las Excomulgadas
— ¿Por qué cree que sé sobre el Shism?

—Está aquí. — Jonah indicó un recorte prendido en la pared.

—No hay artículos sobre el Shcim allí.

—Exactamente. — Jonah mostró sus dientes. — Tú estudias las teorías de


todas las cosas que están fuera del mundo conocido, las aireas, hablas de la mezcla
de ilusos y verdaderos pensadores, pero no expones lo sagrado de tu propio patio
trasero. Cortas muy cuidadosamente, alrededor del círculo, y dejas un esquema.

— Eres un infierno de lector, muy rápido. — Cuando Randall se sentó en


su silla, sus perros saltaron sobre el sofá junto a Anna y miraron la comida que
estaba comiendo. Él entrelazó sus dedos sobre su estómago y se inclinó hacia
atrás en la silla. Las luces parpadearon detrás de él en el tablero de control. — El
Schism es importante. Nunca lo he visto, pero sé mucho. Aún están a unas
buenas quince millas de donde se informó que se había abierto en el pasado. No
es que eso signifique mucho. ¿Irán caminando?

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Posiblemente. Estamos obligados a viajar por destino… por casualidad.

Randall gruñó, —Igual que los lugares más sagrados, no se puede


alcanzar la forma más fácil.

—Regla tonta, — murmuró Anna con un suspiro de cansancio. Jonah


observó, fascinado por un momento mientras ella chupaba un fideo que se perdió
en su boca y ella conscientemente buscó una servilleta cuando vio que él la
observaba.

—Eres la primera persona no humana que he entretenido acá afuera. —


La cara de Randall se arrugó en una sonrisa irónica. — Sin embargo habría
jurado a un par de mis pasados invitados que habían tomado suficiente drogas
recreacionales que habían mutado en forma de extraterrestres.

301
El Club de las Excomulgadas
—¿Quién dice que no somos humanos?— Anna sonrió. Se levantó
tambaleándose un poco y les dio a los perros el resto de su plato. — Esto está
mucho mejor. Gracias. Debemos dejarlo para su programa.

—Quédense un rato. — Randall movió la mano. — Puedes tomar una siesta


en mi sofá y tu silencioso compañero aquí puede resoplar con desprecio por mis
preguntas sobre los ángeles. Quédense. — Repitió. Su atención se desvió a Jonah.
—La chica necesita descanso.

— Estoy aquí— ella se los mencionó a los dos.

Jonah sostuvo la mirada de Randall. —Nos quedaremos, — dijo.

A pesar de la cara de exasperación que hizo, Anna no pareció satisfecha


con la decisión. Jonah la alejó y tomó asiento fácilmente en el sofá acomodando
su cabeza sobre su muslo. Su cuerpo se acurrucó en el interior de la curva de su
brazo y de su ala mientras escuchaba a Randall reducir gradualmente las largas
horas de la noche con la teoría del ángel. En un momento, cuando se movió, se

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


encontró con que los dos perros habían acomodado sus pequeños cuerpos dentro
de la curva de su ala también, con un peso en el extremo de la punta, un acto que
causó una expresión de desconcierto en el rostro de Randall.

—Ángeles. Las historias de rescates, los ataques... la seducción. La gente


parece tener un enorme deseo de creer que están aquí entre nosotros. Tal vez
para encender la esperanza, pero ¿la esperanza de qué? ¿La prueba de una vida
futura que tiene un orden reconocible, una legión personal, por así decirlo? ¿O
simplemente una sensación de mayor significado y propósito, demostrado por la
existencia de seres más avanzados que nosotros? Tal vez, queridos
radioescuchas, — la profundidad de Randall, su voz melodiosa atravesó la
noche, — la esperanza y la fe en última instancia reside en ti mismo. Somos
células. Si no lo logramos, quizá no lo que queremos llamar Dios tampoco. Tal
vez no somos más que una relación de interdependencia de lo que sabemos, y es
por eso que los ángeles pueden caminar entre nosotros, tratando de mantener las

302
El Club de las Excomulgadas
células saludables, erradicando el cáncer antes de que sea mortal y destruya todo el
cuerpo... de lo que llamamos Dios.

Jonah arrugó la frente mientras Randall tenía en la línea de conferencia a un


filósofo y a un estudioso de la Biblia, debatiendo con ellos lo simbólico frente a las
connotaciones religiosas de los ángeles. Luego tomó las llamadas de personas que
estaban seguras de que los ángeles habían participado activamente en sus vidas.

Rescates... Una persona había sido salvada en una inundación. Cuando ya


no pudo aferrarse a una rama de un árbol en otro momento, había sentido unas
manos, unas manos fuertes, ayudándola a aferrarse a los árboles y a su hijo un
poco más. Sólo el tiempo suficiente.

Seducciones... Aquellas que sintieron que era posible, a pesar de la


tradición de que los ángeles eran asexuados, que habían sido despertadas
sensualmente, elevadas a un plano de éxtasis espiritual y de plenitud física que
nunca habían vuelto a registrar con un amante mortal. Jonah arqueó una ceja

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


ante la mirada enigmática y burlona de Randall.

Luego vino una llamada de un hombre que dijo que fue atacado por un
ángel cuando trató de robarle a una mujer en Nueva York. Tenía las cicatrices de
las quemaduras de las huellas dactilares del ángel en su pecho, pero consideró
que era la cosa más afortunada en su vida, porque le había dado la espalda a la
delincuencia, luchado con dificultad por medios honestos y salido mejor de todo,
al darse cuenta que había consecuencias a sus acciones más allá de esta vida.

Los detalles sutiles le dijeron a Jonah que en las historias habían


participado probablemente sus hermanos, y cuáles eran las racionalizaciones de
una suerte extraordinaria o recursos que la persona en cuestión no había sabido
que él o ella poseían. Allí estaba el cuadro habitual de los solicitantes de
atención, sin un conocimiento real o de creencia. Impresionado, Jonah notó que
Randall los eliminaba a casi todos fuera del panel que ponía en el aire. El locutor
de radio conocía bien su negocio, había aprendido a juzgar a la gente por la

303
El Club de las Excomulgadas
calidad de la voz, por la entonación, por lo que hacía o evitaba decir. Y lo hacía
con una tranquila facilidad.

Esa impresión se vio reforzada por la forma en que Randall miraba hacia él
después de cada historia. No buscando confirmación, simplemente estudiando el
rostro de Jonah, su lenguaje corporal. Aunque Jonah no hacía ninguna indicación
de una u otra manera, una leve sonrisa apareció en el rostro del comentarista en
diferentes momentos, como si hubiera recibido una respuesta. Jonah se preguntó si
su expresión sería tan ilegible como siempre había asumido que era. O tal vez
Randall Myers era así de bueno.

Pero había también una fragilidad en su actitud imperturbable. Jonah


entrecerró los ojos, recordando los artículos. La mención de una esposa. Una
mujer que luchaba con el cáncer, tal vez explicara la metáfora del cáncer, aunque
sospechaba que era la última cosa que Randall quería pensar. Pero él la amaba lo
suficiente que lo impregnaba todo. Su sufrimiento, su muerte inminente. Lo más
probable era que esperara la proximidad del Shcism para que lo alentara, y era

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probable que lo hiciera, por un tiempo.

—Rescates, ataques, seducciones... — Randall repitió, llevando el


espectáculo a su fin. —Tal vez es lo que muchos piensan que son. Pero a veces la
gente me pregunta si los ángeles son de otro nivel de vida, como nosotros
mismos. Tal vez están en búsqueda de un significado también, a medida que
interactúan con nosotros en formas misteriosas que no entendemos. ¿Está el
Gran Más Allá más próximo para ellos de lo que está para nosotros?

—Una vez más, vuelvo a lo mismo. ¿Y si el nacimiento, la vida y la


muerte de la esperanza y el significado están dentro de nosotros mismos? Si Dios
vive o muere depende de nosotros y de nuestras acciones. — Randall dio una
calada a un cigarrillo nuevo, aparentemente despreocupado por el momento en
que la radio al aire murió mientras reflexionaba. — Le da un nuevo significado a
tomar responsabilidad por sus propias obras, ¿no? — Su voz rica hizo una pausa
para una risa, y como si supiera que la atención de Jonah se había levantado y

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El Club de las Excomulgadas
fijado en él, miró hacia él y asintió. —Soy Randall Myers, y es todo por esta noche.
Vuelvo mañana, misma hora. Buenas noches.

Dejando los auriculares, pasó por la estación un programa clásico, cerrando


el micrófono antes de voltearse. —A pesar de mis comentarios anteriores, es obvio
que eres muy protector con esa joven mujer, — dijo con su mirada pasando sobre la
forma dormida de Anna.

—Ella arriesgó su vida por mí. Varias veces. A pesar de que es una tontería,
vale la pena protegerla.

Los ojos de Randall brillaron y Jonah se inclinó sobre ella. —Pequeña...


Anna. Despierta. Se está acercando la luz del día. Tenemos que irnos.

—Dicen que las frecuencias de radio pueden llevar a la energía de los


espíritus, — observó Randall. — Había una buena energía en las llamadas de
esta noche, como si todos pudieran sentirla, percibirla.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


La idea en un principio golpeó sin peligro la mente de Jonah, pero luego,
bruscamente, se puso pie, levantando a Anna cuando estaba sólo medio
despierta.

— ¿Q… qué?

—Tenemos que irnos. — Podría estar equivocado, pero no había


pensado... A veinticinco kilómetros del final, y un desierto despoblado, donde se
podían meter como un pulgar dolorido.

—Espera. — Randall se levantó, sacó dos botellas de agua. —Me gustaría


llevarlos, pero no puedo salir de la estación hasta el...

— Está bien. Llegaremos a donde necesitamos ir.

—Muy bien, entonces. — Con evidente reticencia, Randall se aclaró la


garganta y los llevó a la puerta de la estación, sosteniéndola abierta.

305
El Club de las Excomulgadas
Cuando ella tropezó, Jonah se inclinó y levantó Anna en sus brazos, a pesar
de su protesta soñolienta. Ahora se volvió para mirar al hombre y al pequeño
edificio, a las antenas empujándose en el cielo como dedos que alcanzaban el
anhelo. —Gracias.

Randall asintió, luego se detuvo. —¿Puedes... — Su voz se hizo gruesa,


cubierta inmediatamente con un gesto de vergüenza. —Ah, infiernos. No sé quién
eres. Pero a veces tu instinto te dice cosas. No necesito saber exactamente lo que
vendrá después. Sólo necesito saber... Bien, la muerte parece demasiado
malditamente fea para que haya algo misericordioso después... ¿Lo habrá?... —
Tragó. —Maldita sea, no puedo soportar pensar que no habrá un fin al
sufrimiento de ella, un lugar donde pueda ser feliz y estar bien.

Anna, despertando por la voz entrecortada de un hombre al que había


sentido de otra manera, como incondicional, como piedras silenciosas en ese
desierto, se preguntó si había algo más desgarrador que un hombre que se negara
a llorar cuando lo que más amaba se estaba yendo de él, una tortuosa pulgada a

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la vez.

A pesar de que Jonah no había respondido, alargó una mano desde su


posición en sus brazos y Randall, aún viéndose consciente de sí mismo, pero
decidido, provisionalmente cerró los dedos sobre ella. Ella lo apretó,
encontrándose con sus ojos.

—He pensado siempre que la muerte es fea, así que no nos damos los
regalos de la confesión en nuestra corta vida mortal. Si llegar al cielo y una vida
sin preocupaciones fuera tan fácil como desear que así sea, nadie valoraría lo que
tenemos aquí. — Levantando la vista hacia Jonah, ella puso una expresión de
deseo. Di algo. Sé compasivo.

Su Ángel reprimió un suspiro. — Si tu esposa ha vivido una buena vida,


entonces su alma renacerá. No vendrá a dañar desde el más allá. De todas las

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El Club de las Excomulgadas
especies en todo el universo, ustedes son los más protegidos por la Señora. Eso en sí
mismo debe llevar esperanza.

Anna podía decir que era un esfuerzo, pero evitó la burla en su tono, por lo
que no sonó como si estuviera entregando un mensaje de condenación. La
expresión de Randall se alivió al mismo tiempo que la de ella.

—Es muy cínico, — dijo ella en voz baja, convocando la sombra de una
sonrisa.

—Pero no es él mismo últimamente. Hay esperanza. Siempre la hay. —


Dejó que Jonah la dejara deslizarse hacia abajo y de pie sobre sus propios pies.
Al alcanzar la mano de Randall otra vez, notó que Jonah a regañadientes se
suavizaba cuando el hombre de radio juntó con suavidad las suyas en esta
ocasión. —Adiós, y gracias por dejarnos pasar la noche contigo.

— Espera un minuto. — Randall se iluminó. — Se me acaba de ocurrir


algo.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Reteniendo su mano, la llevó hacia un cobertizo de almacenamiento junto
a la estación, Jonah fue tras los dos. Randall abrió la puerta, hizo un gesto a dos
bicicletas con ruedas gruesas. —La arena está llena de suficientes lugares así que
estas les ahorrarán algo de tiempo, y no hay una canasta en este caso para el
paquete. Si no hay nada más, les dará algo en qué apoyarse. Te daría el de cuatro
ruedas, te lo juro, pero mi esposa, debe someterse a tratamientos de
quimioterapia y tengo que tener un transporte de emergencia por si tiene una
convulsión. No tenemos ningunos vecinos cercanos, y…

—Esto está muy bien, — dijo Anna, poniendo la mano en su antebrazo.


—No queremos poner en peligro a tu esposa. No estamos muy lejos de donde
tenemos que ir. — Mirando las bicis, se preguntó si Jonah sabía cómo montar
una. —Esta es la forma en que está destinado a ser. No te preocupes.

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El Club de las Excomulgadas
Mientras el rayo del sol de la mañana se clavaba abajo en el valle, donde la
estación de Randall estaba, las alas de Jonah comenzaron a disolverse y a
desaparecer, las plumas crepitaron en cenizas en el aire.

Oyó la respiración de Randall y se volvió para ver el puñado de plumas


golpear más allá de sus piernas. Una par se quedó atrapada en la pierna de su
pantalón, obligando a los perros a bailar detrás de él para evitar el contacto.

—Mira, tienes razón, — dijo ella con regocijo cansado. —Sólo tienes que
pegar y pegar.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Dieciocho

—¿Por qué la pregunta te molesta?

—No lo hace. — Jonah imitó a Anna, poniendo su pierna encima de la bici


cuando estuvieron fuera de la vista de la estación.

—Es como bailar, — lo alentó ella. —Sólo tienes que encontrar el equilibrio
central. Y me estás mintiendo.

Él le dirigió una mirada de advertencia, pero suspiró. — Cuando los


ángeles mueren, experimentamos una forma de olvido, fuera del alcance de los
recuerdos de aquellos a quienes amábamos y con quienes vivíamos. Nos
convertimos en parte del cosmos, en la energía de la Señora, agregándonos a su
fuerza. Los humanos tienen la opción de volver a nacer. Si bien no tienen
memoria consciente cuando nacen, tienden a volver a conectarse con las almas

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que más significaban para ellos, una y otra vez. Y luego los que alcanzan la
iluminación son capaces de por fin reunirse con sus seres queridos, con pleno
conocimiento de quiénes son. Eso... me molesta.

Ella reprimió una sonrisa. —Te estás volviendo un poco más humano, Mi
Señor.

Jonah redujo su mirada sobre ella, pero encajó su pie en el pedal.


Mientras se tambaleaba, en un tiempo relativamente rápido se estabilizó.

El sol golpeó el horizonte, como ya lo hacía en la cresta de la colina


primero, y Anna hizo una pausa, tomando una respiración profunda. —Lo
haremos hoy, — dijo ella.

Jonah le puso una mano sobre su brazo. —Anna, ¿por qué cada vez estás
más débil? Es hora de que dejes de mentirme también.

309
El Club de las Excomulgadas
Ella lo miró, con las sombras bajo sus ojos haciéndola lucir más hundidos.
—Estaré bien, Mi Señor, una vez que llegue allí. Al océano. Al agua salada. Me
pongo un poco débil con la distancia estoy segura de ello. Lo que me queda en el
paquete debe alcanzarme el resto del camino.

Por supuesto. Era tan simple como el resplandor del sol sobre la arena que
pronto se convertiría en algo ciego. Él había llevado a una criatura del mar cada vez
más lejos de su casa. Desde la primera vez había sabido que la forma más
verdadera de Anna era la de sirena. Era un egocéntrico idiota.

—No, Mi Señor. — Su barbilla se puso repentinamente muy firme, con


sus ojos brillando hacia él. —Siempre ha sido mi elección. Tú no me obligaste a
hacer nada. — Una sonrisa burlona tiró de su boca. —Ni siquiera querías venir,
¿recuerdas? He tenido que transportarte quejándote todo el camino.

—Eres una constante espina en mi costado, — dijo él con una ligereza


que no sentía. —Sólo tenía que preservarme hasta que mi ala sanara y pudiera

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volar lejos de tu mal genio. Anna…

— Yo pensé lo mismo.— Ella asintió. Luego se apartó y se fue costeando


por la colina al lado antes de que él pudiera discutir con ella aún más.

Mientras la seguía, pensó en lo que había dicho sobre el baile, en nadar,


en volar, en cómo encontrar un equilibrio para cada uno de ellos era lo mismo.
Tal vez ella había querido decir algo más que eso, que la fuente del equilibrio era
él mismo, física o emocionalmente. Él lo deseó y se preguntó si podría ser tan
fácil encontrar su propio centro, por lo que podría hacer su sufrimiento merecer
la pena. Tenía que enviarla a su casa.

El libre albedrío. Era uno de los códigos más ridículos de la Señora. Pero
aún tenía un tiempo difícil con eso, así como con todo lo que estaba dentro de él
que estaba empezando a gritar que era el momento de anular los deseos de Anna
y poner su bienestar en primer lugar. Ella pensaba que estaba destinada a morir a
los veintiún años. Seguro como el infierno no quería que fuera el siguiente

310
El Club de las Excomulgadas
eslabón de la maldición, más de lo que ella quería morir sin propósito, como había
hecho su madre. Maldita sea.

A medida que el sol se elevaba, pudieron equilibrar el aumento del calor con
la brisa ocasional de una pendiente cuesta abajo. La bicicleta se hacía más fácil,
porque eran áreas rocosas planas las que podían atravesar, después que Jonah
aprendió a montarla. Aún así, Anna tenía más confianza y práctica, y debería haber
podido mantenerse delante de él. En cambio, seguía bajando hacia atrás, hasta que
fue disminuyendo para asegurarse de que no lo perdería en la subida de una colina.
También tomaba descansos frecuentes, hasta que fue tarde y sólo habían cubierto
cerca de ocho millas.

Jonah trató de no dejarla demasiado atrás, pero se encontró con que le


daba placer tomar la bajada de las colinas a una buena velocidad, sintiendo el
viento a través de su pelo, en contra de su rostro, mirando el sol bajar. Cuando
llegó a la parte inferior de una y calculó la distancia de cinco millas más, si
Randall estaba en lo cierto y el Shism cooperaba, se volvió, esperando a Anna en

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


la cresta de la colina para darle la buena noticia.

Se anticipó a su llegada yendo hacia abajo, con su pelo revolviéndose, con


su cara levantada al tacto bendecido por el viento, que soplaba en la fina
camiseta plana contra sus pechos suaves pero firmes, con la sugerencia de sus
pezones. Le hizo pensar en la noche anterior, en el sótano, con su cuerpo
elevándose al suyo. No había tenido el placer ayer por la noche debido a su
tiempo con Randall, pero estaba bien, ya que Anna había llegado a descansar en
un lugar fresco, pero sintió que sus entrañas se apretaban ahora, con la
anticipación de la noche.

Ella todavía no había llegado a la colina.

Él esperó treinta segundos antes de bajar de la bicicleta y correr por la


ladera, llegando a la cima para encontrar su bicicleta a su lado, probablemente a

311
El Club de las Excomulgadas
no más de un par de golpes de pedal hasta la parte superior. Su cuerpo estaba
arrugado en el suelo junto a ella.

—Anna. — Él se deslizó sobre sus rodillas a su lado y levantó la parte


superior de su cuerpo. Se quitó el sombrero y descubrió que su palidez era gris, sus
labios sangraban. Sus ojos violetas estaban vidriosos, casi pálidos, como si el color
se hubiera ido lejos junto con su fuerza vital.

—Sigue adelante, Mi Señor, — gruñó ella... —Ya casi ha terminado.

—Sabes mucho menos de mí de lo que crees, si crees que te dejaría aquí


para morir.

Ella sacudió la cabeza, tosió, y vio la sangre manchando su saliva. —


Moriré de todos modos, Mi Señor. Esto es importante... y tienes que irte. Ya
vienen. De alguna manera... Lo siento, mi Señor, pero creo que estábamos en la
línea de falla, pero ahora no lo estamos. Nos protege de alguna manera, y ahora
nos hemos desviado. Las direcciones que Mina me dio... Ya vienen. No puedo

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


sentir dónde está. Tendrás que seguir en movimiento.

Él la levantó en sus brazos y corrió colina abajo, a la parte inferior de la


ladera donde había varios grupos de rocas, una formación de erosión acanalada
que proporcionaba algo de sombra.

—No hay un camino, no. Mira.

Él vio la impresión débil de una cuerda hacia el oeste, y asintió. —Otro


camino para las personas que viven en esta tierra, estoy seguro.

—Tienes que seguir adelante, Jonah, — insistió ella. —Eso es todo. Toma
este camino unos kilómetros más, y estarás allí.

—Anna. Dime la verdad completa. Esto es más de lo que me estás


diciendo.

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El Club de las Excomulgadas
— El mar, — dijo ella con cansancio. — No puedo llegar demasiado lejos
del mar. Pero pensé que, con el agua y los depósitos, lo lograría por más de tres
días, sin importar lo que dijera Mina. Tenía que traerte hasta aquí. Eso era lo más
importante.

—Igual que el infierno. — Bajándola a la arena, revolvió con rapidez su


mochila. Queda un tercio del agua de mar, la bolsa de arena y conchas. — ¿Se
puede utilizar esto, sin importar en qué forma te encuentras?

—Sí, la sirena es el núcleo de mí...

—Deja de hablar. Has respondido la pregunta. — Él se puso de pie,


buscando en la dispersión de rocas a su alrededor. Ahí. Una roca de unos cuatro
pies de alto y tres pies de diámetro, tenía una superficie cóncava de los últimos
años por el rocío caído de las espinas de la yuca eclipsada. —Anna, ¿puedes
cambiar? ¿A duendecillo?

Cuando ella parpadeó, reconoció el efecto desorientador de la

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deshidratación. Se maldijo por ser un idiota, por confiar en sus poderes de
intuición en vez de en sus propios malditos ojos. —Anna. Cambia. A un hada.
Ahora. — Y Dios lo ayudara si ella le mal entendía y se volvía sirena.

— Pero me llevará... mucho tiempo volver. No estoy fuerte.

—Está bien. — Él suavizó su tono, le tocó la cara, Sintió algo demasiado


retorcido en su corazón a la gratificación inmediata en su rostro, su satisfacción
por su espontáneo toque. ¿Por qué no hacerlo más a menudo, todo el tiempo,
para que ella supiera lo mucho que pensaba en ella?

—Quiero que me toques. Que estés dentro de mí antes de irme. No puedo


cambiar.

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El Club de las Excomulgadas
—Anna. — Él se agachó, tomándolo por los hombros, y le dirigió una
mirada que habría hecho, incluso a uno de sus más aguerridos capitanes hacerse
pis. —Hazlo ahora.

Dándole una mirada de mal humor, pero bastante vacía, su cuerpo se


estremeció, se agitó. Las luces comenzaron a reunirse sobre ella, pero eran débiles y
pequeñas. Casi transparentes.

—Me duele. — Lo destrozó oírla gritar, su sirenita siempre tan estoica.


Quería abrazarla, tocarla, pero por supuesto no podía, mientras ella estuviera
cambiando. A pesar de sí mismo, pensó en lo que Luc le había dicho. ¿Será tu
preocupación, cuando ella esté muerta?

Luego se completó, y ella estaba tirada en la base de la roca, pero de


forma extraña como una mariposa muerta, con sus alas marchitas cubriendo sus
hombros.

Levantándola suavemente a la superficie de la roca, él quitó el resto del

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agua de mar y sacó el tazón de fuente que ella había estado usando. Vertiendo el
agua en ella con cuidado, trató de no derramarla en su prisa. Entonces acomodó
las conchas al lado, un poco de la arena arrojada en el cuenco. Apoyó la mochila
de hasta dónde pudiera sombrear toda la zona. Con el olor del agua de mar, ella
había comenzado a moverse cuidadosamente hacia el estanque que él había
creado, pero él gentilmente le dio un codazo en la mano con un dedo y la
levantó, metiéndola en el agua. Ella pasó los brazos alrededor de su dedo índice
a la espera, por lo que él pudo ver su fácil expresión mientras la sal al parecer,
penetraba a través de la forma física externa del hada y encontraba el alma de
sirena esperando dentro. Con la otra mano, él agitó suavemente el agua para que
rodara sobre ella en una imitación creíble del mar.

Él negó. —Viajaremos después de caer la noche.

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El Club de las Excomulgadas
—Sin embargo, Mina dijo que no debíamos viajar de noche. Para ponernos
ha cubierto.

—Deja de pelear conmigo. — Deslizando un pulgar suavemente debajo de


su cara también, él frunció el ceño mientras apoyaba su cabeza contra la de ella. —
Estás tan decidida a seguir todo lo que dice la bruja, excepto cuando se aplica a ti
misma.

—Si algo me sucediera…

—Nada te pasará. Tal vez este chamán puede ayudar. Si no puede, o si no


encontramos ese lugar esta noche, convocaré a David y él te llevará de nuevo a
la mar y a tu casa de campo en diez minutos.

—Como un avión supersónico, — murmuró ella. Sus labios temblaron,


pero asintió.

—Más rápido, te lo garantizo. Debo llamarlo ahora. — Él puso un dedo

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en su boca, parte en su garganta, mientras la yema de su dedo casi podía cubrir
su cara. —Pero no lo haré. No te angusties. Entiendo lo importante que es para
ti, Anna.

Pero no para ti, Anna pensó, tratando de ignorar el hundimiento de su


corazón. Todas las veces que había visto en él la pasión, siempre había sido en su
nombre. Estaba muy enfadado con ella, porque ella se había arriesgado.
Protegiéndola, haberse acostado con ella, haberla excitado, todos esos deseos de
motivación, pero él no tenía ninguno para sí mismo. Por la vida.

No, ella no dejó que sus pensamientos se dirigieran en esa dirección. Ella
había tenido que romper su no hecha, pero implícita promesa a Mina. La
inexplicable magia que había permitido que una sirena simplemente se sintiera
atraída a uno de los ángeles más poderosos del universo fuera de su elemento,
convencerlo de que aceptara convertirse en humano y arrastrarse por casi una
semana por la cultura humana occidental, le ayudaría a sobrevivir mucho tiempo

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El Club de las Excomulgadas
lo suficiente como para llegar hasta allí. Y una vez que llegara, el chamán podría
curar su alma por lo que sería importante para él. Ella se negaba a dejarse creer
cualquier cosa diferente. Tenía que haber algún tipo de sentido en el universo.
Alguien tenía que tener un final feliz, en una situación en la que un final feliz en
verdad importaba como el equilibrio del resto del universo.

—Preferiría quedarme contigo hasta que regreses con los de tu propia clase,
Mi Señor.

—Yo preferiría que estuvieras bien.

Sus ojos se abrieron. —Lo mismo digo. Nunca... me siento sola contigo.
Sólo segura. Caliente. Con tus alas envolviéndome. — Su mirada se desvió
encima de sus alas, que habían aparecido con la puesta del sol, que curiosamente
no recordaba ver aparecer. ¿Se habría desviado? También había cubierto sus
pantalones vaqueros con la falda de la batalla, más fresca. —No puedo entender
por qué mi tía Jude sintió miedo... pero eres tú. La forma en que me siento por ti.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—No quiero que tengas miedo.

—No lo tengo. — Ella sonrió entonces. —Fui amada por un ángel.


¿Cómo podría sentir un momento de miedo?

A Jonah no le gustó la aceptación serena de su rostro, como si fueran por


un camino donde el destino les había quitado la opción de volver atrás. Viajando
por el destino...

—Fuiste amada por un ángel. También eres la mujer más exasperante. No


tienes idea de cuándo no discutir conmigo.

—Mi tiempo puede ser corto.

—No lo será, — dijo él con fiereza repentina y aterradora. Deslizándola


más profundamente en el agua, él mantuvo la mano cerca en caso de que ella

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El Club de las Excomulgadas
estuviera demasiado débil para sostenerse encima de la misma superficie en forma
que no respiraba agua. —Maldita sea, Anna, Yo…

—Quiero decir, si vas a echarme. — Ella sonrió, en realidad casi se rió de él


con su dulce y suave boca, con ojos muy sabiondos. —Además, — dijo
adormilada. —Si dejas que David me lleve de prisa al mar, un viaje tan largo e
intenso lo obligaría a llevarse a sí mismo a tierra, y dijiste que la manera más fácil
de hacerlo, la forma más placentera...

Él dio unos golpecitos en su frente, logrando atrapar un mechón de pelo y


tirar de él como un grupo de hilos. —Te voy a ahogar, — prometió. — En
cuanto a David, te aconsejo que la manera más segura para él en la tierra sería
una meditación agradable, limpia.

Ella cerró los ojos otra vez, aunque la sonrisa se quedó, desapareciendo
sólo mientras se relajaba en contra de su mano. — ¿Los ángeles conocen
canciones, Mi Señor? ¿Cantas?

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—Estamos capacitados para hacerlo, sí. El maestro de música trabajó
diligentemente conmigo durante casi veinte años antes de que recomendara que
mi lengua fuera retirada, para que no la pudiera llegar al siguiente Apocalipsis
junto con mi voz para cantar.

—Oh, no... —Su risa fue silenciosa y débil. Hizo que los signos vitales de
Jonah se apretaran con una emoción que rara vez se había sentido en sí mismo:
el miedo. —No es de extrañar que dijera que tu canto asustaría a la mitad de los
habitantes hasta la muerte. Pero no puede ser tan malo, de verdad. Canta algo
para mí. Una canción de cuna. Hay uno sobre un caballito de mar, que gira en
un lecho de algas marinas y cambia, de ida y vuelta, de ida y vuelta, mientras
mira la luz de la luna como un hilo a través del agua con él... cada vez más
cerca, hasta que se balancea en los rayos de la luna.

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El Club de las Excomulgadas
Ella lo cantó para él, suave y fácil. A pesar de que había magia en su voz, las
notas eran claras y puras, la magia contenida en su simpleza. Ella se quedó sin
aliento, varias veces, pero la terminó. —Ahora inténtalo tú.

Por ella, lo hizo. Él gruñó, mientras su cabeza se posaba sobre el nudillo de


nuevo. Dio unos golpecitos con el tiempo en su contra. Jonah quería besarla,
abrazarla con fuerza. Llevarla volando de vuelta al mismo mar, al infierno con él.

Cuando él terminó, sus ojos se abrieron en ranuras, con un brillo en las


profundidades azul violácea. —Creo que el apocalipsis ha comenzado. Tengo la
sensación de grandes abismos desgarradores en la tierra.

—Fuiste advertida, — le recordó él. —Pequeña luciérnaga. Sabes, se cree


que algunas hadas son ángeles caídos que no fueron lo suficientemente malas
para el infierno.

—He oído que hay ángeles tan grandes como gigantes. Unos que podrían
golpearte con una mano, como a una mosca.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—A pesar de que serías uno de esos pequeños insectos que pican, de los
irritantes que no se pueden ver.

Una sonrisa apareció en su boca, y luego se apagó otra vez. —Se supone
que debemos amar toda la creación de la Señora, pero lo admito, Mi Señor,
hecho de menos al mar tanto que estoy empezando a perder el aprecio por lo que
es bello en el desierto.

—Estás en ello, — dijo él. Cuando su mirada parpadeó hacia él, su


pequeña mano se posó en la grieta entre dos de sus dedos.

—No importa lo que pase, Mi Señor, esto no lo estás haciendo tú. Fue mi
elección. Incluso los hombres que comandas, es su elección. ¿Sabes qué? Ellos no
esperan que seas infalible. Esperan que seas un hombre digno de seguir, incluso a
la muerte o a algo peor.

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El Club de las Excomulgadas
Él tragó, con su mano apretando su pequeño cuerpo. De repente, deseó que
ella fuera más grande, tan grande como la Diosa misma, y pudiera encerrarse en
sus brazos, en ella, y escapar de los sentimientos que esas palabras inesperadamente
incitaban a la vida en su pecho dolorido. — ¿Cómo puede un hombre merecer tal
lealtad, excepto cuando se les impide su sacrificio?

—No se trata de evitarles cualquier daño, Mi Señor. — Ella sacudió la


cabeza. —Se trata de hacer lo correcto y verdadero, no de rehuir de ello. Tenía
miedo de ayudarte. ¿Te dije eso? ¿En que pensé en nadar lejos con los demás? Pero
no estaba bien. Yo lo sabía, cuando te vi por primera vez.

—Podrías haber sido asesinada.

—Sí, podría. Pero habría sido peor hacer del mundo un lugar poco menos
brillante, a causa de mi cobardía. Ese tipo de cosas se suman en el subconsciente
del mundo, Mi Señor. Forman parte de su sangre.

—Eres demasiado joven para entender eso.

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—No, no lo soy. La verdad es la verdad. Es difícil aceptar cuando se
pierde a la gente que amas.

Ella lo miró mientras una lágrima se derramaba sobre su abdomen, en


proporción a una taza de agua tibia golpeando su piel y a la división de una
docena de otras gotas, calientes y saladas. Jonah miró hacia otro lado,
avergonzado de su debilidad, pero sus palabras le hicieron cerrar los ojos para
luchar por más lágrimas que no podía permitirse. —El amor se suma en el
subconsciente de todo el mundo también, — susurró ella.

Él llevó su atención de nuevo hacia ella entonces. Cuando ella apoyó la


frente contra sus dedos, el contacto resonó en todo su cuerpo. La forma en que el
ligero peso descansaba en la cuna de la palma de su mano con tanta confianza.
Las impresiones frágiles de sus curvas, los bordes de las diáfanas alas. —No
estamos lejos ahora, — repitió él, a pesar de que era arrastrado por una repentina

319
El Club de las Excomulgadas
incertidumbre sobre lo que el destino de ese viaje era en realidad. Lo que
significaría para ambos. Desde el principio, ella lo había estado guiando, y había
estado descaradamente contengo de seguirla.

Ella asintió, al parecer, demasiado cansada para hablar más.

El viento de la noche acercándose susurró en el desierto. Jonah levantó la


cabeza, girando en su dirección. Anna se puso rígida en sus manos mientras sus
músculos se tensaban y sus pensamientos se confundían, despachados en un
instante. La calidad del viento cambió, el susurro se convirtió en un silbido.

Diosa Santa.

—Malas bestias, persistentes, — murmuró él.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I

320
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Diecinueve

En un instante, Jonah se levantó de la roca, equilibrando la taza y su


precioso contenido. Mirando fijamente a la oscuridad, dirigió su atención a varios
puntos de enfoque, consciente de que podrían venir incluso de la formación rocosa
que había dejado a sus espaldas.

Cuando oyó algo debajo de él, echó un vistazo para encontrar a Anna
mirando fijamente perpleja los pliegues de la falda de batalla que se había puesto
justo antes de la puesta del sol, mientras ella dormía en el agua, ya que se había
sentido más cómodo con ella.

—Si voy a morir ahora mismo, Mi Señor, esta será una buena visión para
tener en mente. Estarán seguros que merezco el Purgatorio, desde el principio

—Puedo pensar en muchos más motivos justificables para enviarte al

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Purgatorio por un poco de disciplina —dijo, dividido entre la exasperación y la
diversión.

Justo mientras se burlaba de ella, mantuvo su guardia, buscando. Si


tuviera que hacerlo, llamaría a Luc y a David. No arriesgaría su vida por más
tiempo por orgullo, y ella estaba ligada a él ahora. Los Oscuros no la ignorarían.
Podía sentirlos moviéndose en la oscuridad, acercándose, buscando. Él y Anna
estaban escondidos entre las sombras de la roca. Una vez que los Oscuros los
encontraran, anunciarían su descubrimiento con sus gritos mortales de
costumbre, zambulléndose sobre ellos como aves de rapiña no naturales. Con su
rastro de energía como un ángel, era sólo cuestión de unos momentos

Se tensó, se puso en cuclillas sobre ella. David…

321
El Club de las Excomulgadas
Con sus sentidos atentos a la inminente amenaza, lo primero que notó fue
un gruñido apagado. Pero era demasiado constante, también… mecánico. Se
acercaba cada vez más, cada vez haciéndose más fuerte.

Luz. Luces gemelas, perforando la noche. Llegaba un vehículo. Viniendo


rápido.

Jonah maldijo. Si los ocupantes se acercaban demasiado, los Oscuros


empujarían los rastros de tristeza a auténtica desesperación, alimentarían la cólera
de una infracción leve a una violencia psicótica. Conseguirían la ayuda humana
para tratar de acabar con Jonah.

Había habido numerosos casos en que los Oscuros poseyeron cuerpos


humanos, haciendo las acciones del humano indistinguibles de un asesino en
serie o del más peligroso de los esquizofrénicos, hasta que un sacerdote
inteligente, o al menos un golpe de un ángel, ayudaron a romper la posesión del
cuerpo humano. Ahora tenía que proteger además a Anna.

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Pero antes de que pudiera volver a reiniciar su llamamiento a David,
sintió una vacilación entre los Oscuros que venían. Estaban… retrocediendo.
Confundidos por la energía o la intención del vehículo. Una fuerte intención, tan
fuerte que cuando Jonah ajustó su postura para su enfoque, las aureolas que
antes impedían ver la gran camioneta roja Dodge Ram, aparecieron como una
gran bola rodante de fuego.

El camión patinó, saltando del camino y llegando deslizándose, una


barricada entre Jonah, Anna y la oscuridad que llegaba a ellos.

Una granujilla delgada, una mujer con el pelo rubio y los ojos azules
intensos, abrió la puerta del pasajero. —Entren. ¡Daros prisa!

Jonah agarró la mochila y Anna, hizo una sola duda para lamentar la
incapacidad de salvar su agua.

322
El Club de las Excomulgadas
—Ponte al volante, Maggie. — Una mano alcanzó desde dentro, arrastrando
a la mujer hacia atrás del vehículo—. Corre como si tuvieras a los perros del
infierno detrás de ti. Justo como te enseñé.

Un hombre tan alto y fuerte como Jonah surgió del lado del conductor.
Cuando Jonah saltó a la caja trasera, sabiendo que sus alas no cabrían en la cabina,
el hombre puso un pie sobre el volante para pivotar una pierna larga, poniéndose al
lado de él. —Será mejor dejársela a Maggie. Tendremos un infierno de lucha para
llegar a casa. No los he visto tan malos desde la última sequía.

Era lo suficientemente inteligente como para no alcanzar el pequeño bulto


precioso que Jonah retenía contra su pecho, pero Maggie se asomó a la
ventanilla trasera, con sus dos manos juntas como si ella estuviera a punto de
recibir un tesoro inestimable. Jonah se tomó un segundo importante, vital para
mirar fijamente sus amplios ojos azules, tan suaves y amables, tan determinados
pese a la corriente profunda de miedo.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Matt tiene razón. Será mejor que me ocupe de ella.

—Está un poco débil.

—Estoy mejor ahora. Puedo ayudar.

—No. Tú vas con ella —Jonah transfirió a Anna a las manos de Maggie,
notando como empequeñecía a las dos. Ella tenía unos dedos bonitos, sin
adornos excepto una simple banda sencilla de oro matrimonial.

Una brisa fría se deslizó por su espalda, como un barco que pasaba, pero
infinitamente poco natural.

—En marcha, Maggie. — Rugió Matt. Jonah le señaló sopesando dos


escopetas. Él tiró una a Jonah cuando Maggie desapareció en la cabina,
sosteniendo a Anna—. ¿Puedes disparar, ángel?

323
El Club de las Excomulgadas
—Las balas no van…

Un grito y Matt amartilló el arma con una mano, girándola hacia arriba con
suavidad y la movió en el aire en un ángulo de cuarenta y cinco grados en frente de
ellos. El flash iluminó el rostro esquelético de ojos enrojecidos del Oscuro alado que
venía sobre él, a menos de veinte metros de distancia. Los cartuchos dobles saltaron
mortalmente hacia atrás, haciendo que explotaran en una lluvia de fuego que se
dirigió la luz a través de la mandíbula firmemente apretada de Matt, con sus fríos
ojos color avellana.

—Abracaderas en el suelo —Matt hizo un gesto con la cabeza hacia


abajo, indicando los recubrimientos de goma triangulares esparcidos en la caja
del camión. Tenía una bota firmemente contra uno mientras el camión saltaba
hacia delante con una sacudida terrible, vacilando, y luego daba un salto de
nuevo hacia delante rugiendo de nuevo.

—Bendice su dulce corazón. Todavía tiene problemas con el embrague.

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— Matt dio otro tiro a la oscuridad. — Ah, las campanas del Infierno.
Acercándose.

Jonah llevó el arma a su hombro y disparó cuatro rondas, observando


mientras las luces encendían el aire. Extendió sus alas para equilibrarse, y
mientras lo hacía, Matt cayó sobre una rodilla para darle espacio, y usó la
cubierta, disparando otro tiro. — ¡Aquí! —Él sostenía otra escopeta de cañones
recortados para Jonah. — Sigue disparando. Seguiré cargando y disparando
desde aquí abajo.

No había ni un arma que Jonah no supiera manejar instintivamente, pero


se preguntaba por qué en todos los Hades estaban disparando una de esas armas
que podrían destruir a los Oscuros. Dos bajaban en picado juntos.

—Arggh… —Matt fue golpeado por uno y Jonah fue despedido sobre él.
Esto dejó a Matt caído sobre el techo, enviándolo rodando por el parabrisas
delantero, mientras el otro atacaba a Jonah. Golpeando con su ala izquierda, lo

324
El Club de las Excomulgadas
golpeó y lo sacó del camión, saliendo disparado de su cuerpo mientras rodaba.
Maldiciendo, porque había fallado, él subió a lo alto, moviéndose de un tirón los
pocos metros necesarios para agarrar a Matt por el cuello y retirarlo del parabrisas.
Alcanzando a ver los ojos horrorizados de Maggie y un hada pequeña en su
hombro, agarrando su pelo.

Matt rodó a la caja del camión y se volvió con un arma cargada antes de que
los dos Oscuros pudieran regresar de nuevo. Los dos hombres estuvieron hombro
con hombro, con la cabina a sus espaldas, disparando simultáneamente. Matt dio
otra ronda más rápida de lo que un ángel podría volar, y acabó con un tercero.

Silencio. Un gran silencio, que vibraba. Jonah buscó en el cielo. Había


tantas estrellas, ninguna mancha de oscuridad anunciaba la presencia de sus
enemigos. Sabía donde se suponía que estaban todas las constelaciones en un
cielo claro. Pero también tenía cuidado para no relajar su guardia. Ellos habían
estado por todo alrededor, como una nube espesa, aunque ahora se daba cuenta
que solo había seis o siete. Pero habían descendido con aquel ataque feroz,

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


confiados en que rara vez los había visto en esos números más pequeños.
Maldita sea, Luc tenía razón. Se estaban preparando para algo.

Miró a su nuevo compañero. Matt tenía una herida que sangraba en la


cabeza, sus ojos y la forma de su boca todavía tenían el aspecto de un feroz
guerrero.

—Maldita sea. Perdí mi sombrero. Tendré que volver mañana para ver si
puedo encontrarlo. — Pero a pesar del comentario casual irritado, Jonah notó
que no soltaba su arma ni relajaba su postura, tampoco.

Los hombres se quedaron hombro con hombro presionados, estudiando la


noche desde todos los ángulos.

— ¿Todo el mundo está bien ahí dentro? —Gritó Matt, y volvió a gritar
en respuesta. — Mantente tan rápido como sea posible, Maggie.

325
El Club de las Excomulgadas
—Matt —Gritó él sobre el ruido del viento y del motor, echando un vistazo
a Jonah. — Como podrás haber adivinado. Carpintero.

—Jonah. Ángel. Como habrás adivinado.

Matt echó un vistazo al ala que rozaba su hombro. — ¿No me digas?

La sonrisa que arrugó su cara aflojó algo en las entrañas de Jonah. Había
perdido la camaradería de los soldados. Esto lo sorprendió, porque, hasta ahora, no
se había permitido identificar el espacio vacío dentro de él. Había sido uno de los
muchos espacios vacíos. Quizás aquellas palabras que las lágrimas de Anna
habían arrancado de él, habían abierto algunas otras cosas.

Jonah levantó el arma. —Estas no son balas.

—Apuesto tu culo blanco a que lo son. Especiales Wal-Mart, poco menos


de veinte dólares por cien rondas. Pero han sido bendecidas por Sam el Chamán,
y eso las hace tan letales para algo como ellos. — Saludó con la cabeza al cielo

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vacío. — Él dijo que tú venías, desde hace varios días. Hemos estado vigilando.
Somos tus vecinos, la última casa en el camino antes del Schism.

Levantó una ceja a Jonah. —Es el infierno dar la dirección al tipo de UPS
cuando Maggie hace sus pedidos de catálogos. “Toma la última casa a la
izquierda antes de que llegues a la línea de la falla mágica, donde podrías ser
sorbido en una realidad alternativa. Cuidado con las calles que no están muy
bien señalizadas” —. Echó un vistazo rápido sobre su hombro. — Aquí estamos
ahora. Debemos estar bien tan pronto como entremos por la puerta.

Jonah miró hacia atrás para ver la silueta de una casa de madera de dos
pisos, atrapada brevemente por los faros, ya que el camino llevaba hacia ella. La
valla de madera que rodeaba la propiedad era de madera, una mezcla de pulida y
tallada madera de roble blanco y fresno, marcada con los símbolos de protección.
—No pueden pasar más allá de la puerta — dijo Matt. — Así lo dice Sam.

326
El Club de las Excomulgadas
El camión se detuvo delante de la entrada y la puerta del conductor se abrió.
Maggie salió al estribo, con la mano sujetando la parte superior de la puerta.

Matt se dio media vuelta. —Maggie, maldita sea, utiliza el control remoto…

—Es la mujer; ella está…

Antes de que pudiera terminar la frase, ella gritó. Su barbilla golpeó la


puerta del conductor mientras bajaba. Su cuerpo aterrizó en la tierra y se sacudió
fuera de la vista bajo el camión.

—Bajo el camión, uno de ellos estaba… —Jonah saltó a un lado con un


arma, Matt por el otro, gritando el nombre de su esposa.

Agarrando la parte de atrás del camión con una mano, Jonah lo levantó,
subiéndolo en sus ruedas delanteras. Tuvo un breve vislumbre, horroroso, de un
Oscuro que cubría completamente el forcejeo de Maggie. Ella gritaba, con sus
manos arañándolo, tratando de empujarlo. Los ángeles más pequeños tenían

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dificultad para lidiar con el contacto físico prolongado con los Oscuros. Para un
humano, podría ser letal, si el Oscuro estuviera en modo de ataque.

Estaría ya en su mente, en su cuerpo, llevándose todos sus pensamientos


agradables o recuerdos felices y convirtiéndolos en pesadillas retorcidas, violando
cada parte de ella con su hedor. Matt lo agarró antes de que Jonah pudiera
rugirle para que no la tocara, y sus brazos, entraron en la oscuridad hasta los
codos.

— ¡Matt, libérate!

El arma construida por un humano, y la sincronización podrían ser


desconectados. Jonah tuvo la oportunidad de todos modos. Después de tantas
batallas, sabía que la vacilación era fatal. Apuntó a la cabeza de la bestia,
separada varios centímetros sobre Maggie, sin apartarse del hombro de Matt. El
hombre no se estremeció siquiera, agarrando a Maggie y rodando lejos con ella.
Dejando caer el camión, Jonah atrapó la pierna de la criatura y jaló, enviando su

327
El Club de las Excomulgadas
cuerpo a deslizarse a diez metros de distancia antes de que explotara por la magia
de la carga, regando partes del cuerpo del Oscuro.

—Entra— jadeó Matt, levantando a Maggie en sus brazos. Dejando la


puerta del conductor abierta, empujó a Maggie al volante y subió al estribo,
inclinándose sobre su cuerpo que luchaba para activar el control remoto de la
puerta y poner al vehículo en marcha. Jonah lo siguió, vigilando sus espaldas,
sondeando para asegurarse de que la puerta de cierre restaurara las protecciones
mágicas en el círculo que la valla proporcionaba alrededor de la propiedad.

Tan pronto como el vehículo había atravesado la puerta, Matt alcanzó a


apagar el motor. Maggie llorando se metió bajo su brazo, cayendo en la arena.
Cuando cayó, ella no notó el impacto, arañándose la cara y retorciéndose,
intensificando sus gritos. El hombre saltó, poniéndose de rodillas a su lado
mientras que Jonah se lanzaba hacia delante.

—Maggie.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Ayúdala…

La cabeza de Jonah giró, oyendo la débil voz de Anna en el asiento


delantero. Estaba totalmente transformada de vuelta a sirena. Su cola estaba
ahora sobre la palanca de cambios, su cuerpo inclinado en un ángulo incómodo
contra la ventanilla debido a su longitud. Sus colores morados y azules hermosos
eran de un gris moteado, enfermizo, su cara hundida, su aliento un resuello. El
agua del mar no había tenido tiempo de surtir su efecto. —Jonah, ayúdala…

—Agua — gritó él desesperadamente. — Matt, ¿tienes una bañera…? —


Pero por supuesto Matt estaba concentrado en su esposa, que gritaba y trataba de
apartarse de él, de todo lo que ella veía en la oscuridad. La oscuridad completa.

Anna tendió la mano a Jonah, rozando su pecho con urgencia cuando se


inclinó sobre ella por la puerta abierta del camión. —Sólo el océano puede

328
El Club de las Excomulgadas
salvarme ahora, Jonah, y es demasiado tarde para llevarme a allí. Ayúdala.
Corrígelo. Ayúdala ahora. No puedes dejarla así.

Con una maldición, Jonah se enderezó y se movió rápidamente para


arrodillarse con los dos. Anna luchaba por el lado del conductor para poder mirar
hacia abajo, a ellos.

—Ya está bien. Basta ya —Maggie lloraba, tratando de escapar del apretón
desamparado de Matt. — Mátame. No me hagas… No lo puedo soportar…

Jonah se encontró con la mirada de Matt de advertencia. —Le daría más


tiempo, pero el veneno se instalará demasiado rápido si esperamos. — Para
entonces, el daño a su juicio sería irreparable.

—Está bien, Maggie. — Matt usó su fuerza para enderezarla de su


posición fetal, y la contuvo contra él a pesar de sus luchas. Ajustándose para que
sus piernas estuvieran estiradas a cada lado de ella, tomó un agarre fuerte de su
espalda. —Eres la chica más valiente que conozco. Estarás bien.

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—Nunca estaré bien otra vez. No quiero vivir así. No puedo soportarlo.
— Cuando sus ojos buscaron frenéticamente se giraron a su marido, buscando el
consuelo de la fuente, en la que Anna estaba segura siempre había sido capaz de
depender, ella podía decir que la mujer golpeaba un muro de desolación, que
estaba sobre todo lo que él tenía que ofrecerle. Ella comenzó a gritar de nuevo, y
Anna no supo lo que era peor, el sonido del dolor de Maggie o el reflejo que
había en la cara de Matt.

—Si vas a ayudarla, maldita sea, hazlo. Cualquier cosa es mejor que esto.

Jonah puso sus manos dentro de Matt, contra la garganta de Maggie a


ambos lados.

La luz de la curación no se hizo esperar, tranquilizando al menos a los


observadores, pero entonces el veneno enfermizo negro y rojo salió corriendo y
por encima de su piel, como si los vasos sanguíneos de Maggie hubieran entrado

329
El Club de las Excomulgadas
en erupción a lo largo de su esternón y revelado el cuello abierto de su camisa. Eso
salía de ella, sobre las manos de Jonah. Cuando eso encontró su piel, Anna tuvo
que morderse un grito, ya que intentó entrar con el afán de las sanguijuelas
buscando sangre. Tenía la piel del mismo color, reforzando su pigmento cuando
eso comenzó a desvanecerse de Maggie. Estaba vivo, retorciéndose bajo su carne
como serpientes vivas, moviéndose rápidamente por sus brazos contra su pecho.

—Jonah… —Ella se inclinó hacia afuera, tratando de cogerle.

—No me toques. — Fue una orden aguda, obviamente hecha con la


atención que él no podía perder, por lo que ella apretó sus labios con fuerza. Sus
alas de color blanco y plata empezaron a volverse rojas como la sangre misma, y
de un negro decadente. Él se estremeció ya que eso se inyectó a la base donde se
unían el músculo y el cartílago hasta sus hombros. Algo se escapó de sus labios,
bajo y gutural, un gruñido que la sobresaltó, en particular cuando su mirada se
apartó y el iris completamente oscuro se había convertido en rojo. Matt lo miró
fijamente, su expresión, obviamente, en guerra entre mantener a su esposa o

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


coger la escopeta que estaba a varios metros de distancia.

Anna lamentaba no saber si era por lo general difícil para un ángel tan
poderoso como Jonah absorber y transformar el veneno de un Oscuro. De
alguna manera, lo dudaba. Él ya llevaba un poco de aquel veneno dentro.
Además, habían golpeado a Maggie particularmente fuerte, tal vez por esa
misma razón, sabiendo que tomaría más de su energía luchar contra su propio
veneno por salvarla. A pesar de su aspecto macabro, monstruoso y de sus
métodos Berserker12 de ataque, eran sensibles, eran más monstruos de lo que
pensaban. Ella había pensado que no podrían ser más aterradores, pero ahora
supo que había estado equivocada.

12
Es como un estado de frenesí en la lucha en el cual no se tiene conciencia o remordimiento, solo se tiene en mente destruir
todo a su paso. Así se les decía a los guerreros Highlanders que se volvían locos en las batallas, de hecho se creía que eran
como seres paranormales.

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El Club de las Excomulgadas
Maggie se derrumbó contra Matt, sus ojos en blanco de nuevo mientras se
relajaba. El agarre de Matt era apretado, sosteniéndola estable mientras Jonah
retrocedía por fin. —Maggie…

—Deberá estar bien — la voz de Jonah era baja y ronca. Mientras sus alas
eran blancas de nuevo y el veneno se había disminuido del tamaño de serpientes al
de gusanos que se retorcían, Anna todavía tuvo que reprimir el impulso de luchar
fuera de la cabaña y pasar su mano alrededor de su brazo. Como si un torniquete
tan débil pudiera impedirles avanzar poco a poco hacia arriba hacia su pecho, otra
vez, donde tantos órganos vitales descansaban, como su corazón.

En realidad no sabía lo que era vital en el cuerpo de un ángel, ya que eran


inmortales. Sin embargo, dado que muchos de los soldados de Jonah habían
muerto luchando contra esas cosas, no tenía el consuelo de creer que la
inmortalidad significaba invulnerabilidad.

Un vistazo hacia Maggie le mostró que su expresión se había aliviado, sus

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dedos en la inconsciencia se doblaban alrededor del brazo de su marido. Jonah
había tenido éxito. Había reparado la grieta rasgada en su alma por el Oscuro,
expulsando la oscuridad que habían vertido en ella. Anna tenía la sospecha, sin
embargo, que él lo había atrapado en sí mismo, le había dado un anfitrión
mucho más atractivo para habitar. Cuando volvió su atención a él, preocupada
por ese pensamiento, se encontró con que había desaparecido.

Ella no tenía ninguna fuerza, pero se las arregló con valor por sí sola para
arrastrarse hacia afuera por la puerta abierta del conductor. Cayó al suelo,
sintiendo el golpe a través de su cuerpo. Necesitando un momento para que el
mundo se enderezara de nuevo y la bruma del dolor se borrara de sus ojos.
Entonces comenzó a luchar por él con brazos temblorosos, no haciendo caso al
roce doloroso de la arena, que arañaba sus escamas sensibles y frágiles.

Por suerte, él no se había ido lejos. Había rodeado el camión, cruzado los
pocos pasos al cierre de la puerta y lo estaba revisando, sólo afuera de los límites
de la propiedad. Tan pronto como llegó allí, había caído de rodillas y había

331
El Club de las Excomulgadas
comenzado a vomitar, arrojando ola tras ola de vómitos oscuros, que olían de
modo asqueroso con el olor desconcertante de la sangre. Los rastros azules de su
propio fluido de la vida estaban en eso, una luz etérea que ella no quiso ver
mezclada en aquella mala poción.

Dado que la valla era de listones paralelos horizontales, ella logró arrastrarse
bajo ellos y se subió sobre uno silenciosamente, rezando para mantenerse. Él la
necesitaba. Se agarró a ese pensamiento, y lo manejó como un arma contra la luz
que se apagaba en su propio cuerpo. Mientras tuviera un aliento y un latido en su
corazón, se lo daría a él. Aunque le había dicho que no lo tocara, ella alcanzó
hacia adelante y apartó su pelo a un lado, de donde había caído delante de su
cara. Suavemente lo apartó del camino mientras él se doblaba hacia adelante,
obviamente concentrado en purgarse. Ella lamentó que no se lo pudiera quitar
como había hecho con Maggie, pero sospechó que lo que estaba viendo sobre el
suelo provenía de Maggie. La sangre azul era lo único que venía de dentro de él.

Cuando él se detuvo, con la cabeza hacia abajo, con sus costados agitados

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ella tiró de su codo. —Alejémonos de esto.

—No. Necesito sepultarlo, quemar la tierra.

—Déjame ayudarte.

—No…

—No lo tocaré, pero no lo harás solo.

Mientras él cavaba un agujero, ella empujó cuidadosamente arena sobre


el lío pestilente, agregando algunos palos secos de la vegetación que había
alrededor de las puertas. Todo lo que vivía por fuera de la puerta estaba muerto.
Se preguntó si la presencia de algún Oscuro habría hecho eso al instante, o si era
simplemente la prueba de cuan a menudo el mal se reunía afuera de la entrada de
la propiedad de Matt y Maggie, probando el poder del círculo.

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El Club de las Excomulgadas
Él le prendió fuego con una simple mirada, y el olor de todo la tuvo
tapándose la boca. Jonah echó un vistazo en su dirección, y con un movimiento de
sus dedos, una brisa se levantó, llevándose el hedor con el viento lejos de ella. Pero
luego volvió a mirar fijamente la insidiosa pira funeraria.

—Sabes que está creciendo en ti, ¿verdad? —Preguntó ella suavemente. —


Sabes que por eso no le importó al chamán. Quiere ganar.

—Simplemente sucedió en un momento oportuno. — Dijo Jonah, sin


cambiar su mirada. — El veneno tenía que tener algo a lo que adherirse.
¿Entiendes?

—Lo hago. — Usó sus dedos para limpiar la humedad de las esquinas de
sus ojos, como resultado de sus esfuerzos, no de sus sentimientos. Dudaba que él
hubiera tomado alguna vez la salida fácil de algo. Quizás la mejor manera de
derrotar a un guerrero sería quitándole la creencia de que estaba luchando por
algo serio. ¿Cómo un hombre como él trataría, en última instancia, con tal negra

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desesperación? Luchando contra sí mismo, podría ser la única respuesta. Ese
pensamiento llevó un escalofrío de aprensión con él, recordando ese breve
horrible momento cuando sus ojos habían sido rojos.

—Tienes mucho por qué vivir. . Logró decir ella—. Sólo piensa en las
mujeres, a lo largo y ancho, que se pondrán en cola para mantener su pelo fuera
de tu cara mientras vomitas.

Cuando se centró en ella, saliendo de cualquiera de los horrores que


luchaban dentro de él, intentó sonreír, incluso cuando ella sintió el tartamudeo
en su pecho, envió un rayo de dolor a través de ella. Espera un poco más, suplicó
a cualquier dios que pudiera escuchar. —Es una broma humana.

—Estoy familiarizado con ellas. — Tendiéndole la mano, la cerró sobre la


suya. — Anna.

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El Club de las Excomulgadas
Con su mano en la suya, estuvo lo suficientemente estable para tomarle la
mandíbula, aliviada cuando no la detuvo. Ella trazó la firme suavidad de su
perfecta piel, incluso si lo que irritaba por debajo de la superficie estaba lejos de ser
perfecto. Haciendo que sus labios rígidos se movieran de nuevo en un esfuerzo
vital. —El chamán te ayudará. Sé que a ti no te importa, pero no sabes por qué
todos nosotros nos molestamos, pero tengo fe de que estarás destinado a vivir, Mi
Señor, y lo que es más, a gozar de ello de nuevo.

—Anna… —Cuando su cuerpo se balanceó adelante, Jonah movió su toque


a sus hombros, sosteniéndola estable.

—Ronin te hizo reír cuando te olvidaste de cómo hacerlo por tu cuenta.


— Dijo ella, con su aliento difícil. Pero eso era importante, lo sabía. Apretó la
mano sobre su brazo, sus uñas se enterraron para mantener su atención. — Pero
tu risa todavía está ahí. Y tienes risa propia y pasión dentro de ti todavía.
Tengo… que verlo. Me lo diste, como un regalo. Quise vivir lo suficiente para
verte reclamarlo. Eres un regalo para todos nosotros, un tesoro incalculable. Por

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favor, inténtalo. Necesitamos esto. Tenemos que saber que tú estás allí,
protegiéndonos. Tengo que saberlo. Prométeme que irás al chamán.

Su cabeza era pesada, tenía que posarla. Y así lo hizo, cayendo al suelo y
poniendo la frente sobre la rodilla. —Debes seguir adelante. El alba casi está
rompiendo. Es lo que se supone que tienes que hacer.

El estremecimiento corrió por ella, llevando sus palabras, agarrando sus


órganos internos, apretándose, haciendo que las cosas tuvieran un aspecto
borroso, incluso el contorno de su cara, sus alas pálidas como nubes. Así sería el
modo en que eso se terminaría, y estaba bien. Pero, ah, le habría gustado tenerle
por un poco más de tiempo. No había esperado abandonarle antes de que la
dejara, y había querido recordarle feliz, entero. Estaba bien. En una semana, la
Diosa le había dado más de lo que nunca había esperado.

—No. No. — Agarrando sus hombros, Jonah trató de levantarla, de


despertarla, sintiendo desesperadamente el aleteo débil de un pulso. Haría que

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El Club de las Excomulgadas
sus alas trabajaran, aun si eso destruyera su capacidad para usarlas de nuevo. La
llevaría a su querido mar. ¿Qué había estado pensando? Él podría…

El sol naciente golpeó su espalda y él gruñó. — ¡No!

Trató de resistirse, pero la transformación se empujó encima de su cuerpo, le


hizo presionar su pecho con fuerza con el trabajo que hacía. Las alas se habían ido
en un abrir y cerrar de ojos, para el resto de los mortales en polvo, el pequeño
puñado de plumas que siempre parecían sobrevivir al proceso flotaban sobre la
tierra. A medida que sucedía, paralizadas temporalmente por la transformación,
las vio caer sobre el suelo, bajo el camión, con Maggie en el otro lado. Se
detuvieron allí, apoyados en varios puntos contra su cuerpo.

—Matt… —Ella estaba consciente, y ahora trataba de luchar por una


posición más derecha. Cuando Matt trató de detenerla, lo golpeó, cogió un
mechón de su castaño pelo y le dio un tirón fuerte, para conseguir que le prestara
atención. — Sótano. Llévala allí. Rápidamente. La primavera.

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Jonah apartó su atención de ellos. —La primavera tiene propiedades de
curación mágicas. — Tosió ella— Podría ayudar. — Cuando Matt dudó, su voz
se elevó. — Estoy en el círculo ahora. Estoy segura. Ella necesita nuestra ayuda,
Matt. Se está muriendo. ¡Corre!

Él le dio un beso áspero, desesperado, y luego se arrancó de su lado para


llegar a Jonah. —Voy a ayudarte a levantarla. Ella tiene razón. La primavera
puede ayudar.

Maggie estaba tan débil e indefensa, tirada en el suelo a un puñado de


metros, y a una puerta de distancia de los restos del Oscuro quien casi la habían
llevado lejos de Matt. Cuando Jonah miró a Anna, pensó en cómo se sentía
sobre ella, y tomó su decisión.

—Dime a dónde ir. — Dijo Jonah. — Quédate y cuida de tu esposa.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veinte

Fue el segundo sótano que visitaban esa semana, aunque el habitante de la


bodega habría preferido éste como su domicilio actual. Jonah abrió la puerta del
piso de la cocina con la llave que Matt le había dado, y llevó a Anna por las
escaleras, a un mundo de roca roja y olor no muy lejano, pero inesperadamente
lleno de agua salada.

Odiaba tener que llevarla sobre el hombro de esa manera, sabía que era
incómodo, pero la escalera era demasiado estrecha y su cuerpo de sirena llevaba
demasiado tiempo acunado en sus brazos. Ella trató de mantener sus pasos. Su
falta de respuesta puso un miedo frío en su interior. ¿A cuántos muertos habría
cargado de esa manera, conociendo la sensación de peso sin vida encima de su
hombro? Él apretó el paso.

Incluso el primer aliento, verdaderamente profundo de solución salina no

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pudo darle consuelo. Sólo cuando estuvo seguro de que tendría que dejarla en el
suelo para asegurarse de que estaba todavía con él, ella movió débilmente los
dedos rozando la parte posterior de su muslo. — ¿Océano?

—Algo por el estilo. Espera, Anna. Espera. ¿Me escuchas?

El alivio lo inundó cuando oyó el gorgoteo del agua, el sonido de volteo


en la fuente de agua subterránea que Matt había indicado era alimentada por el
océano de alguna misteriosa manera, otro de los secretos del Shism, una
confluencia de todos los elementos. ¿Qué representación más fuerte de agua
podría haber que el océano?

Había pasado casi una semana desde que había conocido a su sirena, y,
por supuesto, Mina había dicho que ese detestable hechizo desaparecería en una
semana. Antes de que él los hubiera enviado a la bodega, Matt había dicho que
no podía cruzar el umbral del Shism en el dominio del chamán como ángel.

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El Club de las Excomulgadas
Debia irse hoy, pero no había sentido ninguna prisa por conocer al chamán desde el
principio, y desde luego no iba a dejar a Anna ahora. En algún lugar más profundo
de su conciencia aletargada, sabía que ella tenía razón sobre el veneno. Pero él no
parecía tener la voluntad para nada más que para cuidar de ella.

—Jonah...

—Aquí estamos. — Él no lo dudó. Era amplio, de casi una docena de


metros de diámetro. Mientras maniobraba por la orilla y caminaba directamente al
flujo del agua, se encontró rápidamente yendo más allá de su cintura, lamiendo
su pecho. Su cola se sumergió primero, y luego la movió en sus brazos para bajar
el resto de ella, aferrándose a su cuerpo mientras ella dejaba caer la cabeza hacia
atrás. Siguiendo su impulso, él tomó su aliento, sumergiéndola en la preciosa
agua salada, al olor que le recordó el aroma en las costas afuera de su casa. Los
ecos en la caverna causados por el flujo del agua eran incluso similares al sonido
de las olas lavando la arena.

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Las branquias a lo largo de su cuello estaban trabajando, ondulando con
movimientos suaves. Sus ojos estaban abiertos, y ella lo estaba estudiando,
mirándolo con esa mirada suave y melancólica que era sincera, tan
escaldadamente pura. Sus manos se aferraron a sus bíceps mientras el agua
empapaba su falda de batalla.

Su color era cada vez mejor, el púrpura y el brillo azul de su cola era cada
vez más luminosa, perdiendo su textura quebradiza. Tenía las mejillas llenas, así
como su rubor normal, de color rosa claro regresando, como el interior de una
concha nacarada. Pero al ver sus ojos él supo que debía mantenerla debajo de la
corriente. Había estado demasiado cerca del final. La fuerza de su cuerpo no era
la única cosa que casi la había dejado.

—Tienes que irte, — musitó ella.

337
El Club de las Excomulgadas
Él negó. —Me iré mañana por la mañana. No me iré hasta que no sepa que
estás bien. Además, tenemos que cuidar a nuestros nuevos amigos.

Él sabía que la convencería con eso, más que con atender su propio
bienestar. Y no era una mentira. A pesar de la curación, sería bueno para él tener a
Maggie en observación una noche más. No por primera vez, se preguntó si los
ángeles serían hombres, porque los Oscuros tenían un efecto tan devastador sobre la
energía femenina. Saqueaban su sagrado equilibrio, el bien de la fuerza que
mantenía a la Tierra sólida, directamente vinculada a la Diosa. Algo cambió en su
mente con el pensamiento, un secreto que sentía que debería saber, pero no lo
hizo. Se lo quitó de encima. No tenía tiempo de misterios en estos momentos.

—Deberías haberme hablado de los tres días, — le reprochó él. —Creo


que nos pusimos de acuerdo desde el principio que se suponía que siempre me
dirías la verdad.

Sus labios se curvaron en una sonrisa, sin complejos, pero en silencio, ya

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que ambos sabían por qué se había arriesgado.

Los Oscuros parecían muy decididos a no llegar hasta aquí. Ese último
ataque había sido el más agresivo. Él tenía voluntad suficiente para querer
resistirse a sus deseos, pero a causa del odio de sus enemigos, no por algún bien
mayor. Dudaba que el Schism estuviera interesado en abrirse para ese propósito.
¿Y por qué habría de hacerlo?

Mientras él veía que el agua salada restauraba algo de la fuerza de Anna,


no pudo ignorar la cruda imagen de ella por ahí, una sirena en el desierto,
ayudando a enterrar los vestigios del mal, dispuesta a morir por él, cuando no
había hecho nada para protegerla desde el principio.

Él se merecía el desprecio de Randall.

A pesar de que tuvo un pensamiento de desesperación, ella salió a la


superficie, aferrándose a él. Su expresión arrancó algo de él. Pensó en la

338
El Club de las Excomulgadas
desolación de Maggie, creada por el veneno. Todo lo que los Oscuros habían tenido
que hacer para infectarlo era cabalgar sobre la desesperación que se había creado en
sí mismo.

— ¿De dónde viene tu alegría, pequeña? ¿Nunca se baja?

—Así es, Mi Señor. Pero siempre hay momentos como este para llevar la
tristeza lejos de mí. — Cuando volvió a sonreír, él se quedó sin aliento, por la
forma en que parecía poner un bálsamo en el dolor de su pecho.

—Cada tritón en ese maldito océano debería haber estado luchando por el
derecho de amarte, de acariciarte.

Ella se sobresaltó, después ese mal que parecía incapaz de frenar se


deslizó en sus ojos. —Y ¿qué habrías pensado de eso, Mi Señor? ¿Te gustaría
entregarme a sus manos? ¿A sus labios? A sus...

Ella ya estaba cerca de su boca, pero antes de que pudiera decir lo

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impensable que iba a decir, él acortó la distancia. Oh, diosa. El mar había traído
la fuerza de vuelta a su cuerpo físico en cuestión de minutos milagrosamente,
aunque, como él se había dado cuenta, su espíritu estaba todavía recuperándose
de su separación. Pero la pasión que ella le daba ahora hizo caso omiso, con su
reacción mortal cuando su cuerpo rozó tan de cerca la muerte. El deseo de
conectarse. De vivir y crear algo más de sí mismo.

Eso sacó una respuesta de él, que no debería sorprenderlo, porque ella
había despertado el deseo en él la primera vez que la había tocado, hundiéndose
en el abismo. Pero ahora surgía en una ola de frustración y desesperación tan
fuerte que no sabía que si podría infligir la violencia de él sobre ella.

Se forzó a volver a centrarse en ella. Tal vez podría hacer de este


momento más de lo que ella esperaba. Tal vez podría utilizar su placer como una
poderosa magia propia, para crear y transmitir una apariencia verosímil de lo
que podría haber sido alguna vez capaz de darle. Y si lo hiciera bien, tal vez ella

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El Club de las Excomulgadas
no se daría cuenta de que toda la magia provenía de ella. Como había sido desde el
principio.

La Diosa sabía que ella se merecía algo de él, con todo lo que le había hecho
pasar.

Maniobrando a las afueras de la orilla, con sus bocas aún unidas, él rompió
el contacto sólo para levantarla en una roca plana. Mantuvo la mayor parte de su
cola sumergida, ya que su conocimiento de la biología de sirenas le decía que sus
sensibles escamas eran los conductores principales del efecto curativo de las
aguas del océano. Él había llevado su mochila y ahora buscaba a través de ella
mientras ella lo observaba con curiosidad. Él eligió varias de sus conchas, dos
pequeñas redondas y un ala de ángel oblongo que ella había envuelto en tela para
proteger su estructura más frágil. Conociendo su extraño sentido del humor, él
sospechaba que deliberadamente la había elegido para el viaje.

A medida que lo sacaba todo, las colocó en la plataforma poco profunda

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de su vientre para sostenerlas, incrementando su diversión.

— ¿Qué estás haciendo, Mi Señor?

—Dándote algo en que pensar sobre las sirenas—, dijo él.

Mientras ella arqueaba una ceja, las conchas sumergidas hicieron un


ligero movimiento, revelando la rápida respuesta ejecutarse bajo su piel. Hacía
que se calentara su propia sangre. Pero, una vez más se contuvo.

—Ya te he dicho sobre el Hombre Privado, — dijo él, moviendo las


conchas nuevamente, esta vez colocando las dos pequeñas y redondas en sus
pechos, montándolas sobre cada pezón lo suficiente como para que se quedaran
allí, dejando que sus sensibles puntas sintieran la textura del interior de la
concha. —Dime algo que no sepa.

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El Club de las Excomulgadas
Ella lo miró, sus ojos cada vez más brillantes por la excitación. Él quería
verlo crecer y consumirla, para confirmar que no sólo su cuerpo sino su alma tenían
un firme control sobre la vida de nuevo.

—Has vivido tanto tiempo, Mi Señor. No me puedo imaginar. . .

—Prueba, — dijo él en voz baja, levantando el ala de ángel, acariciando su


vientre con los dedos.

—Hay una cueva bajo el agua cerca de México, — dijo ella al fin. —Tiene
un túnel desde el océano debajo de un lecho de río. Hay formaciones cuevas
rocosas de más de un millón de años. Se desmoronan si se los toca, así que tienes
que nadar lentamente. En algunos lugares el agua es de un azul cristalino
brillante.

Mientras ella recordaba, sus ojos parecían ser más vibrantes, también.
Jonah vio su cara, estudiándola duro, tratando de encontrar el secreto de la
misma, la razón por la que ella había tenido la posibilidad de tenerlo tan cerca

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desde el principio, buscando algo que no quisiera darle, pero todavía no pudiera
separarse. —En un momento, hubo aberturas en el lecho del río, en la superficie.
Las tribus de los mayas que vivían en la zona del río los utilizaban para bucear y
dejaron cerámica, como regalo a la diosa Ix Chel. Yo los encontré allí, enormes
montones de ollas bajo el agua. Las estalactitas y ácaros son como columnas de
un templo.

Ella acomodó la cabeza hacia atrás en una subida de la roca, cuidando de


no mover las conchas. Mientras lo hacía, sus pechos se inclinaron hacia arriba.
Cuando su mirada siguió su movimiento, un color de respuesta calentó su
garganta. Él estuvo agradecido por el agua fría, ayudando a mantener su cuerpo
inmóvil, unido por su voz.

—Más profundo, encontré una estatua de ella, tan alta como dos de ti.
Estaba sentada con las piernas cruzadas, y cuando fui a su base, no pude evitar
tocarla, sólo una pequeña parte de su pie para no hacer mucho daño. Pero era

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El Club de las Excomulgadas
sólida, no se desmoronó en absoluto. Como si estar en el agua todo este tiempo
sólo hubiera aumentado su fuerza. Y así —el aliento se dibujó cuando sus dedos se
deslizaron por su estómago, entre sus pechos — me hice un ovillo en su regazo, que
era la curva perfecta para mi cuerpo, y me dormí. Extrañamente, se sintió como un
regalo para ella, acompañándola de esa manera. Mi Señor…

—Estate quieta, pequeña. Has viajado mucho por el mar, ¿no? —Su dedo
viajó a la izquierda, siguiendo la curva de su pecho, con sus ojos quietos en su cara
de esa manera que hacía que la lengua de Anna se sintiera como si no funcionara
correctamente. —La primera vez que nos conocimos, me dijiste que tu familia
estaba acostumbrada a tus ausencias. Has pasado mucho tiempo a solas.

—No. — Ella sacudió la cabeza, sus dedos se doblaron a los lados,


tratando de obedecer su orden de quedarse quieta, incluso con los sentimientos
dando vueltas en espiral violentamente en su interior, todo enrollado dentro sólo
con su toque. —Incluso ese día. Ix Chel estuvo conmigo. Luego están las
ballenas... las rayas... los peces y la vida marina de todo tipo. Incluso los

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blennies13 de mal humor.

—Pero nadie puede hacer esto. . . —Y las conchas pequeñas se movieron,


con una ligera elevación, como el movimiento de una criatura oculta debajo de
su pezón, apretado, alargado, en respuesta a él.

—Si estuviera en tu forma humana, me gustaría poner esto— le pasó la


mano por la concha de ala de ángel descansando sobre su estómago —sobre la
carne sensible entre sus piernas un poco sobre la abertura húmeda de su vagina.
Vería la manera en que se reaccionas a las más desnudas presiones allí.

Ella podía imaginarlo vívidamente. Como cuando en la orilla de su


propio océano familiar, en cómo colocaba la planta de su pie sobre la arena

13
Son peces pequeños, con cuerpos alargados, los ojos y bocas relativamente grandes. Generalemente son
solitarios y viven cerca del fondo del mar.

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El Club de las Excomulgadas
húmeda, en espera de que la pequeña primera capa de espuma. . . el más elemental
de los toques...

Igual que la primera vez que él la había colocado en el agua. El alma se


sostuvo en ese momento, abrumando la base del cuerpo necesitado para su mera
supervivencia. Dándole a su mente una gran lección de la importancia de la
quietud, de saborear el diluvio aplastante de significado de lo que con un solo
toque, un sentimiento, significaba. Incluso si al momento siguiente se iba.

—¿Alguien más puede hacerte eso mi pequeña?

—Bien...

Él se detuvo, con su mirada moviéndose, caliente y posesiva de una


manera en que flechaba el calor directamente a su hendidura, a la hinchazón de
sus tejidos, que era como si la concha la comprendiera, de hecho. Ella dejó
escapar un pequeño gemido.

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—No, Señor mío. Por supuesto que no. — Pero cuando él la miró sólo
así, como si la considerara exclusivamente suya, le hacía cosas tan maravillosas y
terribles a su alma, triturándola. Rasgando la membrana delgada que sostenía la
alegría de la vida nueva, pero también todos sus órganos vitales, frágiles, una
mezcla de agonía y de placer a la vez, así como de vida nueva.

Ella se deslizó hacia abajo en el agua, debajo, haciendo que las conchas
flotaran. Cuando Jonah se inclinó, ella lo alcanzó. Acabó de sacar la cara del
agua, de alcanzar sus brazos, bajándolo lo suficiente como para saborear sus
labios húmedos. Luego lo llevó hacia abajo hasta que él se hundió bajo la
superficie, extendiéndose sobre ella. Su boca le dio aire a su cuerpo humano,
como una sirena podía hacer, por lo que fue posible para él respirar, aunque su
corazón latía con fuerza detrás de sus orejas y su pene estaba deliciosamente más
duro.

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El Club de las Excomulgadas
Mientras ella apretaba sus pechos contra él, Jonah sintió la suave línea de su
estómago contra el suyo, la superposición artificiosa de las escamas en uve hasta la
parte inferior de su abdomen, haciéndole pensar en lo que estaba oculto allí. Pero
por el momento, no había más que el placer muy intenso de su boca.

Tal vez la batalla le había dado el mismo recordatorio de la fragilidad de la


vida como la deshidratación había hecho, estimulándolos a los dos. O tal vez la
magia que él quería que ella evocara lo estaba afectando también. De todos modos,
él estaba híper-alerta de sus dedos presionando sus hombros, doblados en su
músculo. El arco de su cuerpo, la línea de sus costillas que ahora seguía con sus
dedos, como ondas en la arena dejada por las mareas. Le hacían pensar en las
alas de las Hadas, que habían aparecido formadas por el agua, y se preguntó si
en el mar, la espiral de él, estaría dentro de Anna, de tal manera que cuando ella
se abriera de esa forma, todo el misterio sensual de las turbulentas aguas de los
océanos lo envolvieran y que era por eso que no podía aferrarse a ninguna cínica
decisión. ¿El hijo de puta egoísta que era, había comenzado eso para su placer o
por su consuelo?

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


¿Importaba?

No sabía si eso había salido como un suave murmullo de su mente, de


forma inconsciente en respuesta a su conflicto, o algo mucho más grande que él
con lo que no estaba preparado para enfrentar.

Estuvieron surgiendo. Él la atrapó entre su cuerpo y una de las rocas más


grandes que daban forma a los bancos de la orilla. Él notó brevemente que había
rocas talladas, más protegidas, pero también le recordaron al dragón fosilizado
en la primera cueva, donde Anna lo había llevado para salvar su vida. Una vida
que a él le había importado muy poco salvar.

Aunque no de mucho valor todavía, con sus bromas acerca de los


tritones, él se encontró pensando en quién se haría cargo de ella. En asegurarse
de que la pasión de la belleza y el suave pero duradero milagro de la vida nunca
disminuyera. Ella tenía sólo veinte años, y él era tan antiguo como la historia.

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El Club de las Excomulgadas
Sin embargo, había algo tan precioso en ella, algo que casi le daba sentido a su
vida. Y, con la sabiduría que él no podía negar, sabía no sólo conocía la suya.
Fuera lo que fuese, él sólo podría asemejar la calidad de la propia Diosa. Si Anna
no estaba viva, ya existente, entonces la vida en su conjunto sería menor, para todo
el mundo. ¿Y no era el colmo de la ironía que ella le hubiera dicho casi lo mismo a
él?

Este tipo de cosas se sumaban al subconsciente del mundo, Mi Señor.

Eres un regalo para todos nosotros. . . Tenemos que saber que estás ahí, que nos
proteges.

Él se acordó de la risa de Ronin. Su corazón había sido golpeado por él,


cuando eso se había perdido. . . Sin embargo, ¿Él lo había perdido, o lo dejaría
en el entumecimiento de su dolor?

Su cuerpo tembló, presionándolo insistentemente. — ¿Me deseas, Anna?

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Ella asintió, con las mejillas encendidas. —No sé si puedo... pero te
necesito dentro de mí, Mi Señor.

—Jonah. — Tomando su cara, él pasó un dedo sobre sus labios húmedos.


—Llámame por mi nombre, pequeña. Necesito que me lo digas, saber que
entiendes que somos apenas los dos aquí en este momento. Y saber que
entiendes que yo soy el que está de rodillas, adorándote. Necesitándote.

Ella tragó, con sus emociones desnudas como las emociones iniciales de
la Tierra, con todas las líneas grabadas en el detalle perfecto de su rostro, con
todo lo que tenía para que lo leyera.

—Jonah. Mi Señor.

Él cerró los ojos y ella lo dijo de nuevo, con su mano estirándose y


pasando por encima de su cabello. Con ese ligero toque en la cabeza

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El Club de las Excomulgadas
recordándole una línea evocadora de una canción irlandesa, David había tocado un
tambor una noche. Después de la batalla, donde Ronin fue asesinado.

Y su espada no se levantaría nunca más.

Ahora se preguntaba si David había jugado como una comodidad más que
un canto fúnebre. Para sentar la cabeza en el regazo de una mujer, y sin que tu
espada se levantara nunca más. Ella estaba a salvo, y él estaba en casa.

—Una vez, Mi Señor. Por favor. Levanta la magia conmigo, conviértete en


una parte de lo que hacemos juntos, para nosotros dos. No me hagas sentir como
si yo estuviera sola en esto, obligándote, que hay una cosa separada del placer
que podemos sentir el uno por el otro.

Pasó un momento largo, pero entonces Anna lo sintió, una ola de calor
como la comodidad de la propia agua. Más que el agua. Todo. El sol, el mar, la
tierra y el viento. . . Ella cerró los ojos, sintiéndolo arrastrarse sobre ella. Magia
de Ángel, a pesar de que estaba en forma humana. Diosa, si se trataba de un

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intento a medias, toda su fuerza podría hacerla delirar de felicidad, nunca
recuperando su ingenio una vez más.

Al fin ella entendió, de una manera en que no había antes, por qué la
magia de Unión por sí misma la había dejado con tal dolor vacío en su corazón.
Al reunir sus cuerpos en el deseo elemental de todo ser, era estar plenamente
dentro del corazón y el alma de otra persona. Era la divinidad y la mortalidad a
la vez, el arrepentimiento punzante y la alegría que podría tener un alma
suspendida en el tiempo.

Ella sabía que todos los seres temían el cambio. Cambiar significaba que
nada estaba garantizado. Pero por alguna razón, esto se sentía tan tranquilo, tan
permanente. No sería ella, que nunca cambiaba, nunca se alteraba, mucho
después de que él se hubiera ido. Después de que ella se hubiera ido.

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El Club de las Excomulgadas
Encontrando la fuerza entonces, ella podría decir que lo sorprendió la
transformación de la salud humana y el levantamiento de sus piernas para cerrarse
encima de sus caderas. Mientras que ella se sentía más como una sirena, quería ver
su rostro, que la mamara sus pechos así. La forma física ya no importaba cuando el
alma estaba tan cerca de la superficie.

Jonah la sostuvo, sabiendo que ella quería su cuerpo dentro de ella.


Necesitando ver su cara mientras la tomaba. Pero por un momento él la necesitó,
también. Tenerla así, con su mano contra su pecho, con su suave hendidura
presionada contra su entrepierna. Él descartó su falda de batalla y aferró a sus
nalgas desnudas bajo sus manos, mientras la llevaba a la orilla donde podrían
acostarse sobre la tierra húmeda, donde la pintaría con rastros suaves de seda de
arcilla, oscura y gris y con algo de rojo, sobre las líneas de sus pechos. Ella se
arqueó con su toque, jadeando, y el deseo aumentó, caliente y puro. Él se
inclinó, besándole un pezón, y luego tirando de él, lentamente, con su boca,
saboreándola y a la tierra, haciendo rodar el punto suave que se volvió pequeño
y tieso.

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Cuando sus manos cayeron a los lados, la entrega inconsciente lo inflamó,
con su sumisión instintiva hacia él. Él tuvo una necesidad inesperada y
abrumadora de eso ahora, con el aumento de la sensación como la evidencia de
su confianza y aceptación que su posesión llevaba.

El agua y la tierra, el aire. Ella era todas esas cosas, y puesto que ella
levantaba un fuego en su sangre, los hacía completos.

Él no se había percatado de lo mucho que necesitaba algo para llamar


suyo. Un santuario, un lugar que pareciera creado exclusivamente para que su
corazón y alma encontraran descanso allí. Porque sus ojos encontraban un placer
sin fin, una estimulación mental y eterna. En Anna, él había encontrado todas
esas cosas, y aunque encontraba todas esas necesidades, se encontró con el
mismo deseo de saber todo de ella, de ser ese lugar para ella. De ser un hogar
para el otro.

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El Club de las Excomulgadas
No podía seguir esos pensamientos locos, y no sólo porque la capacidad del
pensamiento racional se le escapaba. Se abrió camino por su cuerpo, extendiendo la
arcilla, moldeando sus curvas en sus grandes manos, preguntándose por la
perfección frágil pero resistente de ella. Por fin, aguijoneada por la impaciencia de
su excitación, ella llegó a él.

No era un mito, sino una realidad, las mujeres, deseándolo, con el almizcle
de ella en su nariz torturándolo más, doblándose entre las piernas para acurrucarse
con su boca. Él probó sus pétalos lisos mientras ella gritaba y tiraba de su cabello,
hundiendo los dedos en sus hombros como un ancla que él conocía,
penetrándola con su lengua, la apertura estrecha a la espera de su pene para
estirarla, para tirar de ella.

Ella se inclinó hacia su boca como agua retenida en la curva de una


cascada poderosa, deseando chocar como la espuma cremosa en las rocas
pulidas de abajo. Él le tomó la parte inferior y se enderezó, sosteniéndola donde
pudiera ver su cara mientras lentamente, poco a poco la empalaba en él. Sus

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piernas se sujetaron alrededor de su espalda, con su cuerpo abriéndose a él
mientras él metía la mano entre ellos y le acariciaba los estirados labios, el
hinchado clítoris mientras ella ondulaba, tan cerca. Pero él no dejaría que se
viniera todavía, porque estaba hipnotizado con su respuesta, aun cuando su
cuerpo se acercaba peligrosamente a ese precipicio.

—Jonah... Mi Señor... por favor... —Ella lo sorprendió de nuevo


lanzándose hacia arriba. Mientras él la atraía hacia si por reflejo, con las manos
hundiéndose en sus brazos, aferró sus hombros hasta que ella se había levantado
toda en su contra. Ese ángulo la llevó a lo más profundo de él, de tal manera que
ella contuvo el aliento y él vio el momento de dolor por el ajuste volverse placer
salvaje en sus ojos.

Poniendo sus palmas boca arriba, debajo de su fuerte caída de cabello, él


curvó sus dedos alrededor de los lados, sintiendo el toque de su seno en su
movimiento rítmico contra su pecho, con sus endurecidos pezones arrastrándose,

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El Club de las Excomulgadas
jugando en su propia piel. No podía aguantar más. Mientras la empujaba hacia
abajo, la trajo de vuelta, y ella se aferró a él como si fuera un barco que viajara a
través de una tormenta, con la cabeza echada hacia atrás, con el pelo mojado detrás
de lo que sabía estaba acariciando la forma deliciosa de su trasero. Él tuvo el
pensamiento fugaz de que quería tiempo, años quizá, que ella yaciera sobre su
estómago para poder presionar besos ligeramente en sus curvas temblorosas, para
ver su sonrisa crecer con deseo y volverse una vez más tensa, para desbordarse con
ella como estaba haciendo ahora.

—Ahhh...— Sus ojos, desesperados, se volvieron hacia él.

—Aguanta—, le ordenó él sin piedad, pero sus propios músculos estaban


temblando. Él dejó que la magia creciera, se elevara, sintiéndola establecer su
aumento, y supo que había estado en lo cierto. Incluso si no estuviera de acuerdo
con ella sobre usar la Magia de Unión, la intensa presión que crecía en su
interior, llegando con entusiasmo por la de ella, le dijo que se había equivocado
al negarle esto, de sentir como si su esfuerzo fuera solitario y poco apreciado.

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En espiral, una espiral. La magia comenzó a adaptarse a la suya, tanto
como sus cuerpos estaban entrelazados, sus brazos, sus piernas, su sexo. . . y fue
su turno de sorprenderse por el peso y la forma de la misma, del alcance puro, en
torno a ellos. Deslumbrante luz plateada se mezcló con el azul de su sangre,
junto con el púrpura rico que había sido parte del color de su cola antes de que
ella se moviera y que aún permanecía en las marcas claras a lo largo de sus
brazos. Él había anotado el patrón del tatuaje cambiar cada vez que ella
cambiaba de lugar, poniendo una serie salvaje de trazos creativos por su boca,
por sus dedos.

Cuando su pene se endureció aún más ante la idea, quiso nada más que
liberarse dentro de ella, sentir su apretón sobre él como ella estaba ahora. Su
sensual inocencia, que no conocía sujeción con él, nunca había sido golpeada
por un amante de tal manera que ella hubiera tenido conciencia de sí, y nunca lo
haría, ya que él nunca podría soportar que nadie más la tocara...

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El Club de las Excomulgadas
Él perdió el hilo de ese pensamiento poco probable e inesperado mientras el
clímax rugía sobre él, llevándosela con él. Su Magia de Unión como la creación de
un universo, explotó y tiró de sus cuerpos juntos, con una irresistible fuerza de
gravedad, con el rostro enterrado en su cuello, con su pelo corriendo por su brazo,
con sus brazos cerrados sobre sus hombros mientras movía las caderas con él,
cerrándolas de golpe, tomándolo plenamente hasta su empuñadura, jadeando con
su puesta en libertad, con una palabra suave, susurrante que él sabía que ella
pensaba que no quería oír.

Tuyo.

Él no sabía si la palabra se aplicaba a él o a ella. No importaba. La magia


se apoderó de los dos, y el veneno se encogió en su alma ante el poder de él, se
agachó debajo de la roca dura de sus miedos y dudas a su paso, lo recorrió,
haciéndolo desear nada más que ser la persona que ella más necesitaba que
fuera.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Podía hacer esto por ella, ir a ver a ese chamán. Tal vez, sólo tal vez, todo
saldría bien. Si no, al menos lo habría intentado. Por ella.

Finalmente, bajaron, casi en una ruta cíclica igual, por lo que él sintió una
sensación de vértigo que vio reflejada en su sonrisa tonta, en la timidez de una
chica. No podía dejar de sonreír, pero también vio el cansancio que ella había
mantenido a raya. Las aguas la habían restaurado, pero el proceso de curación
había sido vaciado, como la mayoría de las sanidades. Además de eso, su
exigente amante la había seducido a un acoplamiento que alteraba la mente
empujándola directo a sus brazos por el agotamiento, si ella resistía o no. Así que
ahora la volteó en sus propios brazos, deseando poder ajustar sus alas a su
alrededor para sostenerla en su sueño. De una manera gratificante, ella parecía
tan cómoda como si estuviera haciendo precisamente eso. Acurrucándose contra
él, encajando su cuerpo con tanta fuerza que él sabía que era probable que se
despertara con furia, como un deseo que acabara de poner en libertad. Lo
esperaba con ansia.

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El Club de las Excomulgadas
Mientras se acomodaba detrás de ella, Anna se preguntó si su ángel se había
dado cuenta que, incluso sin la presencia física de sus alas, podía sentirlas. Porque
él estaba en lo cierto, ella no se había sentido tan segura y contenida en toda su
vida.

Durmió durante horas. Él se contentó con permanecer allí sosteniéndola,


incluso dormitando él mismo. Pero Jonah sabía que no podría pensar en ella
mucho tiempo una vez que se despertara, por lo que ya estaba trabajando en la
fuerza necesaria para ponerse en pie cuando ella se agitara.

Anna levantó la parte superior del cuerpo sobre su brazo y lo miró, con el
pelo cayendo sobre uno de sus pechos y haciéndole cosquillas en el abdomen,
una cuerda tentadora para que sus dedos subieran a su cara, a la delicada línea
de su oreja y mandíbula. Sus dedos acariciaron sus plumas, con su ala curvada
alrededor de su hombro.

—Es de noche, — observó ella.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Lo es.

Ella sonrió, pero había algo triste en el fondo de su mirada que él


entendía, pero sabía que no quería que la sondeara, sobre todo cuando se
apresuró a añadir:

—Hemos estado aquí todo el día. Debemos…

—Ir a ver a Maggie. — Él asintió. —Vamos.

Mientras se vestían, Jonah la miró de cerca. Aunque pálida, Anna parecía


mucho más ella misma hoy que lo que se había vito hace un par de días. Él se
aseguraría de que estuviera de regreso en su océano antes de que hubiera
cambiado. Incluso si ella tenía que ser llevada pataleando y gritando.

Por el momento, mantuvo su pensamiento para sí mismo y la siguió


afuera de ese refugio temporal al mundo, dando una última mirada atrás a la

351
El Club de las Excomulgadas
área encantada. Resultaba irónico que en menos de doce horas probablemente
encontrarían algo desagradable esperándolos en el Schism, ya que había sido
agradable. Tal era la naturaleza de los lugares mágicos. Impredecible y turbulento,
lleno de peligros o de alegría.

Cuando salieron de la bodega de la cocina, Anna vio una cocina muy


cómoda y un área de descanso, con bancos tallados en una hermosa mesa de roble.
Maggie aparentemente, les había hecho la cena, y estaba esperando en la cocina.
Matt estaba en el mostrador con una taza de café en la mano, con el otro brazo
alrededor de su esposa. Maggie estaba contra él, con la cabeza apoyada en su
hombro, con el cuerpo inclinado hacia su formidable sombra.

Ella no había tenido mucho tiempo para hacerse una idea de su salvador
masculino, pero ahora Anna veía que Matt era tan alto y ancho como Jonah, que
no era poca cosa, y tenía esa mirada resuelta en él. Confiado, protector. Aún más
que un poco sacudido, pero ocultándose lo suficientemente bien debajo de la
superficie, probablemente para mantener tranquila a su esposa. Tenía motas

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doradas en los ojos y el cabello castaños, manteniéndolo corto debajo de una
gorra con algún tipo de logotipo de contratista en ella.

Cuando Maggie se enderezó, Anna se dio cuenta de que mantenía su


trasero presionado firmemente contra el muslo de Matt, como un consuelo,
manteniendo esa conexión. Jonah había sanado, pero no podía quitarse el
pensamiento. Después de haber tenido solamente una caricia con los Oscuros,
Anna asumía que Maggie miraría en los armarios y debajo de las camas por el
resto de su vida.

La mano de Matt se quedó en su hombro mientras dejaba la taza de café.

—Lo siento, — dijo Maggie. —Debería haberte revisado.

Dos desconocidos, que habían arriesgado sus vidas por ambos. Era un
regalo que nunca podría pagar, y Anna se vio abrumada por un momento, como
a menudo lo estaba, por las atenciones inesperadas. —No eras tú misma, —

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El Club de las Excomulgadas
logró que el asunto sonara de manera casual. —Espero que no todos los días tengas
que rescatar a un ángel y a una sirena disecada del desierto.

—Te sorprenderías, — dijo Maggie con una sonrisa temblorosa. —Hemos


visto algunas cosas extrañas aquí. Cuando Sam nos dijo que teníamos que ir a
buscarte, yo... Bien, creo que anoche fue una experiencia nueva para nosotros.
Comamos. En realidad estoy muriéndome de hambre, y aunque Matt es demasiado
bueno para decirlo, sé que siempre tiene hambre. — Le tomó la cara y le dio una
mirada cariñosa. —Es difícil mantener a un hombre de tamaño completo, sobre
todo cuando se trabaja al aire libre durante todo el día.

Ella miró a Jonah. —No sabía si comerías, pero si hay algo especial que
prefieras...

—Esto está muy bien, — le aseguró Jonah. —No necesito comer, pero
disfruto de un bocado o dos, y huele. . . reconfortante. — Su mirada buscó en la
habitación, y Anna tuvo reprimió una sonrisa.

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—Horneo pan, — explicó Maggie. —Horneo para calmar mis nervios.
Pensé que les gustaría un pastel de manzana.

Anna tomó la mano de Jonah y lo miró con ojos brillantes. —No creo que
haya ningún alimento que le gusta más. Es perfecto, Maggie.

Durante la cena, Anna se enteró de que Maggie y Matt habían llegado


desde el sur algunos años antes. Trabajaron juntos en proyectos de carpintería en
toda la región, lo que explicaba la artesanía en madera preciosa en la casa, con
escaleras curvas, muebles hechos a mano y marcos, ventanas arqueadas y una
gran variedad de molduras detalladas que Anna admiró libremente cuando
Maggie le dio un recorrido más tarde. En ese momento, Matt y Jonah habían
bajado al porche trasero para sentarse, Matt con su café después de cenar y
Jonah con otra rebanada de pastel. Su conversación masculina era un rumor

353
El Club de las Excomulgadas
cómodo a la deriva que entraba por las ventanas abiertas, junto con el aire frío del
desierto, mientras las dos mujeres exploraban la casa.

Cuando fueron a ver las habitaciones de arriba, pudieron ver a los hombres
en la ventana del dormitorio principal. Mientras Maggie le sonreía a su marido,
pareció inconsciente de ella, con sus ojos llenándose de repentinas lágrimas. Anna
se acercó de inmediato, con su mano en el brazo de Maggie, pero la mujer negó.

—Lo siento. Estoy bien, de verdad. Las habilidades de curación de tu ángel


son formidables. Fue corto, por lo que parece ridículo.

—No lo es, — Anna dijo enfáticamente. —Las he visto. Las he sentido.


— Tengo una amiga que está obsesionada con su sangre. Y ahora se preguntaba si
todos los días serían iguales para Mina. ¿Acaso se pelearía siempre entre la
desesperación y la oscuridad?

Maggie asintió. —Fue como estar en prisión por diez años en el lugar más
horrible que te puedas imaginar. Pero por favor no creas que me estoy quejando.

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Los recuerdos no se deben olvidar, buenos o malos. Nos hacen ser quienes
somos.

Ella miró hacia abajo a su marido durante un buen rato. —Se burlará de
mí cuando te hayas ido, porque siempre le he llamado mi ángel, y aquí está uno,
con alas y todo. ¿Conoces la canción country sobre una mujer que sabe que su
hombre es un verdadero ángel, y sólo sonríe cuando él insiste en que es de
Houston? Fui salvada por Matt de circunstancias terribles, pero me enamoré de
él más allá de eso, también. Fui bendecida con su amor también. Nos lo damos
el uno al otro. Como hizo por mí hoy, puedo hacerlo mejor por él también,
cuando está herido o enojado o solo, en una manera en que nadie más puede
hacerlo...

Ella negó, dejando escapar una risita. —Ese es mi Matt. Sólo soy una
tonta acerca de él, supongo. Creo que hay ángeles aquí en la tierra, y él es uno de
ellos. Tal vez no tienen alas, porque todas sus buenas obras se hacen con los pies

354
El Club de las Excomulgadas
puestos firmemente en el suelo. Se asustó tanto esta noche — añadió ella
bruscamente. —Creo que siempre ha asumido que lo atacarían, porque está en la
primera línea con más frecuencia, y es tan protector conmigo. Pero Sam, que es el
hombre a quien vino a ver tu ángel, siempre le advertía que los Oscuros sabían que
la mejor manera de derrotar a un enemigo no era quitándole la vida, sino tomando
su corazón.

—Se podría decir eso, literalmente, — Anna murmuró, recordando las


palabras de Mina.

Jonah estaba sentado en el escalón más alto, con una pierna doblada, con
la espalda contra un poste, escuchando algo que Matt decía mientras estaba
sentado en la mecedora, inclinado hacia adelante, con la gran copa en la mano.
Ella no pudo evitar sonreír un poco, y Maggie la apretó, viéndola.

—Son niños muy grandes, ¿no? Los machos de cada especie, cuando todo
está dicho y hecho. No puedo hacer que recoja una camisa del piso, pero no me

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deja levantar una sola cosa que pese más de lo que piensa que debería, y por la
noche, siempre se entrelaza alrededor de mí, pone su brazo sobre mí. Ni una sola
vez en todo el tiempo que llevamos juntos he despertado sin él de esa forma. No
se aleja, incluso en su sueño.

Ella suspiró. —Como he dicho, esto lo asustó, y no se asusta fácilmente.


Nunca ha querido estar tan cerca del Shism. No por él mismo, por supuesto.
Tiene el valor suficiente para volver mi pelo blanco. Para ver las cosas que ha
hecho y que ha enfrentado... Tienden a ser sobreprotectores, pero no les importa
ponerse en riesgo a sí mismos.

— ¿Por qué te quedaste aquí en lugar de volver al Sur? — Anna preguntó


con curiosidad.

— ¿Es tan obvio que realmente no encajo aquí? — Maggie le dio una
sonrisa nostálgica. —Echo de menos el sur, fieramente. Vinimos aquí para poder
construir un mirador en el Gran Cañón. Nos casamos en él. Después de eso,

355
El Club de las Excomulgadas
teníamos la intención de regresar, ya que Matt tiene una casa en las montañas de
Carolina del Norte, pero luego nos encontramos con Sam, y nos introdujo al
Schism. Dijo que seríamos necesarios aquí, así que nos quedamos. Hemos hecho
un montón de cosas, visto un montón de cosas aquí, pero creo que el rescate de los
dos fue lo que quiso decir. Había dicho que una noche vendría el que estaría más
necesitado que en cualquier otro momento. Que el futuro de todo lo demás podría
depender de esa noche en particular.

Anna no quería pensar en todo el significado de esa declaración. — ¿Han


estado juntos mucho tiempo?

—Unos cinco o seis años. Nos reunimos una noche nevada en Charlotte,
Carolina del Norte. Él estaba en camino hacia su trabajo en el Gran Cañón. Yo
estaba... —Tomó aire, y miró a Anna. —Estaba sin hogar, viviendo en mi coche,
a un paso de la desesperación. Me encontré con la parte trasera de su camioneta
cuando estaba tratando de conseguir una mejor visión de él por mi parabrisas. Su
espejo estaba inclinado, para que pudiera ver su antebrazo. Sólo su antebrazo.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Tan fuerte y capaz, tan... — Le dio a Anna un guiño travieso. —Me di cuenta
que el resto estaba igual de bien, muy rápido. Matt tiene una tendencia a ir tras
lo que quiere... sabe lo que está justo al lado.

Anna miró la piel perfecta de la mujer, su pelo rubio claro, su forma


esbelta. —No puedo imaginarte como...

—¿Una persona sin hogar? Las cosas malas suceden, sin importar tu
apariencia, a pesar de que me ayudó pasar algunos puntos difíciles. En el buen
sentido, — agregó rápidamente. —Nunca estuve tan desesperada, pero lo estaba
cerca cuando él me encontró ahí. Se ofreció a llevarme entonces al Gran Cañón
con él, a enseñarme carpintería, en darme un intercambio. Y yo confié en él
desde el principio, como el gran bruto que es. Sabía que no me haría daño. Sólo
había... algo, a veces. Es como si estuviera dentro de tu cabeza al segundo de
conocerte. No como lo que sabes sobre ellos, pero te preocupas tanto por ellos de
inmediato, que quieres saber todo, lo pequeño y lo grande.

356
El Club de las Excomulgadas
A pesar de que había un ángel sentado en sus escalones de la entrada, con
las alas arqueadas y saliendo a través de los paneles en dirección a Matt quien había
pisado accidentalmente la punta al menos una vez con su bota, Maggie sólo tenía
ojos para el hombre de hombros anchos en camisa de franela. Lo que hacía que a
Anna le gustara aún más.

—Fue tan honorable. Casi demasiado honrado. — Ella dio otra mirada
maliciosa a Anna. —A pesar de que decidió que pertenecíamos el uno al otro muy
rápido, y usó esas miradas de descaro para convencerme de ello, yo me tomé un
tiempo para meterlo en la cama conmigo. Pero cuando lo hice, Dios santo —
puso una mano sobre su pecho, mientras Anna se reía entre dientes. —Y ya que
hay un ángel de Dios en la casa, no tengo ninguna preocupación de decírtelo de
esa forma, porque lo digo como una alabanza divina. Valió la pena el esfuerzo.
Por mucho que sospecho que lo es.

Anna asintió. —Lo extrañaré cuando se vaya.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Maggie se movió a su lado, pero sus dedos se mantuvieron en el hombro
de Anna, acariciándola mientras Anna se sentía temblar, siendo la primera vez
que lo había dicho en voz alta.

—A veces las cosas no pueden esperar...

—No. — Anna lo dijo con una sonrisa forzada. Manteniendo los ojos en
los dos hombres abajo. —Así es como es. Alégrate de que Matt sea sólo un
hombre, Maggie. No se puede conservar a un ángel.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veintiuno

Después de que Matt y Maggie se fueran a la cama, Anna se quedó con


Jonah tanto como pudo, mirando las estrellas del desierto, las siluetas de las
formaciones rocosas en la distancia, el juego de la luz de la luna en el cactus y las
plantas de salvia salpicando el paisaje. Se apoyó contra él, diciendo poco, rodeada
por la curva de su ala. Hicieron el amor en el porche de nuevo, con sus dedos
hundidos en sus plumas, con su cara apretada en su cuello para ahogar sus gritos.

Sin embargo, el amanecer llegó, y el peso en su corazón se volvió mayor.


Tanto así, que se preguntó como Jonah era capaz de llevarle con tanta facilidad
hasta el dormitorio de invitados que Maggie y Matt les habían dado. Se abrió de
nuevo a él, sintiendo su cuerpo presionando el colchón, deseando ferozmente
que se empalara más profundamente, llenando cada parte vacía de ella, evitando
que volara en mil desolados pedazos.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


La llegada de la cinta débil del sol en el horizonte, era una brillante hoja
afilada que podía cortar. Entre el peso de su corazón y el dolor de la luz solar,
apenas podía respirar, viéndola surgir.

Se dijo que tenía que ser racional. Sabía que esto sucedería. Él había sido
una parte de su vida por sólo una semana, por lo que la pérdida de él de su vida
diaria era algo que se calmaría con el tiempo, con los vestigios del primer amor
convertidos en un recuerdo suave, agradable.

Era una mentira que quería que fuera verdad, diciéndola una y otra vez.
En un millón de años, lo podría creer.

Ahora se dio la vuelta y le encaró, encontrando que los ojos de su ángel


estaban abiertos, estudiándole. Se había distraído un poco más que la última vez,
por lo que se preguntó cuánto tiempo habría estado allí despierto. Sabía que los
ángeles no necesitaban dormir mucho, pero se preguntó si realmente necesitarían

358
El Club de las Excomulgadas
dormir en lo absoluto. Había muchas cosas que no le había preguntado, que sólo
había pensado.

Sus alas se habían ido. Por eso, cuando se puso entre ellos y levantó una
pluma de ala larga que de alguna manera había logrado evitar desintegrarse con el
hechizo, tuvo que morderse las lágrimas. Los recuerdos no se desintegrarían, se
dijo. Estaba de acuerdo con Maggie, eran muy ricos y poderosos para desear algo.
Era el único tesoro de él que ella podría tener. Esto, y una pluma.

Las lágrimas estaban llegando, y no pudo detenerlas. Cuando le dio la


espalda, sus manos se asentaron en sus hombros para levantarle contra su pecho.
Le abrazó allí, dejándole llorar.

Él no dijo nada, no hizo ninguna garantía ni habló de lugares comunes,


simplemente le impidió romperse. Esta no era la primera vez que la vida le había
parecido intolerable. No le estaba abrumando. No dejaría que le superara así, así
que cuando lo hizo, fue un duro golpe. Y por alguna razón, esta vez estaba más

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


afectada que cualquier cosa que hubiera sentido jamás.

Reconciliada desde el principio al saber que iba a morir joven, que nunca
tendría una familia, excepto en el sentido más periférico. Sabía que su vida había
comenzado bañada en la sangre de su madre... Todo eso no significó nada
comparado con esto. Oh, ella podría volver a verle, pero no sería lo mismo.
Había un ángel en el cielo que se dignaría a detenerse y mirarle con cariño, o
decirle una palabra amable. . . y eso sería casi peor que la muerte.

Hasta ahora nunca había tenido una razón para estar contenta de que su
vida sería corta.

—Shhh, —dijo en voz baja en su pelo, no silenciándole, ella lo sabía, sino


como un sonido de confort.

¿Cómo voy a soportarlo? ¿Cómo puedo soportarlo? Pero lo haría, porque si él


era restaurado, si el cielo brillaba más porque Jonah estaba reparando fisuras y

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El Club de las Excomulgadas
luchando contra la oscuridad, la oscuridad dentro de su ser purgada, lo podría
soportar.

Su vida podría significar algo. No habría sido inútil, y por lo tanto todo lo
que podía venir en pos de ella, estaría bien.

Al fin, apretó la frente en su pecho, y luego sus labios en el mismo lugar. —


Tenemos que alimentarte con el desayuno antes de que te vayas.

—No. —Se sentó, atrayéndole hacia él, todavía sosteniéndole en sus brazos,
sobre su regazo ahora—. Tengo la sensación de que será mejor hacer el viaje de
hoy con el estómago vacío. Quiero que te vayas a dormir, pequeña. Fuiste
drenada ayer, y aún estás muy lejos del océano. Con el manantial subterráneo o
no, lo que necesitas es conservar tu fuerza. He enviado una citación a David para
que venga el día de hoy.

—No hasta la noche, —le dijo, agarrando su brazo. — Me quedaré aquí


todo el día. Prefiero... Me gustaría conocer a Maggie mejor.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Era cierto, pero una pequeña parte de ella no podía encontrarse con su
mirada. Miró hacia abajo, con la preocupación cubriéndole dentro en toda la
extensión de sus brazos hasta que él le dio un abrazo, besándole al lado del
cuello, una caricia suave de sus labios firmes. —Está bien, pero no te presiones.
Lo que estoy destinado a hacer frente hoy, lo enfrentaré mejor sabiendo que estás
de vuelta segura en el mar.

Mientras que ella sentía que tenía curiosidad acerca de cuál podría ser el
desafío, él no parecía preocupado o ansioso excesivamente. No era que hubiera
esperado que lo estuviera. Atravesaría todo, por ninguna otra razón sino porque
era lo que ella le había pedido que hiciera, la sirena que le había salvado la vida.

Eso estaba bien. Ella había llegado hasta allí. Eso era todo lo que podía
hacer, ¿verdad? Había querido ir con él, incluso al Schism, pero Jonah se había

360
El Club de las Excomulgadas
negado rotundamente a dejarle ir más lejos con él, Matt le había dicho que Sam
había dejado instrucciones precisas de que Anna debía quedarse atrás.

—Cántate a ti misma para dormir, Anna, —dijo Jonah, bajando su espalda


en el colchón, esparciendo su pelo en la almohada acariciándolo con sus dedos, con
sus ojos de color marrón oscuro en su cara, comprometiéndose a ella en la
memoria, pensó. Le esperaba.

— ¿Qué? Nunca he hecho eso antes.

—Lo sé. Me lo dijiste. Pero quiero que lo intentes ahora. Cántate de los
sueños que tienes, de la belleza de las flores y de las mariposas...

—De los ángeles, —susurró ella, tocando su cara. — Te amo, Jonah. Tú


no... No te estoy pidiendo nada, pero ¿recordarás algo sobre mí, pensaras en mí
de vez en cuando?

Él le miró, frunciendo el ceño. —Anna, te veré de nuevo.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Anna se mordió el labio tembloroso, porque sabía que no volvería.
Incluso si él mismo no lo sabía. Si el chamán tenía éxito, volver a ella sólo sería
incómodo y doloroso. La magia extraordinaria que los había unido ya no sería
necesaria, y por lo tanto ya no existiría. Su propósito habría terminado, y él sería
necesario en los cielos. Ella no contemplaría lo que pasaría si el chamán no tenía
éxito.

—Lo sé. Sólo sería diferente. Pero una buena diferencia. Fuerte y
hermoso, restaurado en corazón y alma, por lo que cada corazón y alma en el
mundo entero lo sentirán y se regocijarán cuando estés curado...

Comenzó a cantar antes de que él pudiera decir algo más. Un suave


susurro de notas, sobre una tierra que estaba a oscuras. Era el terreno de su alma,
hasta que la luz había llegado, y había sido bueno. Esa alma, mirando a su
alrededor, estaba tan contenta que un mundo había comenzado a crear. Un
paisaje con flores, árboles, lagos, arroyos, montañas y animales de todo tipo,

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El Club de las Excomulgadas
todas las cosas que la alegría inspiraba y la imaginación, todo por amor... Él
recordaría todo, por qué valía la pena vivir...

Jonah se quedó inclinado sobre ella, con su mano en su pelo rizado,


mirando sus labios, de vez en cuando levantándolos a los suyos. No era suficiente
para interrumpirle, pero cuando sus ojos comenzaron a caer él se movió a uno de
sus párpados, luego al otro, luego de vuelta cuando le dejó acercarse. Sus dedos se
cerraron sobre su pecho, lentamente, relajantes, relajándole un poco más, hasta que
la música se apagó y su aliento, incluso le dijo que ella se había dormido de nuevo,
llevando a sus sueños su propia voz encantada.

Le miró un largo rato, luego tomó el cuchillo que había usado para cortar
una manzana justo antes de irse a la cama. Ella había tenido el deseo de fruta, y
Maggie la había dejado apeteciblemente en la mesa de la cocina. A Anna le
había hecho gracia cuando la había probado y había indicado que le gustaba más
en pastel. Con cuidado, le cortó un mechón de su cabello, tan largo como su
mano. Trenzándolo con hábiles dedos y lo puso alrededor de su muñeca,

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


entrelazando los extremos para formar una pulsera de color dorado brillante.
Cuando pasó la mano sobre ella, imaginó el túnel de sus dedos por la seda de las
hebras gruesas.

Pero no sería nada como atraerla, tocarla, bailar con ella. Ella estaba
mejor sin él, eso era un hecho, pero no le gustaba la idea de que creyera que no
podría regresar porque simplemente había sido un instrumento y su parte ya
estaba hecha. Al menos eso era lo que suponía que era su pensamiento. Su
aparente aceptación de eso, de que estaría tan arriba, de que sería tan arrogante,
le molestaba mucho. Pero no importaba. Tal vez tomar el mechón de cabello y
dejar la pluma le diría otra cosa. Porque sabía lo que sucedería después, ella tenía
razón en una cosa. No podría volver a ella. No así. Por su bienestar.

Una maldición ahogada subió, y arregló las cubiertas con cuidado sobre
ella, dando un último beso en su frente. Inhalando el olor de su cabello, las
huellas del mar, cerró los ojos. Maldita sea, las cosas solían ser mucho más claras

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El Club de las Excomulgadas
para él. Si la amaba, necesitaba salir de su ser. Los adagios más sabios eran los más
simples. Un pez y un pájaro no iban de la mano, sobre todo si el ave tenía
tendencias maníaco depresivas que habían casi logrado que el pez hubiera estado a
punto de ser asesinado varias veces durante su breve asociación. Había una
oscuridad en su alma que sabía que no presagiaba nada bueno, no para una criatura
frágil como Anna.

La deseaba más de lo que parecía desear cualquier otra cosa en estos días, y
sin embargo ella era la única cosa que todavía tenía la presencia de ánimo para
saber que no debería haberlo hecho.

Mientras se vestía con las ropas humanas que aún se sentían extrañas,
pensó que por lo menos no se sentiría tan restrictivo por más tiempo. De acuerdo
a la explicación de Anna, eso se debía a que eso se estiraba.

Cuando se dirigió a la escalera a oscuras, se obligó a no mirar hacia atrás.


Si veía la forma de su cuerpo bajo las sábanas, la seda de sus cabellos repartidos

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en sus hombros desnudos, la serenidad de su delicado rostro, nunca se iría.

A pesar de que él y Anna habían amonestado fuertemente a Matt y a


Maggie de que no había ninguna razón para levantarse y despedirse, Matt estaba
de pie en el porche delantero.

—¿Hay alguna vez que no tengas una taza de café en la mano? —Jonah
observó mientras salía, asumiendo que el paquete que Matt le había prestado
anoche eran algunos elementos esenciales. Agua para llenar su forma humana, la
falda de batalla para su forma de ángel. Los talismanes que había decidido, con
un poco de vergüenza varonil, llevar: los tres proyectiles de ayer, una flor
prensada color púrpura del campo en el que ella se convirtió en duendecillo...

Matt consideró la copa. —Lo dejaré cuando deje de ir a salvar ángeles y


sirenas del desierto.

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El Club de las Excomulgadas
—Por lo que me considero afortunado. —Cuando Jonah le tendió la mano,
Matt la sujetó. — He luchado durante tanto tiempo en nombre de los humanos, que
se me olvidé de que podría haber alguno que valiera la pena salvar. A pesar de que
pueda tener poco sentido para ti.

—Tiene perfecto sentido para mí. —Matt destelló sus dientes. — He vivido
entre los humanos durante toda mi vida.

Jonah asintió. —Ella se quiere quedar hasta la noche. Otro de los míos
vendrá por ella hoy. Si se queda así, puede quedarse. Si comienza a decaer de
nuevo, él debe llevársela. Tiene la voluntad, pero tú y él son más grandes. —
Una sonrisa asomó a sus labios. — Aunque sospecho que cualquier hombre
tendría que estar sordo, mudo y ciego para no ser persuadido a hacer lo que les
pida. Cuida de ella. Lo consideraría una nueva deuda que nunca podré pagar.

Nunca había confiado en un humano antes. Incluso ahora, sospechaba


que le había dado esa confianza por la manera en que Matt y Maggie se amaban.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Eso hacia cierto que Matt entendería el significado de lo que le estaba pidiendo.

Matt asintió. Ninguna barrera de especie existía en ese momento, sólo dos
hombres que entendían lo que era más importante. —Le protegeré. Y, en cuanto
a lo otro... mi mujer curará lo que sucedió ayer. Esa deuda está pagada, justo
ahí. No estaremos aquí mucho más tiempo. Esto fue lo que venimos a hacer
aquí, y ya está. Hemos dedicado cinco años a esto. Llega el momento en que le
has dado lo suficiente a una cosa, y es el momento de pasar a la siguiente.

—¿Cuál sería la siguiente? —le preguntó Jonah, dando la vuelta en la


parte inferior de la escalera.

Matt hizo un gesto. —Probablemente llevar a Maggie de regreso a casa.


Tener un bebé. Quiere adoptar a dos o tres también, pero queremos tener al
menos uno que se parezca a nosotros. Esperemos que más a ella que a mí.

—La Diosa lo quiera, —dijo Jonah gravemente, y Matt se rió.

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El Club de las Excomulgadas
—Creo que entonces la vida será de enseñarles a dar más que a tomar. Es
difícil decirlo, en conjunto. —Se encogió de hombros. — Con la expectativa de
vida limitada, los simples mortales tenemos que averiguar mejor qué hacer con
nuestro tiempo, para que cuando termine no nos avergoncemos de poner nuestro
nombre en la que llamamos nuestra vida.

Jonah consideró eso. —Creo que tú y Maggie están haciéndolo muy bien en
ese sentido. Ayer, salvaste algo que vale la pena salvar. —Levantó la vista hacia la
ventana de la habitación donde dormía Anna, esperaba que con sueños que
valieran la pena, que duraran.

—Jonah. —Recogiendo una de las escopetas apoyadas contra la pared,


Matt se la ofreció. — Puse una caja de cartuchos en la mochila anoche, como te
habrás dado cuenta. Por si acaso.

Se encontró con la mirada de Jonah. —Nunca he sido el tipo de hombre


que le dice a otro hombre lo que debe hacer, y mucho menos a un ángel, pero

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


quiero decirte esto. Puedes hacer lo que has nacido para hacer, y todavía
perderte. Algunos hombres nacen para ser guerreros. No importa donde les
encuentres. Cuando surja la necesidad de una lucha que no se puede resolver de
otra manera, se de los que pase la primera línea, protegiendo lo que es
importante. Para todo aquel que quiera hacer ese tipo de sacrificio, hay poderes
que quieren tomarle. Y las dos partes son diferentes. No te olvides de eso.

Matt se movió. —Creo que lo que estoy diciendo es que mientras tú tienes
el terreno elevado, están aquellos que siempre están luchando para mantener el
terreno de abajo, para darte una cosa menos que hacer. Que tengas buena suerte.

—Como he dicho, me había olvidado que los humanos son dignos de


protección. Gracias por el recordatorio. —Jonah encontró las palabras espesas en
su garganta. Matt lo pasó por alto, estrechándole la mano una vez más. El
silencio pasó entre ellos, cargado de palabras no dichas, era uno que Jonah

365
El Club de las Excomulgadas
reconocía de luchar codo a codo con otros hombres, en tantas otras veces y
circunstancias.

Mientras miraba hacia la ventana otra vez, tomó la empuñadura un


momento más. —Lo que sea que me pase, Matt, ella es lo más importante. Cuida
de ella. Por favor.

Cuando se dio cuenta de cuánto tiempo había pasado desde que había dicho
la palabra, se preguntó lo que eso diría acerca de él. En lo que se había convertido.

—Ningún daño irá a ella mientras esté a mi cuidado. Lo digo en serio.


Velaré por ella de la misma manera en que velaría por Maggie.

Jonah asintió. A pesar de la tranquilidad, tuvo que morderse la repentina


sensación de que estaba abandonando su responsabilidad de proteger a Anna.
¿Cuántas veces les había dicho a sus hombres, a aquellos cuyos compañeros
habían caído al lado de ellos, que no podían estar en todas partes, proteger a todo
el mundo? Que tenían que depender de otros para ayudar, con el fin de centrarse

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


en lo más importante: vencer al enemigo. Comprendía eso, maldita sea. Pero
igualmente, ferozmente sintió que no era cuestión de un ejército, excepto con
Anna. Anna era su protegida. Alguien que le importaba. Que le hacía sonreír...
que le daba alguien para jugar, alguien a quien besar su cuerpo, hacerle ondular
en esos momentos de placer sensual. Ser un refugio de su espalda mientras ella
dormía.

Sin decir una palabra, giró sobre sus talones y se alejó. Se había
preguntado si era posible sentirse menos cómodo con quién o con qué era, o
confundirse más de lo que había estado en estos últimos años. Ahora se encontró
con que lo estaba, y con tristeza decidió que era probable que empeorara, cuanto
más lejos estuviera de Anna.

Pero ella estaría mejor. Estaría a salvo.

Estaría sola.

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El Club de las Excomulgadas
Matt le había dado los puntos de referencia, y Anna le había descrito el
mapa mental de Mina. Por lo tanto, fue relativamente fácil seguir sus indicaciones,
a la luz del día con sus sentidos atentos ahora en sólo una cosa. O tal vez la energía
de la Schism era cada vez más fuerte.

Según Matt, la línea de falla mágica, aunque estaba en constante cambio,


hasta cierto punto, se postulaba hasta una longitud desconocida. A pesar de ello,
sospechaba que su anchura era muy estrecha, de no más de unos cientos de metros.
También había observado que Jonah ya lo sabía. Era imposible que se abriera
cuando no tenía ningún deseo de ser abierta, o cuando el solicitante no estuviera
destinado a encontrarla. Matt había discutido los parámetros con un humor
resignado cierto, pero después de haber estado expuesto a la magia toda su
existencia, Jonah reconoció que no más de los principios básicos que regían la
energía eran más mágicos.

De hecho, en el pasado, en días más alegres, había hecho la observación


de que la energía mágica reflejaba una gran parte de las características de la

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energía femenina divina probablemente responsable de su existencia.

El recuerdo le dio una leve sonrisa mientras caminaba. El calor no le


molestaba, pero aún así se detuvo a beber de la botella de agua de vez en cuando,
debido a que estaba en forma humana. Matt y la casa de Maggie habían
desaparecido después de haber cruzado la primera subida y luego había
comenzado a dar la vuelta después de los marcadores geográficos de la línea de
falla. Anna había hecho un buen trabajo manteniéndose alineada dentro de su
rango de influencia, pero era un indicio ominoso de cuan cerca los Oscuros
estaban viendo sus movimientos, con lo que habían atacado con rapidez cuando
se habían alejado de su curso, en las afueras, donde el Schism o el mapa mental
de Mina al parecer había proporcionado un paraguas extendido de protección.

No debería haber dejado a Anna. No hasta que supiera que ella estaba a salvo
en el océano. Qué pasaba si... Se detuvo, sujetando las correas de la mochila.

367
El Club de las Excomulgadas
Había perdido la cabeza. ¿Qué diablos le había hecho decidir dejarla antes de saber
a ciencia cierta que estaba a salvo?

—¿Correrás de nuevo hacia ella como un refugio de mí, o de ti mismo?

Jonah se dio la vuelta. Donde no había sido nada más que un tramo de
desierto y matorrales con un telón de fondo de arcilla y arenisca de formaciones
rocosas de las montañas en su última mirada, ahora había un hombre viejo.

Jonah parpadeó. Si no fuera por los colores de su ropa, el hombre podría


haber estado grabado en las líneas de roca roja en la distancia, como la impresión
india antigua que una vez había caminado el desierto, solo en busca de sus
propias visiones. Las líneas brillaron de nuevo, dándole a Jonah la sensación de
que había más movimiento en el telón de fondo detrás del hombre, pero luego se
suavizaron, como una cortina de camuflaje cayendo, restaurando un paisaje de
nuevo.

Jonah se balanceó mientras el mundo comenzaba a girar a su alrededor,

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como si hubiera pisado un balancín que se estuviera acelerando. Las montañas
se movían a su alrededor, detrás de él, de nuevo, mientras por encima las nubes
corrían como caballos tronando en el cielo. Mientras el chamán cantaba un
sonsonete gutural, Jonah tropezó sobre una rodilla, estabilizándose a sí mismo
mientras el chamán completaba lo que sabía era el momento y la distorsión del
espacio, un bolsillo separado de todo lo demás.

—El Shism a menudo se ha agrietado a lo largo de tu camino. —La voz


del chamán resonó en su cabeza. — Es por eso que a veces el paisaje cambia de
la manera en que no esperabas. Algo de lo que experimentas fue el mundo de los
humanos, algunos otros no. Los de la oscuridad no pueden entrar directamente
en el Shism, al menos no todavía, pero es un centro de poder, y siempre hay un
pequeño puñado flotando a su alrededor en diferentes puntos para cuando
puedan escapar de la atención de los ángeles. Y que atrae a más de ellos, por
supuesto.

368
El Club de las Excomulgadas
Cuando Jonah parpadeó y abrió los ojos, era de noche, noche cerrada.
Había una luna en el cielo tan roja como las colinas que iluminaba, para que ellos y
todo lo demás pareciera manchado de sangre, incluyendo un océano alucinatorio
que se extendía delante de él, el desierto que alcanzaba el mar. Entonces se dio
cuenta de que no eran colinas, el agua o la luna, sino su visión propia que estaba
teñida de rojo. Sus alas se separaron de su espalda con más violencia de la que
pensó, casi levantándole sobre sus pies, con un tirón doloroso de la articulación
debilitada por lo que lanzó un gruñido.

—Sólo en el último tiempo, —observó el chamán. — El hechizo se ha


desvanecido, ángel. Ya no te convertirás más en humano. Debes hacerle frente a
lo que eres ahora.

—Pensé que estaba frente a ti, —replicó Jonah, poniéndose de pie. La


camisa que se había puesto había sido arrancada, por lo que tiró de ella
libremente, pero la metió en el paquete. Pertenecía a Anna y no quería
desprenderse de ella. Debido a que había dormido con ella al menos una noche,

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a veces aún podía oler su aroma en ella.

—Me ves como a un enemigo, —observó Sam.

—No tengo miedo de ti, viejo.

—Nunca he temido a un enemigo, por lo que tu defensa no es necesaria.


—Ladeó la cabeza. — Además, estoy apenas fuera de los pañales en
comparación con uno de tu edad. Así que ya pareces confundido. No eres tan
inteligente e intimidante como esperaba. Y aquí... —El chamán se acercó, yendo
a la derecha de Jonah, donde una pluma se había desplazado y estaba atrapada
en las capas en un ángulo extraño. — Te ves como un pájaro que golpeó el
parabrisas de una persona y salió despedido. Sospecho que la bruja podría
haberte advertido que el hechizo se desgastaba de una manera tan abrupta y
física, pero ¿qué placer oscuro se habría derivado de eso?

369
El Club de las Excomulgadas
—Es obvio que estás familiarizado con Mina. —Cuando Jonah levantó una
mano, empujando y alejando al hombre, Sam dio un paso atrás, y se encaró con él.
En un estudio más detallado, parecía ser una mezcla de herencia de nativos
americanos y asiáticos, tal vez un descendiente de los ferroviarios de Asia y de las
mujeres de las tribus sioux.

—Lo estoy. Ella ha invadido mis sueños. Un regalo sorprendente, siendo


capaz de rastrear a los que iban hacia ustedes con la visión y comunicándose con
ellos, de forma activa. Ojalá no hubiera tenido...

—¿Mal genio? —sugirió Jonah—. ¿La lengua de una víbora?

—He conocido a víboras más suaves. Pero, una chica superdotada, sin
embargo. —Sam se permitió una sonrisa. Una impresionante variedad de patas
de gallo aparecieron en las comisuras de sus ojos. Hizo un gesto—. ¿Vamos a
hacerlo, entonces?

— ¿Hacer qué?

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—Por qué estás aquí. Lo sabes, pero todavía te niegas a reconocer, a
causa del veneno que brilla tenuemente dentro de ti, y lo que está más allá de ese
veneno.

Sam comenzó a caminar. No había otra opción para Jonah, quedarse o


alcanzarle, por lo que se dejó caer a su lado.

—Fue impresionante el tiroteo de anoche, —señaló el chamán.

—Las balas son algo útil, —respondió Jonah.

Sam hizo un ruido evasivo. —Las ranuras en espiral de una cámara de


pistola permite a una bala salir girando, manteniendo su objetivo,
permaneciendo en una línea recta.

—Ya lo sé.

370
El Club de las Excomulgadas
—Sí, lo sabes. Es uno de los misterios para mí, que los ángeles tengan un
conocimiento de todas las armas, incluso de las que no fueron creadas por la
Madre. Pero hay mensajes en todas las cosas. La Gran Madre es la forma de la
espiral. Y las estrías el metal que marca la bala, de tal manera que se puede decir
exactamente de qué arma provino. Una vez más, como la Madre, deja su huella en
cada uno de nosotros, el impacto del cambio, el fin, el dolor. Sabemos que nos
marca, con la promesa y la esperanza detrás de ella.

Aunque nada más había cambiado a medida que avanzaban, un rasgo


apareció como si hubieran hecho su camino a través de una cortina transparente
en otra habitación. Una cabaña traspiraba con un fuego que crepitaba en el
frente. El vapor se escapaba en un flujo frugal de la parte superior de la cabaña.
Jonah sólo hizo una breve nota de eso, sin embargo, registró algo mucho más
inesperado.

Su espada, la que cayó de su mano en la batalla que tomo su ala, estaba


enterrada en el suelo junto al fuego.

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—Ella puede tener el temperamento de una víbora, pero no le falta valor.
Se arriesgó mucho al encontrar la espada. La encontró y la trajo hasta aquí. Otro
hechizo impresionante. Sus visiones dicen que la necesitarás. Estas no son mis
visiones, pero no dudo de su palabra.

Jonah se acercó a la espada, mirándola. La hoja afilada y reluciente, la


empuñadura simple y bien diseñada, dos metales envueltos y fusionados para
formar un par de serpientes entrelazadas con esmeraldas y ojos azules. Un regalo
de Lucifer un año atrás. Jonah llevó la mano hacia delante, dejando que se
cerniera sobre la empuñadura. La había utilizado durante décadas, hasta que era
algo tan común para él como tener un brazo o una pierna. No era una extensión
de su cuerpo. Era parte de él.

371
El Club de las Excomulgadas
Justo cuando estaba a punto de sacarla de la tierra, Sam lo detuvo,
poniéndole una mano en la muñeca. —Entra. Querrás quitarte todo lo necesario en
la cabaña. Lo que usas se mojará. No toques la espada todavía.

—¿Por qué?

—No es tiempo. —Ante la mirada de desaprobación de Jonah, el chamán


se encogió de hombros. — Créeme o no. No abuso de la voluntad de nadie. Pero
viniste aquí creyendo que puedes encontrar algunas respuestas. Todo lo que puedo
decir es la mejor manera de encontrarlas.

Pero mientras Jonah se desnudaba, se sorprendió al ver a Sam echar


mano a la empuñadura, sacando la hoja de la tierra y sopesándola. —Se puede
sentir el poder cantar y salir de esto, —señaló Sam con el ceño fruncido. — Tiene
el poder del donante, de su amistad. Tiene su poder, ese poder que existía antes
de todas las otras fuentes de alimentación de los donantes en su vida. Y luego
tiene el poder de la sangre que ha derramado.

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—¿Qué es lo que tengo que hacer aquí, viejo? —Jonah inclinó la frente. —
Y para tu especie, eres viejo, así que no me des lecciones de nuevo sobre nuestras
diferencias.

—No consideraría hacer más de lo que una madre cansada aconsejaría a


un hijo adulto que debe tener mejores modales. —Sin embargo, Sam se encogió
de hombros antes de que Jonah pudiera replicar a eso. — No sé qué harás, lo que
te pasará allí. Eso no me corresponde a mí decirlo. Mi visión era que ibas a venir,
y que tendría esto preparado para ti, y que estarías listo para completar la tarea
de mi visión de conjunto antes que yo. Entrarás en la cabaña y buscarás tus
respuestas. No has buscado respuestas hasta ahora. Has estado vagando. Un
hombre puede caminar la mayor parte de su vida, pero sabes mejor que nadie
que encontrarás tus respuestas cuando te detengas, cuando te quedes quieto.
Aquí sólo puedes sentarte y esperar.

372
El Club de las Excomulgadas
Mientras Jonah tenía la sensación de una espiral de tensión en su estómago,
Sam asintió. —Crees que la sangre derramada por ti te ahogará si dejas que tu
mente permanezca en un punto fijo. Pero tienes que dejar que te ahogue. Mucho
depende de la encrucijada que has alcanzado ahora. Debes buscar tus propias
visiones y la verdad en ellas, o ceder como un vagabundo perdido en el desierto, un
destino que no sirve a nadie, pero que puede destruir a muchos.

Hizo un gesto hacia la cabaña. —El camino a las visiones fuertes es a través
de la concentración, y cuando el enfoque es difícil de encontrar, un gran dolor o
estrés físico puede llegar. Cuando el calor se hace cargo de tus sentidos, te priva
de la conciencia, entonces te pondrás al día en tu mente, encontrando dónde has
estado vagando en el laberinto de tu alma.

Jonah miró hacia la cabaña, sintiendo el calor proveniente de la misma.


Extendió sus alas un poco, hizo un gesto hacia ellas con una inclinación de
cabeza. —Eso es para tus víctimas humanas, chamán. De esta forma, no estoy
afectado por el calor. Tomará mucho más que eso para que llegue a un estado de

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gran estrés físico o de dolor.

Sam ladeó la cabeza. —¿Deseas encontrar la verdad?

Jonah sabía la respuesta a eso. El resentimiento en su alma le hacía


preocuparse poco por todo lo que estaba todavía allí. Pero no podía dejar su
promesa a Anna, de la fe en su mirada, de la delicadeza de su dulce toque.

No puedo esperar para verte bien... volando... Ese será tu mejor regalo para mí...
Había oído sus pensamientos durante su canción, su sirena probablemente no era
consciente de cuántas cosas sin decir había enviado de su mente a la suya.

Por qué no se ofendió por su petición de lo que no quería para sí mismo,


no lo sabía, pero su único sentido del bien y del mal, la única motivación, estaba
ahora en lo que ella quería.

—Estoy preparado.

373
El Club de las Excomulgadas
Sam enarcó una ceja, reconociendo que no había recibido una respuesta
directa a su pregunta. Jonah se le quedó mirando, esperando. Sam extendió las
manos hacia afuera. —Entonces, ¿qué te hará sufrir lo suficiente como para
enviarte a un estado de visión, si el calor no lo hace?

Entonces algo hizo clic. Apretó la mandíbula, Jonah movió su mirada a su


espada.

—Estoy realmente empezando a odiar a esa bruja, —murmuró


misteriosamente, haciendo caso omiso del flash de diversión en la cara de otro
modo sombría del chamán.

Jonah encontró el interior de la cabaña con un calor sofocante, pero como


había predicho, su impacto sobre él solo era atmosférico. Tomando asiento con
las piernas cruzadas junto a las rocas calientes, el chamán le dijo lo que
necesitaba hacer. Mientras rodaba los hombros, puso sus manos sobre sus
rodillas y ajustó sus alas, le permitió a Sam establecer líneas de perlas y conchas

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sobre sus hombros que le caían hasta el estómago y las rodillas. Cuando el
chamán comenzó a cantar, las líneas se pusieron rígidas, en zig zag por sus
brazos, manteniéndolos a los lados, inmovilizándole. Jonah lo esperaba, sabía
que era necesario para que el golpe del chamán fuera preciso, golpeándole justo
debajo del corazón para hacer que alterara su mente con el dolor, no con la
muerte. Sin embargo, pensó que era la primera vez en su vida que de buena gana
había puesto su vida en manos de un extraño, y mucho más en un humano. Ya
fuera que era la intuición o la pérdida del sentido, ya era demasiado tarde para
cambiar de opinión ahora.

—Si eres un agente de mis enemigos, chamán, entonces estás a punto de


estar en condiciones de tomar mi vida.

—No soy tu enemigo, ángel, —dijo Sam. — Pero no soy tu amigo,


tampoco.

374
El Club de las Excomulgadas
En la oscura casa de campo, sus ojos oscuros brillaron, penetrantes. Jonah
esperaba casi que el chamán extendiera sus propias alas brillantes y negras y
marrones como el halcón que de repente parecía. Los chamanes a menudo viajaban
con alas en sus visiones, lo que llevo a algunos eruditos a lo largo de los siglos a
señalarlos como parte de la mitología de los ángeles. Con la capacidad de volar, de
trascender.

—¿Qué quieres decir, viejo?

Pero por el momento, Sam había caído en el sonsonete hipnótico


utilizado por los magos de esa tierra estéril durante siglos, una cadencia rítmica
que conectaba directamente a las canciones de la tierra y del cielo. Jonah alejó de
su mente el comentario críptico del chamán y se centró en el canto en su lugar,
pues sabía que era parte de la preparación de sí mismo. Mientras lo hacía, su
respiración fue modulada por el asfixiante ambiente. Su mente había comenzado
casi a ir a la deriva cuando se dio cuenta de que Sam estaba hablándole
directamente a él de nuevo en el mismo tono monótono, hipnótico.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Presta atención a las lecciones de los Oscuros, a sus palabras. Creen que
ellos dicen sólo lo que quieren decir, y lo hacen. Pero lo que significa puede no
ser lo que entiendes. Sus caminos no son nuestros caminos. Están más cerca de
los caminos humanos, y no hay una respuesta para ti ahí, pero debes escuchar
atentamente para ello.

Sam levantó la espada, usándola y su mano pareció flotar en el vapor de


agua sobre su rostro y cerró los ojos mientras hablaba. —En la batalla, los
Oscuros destruyen el corazón del ángel para infligirle una herida mortal. Esa es
una materia física. Pero en el reino espiritual, donde el poder busca mentiras,
saben que la mejor manera de derrotar a un ángel es tomar su corazón. Y eso es
lo que esperan de ti.

Jonah hizo un ruido. —Ya lo sé.

375
El Club de las Excomulgadas
—No, no lo sabes. Escuchas con tus oídos todavía.

Jonah miró a Sam a través de la luz del fuego vacilante, a través de las nubes
de vapor. Cuando el chamán se movió, Jonah vio la sombra de las alas oscuras
producidas por el fuego contra la pared, y las imágenes borrosas. Un halcón. Un
hombre.

—Ha estado en mis sueños, y en los de la Bruja del Mar, que una gran y
horrible oportunidad debe ser tomada. Al tomar tu corazón, los Oscuros en
realidad pueden ayudar a encontrarlo de nuevo. Lo físico y lo espiritual se unirán
allí, de tal manera que no haya diferencia entre los dos. Es lo que todos
esperamos y el riesgo que hay. Pero la alternativa es mucha oscuridad y la voz de
la Gran Madre guardando silencio para siempre. —El tono de Sam se afiló—.
Hay mucho más en riesgo aquí. Y sin embargo, tu dolor, tu confusión, es un
espejo de lo que el mundo entero sufre. Tu búsqueda es la búsqueda de todos
nosotros.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Mi corazón está en mí, viejo. Y ningún Oscuro lo tomará. Lo ensartaría
en mí mismo primero.

—Alejaste tu corazón. No pudiste soportar el dolor de su peso, y así lo


diste a otro para que lo sostuviera.

Su corazón. Lo físico en comparación con lo espiritual...

Oh, Diosa. Anna. Anna era su corazón. Venían por Anna.

El significado golpeó a Jonah, como si el chamán hubiera embestido la


espada en su pecho en ese momento, aunque todavía estaba en la cabaña. Luchó,
pero el peso de las piezas rituales con las que el chamán le había unido los brazos
a su cuerpo le sostenían.

376
El Club de las Excomulgadas
David. Anna. Una fuerza de los Oscuros vendría, lo suficientemente grande
como para tomar a Anna. David lucharía contra ellos hasta la muerte. Y allí estaba
él, en un cambio temporal, incapaz de comunicarse con nadie.

—Déjame ir. No puedo hacer esto ahora.

Sam levantó la espada. Su mirada era triste, pero implacable. —Tienes que
hacerlo.

Con esa última directiva, clavó la espada en el pecho de Jonah, entre las
costillas que estaban a varios centímetros debajo de su corazón.

Él había preparado la maldita hoja por sí mismo, cargándola con


suficiente cantidad de su propio poder para ayudar a Sam a noquear su propia
realidad y esto era muy diferente. Jonah rugió su furia, pero estaba en llamas.
No, en el fuego, un lugar de rocas negras y llamas de color naranja. Se dio la
vuelta sobre sus talones, rodeado por todos lados, sin lugar a dónde ir. Entonces,
de esa oscuridad, una figura familiar se materializó, el fuego lamiendo sus alas

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


negras.

La Diosa no creó a los humanos, Jonah. Ella creó todo lo que se ve en el mundo y
el universo, incluidos a nosotros, pero no a los humanos. ¿No te has preguntado una y otra
vez por qué son tan diferentes de cualquier otra criatura en la Tierra?

—Luc, me tengo que ir. —Jonah dijo desesperadamente, aún sabiendo


que era inútil. No estaba realmente hablando con el señor del inframundo, sino
que era una ilusión de su propia mente—. No puedo estar aquí. Anna y David
están en peligro.

Pero Ella está conectada a ellos de todos modos. Lucifer tomó una forma más
corporal, con los ojos rojos como llenos de sangre. Eso es importante. Recuerda eso.

Jonah negó. —¿Por qué estás aquí, Luc? ¿Qué es esto? Qué…

377
El Club de las Excomulgadas
Pero entonces, la visión desapareció y en vez de fuego, se encontró en aguas
profundas. Profundas como el abismo y más frías. Luchó, nadando contra el peso
de sus alas, que se sentían diez veces más pesadas, a pesar de que las alas del ángel
eran por lo general flexibles como aletas en el agua.

Había millones de criaturas del mar a su alrededor, enjambres de tiburones


elegantes entremezclados con los bancos de plata de los peces, los tentáculos de un
calamar que con rapidez bombeaba, así como fuegos artificiales flotando de las
guerras con su bosque etéreo de piernas. Sus brazos le atraparon, ardor, escozor,
como si tratara de evitar que ascendiera.

Un ángel no causaba daño a una criatura de la Señora, si lo podía evitar,


pero sólo la disciplina de un milenio, le impidió enviar una explosión de energía
eléctrica a que se dispersara de su camino.

Rodó una y otra vez, hasta que no estuvo seguro iba en la dirección
correcta, incluso si aún era consciente.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Arriba, arriba. Tenía que ser libre. Una ballena le golpeó, lo
suficientemente fuerte que oyó crujir los huesos dentro de su cavidad torácica
cuando cayó al lado de la criatura. Cuando tuvo la presencia de ánimo para
apoderarse de una aleta, se disolvió en su mano. Podían impedirle y tocarle, pero
él no podía hacer nada con ellos, después de todo.

Pensó en Anna en las olas. Parecían llegar a donde ella quería ir por una
curiosa mezcla de no resistencia y no perder de vista su destino. Lo intentó,
dejando que las criaturas le llevaran. A la deriva o girando en un momento clave
dio lugar a las aberturas que le ayudaron a ser elevado y a alzarse en una lenta
espiral, rodando con ellos, sintiendo el paso sedoso, al lado de un delfín, de un
pez globo sobresaltado repentinamente a lo largo de su empeine...

El calor creciente del agua, su caricia sensual en su piel expuesta, le


recordó lo que era estar enterrado profundamente en el cuerpo de Anna,
volviendo a descubrir su humedad suave y cálida. A pesar de las historias que le

378
El Club de las Excomulgadas
había dicho de los acoplamientos con las mujeres, esos habían sido en los primeros
tiempos. Él se había estado regañando con la meditación por algún tiempo.
¿Cuándo había sido la última vez que había tomado a una mujer? ¿Habían pasado
en realidad más de dos años? No era de extrañar que hubiera sido un animal en
celo con ella.

A medida que la oscuridad en él crecía más y más, no había confiado en el


don frágil de la carne femenina. No podía borrar el sentido de que sus manos
estaban cubiertas de sangre, cuando tocaba su suave piel.

O tal vez no tenía ganas de mancharse en el coño asqueroso de la


Creación. La Gran Ramera... el gran ladrón... El impostor.

Oscuridad. Los dientes del tiburón le rozaron a su paso, y se encajaron en


un pez. El estallido de la sangre y el líquido se empañaron ante sus ojos, una
nube macabra iluminada por alguna fuente de luz malévola. Perdiendo el
control, se sacudió, empujándose lejos, saliendo del frenesí.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Quédate con nosotros, come con nosotros. Saborea la carne y la muerte.

Le hizo hervir, una mancha de aceite que podría encenderse, extendiendo


el fuego y el diluvio sobre los que le rodeaban. Enviando a la parte inferior del
océano y del fango a todos en un pozo de brea, a los que se lo impidieran,
inocentes criaturas de la naturaleza que no eran tan inocentes ni tan naturales.
No, si estaban de pie en su camino.

No... Luchó por el pensamiento de Anna de nuevo. De las cosas íntimas,


físicas, emocionales, cuando se le escapaba. De la recta final y de su canal
increíblemente ajustado sosteniéndolo, aceptándole, uniéndose con él, para que
ambos pudieran salir de su oscuridad. Viéndose juntos en algo que brillaba por
encima de esas nubes oscuras, incluso si era sólo el reflejo de lo que sentían uno
por el otro. El eje del mundo que giraba en ese momento como una potente

379
El Club de las Excomulgadas
conexión. Donde el sentido se encontró, aunque no hubiera ninguno para
encontrarse en otra parte. Era un sentimiento divino. Un propósito. Una forma.

Se levantó de nuevo, con sus pulmones reventando, pero sus movimientos


fueron más como que se giraban y revolvía en un baile simbiótico con las criaturas,
dirigiéndose a la luz del arpón en el agua, en busca de él.

Cuando ese primer rayo cayó sobre su mano extendida, su energía se vertió
en él. Antes de que pudiera tomar una respiración profunda en reacción, una
convulsión rebotó dentro de su cuerpo como una metralla. El veneno estaba
rechazando la luz, tratando de escapar de ella, doblándose sobre él, tirando de él
de inmediato. Pero él fue disciplinado, acostumbrado al dolor, gritando de
agonía.

Anna. David.

Las vigas se envolvían alrededor de sus antebrazos, piernas y cuerpo,


como las cuerdas de las conchas del chamán. Ahora estaba girando de nuevo,

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


sólo que esta vez más lentamente, observando a las criaturas del mar a su
alrededor que todavía eran libres de moverse y girarse, coqueteando con la luz,
pero luego desapareciendo en las aguas azules, frescas otra vez. En y hacia fuera.
La agonía en su estómago le iba a destrozar, así como las vigas sin piedad que le
sostenían a la luz. Gritó mientras el veneno quemaba su camino al salir de su
alma, escarbando para alejarse de la luz, dispuesto a hacerle pedazos para
hacerlo. Trató de dejar que la luz hiciera su trabajo, que lo purificara, aun
cuando el dolor era tan intenso que él mismo se avergonzaba de gritar.

Después se iba de nuevo arriba, flojo a la bodega de la luz, con su cuerpo


tembloroso, demasiado débil para enderezarse.

Arena húmeda. Estaba en una playa, el agua lamía sus pies, la marea
corría sobre sus nalgas y genitales desnudos. Sólo por un momento, estuvo lo
suficientemente desorientado como para buscar la casa de Anna, pero eso era

380
El Club de las Excomulgadas
demasiado que esperar. Ella estaba más allá de su alcance, ahora probablemente
más segura. No, ella estaba en peligro. ¿No?

Se puso de rodillas, agarrándose el estómago, intentó levantarse y se


tambaleó. Hizo su camino hasta la playa en sus manos y rodillas, utilizando sus
alas para mantener el equilibrio. A pesar de que aún no podía soportarlo, se quedó
por lo menos lejos del suelo, tomando alientos que le estremecían.

No podía derrumbarse en presencia de la Señora.

El cuerpo de agua del que había salido ya no era un océano, sino un lago
tranquilo, sólo una pieza de cristal de espejo en el que estaba de pie, en el centro.
El Mar de Cristal.

A pesar de que volvió a sacudirse por tener el veneno extraído de él antes


de llegar a Su presencia, la desorientación se había establecido. Nada en los
Oscuros podía soportar la proximidad de Ella. Si hubiera requerido la ayuda de
Raphael desde el principio para eliminar el veneno, esto era probablemente lo

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que el ángel de Completa Sumisión habría hecho para asegurarse de que su
curación fuera completa. Aunque Raphael podría haber optado por métodos más
suaves que hacer la extracción inicial. Bien, Luc diría que merecía la pena. El
maldito bastardo de alas negras.

Jonah finalmente se las arregló para levantarse, girarse, y luego a


propósito cayó sobre una rodilla. Se quedó en la playa, sin embargo, mientras
Ella aún estaba en medio del lago, de espaldas a él.

—¿Por qué no te acercas, Jonah? —Su voz era la brisa, la respuesta a


tanto dentro de él, las respuestas para las preguntas que no se podían hacer.

—Puede ser parte de una visión, Mi Señora.

381
El Club de las Excomulgadas
—Esa no es una respuesta. Visión o no, siempre deberás venir y arrodillarte
a mis pies, donde pueda colocar mi mano sobre ti. ¿Me odias tanto ahora? ¿He
perdido tu amor?

La idea de ello, expresado de esa manera, en este lugar, hizo más que
desgarrar su intestino. Se le partió el corazón, retorciéndose como la picadura
viciosa de una espada en el lugar vacío donde el veneno había estado, dejándole
una cáscara vacía. Le hizo apretar los ojos.

—No, Mi Señora. Yo... Tengo que volver. El chamán me tiene aquí, pero
no... Tengo que proteger a David y a Anna.

—¿Luchas tan duro para protegerles, porque no puedes recordar por qué
luchas por mí? ¿Te has perdido en la sangre?

Se volvió entonces. Una mujer. Había elegido la forma sencilla de una


mujer mortal promedio, y sin embargo, la energía que se vertía de ella le hizo
cerrar los ojos, su corazón se rompió del todo, completamente. Era abrumadora,

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


como siempre, y si le estaba viendo en la visión o en la realidad, ella estaba allí,
dentro de él, donde no le había permitido estar durante tanto tiempo.

—Déjame que te cuente una historia, Jonah. Una historia de una joven
Diosa, que tuvo que aprender que la compasión puede tener consecuencias
terribles.

Ella se movió sobre el agua y su olor llegó a su nariz, una mezcla de


varias cosas. De tierra profunda, de espuma salada. El viento susurró mientras se
movía. El fuego no era una parte de ella, pero a menudo sentía que persistía en
su persona, uno de sus muchos misterios.

—He reflexionado sobre contarte esta historia antes de encontrar tu


propia verdad. ¿Puedo tocarte, Jonah?

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El Club de las Excomulgadas
Nunca en más de mil años Ella había tenido que preguntar. Pero sabía que
el libre albedrío era a la vez una bendición y una maldición en todas las especies,
con excepción de aquellos que se entregaban a la sumisión completa.

—Estoy sucio, Señora —le dijo, con voz ahogada—. No puedo... No voy a
correr el riesgo de corromper tu Espíritu.

En todos esos miles de años, nunca había mentido. Hasta ahora. No podía
soportar su contacto, no podría soportar que Ella le mirara, viendo todo lo que era,
en lo que se había convertido. Ahora comprendía las historias de los traidores de
los dioses, la forma en que trataban de ocultar la cara de su deidad por
vergüenza, por repugnancia. La oscuridad roía la carne de su alma, le susurraba
el mal, y lo hacía sin la ayuda del veneno.

El veneno se había adherido a algo, Anna...

—Jonah. —Su voz era de amor y compasión. De justicia. De finales y


comienzos. — Tienes miedo de mis respuestas a tus preguntas. Tienes miedo de

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que aumente la pared de tu corazón contra mí, si las respuestas son incorrectas.
Pero tus temores ya han construido el muro, y eso es lo que te mantiene alejado
de tu verdadero yo.

—La esencia de todo lo que he creado en el Universo se siente. El


equilibrio masculino a esto es la estructura. Has perdido la parte emocional de ti
mismo. La rechazaste. Las ramas del árbol se extendieron mucho. Sus hojas son
de magníficos colores. Puedes ver el árbol, tocarlo y olerlo con tus sentidos
físicos, pero es tu alma la que siente, la que encuentra placer en ello. Estructura y
sentimiento.

Cuando ella dio un paso adelante, los músculos de Jonah se


estremecieron. Poco antes de retroceder. Ella se detuvo. Durante el largo rato
que pasó, pudo oír a una mujer llorando en alguna parte.

—Te diré la historia, después de todo, —dijo en voz baja.

383
El Club de las Excomulgadas
—Estoy a tu servicio, Mi Señora.

Sus ropas se agitaron como hojas de verdad, pero ella no se acercó. Cuando
Jonah levantó la cabeza, vio que estaba sentada en una roca que se había
materializado para ella. Una niebla flotaba alrededor, ocultándole parcialmente sus
facciones.

—Antes de que el mundo se hubiera formado, deambulé entre los mundos,


las dimensiones, las galaxias. Vi lo que había sido creado, lo que tenía potencial, lo
que se estaba formando... Encontré a los Oscuros, a su dimensión. Todo el
veneno completamente oscuro de ellos, una cuba de desesperación. Era
incomprensible para mí, no había objeto que pudieran entender, excepto el odio
y la muerte. Por fin, me pregunté si había tropezado con un pozo del cual sacar
otros mundos, en cantidades medidas para el equilibrio y un buen desafío con la
existencia del mal. Tal vez ese es su propósito. Yo no lo sabía. Sin embargo no lo
cumplen.

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—Pero algo estaba a punto de cambiar. Ellos estaban en el pináculo de la
evolución. Los de la oscuridad no podían reproducirse, y mientras eran
inmortales, su número podía ser diezmado. Así aprendieron con gran esfuerzo,
la forma de crear niños solamente, no por el acto sagrado que conoces y
disfrutas. Habían creado órganos de la arcilla de su mundo y los infundían con
su respiración y oscuridad. Había casi un millar de ellos, preparándose para
"nacer". Como el mal no es experto en la creación de la vida, el esfuerzo
requerido de los Oscuros para hacer precisamente eso, al parecer, les había
tomado a miles de ellos y miles de años lograrlo. Me moví entre ellos, pasando
desapercibida, pero no pude soportarlo, todo esa vida potencial provenía y seria
el mal. Pensé: “Tal vez el desove de estas malvadas criaturas tendrá su oportunidad en el
amor y en la vida si sólo hay una pequeña chispa en el interior de cada uno de ellos...”

Ella levantó una mano y sopló, y un chisporroteo de llamas rodó por su


palma y desapareció. Jonah la vio desvanecerse, mientras pensaba que sus

384
El Club de las Excomulgadas
palabras eran como su aliento sobre esa misma chispa preciosa dentro de él,
amenazando con extinguirse.

—Dicté algunas leyes contra las interferencias, como bien sabes, y me


obligué a cumplir con ellas. Pero para ese grupo de inocentes, me olvidé de esas
reglas. Les di a cada uno una pequeña chispa de mi Luz, los robé, a través de los
cielos, a la Tierra... —Miró a su alrededor. Cuando Jonah parpadeó, vio el desierto
y las formaciones de roca roja en la distancia, la cabaña.

—Como sabes, tenemos muchos mundos, pero éste parecía mejor para
ellos. Un millar de niños, dejados aquí para darles una oportunidad. —Su rostro
se oscureció, y lo sintió como un viento frío que pasaba a través de sus órganos
vitales, un escalofrío a lo largo de su piel. — Subestimé la profundidad de la
obsesión de los Oscuros con sus hijos, aunque, por supuesto no tiene nada que
ver con el amor. Ellos nunca han dejado de intentar recuperarles, sólo que ahora
hay miles de millones de humanos, muchos más de lo que nunca imaginé que
habrían. No esperaba que pudieran reproducirse, y tal vez fue mi chispa lo que

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hizo que eso sucediera. No lo sé.

—Para reclamarles, tiene que llegar a abrazar plenamente su oscuridad


otra vez, y has visto las muchas maneras en que intentan hacer esto. En algunos
casos, se les impregna, ver si la semilla resultante será... una pizca, igual a ellos.
Pero aún así son capaces de procrear, a diferencia de ellos. Engendros oscuros.

—Y es por eso que odian tanto la energía femenina, —Jonah dijo


lentamente, mirando el agua, desviándose cuando su mirada se movió a las
puntas de sus pies. — Porque fue una mujer la que les robó a sus hijos.

Ella guardó silencio durante un buen rato. —Ellos no tienen mujeres entre
ellos. No sé por qué. Al final, tal vez los humanos serán reclamados por sus
padres y todo habrá sido en vano. Pero tomé lo que estaba destinado a ser oscuro
y malo y les di algo para poder salvarse, si un milagro pasara. Si hemos luchado
lo suficiente como para dejar que su luz crezca...

385
El Club de las Excomulgadas
Jonah se quedó mirando sus nudillos. El tiempo en una visión podía ser
eterno, lo sabía, o simples segundos, pero el silencio que se extendió entre ellos
parecía llevar el peso de los siglos, antes de que le encontrara para hablar.

Él levantó la cabeza, mirando su cara, su calidez y belleza a través de él


haciéndole querer llorar. En cambio, como un soldado, optó por la ira. —Pensé que
estaba luchando por ti. No por ellos.

—Es lo mismo.

—No. No lo es. Debió habérnoslo dicho, ¿no? ¿Son sus formas


misteriosas sólo una excusa para lo que creía que no podía aceptar?

Si Luc hubiese estado allí, Jonah estaba seguro de que el ángel oscuro le
habría aniquilado por ese comentario, por el desprecio que no había podido
mantener al margen de su voz. Pero la sangre estaba allí, en sus manos.
Extendiendo por su mar de cristal, manchando la pureza de eso, y pensó que
podía ver los cuerpos flotando bajo el agua, debajo de donde ella había

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caminado, haciendo caso omiso de ellos.

—Jonah...

—Tengo que ir a proteger a David y a Anna lo mejor que pueda. A menos


que vaya a decirme que quiere protegerles.

¿Qué le había dicho a Anna sobre Gabe? Han estaba dentro de ese reino y
gritaron en busca de respuestas, de la responsabilidad, y sólo encontraron
silencio.

—La vida es sólo momentos, Jonah, —la Señora dijo en su lugar. Él cerró
los ojos, había algo demoledor dentro de él. — Cada uno tiene la oportunidad de
ser cielo o infierno. Piensa en ello. ¿Cómo te sentiste, viendo reír a Anna y
jugando con las olas? En ese instante, cuando no había pensamientos, sólo tenías
que verla de esa manera, estar con ella...

386
El Club de las Excomulgadas
Siempre había sido honesto, hasta aquel momento cuando había querido
que fuera a Sus pies, y las tinieblas en él habían retrocedido. Un ángel no tenía por
qué saber lo que era mentir. A diferencia de su creadora, al parecer. ¿Pero no era
sólo la naturaleza de ser mujer? Podía ser honesto acerca de esto, sin embargo.

—Es todo.

—Exactamente. Ahora, en otro momento... —Un remolino de oscuridad.


Ronin. Su pecho estaba abierto, con la cabeza arqueada hacia atrás, un grito final,
tan en desacuerdo con su risa...

Jonah retrocedió, alejándose, y sin embargo estaba allí, quedándose con


él. —¿Qué es este momento, Jonah? También fue todo, ¿no?

—No. —Él dejó esa visión y fue como si estuviera en un ataúd humano,
tratando de romper las tablas y alejarlas, sus dedos sangrando, rompiéndoselos, y
no importaba. El dolor era mejor que la pérdida.

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La Señora estaba allí, pero eso no era lo que quería. Quería a Anna, pero
estaba cubierto de sangre, y no podía mancharla con eso. Tenía que correr, pero
no había carrera. . .

Aulló, y el mar de vidrio estalló en una fuente de sangre, acabando con la


visión, con él cayendo de vuelta a través del cielo, igual que la noche en que
había perdido su vuelo. Cayendo una y otra vez. Cuando cayó, golpeó la arena,
no el mar, y se encontró en medio del desierto de nuevo. Había una lluvia
torrencial, por lo que estaba acostado sobre su espalda en una piscina de
profunda arena y agua manchada de sangre. La lluvia podía causar una
inundación repentina y todo se iría. La tortuga que habían visto. El lagarto.
Algunos pinos bristlecone14 se mantenían firmes como lo habían hecho durante
siglos. Otros caerían...

14
Son árboles que no alcanzan grandes alturas, ni son super anchos pero los pinos britlecone, o pinus longaeva,
pueden ser catalogados, sin duda, como los árboles más longevos del mundo. Son muchos los ejemplares
que superan los tres mil años de edad, y el más anciano de todos tiene cinco mil años. Pero han sido
encontrados ejemplares muertos de siete mil años de edad.

387
El Club de las Excomulgadas
Jonah, escucha...

—No, —gruñó rodando. Se puso de pie, corriendo. Con la espada en la


mano, algo que conocía, que podía controlar. El enemigo estaba esperándole, y eso
era algo que podía predecir, su rabia y sed de sangre. Limpios. Puros. Igual que los
suyos.

No hubo ninguna vacilación en sus alas ahora. Potentes, seguras,


impulsándole como flechas a través del cielo hacia el campo de batalla. Estaban
delante de él, una horda moviéndose, con ojos rojos, con garras, con aliento
fétido. Estaba solo, pero había venido a casa.

Sumergiéndose en ellos con un rugido de batalla que tronó a través de los


cielos, sintió el aumento de ellos. Aquí era donde pertenecía. Golpeando,
gruñendo, ahogándose en la violencia, deleitándose en ella, porque no tenía
mente, ningún propósito. Estaba solo, y eso era lo que quería. Olvido. Muerte.
Le hubiera gustado poder haber llevado a Gabe desde el puesto de operaciones

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con él, lejos de los exigentes drenados de una hija y de un nieto que no entendía,
que estaban mejor sin él. Este era el lugar a donde los soldados pertenecían. La
muerte era el amigo, el compañero, la respuesta a todo.

El cielo se ennegreció aún más con su rabia creciendo. La dejó suelta, no


le importaba si los cielos se incineraban. Nada existía, excepto el campo de
batalla. Nada importaba. El poder se apoderó de él. Mientras tuviera algo para
matar, no tenía que sentir.

Un trato con el diablo estaba listo y dispuesto a ser tomado.

El silencio y la oscuridad. Sus enemigos y su espada desaparecieron. El


rugido de las aguas se cerraron sobre su cabeza, un grito largo y bajo de dolor, tal
vez suyo, o tal vez de la Diosa. Las lágrimas cayeron del cielo, maltratando su
piel. Su mente estaba entumecida.

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El Club de las Excomulgadas
El chamán estaba sentado en la esquina de la cabaña de sudación, con la
puerta ya abierta, con el fuego apagado. Ya era de día, y Jonah podía ver el desierto
extendiéndose más allá de ellos, interminables kilómetros de terreno baldío, lleno
de sólo unos pocos matorrales. Las rocas rojas parecían llagas infectadas en la
distancia, una inflamación en el feroz calor.

Sam sostenía la espada equilibrada sobre las rodillas de Jonah. Mientras


Jonah abría los ojos, se sentó frente a donde estaba junto al fuego, con las cuerdas
de cuentas y conchas apartadas de sus hombros desnudos con un ruido metálico de
traqueteo. Sam le ofreció la espada.

—No tenías ningún derecho a ponerla en peligro a sabiendas, —Jonah,


dijo, con voz ronca.

—No tenías derecho a minimizar su importancia —Sam respondió, con


igual dureza. — Segundo de Michael en los ejércitos celestiales, para proteger a
todos nosotros, a la tierra, los cielos. A Ella.

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—No estoy protegiéndole. —Jonah gruñó, con su voz gruesa por el
veneno de sus sueños, y no se sorprendió de ver que el chamán estoicamente
retrocedía hacia atrás. — Estoy protegiendo a tus pequeñas ratas humanas, que
pululan por toda la tierra, creando agujeros que el enemigo usa. Mantente fuera
de mi camino, chamán. No significas nada para mí.

Él salió al aire libre, estirando sus alas. El dolor se había ido, la conexión
era fuerte, segura. Algo latía en su interior, poderoso, a la espera. Sin querer,
simplemente tranquilo y listo. Peligroso e inevitable como la violencia.

David.

Silencio. Entonces, débilmente, a través de una nube de sangre y dolor,


llegó un mensaje.

Ellos la tienen. Lo siento. . . Jonah. Te he fallado.

389
El Club de las Excomulgadas
No. Jonah sabía que David no tenía la culpa. Él le había fallado a Anna.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veintidós

Por más de mil años había luchado. Durante la mayor parte de ellos, había
sido dirigente de algún tipo. Un capitán, un teniente, un comandante. Ahora era el
Comandante Primero en Jefe de toda la Legión Oscura, los ángeles que luchaban
contra los Oscuros, que lo hacía el segundo solamente después de Michael, que
mandaba sobre todas las legiones. Enfoque total, disciplina total. Compromiso
total. La furia de los elementos canalizada a través de su cuerpo era capaz de un
poder que podía romper la Tierra como un huevo y la yema ser dispersada como
una nube de gas simple en todo el universo. Muy pocos Ángeles tenían ese
poder.

Habría sido incomprensible para el mundo humano hambriento de poder,


ese tipo de capacidad dado por la diosa a su selecto grupo de ángeles, sin
restricciones de ningún tipo, excepto de la moral, un sentido claro del bien y del

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mal.

Pero esa elección del bien sobre el mal, en definitiva, era vital. Mantenía
al universo equilibrado, con la única ley sólo necesaria en el mundo de los
ángeles. Si el caos llegaba, Jonah sabía que era porque estaba destinado a ser.

Tomó los cielos, porque sabía dónde encontraría a Anna. Los Oscuros no
hacían ningún intento de ocultarse, por lo menos. Al llegar al Gran Cañón y
tomar las corrientes de aire para ir hacia abajo a un estrecho desfiladero en las
sombras y en la oscuridad, le recordó la forma terrenal de un abismo. Pero ese
fue un pensamiento pasajero. No pensaba mucho en nada, porque no había
nada. Había sido entrenado para esa concentración, y la utilizaría ahora para lo
único que parecía importar más.

El único pensamiento fugaz era lo que le podrían haber hecho. El hecho


de que pudieran haberle tratado como a Maggie, sólo con una cantidad mucho
mayor de tiempo para contaminarle, para violar su alma. Sabía que si se

391
El Club de las Excomulgadas
encontraba con eso, entonces podría utilizar ese poder destructivo para borrar por
completo el planeta, eliminando tanto su problema como a él al mismo tiempo. Y
si Ella se oponía a eso, entonces lucharía contra la Propia Señora.

La entrada a la cueva era estrecha, pero dentro de un cuarto de milla se


ensanchaba a una caverna tan grande como la sala de un rey con una luz tenue, con
una cúpula de toneladas de roca roja. Jonah pudo navegar por el estrecho pasillo
con rapidez, con sus pies apenas rozando el suelo, y los escuchó antes de llegar a
esa sala.

Estaba lleno de Oscuros. Todavía no eran un ejército, pero la guardia de


avanzada sería uno. Mientras hacía una pausa en el arco, notó que el amplio
plano inclinado de roca iniciaba en el centro de la caverna como el brazo de un
reloj de sol, corriendo en un punto estrecho a la repisa superior, probablemente el
resultado de un millar de años de derrumbes. El simbolismo de eso no le pasó
desapercibido. Esa pendiente rocosa estaba cubierta con cuerpos retorciéndose,
con silbidos de cientos de Oscuros, un nido de serpientes artificiales. En la parte

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superior, uno era más alto que el resto, grande y amplio como un gigante, el
Oscuro le recordó a Jonah cómo Anna había hablado de ángeles tan grandes
como gigantes. Y antes, cómo él le había dicho que los hombres habían llamado
una vez a todos los seres divinos con el nombre de demonios.

A los pies de ese Oscuro gigante, Anna estaba encadenada a la tierra.

Cuando él entró de lleno en la sala, los Oscuros más cercanos volaron alto
como palomas asustadas, pero no perdieron el tiempo moviéndose a su alrededor
como murciélagos malévolos, desviándose antes de hacer contacto, burlándose.
Había demasiados como para permitirle volar con ella, así que empezó a
caminar, a subir la montaña a pie, igual que como había hecho su viaje durante
la semana pasada. Atestados, tan juntos unos de otros, no tenía elección, y no le
importaba de todos modos, pero procedió paso a paso sobre una cabeza, sobre
un hombro, sobre un brazo esquelético, sentir el susurro codicioso de sus manos,
de su saliva marcándole, de sus uñas de vez en cuando atreviéndose a rascarle la

392
El Club de las Excomulgadas
pierna, con el pie descalzo. Ninguno había tocado la pureza de sus alas, sin
embargo, el símbolo de su rango con la Señora.

Estaba rodeado de cientos de ellos, el grupo más grande que jamás hubiera
visto levantado desde la última Gran Guerra. Era cierto, entonces. La caída de un
ángel podía abrir un agujero tan grande en el universo... Eso era a causa de él. De
la falsa confianza que había creado para ellos.

Me he convertido en un pasivo, Luc. Sabrás lo que hay que hacer.

Cuando se acercaba a la cima, pudo oírle. El ruido metálico de las


cadenas mientras luchaba, con el miedo en su delgada voz mientras le
imploraba. —No. Mi Señor, no puedes...

Vio que le habían lastimado. La sangre se había secado en la esquina de


su boca y barbilla. Sus ojos estaban obsesionados por lo que le habían infligido a
ella, pero no le habían hecho lo que le habían hecho a Maggie, probablemente
porque correrían el riesgo de arriesgar su vida. Al parecer, habían creído que él

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


no comerciaría con una sirena lastimada o muerta. Sin darse cuenta del hecho de
que no le hubieran tocado no quería decir que vendría, aunque sólo fuera para
aniquilarles. Se detuvo. —Libérenla.

—Sabes lo que deseamos. —La voz del gigante era un estertor de muerte.
Otro Oscuro, alto, pero no tan alto como el gigante, salió delante de él, a la
izquierda de Anna.

Cuando Jonah le tendió la mano, el Oscuro más cercano se apartó, a


excepción de uno. Los labios de la criatura se separaron en una sonrisa podrida.
Desde algún lugar en las sombras de su cuerpo, saco una daga afilada, de hierro
y aplanada.

Jonah cerró la mano sobre ello. El peso era tanto por el mal infundido en
el arma como por el propio metal. Hacía frío. Tanto frío que hasta los fuegos del
infierno no le calentarían.

393
El Club de las Excomulgadas
—Jonah, por el amor de la Diosa, no.

Él hundió el puñal en su pecho, justo debajo de los latidos de su corazón.


Cuando Anna gritó, unas garras en alto se clavaron en la carne pálida de su brazo,
perforándole. Jonah se detuvo, entrecerrando los ojos, con sus labios tirando hacia
atrás para desnudar sus propios dientes.

—Detente o me detendré.

El alto quitó la mano, aunque dejó a Anna con el agarre de las cadenas.
Jonah empezó a hundir la hoja de nuevo. Metódicamente, mientras mantenía su
mirada en el rostro de la otra criatura. Jonah se preguntó si el ardor en sus ojos
sería un reflejo de su propia agonía, un dolor más allá del físico, que le llevaría a
la locura. Estaban tan cerca, los ángeles y los Oscuros. ¿Por qué debería eso
sorprenderle? ¿Cuántas batallas reunieron extraños momentos de comunión
entre los enemigos, sólo momentos antes de que hicieran su mejor esfuerzo para
matarse unos a otros? La muerte en realidad no tenía mucho que ver con la

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


conexión. O tal vez esa era la conexión.

El flujo de sangre azul brillaba intensamente salpicando la roca. Los


Oscuros se dispersaron, silbando con rechazo. Estirándose, levantó su corazón,
lo sacó de su propio cuerpo, pero aún no cortó las arterias. El mundo se
oscureció a su alrededor. Más oscuro. Estrechándose.

—Libérenla.

—El corazón.

Los labios de Jonah se curvaron en otro gruñido, su rabia se hacía más


aguda por el dolor que rebotaba por su cuerpo. Podría recortar su propio corazón
y seguir de pie, pero eso no quería decir que no le doliera como a un hijo de puta.
La inmortalidad no venía con una tarjeta libre de dolor. —Deja que se vaya
ahora, o lo aplastaré en mi mano y se reirán de ti, mientras me muero.

394
El Club de las Excomulgadas
Los ojos del gigante se redujeron. Cuando asintió, el alto empujó a Anna
hacia adelante, dejando caer las cadenas en una lluvia de chispas. Anna tropezó y
cayó, pero luego se levantó y fue a su lado. Jonah le agarró del brazo con su mano
libre antes de que pudiera llegar a su pecho. —Estate quieta, pequeña.

Se detuvo, temblando, con los ojos llenos de lágrimas. Todo lo que ellos le
habían hecho, pero por él era por quien estaba llorando. Su sirena. Su milagro.

Él le miró entonces, haciendo una oferta de que se quedara siempre con el


símbolo del silencio en su expresión. Soltándole, metió la mano en la herida
abierta y pintó la cruz azul en la frente que brillaba allí, su marca. Su protección.

—Vete, —le dijo, y fue el tono de un hombre que había mandado a un


ejército por más de quinientos años, y peleado como un soldado más de un
milenio.

—No, —respondió, y fue el tono de una mujer que no se movería.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Anna.

Su rostro se arrugó. —No, —le susurró, aunque con la intensidad de un


grito—. No te dejaré con ellos. —A pesar de eso, cedieron las rodillas
temblorosas, pero cuando ella cayó de rodillas, pasó sus brazos heridos alrededor
de sus piernas—. No pueden tenerlo. No pueden.

—Anna, ven aquí.

Él tuvo que esperar un poco, y los Oscuros se movían sin descanso, pero
no se acercaban al círculo azul de sangre en el que ahora descansaba y ella se
quedó en él.

Finalmente se levantó, limpiándose la nariz sin gracia con una mano, casi
haciéndole sonreír. —Tienes que irte, Anna.

—No puedo salir de aquí.

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El Club de las Excomulgadas
—Puedes. Lo harás.

Mientras miraba su cara, Anna pensó que su mundo podía ser destruido por
la intensidad de esa mirada. —Hay muchos ángeles, —le recordó él. — Hay sólo
uno de nosotros.

—Pero sólo hay un tú, —sollozó ella. — Para mí.

Puso los brazos a su alrededor, a pesar de la dificultad de hacerlo al mismo


tiempo que sostenía su corazón, con su pecho abierto. Ella puso su mejilla contra
su lado, con su aliento sollozando, con sus labios rozando sus dedos
ensangrentados. —Te amo, Jonah. Te amo con todo mi corazón.

—Sé eso, pequeña. Y nunca ha habido una gran diferencia entre el valor
de un regalo y el valor del destinatario.

Ella resopló en su contra. —Dijiste un chiste. Tu elección del momento es


espantosa.

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—No, —le dijo en su pelo, sus ojos se cerraron. De repente, hubo un
silencio en ese oscuro y horrible lugar, un espacio para sólo ellos dos. —Eres
demasiado buena de corazón para entender las verdades más crueles. Deseo que
seas siempre tan bendecida. Vete ahora. Ese es el regalo que necesito de ti. La
marca en tu frente te permitirá salir, pero sólo durará un tiempo. Debes
advertirles a los demás. Una batalla viene, y yo soy el enemigo al que mis
ángeles tendrán que hacerle frente.

Él la puso lejos finalmente, con firmeza. Aún así equilibró su corazón en


la mano, mirando entre ella y él. —Sabes que esto siempre te ha pertenecido,
desde el principio. Les daré sólo la cáscara. Te llevas la verdadera médula
contigo.

—Jonah.

396
El Club de las Excomulgadas
Pero luego se centró en la cruz en su frente, en sus ojos oscuros, insondables
y afilados. Anna encontró a sus pies dejando el suelo, su cuerpo atrapado en las
garras de las ataduras que no podía quitar, su cuerpo se volvió frío por la expresión
de sus ojos. Mortal. Sin vida. —No, Jonah. No lo hagas.

—Adiós, —le dijo.

Él le envió volando por el aire como si fuera una catapulta, alto sobre las
cabezas de los Oscuros, que eran incapaces de tocar su protección, y a través de los
túneles por donde habían venido.

En algún lugar en su interior, Jonah deseó haberle advertido. No había


querido asustarle de cuan alto y rápido le llevaría por el cielo, sin su presencia a
su alrededor. Pero eso ya no importaba. Empujó eso y se centró en su destino, en
el pozo profundo del océano, cerca de donde se habían conocido. Cuando estuvo
seguro de que la tenía en su blanco, y de que ella se alentaría tanto como fuera
necesario antes de que cayera al agua, a muchos kilómetros de distancia, volvió

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


su atención hacia el asunto en cuestión.

El triunfo de Vicious había hinchado las filas en torno a él, con los gritos
de los Oscuros creciendo hasta que fueron ensordecedores, hasta que fueron
como un canto en un bosque oscuro del mal apremiando en su contra. Cuando el
calor se vertió en el sudor de su piel sus entrañas se volvieron hacia el agua.

Habían tenido miedo cuando Anna le había sostenido, lo sabía. Temían


su bondad y su poder sobre él. Pero lo que debían temer era lo que se avecinaba.
Los destruiría, pero estaba bien. Anna estaría a salvo. Luc se aseguraría de ello.

Con una sonrisa salvaje, cortó las arterias que conectaban su corazón con
su cuerpo, y dejó caer el órgano palpitante en la mano esquelética del alto
Oscuro.

Muy por encima de la tierra, el sol rechazo su cara. La Tierra se escondió


bajo la sombra creciente de nubes negras mientras el cielo comenzaba a llorar.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veintitrés

Y le dio al ojo un aspecto terrible.

Henry V, SHAKESPEARE

Anna aterrizó en el agua con una salpicadura, con el último grito que
había hecho para disuadir a Jonah apenas saliendo de sus labios. No, no, no.

La velocidad con la que se había movido a través del aire había sido
enceguecedora. En otro tiempo habría bastado para asustarla. Pero mientras
bajaba la velocidad en el descenso y tenía tiempo para concentrarse en el océano
para saber donde la había dejado caer, confirmó que la había alejado de él lo
suficiente para que no pudiera hacer nada para ayudarlo después.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


No sola por lo menos.

Giró en el agua, tratando de orientarse, mareada por la velocidad de su


viaje y ahora por el vaivén del océano, su miedo y estrés combinado para darle
más peso a sus náuseas. Pero no tenía nada para vomitar, no después de estar a
merced de los Oscuros por casi veinticuatro terroríficas horas.

Su primer miedo, en todas aquellas horas, había sido por David. Él había
caído, luchando contra una horda de ellos, tantos que lo había perdido de vista
después de que varios Oscuros le inmovilizaran brazos y piernas, desgarrando
sus ropas e incluso su carne mientras descendían con ella. Había visto un destello
de su rostro, sus facciones se habían contraído en gruñidos. Su nombre en sus
labios, llamándola.

Cuando la llevaron a la caverna, no trataron de invadir su cuerpo como lo


habían hecho con el de Maggie, pero habían alimentado su miedo, ideando

398
El Club de las Excomulgadas
formas de atormentarla. Deleitándose con su humillación, asustándola hasta
provocarle náuseas y vómitos y anulando su cuerpo, de tal manera que estaba
contenta por el toque limpiador del agua en esos momentos. Luchó contra el
pánico y la desorientación que podrían convertirse en una vida llena de pesadillas
una vez que el horror hubiera desaparecido. Pero no importaba. Encontró su
centro, concentrándose. Esperando que la conexión con David implicara que la que
ella había tenido con Mina había existido.

Mina. Te necesito. Y David. Si todavía sigues vivo, por la voluntad de Dios. Por
favor. Ayuda.

Ni siquiera se había molestado en transformarse, pataleando en el agua y


llorando, esperando que la descarga emocional la estabilizara y la hiciera más
coherente antes de que ellos llegaran, pero había olvidado lo rápido que los
ángeles podían moverse.

Antes de que pasaran dos minutos desde que ella enviara las llamadas

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


mentales, recibió una respuesta. En cualquier otro momento se hubiera sentido
cautivada por la imagen de más de veinte ángeles aleteando a través del cielo
hacia ella, con sus alas con una variedad de colores y diseños, todos con los
rasgos y los cuerpos sobrenaturalmente hermosos que los serafines solían
compartir.

Como Jonah. Él sabía que era hermoso, siendo tan indiferentemente


arrogante, aprovechándose de eso para conseguir que ella hiciera cosas. Quería
sonreír al acordarse de eso, pero todo lo que consiguió fue más lágrimas.

Cuando el agua hirvió alrededor de ella, Mina surgió con la velocidad de


una erupción. La fuente de su propulsión le dio a Anna una ola de alivio
mientras David la dejaba ir y prorrumpía desde el mar, con sus alas
salpicándolas a ambas mientras reconocía al escuadrón que llegaba. Su cara
estaba magullada e hinchada, y estaba protegiendo su brazo izquierdo. Ella
recordó que había sido golpeado durante la pelea. La piel se estiraba sobre su
caja torácica en una masa de verdugones azules y negros, pero obviamente

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El Club de las Excomulgadas
alguien le había sanado lo suficiente para que estuviera volando a pesar de estar
lejos de hacerlo tan fácilmente como cuando él y Lucifer habían venido en su
rescate.

— ¿Qué pasó Anna?— preguntó él con urgencia, dándole la espalda. Su


expresión era más intimidatoria de la que alguna vez hubiera visto, y no creía que
fuera solamente por el efecto de tantas magulladuras. Incluso Mina parecía algo
inquieta con él, o quizás era el rápido ascenso hacia la superficie con ella a la zaga.

—Su corazón. — Anna apenas podía pronunciar las palabras entre los
sollozos y la lucha por controlarse. Mina se movió lo suficientemente cerca para
sostenerla con unos de sus tentáculos enrollado en su cintura y el otro debajo de
las plantas de sus pies para mantenerla de pie. —Me dijo que te llamara. Había
cientos de ellos, quizás miles...— Ella tragó, forzándose a encontrarse con sus
ojos. —Me dijo que te dijera... que los estaría guiando, porque tienen su corazón.
Por mí. Estaba rescatándome.

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—Gran Diosa, — murmuró David, y cerró los ojos brevemente. Entonces
los abrió y asintió a Mina. —Agárrate fuerte.

No hubo tiempo para que las dos mujeres preguntaran a que se refería,
porque en el tiempo en que aparentemente le tomaba transmitir la idea, el mar se
levantó, y una legión de ángeles oscuros alados surgió de las profundidades
como un bosque de geiseres15 explotando a través del océano.

Lucifer estaba a la cabeza, con un puñal amarrado a su pecho. La


guadaña de aspecto terrorífico apretada en su mano. El asa del arma estaba
envuelta en un fajín rojo que ondeaba, chasqueando en el agua con un agudo
sonido en el viento.

— ¿Dónde, Anna?

15
Un géiser es un tipo especial de fuente termal que erupciona periódicamente, expulsando una columna de
agua caliente y vapor al aire.

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El Club de las Excomulgadas
Anna tuvo que apartar la atención del fantástico espectáculo para
concentrarse en David otra vez. —En el Gran Cañón. Necesitamos ir. Necesito ir
contigo.

Tuvo que gritarlo, porque antes de que las primeras palabras estuvieran fuera
de su boca, él ya estaba partiendo con los otros. David bajó la velocidad mirándola
desde treinta metros, una distancia que le haría fácil seguir volando e ignorar su
petición. Lucifer ya lo había hecho llevándolos al cielo como una bandada
migratoria tan gruesa que oscurecía al sol.

— ¿Porqué?

—Tengo que estar ahí.

La duda de David con tal afirmación fue obvia, pero Anna volvió su
mirada desesperada a Mina. —Por favor, díselo. Dijiste el primer día que yo era
importante. Sigo siendo importante, ¿o no?

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—No. — Dijo Mina categóricamente. —Has terminado tu parte.

—Espera. — Exclamó Anna. David dio una vuelta que aparentemente le


costó, el dolor que sacudió sus facciones antes de que pudiera controlarlas y
frunciera el ceño.

— ¿Qué? Anna, me tengo que ir. Hay mucho en juego aquí.

—Lo sé. — Dijo ella con brusquedad. —Diosa, ¿crees que no lo sé? Mina
está mintiendo para protegerme, porque no se da cuenta de lo mucho que está en
juego. — Anna les dio una mirada suplicante, incluso cuando los tentáculos de
Mina la apretaron sin mucha caridad. —Mina, si Jonah desafía a los ángeles,
será el fin de nuestro mundo. Lo sabes. Lo sabes mejor que ninguno de nosotros.
Tengo que ir con él. Soy la única capaz de llegar hasta él, ¿no es así? ¿No lo soy?

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El Club de las Excomulgadas
Cuando Mina se rehusó a responder, Anna refunfuñó. Levantando su mano
del agua, abofeteó a Mina en el rostro.

La cabeza de Mina se zarandeó, con los ojos brillantes de rabia y confusión.

—No hagas esto. — Anna habló bajo, había furia y resolución en su tono
como sabía que Mina nunca había escuchado en ella. —No me quites el poder de
decidir. Yo no lo haría. Niega cualquier otra cosa entre nosotras, pero no niegues
esa simple verdad.

Mina la miró, después miró a David, que entendía suficiente de lo que


podría ser verdad como para acceder a sacrificar unos pocos segundos extras.
Anna lo había visto en su rostro el día que había venido en su ayuda. Sabía que
amaba a Jonah como ella lo hacía, y si hubiera cualquier cosa pudiera salvarlo, y
ganar la batalla...

—Mi visión dice que ella es la única que puede salvarlo, si es que puede
ser salvado, — dijo Mina al fin. —Pero si va, yo iré.

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Ahora fue el turno de Anna de asombrarse, y no sólo por la categórica
admisión de que lo que Mina sólo había insinuado ahora, si no porque hasta
donde sabía Mina nunca se había alejado del abrazo del océano. Pero David
estaba ya hablándoles a dos ángeles que le seguían, aparentemente parte de su
pequeño comando. Ellos se acercaron, uno arrancando a Anna del agua, y
rápidamente anclándola a su cintura para poder volar con las alas extendidas y
sostenerla.

—Anna, te presento a Orión. Él te llevará allí. — David los dejó y volvió


abajo por Mina y la subió mientras sus tentáculos se disolvían y ella tomaba una
forma humana más fácil de llevar y que además podía estar fuera del agua.
Aunque no era un problema en ese momento empezó a llover. Pesadas y gruesas
gotas que Anna se dio cuenta que eran saladas y tibias, salpicando con un toque
plateado el agitado mar.

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El Club de las Excomulgadas
—Lágrimas de Diosa, — dijo David lúgubremente. —Sosténganse.

Los hombres del clima alrededor del Globo, que vigilaban el clima del área,
rápidamente se dieron cuenta de un espectacular fenómeno. Estaba lloviendo…
bien… en todos lados. Una nube había cubierto por completo la Tierra, rodeándola
como un grueso sudario. Sin una completa certeza del porqué, una desesperación se
cernió sobre los corazones y las mentes. Los humanos comenzaron a migrar a las
Iglesias buscando esperanza, arrodillándose para rezar a cualquier dios que
sintieran que pudiera escucharlos...

Ella sabía que los ángeles podían viajar rápido, pero experimentarlo dos
veces en tan poco tiempo era algo completamente diferente. Era como un rápido
parpadeo, aunado a una impresión de un gran empuje gravitatorio mientras
Anna corría a través de los cielos más allá de la velocidad del sonido o de los
sentidos. Entonces estuvieron ahí, revoloteando sobre el campo de batalla del
tipo del que ella estaba segura que el mundo nunca había visto antes.

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Estaban sobre un ancho y aislado abismo en el Gran Cañón. En el lado
opuesto, Jonah estaba de pie en su solitario esplendor en una saliente de roca
esculpida por las irresistibles fuerzas de la naturaleza. En un reborde de la orilla
del cañón, cerca de unos cincuenta metros atrás de él, los Oscuros creaban una
masa de oscuridad tan grande que hacían obvio que su estimación había sido la
correcta. Había miles de ellos.

Habiendo sido su prisionera, la vista de tantos encendía los mismos


sentimientos de miedo y desesperación en ella.

Sin embargo, aparentemente por la presencia de los ángeles, esos


sentimientos no la desbordaron, haciéndola arrodillarse. Pero cuando volvió a
mirar a Jonah, se tambaleó, a pesar de sí misma.

Ella había estado con él cuando había sido amable, alegre, incluso había
visto su lado más peligroso, pero nunca le había temido de verdad.

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El Club de las Excomulgadas
El ángel que estaba de pie sobre una montaña de rocas tenía un oscuro e
inexpresivo semblante, sus alas estaban manchadas de rojo carmesí, en un patrón
extenso y oscilante que cambiaba como las nubes que pasaban sobre el paisaje del
desierto. Su pelo oscuro ondulaba sobre sus hombros desnudos, los cuales no estaba
tensos, sólo preparados para pasar a la acción. Una mano descansaba sobre la
empuñadura de la espada que estaba situada en la roca entre sus piernas abiertas.
Los Oscuros que se arremolinaban en la saliente ganaban en volumen así como los
ángeles que se reunían en la saliente opuesta. El clamor era abrumador. Era obvio
que su confianza era grande, y en algún lugar en la masa maligna, ella sabía que el
corazón de Jonah estaba bajo custodia. Recorrió con la mirada el ejército de los
Oscuros.

Ahí. Ella captó un destello, en la tercera línea del tumulto. Una luz azul,
un contenedor de un material traslúcido hecho para contener el tesoro, el que
podría darles el dominio sobre las acciones de Jonah. De su cuerpo... incluso de
su alma.

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No, ella no podía creer eso. Él estaba desesperado, sí, pero su
desesperación no tenía la capacidad de convertirse en verdadera maldad.

—David. — Ella captó su atención. Con algunos miembros de su


comando, él revoloteó encima de ella y de Mina en una saliente más baja donde
las habían depositado. Había un hueco poco profundo detrás, contra la pared del
cañón, que daba cierto refugio contra la lluvia, así como ante la fuente de agua
subterránea, que goteaba por una grieta de la superficie cóncava.

La mirada del joven ángel se estrechó, mientras seguía la dirección que


señalaba su dedo. Cuando registró lo que ella estaba viendo, murmuró un
juramento y tomó dos dagas del arnés de su pecho.

—No. — Lucifer llegó por su izquierda, revoloteando a través de las filas,


pero parando sobre el hombro de David, rozándolo con un ala. —No, David. Te
cortará en dos antes de que lo alcances. — Una sonrisa ligera y con falta de
humor atravesó el rostro del oscuro ángel. Anna se dio cuenta de que, como

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El Club de las Excomulgadas
todos los ángeles, aparentaba no ser tocado por la lluvia, sin siquiera parpadear por
las gotas que le escurrían por el rostro.

Su voz se impuso sobre el ruido que corría y reverberó autoridad. —Este no


es tu Goliat a enfrentar. Tú y tu comando deben quedarse en esta saliente,
defendiéndola. Y para ti, no habrá ningún mano a mano a menos que no puedas
evitarlo. Usa tu formidable habilidad como arquero solamente. No estás en
condiciones de luchar.

—Pero...

Lucifer le brindó una mirada punzante y David se sometió, pero con un


dejo de ira frustrada en su mirada. Cuando Lucifer lo dejó, ascendiendo para
tomar el frente de batalla otra vez, un destello de relámpago iluminó la hoja
segadora. En el mismo momento, Anna vio como Jonah cambiaba, casi
imperceptiblemente, enfrentándose con su imagen a través del campo de batalla.

Oh, Diosa. De pronto todo estuvo claro. ¿Qué otra fuerza podría vencer a

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Jonah?

No nos moveremos hasta que dé la orden. La orden de Lucifer resonó dentro


de cada mente, incluso en la de Anna y de alguna manera en la de Mina, si la
mirada sorprendida en la cara de la bruja era algún indicio. Jonah podría estar
conteniéndose. Si atacamos primero, reforzaremos cualquiera de sus órdenes sobre él,
porque su instinto lo hará defenderse de cualquier muestra de agresión nuestra.

Su mirada bajó y extraordinariamente, Anna se encontró a sí misma


enfocándose en ella. Ningún ángel actuaría hasta que Jonah hiciera su primer
movimiento.

Ella sólo tenía que imaginar la sangre azul corriendo sobre esa horrorosa
daga para impulsarla al movimiento. Se volvió hacia Mina, que todavía estaba
en cuclillas como una severa ave de mal agüero en la saliente donde el ángel la
había depositado. —Mina, necesito llegar a Jonah.

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El Club de las Excomulgadas
—Por supuesto que lo necesitas. ¿Quieras que venza al ejército mientras
estamos en eso, y dejamos que los ángeles regresen a arreglarse sus plumas y
admirarse los unos a los otros?

Anna se estremeció cuando dos de los ángeles del comando de David dentro
de su campo de visión le dieron a la bruja una mirada menos que amistosa, pero
Anna tenía cosas más importantes que hacer que suavizar unas plumas erizadas.
Literalmente.

Cielos, todos los comentarios que podría usar para tomarle el pelo a
Jonah, si sólo tuviera una vida para hacerlo, en lugar de sólo una semana.

—Mina. — Ella tocó el brazo de la bruja. —Necesito acercarme a él. ¿Me


puedes llevar a la saliente y ayudarme a tener la suficiente protección para que
los Oscuros no me afecten o traten de interferir? Necesitamos probar y pararlos
antes de que empiecen. Jonah no podría soportar vivir consigo mismo si lastima
a alguno de sus hombres. No podría soportar saber que ha tomado sus vidas.

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Y sabiendo sólo una décima parte de lo que había sentido de su poder
total, sabía que serían muchas vidas.

—Estás asumiendo que podría sobrevivir. — Dijo Mina con sequedad. —


Aparte de eso, no importa. No te puedo llevar ahí con sólo un hechizo.

—No, no con un sólo hechizo. — Anna le dio una mirada tan firme, que
incluso el rostro de Mina se alteró, lanzando su atención a David antes de
regresar a Anna.

—No.

—Por favor, Mina. Sabes que tengo razón. Vuela y cantaré para
protegerte. Mientras canto, puedes protegerme. Déjame en la saliente y regrésate,
sosteniendo la protección todo cuanto puedas.

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El Club de las Excomulgadas
Mina cerró los ojos. — Estás determinada a morir, ¿No es así?

—No, estoy determinada a devolverle su corazón. — Le respondió Mina,


tomando suavemente su rostro entre sus manos, aunque por fuera de la capucha de
su capa. —Mina, confío en ti. Sólo nos tenemos la una a la otra, ¿no es así? Y
además pienso en ti como mi amiga, sin importar lo que pienses de mí. Ayúdame.

Cuando Mina tembló de una manera curiosa, Anna sintió un nudo en la


garganta. —No quiero morir como las otras, — dijo suavemente. —Mi madre, su
madre... Arianne misma. Sin esperanza, no hay motivos. Siempre lo supe. Que
moriría joven... no puedo evitarlo. Pero puedo escoger cómo. — Su barbilla se
levantó y había resolución en la mirada que le dirigió a David, que había bajado
a la saliente, con una expresión de cautela y curiosidad. Volvió su atención a
Mina.

—Amo a un ángel, Mina. Y si debo morir salvándole, lo que significaría


que podría protegerles a todos ustedes, entonces puedes encontrar tu propósito,

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tu motivo de esperanza. No puede haber algo mejor que eso. — Ella miró hacia
arriba. —Mira a tu alrededor. ¿Crees que así es la manera en cómo el mundo se
supone que debe verse?

Las lágrimas de la Diosa continuaban cayendo, tan pesadas que la


inundación había comenzado en el Cañón. El color de las gotas había cambiado,
rojas y negras así como tibias, saladas y claras, azotando y manchando a los
ángeles que parecían unos salvajes guerreros escoceses. Los relámpagos cruzaban
el cielo sin pausa en ese momento, intercalándose con la fiereza de los truenos.
Un relámpago golpeó un afloramiento de roca, mandándolas al abismo, a la
corriente del agua que se estaba formando abajo. Los Oscuros seguían
bramando, añadiendo al del trueno el ruido de sus pies al pisar fuerte contra el
suelo y el de sus puños golpeando contra la tierra. Los ecos se sentían en su
pecho, golpeteando la base de su cráneo.

Anna volvió su atención a la reunión de los ángeles arriba. Él había dicho


que había entrenado a muchos personalmente. Ahora estaban alineados atrás de

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El Club de las Excomulgadas
Lucifer, y por un momento no vio nada en su postura más que preparación para la
batalla, dándose cuenta de cómo sus ojos se dirigían a su Primer Comandante. Si
alguno de ellos sentía la misma emoción que ella sentía en su corazón, sabía que
cada uno estaría rezando el no tener que verlo reducido. Algo más que el alma de
Jonah podría perderse en esa batalla.

—Mina, — alegó Anna. —Por favor.

—Te odio por esto, — dijo Mina oscuramente. Con un jalón, tiró de su toga
a sus pies.

Fue suficiente para atraer la atención de David, pero su expresión sólo fue
una impresión momentánea antes de que Anna pudiera decir que Mina los
dejara afuera. Quizás así no podría registrar asco o disgusto, o peor, curiosidad
macabra. Siempre había sido difícil saber en qué estaba pensando Mina. Pero
ahora su cuerpo se tensó, se abrió y explotó en tamaño. Hizo la transición
rápidamente, quizás debido al tiempo que las limitaba y para no poder cambiar

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de parecer. También hizo que Anna diera un salto atrás con un juramento, y que
los ángeles se sobresaltaran, de lo que Anna estaba segura que era una dulce
satisfacción para la irritable bruja marina antes de que el dolor desgarrara el
cuerpo de Mina debido a la rápida transformación.

Lo que empezó como un lamento de dolor de una mujer terminó como


un rugido de un dragón mientras completaba su conversión y se posicionaba
encima de Anna sobre una pequeña saliente, sus alas la ayudaban a mantenerse
en balance, sus fosas nasales humeaban, sus ojos azules y rojos resplandecían, y
escamas de color plata y zafiro brillaban como acero pulido.

—Santa Diosa...

Mientras Anna ignoraba la reacción de David y ponía su pie en la rodilla


de Mina, sobre una garra curvada tan larga como la trompa de un elefante,

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El Club de las Excomulgadas
David aparentemente se recuperaba lo suficiente como para arremeter y tomarla de
un brazo.

— ¿Qué intentas...?

—Intento conseguir su corazón y devolvérselo antes de que la batalla


empiece, — dijo Anna. —Cuando la llamada venga a ti para que luches, debes
hacer lo que tengas que hacer. Pero debo intentar esto ahora.

David puso su otra mano en el hombro ancho y musculoso de Mina,


ignorando su gruñido de advertencia. —Anna, Jonah dio su corazón para
salvarte.

—Sí, lo hizo. Porque sabía que todos podrían detenerlo. Lucifer bien
podría matarlo. — Su voz tembló mientras vislumbraba la calmada figura del
oscuro ángel alado. Ella podía sentir la energía que emanaba como un sólido
muro, incluso a esa distancia. —Lo mataríamos. Jonah lo sabe. Pero hay una
batalla más grande en juego. Los dos lo sabemos. Dejaría que los Oscuros le

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poseyeran porque creía que no sería bueno para ti nunca más. Cree que su alma
ya está perdida. Puedo devolverle eso.

Tomó la capa descartada de Mina para usarla como montura para


protegerla de los cortes que podrían hacerle las escamas.

— ¿Cómo?

—No lo sé. — Ella se dio cuenta que su risa sonó más como un graznido,
porque vio preocupación en el rostro de David. —Sólo sé que tengo que ser yo, si
alguien puede hacerlo. Mina lo sabía desde el principio.

—No. — Repitió él. —Mira. Ambas están locas. No habrás atravesado ni


medio campo antes de que sus flechas te alcancen.

Anna paró, quitando su pie de la rodilla de Mina y volviendo su rostro


hacia él. David debería de haber muerto. Lo recordó otra vez, incluso de manera

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El Club de las Excomulgadas
más vívida, mientras salvajemente había luchado para protegerla de veinte o más
Oscuros que la atacaban por el aire. Había subestimado su peligrosa fuerza y su
fiereza, probablemente porque lo había visto en compañía de Lucifer y de Jonah.
Pero David la había sostenido con un solo brazo y luchado con el otro. Lo que le
faltaba de experiencia lo compensaba con un infatigable coraje, determinación y
sensatez, donde la mayoría hubieran perdido la razón debido al terror. Podría haber
sido asesinado antes de renunciar a ella, así que sospechaba que una afortunada
corriente de aire lo había dejado inconsciente y lo había dejado caer al mar. Los
Oscuros estaban más preocupados acerca de desaparecerla que de asegurarse de
que un ángel estuviera muerto.

Cuando simplemente habían sido demasiados, ella sabía que él se sentía


responsable de que Jonah estuviera en esa roca así como ella también lo sentía.
Por esa razón se tomaba el tiempo ahora, a pesar del grito impaciente de su
mente para que llegara a Jonah.

—David, no sé si pueda cambiar algo, o hacerte ganar un valioso

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momento de distracción. — Incluso por su mente pasaba el terrible pensamiento
de que le estaría dando a Lucifer un momento oportuno para acabar con Jonah.
—Pero Mina vio en su visión que yo era la única que podría recuperarlo. Pensé
que significaría llevarle con el chamán.

Su voz vaciló. —Para ser honesta, estaba tan aliviada de llevarle con él,
porque no podía imaginar lo que podría hacer por alguien tan poderoso como
Jonah. Pero mi corazón me dice que mi misión todavía no ha acabado. Y lo amo
tanto...

A pesar de sí misma, sus ojos se llenaron con lágrimas, aunque mantenía


la espalda derecha y la voz firme, para que así él no pensara que el sentimiento la
conduciría a la inconsciencia. —Si no logra salir vivo del campo de batalla, no
podré soportar un mundo en donde él haya sido vencido así.

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El Club de las Excomulgadas
David le sostuvo la mirada un largo momento, y ella vio un brillo en sus ojos
marrones. Consentimiento. Pero incluso siguió sin soltar su brazo. Ella endureció
la mandíbula, mientras su control se desgastaba.

—Jonah no es un demonio. Por miles de años, nos ha protegido a todos, —


gruñó ella. —Ahora, maldita sea, es momento de protegerle. De luchar por él.

Los alaridos a través del campo crecieron. La mirada de Anna se dirigió en


esa dirección y David se volvió. El enemigo había cambiado y los ángeles se habían
ajustado. Su corazón casi dejó de latir, pensando que había perdido su
oportunidad mientras la batalla comenzaba. Pero aparentemente algo más había
pasado, por lo que los Oscuros se quedaron donde estaban.

—Cristo, están tratando de que perdamos los nervios. O la tranquilidad de


Luc.

Con alivio, sintió como la mano restrictiva de David dejaba su brazo.


Doblándose, él ofreció su mano a su pierna para proyectarla con un gesto

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irónico.

—Puedo decir que has estado alrededor de Jonah. Sonaste casi como él,
por un segundo.

Mientras se posicionaba encima de la capa, sin saber cómo responder a


eso, él volvió su atención a Mina, cuyos grandes ojos azules parpadearon con su
usual irritabilidad. Le enseñó los dientes.

—Un depredador gigante y temperamental, — observó él. — ¿Por qué no


estoy sorprendido? ¿No podrías haberte convertido en un cachorrito? ¿En algo
abrazable?

Mina sopló una corriente de fuego a través de sus fosas nasales.


Anticipándose a ella, él ya se estaba alejando, con un grácil y superficial brinco

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El Club de las Excomulgadas
ayudado por sus alas. Los ángeles por encima de él lo llamaron alarmados, por lo
que los tranquilizó con un movimiento de su mano.

—Buena suerte, — dijo él. —Dime cuando te hayas acercado para que así
pueda comunicárselo a Luc.

—Mina y mi propia magia pueden protegerme lo suficiente para llegar hasta


ahí. — Eso esperaba ella —y después la mandaré de regreso aquí. En ese punto,
todo quedará entre Jonah y yo. Te quedarás seguro aquí. — Se dirigió hacia la
bruja transformada. —Sin estúpidas heroicidades.

Las cejas de Mina se fruncieron. —Le dijo la sartén al cazo... — siseó ella,
con las palabras casi retumbando.

—Quiero decir. Promételo...

Una repentina cacofonía de gritos, y Anna se volvió para ver a los


Oscuros aumentar en el acantilado. Jonah había desenvainado su espada,

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levantándola al centelleante fuego que volvía el cielo en oro fundido.

—No, es demasiado tarde. Esa es una señal...

—Vamos—Anna instó a Mina. El dragón se impulsó en vuelo.

David maldijo, pero no mandó a sus ángeles a interceptarlas, a pesar de la


aprehensión que lo llenaba, viéndolas aletear a través del espacio abierto que
aterrorizó al ejército, la peor pesadilla de quién estaba guiándolos.

Mientras el dragón volaba a través del cielo, alcanzó la torre de piedra que
sostenía al maldito ángel, y él mandó un mensaje a Lucifer, diciéndole a su
comandante temporal lo que la sirena estaba haciendo. Entonces buscó la magia
que estaba más que disponible para él. David rezó.

Anna cantó como nunca antes había cantado, tejiendo una protección
alrededor de ella, sintiendo que la magia de Mina se unía a la de ella,

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El Club de las Excomulgadas
impulsándolas a través del aire con sus poderosas alas, con su escudo moviéndose
con ellas como una bruma azul.

Las flechas lanzadas por los Oscuros surcaron el aire, buscando un punto
débil para detener el acercamiento del dragón, pero rebotaron en el escudo. Jonah
no hizo ningún movimiento, su mirada simplemente las seguía. La espada seguía
levantada en su mano, pero Anna estaba aliviada de ver que no había hecho ningún
movimiento para lanzarse él o su ejército en su contra. Su levantamiento había sido
aparentemente sólo otro truco para mantener a los ángeles en vilo. O algo más.
¿Por qué estaban esperando?

Mientras se acercaban, ella se dio cuenta que no usaba la falda de batalla


que portaba el color rojo de la Diosa de los serafines, sino unos pantalones
negros, elegantes hechos de algún material resbaladizo, flexible y ajustado al
cuerpo del cual tuvo la desagradable impresión de ser una piel de algo. Si él
había refunfuñado por lo incómodo que sentía los vaqueros, no podía imaginar
que podría estar diciendo Jonah ahora si pudiera estar su estado mental normal.

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Los sólidos ojos oscuros que primero habían sido perturbadores y luego
mucho más expresivos de lo que ella había esperado eran ahora dos abismos
infernales, rojos y dorados, parpadeantes como una llama viviente. La parte
superior de su cuerpo estaba desnuda, así que ella podía ver la furiosamente roja
pero sellada herida de donde le había sido quitado su propio corazón. La misma
lluvia roja y negra lo pintaba, dándole el aterrador semblante de un guerrero
bárbaro. Las puntas de su cabello estaban mojadas, ceñidas y pulcras en su
cráneo así como esos pantalones lo estaban a su cuerpo, goteaban el agua
manchada en sus anchos hombros, creado un patrón moteado.

Siempre había quitado el aliento, y todavía lo hacía, pero de una manera


horrible y fascinante que le hacía vibrar las entrañas incluso aunque su corazón
latiera más rápido, así como el conejo reconocía la trampa mientras se acercaba
más a ella. No vio nada en su cara que le indicara que la reconocía o que tuviera
consciencia de ella.

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El Club de las Excomulgadas
Anna sabía de seres que podían convertirse en algo que no esperaba que
fuera, en un traidor o en un inesperado amigo, pero no importaba lo que viniera
después, lo que ella había conocido de él había sido verdadero. Se aferraría
fuertemente a eso.

Y en verdad, esa forma no estaba lejos de su propia forma en sí misma.


Jonah no era el suave y peludo ángel de la tradición popular, el suave querubín que
revoloteaba sobre las nubes, la fuerza femenina que fruncía la ceja en la mente de la
mujer trabajadora. Era un ángel guerrero, un justiciero. La línea entre eso y el
portador de la muerte y el caos siempre había sido muy cercana a su pie, sólo un
paso más allá. Ella sabía a qué lado de la línea pertenecía él, pero sospechaba
que él no veía más en dónde estaba dibujada la línea.

En algún punto, él dejo de limpiar la sangre que lo mantenía escondido, y


nadie más lo hizo por él. Era el peligro de convertirse en un líder tan poderoso.
Atlas había hecho tan buen trabajo sosteniendo al mundo, que eventualmente
nadie había creído que necesitara ayuda haciéndolo.

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Ella se preguntó si el viaje a la Shism había sido para armarla y prepararla
para este momento, incluso antes de que Jonah hubiera ido con el chamán. No
sabía que había transpirado ahí, pero recordó lo que la nuera de Gabe había
dicho cuando Anna había tenido que regresar a la tienda departamental para
hablar con Pat.

Era muy duro para ellos regresar a lo que parecía la trivialidad de la vida
diaria, para encontrar el significado después del oscuro lugar de sangre y muerte
que habían visto. Esas imágenes eran tan fuertes y poderosas y reales. Tenían
que encontrar la realidad en las cosas más calladas y suaves que estaban
defendiendo. Pero mientras más permanecieran en el lugar oscuro, más difícil
sería hacer eso...

Aunque pudiera parecer absurdo imaginar a Jonah yendo a una reunión


de apoyo para veteranos, no podía ver ninguna diferencia entre cinco y cientos
de años inmerso en esa vida de derramamiento de sangre y horror. ¿Cómo

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El Club de las Excomulgadas
podría un alma adoptar la luz después de ver el lado oscuro que se ocultaba justo
detrás?

La mano grande y poderosa que sostenía la espada la había tomando en su


palma cuando era tan fácil dañarla como a una mariposa. La había besado con
suficiente pasión para consumirla en su flama. Lo que había dicho acerca de David
de protegerlo podía parecer absurdo, pero de alguna manera sabía que su
protección en este caso no tenía nada que ver con la fuerza o la habilidad en la
batalla.

Anna tragó, se abrazó al cuello roto de Mina mientras daba un frenazo


ante una ola de poder colectivo, la energía de los Oscuros era proyectada hacia
adelante para mantenerlas lejos de su objetivo. Ella buscaba desesperadamente
algo de lo cual asirse entre las escamas de su cuello, cortándose las manos
mientras Mina giraba a la derecha para dar una vuelta abrupta con un alarido de
furia y de dolor.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Anna renovó sus esfuerzos, incrementando la fuerza de su voz, cantando
sin palabras, sólo con notas puras y claras. Escuchó el rugido de Mina a través de
su garganta, la voz del dragón sonaba rara mientras las palabras del hechizo
salían disparadas como una corriente de llamas de su coraza y sobre la saliente
del acantilado, llevando a los Oscuros hacia atrás y rompiendo sus esfuerzos lo
suficiente como para que Mina pudiera rebotar y dar contra un filo de la roca.

La primera línea gruñó, reagrupándose, con fuego haciendo erupción de


sus esqueléticos dedos, listos para ser lanzados. Tres se arrojaron contra ellas,
sólo para que su flama se encontrara con la de Mina, lanzada desde sus fosas
nasales. La explosión los hizo retroceder, causando confusión en las filas
inmediatas.

—Gran Dama, Mina, ¿cómo lo...?

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El Club de las Excomulgadas
—No hay tiempo. Sigue cantando. — El dragón rugió, y Anna obedeció
mientras veía a los Seres Oscuros renovar sus esfuerzos, sintió como el cuerpo de su
amiga dragón temblaba abajo de ella.

Un rápido vistazo atrás le mostró que los ángeles se estaban anticipando a


ese punto crítico. Sus filas se habían cerrado, sus flancos se habían separado
posicionándose. Se habían quedado atrás para ver lo que podía ocurrir, pero
rápidamente se dieron cuenta que las acciones de Mina y las suyas podrían
estimular las cosas lo suficiente como para empezar la batalla independientemente
de que Jonah diera o no la señal que los Oscuros estaban esperando.

Dada la naturaleza de los Oscuros, estaba sorprendida de que no hubiera


pasado nada aún. Debería haber pasado. Se dio cuenta de que una gran cantidad
de cosas estaban pasando con la esfera sellada en donde tenían su corazón. Con
una esperanza desesperada, se preguntó si ellos habrían calculado fuerza
suficiente como para detener sus movimientos, pero no como para dirigirlo a una
batalla. Como sugería la intuición de Lucifer, detener la iniciativa, podría ser un

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sabio movimiento. Pero la protesta cuando Jonah levantó la espada decía que se
lo estaban figurando. En cualquier momento, podrían tener el poder completo
sobre sus acciones, no sólo la habilidad para mantenerlo pasivo. Si Jonah no la
hubiera liberado, y la hubiera mandado con la advertencia de que convocara a
los ángeles, hubieran tenido mucho más tiempo para prepararse.

— ¡Mina!

Las alas de Mina dieron un giro errático mientras numerosas flechas


pasaban por ella y una se encajaba sobre su pierna frontal, en la piel vulnerable
sin escamas. Ella retrocedió varios metros y luego se recuperó, dirigiéndose a
toda velocidad hacia la roca, angustiosamente fuera del centro por lo que pareció
como si fueran a volar hacia el centro de la prolífica masa de Oscuros. La sangre
salía de sus fosas nasales, y Anna pudo sentir como su gran corazón de dragón
trabajaba como un mazo contra las costillas debajo de sus piernas.

416
El Club de las Excomulgadas
—Voy a tener que dejarte cerca de él ahora... Sólo tendremos que inclinarte.
Están erosionando mi protección... Estate lista.

—Mina, vuela y no te preocupes más por mí, ¿me has oído? Has hecho todo
lo que has podido.

—Ahora, — dijo ella ásperamente, arqueándose bruscamente al interior,


tomando un descenso en picada hacia la posición de Jonah, una bajada que la puso
cerca de la orilla. Anna saltó de su espalda al espacio y Mina le dio un empujón
inadvertidamente con su ala, haciendo que la atención de Jonah se volviera hacia
ella y la espada hiciera un giro a su alrededor. Mina chilló y avanzó, bloqueando
a Anna mientras ésta caía en la angosta plataforma y se deslizaba hacia la orilla.

Anna gritó mientras la espada hería a la bruja marina, un soplo brillante


que rompía la punta del ala de Mina y arañaba su pecho y la joroba de su
espalda, dañando su arteria principal, como si el reguero de sangre que corría
entre ambos fuera alguna indicación. Pero luego el dragón se volvió por

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completo, aleteando y dando tumbos fuera de su alcance, regresando hacia los
ángeles.

Anna se aferró a la orilla de la roca, abrazándose para sostenerse a sí


misma. El viento se estaba levantando, empujándola hacia el vórtice que estaba
comenzando alrededor del filo de la piedra en donde se encontraba en ese
momento. El cielo se oscureció aún más, como si fuera de noche. En lo alto de
todo, los Oscuros seguían chillando, por supuesto. Los ángeles estaban tocando
sus tambores, en una rítmica y peligrosa reverberación a contra parte de la
discordante cacofonía del enemigo. Y todo estaba golpeteando adentro del
corazón de Anna también, amenazando con hacerla explotar de miedo mientras
reconocía que había sido dejada en medio de todo eso.

¿Cuánto iba a durar ese punto muerto? ¿Era irracional creer que Lucifer le
iba a dar tanto tiempo como pudiera, para ver si podía hacer alguna diferencia?
Sin embargo, a diferencia de su propia gente, o de los humanos, ella no tenía que
convencer a las huestes a su espalda que las visiones, las profecías e incluso las

417
El Club de las Excomulgadas
compulsivas intuiciones podían ser vitales para el desenlace de una situación como
ésa.

Anna echó un vistazo a sus tambaleantes pies. Mientras el vacío podía ser
aterrador, no se podía comparar con los alados Oscuros que pululaban en el
inundado abismo, listos para acabar con cualquier ángel que cayera. Incluso ahora
muchos estaban dirigiéndose hacia su posición, como si pudieran arrastrarla hacia
sí, estrellándola contra las rocas.

Durante las horas que la habían capturado, nunca había estado más
asustada en toda su vida. Su malevolencia había sido como las opresivas paredes
de un ataúd, sin vía de escape para lo inevitable de su destino. En momentos,
estuvo segura de que perdería la razón. Si no hubiera estado distraída de su
discusión con David, no estaba segura de que hubiera tenido el coraje suficiente
de volar otra vez hacia ellos. Pero estaba aquí por Jonah. Él la necesitaba.

Mientras Jonah volvía su mirada hacia ella, sus ideas se paralizaron, a

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pesar de su semblante aterrador. No podía pensar en lo que venía atrás de ella,
que estaba a segundos de salir volando por los aires. Ella luchó por subir con sus
codos, sintiendo su mirada como una llama ardiente que recorría su espina
mientras conseguía deslizarse por la superficie plana de la roca y de alguna
manera impulsarse hacia arriba, usando los dedos de los pies para agarrarse a las
grietas. Él no estaba ayudando, pero tampoco estaba pisándole las manos.

Podía estar agradecida por los pequeños privilegios incluso cuando


encogían su corazón al recordar sus pequeños actos de protección hacia ella,
como ayudándola a subir a su camioneta o asegurándose de que tuviera una
suave cama en su bodega. Desplegando las alas para darle unos momentos de
sombra.

Los Oscuros no estaban arrojándole más flechas, otra ayuda.


Probablemente porque no querían darle a él. También porque la espiral de viento
estaba levantándose, compitiendo con los alaridos de las esqueléticas criaturas.

418
El Club de las Excomulgadas
Ella se preguntó si tendría más sentido transformarse en una hadita, un
blanco más pequeño, ligero y rápido. Sólo la Diosa lo sabía, las alas podrían serle
útiles ahora. Pero sabía que de alguna manera podría dirigir la atención de Jonah
más fácilmente como una mujer proporcionada a su talla, que podría estar a su
altura ojo con ojo, cuerpo a cuerpo. Los Oscuros no podían cambiar que era un
hombre, y ella nunca había conocido de él más que una abrumadora virilidad.
Quizás los instintos puros y primitivos podrían romper la principal grieta en las
barreras más complejas, mágicas o emocionales. Además, el viento se la llevaría
como a una hoja.

Escabulléndose hacia arriba, rodó hasta una posición sentada para


mirarlo, más y más arriba del cuerpo del ángel mortalmente poseído. Santa
Diosa, había olvidado lo alto que era. O quizás nunca se había visto tan
intimidante para ella.

—Jonah. — Ella se puso en una sola rodilla. El viento aulló, haciéndole


notar que se había formado un conducto alrededor del perímetro de la orilla

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mientras ella rodaba por ella. Cuando su mando pasó sobre la orilla, se dio
cuenta que estaban en el ojo del tornado y que esos Oscuros que se habían
posicionado abajo habían retrocedido. Seguían angustiosamente cerca, con sus
gruñidos amenazantes de muerte y dolor, pero al otro lado del muro de viento.
Mina seguía estando bien, entonces, como lo sentía por su magia. Entonces otra
vez, la obstinada bruja podría estar usando sus últimas reservas para darle
tiempo a Anna. La herida que él le había infligido a Mina se veía mal, una
estocada avalada por el fuego del ángel.

—Jonah, — repitió ella.

Él se sacudió con el sonido de su voz. Cuando ella se atrevió a mirar al


ejército de Oscuros en la orilla a cincuenta metros, su corazón se agitó ante la
demostración de rabia y colmillos chorreantes.

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El Club de las Excomulgadas
—Mátala. Mátala. — El mantra estridente era repetido por la línea. Su
anticipación y sed por la sangre tenían un elemento... el coral.

Oh, Gran Diosa. Los ángeles no habían caído en su trampa de instigar a


Jonah a pelear, por lo que ella tenía un Plan B. Si él la mataba antes de que todos se
concentraran, podría confirmarles donde estaba ahora su lealtad y a donde lo había
llevado la sed de sangre. Su sangre serviría como catalizador para la masacre que
ansiaban.

Eso la paralizó, antes que la hiciera pensar otra vez en lo que estaba en
juego. Si el demonio ganaba esta batalla, habría un mundo entero de humanos
para arrasar y reclamar. Matt y Maggie, Gabe y su familia. Los Oscuros se
llevarían sus corazones y sus almas, arrasando con cualquier cosa buena en ellos,
destruyendo sus almas para que así la Diosa estuviera sola en el Universo... sin
ángeles, en la nada.

No se dejaría llevar por el miedo.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Anna lo volvió a mirar, forzándose a encontrarse con los ojos de varios en
la línea frontal, incluyendo del alto que la había encadenado, un gigante detrás
de él.

Podrás tomarme, y como quiera no obtendrás nada. Te envenenaré con fe y amor


incluso mientras desgarras la carne de mis huesos. Pertenezco a un ángel. Él me lo dijo
desde un principio, y no puedes envenenar eso.

Luego su atención fue retirada mientras una mano se curvaba sobre su


bíceps. Ella se tensó en una dolorosa respiración mientras Jonah tiraba de sus
pies, mientras seguía levantando la espada con su otra mano.

—Jonah, — cantó suavemente, pero infundiéndole toda la magia que


pudo. Eso llevó confusión a su rostro y alaridos de protesta a los Oscuros. Un
destello de luz cruzó la esfera de su corazón, sólo un vislumbre por el rabillo de

420
El Club de las Excomulgadas
su ojo, pero se fue mientras él la soltaba. El dolor explotó atrás de sus ojos,
mientras le pegaba en la cara con su puño.

Fue una corriente sólida que golpeó su cabeza hacia atrás, con un sonido
sólido de rotura que por un aterrador momento temió que hubiera sido su cuello.
Ella trastabilló hacia atrás en la plataforma de piedra, su cabeza yendo hacia la
orilla, y sólo el miedo a caer sobrepasó al dolor de rodar, logrando volver a estar de
pie. Se sostuvo de rodillas, con su cabeza dando vueltas y balanceándose.

Él estaba en el centro de nuevo, mirándola, impasiblemente, con esos ojos


rojos como heridas abiertas.

Tomando un respiro para estabilizarse, ella gateó hacia él, sabiendo que
ponerse de pie sin ayuda era imposible. Llegó a los dedos de sus pies, que
estaban cubiertos de fuertes botas negras, y se sentó sobre sus talones, tratando
de controlar las náuseas. Echando atrás su cabeza, sostuvo su pecaminosa
mirada, buscando a Jonah. Descansando su mano sobre el hueso de su cadera,

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


curvó sus dedos en la banda de la cintura de sus pantalones negros y trató de
levantarse así misma sobre sus inestables pies, agarrándose de él, apuntalando su
codo contra su muslo.

Casi se había puesto de pie cuando él cerró su mano sobre su muñeca, la


giró, la arrancó de su costado y le rompió el brazo. La dejó caer sobre el suelo
otra vez mientras ella gritaba. Los Oscuros rugieron su aprobación.

De regreso al otro lago de la saliente, David estaba al lado de Lucifer. —


Necesitamos ayudarla.

—No, — dijo Lucifer, su mirada estaba fija en la terrible escena. —


Espera. Ve a la bruja. Su protección se está debilitando. El viento está
disminuyendo a su alrededor.

La mirada de David bajó, hacia donde Mina había aterrizado. Él había


ido con ella inmediatamente, sólo para recibir su gruñido y que lo regresara a él y

421
El Club de las Excomulgadas
a sus ángeles mientras enfocaba su energía en su tarea principal, que aparentemente
era mantener la mayor cantidad de protección posible alrededor de Anna en la
forma de un tornado de viento. Esperaba que fuera lo que fuera que Jonah le estaba
haciendo a Anna estuviera desbaratando el campo de la bruja, y no las heridas que
había sufrido, él bajó en picada para unirse a ella. Pero su corazón estaba atorado
en su garganta mientras descendía, porque vio que la bruja estaba proyectando su
hechizo en un cada vez más grande charco de su propia sangre.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I

422
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veinticuatro

Mira bien, porque soy una forma difícil de discernir, soy la luna nueva, soy la imagen
en el corazón. Cuando una imagen entra en tu corazón y se establece por sí misma, huyes en
vano. La imagen se mantendrá dentro de ti, a menos que sea un sueño engreído sin sustancia,
hundiéndose como un amanecer falso. Pero soy como el verdadero amanecer. Soy la luz de tu
señor.

RUMI

—Jonah. — Anna se las ingenió para que pasara su nombre por sus
sangrientos labios otra vez. A pesar del barullo, de la centelleante luz y de la
horrible oscuridad, el opresivo peso de Seres Oscuros tan terroríficamente cerca y
la energía todopoderosa de Jonah. —Mi Señor.

Su cabeza se inclinó, como si estuviera escuchando algo más allá de ella,

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


pero luego lentamente giró su cabeza a otro lado, volviendo su mirada,
chasquido tras chasquido hacia ella, como las macabras manos de una bomba de
tiempo. Su mano asió su espada, tan fácil y cómodamente, y ella pensó en cómo
incontables veces esa guardia había capturado la sangre que corría por la espada
para que su agarre no pudiera hacerle resbalar mientras la sostenía. Que tan
seguido la había cubierto, bañado, sumergido en los fluidos vitales de otros.

—Jonah, — repitió, sólo con un murmullo. El viento estaba parando, y


los Oscuros se acercaban a su plataforma. Antes de que ella pudiera intentar
evadir su acercamiento, se hizo un muro de luz que apareció a varios metros de
ella. Un Oscuro se estrelló en él, su cuerpo brevemente se iluminó por la
corriente eléctrica. Gritando, cayó al abismo.

¿Mina la seguiría protegiendo? ¿O estaba canalizando la energía de los


ángeles?

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El Club de las Excomulgadas
Estaba adivinando lo segundo, cuando la mirada de Jonah ardió. El
ominoso sentido de energía saltó por encima, la energía que ella sabía era la firma
de poder de un ángel preparándose para la batalla. Jonah levantó su espada, con la
punta moviéndose en un arco terrible encima de ella. Ella pensó por un momento
que todo había terminado, esperando ella misma al golpe, pero entonces él se
detuvo, con la cabeza inclinada, con sus ojos estudiando al ejército opuesto, que no
había avanzado.

Su instinto debía ser defenderse contra cualquier muestra de agresión de


nosotros...

La hoja de la espada reposó en su mano opuesta, como una barrera entre


ellos. Ella se puso de pie y dio un paso hacia atrás.

— ¿Te acuerdas cuando me sostenías en tu mano, como un hada?— le


preguntó con una voz cargada de dolor, de pena. —Tan suave. No estaba ni
siquiera temerosa de que me sostuvieras demasiado apretada. Cuando me caía

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


por el aire, sabía que me ibas a atrapar. Eres un ángel, Jonah. Tú proteges. Tú
amas. Eres el amor.

—Soy la muerte. La destrucción. El final de todo. La desesperación. La


oscuridad.

Su voz envió escalofríos a su columna, porque no era la voz de Jonah.


Sibilante, sonora, reverberaba a través del cañón y de regreso, dañando sus
oídos. Incluso cuando ella se quejó de ese nuevo tormento, la voz minó su
energía vital.

Ellos tenían su corazón, después de todo. No había esperanza.

Pero él le había dicho era la coraza. Ella tenía la sustancia verdadera en sí


misma, latiendo dentro de su propio corazón.

Anna estaba de rodillas de nuevo, respirando con dificultad, con los ojos
que se le saltaban de lágrimas. Le tomó cuatro o cinco preciosos segundos antes

424
El Club de las Excomulgadas
de lograr que su cuerpo hiciera lo que quería, entonces empezó a cantar de nuevo.

Con su boca sangrando, y su brazo colgando inútilmente a un lado, las notas


eran estables, no muy ricas y fuertes, pero la magia estaba allí, aunque sólo pudiera
escucharlas en su mente. Entonó una canción, llamándole.

Ella recordó como la usaba con el delfín que sufría. La criatura no podía
lidiar con las notas más altas y fuertes de su magia, así que lo hacía suavemente,
sanadoramente, dándole visiones de su hermano y de muchas cosas que le daban
alegría.

Jonah le había dado esas imágenes la primera noche en la cabaña.


Permitiéndole hacer una canción de cuna con ellas...

Como la risa de Ronin... la unión con sus ángeles... peleando para


proteger a la Dama, viendo cada amanecer y cada paso de cada estación en la
que habían triunfado, esa vida que habían pasado...

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Ahora agregó más cosas. Su amor, nunca dejaría de amarlo. Siempre
había pertenecido a él siendo solamente su...

Anna pudo sentir como Mina seguía ayudándola. Su fortaleza de vida


estaba decayendo... Mina, no... pero todavía, estaba allí. Amistad, amor. Ésos
eran constantes. Simples verdades, sin motivos ocultos...

Significado y acción. El corazón de Jonah estaba perdido en algún lado


entre esos dos. En algún punto, él continuaría, esperando que el significado
regresara, algo como ver al viento que modificaba a las nubes y esperando que
tomaran alguna forma que pudieran reconocer.

Eso era todo. Había estado preocupada en el fondo de su mente desde el


principio, lo que había causado que Jonah fuera con ella en su extraña búsqueda,
la manera en que sus ojos podrían clavarse en ella y como la habían hecho creer
que la deseaba, que se preocupaba por ella.

425
El Club de las Excomulgadas
Por algún raro giro del destino la había elevado de una simple sirena a ser la
clave del universo, en ella estaba la encarnación de todo que le daba un significado
a su lucha.

En Gabe había visto tan desigual indiferencia, de manera que no podía


sentir nada. Él había estado prisionero de su propia alma, incapaz de escapar de la
pesadilla en la que se había convertido. Pero en la manera en cómo sus ojos seguían
a su nuera y a su nieto, él sabía que de alguna manera eran la clave, sí sólo pudiera
cruzar el abismo en el cual su corazón se había convertido.

Algunas veces un soldado ya no podía pelear por el mundo nunca más.


Pero podía pelear por aquel que amara. Incontables ejércitos poderosos habían
caído antes de gente quien, conducidos ante el muro, con unos principios no
muy grandes, habían ganado la lucha por las cosas que les importaba a la
mayoría. La familia y el hogar.

Su voz se fortaleció mientras caminaba lentamente sobre sus pies, todo el

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


camino esta vez, rezando porque no fuera a desmayarse. La música sanaba sus
oídos así que pudo escuchar de nuevo. El vórtice del viento se fortaleció otra vez,
empezando a cantar con ella, como un telón de fondo que corría, y sólo fueron
los dos. Incluso si todos morían, como cualquier cosa hacía, habían existido, esas
alegres cosas que había compartido con él. Las cosas increíbles que él había visto
y conocido. Algunas de ellas existirían por siempre. Otras cosas serían
reemplazadas por nuevas maravillas, por el don del flujo y del paso del tiempo.

No era cosa fácil, procesando todo cuando estaba atascado en un mundo


de pesadilla de miedo y duda, pero seguía manteniendo en movimiento la rueda
en su cabeza desesperadamente mientras él la alcanzaba otra vez, sabiendo que
su tiempo se estaba acabando. No era sólo la rueda; eran muchas ruedas, muchas
voces, muchos detalles. Todos hacían un caleidoscopio tan brillante, un tapete de
hilos que seguía ondeando en las tinieblas del Destino, incluso más allá, antes,
incluso en el mismo lugar. Odio y maldad y muerte... Las despedidas siempre

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El Club de las Excomulgadas
iban a existir por el amor, la alegría, el placer, los deseos siempre iban a existir
también, imposibles de ser destruidos.

El amor podía acabarse pronto y decepcionar, pero podía regresar más fuerte
después de la lección.

Ella alzó las manos para tratar de detenerle, pero por supuesto no podía. Él
golpeó su cara de nuevo, y ella se las arregló solamente para esquivarlo lo suficiente
como para salvarlo de que la dejara inconsciente. Cuando cayó esta vez, él la pateó,
lo suficientemente como para casi tirarla otra vez, pero ella se agarró de la roca,
se impulsó de nuevo a la saliente y lo enfrentó desde atrás.

—No tengo miedo, Jonah. Ni tampoco lo tienen Ronin y todo el resto. Te


amamos. Siempre te amaremos, y tú nos amarás. Eso es lo que la Diosa es, la
esencia de ella. ¿No lo entiendes, y recuerdas? No estamos separados. Su
compasión y justicia son nuestra compasión y justicia. Amor, y cómo nos
amamos los unos a los otros, somos el corazón, pulmones y alma, como nos

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


movemos juntos, y solamente si nos desentrañamos, dejaremos que se muera,
nos morimos todos.

La energía empezó a crecer a su alrededor. Ella recordó cómo se sentía


con Lucifer, como la había hecho marearse. Esto iba más allá de eso, con un
martilleo en su cabeza, el estruendo de los Oscuros explotó. Ya no era más rabia
contenida, sino un surgimiento de furia triunfal. La luz en sus ojos era su luz.
Tenían el control completo de él.

No estaba lista para rendirse, incluso ante la evidencia de su fracaso. Si


era su último acto, fuera bueno o no, era lo que quería, lo que necesitaba hacer.
Y era por ella misma de la misma manera que era por cualquier noble esperanza
de salvar al mundo. Así que pidió perdón por su egoísmo anterior antes de forzar
a su maltrecho cuerpo a ponerse de pie otra vez.

Se enderezó, sin prestar atención a la sangre que ahora goteaba por su


nariz, por sus orejas, haciendo que su cabello picara en su cuello. Lágrimas caían

427
El Club de las Excomulgadas
desde sus ojos por la presión que crecía a su alrededor, como si se hundiera en lo
más profundo del océano, en donde un humano podia ser aplastado.

Ignorando el estremecimiento en sus miembros, el palpitar de su brazo roto,


el hecho de que podía escuchar a sus órganos vibrando, desesperados trabajando
mientras el peso crecía sobre ellos, se movió un paso hacia él. Y luego otro,
luchando contra la energía que se formaba, con sus lágrimas de esfuerzo
combinándose con sus hemorragias para sostener su mirada.

Oh, Diosa, duele. Ayúdame. Ayúdame a alcanzarlo. A tocarlo una vez más.

Sus dedos se aferraron a su espada, el ángel de fuego levantándose azul y


fuerte junto a eso, por el enlace con esa terrible oscuridad. Pero entonces ella
estuvo ante él, mirando su rostro, tan tentadoramente cerca. Esa boca firme y
sensual y los angulosos huesos de sus mejillas, su pelo como seda ondeando
alrededor de su cara. Sus brazos se sentían muy pesados para levantarlos, pero
alzó el que no estaba roto de todas maneras.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Quizás el mundo alrededor de ellos había reventado en llamas, pero
ahora, tan cerca de él, ella se sintió rodeada por la conflagración. No había
detalles más allá de ellos dos, dos seres atrapados en el ciclón del Infierno.
Cuando ella tocó su piel, era como veneno, muerte negra corriendo a través de
su piel y dentro de sus venas, haciéndola sacudirse, con sus dedos agarrotados.

—Eres muerte y destrucción, — dijo ella fieramente. —Para traer piedad.


Para aquellos que sólo conocen el mal, tú les traes la inconsciencia. Mantienes
las cosas seguras para que las buenas puedan sobrevivir, así la maldad nunca las
tomará enteramente. Tú me proteges y a todos los que son como yo.

—Pon tu esperanza y tu fe dentro de mi corazón, y me aseguraré que


siempre estén ahí para ti. Después de cada lucha seguirán ahí, dentro de mí,
incluso si es sólo dentro de mi recuerdo.

—No... Corazón. No otra vez.

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El Club de las Excomulgadas
Ella sabía muy poco de él y a la vez mucho. Sabía que estaba ahí, en algún
lugar. —Sólo siente. Deja de pensar y sólo siente...

Un destello en su mirada y luego ella se alzó sobre los dedos de sus pies,
inclinada completamente contra la espada que hacía una barricada entre su cuerpo
y el de ella. La hoja de la espada estaba lo suficientemente afilada como para
trocear su cabello abajo de su caja torácica mientras se tensaba hacia arriba,
llevándose a sí misma y besándolo, llorando mientras el fuego invadía su cuerpo,
con el veneno de los Oscuros corriendo por su espada y por la herida, acoplándola
a él, a la hirviente masa atrás de él.

Ella temía estar entre ellos otra vez, pero no iba a dejar que el miedo la
invadiera, lo haría peor, porque entonces podrían tomar su cuerpo, su mente...
incluso quizás su alma, justo como ella había pensado.

Pueden tomarme, y no conseguirán nada. Pertenezco al ángel.

Ella lo amaba más que a nada por lo que hubiera podido haber dado su

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


vida. No era una estatua sin esperanza en una costa solitaria, ninguna madre
escogiendo terminar su vida antes de experimentar que lo hiciera su hija. Pero no
era más valiente o especial que cualquier otro, y ese era el milagro. Simplemente
escogía creer en su amor por Jonah por encima de cualquier otra cosa.

Y así fue. Al final del terrible viaje que duró minutos pero le parecieron
horas, cuando ella se quejaba en la agonía contra sus labios, el dolor estaba
muriendo de todas maneras. Dejando sólo una espiral de pensamientos que
ahora parecían salir de lo más profundo de ella, la culminación de cada
experiencia, consciente o no. Su vida. Y se lo dio todo a él, mente a mente.

Y todo se vino abajo a ese momento en el tiempo. Todo era sobre ese
momento. Si la oscuridad la tomaba, esos momentos no existirían. Protégeme.
Protégenos a todos.

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El Club de las Excomulgadas
Ella mantuvo su boca en la de él, enredando los dedos de su brazo sano en
su cabello. Su cuerpo se mantenía rígido, sin respuesta, como una fortaleza de
piedra, mientras ella provocaba sus labios, mientras se presionaba así misma más, y
más cerca, con la hoja de la espada hiriendo su estómago, su carne, los órganos
vitales que estaban detrás. Ella quería estar tan cerca como pudiera de él.

—Te amo, Jonah. Mi Señor. Toma mi regalo. Tómalo. — Ella respiró en su


boca, encontrando la energía de la Unión, haciéndola crecer una última vez, sólo
que esta vez ella pondría más en eso, tomando la página de un libro que Mina le
había dado hace mucho tiempo cuando estuvo de pie sobre un infante nacido
dentro de una maldición. Un regalo dado libremente, una ofrenda de vida para
salvar un alma.

Su sangre estaba corriendo sobre la hoja de la espada. Ahora había


alcanzado su mano, donde sostenía el infame canto que sostenía el arma entre
ellos.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Su mano cayó desde su cuello para cubrir sus dedos. Con el último
esfuerzo lo poseyó, lo estrujó, para que la espada cortara su carne y la sangre de
ella se combinara con la de él, corriendo por su herida.

Luz y oscuridad, formando un círculo en espiral, mordiendo la cola del


otro, un yin y yang dando vueltas. La mota de oscuridad y de luz en cada uno
era como ojos, un encuentro banal de secretos del universo. El cielo crujió con
una energía feroz, tan temible que la noche se convirtió en luz brevemente. Ella
creyó ver las caras ahí arriba, todas versiones diferentes de divinidad. Ángeles y
demonios, pájaros y nubes, quizás incluso una ballena o dos volando por la
extensión de cielo mientras todo se volvía patas arriba, el mar y el cielo
juntándose de la manera como podría hacerlo una sirena y un ángel, en la más
improbable de las situaciones.

Jonah se estremeció y la espada cayó al suelo entre ellos. Anna cayó de


rodillas mientras él se tambaleaba hacia atrás. Una explosión de luz vino de la
saliente atrás de él. El corazón detonó, explotando esquirlas de luz azul dando

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El Club de las Excomulgadas
vueltas como metralla. Jonah gritó, arrojado al suelo, y ella lo alcanzó,
presionándose hasta que pudo cubrir su mano con la suya.

Ella apretó sus dedos sobre los de él mientras el mundo hacía erupción en un
caos sobre ellos. Los Oscuros se levantaron sobre la saliente sólo para encontrarse
con un muro de ángeles que brincaba hacia adelante, moviéndose tan rápido por el
cielo que colisionaban encima de ellos en un arco mortífero, enfrentándose en una
batalla.

A través del rugido, Anna lo sostuvo, y luego lloró de alivio mientras


sentía los dedos de Jonah moverse... entrelazándose con los de ella. A través de
la neblina de dolor, y de debilidad, el alarido triunfante de batalla de los Oscuros
sólo le inspiró pena. Porque sabía que habían perdido.

Jonah se puso penosamente en una rodilla, jalando su débil cuerpo hacia


arriba, rodeándola entre sus brazos. Cuando Anna puso una mano en su pecho,
una ola de alivio, de paz, cruzó su rostro como si aparentemente registrara una

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


paliza, clara y fuerte.

—Anna, — dijo, con su voz sonando gruesa y ronca a sus propios oídos.
Pero su propia voz, sin ninguna duda.

—Adiós, Jonah, — dijo ella. —Deseo... quiero tocar tu rostro una vez
más... pero no siento mis dedos.

Él cerró su mano sobre la de ella, llevándola a su mandíbula y


encontrando sus dedos helados. —No. No.

Su cuerpo estaba cambiando en sus brazos, regresando lentamente a su


forma de sirena, todos los vestigios de la energía de su magia que cambiaba de
forma se estaban desvaneciendo, dejando solamente lo que ella siempre había
sido. Una joven sirena.

—No... Estatuas. No piedra.

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El Club de las Excomulgadas
—Sólo carne y sangre, — dijo él, y su voz se rompió.

—Ve y protégeme. A todos. Como... estar envuelta en tus alas. — Su cara


se giró, presionando su boca contra sus plumas, ahora blancas y plateadas de
nuevo. —No hay lugar seguro para mí para dormir, justo como dijiste.

Entonces, tan inevitable y graciosa como la marea de la costa, su vida se


extinguió de sus ojos. Su cuerpo yació lacio entre sus brazos, la sangre que manaba
de la herida de su abdomen se hizo más lenta mientras el corazón que latía sus
fluidos vitales se detenía.

Él no podía curar una herida auto impuesta. Ninguna en donde la sangre


hubiera sido derramada por un propósito mágico. Estaba incluso más allá de los
poderes de Raphael.

Jonah miraba su rostro, su mano estaba en su cabello, su pulgar trazaba


sus labios. Estaba consciente de lo que estaba alrededor de él, del peligroso pulso
de energía de todo, pero por un segundo, no se pudo mover.

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Todas sus palabras, todos sus pensamientos se movieron por él,
asentándose, rotando lentamente, como un tiovivo16. Debía haber más de una
razón para luchar... debía haber alguien más por quién luchar. Y eso era todo lo
que su corazón necesitaba.

El recuerdo de mí... lo guardaré para ti...

Él soltó su cabeza y dio un alarido. En algún lugar del medio, el llanto de


pena se expandió, incluyendo no sólo a ella sino al resto. Y luego se convirtió en
un rugido decidido, en una marea de energía, que se tensó por el aire, causando
que las fallas abajo del cañón rugieran en advertencia. Su furia no era alimentada
sólo por él, sino por aquello que había perdido. Él se puso de pie con el fiero
semblante de Alexander a su izquierda, y la salvaje sonrisa de Ronin a su
derecha, Diego le dio un claro asentimiento desde la cabeza de su batallón, como

16
Un carrusel, tiovivo o calesita es un medio de diversión consistente en una plataforma rotatoria con asientos
para los pasajeros.

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El Club de las Excomulgadas
si ellos y todos los demás estuvieran en algún lado dentro de él, empuñando sus
espadas, y a su espalda y preparados para entrar en la batalla con él una vez más.
Casi podía oír a Ronin. ¿Estás listo para hacer esto?

Regresa.

Tenía el poder de un trueno, la orden que mandó al cielo arriba de él. Sus
ángeles obedecieron instantáneamente, disgregándose, cayendo en picada atrás de
los Oscuros. Su incuestionable lealtad y confianza en él iba más allá de las palabras
o incluso de los pensamientos, lo abrumaron como a la sangre, dándole más
poder para dar rienda suelta.

Siempre habían estado conectados con él. Había sido él el que se había
apartado de ellos. Pero ahora podía darles ese amor de regreso, incluyendo su
propia lealtad, no sólo por aquellos que estaban en el cielo sino por la razón por
la cual habían luchado.

Había sido la Diosa y más que la Diosa. Había sido cada cosa que cada

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uno había escogido amar. Cada uno había luchado para sí mismo, de igual
manera por Ella. ¿No lo había dicho Anna? Ronin y Alexander lo siguieron, pero
tenían sus propias razones para creer.

Jonah, el sensible y estructurado. Dejó que regresaran sus sentimientos y


la balanza estaría restablecida.

Un segundo de confusión de sus enemigos era todo lo que necesitaba.


Jonah giró en el aire, moviendo su espada. Hubo un latido, un parpadeo, y el
relámpago se bifurcó desde centenares de lugares en el cielo, dirigiéndose al
punto de su arma, cegando a los Oscuros pero no enmascarando el peligro en el
que estaban. Las líneas frontales ya estaban retrocediendo, pero él podía dar una
vuelta a la Tierra en el tiempo que les tomaría tener un malévolo pensamiento.

433
El Club de las Excomulgadas
Aún y cuando podría incinerar al mundo con un pensamiento, el poder
ejercido sobre cierto nivel era demasiado peligroso, por el control que requería y el
impacto después del choque. La naturaleza tenía sus límites, siempre.

Hoy, sin embargo, no tendría esos escrúpulos. El muro de fuego rugió


mientras una ola de agua, los perseguía mientras se tambaleaban hacia atrás
gritando, tratando de escalar unos sobre los otros. Con su retribución asaltando casi
a un tercio de ellos, incinerando las primeras diez filas de su ejército en una
tormenta de fuego, de carne y gritos. El cielo se oscureció con el humo y los ángeles
se movieron otra vez, proyectando cenizas aquí y allá que arrasaron para no
caer y profanar la tierra.

Él estaba en el lado equivocado del campo de batalla. Pero así como el


fuego de luz fluía, Jonah sabía que no podía dejarla allí, donde cualquier Oscuro
pudiera posar su porquería sobre ella. Levantando su cuerpo con un brazo, y
sosteniéndola contra su cuerpo, sus alas lo llevaron al aire. Algunos de los
Oscuros de abajo se movieron para interceptarlos en un torpe intento de

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detenerlo. Él partió al primero que se lanzó hacia él con un hábil corte de su
espada y sintió su corazón girar en una lluvia de vil sangre que salpicó su cabello.

En su camino luchó con algunos más, hasta que otros ángeles lo pudieron
rodear, protegiendo el lado vulnerable en donde la estaba sosteniendo.

Que contenta habría estado ella de haber volado así, de ver el maravilloso
espectáculo de los ángeles barriéndose y proyectándose, como una magnífica
falange de veloces chimeneas, eliminando las cenizas de los Oscuros.

Ahora, sin embargo, se estaban replegando, reagrupándose.


Desafortunadamente, los Oscuros seguían siendo abrumadoramente numerosos
y muchos se replegaron. Estaban volviendo a formar filas, dejando a más ángeles
para luchar.

Los ángeles también estaban reformando filas. Aunque su lugar estaba


con ellos, primero buscó a la malherida Mina, que descansaba en una saliente,

434
El Club de las Excomulgadas
vigilada por varios ángeles de la división de David. El maltrecho lugarteniente
estaba ahí en un punto con su arco y sus flechas. Una orden de Lucifer, estaba
seguro, tan cierto como lo estaba de que el lugarteniente no habría accedido tan
fácilmente. Teniendo a la bruja marina para protegerla era la única cosa que
aseguraba que David obedeciera a Lucifer una vez que empezara la batalla. Otra
razón por la cual era una bendición que la bruja se les hubiera unido.

Jonah depositó a Anna ahí. Aunque no quería molestar a Mina con el


cuerpo de su amiga, sabía que la bruja protegería al cuerpo sin vida de Anna con su
último aliento. Eso le daría a David otra razón para mantenerse lejos de la
batalla, a la cual su Primer Comandante estaba a punto reincorporarse, con
amenazas si lo necesitaba.

Mientras Jonah aterrizaba en la saliente, sintió un nudo en la garganta. El


cuerpo en sus brazos se movió, su piel empezó a calentarse bajo sus palmas,
rápidamente.

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Maldición. Maldijo a otro pequeño grupo de Oscuros que pululaban abajo
de él. Blandió su espada hacia ellos como un hacha de guerra, incluso aunque
sentía la energía del cuerpo de Anna cambiando, hirviendo.

Los hombres de David trataban de echarle una mano con los que estaban
más cerca de él, pero no querían herirlo con sus flechas. En su mente, oyó a
David llamando a Lucifer por refuerzos y guerreros mano a mano.

La luz hizo erupción en sus brazos, llamas fulguraron con la pureza del
oro. Los rayos explotaron en todas direcciones mientras él parecía sostener al sol
en sus brazos. Los Oscuros que estaban en el camino de la ráfaga fueron
consumidos, y los ángeles que estaban en el fuego cruzado exclamaron
sorprendidos, pero el fuego era pureza y no fueron lastimados. De hecho, sus
rostros, mientras revoloteaban alrededor de él para ayudarlo a llegar a la saliente,
estuvieron momentáneamente estampados en toda su perfección, tanto los
huesos de sus pómulos como sus expresiones. Lo físico y lo espiritual. Era

435
El Club de las Excomulgadas
deslumbrante, como una pintura en los muros de una catedral, representando la
sede celestial, en la tenaz defensa de su Creador.

La flama se volvió azul, con un humo limpiador, corriendo a través de su


piel con la fluidez y la rapidez del agua. Y con su velocidad, él sintió cómo el sol
comenzaba a desvanecerse, a desintegrarse.

No.

Hace un momento, él sabía que estaba muerta, pero la erupción de energía


le había dado la esperanza que era demoledora como un cuchillo que
innecesariamente ella se había girado en una herida fatal cuando su cuerpo se
disolvió en partículas de un fuego dorado. Había miles, como polvo de estrellas
esparciéndose por el aire, un vórtice que se arremolinaba y giraba alrededor de
Jonah, cubriendo su espada, posándose en las pocas heridas que tenía y cargando
su cuerpo con su propósito, dándole sólo una cosa en qué concentrarse.

Termínalo. Sé quien sabes que debes de ser.

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El deseo más profundo de su corazón, el último mensaje de su alma. Su
sirena, quien, si le dieran cualquier deseo, podría haber deseado que Ariel ganara
el amor de su príncipe, o que su propia madre encontrara la esperanza en su hijo.
O que el ángel se encontrara a sí mismo y regresara a los cielos para hacer para lo
que había sido creado.

Las resplandecientes piezas se esparcieron por el aire.

Jonah.

Era Lucifer. Y también Michael, que habían llevado el flanco occidental


de su ejército. Él le había dado aparentemente el centro a Lucifer, debido a que el
contingente había encontrado a Jonah primero, si los Oscuros hubieran
triunfado.

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El Club de las Excomulgadas
Jonah sabía que Anna habría dicho que no podía entretenerse, pero no podía
dejar de mirar como algunos de los copos dorados se expandían por su piel, y el
resto se movía hacia el precipicio, llevados por el viento en un grueso arco hacia
Mina.

Gran Dama, la sangre. Él estaba lo suficientemente cerca para darse cuenta


que la herida que le habían infringido a la bruja había sido mortal. Aunque no
podía decir que entendiera por completo los motivos de la bruja para su lucha, la fe
en Anna, en su amiga había sido justificada. Y el golpe de su espada rápidamente
le quitaría la vida.

Apartando el peso de la culpa y del dolor hacia atrás en su mente,


sabiendo que tendría que encarar a los dos después, aleteó, asintiendo la mirada
lúgubre de David.

Las alas negras de Lucifer se desplegaron en una muestra intimidatoria


mientras se sostenía en el aire, con una guadaña en una mano, y una daga de

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


más de un metro en la otra. Los hombres de Jonah se habían desplegado atrás en
una hilera de armas plateadas, con sus alas sosteniéndolos en formación, listos
para entrar en la batalla.

Mientras se acercaba, una oleada de llamaradas triunfantes hizo erupción


junto a sus rangos, una bienvenida exclamada que lo movió lo suficiente como
para que sólo pudiera dirigir otro breve asentimiento hacia ellos, con una mano
levantada.

Y mientras llegaba al lado de Lucifer, despejó su garganta. —Pensé que


habías dicho que primero se congelaría el Infierno antes de que vinieras en mi
ayuda otra vez.

—Bien, como notarás vine a matarte, no a ayudarte. — Luc se encogió


de hombros. El viento revoloteaba por la faja que envolvía la empuñadura de la
guadaña que captó la atención de Jonah, un momento antes la mascada llegó a

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El Club de las Excomulgadas
su cabeza y se convirtió en la forma venenosa de una serpiente roja. Siseó, con los
colmillos al descubierto.

—Eso me hubiera distraído.

—Ese era el plan. Estoy contento de que ahora pueda usarlo en algún otro,
aunque con algo menos, menos bonito.

No dejes que te moleste. Te echó de menos.

La voz de David era clara en su mente. Jonah lo miró en la saliente. Su


lugarteniente le brindó una forzada sonrisa antes de regresar a preparar sus
flechas, pareciéndose a un feroz Cupido, mirando su selección de dagas también.
Aparentemente estaba determinado a proteger a la bruja mientras estuviera viva.

Necesito amenazarte más seguido, novato. Fue el pensamiento de Lucifer.

Trataré de controlar mi temblor lo suficiente como para disparar derecho.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Jonah cerró los ojos mientras las bromas continuaban, los comentarios
que venían de sus capitanes, así como los fragmentos proyectados por los
soldados sin rango. Las bromas eran normales antes de una batalla en la que los
hombres podían morir en la siguiente hora. Durante su búsqueda visual, había
estado inmerso en la sangre que escapaba por la abrumadora agonía que
enfrentaba la oscuridad que había tomado su alma. No había escapatoria, sino
dejarse abrazar por la oscuridad.

Pero en este momento, la batalla era el escape que necesitaba, con esos
ángeles que habían escogido pelear de su lado. Cuando el día acabara, si
sobrevivía, podría enfrentarse al hecho de que era el responsable de la muerte de
Anna, y la de su amiga. También del hecho de que nunca sentiría el toque de
Anna otra vez, que no escucharía sus bromas, ni la vería sonriéndole. No vería el
amor absoluto en sus ojos que de alguna manera se había creado entre ellos en

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El Club de las Excomulgadas
una semana. De cualquier modo tenía cosas que resolver con la Dama, no negaría
que esa clase de amor era uno de Sus milagros.

Eso le ayudaría a lidiar con eso. Podría hacer lo que mejor sabía hacer, por
las razones correctas, y luego, después, quizás, cuando acabara, la fuerza
limpiadora de la batalla sin la oscuridad en su alma podría ayudarle a enfrentar la
pérdida. El sentimiento de soledad que lo rasgaba incluso ahora.

Se concentró mientras Lucifer giraba su cabeza hacia él. Aunque no dijo


nada, Jonah sabía de alguna manera que Lucifer entendía todo lo que estaba
pasando dentro de él, incluso los pensamientos que Jonah optaba por no
compartir. Era un sentimiento sorprendente, confortante y molesto al mismo
tiempo.

Había también otra nota de poder en ellos, una que nunca había
detectado antes... tan fuerte. Una que se dio cuenta que deliberadamente Lucifer
le estaba haciendo sentir. Lucifer asintió, y sus oscuros ojos se encontraron con

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


los de Jonah.

—Lo sabes ahora, — dijo suavemente. —De donde vienen los humanos.

Jonah asintió.

Lucifer miró por el abismo. —Cada vez que Ella envía a Sus ángeles a
luchar, sufre. Algunas veces, Ella tiene la noción insana de unirse a la Batalla,
pero tú y yo sabemos el efecto de los Oscuros en la energía femenina. Si la
energía de los Oscuros abruma al alma humana, ahogando esa chispa... En Su
mente, tú estás peleando por los humanos. Pero te lo diré aquí y ahora, siempre
habrás estado luchando por Ella. ¿Entiendes?

Jonah lo estudió, tratando de envolver su mente no sólo con lo que


Lucifer le estaba diciendo, sino con el porqué se lo estaba diciendo.

Lucifer lo sabía. Siempre lo había sabido. Justo como Ella lo sabía.

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El Club de las Excomulgadas
—En un momento de compasión, — el Señor del Inframundo continuó, —
puedes hacer lo correcto y crear una tragedia. O puedes comprometerte con tu alma
y la vida continuará. ¿Has pensado en las consecuencias de comprometerte con el
alma de la Diosa?

—Ella sabe muchas cosas que nosotros no, pero eso no significa que no
sienta dolor, pérdida o ira. Ella es todo lo que amas, Jonah. Y como tu pequeña
sirena, el amor es un tapete contra el cual el dolor puede imprimirse una y otra vez,
dándole cicatrices al mismo tiempo que riqueza.

La mirada de Lucifer se cerró en la de Jonah, él estuvo capturado en un


momento con el Oscuro Señor del Inframundo, incluso mientras los capitanes
comandaban a los ángeles a dirigir sus armas, a estar listos para la carga que se
vendría en segundos.

Todo estaba en una balanza... La energía femenina era un sentimiento; la


masculina era una estructura...

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¿Cuál sería la balanza para la Dama? ¿Por qué tendría Ella fe en el amor
por sobre todas las cosas? ¿Por qué Lucifer siempre La defendía tan ferozmente?
¿Por qué Jonah siempre había sentido el toque prolongado del fuego encima de
Ella?

Porque Lucifer era Su Defensor.

Eso golpeó a Jonah tan poderosamente, que fue como si hubiera abierto
su boca y hubiera tragado agua demasiado rápido. Respiró dolorosamente. El
guerrero del ejército de la Dama, Su protector, Su balanza. El Señor y la Dama,
algo que era casi una leyenda entre los ángeles. Nunca puesto en duda, pero lo
del Señor era ilusorio, así que los ángeles nunca se habían cuestionado Su
identidad más de lo que lo habían hecho con el hecho de Su existencia.

Estaba enfrente del Señor. De Su consorte.

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El Club de las Excomulgadas
Lucifer le dio un breve asentimiento, su mirada oscura centelleaba.
Entonces, como si nada memorable hubiera pasado, él miró sobre la todavía
humeante saliente al otro lado del cañón. — ¿No crees que debas hacerlo otra vez,
el doble de fuerte, y ahorrarnos a todos algunos problemas?

—Esto... Nunca he tenido la habilidad para controlar este nivel de poder con
tanta exactitud antes. — Ni nunca había sentido que lo había hecho, cuando lo
había hecho. Sin odio. Había sentido la feroz adrenalina que siempre sentía durante
la lucha, pero nunca había sentido el arrastre del odio o de la desesperación que
por tanto tiempo lo había acompañado. Si uno de los Oscuros le hubiera pedido
piedad, una oportunidad, se la habría dado. Justicia con compasión.

Él era Jonah, Principal Comandante de la Legión y debía ayudar a


mantener la tierra de la Diosa a salvo para las flores moradas, para las sonrientes
sirenas, para las hoscas brujas, para las niñas con mochilas rosas, para los
esposos y esposas tratando de encontrar su camino en un verdadero patrón de
amor y luz, para los trabajadores migrantes ofreciendo refrescos para alejarse de

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los que hacían auto-stop...

Él era un ángel, un soldado de la Dama, y sabía que su causa era justa, no


sólo porque lo que sabía, sino por lo que sentía...en como amaba.

Porque lo había hecho por Anna, y lo podría hacer por el mundo.

—Terminemos esto, — dijo. Lucifer asintió y deliberadamente ajustó su


derecha, encontrándose con el ojo de Jonah. Empuñando su espada, Jonah tomó
una posición apropiada en el frente del ejército que estaba listo para seguir a su
Principal Comandante de la Legión a donde fuera que los dirigiera.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veinticinco

Fue la batalla más grande que David haya atestiguado jamás. Aunque
fallaron en su empresa de obtener un ángel cautivo, los Oscuros creyeron
ilusamente, a pesar de su estallido de fiera energía, que Johan podría estar
debilitado y que aún tenían una oportunidad. Coraje era algo que los Oscuros no
echaban en falta, aunque David prefería denominarlo un deseo irracional de sangre.
Cuando tenían el peligro en las narices, no se echaban atrás como sería de esperar,
incluso cuando todo estaba en su contra, como ahora.

Observando la pelea entre Michael, Jonah y Lucifer era como ver un


etéreo y fiero ballet, el más perfecto funcionamiento interno de un cuerpo
viviente. La intermisión de caídas, giros, volteos y rotaciones mientras embestían
y se lanzaban en picada sobre el otro, con uno cortando a un oponente mientras
el otro paraba el ataque de alguien más, era tan fascinante que por primera vez,

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David estuvo agradecido por no estar en medio de eso. En cambio se permitía
hacer poses admirables mientras acertaba otra flecha voladora y mandaba a un
Oscuro fuera del cielo.

Tanto si ella se daba cuenta o no, la bruja del mar estaba demasiado débil
para seguir participando, no que él estuviera muy seguro de que lo habría hecho.
Cuando Anna estuvo a punto de morir y Jonah levantó la espada encima de ella,
ella se había colapsado, con su magia gastada y su propósito cumplido. Aún
sabiendo que estaba mortalmente herida, David había enviado un llamado
urgente a Raphael, aún cuando no era muy probable que el ángel sanador
pusiera a un brote de la oscuridad y la petición de un teniente junior por encima
de los llamados de otros de clase alta en aquel día bañado de sangre.

Entonces las cenizas de Anna cayeron al abismo y la bruja del mar lloró
en protesta. Él se dio la vuelta para ver cómo ella intentaba evitar la brillante
ducha que parecía ser… Sí, estaban amoldándose a las heridas, sanándolas,

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El Club de las Excomulgadas
internándose en su piel, embalsamando sus labios donde se volvían líquidas,
forzándose a sí misma a bajar por su garganta. Mina había sido sorprendida en
algún lugar entre dragón y forma humana, demasiado débil para completar el
cambio. Sin embargo, ahora, mientras los últimos vestigios del dragón
desaparecían, su forma marina reapareció, con sus largos y negros tentáculos y el
cuerpo con marcas de arlequín. La ceniza dorada se fundió en su piel, sobre las
cicatrices. Las que ella obtuvo en esta batalla desaparecieron mientras el oro se
quedaba, formando patrones arremolinados sobre sus viejas cicatrices y en la
sedosa y negra carne de sus tentáculos, dándose a sí mismos formas de símbolos de
protección. Sus protestas se incrementaron.

—No, Anna… —anonadado, David vio lágrimas saliendo de los ojos de


Mina, corriendo con el oro, formando una máscara macabra. Era extrañamente
hermoso, como la diosa de un templo hecha de bronce y donde el bronce se
quebraba mostrando la mujer viva por debajo.

Siguiendo sus instintos, él se dejó caer sobre una rodilla, la atrapó para

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calmar su lucha por la vida. Por supuesto, siendo Mina, su violencia se
incrementaba bajo su toque por lo que tuvo que soltarla para calmarla. Eso sí,
logró llevarla adentro del refugio en aquel hueco superficial, ahora que se
encontraba en una forma más diminutiva. Aún cuando no parecía sufrir por la
falta de agua, la lluvia había parado, por lo que la colocó junto al arroyo de agua
subterránea, sus tentáculos estaban recibiendo un constante fluir de humedad, la
única cosa que le podía dar.

—Mentirosa —murmuró Mina—. Ella es tan mentirosa. Nunca toma


ninguna decisión al estar alejados…

*****
Un grito de batalla desde arriba, un trueno de tambores, y él tuvo que
sacudirse la preocupación por ella al enfrentarse a la más inmediata tarea de
proteger sus límites del ataque mientras la batalla empezaba. Sus hombres

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El Club de las Excomulgadas
aguantaron bien. Aunque no les agradaba la tarea de proteger al Brote de la
Oscuridad, ninguno lo rehuía, y cada Oscuro que mataban era uno menos atacando
sus amigos de arriba.

Cuando él pudo mirar de vuelta, estuvo ligeramente aliviado al ver que


Mina se había acomodado finalmente. Apretaba dos porciones de restos de Anna
en sus manos, el brillo del oro se había desvanecido así que sólo habían quedado
cenizas metálicas que manchaban sus manos con polvo. En ese punto, quizás ella
había alzado las manos a la cabeza porque su rostro estaba marcado por huellas
dactilares doradas.

Él tuvo un inesperado deseo de ofrecerle consuelo, aunque no podía


imaginar de qué tipo ella aceptaría.

— ¡David!

La urgente llamada de Orión lo devolvió a la realidad, y él agarró ambas

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dagas a tiempo para enfrentarse a un ataque frontal de los Oscuros, quienes se las
ingeniaron para pasar por los arqueros, romper la línea y descender hasta el
abismo.

Una rápida mirada le dijo que los Oscuros estaban perdiendo por todo el
campo de batalla, cayendo del cielo, huyendo, siendo incinerados en el aire. Pero
aparentemente habían decidido que el único objetivo aún al alcance de sus
manos era matar el Brote de la Oscuridad que había peleado contra ellos.

David envió un llamado, y Jonah y su línea fronteriza respondieron


personalmente, zambulléndose en sus filas para igualar los números. Aún así, era
una dura pelea mano a mano, el tipo de pelea en la que David perdía el sentido
del tiempo y espacio. Sólo existía el Oscuro frente a él, a veces dos, el sonido de
plumas perdidas de algún ángel que erraba, la ducha de sangre oscura mientras
se vencía a un Oscuro. El movimiento del cuerpo mientras metía sus dagas y las

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El Club de las Excomulgadas
sacaba de golpe antes de que sus manos absorbieran el oscuro abismo de veneno
que existía en el interior de sus cuerpos.

En este punto, se vio rodeado, yendo hacia abajo con cuatro de ellos, porque
era el que estaba más cerca de ella. Lo presionaron tanto que de algún modo supo
sus intenciones. La desgarrarían en pedazos. No, la llevaría de vuelta, la torturarían
por eones… haciéndola sufrir en su mundo oscuro, donde ella viviría una media
vida…

No. No lo harían. Él había fallado en proteger a Anna. No le fallaría a


Jonah nuevamente. O a Mina.

—David. David —el ladrido cortante y autoritario de Jonah lo trajo de


vuelta.

Él estaba cortando aire. O, mejor dicho, estaba cortando los rostros de


Jonah y Orión, mientras lo agarraban de los brazos, jalándolo de vuelta sobre sus

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pies, lo sostenían mientras le volvía la cordura, pestañeando ante los cuerpos que
yacían alrededor de él.

—La mayoría tuyos —observó Orión secamente, con sus labios


curvándose. — Pero el Comandante y yo matamos un par que podrían haberte
matado.

David asintió, recobrando el aliento. La mirada penetrante de Jonah lo


revisó de pies a cabeza, asegurándose de que no hubiera sufrido ninguna herida
substancial. Era la primera vez que pasaba más de un momento con su
comandante, y ahora todo lo que había sucedido hace unos momentos
desapareció para David. Jonah le revisaba en busca de heridas, aun cuando
David pudo ver el dolor en los ojos de su comandante, ese dolor esperando como
una espada en alto cuando la batalla de aquel día se hubiese ganado.

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El Club de las Excomulgadas
—Lo siento —dijo David—. Milord, lo siento.

Siempre lo llamaba Jonah. La jerarquía de comando era considerada como


una necesidad en los ángeles, pero personalmente eran todos iguales. Pero en aquel
momento, el título parecía necesario. Además, David no creía que pudiera
pronunciar su nombre sin que la voz se le quebrara.

Se dejó caer sobre una rodilla, asombrando a Orión, según vio, pero hizo
una reverencia con la cabeza, con sus dagas aún apretadas en sus puños.

—Desearía haber hecho más por ti.

Las manos de Jonah se pusieron en sus hombros inmediatamente,


jalándolo hacia arriba. —Arriba tú, joven idiota. — Su voz era ruda. Tomando la
cara de David, la echó a un lado para poder ver los moretones, estrechando el
agarre y haciendo un sonido con la garganta cuando David quiso echarse hacia
atrás. — Mírame.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Cuando David se sintió listo para obedecer, Jonah se encontró con su
mirada. —La victoria no viene siempre al ganar, — dijo él. — Anna lo sabía.

Cuando su comandante dijo su nombre, David lo vio en los ojos de


Jonah, detrás de la impasible expresión de batalla. Vio el dolor esperando para
tomarlo con la misma fiera inevitabilidad que el fuego que habían desatado los
Oscuros.

—Johan…

Jonah negó. —Malditos esos ojos escrutiñadores tuyos. Ella nunca esperó
vivir tanto tiempo. Me lo dijo… Las hijas de Arianne no pueden vivir más allá de
los veintiuno…

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El Club de las Excomulgadas
Su voz se quebró, algo tan increíble que los ángeles alrededor los miraron
como si un nuevo ejército de Oscuros acabase de aparecer delante de ellos, y quizás
hubiese preferido eso. Jonah se tragó el dolor con un visible esfuerzo y
murmurando unas palabras, palmeó con fuerza el hombro de David. —No
importa. Ahora no es el momento indicado de todos modos.

—Anna vivió bajo la sombra de una muerte prematura su vida entera.


Nunca le temió a la muerte.

La atención de Jonah y David se volvieron en conjunto hacia Mina, quien


permanecía con la espalda descansando sobre la muralla a un lado del hilillo de
agua. Tenía el hombro debajo del agua. Al ver sus repentinas miradas, ella se vio
como si se arrepintiera de algo. Sin embargo, su mandíbula se tensó.

—El día en el que llamé a Lucifer y David en tu ayuda, lo hice porque


sentí su miedo. Sabía que era Jonah quien estaba en peligro directo, porque el
terror de ella era mayor del que habría sido por sí misma.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


Jonah avanzó un paso mientras Mina seguía con esa misma voz suave,
con sus gestos tensos por el esfuerzo. Ella se concentró en alguna porción de aire
sobre los hombros de ellos, como si no soportara mirarlos. David se volteó
súbitamente y tomó la capa que ella había dejado atrás, la que no había tenido el
tiempo de llevarle antes. Pestañeando, ella se veía como si pudiera pegarle por
hacer lo que ella podía hacer por sí misma, pero entonces apretó sus labios y
cambió su mirada hacia Jonah.

—Ella era completamente desinteresada, no se guardaba nada, aunque


nunca la vi desear algo tanto como te deseaba a ti. — Se arregló la capa sobre la
cabeza, disfrazando sus gestos de su forma normal, y su voz se endureció. —Dijo
que quería morir con el corazón lleno de esperanza, y así lo hizo.

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El Club de las Excomulgadas
Aquella poderosa carga invadió los gestos de Jonah, y entonces se fue,
empujándose hacia algún lugar en donde ninguno de ellos pudiera verlo, pero
David podía sentirlo vibrando en su interior.

—Ella tenía otra forma, ¿no? —Jonah preguntó rápidamente. — Nunca me


la dijo, pero lo mencionó.

Mina frunció el ceño como si la hubiera golpeado. David se aproximó a su


lado. No la tocó, aunque ella se alejó de él como si esperara que lo hiciera. Él se
preguntó si todo el fuego en el ultramundo de Lucifer sería capaz de calentar la
fría desolación que veía en el rostro de ella.

—Era un Fénix —dijo al final. Antes de que la esperanza brillara


demasiado en los ojos de Jonah, agregó. — Pero no ayudará. Las cenizas, lo que
hizo ella al final. Me dio sus últimas energías, energías que habrían ayudado a
que renaciera.

Joey W. Hill - Un Beso de Sirena - Serie Hijas de Arianne I


—Hablando de un esfuerzo en vano. . El murmullo de Orión llegó a sus
oídos. David tensó la mandíbula, pero nada brilló en los ojos de Mina. Quizás
no lo había oído. Pero Jonah sí lo había hecho aparentemente.

—Ella vivió su vida plenamente. — Dijo el comandante primero de la


legión, echando una mirada reprobadora a Orión antes de volver a poner su
atención en Mina. — A Anna le gustaría darte la oportunidad de abrazar el
mismo don. Espero que no lo derroches. Sólo entonces encontraré algo en mí
para no aborrecerte.

Echó un vistazo a la pequeña pila de cenizas que quedaban y que Mina


había reunido con cuidado de lo que estaba a su alcance. —Llevaremos esto al
cielo y lo esparciremos por el océano cuando terminemos aquí. Mina nos puede
mostrar el mejor sitio. Tenemos que llevarla a casa.

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El Club de las Excomulgadas
Hizo una pausa, mirando de vuelta a Mina por un largo momento. En su
rostro, David vio una compasión ahí que sorprendió a los demás ángeles, quienes
lucían como si estuvieran en esa saliente cerca de los Oscuros, mil millas más cerca
de lo que desearían estar. —Cuando muere un ser, — dijo Jonah — un tipo de
ángel llamado el Guardián de la Puerta viene a guiar el alma hacia el reino
espiritual. No nos habla, pero siento que el Guardián vino por ella, Mina. Ella está
a salvo, y en paz. Espero que eso te consuele.

Con eso, regresó al cielo, llevándose la mayoría de los ángeles con él,
dejando sólo a David y a varios de sus hombres. Vio que la mirada de Mina se
levantaba, siguiendo el rastro de Jonah por el cielo, y oyó que murmuraba, —
¿Será eso suficiente para consolarte a ti?

David se acercó más. —Mina…

Ella se volteó con esfuerzo para mirarle. Al hacerlo, David


inesperadamente recordó su valentía al aproximarse a la línea de los Oscuros. La

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fiereza con la que habían ido hacia ella, cuando sabían que la batalla más grande
estaba perdida, sus ojos rojos y ardientes y sus colmillos desnudos concentrados
en la joven bruja. Sólo al recordarlo hizo que revisara que sus dagas aún
estuvieran al alcance de sus manos.

Se le ocurrió que hoy no era el día en el que se acabarían los problemas


para Mina. Tanto si lo quería o no, alguien tendría la desagradecida tarea de
cuidar de ella. Los Oscuros no olvidaban lo que podían considerar traición entre
uno de ellos.

No dijo eso, de todas maneras, de seguro ella no tomaría las noticias


demasiado bien. Además era evidente que estaba muy lejos de ahí.

— ¿En qué piensas? —preguntó él despacio, sorprendido cuando ella


respondió.

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El Club de las Excomulgadas
—Anna tenía razón. Él es el líder que ella dijo que era. Cuando fue a la
batalla, incluso yo sentí la energía que desprendió. Pero como un hombre, es muy
miserable. Esto… espero que ella esté en un lugar en donde pueda saber lo mucho
que él la amó.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veintiséis

Había trabajo que hacer en reparar la fisura, como siempre, y era un trabajo
tan grande que una nueva Nébula se creó alrededor de la estrella cuando el trabajo
estuvo hecho. Mientras flotaban en la oscura inmensidad del espacio, bañados por
la luz brillante de la nueva estrella, Lucifer echó un vistazo en dirección a Jonah.

—Creo que ésta debería ser nombrada en tu honor.

Era un honor generalmente concedido a uno de los soldados que


mostraban un valor especial durante la batalla. No era la primera vez que se le
ofrecía tal honor a Jonah, pero era bien sabido que nunca aceptaba. Ni sentía
ganas de aceptar esta vez. Estaba cansado, hasta los huesos.

—La esperanza de Arianne —dijo cortante. Lucifer asintió.

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A pesar de su fatiga, Jonah miró a sus capitanes. Aunque no cambiaba su
semblante de comandante, se aseguraba de establecer contacto ocular con cada
ángel antes de decir sus próximas palabras.

—Les pido perdón —dijo. — Por haber perdido la fe. No pasará


nuevamente.

—La verás de nuevo, Jonah.

Jonah miró hacia Lucifer. —Cuando ella no tenga recuerdos de mí pero


quizás una sonrisa nostálgica. O tristeza. — Él sacudió la cabeza. — No importa,
Luc. Honraré su memoria recordando siempre la razón por la que me trajo de
vuelta. Nunca la merecí para ser sinceros.

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El Club de las Excomulgadas
—Nadie la merecía más que tú. — Luc intervino. Pero Jonah ya batía las
alas lejos hacia la oscuridad.

—Va a llorar su pérdida —dijo uno de los capitanes. Buscando tranquilidad.


— ¿No podemos…?

Lucifer puso una mano sobre el hombro del capitán. —Estará bien. No lo
sabe, pero vuela hacia los brazos de la Dama, incluso ahora. Deja que Ella se
encargue de él.

Había un lugar en el universo que Jonah prefería para meditar luego de


una batalla. Tenía un punto de ventaja encima de la Vía Láctea, y flotaba ahí
ahora, aclarando su mente mientras desprendía una densa manta de energía para
sostenerlo. Hizo que sus músculos se relajaran, uno a uno, pero el acto hizo que
permitiera que otras cosas lo invadieran, sobre los escudos que lo protegían de
las emociones.

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Anna, delante de su espada. Con su suave pelo ondeando alrededor de
ella, sin miedo, incluso cuando se erguía ahí como un Destripador. Con sangre
en su rostro por sus puños, con el poder de su energía utilizada en contra de ella.
Los crecientes gruñidos de sus captores disuadiéndolo. Mátala. Mátala.

Sabía lo que debía de haber parecido, sin preocuparse de quién o qué


mataba. Sus ojos rojos con fuego, su corazón que ya no era suyo propio, un
espectro más terrorífico que el ejército de Oscuros detrás de él.

Ella le había abierto los brazos, con sus ojos mirándolo, viéndolo a través
de todo lo demás. Con una sabiduría que él conocía, pero que había perdido en
algún lugar en la oscuridad de su alma. La esperanza del mundo no estaba en las
complejas teorías de los filósofos y políticos de los hombres, sino simplemente en
esto. En el poder del amor y de la creación, de un toque de amor y del perdón
esperando sólo un paso más allá…

452
El Club de las Excomulgadas
Había sentido que ella lo invadía, con su esencia vital, con todo su amor por
él. Ella le había dado otro inaguantable y penoso regalo. Él entendía esa sabiduría
otra vez; la negrura se había disipado. Sabía por qué la Diosa había hecho lo que
había hecho. Una chispa podía crecer hasta ser una llama, y cuando la luz se
dispersaba, toda oscuridad sería entibiada por ella.

Recordaba lo que Anna había dicho acerca de Ix Chel y las cavernas


submarinas, en cómo los Mayas veían las aperturas de las cavernas como túneles
hacia el inframundo, hacia el renacer. Hacia la sanación.

Cuando la sangre de Anna se había mezclado con la suya, la luz había


explotado en su interior, en su pecho vacío. Él había gruñido al sentirlo, con la
sensación de su cuerpo mortalmente herido en sus brazos, incluso cuando la
magia de ella y la de la bruja del mar había corrido en su interior. Los Oscuros a
su alrededor habían gritado en agonía, dispersándose ante la luz. La luz de Anna
se había convertido en suya mientras el cofre que llevaba su corazón
simplemente se convertía en polvo en las manos de quien lo llevaba, y sintió

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cómo su poder y peso colmaban su pecho nuevamente. El poder de sentir, de
sentir dolor, sí. Pero también el poder de amar, el que, lo sabía, era más grande
que cualquier agonía, que cualquier pérdida.

Su sonrisa… su tacto… su fe en él. No podía perder la fe. No, no lo haría.


Por ella. Pero su corazón, el que ella le había devuelto o le había dado, se sentía
vacío. Si pudiera tenerla en sus brazos, presionar su rostro contra sus cabellos,
oler su aroma…

Su cabello. Recordó el brazalete que llevaba la primera vez, y le


sorprendió averiguar que aún estaba ahí. El nudo en su pecho era tan doloroso
que llevó la muñeca a su frente, tratando de recuperarse de la pérdida.
Enterrando sus manos en su pelo. Su risa. Ella había sido un milagro.

Un regalo.

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El Club de las Excomulgadas
Su energía lo envolvió, remplazando su incorpórea cama con las sustanciales
espirales de Su presencia, una presencia cálida y confortante, pero rebosante de
todo el dolor y de la pérdida que él experimentaba. Un dolor tan grande que la cosa
más fácil habría sido voltearse, cubrirse con las alas para no tener que avergonzarse
a sí mismo ante Ella.

No pensó en nada, no se preguntó por qué las cosas no podían haber sido
diferentes, no imaginaba a nadie a quien culpar. Simplemente sentía, amado y con
dolor.

Los profundos sollozos que lo atacaron duraron mucho rato. Quizás un


día, quizás una semana en la tierra… mil años de dolor desencadenados. Su luz
se solidificó alrededor de él, cargada con Su compasión, sosteniéndolo,
consolándolo.

Cuando al final terminó, Ella lo tenía completamente encapsulado,


sosteniéndose, como en un capullo. Hasta que su delicada mano removió una ala

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para ver su rostro.

—Mi buen mozo y cansado ángel. Has sufrido mucho por mí, Jonah.
Incluso los ángeles que son guerreros son seres de luz, de vida. El estar inmerso
en muerte y destrucción por tanto tiempo, con tanta maldad, te cansa, cansa tu
alma, tu mente.

Él lo vio en Sus ojos, lo que Lucifer había tratado de decir acerca de Ella.
—Todos sufrimos, mi Dama. Porque el mal es algo que siempre estará en
nosotros.

—Pero entonces ¿por qué peleas?

—Porque debemos. — Pensó en la fila de fotografías en la casita de Anna.


— Ella había terminado muerta, así como ellos, pero no era eso lo que ella

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El Club de las Excomulgadas
temía. Era morir sin esperanza, sin luz o propósito. Mina tenía razón. La condición
del espíritu siempre sería la chispa. La chispa es Usted. Y yo. Todos.

Él sintió Su suave sonrisa. —Dices el nombre de la bruja en vez de llamarla


Brote de Oscuridad. Aún hay esperanza para mi severo e inamovible ángel.

En ese delicado momento, su corazón se abrió para Ella. Él la sintió en su


interior, a él mismo en Ella, y había tal quietud en su interior que hizo que su
tristeza fuera mucho más ligera y soportable al instante. Y Ella lo vio también.

—Me has dado tanto, Jonah. Te has ganado el honor de la Sumisión


Completa mucho antes que ahora.

Él lo consideró, sentándose derecho sobre sus piernas cruzadas sobre la


cama que Ella había creado con Su energía solamente, ya que toda su energía se
había ido hacia su dolor. —Quizás sea porque soy hombre, mi Dama. — Dijo él
lentamente, — pero estoy a cargo de protegeros al igual que lo estaba con Anna.

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Porque yo era suyo y ella era mía. Es parte de lo que soy, pero además de eso, no
quiero abdicar la habilidad de discernir entre el mal y el bien, de protegeros
cuando lo necesite.

— ¿Incluso cuando no creo necesitarlo? Tengo al menos cuatro billones


de años, Jonah, — ante su gesto incómodo, el buen humor de ella lo envolvió. —
Tienes razón, mi comandante. Es lo que pensaría un hombre. Es obvio por qué
te llevas tan bien con Mi Señor.

—Lucifer.

—Sí. — Las emociones de Myriad se curvaron alrededor de él. — Él es


mi balance, como sabes. Y aún así, ese balance es fuerte porque cambia, crece,
lucha…

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Dice que ustedes dos… discuten? —No podía imaginarse tal cosa, pero
entonces se recordó erguido en un Mar de Vidrio, retándola, y un sonrojo rosa
subió a sus mejillas.

Su risa era el viento, moviendo las estrellas y dándole vueltas hasta que
brillaban como diamantes.

—Recuerdo un momento amargo, luego de la muerte de Ronin, cuando te


burlaste del texto que decía que Dios hizo al Hombre a su semejanza. Pensaste que
no había insulto más grande para mí. Pero era en esa pequeña chispa, donde
estaba la más profunda esencia de la semejanza a mí. Una extraordinariamente
compleja habilidad para amar, tan compleja que pelea contra la parte oscura de
la naturaleza humana constantemente. Era el más grande regalo que podía dar, y
espero que esa chispa nunca permita que la oscuridad logre dominar el corazón
humano, tanto por el bien de ellos como por el mío propio.

Ella se puso seria entonces, con las estrellas atenuándose, sólo

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chispeando. —Los Oscuros nunca comprendieron, no desde el principio. Podría
explicarles, pero no creo que jamás comprendan. Es su mayor debilidad, así
como también la nuestra. También es nuestra mayor fortaleza contra ellos.
Estabas más en lo cierto de lo que crees. Porque aún si hubiesen tenido un solo
ángel a su lado, si ese ángel hubiera estado por ahí por un sacrificio de amor, no
por una genuina sumisión ante la maldad, entonces el amor habría podido
llamarlos de vuelta y haberle dado vuelta el tablero.

—Estuviste tan cerca en un momento de probar que eso era incorrecto…


— Ella se materializó lo suficiente para hacer que él viera una insinuación de un
rostro femenino, tan hermoso y eterno que hizo que extrañara a Anna más,
incluso cuando no podía evitar sentir la paz que Ella le ofrecía. También le hizo
recordar el veneno que se había unido a su ira y al dolor y lo había llevado a
lugares feos en su interior… la roja ira en la espalda de Anna… su evasión a las

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El Club de las Excomulgadas
Magias Conjuntas, de todo lo que podía llevarle de vuelta al abrazo de la Dama…

Su mirada vio y lo supo todo. —Pero fue el amor de Anna lo que te trajo de
vuelta a ti mismo, lo que siguió llamándote de vuelta a ti mismo, hasta que
estuviste listo para dar un paso atrás de vuelta al camino por ti mismo. Siempre se
hace así. Ninguno de nosotros lo hace solo.

—El don de Anna fue que estuviera en completo equilibrio. A través de sus
cambios de forma, ella estaba conectada a todos los elementos: fuego como un
fénix, agua como una sirena, aire como un hada, y por supuesto, su carne a la
tierra. También por eso la magia fue más fuerte cuando llevaste el amor a ella.

Su tono se suavizó. —Lucifer también tenía razón, cuando dijo sobre que
tú la merecías. Sí, la merecías, Jonah, por todos tus muchos años de servicio. Esa
es la razón por la que ella es mi regalo para ti. — Ella se detuvo, y el universo
giró alrededor de él, oscuridad y luz, todos los planetas y la quietud que existía
allá afuera, así como en su interior.

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Esa es la razón por la que ella es mi regalo para ti.

El corazón de Jonah saltó hasta su garganta. — ¿Mi Dama?

—Ella te espera en su océano. ¿Por qué la haces esperar, sentado aquí,


hablando con una mujer muy, muy, muy vieja?

—Pero… ella murió. Y las leyes de la muerte…

—Son irrompibles. — Una insinuación de rostro nuevamente, esta vez


con una caída de cabellos que contenía lluvias de agua y fuego juntos,
entrelazándose entre sí como ribetes mientras las estrellas brillaban por la
perfecta piel de su rostro.

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El Club de las Excomulgadas
—Desafortunadamente, Anna alteró el balance ella misma. Mina era quien
se suponía debía morir, Jonah. Anna sacrificó su energía como fénix por ella.

Una sombra cubrió Su expresión. — Qué será de todo eso, no lo sé todavía.


Pero hay reglas que deben ser obedecidas, y reglas cuyas consecuencias al
romperlas valen la pena, si el amor es lo suficientemente grande. — Sus ojos se
ensombrecieron. — Una vez, arriesgué el destino de toda la Creación para romper
una regla, para imbuir oscuridad con una pequeña chispa. Para darle a los humanos
la oportunidad de la salvación, un propósito más allá de la violencia y del odio.
¿Cómo podría no hacer lo mismo para mi Primer Comandante de Legión, quien
me ha amado por tanto tiempo, y una simple sirena, cuyo destino nos ha
avergonzado a todos? Eres mi Primer Comandante de Legión, Jonah. También
eres su enamorado, el alma gemela que ambos necesitan para que el universo se
mantenga firme y en balance. ¿No estás de acuerdo?

Él sintió un dejo de humor entones, un sentido de humor contagioso,


suficiente para hacerse pasar por propio, letárgico por lo que había sido de él en

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los últimos años. Hasta que fue revitalizado por Anna.

—Admito que sería muy difícil para mí, criticarla a Usted por romper sus
propias reglas en el futuro. A menos que quiera ser denominado un hipócrita.

—Hmmm. Estoy segura de que nunca se me hubiera ocurrido tal cosa.

Jonah sonrió entonces, brillante, con su felicidad moviéndose por él,


porque sabía que podría viajar de ahí hasta la Tierra con toda la potencia
brillante de una estrella fugaz. —Sos una mujer, mi Dama. Esa es mi respuesta a
eso.

La explosión de adrenalina la dejó a Ella y a su risa. Él salió disparado a


través de las estrellas, alterando los ejes. La Dama rápidamente los corrigió,
mientras su usualmente cuidadoso y consciente comandante se lanzaba hacia los

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cielos de la tierra como un novato. Sólo esperaba que recordase desacelerar a
tiempo para no crear un cráter que llevara una segunda inundación sobre los
continentes. Ella envió una señal a los ángeles del clima para que se preparasen
para una interferencia en caso de que lo necesitase, incluso cuando Su sonrisa
crecía. Enviando una ola de sensual, de amorosa tibieza que envolvió Su universo
en un precioso momento de paz y calma.

Invadió cada corazón y alma, en cada lugar. La más oscura prisión, las más
altas montañas. Abajo en las bóvedas del mismísimo Infierno, dándole a las alas de
un ángel de ébano un momento de pausa y una sonrisa de Él mismo que envió
placer lacerante a través de Su corazón.

Fin
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