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SSexolicos Anonimos
SSexolicos Anonimos
1
Sexaholics Anonymous. Spanish Sexólicos Anónimos
P. cin.
ISBN 0-9622887-1-3
1. Tille.
RC560.S43M8I8 199S 98-17089
616.85'8306—de21 CIP
Texto del Libro Los doce pasos y las doce tradiciones, cuyos derechos de autor
Pertenecen a Alcoholics Anonymous World Services, Inc y han sido registrados en
1952, 1953 y 1981. Reproducidos con permiso de Alcoholics Anonymous World
Services Inc.
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El Problema
Primero adictos, después incapaces de dar amor, recibíamos de los demás para llenar
el vacío que existía en nuestro interior. Nos engañábamos una y otra vez al pensar que la
siguiente persona sería la que nos salvara, y mientras tanto, íbamos desperdiciando nuestras
vidas.
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ÍNDICE
Prólogo 5
El sexolismo—La adicción 22
La lujuria—La fuerza que se esconda detrás de la adicción 28
Bases espirituales de la adicción 32
Los comienzos 43
Nuestro método, la realidad práctica 53
La capitulación—Pasos 1°, 2° y 3° 54
Paso primero 56
Paso segundo 60
Paso tercero 62
Del paso cuarto al décimo 64
Paso cuarto 70
Paso quinto 73
Pasos sexto y séptimo 76
Pasos octavo y noveno 81
Paso décimo 84
Paso undécimo 88
Paso duodécimo 92
La victoria sobre la lujuria y las tentaciones 101
APÉNDICES 123
4
Prólogo
Al conocer SA descubrimos que a pesar de las diferencias que hubiera entre nosotros
teníamos un problema común—la obsesión con la lujuria, normalmente combinada con
una necesidad compulsiva de sexo en alguna de sus formas—. Vimos que, contemplados
desde el interior, las actitudes y los sentimientos de todos nosotros eran semejantes.
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Cualesquiera que fueran las características de nuestro problema, estábamos languideciendo
espiritualmente—la culpabilidad, el miedo y la soledad nos estaban matando—. A medida
que descubríamos que teníamos un problema común, descubríamos también una solución
común: los doce pasos de la recuperación que practicamos en nuestra fraternidad y cuyo
fundamento es lo que llamamos sobriedad sexual.
Tenemos una solución. No pretendemos que sirva para todos, pero a nosotros nos
resulta muy útil. Si te identificas con nosotros y crees que tu problema puede ser semejante,
pasaremos de nuestra solución.
Una Advertencia
Pocas cosas destruyen tanto las posibilidades de restaurar la armonía familiar como
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la confesión prematura a nuestro cónyuge o a los familiares de la violación de vínculos
sagrados o la traición a la confianza depositada en nosotros. Aunque sea inconscientemente,
tales confesiones pueden constituir un intento de liberamos de nuestra culpabilidad, de
ganar su simpatía, o pueden ser una mera demostración de fuer/a de voluntad.
Recomendamos la máxima precaución y discreción.
Así, para los sexólicos, cualquier forma de relación sexual consigo mismo o con
personas distintas de su cónyuge es progresivamente adictiva y destructiva. También somos
conscientes de que la lujuria es la fuerza impulsora de nuestros comportamientos sexuales y
que la verdadera sobriedad incluye la victoria progresiva sobre la misma. Llegamos a estas
conclusiones a través de nuestras experiencias y del proceso de recuperación; no tenemos
otra opción. Pero reconocemos que aceptar esta realidad es la clave para una libertad feliz y
gozosa que no podríamos conocer de ninguna otra forma.
Esto debiera desanimar a muchos de los que nos visitan que admiten ser víctimas de
la obsesión y compulsión sexual, pero que lo que en el fondo quieren es controlarla y
disfrutarla, 'del mismo modo que a los alcohólicos les gustaría recuperar el control y
disfrutar de la bebida. Hasta que llegamos a la desesperación, hasta que quisimos parar de
verdad pero vimos que no éramos capaces, no pudimos tomar en serio este programa de
recuperación. SA es para los que no tienen más opción que parar y es su propio interés
personal el que debe convencerles de ello.
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lujuria y de alcanzar la sobriedad sexual. Para ser miembro de SA no se pagan honorarios
ni cuotas; nos mantenemos con nuestras propias contribuciones. SA no está afiliada a
ninguna secta, religión, partido político, organización o institución alguna; no desea
intervenir en controversias; no respalda ni se opone a ninguna causa. Nuestro objetivo
primordial es mantenernos sexualmente sobrios y ayudar a otros sexólicos a alcanzar la
sobriedad sexual.
1. Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol, que nuestras vidas se habían vuelto
ingobernables. 2. Llegamos a creer que un Poder superior a nosotros mismos podría
devolvernos el sano juicio. 3. Decidimos poner nuestras voluntades y nuestras vidas a!
cuidado de Dios, como nosotros ¡o concebimos. 4. Sin miedo hicimos un minucioso
inventario moral de nosotros mismos. 5. Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos, y
ante otro ser humano, la naturaleza exacta de nuestros defectos. 6. Estuvimos enteramente
dispuestos a dejar que Dios nos liberase de todos estos defectos de carácter. 7.
Humildemente le pedimos que nos liberase de nuestros defectos. 8. Hicimos una lista de
todas aquellas personas a quienes habíamos ofendido y estuvimos dispuestos a reparar el
daño que les causáramos. 9. Reparamos directamente a cuantos nos fue posible el daño
causado, excepto cuando el hacerlo implicaba perjuicio para ellos o para otros. 10.
Continuamos haciendo nuestro inventario personal y cuando nos equivocábamos lo
admitíamos inmediatamente. 11. Buscamos a través de la oración y la meditación mejorar
nuestro contacto consciente con Dios como nosotros lo concebimos, pidiéndole solamente
que nos dejase conocer su voluntad para con nosotros y nos diese la fortaleza para
cumplirla. 12. Habiendo obtenido un despertar espiritual como resultado de estos pasos,
tratamos de llevar este mensaje a los alcohólicos y de practicar estos principios en todos
nuestros asuntos.
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de relaciones públicas se basa más bien en la atracción que en la promoción; necesitamos
mantener siempre nuestro anonimato personal ante la prensa, la radio y el cine. 12. El
anonimato es la base espiritual de todas nuestras tradiciones, recordándonos siempre
anteponer los principios a las personalidades.
1. Admitimos que éramos impotentes ante la lujuria, que nuestras vidas se habían vuelto
ingobernables.
2. Llegamos a creer que un Poder superior a nosotros mismos podría devolvernos el sano
juicio.
3. Decidimos poner nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de Dios, como
nosotros lo concebimos.
4. Sin miedo hicimos un minucioso inventario moral de nosotros mismos.
5. Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos, y ante otro ser humano, la naturaleza
exacta de nuestros defectos.
6. Estuvimos enteramente dispuestos a dejar que Dios nos liberase de todos estos defectos
de carácter.
7. Humildemente le pedimos que nos liberase de nuestros defectos.
8. Hicimos una lista de todas aquellas personas a quienes habíamos ofendido y estuvimos
dispuestos a reparar el daño que les causamos.
9. Reparamos directamente a cuantos nos fue posible el daño causado, excepto cuando el
hacerlo implicaba perjuicio para ellos o para otros.
10. Continuamos haciendo nuestro inventario personal y cuando nos equivocábamos lo
admitíamos inmediatamente.
11. Buscamos a través de la oración y la meditación mejorar nuestro contacto consciente
con Dios, como nosotros lo concebimos, pidiéndole solamente que nos permitiese
conocer su voluntad para con nosotros y nos diese la fortaleza para cumplirla.
12. Habiendo obtenido un despertar espiritual como resultado de estos pasos, tratamos de
llevar este mensaje a los sexólicos y de practicar estos principios en todos nuestros asuntos.
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7. Todo grupo de SA debe mantenerse completamente a sí mismo, negándose a recibir
contribuciones de afuera.
8. SA nunca tendrá carácter profesional, pero nuestros centros de servicio pueden emplear
trabajadores especiales.
9. SA, como tal nunca debe ser organizada; pero podemos crear juntas o comités de
servicio que sean directamente responsables ante aquellos a quienes sirven.
10. SA no tiene opinión acerca de asuntos ajenos a sus actividades; por
consiguiente su nombre nunca debe mezclarse en polémicas públicas.
11. Nuestra política de relaciones públicas se basa más bien en la atracción que en la
promoción; necesitamos mantener siempre nuestro anonimato personal ante la prensa, la
radio y el cine.
12. El anonimato es la base espiritual de todas nuestras tradiciones, recordándonos
siempre anteponer los principios a las personalidades.
Examínate a. Ti Mismo
1. ¿Se te ha ocurrido alguna vez que necesitas ayuda para modificar tu comportamiento o
pensamientos sexuales?
2. ¿Qué te iría mucho mejor si no te "dejaras llevar" por los impulsos sexuales?
3. ¿Que el sexo o los estímulos exteriores te controlan?
4. ¿Has tratado alguna vez de parar o limitar aquello que consideras perjudicial en tu
conducta sexual?
5. ¿Utilizas el sexo para huir de la realidad, aliviar la ansiedad o porque no sabes resolver
los problemas que la vida te plantea?
6. ¿Tienes sentimientos de culpa, remordimientos o depresiones después?
7. ¿Se ha vuelto más compulsiva tu búsqueda de sexo?
8. ¿Perjudica a las relaciones con tu cónyuge?
9. ¿Te ves obligado a recurrir a imágenes o a recuerdos durante el acto sexual?
10. ¿Se apodera de ti un impulso irresistible cuando la otra parte toma la iniciativa o te
propone relaciones sexuales?
11. ¿Estás siempre saltando de pareja en pareja o de amante en amante?
12. ¿Crees que "el amor verdadero" te ayudaría a liberarte de la lujuria, a abandonar la
masturbación o a dejar de ser tan promiscuo?
13. ¿Tienes una necesidad destructiva, una necesidad sexual y emocional desesperada de
alguien?
14. La búsqueda de sexo, ¿hace que no prestes atención a tus necesidades o al bienestar de
tu familia y de los demás?
15. ¿Se ha reducido tu rendimiento y tu capacidad de concentración en la medida en que el
sexo se ha vuelto más compulsivo?
16. ¿Te roba tiempo que debieras dedicar al trabajo?
17. ¿Cuándo buscas sexo acudes a un medio social más bajo?
18. ¿Te entran ganas de alejarte lo más rápidamente posible de la otra persona una vez
finalizado el acto sexual?
19. ¿Te masturbas y tienes relaciones sexuales con otras personas, a pesar de que tu
cónyuge es sexualmente satisfactorio?
20. ¿Te han arrestado alguna vez por algún delito relacionado con el sexo?
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Mis Experiencias Personales
¿Cómo era? Espero no olvidarlo jamás, porque si lo hago, me expongo a regresar al punto
de partida y volver a creerme que puedo permitirme el lujo de dar rienda suelta a la lujuria.
Lo que sucede es que soy sexólico, un borracho de sexo en recuperación. Es como ser
alcohólico, sólo que en este caso la droga en vez del alcohol es la lujuria sexual.
Las únicas otras obsesiones que puedo recordar antes de cumplir ¡os ocho años eran
las historietas dominicales y los relatos de aventuras y misterios que escuchábamos por la
noche en la radio. Mi hermano y yo nos metíamos prácticamente dentro del altavoz para
perdernos por completo en la fantasía y escapar a las duras realidades de la pobreza de la
época de la gran depresión económica de los años treinta, que se llevó a nuestro padre y
dejó a mi madre con tres hambrientas excusas para la desesperación.
Mis aventuras favoritas eran las de Flash Cordón, con sus hombres valientes, sus
máquinas maravillosas y sus hermosísimas mujeres cuyos vestidos eran tan sorprendentes
como provocativos. Un domingo devoraba una historieta boquiabierta, cuando Asura, la
reina de la magia, surgió de la nada para abrazar a Flash y marcar mi niñez con una
experiencia tan nueva como extraña. La excitación sexual me proporcionó el medio de huir
de la realidad, y a partir de entonces me vi obligado a buscar diariamente ese estado de
embriaguez que la masturbación me procuraba. Había descubierto mi "conexión"; se
arraigó en mí desde el primer momento, y a partir de entonces el sexo dependería de las
imágenes impresas de mujeres.
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soporífero, mi escape, la forma de sentir que estaba realmente vivo. Lo peor fueron los
últimos años de secundaria. Recuerdo que aunque les gustaba a algunas
muchachas, no me atrevía a relacionarme con ellas. Me enamoré de una, pero lo único que
era capaz de hacer era mirarla cuando ella no me veía, Fue allí donde me enteré de cómo
eran las relaciones entre ambos sexos. En secreto anhelaba disfrutarlas, aunque no sabía en
realidad en qué consistía "eso." Entonces robé el suplemento del texto de biología, que
estaba guardado bajo llave en la biblioteca, y con gran sorpresa y placer descubrí el acto
sexual entre humanos. ¡Este es el peor procedimiento de aprendizaje para alguien que ya
llevaba nueve años siendo un borracho de sexo!
De todas las cosas que pasaban en el colegio, había dos que eran tan incuestionables
como mi propia existencia, o quizás aún más: la necesidad diaria de gratificación sexual
para aliviar el torbellino emocional que existía en mi interior, y la búsqueda continua y
permanente de fotografías para satisfacer la compulsión.
Que yo recuerde, la primera vez que intenté dejar de masturbarme fue cuando ingresé en la
marina de los Estados Unidos. Presintiendo que había algo en mí que no andaba como
debiera, empleé toda la fuerza de voluntad de la que disponía, junto con el apoyo de mis
nuevas convicciones religiosas. Pero lo único que conseguí fue convertirme en un
"periódico." (Ese es el término que usan los alcohólicos para describir la manera en la que
algunos de ellos beben. Los que lo hacen a diario mantienen cierta cantidad-de alcohol en
su organismo. Los "periódicos" son los que pueden prescindir de alcohol durante días,
semanas o meses y después se emborrachan.) Me esforzaba en pasar uno o más días sin
masturbarme. Después de todo, ¿acaso no era todo un hombre? Pero este nuevo patrón sólo
agravaba el conflicto interno y reforzaba mi negativa a admitir la existencia de un
problema.
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intensificaba el problema. Cuanto más había, más quería y necesitaba, y como
consecuencia, con más frecuencia me veía obligado a "cambiar de pareja." Mientras esta
práctica progresaba, me encontraba de repente mirando una revista para pasar a
destrozarla a continuación. Cuando la rompía y la tiraba, juraba que esto no se volvería a
repetir. ¡Una y otra vez. . .! Qué manera más perfecta de autoengañarse. Hasta qué punto
todo esto deterioró mi capacidad de relacionarme con las mujeres—con todo el
mundo—sólo lo vería claro una vez transcurrida la mitad de mi vida.
Una vez que había traspasado un nuevo umbral—el primero lo formaban las
mujeres con traje de baño—aparecía una nueva droga y la correspondiente necesidad
de consumirla. La satisfacción que me proporcionaba era sólo temporal, y no tardaba en
hacer acto de aparición un umbral diferente que me desafiaba y me obligaba a dar otro
salto hacia adelante. Tan pronto como lo Iba, una nueva fase de la enfermedad aparecía
como por arte de magia y despertaba en miel consiguiente apetito. La ola adjetiva
continuaba avanzando. No tenía fin. Encontraba siempre algún aspecto tentador del Deseo
en el exterior— ¿o era en mi interior?— dispuesto a arrastrarme. Y yo permitía que la ola
continuara llevándome en su cresta mientras avanzaba. Cuanto más había más quería.
Cuanto más quería, más necesitaba. ¡Querer más siempre me llevaba a querer todavía más!
El Matrimonio
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todavía queden las abolladuras que, impulsado por la frustración sexual, hice con la cabeza
en la pared que había junto a la cama. Finalmente, tras aclarar un malentendido sobre de la
conveniencia de tener o no tener hijos, tuvimos nuestra primera relación sexual. Era la
primera vez en mi vida que tenía contacto sexual con una mujer. ¡Qué maravilla! ¡Era
mucho mejor que la masturbación! ¡Qué alivio no tener que volver a masturbación! ¡Por fin
libre! Y ¡qué sensación tan indescriptible producía la unión con una mujer! ¡Al fin había
descubierto lo que tanto había buscado! Pero el futuro me había reservado otra sorpresa.
Resultó que no pude llevar a cabo la transición entre la relación sexual conmigo
mismo y la relación sexual con otra persona. La lujuria me concedió una breve luna de miel
para pasar a continuación a exigirme lo que era suyo. Mi programación de doce años seguía
presente. Yo no había cambiado. La lujuria resultó ser más potente que el amor (o como
quiera que "eso" se llame). La lujuria no iba a renunciar a sus derechos sobre mí con tanta
facilidad. Volví a masturbarme. Pronto comencé primero a fijarme en otras mujeres, y
luego a desearlas. Una amante, como una imagen, nunca llegaría a saciarme. Comencé a
sentir en mi carne los deseos para los que había programado a mi lujuria con las imágenes
impresas. Fue entonces cuando se encendió la mecha y el fuego comenzó a correr hacia el
barril de pólvora.
Fue entonces cuando el volcán estalló. El deseo, que hasta entonces se había
manifestado solamente en la imaginación, comenzó a desbordarse. Mi incapacidad de dejar
de masturbarme no era nada comparado con esto. Era mil veces más fuerte. La lujuria
irrumpió dentro de mí como el resplandor de un cohete en unos juegos artificiales.
Otra Etapa
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Y una noche, sin previo aviso, una prostituta se introdujo en mi automóvil. ¡Yo estaba
preparado! Esto era lo que en realidad había estado esperando. ¡La reina de la Magia en
carne y hueso! Con toda seguridad este nuevo éxtasis me llevaría de la esclavitud a la
realidad. ¡Se había acabado la masturbación! ¡Se habían acabado las relaciones
complicadas y los preludios pseudorrománticos! ¡Se habían terminado las
obligaciones y las ataduras! ¡Qué libertad más maravillosa! Tampoco sabía que a partir de
ese mismo momento me había convertido en un cautivo de las prostitutas y que la libertad
de no recurrir a las mismas había desaparecido por completo, de la misma manera que
desde el primer momento había perdido la libertad de decir que no a la masturbación y al
adulterio. La enfermedad había alcanzado un nuevo estadio. Había traspasado otro umbral.
En esta ocasión el centro de atención de mí, búsqueda se desvió a los peores barrios
de la ciudad, y antes de que cumpliera los 35 años ya era un cliente habitual de las rameras.
Había descendido a ese mundillo de prostitutas, proxenetas, alcahuetes, intermediarios, y el
vicio y el crimen con ellos asociado. A veces, para protegerme" llevaba escondida una
navaja cuya hoja medía veintiocho centímetros. Sólo Dios sabe lo a punto que estuve de
dejarme arrastrar por ese remolino y de que me engullera.
Pero me parecía maravilloso y me creía que eso era vivir de verdad. Jamás sospeché
que todo este proceso, desde sus mismísimos comienzos, estaba creando una realidad
extremadamente falsa y deteriorando mi capacidad de disfrutar de relaciones normales con
los demás, y no sólo con mi esposa e hijos. Mientras tanto, sin ser consciente de lo que
sucedía, el gran "amante" se había convertido en una persona absolutamente incapaz de dar
o de recibir amor.
Sin Control
Hasta mi búsqueda de sexo por las calles iba de mal en peor. Al principio estaba
condicionada al cumplimiento de ciertas condiciones, o me limitaba a un tipo
determinado de prostitutas, y siempre protegido contra las enfermedades venéreas. Pero con
el tiempo me fui saltando una a una cuantas restricciones y prohibiciones me había
impuesto. Cuanto más satisfacía las exigencias de la lujuria, más amplia era la gama de
posibilidades que ésta me ofrecía, incluyendo la de cruzar la barrera del género. En algún
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momento tuve que intuir que aquello era una forma de esclavitud. En una ocasión me
arrestaron los agentes policiales de la unidad de lucha contra el vicio y me arrastraron hasta
la acera ante la mirada de todo el mundo. ¡Cuánto me gustaría haber desaparecido en el
acto! Mientras me registraban, con los brazos y las piernas extendidos contra la pared de
ladrillo, me decía a mí mismo: ¡Gracias a Dios que ha sucedido esto! ¡Esto es precisamente
lo que necesitaba para parar! ¡Nunca más me Volverá a suceder! Pero cinco minutos
después de mi puesta en libertad ya estaba buscando a la misma mujer: ¡a cualquier mujer!
En otra ocasión iba por la autopista. La compulsión se apoderó de mí con fuerza, cambié
rápidamente un cheque y cuando me dirigía a toda velocidad hacia la zona de las
(prostitutas, vi que un hombre perdía el control de su automóvil, se lanzaba contra la
mediana y se estrellaba contra la misma mientras que yo pasaba a escasos centímetros del
lugar del accidente. El choque se produjo por la parte trasera del vehículo. Vi como su
cabeza saltaba al asiento de atrás tras girar ciento ochenta grados y romperse el cuello. Me
dirigí a la salida más cercana, asustado, considerando el incidente como una advertencia del
cielo. Pensé: ¡Gracias a Dios! Esto era lo que necesitaba para poder parar. ¡Nunca más! No
obstante, no había transcurrido ni un minuto cuando el auto se encontraba otra vez en la
autopista, en dirección a mi destino original.
Pero yo creía que era libre, libre del yugo del matrimonio y las responsabilidades.
¡Qué fácil resultaba olvidar que la familia existía! Era libre para satisfacer la lujuria tanto
como lo deseara sin tener que entrar en mi casa sintiéndome culpable, con miedo a que me
descubrieran. Pero cuanta más libertad tenía, menos libre era en realidad. La huida que el
sexo y sus rituales me proporcionaban no me llenaba tanto ni duraba lo mismo que antes. El
placer ya no era tan inmaculado, el éxtasis ya no era tan inocente. Supongo que comenzaba
a darme cuenta. Así, periódicamente, dejaba de frecuentar las prostitutas. La masturbación
nunca había cesado y mientras que mi enfermedad exigía cada vez más, las revistas
también ofrecían más, despertándome aún más el apetito. Después trataba de prescindir de
ambas y mantenerme totalmente sobrio. En el mejor de los casos, sólo era capaz de
conseguirlo durante unas pocas semanas.
De nuevo, en algún momento había cruzado un umbral invisible. La lujuria, que era
lo único que me hacía funcionar y para lo que vivía, exigía su salario y éste era toda mi
persona. Cada nueva etapa provocaba ansias mayores, las cuales creaban una dependencia
cada vez mayor, un deseo cada vez más insaciable y una mayor necesidad de interrumpir
esas conductas.
Por aquel entonces comenzaba a buscar una salida a todo esto; mi capacidad de
funcionar y de relacionarme con los demás se deterioraba. Eran pocos los que se daban
cuenta del daño que causa a la persona. Ninguno de los profesionales a los que acudí' en
búsqueda de ayuda fue capaz de comprender la verdadera dimensión del problema. Yo
todavía no tenía muy claro cuál era el verdadero problema. El problema siempre estaba en
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el exterior: mi esposa, mis hijos, la demás gente, el jefe, las instituciones, la hipocresía
religiosa. Después del divorcio acudí a un psicoanalista, el cual me tranquilizó al
decirme que mis relaciones con las prostitutas eran una forma normal de encauzar un
impulso natural. ¡Eso era precisamente lo que quería oír! Después recurrí a otros psiquiatras
y probé diferentes terapias de grupo. Nadie me había explicado que pudiera haber algo
llamado sexo compulsivo, y mucho menos que pudiera ser adictivo, progresivo y
destructivo. Más tarde, después de volverme a casar, un psiquiatra insistía en que lo que
obtenía en casa no era suficiente. Pero mi esposa y yo éramos totalmente compatibles en lo
sexual y ella me proporcionaba cuanto le pedía y aún más.
Lo que descubrí sobre mis motivaciones, al igual que mis conocimientos y creencias
religiosas, sólo empeoraba mi situación. El conocimiento no me proporcionaba poder,
aunque se basase en verdad. Lo que necesitaba no era un mejor conocimiento de mi
psicología o de Dios, sino poder para dejar aquello ante lo que era impotente y obedecer a
esa lucecita que ya había en mi interior. Había parado miles de veces. Cada ocasión última
vez." Pero que la abstinencia se consolidara era lo 'necesitaba y no conseguía. Utilicé todos
los medios posibles: iglesias, la oración, el ayuno, la terapia, los sedantes, y por ultimo un
nuevo matrimonio, un nuevo hogar y un nuevo trabajo. Creía que lo que yo necesitaba era
dar con una mujer adecuada, conseguir el trabajo idóneo y el ambiente apropiado para vivir
y trabajar.
Con el nuevo matrimonio conseguí los tres. El día de mi indas las revistas y
películas de mujeres en un alarde vi limitad y de determinación. Era como renunciar a una
parte de mí o automutilarme, hasta tal grado había llegado a depender de mis diosas
favoritas. Unos días después de la boda volví a Masturbarme y a los pocos meses estaba de
vuelta indo irremediablemente contra la nueva luz del amor, de la bondad, de la plenitud y
del ambiente sereno que me rodeaba. Debí de haber intuido que había en mi interior algo
que no funcionaba, pero si fue así, no me sirvió de nada. Mis esposas jamás adivinarían el
oscuro secreto que su marido encerraba en lo más profundo de su corazón. La lujuria era su
única esposa, amante, diosa y dueña, y él estaba encadenado de por vida. A ellas nunca les
había dado la más mínima oportunidad.
Había decidido dejar un trabajo que había tenido durante diez años. Creía que si
podía hacer lo que realmente me gustaba —escribir—mis problemas desaparecerían.
Vendimos nuestra casa y traté de olvidarme de todo. Más tarde me di cuenta que una de las
razones que tenía para dejar mi trabajo era evitar tener relaciones con una compañera de
trabajo. Era otro intento noble y valeroso de solucionar las cosas por mi cuenta, sin contar
con la ayuda de nadie. Pese a que me daba mucho miedo dejar el trabajo, me sentía bien.
Era como comenzar todo de nuevo. Por fin estaba libre de todas las tentaciones que sufría
en el trabajo y al margen de la rivalidad y competición por destacar y ganar más. Podía
encontrar solaz en mi refugio lleno de libros y convertirme en alguien nuevo y diferente.
La Desesperación
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regresaba sin que nadie se diera cuenta. No lo podía creer. Me había esforzado al máximo.
Estaba haciendo lo que quería, mi situación era la ideal, rodeado de cariño y atenciones, y a
pesar de todo continuaba cuesta abajo. (Si estas buenas esposas supieran hasta qué grado
estaban favoreciendo y colaborando con la enfermedad). Comencé a darme cuenta que
todos esos sentimientos extraordinarios de alivio y de libertad que habían acompañado la
progresión de la enfermedad no habían sido más que ilusiones. Ignoraba por completo que
me estaba engañando a mí mismo, que yo era el causante de mi propia enfermedad.
Durante cada etapa me había logrado autoconvencer de una gran mentira: el fruto de la
lujuria es la vida. Nunca había aceptado la realidad de mi problema: el fruto de la lujuria es
la muerte.
No comprendía que el libre albedrío pertenece a la esencia misma del ser humano.
Dios no quiere eliminar las posibilidades de caer. Quiere que yo tenga la libertad suficiente
para decir que no a la caída. Siempre había rezado con una actitud un tanto "Por favor,
Señor, libérame de este deseo." Sin darme cuenta que mi corazón por dentro gemía
diciendo: ". . . para no tener prescindir de esto." Era fe en Dios sin entregarme a Él. Tener
fe no me servía de nada. Nunca había renunciado a la lujuria.
El Comienzo de la Libertad
Al poco tiempo, era el año 1974, recibí en el buzón el ejemplar de la revista Time del 22
de abril. Ese número estaba dedicado al nuevo alcoholismo. Me senté y leí el artículo con
avidez. Nada más terminarlo me levanté y llamé a Alcohólicos Anónimos. Había muchas
formas de alcoholismo. Se le calificaba de enfermedades. Afectaba tanto a los hombres
como a las mujeres, a los jóvenes como a los viejos. Los ejemplos que daban de impotencia
ante el alcohol eran semejantes a los que yo podría dar con respecto al sexo. La curación,
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en palabras de algunos profesionales, era como tratar de expulsar a una multitud de
demonios. La medicina, la psicoterapia y el psicoanálisis no eran la solución. Alcohólicos
Anónimos, sí.
Esa misma noche asistí a mi primera reunión. Así fue como descubrí que el
programa de recuperación de AA, que era para los alcohólicos, lo podían aplicar también
los borrachos de sexo. Y yo era un borracho tan desesperado como cualquiera de los que se
pueden ver tirados por la calle. Mis experiencias y las suyas eran semejantes. En la primera
reunión vi a gente a la que el alcohol le había llevado al mismo grado de desesperación al
que a mí me había conducido la lujuria, y que hoy estaban libres de esa obsesión. Era un
programa de recuperación que a ellos les estaba dando inmejorables resultados. A partir de
aquel entonces a mí también me los ha dado.
Admití de buen grado lo que seguramente sabía desde un principio, que era tan
impotente ante la lujuria como los alcohólicos lo eran ante el alcohol. En ese instante
comprendí la paradoja: si quería alcanzar mis objetivos, debía de rendirme y admitir la
derrota.
Comencé a asistir a las reuniones de AA, dejé de beber y de tomar sedantes y leí el
libro Alcohólicos Anónimos. Me identificaba con los alcohólicos en todo.
Pero pronto descubrí algo más: era muy raro, incluso aunque ahora sólo mantenía
relaciones sexuales con mi esposa y había dejado de satisfacer la lujuria en otras
circunstancias, mi patrón consistía todavía en la utilización de las imágenes
almacenadas en mi cerebro procedentes de revistas o de aventuras del pasado para
excitarme y alcanzar el orgasmo. No me había liberado de mi pasado aunque estuviera libre
de las formas que la compulsión sexual había adoptado hasta entonces. ¿Qué era lo que
pasaba? ¿Acaso no debía de marchar todo bien mientras no tomara el primer trago? Pero
beber para los alcohólicos no era lo mismo que beber para mí, el sexólico. Para alcanzar la
liberación completa, tenía que renunciar a otras parejas, aunque fuera mentalmente. Y
tardé bastante tiempo en lograrlo. Descubrí muy lentamente que los patrones de mis hábitos
mentales eran la clave de mi enfermedad; si no se modificaban, no tendría una verdadera
recuperación.
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Una vez más, descubrí que era tan impotente ante esas imágenes como lo había sido
en la búsqueda compulsiva de sexo. Cuanto más intentaba reprimir estos recuerdos, con
más ahínco luchaban por sobrevivir y dominarme. Tendría que comenzar a trabajar los doce
pasos de la recuperación dentro de mí. Pero me demore y ese retraso tuvo consecuencias
casi fatales. Tras un año y medio de abstinencia, recaí. Ojeaba una revista sin prestarle i
atención cuando mi mirada se detuvo demasiado tiempo en una fotografía provocativa. A
la tercera mirada ya había el primer trago—la mirada lujuriosa—y ocurrió lo que los
alcohólicos me habían advertido que sucedería. El primer trago me embriago. A las pocas
horas estaba de nuevo en la calle, sin control desesperadamente de encontrar alguien.
Esto me condujo a un atracón de sexo y lujuria que duró unos tres meses, si
incluimos diversos intervalos. Era un infierno. Durante ese tiempo me resarcí del año y
medio de abstinencia y termine presa de una "penosa e incomprensible desmoralización",
frase inventada por los alcohólicos. Estaba dispuesto a arrojar el un carrera por la ventana
y a hacerme proxeneta para poder procurarme cuantas prostitutas quisiera, e incluso
entonces, sabía que no me daría por satisfecho. El matrimonio llegado a su fin; yo vivía en
el garaje; los pensamientos suicidas me dominaban. Había tocado fondo. Había acotado
todos los recursos. La fiesta se había terminado.
No sé cómo, tuvo que ser otro milagro, pero logré arrastrarme, delirando, a AA y
comenzar otra vez desde cero. Pero esta vez tendría que trabajar los doce pasos para poder
sobrevivir. Encontré un padrino (un amigo del programa que ayuda a trabajar los pasos) y
comencé a aplicármelos.
El sufrimiento que me produjo el darme cuenta de quién era me llevó a trabajar los doce
pasos de la recuperación. La libertad real comenzó cuando me liberé de mi pasado. Era
como un niño pequeño, dispuesto a aprender, tuve que modificar mi forma de obrar y de
pensar y adoptar un nuevo estilo de vida basado en el sometimiento de mi voluntad a la de
Dios. A continuación comencé a trabajar mis defectos, a medida que los descubría no sólo
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en el inventario de mi pasado, sino en medio del continuo dolor que me ocasionaba el
verme a mí mismo tratando de relacionarme con los demás. Este proceso, por supuesto,
todavía continúa hoy. También comencé a limpiar mi pasado de escombros y a enmendar
los daños cuando debía. Nada de esto resultó fácil. Descubrí que tenía que hacerlo si es que
quería sobrevivir. Ten/a que morir para poder vivir.
Para nosotros ha sido como comenzar otra vez desde cero. Es ahora cuando empiezo
a conocer de verdad a mi esposa, con la que he estado casado más de diecisiete años. Es
una grata sorpresa descubrir que es una persona: única, independiente, un individuo, todo
un universo de personalidad que antes era incapaz de percibir. A medida que renuncio a los
pensamientos de recurrir a otra persona y que aumenta mi compromiso con ella, encuentro
más placer, más amor y más libertad.
Se me hace difícil imaginar que la persona sobre la que escribo hoy es la misma que
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pensaba y hacía las cosas que he descrito. De hecho, esa otra persona era un esclavo. Vivía
en un mundo de fantasía e ilusión, pendiente únicamente de sí mismo y siempre solo.
Nunca había pasado de la adolescencia emocional, nunca había madurado y estaba
espiritualmente muerto. No sabía enfrentarse a sus propias emociones o a la vida, y siempre
estaba huyendo. Huía para satisfacer exigencias y deseos imposibles de satisfacer. Huía de
su propia realidad; huía de los demás; huía de la vida; huía de Dios, la fuente de su vida.
PRIMERA PARTE
El sexolismo—La adicción
La lujuria—La fuerza que se esconde de tras de la adicción
Bases espirituales de la adicción
El Problema
Para el sexólico la progresión es continua e inevitable. En otras épocas de nuestra vida, sin
embargo, no podíamos sospechar hasta qué punto nos gobernaba y nos negábamos a mirar
hacia dónde nos conducía. Como un grupo de excursionistas que lleva una balsa río abajo
en un viaje de placer, navegábamos ignorantes del terrible poder de los rápidos o del
remolino que se avecinaba.
Primero adictos, después incapaces de dar amor, recibíamos de los demás para llenar el
vacío que existía en nuestro interior. Nos engañábamos una y otra vez al pensar que la
siguiente persona sería la que nos salvaría, y mientras tanto, íbamos desperdiciando
nuestras vidas.
El Sexolismo—La Adicción
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otros sexólicos a comprender la naturaleza del daño que se causan a sí mismos y a otros, y a
animarlos a integrarse en la fraternidad de la recuperación antes de que su enfermedad
alcance la gravedad que alcanzó en muchos de nosotros, nos daremos por satisfechos.
La experiencia nos enseña que existen tres aspectos de nuestra condición que son comunes
a todas las adicciones: la tolerancia, la abstinencia y el síndrome de abstinencia. Si
alguien ha experimentado los tres en algún área de su vida se considera que esa persona
es un adicto. Cuando nos sometemos nosotros mismos a es la prueba, reconocemos que
somos adictos a la lujuria, al sexo, a las relaciones de pareja o a diferentes
combinaciones de los mismos, como poco.
La Tolerancia
La Abstinencia
El Termino abstinencia se refiere al fenómeno que describe cómo el típico adicto trata de
abandonar el uso del agente o de la actividad adjetiva. Quizá fuera mejor llamarle
intento de abstinencia. Nos propusimos conseguirla mil veces. Algo en nuestro interior nos
decía que teníamos que parar. ¿Cuántas veces nos lo hemos dicho a nosotros mismos?
¿Cuántas veces no lo habremos tratado de hacer? Algunos parábamos, pero sólo después
de haber cedido una vez más a la tentación.
El Síndrome de Abstinencia
El término síndrome de abstinencia se aplica a los síntomas que un adicto puede sufrir o
experimentar cuando se le priva de la droga o de la actividad. Pueden ser físicos,
emocionales o de ambos tipos. Esto crea una necesidad artificial y falsa de sexo. Como el
drogadicto, piensa que no podrá vivir sin la dosis. No es verdad; no satisfacer esta hambre
ficticia no mata.
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aturdimiento, de asombro y de desconcierto, en la que la totalidad de nuestro ser tenía que
restablecerse lentamente de toda una vida de autocastigo. La sobriedad implica un modo de
vida nueva y desconocido, semejante a lo que es vivir en un país extranjero cuando no se
conoce el lenguaje o las costumbres. Sólo que, en este caso, el nuevo terreno se encuentra
dentro de nuestra persona. Sin la droga, comenzamos a darnos cuenta de lo que sucede en
nuestro interior. Tardamos en acostumbrarnos a ello, y la ayuda de otros miembros es
indispensable. Recorrer este camino acompañado nos ayuda a superar el miedo que se
experimenta en este periodo. Podemos comprobar como otros que nos han precedido han
descubierto que, una vez que habían renunciado a la lujuria y a la expectativa de sexo, éste
es en realidad opcional y que la satisfacción y el gozo con que viven son auténticos. Ni son
anormales ni se sienten privados de nada. Los miembros casados comprueban que pueden
pasar por periodos de abstinencia voluntaria con el fin de recuperarse de la lujuria y
encuentran estas experiencias increíblemente útiles y gratificantes. Descubren que hay vida
más allá de la lujuria y que también la hay más allá del sexo.
La práctica de nuestra adicción incluye toda una gama que va desde la práctica continua
hasta la periódica o esporádica. Pero sea cual sea nuestro patrón particular, incluye los
elementos adictivos de la tolerancia, de la abstinencia y del síndrome de abstinencia,
incluso aunque no nos demos cuenta en el momento. Si cambiáramos de adicción
(transferencia de adicciones) —lo que es muy frecuente entre los que tratan de abandonar
una—el proceso adictivo se repetiría por ser idéntico.
Existen tres aspectos adicionales de la adicción que no podemos pasar por alto. Son la
toxicidad, los daños emocionales y físicos, y los mecanismos detonantes.
La Toxicidad
Las reacciones tóxicas al alcohol y al abuso de drogas son ampliamente conocidas. Lo que
podríamos llamar la toxicidad de la lujuria se manifiesta claramente durante la
recuperación. Nos damos cuenta poco a poco del efecto venenoso de la lujuria en nuestro
pensamiento y conducta. Hemos oído a algunos miembros decir: "Soy alérgico a la lujuria",
y sabemos que esa persona está tratando de describir la reacción tóxica que se produce en el
momento en el que él o ella toman un "trago" con la vista o la fantasía, sin que sea
necesario que vaya acompañado de "acción." Ya sobrios, una vez que hemos abandonado la
lujuria, cuando cedemos de nuevo ante ella, el efecto tóxico se siente de forma inmediata y
con fuerza. La toleramos-menos que nunca y produce una sensación de malestar mayor.
Nuestra adicción al sexo no se estanca, empeora progresivamente.
"Hace cinco años podía ver una chica en biquini en un anuncio y no me molestaba; ahora
sufro un ataque de nervios y pierdo el sano juicio."
[Estas citas en cursiva, y otras que pudieran aparecer, son de miembros de Sexólicos
Anónimos, del pasado y del presente]
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Los Daños Físicos y Emocionales
Nadie está en condiciones de enumerar todos los efectos Secundarios que la lujuria, el
sexo o la adicción a la pareja pueden producir. Todavía nos queda mucho por aprender.
Consecuencias obvias son cualquiera de las innumerables enfermedades venéreas. Muchos
sufrimos de impotencia o frigidez como resultado de nuestra adicción al sexo y al amor.
Pero una gran cantidad de efectos de diferente tipo, que sólo hoy estamos en condiciones
de comenzar a identificar, nos acompañaron en nuestro calamitoso camino hacia la mina
sexual y emocional: la autoobsesión, el auto odio, el autocastigo, la ira, la pérdida del
control emocional, el aislamiento y la disminución de nuestra capacidad de relacionamos
con los demás, de concentrarnos y de funcionar. Nuestra enfermedad abrió la puerta a una
multitud de desórdenes de tipo espiritual, emocional y mental que aumentaban a medida
que la adicción avanzaba.
Es como si en determinadas etapas la totalidad de nuestro ser nos exigiese que parásemos y
nos advirtiera que nos estábamos destrozando a nosotros mismos. La sobriedad sexual
posibilita la recuperación, y es a partir de entonces cuando el proceso de curación
comienza. Nos sentimos mejor físicas, emocional y espiritualmente cuando estamos sobrios
y los principios de los pasos son una realidad en nuestras vidas.
En esta adicción creamos un número cada vez mayor de mecanismos disparadores que nos
empujan a iniciar el proceso. Consisten en estímulos, conflictos o situaciones de tensión
que provocan fantasías, sentimientos o pensamientos que nos llevan a la acción. No es
difícil identificar algunos de los disparadores más evidentes del sexo y la lujuria. En el
momento en que nos convertimos en adictos ya habíamos creado todo un universo de ellos,
y aumentan a medida que la adicción progresa.
Objetos sexuales. Personas del mismo sexo o del opuesto, incluyendo nuestros propios
cuerpos. Casi todo puede servir de disparador: las diferentes partes del cuerpo, prendas o
estilos de ropa, el lenguaje corporal e innumerables variedades de lenguaje,
comportamientos o actitudes. Algunos incluyen en esta categoría a animales y objetos
inanimados.
Paisaje interior. La mayoría de nosotros somos capaces de ver cómo nuestros recuerdos y
fantasías pueden actuar como disparadores. Otros factores, que aunque son más intangibles,
es muy probable que podamos identificar por nuestra cuenta, son los sentimientos de
rechazo, de fracaso o de crítica. Son más difíciles de reconocer los sentimientos de soledad,
el hastío, el aburrimiento, el aislamiento, "sentirse solo en compañía de los demás"; y otras
manifestaciones de sed de Dios insatisfecha. También nos empujan a recurrir a nuestra
droga situaciones tales como un estado de agitación debido a diversas causas, tales como el
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trabajo compulsivo, la ira, los resentimientos, la ansiedad, el miedo, el estado de excitación
o la prisa, o las comidas y las bebidas estimulantes e incluso la excitación intelectual y
estética. Parece ser que estamos descubriendo que casi todo puede convertirse en un
detonante, lo cual indica que hay una patología subyacente que dirige nuestro
pensamiento y comportamiento. Esto nos lleva al convencimiento de que es la totalidad de
la persona la que debe comprometerse en el proceso de recuperación.
Debido a que somos hipersensibles a estos disparadores utilizamos el lema del programa
que en inglés se representa con el acrónimo HALT. (Hungry, Angry, Lonely, Tired). En
castellano quiere decir que tratamos de no sentirnos hambrientos, enojados, solitarios o
cansados.
La ira. La ira, los resentimientos y los pensamientos negativos hacia nosotros mismos o
hacia los demás producen un malestar que nos lleva al aislamiento y que nos predispone a
recurrir a nuestra droga.
La soledad. El sexólico que no está en contacto con los demás es una bomba que más
tarde o más temprano á.
El cansando. La fatiga nos hace más susceptibles a cualquier tentación, ya que debilita
nuestras defensas, del misino modo que la debilidad física afecta a nuestra energía
emocional.
El Proceso Adictivo
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adicciones, alivian la tensión, resuelven los conflictos y proporcionan medios para
enfrentarnos a una situación difícil o hacer algo que antes nos hubiera parecido imposible.
Cualquiera que sea la forma que adopta el sexolismo, tiene el efecto aparente de reducir el
aislamiento, de aliviar la apatía, la soledad y la tensión, y de proporcionarnos energía o de
facilitarnos una vía de escape.
Esta amistad recién adquirida no sólo reduce de forma aparente nuestro conflicto interior, el
aburrimiento y las emociones negativas, sino que también nos proporciona sentimientos de
fusión, de validación personal y una falsa sensación de vitalidad. De hecho, todos estos
efectos son aparentes, o en el mejor de los casos, sólo pasajeros. Lo que creemos que nos va
a dar vida, lo que en realidad hace es arrebatárnosla.
Es casi imposible indicar con exactitud cuándo, cómo o por qué nuestras actividades llegan
a convertirse en adictivas. Finalmente, el proceso adquiere vida propia, a menudo sin
relación con los motivos originales. Y a diferencia de las formas normales de comportarse
en la vida, nuestro pensamiento y conducta adictivos se convierten en desproporcionados y
repetitivos, y los forzamos a que sirvan a fines contrarios a su naturaleza y funciones.
Con el paso del tiempo, la sensación de placer comienza a disminuir y sentimos menos
alivio. Estos comportamientos comienzan a producir dolor y, cuando éste supera al
placer, empiezan a aparecer síntomas típicos de resaca como la tensión, la depresión, la ira,
la culpabilidad e incluso el malestar físico. Para aliviar este dolor recurrimos de nuevo a
nuestra conducta. Debido a que utilizamos constantemente estas conductas adictivas para
conseguir e) alivio inmediato, nuestro control emocional disminuye. Los
comportamientos compulsivos y los cambios repentinos de humor se apoderan de nosotros
sin que a menudo lo percibamos. Y nuestras relaciones sociales e íntimas se deterioran.
Con el paso del tiempo esta conducta destruye nuestra capacidad de vivir día a día. Los
patrones adictivos reducen nuestro grado de conciencia y nos marginan de la vida social
normal. Nos vemos forzados a dedicar más tiempo a pensar en mustia adicción y a
practicarla. Al mismo tiempo, nos negamos a aceptar nuestra condición de adictos para así
evitar el sufrimiento de tener que reconocer hasta qué punto la adicción nos domina y
controla. Los efectos secundarios perjudiciales que produce en nuestro interior se vuelven
cada vez más peligrosos.
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como consecuencias. En un estadio más avanzado, los comportamientos adictivos se
convierten en nuestro mecanismo básico de relación y supervivencia, y en nuestra única
fuente de placer. Más tarde, ni siquiera pueden ayudarnos a sobrevivir, y comienzan a crear
nuevos problemas a los que habremos de enfrentarnos. En este círculo vicioso, lo que se
utilizaba para curar se convierte en la enfermedad; lo que se usaba de medicina se
transforma en el veneno, y la Solución se convierte en el Problema.
Oímos esta pregunta con demasiada frecuencia, y era una de las frases a las que más
recurríamos para negar que teníamos un problema. Podíamos formularnos las mismas
preguntas en relación con otras adicciones, por ejemplo la adicción al trabajo: ¿Qué tiene
de malo el trabajo honrado? O la compulsión por la comida: ¿Qué tiene de malo? Tenemos
que comer para vivir. O en el caso del alcohol y las drogas: ¿Qué tiene de malo una ayudita
para relajarnos y huir de la realidad? Y finalmente la adicción al sexo: ¿Qué tiene el sexo
de malo? ¡Es un don de Dios! Podemos continuar con el uso de la televisión, del cine, de la
música, etc. Normalmente respondemos así los que tratamos de justificar nuestras
adicciones. Estas preguntas ponen de manifiesto lo engañados que estarnos. Y en el terna
del sexo la confusión es mayor que en ningún otro.
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Podría contraer una enfermedad venérea, y mi esposa me dejaría.
Sabía de sobra que la marihuana más tarde o más temprano me produciría cáncer.
Razones como esta rara vez son suficientes para el verdadero adicto, ya que sólo tienen
en cuenta los aspectos exteriores. Es necesario distinguir entre la actividad física y la
espiritual (la actitud), actividades que operan a la vez en un mismo individuo. Por estar
inmerso en sus actitudes, éste no las ve; sólo ve la actividad física y cree que es la que
produce los sentimientos de culpabilidad. Está perplejo. De aquí procede la confusión
acerca de cuál es la motivación necesaria para interrumpir la práctica de cualquier
adicción. Si sólo tenemos en cuenta la actividad en sí, la mayoría no encontraremos
motivos suficientes para renunciar a la misma; pero el ser consciente de las consecuencias
espirituales nos puede ayudar a alcanzar el estado de desesperación antes, y a renunciar a
la misma. Por tanto, debemos de ir más allá de lo físico si queremos conocer los factores
que de verdad intervienen en nuestra adicción al sexo. Pero examinemos primero qué es la
lujuria, ya que este concepto nos puede servir de puente entre los aspectos físicos y los
espirituales de la adicción al sexo.
La Lujuria.
¿Por qué decimos en el primer paso que somos impotentes ante la lujuria, en vez de decir
que somos impotentes frente al sexo? ¿Acaso no somos adictos a una conducta sexual? Sí,
respondemos, pero el problema al que nos enfrentamos no es el sexo a secas, de la misma
forma que aquel al que se enfrenta los comedores compulsivos no es la comida a secas. La
comida y el sexo son funciones naturales; el problema de fondo en ambas adicciones es
llama lujuria, una actitud de exigencia por la que tratamos instinto natural sirva afines que
no son naturales.
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comportamiento. A menudo, los que somos adictos a sustancias o a formas de conductas
descubrimos que lo somos también a actitudes y a emociones negativas.
"Me acuerdo que cuando renuncié a la lujuria, al alcohol y a los tranquilizantes, los
resentimientos estallaron corno un volcán en erupción. Se me ocurrió pensar que intentar
controlar la lujuria era como intentar controlar la gelatina, aprietas por un lado y sale un
bulto por el otro. O como intentar cerrarle el paso a un topo, taponas la boca del túnel y lo
único que consigues es que el animal haga otro nuevo."
Para el adicto al sexo, la lujuria es tóxica. De ahí que .en nuestra recuperación el verdadero
problema sea espiritual y no exclusivamente físico. Ésta es la razón por la que el cambio de
actitud es tan importante.
¿Qué Es la Lujuria?
Es difícil de explicar, pero he aquí Jo que la lujuria representa en mi vida. Es un tirano que
quiere controlar el sexo en su propio provecho, a su manera y en el momento que le
apetece. Es un mido mental-espiritual que tergiversa o pervierte el sexo, de la misma
manera que una interferencia ronca cíe radio estropea la audición de una melodía agradable.
Me resulta imposible disfrutar de una unión auténtica con mi esposa en la medida en que la
lujuria esté viva, porque ella como persona no cuenta; es incluso un estorbo; es un mero
objeto sexual. La verdadera unidad conmigo mismo es imposible si yo me divido en dos
para tener un acto sexual conmigo mismo. El compañero fantástico que he creado en mi
mente, en realidad, es parte de mil Con la lujuria el acto sexual no resulta de la unión
personal; el sexo no influye de la unión. El sexo activado por la lujuria hace imposible la
unión verdadera.
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personas que afirman que están obsesionadas con el sexo y que no pueden mantener
relaciones sexuales. Considero la lujuria una fuerza que invade y pervierte también otros
instintos: la comida, la bebida, el trabajo, la ira… Reconozco que tengo una tendencia casi
lujuriosa a lo, y que es tan fuerte como la lujuria lo ha sido es momentos
En mi caso, la lujuria no es física; incluso no es un deseo sexual más potente. Es una fuerza
espiritual que pervierte mis instintos; y cuando me abandono en un área, trata de infectar
también a las demás. Como la lujuria tiene carácter asexual, atraviesa todas las barreras,
incluso las de género. Cuando las aviva la lujuria, mis fantasías o actividades pueden
dispararse en cualquier dirección, modeladas por lo que experimento. Por ello, cuanto
más me entrego a la lujuria, menos sexual me vuelvo. Por tanto, mi problema básico
como adicto al sexo en vías de recuperación es el de vivir libre de la lujuria. Cuando
la tolero en cualquiera de sus formas, más tarde o más temprano trata de manifestarse en
las demás. De esta forma, la lujuria llega a ser el exponente, no sólo de lo que hago, sino de
lo que soy. Pero hay motivos sobrados de esperanza. Al renunciar a la lujuria y a sus
manifestaciones cada vez que me tienta, y al experimentar la liberación dadora de vida de
origen divino, se producen la recuperación y la curación y se me restaura la integridad—
primero la verdadera unidad dentro de mí mismo y después la unión con los otros y con la
Fuente de mi vida—.
La Lujuria es. . .
La lujuria mata
La lujuria es la cosa más importante de mi vida, es más importante que yo.
Esclavo de la lujuria, me es imposible ser yo mismo. La lujuria me esclaviza, mata la
libertad, me mata a mí.
La lujuria siempre quiere más, la lujuria produce más lujuria.
La lujuria es celosa, quiere poseerme.
La lujuria hace que me obsesione conmigo mismo, hace que me encierre dentro de mí.
La lujuria hace que el sexo sea imposible sin ella
La lujuria destruye la capacidad de amar, mata al amor.
La lujuria elimina la capacidad de recibir amor; me mata a mí.
La lujuria genera sentimientos de culpa y la culpa hay que expiarla.
La lujuria hace que parte de mí desee la muerte, porque no puedo soportar lo que me hago
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a mí mismo y carezco de fuerzas para evitarlo.
Cada vez con más frecuencia, dirijo esa culpa y auto odio hacia mi interior y hacia los
demás. La lujuria me destruye a mí y a los que me rodean.
La lujuria mata al espíritu; mi espíritu soy yo, ¡la lujuria me mata!
Los aspectos físicos y psicológicos del proceso adictivo son cada vez más fáciles de
identificar, y el sexolismo tiene elementos comunes con las otras adicciones. La experiencia
o la fantasía sexual se nos presentaban en un principio como la "respuesta" a todas nuestras
necesidades. Funcionaba. Nos proporcionaba más alivio y placer que cualquier otra cosa.
En algún momento, la mayoría llegamos a reunir todos y cada uno de los requisitos que
hacían de nosotros verdaderos adictos, y algunos siempre lo habíamos sido.
Al contemplar el pasado, muchos vimos que con independencia de cómo, por qué, o de
cuándo empezó, llegó el momento en el que no sólo nos dimos cuenta del poder que tenía la
adicción sobre nosotros, sino también de que estábamos actuando contra nuestra voluntad.
Sólo cuando intentamos parar fuimos conscientes que éramos prisioneros de una fuerza
superior a nosotros, que estábamos a la merced de un poder más grande. Al fin ya éramos
capaces de entender el dilema de algunos profesionales que habían tratado de ayudar a los
alcohólicos (y a algunos de nosotros) y se desesperaban ante los resultados.
Al recuperarnos, llegamos a ver aspectos de nuestro sexolismo que van más allá de lo físico
y lo psicológico, y que son paralelos a otros aspectos semejantes descubiertos por los
alcohólicos en vías de recuperación. Están relacionados con la personalidad, se refieren a la
voluntad y a las actitudes que modelan a la persona y su carácter. Le llamamos la
dimensión espiritual. Aquí es donde se encuentran las fuerzas más poderosas que nos
empujan hacia la adicción.
Así, usaremos la palabra espiritual al referirnos a este aspecto nuestro que es la base de
nuestras actitudes, opciones, pensamientos y comportamiento, y que a su vez los determina,
-- la esencia misma de nuestra personalidad, la raíz de la de la persona — Si somos
capaces de ver el papel que este aspecto tan fundamental de nuestro ser juega en el
proceso adictivo, entendemos por qué la recuperación – por encima de todo – de ser un
proceso espiritual.
Tenemos otra razón para utilizar el término espiritual con este significado más amplio y no
religioso. Algunos de nuestros miembros declaran que habían simultaneado la vida
espiritual con un tipo de vida muy destructivo, tanto para ellos mismos Pillo para los
demás. Ahora vemos que el dominio espiritual comprende a la vez el bien y el mal, y que a
pesar de nuestras ponencias espirituales—y por muy reales que hubieran sido— lo que
estábamos haciendo no era aceptable ni conveniente.
El Origen
Para ilustrar la perspectiva espiritual quizá lo mejor sea recurrir a una anécdota personal. A
continuación viene un pasaje de un cuarto paso tal como lo escribió un sexólico (formaba
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parte de su segundo cuarto paso, escrito cuando todavía llevaba pocos años de
recuperación.)
Cuando le conté a mi madre que me había masturbado por primera vez, me ordeno que no
lo volviera hacer y que nunca más mencionara ese tema. Obviamente, su comportamiento
no fue el adecuado, pero fue en ese momento cuando establecí contacto con la peor parte de
mí ser.
Me encerré en mi interior, era como si hubiese corrido una cortina entre los dos, y de aluna
forma, también con el mundo. Eche la cerradura sigilosamente. Ya nunca más mostraría a
los demás cómo era en realidad por dentro. Lo que era puertas adentro cambió
repentinamente y una parte de mí buscó refugio en un túnel obscuro, en lo más profundo de
mi ser. Creo que fue ese el momento en el que el resentimiento cristalizó en mi interior.
Permíteme volver a revivir estas escenas.
Esta actitud era una actitud contra mi madre. Para poder seguir haciendo lo que quería,
tenía que convertirme en su enemigo. Pero sólo en mi fuero interno, puesto que me daba
miedo manifestarlo abiertamente.
Ni siquiera eso me creó ningún problema. Me masturbé sin pensarlo. Pero a partir de
entonces, cada vez que lo hacía, la masturbación me proporcionaba un sentimiento
totalmente nuevo. Hacía que me olvidara de mis preocupaciones. Me producía una
satisfacción increíble. Un alivio enorme. Una liberación total de ese agobio que sentía por
dentro.
33
satisfacción, placer y alivio del conflicto producido por la falta—. La rebelión y el
resentimiento satisfacen una necesidad (más bien una exigencia).
• Este sentimiento nos nutre, nos sostiene. Sustenta la nueva realidad, que es una mentira.
Tapa nuestra falta, y en consecuencia, ya no tenemos que reconocerla ni ocuparnos de ella.
De esta forma, utilizamos el resentimiento como una droga.
• Para convencernos a nosotros mismos que esa falta está justificada, cada cierto tiempo
revivimos el incidente en nuestra mente, y en cada ocasión derrotamos a la otra persona. Al
experimentar el resentimiento de esta forma, tratamos de volver a experimentar el efecto
del primer estado de trance.
• Este uso de los resentimientos se convierte en algo habitual, que produce más agravios,
que necesitan a su vez que se les cubra aún con más droga. El ciclo vicioso se consolida y
adquiere vida propia, independiente de la acción inicial.
• La persistencia en el hábito produce dolor. Existe una parte dentro de nosotros que
siempre sabe cuándo obramos mal: la mentira no encaja con algo que existe en nuestro
interior, con lo que vemos en el exterior y con los datos que los demás nos proporcionan.
Además, nos sentimos culpables al disfrutar de este éxtasis antinatural y, en consecuencia,
nuestro aislamiento aumenta.
• Tratamos de no practicar este hábito espiritual interno, así, externamente, actuamos hacia
los objetos de nuestros resentimientos como si no tuviéramos nada contra ellos. Esta farsa
nos ayuda a no tener que recurrir a nuestra droga, el resentimiento, pero crea una nueva
mentira que exige a su vez aún más droga, y ello nos obliga a curarnos del sufrimiento
que el síndrome de abstinencia nos ocasiona con la medicina que nos procura alivio—-
más resentimiento—.
• Este comportamiento mental reúne todos los requisitos de la adicción antes mencionados:
la tolerancia, la abstinencia y el síndrome de abstinencia. Aliara ya somos adictos de forma
total al resentimiento en cuanta actitud espiritual, independientemente de cual sea nuestra
conducta física adictiva.
Si añadimos a este proceso espiritual y mental algún hábito de tipo físico, tal como es en
nuestro caso el sexo, podremos comprobar que tanto las huellas que deja en nosotros, como
las formas en las que nos condiciona y programa se vuelven más profundas, rígidas y
poderosas. Una vez que este patrón se incorpora al carácter interno de la persona, ha de
manifestarse necesariamente en alguna conducta externa—somos ya adictos en potencia—.
Así, el proceso adictivo se arraiga en el interior de la persona antes de manifestarse en el
exterior.
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actitudes y en sus conductas. Para permanecer sexualmente sobrio y progresar en la
recuperación, habrá de renunciar a los resentimientos que tenga.
El Proceso Espiritual
A partir del ejemplo anterior y de lo que hemos aprendido a través de las experiencias de
otros sexólicos en recuperación, vamos a resumir los elementos del proceso espiritual que
se encuentra en la base del proceso adictivo y que lo impulsan. Al final de cada apartado
veremos que somos nosotros los responsables del proceso en cada' una de sus etapas. Con
independencia de otros factores que puedan contribuir a fomentar nuestra adicción, somos
partícipes activos en su desarrollo.
Un cambio de Actitud
Ese cambio de actitud hace que nos decidamos a continuar haciendo algo malo.
Probablemente no existe un cambio de actitud en abstracto; lo normal es que este siempre
relacionado con alguien. Nos enemista con otro. Al centrarnos en un agravio, real o
imaginario, optamos por estar resentidos con esa persona hacer lo que apetece y rechazarla.
Podemos incluso depender de ello como en el caso de un padre, hermano, hermana o
cónyuge, pero nuestro corazón se alejara de los mismos. Una actitud negativa hacia los
demás es el comienzo del proceso espiritual negativo que dispara la adicción.
"Sé que 'disfruto' con ese resentimiento cada vez que vuelvo a revivir en mi mente la escena
con esa persona. Es como beber de algo profundo que hay en mi interior. ¿Por qué? ¿Qué
es lo que me proporciona? A veces juraría que tengo una dependencia mayor del
35
resentimiento de la que tenía de la lujuria o del alcohol. "
Se dice que el resentimiento es el peor enemigo de los adictos. Tenemos que comenzar por
destruir a la adicción en nuestro interior.
La Culpa y el Castigo
Aunque no nos demos cuenta, cada vez que pensamos y obramos mal, nos castigamos a
nosotros mismos. Cada vez que dañamos a alguien, se provoca una reacción en nuestro
interior que mata la vida, y se llena aún más el pozo de nuestro dolor espiritual y
emocional.
"¡Dios mío!, grité entonces, ¡ése soy yo! ¡Soy lo que pienso y lo que hago; cada opción de
ámbito moral y cada actitud! Cada vez que permito que algo penetre en la Corriente de mi
vida, se convierte en parte de mí. Navega a lo largo de mi vida. Como una enfermedad
contagiosa, cada acto y pensamiento negativos se deslizan por la Corriente, hasta que
me veo a mí mismo, apestando con esta vía de navegación contaminada en mi interior. ¡Me
ensucio! ¡Y me ensucia!"
"¡Nunca me había dado cuenta de que había llevado mi pasado a cuestas toda mi vida!
Cada una de estas personas están todavía vivas en mi mente, y revivo continuamente todos
y cada uno de esos incidentes, sean grandes o pequeños. Ese cáncer ha estado
carcomiéndome toda la vida. "
Así, somos nosotros los que nos ensuciamos y nos castigamos a nosotros mismos.
A medida que llevamos a cabo conscientemente las opciones espirituales que desencadenan
el proceso adictivo, nos volvemos cada vez más egoístas y egocéntricos. Se apodera de
nosotros una actitud de rebeldía, aparentemos o no sumisión en el exterior. Para no tener
que reconocer nuestros defectos, buscamos los de las personas que nos rodean, así como los
de las instituciones que están a nuestro servicio. Sólo somos capaces de ver los defectos,
las faltas y las injusticias en los demás.
Nos cerramos cada vez más, y nos ponemos a la defensiva, líos resistimos a recibir
enseñanza alguna, nos volvemos ultimados, y perdemos la sensibilidad. La obsesión con
nosotros mismos es una actitud y una fuerza espiritual negativa. Aunque quizá el mundo
exterior no lo note, nuestro cónyuge, hijos, i tulipaneros, nuestros animales domésticos sí
que se dan cuenta. La obsesión consigo mismo repele a todos, excepto al
obsesionado.
Esta obsesión con nosotros mismos puede adoptar diferentes Imillas, desde la descarada a
la disimulada, donde se disfraza de pasividad y de apariencia de amabilidad o de
preocupación falsa por los demás. Cuanto más grande es la obsesión, mayor es la dosis de
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embuste que se necesita para disfrazarla. Nos impide detectar las faltas, cada vez más
grandes, que más tarde se convertirá en grietas y calamitosas fisuras en ese depósito que
contiene a nuestro ego. Y la obsesión con nosotros mismos produce de forma inevitable la
ceguera espiritual. Para no ver nuestras faltas, nos fijamos en las ajenas.
Todavía nos resultaba más difícil ver que esta obsesión con nosotros mismos indicaba que
nos habíamos erigido en la Fuente de nuestra vida—en nuestro propio dios—. En nuestro
mundo nada había más importante que nosotros. Así, teníamos que conectar con nosotros
mismos; llegamos a ser adictos a nosotros mismos. No es extraño que muchos
encontráramos que la masturbación era mucho más que un experimento infantil. Nos
embriagaba de nosotros mismos, y en consecuencia evitábamos cualquier contacto que no
fuera superficial con los demás y con Dios.
Nuestro mismo afán, "noble" y "grande" a los ojos del inundo, por la vida, excluye
cualquier posibilidad de recibir la ven ladera vida en el futuro.
"La gente del programa me lo enseñó. Me embriago de mí mismo. Estoy sentado, hablando
de mí, de mi esposa, de mi trabajo y de la gente. Soy el centro del universo, y no puedo
ver que ése es precisamente el problema. ¡Qué soledad tan terrible sentimos cuando
usurpamos el trono divino!"
La Separación
A partir del cambio de actitud inicial, nos aislamos. Comenzamos a levantar una muralla a
nuestro alrededor, especialmente entre nosotros y los que nos rodean. Podemos aparentar
justo lo contrario. Podemos mostrarnos sociables, afectuosos, atractivos, encantadores,
adorables, etc., siempre que nos beneficie deforma egoísta. La realidad es que no podemos
tener resentimientos o practicar la adicción sin negar la unión auténtica.
Al mismo tiempo, nos separamos de Dios. Nuestro estilo de vida, en vez de acercarnos,
nos-aleja de Él. Y ésta es, queramos o no, la verdad; incluso aunque participemos con
fervor en actividades religiosas, tengamos experiencias espirituales, o nos mantengamos
sobrios en otros programas.
Este proceso tiene un aspecto todavía más insidioso: la separación de nosotros mismos o
alienación. Nos alejamos caja vez más de esa parte de nosotros donde se encuentra la luz,
hasta que al final llegamos a perderla. La división que se produce al albergar resentimientos
dentro de nosotros, mientras que ofrecemos una imagen completamente distinta al exterior,
nos divide en dos mitades y esta escisión nos aísla no sólo de los demás, sino de nuestro
propio ser—la separación en la misma raíz de nuestro ser—.
No es extraño que tengamos tantos problemas de salud mental. Alejamos la luz (la verdad
sobre nosotros y los denlas) todo lo que podemos, hasta que llega el momento en que \\ una
partícula puede penetrar a través del muro de nuestra obstinación, y la oscuridad nos rodea.
El resultado es el aislamiento, la alienación, la depresión y la desunión que hay en nuestro
interior. Esto ya es una enfermedad de por sí.
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Así, nos degradamos.
La Ceguera y la Alucinación
"Volví a engañar a mi esposa ayer por la noche. Pero esta vez no me molestó tanto, apenas
me sentí culpable. No voy a permitir que esto perjudique nuestra relación. No sería capaz,
de hacerlo, y mientras no se entere..."
El daño siempre va hacia adentro. Esta es la razón que explica por qué muchos
mostrábamos al exterior esa apariencia de normalidad, de personas sanas, con uno o dos
problemillas emocionales como mucho. Engañábamos incluso a los profesionales. No es
extraño que pensáramos en el suicido. La conciencia de nuestra agonía interior nos dejó
sin más recurso que volver al mismo pensamiento y comportamiento enfermo. Ni siquiera
el peligro de enfermedades venerarías incurables fue capaz de hacernos renunciar a
nuestros hábitos (algunos lo llamábamos "AMOR"). No era extraño que muchas nos
sintiéramos libres de toda culpa, e incluso que creyéramos que la divinidad nos protegía y
cuidaba de una forma especial.
La Conexión Negativa
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El aislamiento espiritual se hace más insoportable con el transcur0 del tiempo. La
naturaleza rechaza el vacío. La obsesión con nosotr'5 mismos trata de llenar ese vacío, ya
que es una conexión en circuito cerrado con el ego. Otra conexión sucedánea dentro de
nosotros era la masturbación, que aun en el matrimonio y otros tipos de relación seguía
siendo la experiencia normal a la que recurríamos.
Pero nuestra conexión falsa iba más allá (era más profunde)-Parece que de todos los
instintos humanos, —el hambre, la sed, - sexo, el poder, y otros semejantes—el más
profundo es el que pudiéramos llamar instinto hacia la Persona, el impulso hacia a unión
con otro. Este instinto sólo lo puede satisfacer la Conexión auténtica. Sin esta parte esencial
de nuestro ser "conectada", la vida nos resulta insoportable. No podemos dejar el enchufe
de nuestra alma colgando. No podemos sobrevivir solos, incomunicados, sin contacto. Pero
la mayoría confundíamos lo personal con lo Sexual, como si los aspectos sexuales de esta
unión fueran capaces cc satisfacer un instinto de naturaleza espiritual. Así, utilizábamos el
sexo, la lujuria, o a las parejas para saciar ese instinto, y le permitíamos que ocupara un
lugar que corresponde exclusivamente a Dios como fuente de nuestras vidas. Era una
forma de idolatría.
La conexión negativa nunca nos llena. Hace que el hambre aumente, y que la búsqueda
compulsiva de algo más, diferente}' mejor se intensifique. De la misma manera que el
impulso hacia la persona es la fuerza que nos empuja a establecer contacto co1 lo mejor de
nosotros, de los demás y con Dios; la lujuria llega a ser la fuerza negativa que nos pone en
contacto con lo peor de nosotros, de los demás y con lo que alguien ha llamado el dios
negativo. Muchos miembros ven en esta área un aspecto al que no dudan en calificar de
diabólico.
La Muerte Espiritual
Cuando contemplamos los aspectos espirituales del proceso adictivo, nos vemos obligados
a hacer frente a algunas cosas que éramos incapaces de admitir antes de rendirnos. Antes de
la recuperación, nos resultaba imposible comprender o aceptar la verdadera naturaleza de
nuestra enfermedad. "Por supuesto", decíamos, "que hay algunos pobres borrachos de sexo
que están fatal, ¡pero yo no!" Pero cuando' nos observamos más detenidamente,
rectificamos y dijimos: "Yo sí."
Optamos por la ruta de la enemistad hacia nosotros mismos y hacia los demás, para así
poder persistir en el error. La obsesión con nosotros mismos es en sí misma un delirio
espiritual, una idolatría de la categoría más insidiosa. Nuestras actitudes enfermizas
constituyen una fuerza irresistible que nos aleja de los demás, de Dios y de nosotros
mismos, y que nos conducen irremisiblemente a la práctica de nuestras adicciones. Y el
lado oscuro que encierra nuestra conexión negativa es verdaderamente horripilante. Y la
locura característica de nuestro engaño nos mantiene en una condición en la que nos resulta
imposible ver la verdad sobre nosotros. Al final, no tenemos más remedio que preguntarnos
si todo esto no querrá decir que estamos espiritualmente muertos.
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Nos jugamos más de lo que creíamos. Si alguna vez hubiéramos sabido la verdad, aunque
fuera sólo durante un momento, el sufrimiento nos hubiera resultado intolerable. Por este
motivo, la enfermedad necesita autoperpetuarse, tanto en nuestro interior corno en nuestra
conducta. Parar implica afrontar la verdad sobre nosotros, y esto lo percibimos como una
amenaza de muerte. Pero a menos que dejemos de practicar la adicción y hagamos frente a
la verdad sobre nosotros, permaneceremos muertos.
Conclusiones
Cada vez que "volvemos a las andadas"—nuestra manera de decir que hemos vuelto a
recurrir a la adicción—se pone en marcha el mismo proceso autodestructivo. Empezamos
otra cuenta atrás que nos lleva a una situación que sólo empeora con el paso del tiempo. Por
mucho que nos esforcemos por evitarlo, el mecanismo autodestructivo se vuelve a disparar,
y en algún momento alcanzaremos ese punto del que nos resultará imposible salir. .
Pero la esperanza que ofrecemos exige que tornemos una dirección concreta. Ya que el
sexolismo es en su esencia un proceso cuyo origen y desarrollo es eminentemente
espiritual, habremos de deducir que el programa de recuperación también habrá de ser
básicamente espiritual. Ya que nuestra condición se caracteriza por una progresión cruel e
implacable de las actitudes enfermizas, nuestra recuperación depende de un profundo
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cambio en nuestra actitud hacia nosotros mismos, hacia los demás y hacia Dios, y en que
Denunciemos a nuestros defectos y reparemos los daños que hayamos podido causar. Así,
SA es un programa de' acción, dentro y fuera de nosotros.
No es necesario que comprendas esto para recuperarte. Si durante un breve lapso de tiempo,
el que tardamos en echar un vistazo a nuestro interior, ha desaparecido el velo de oscuridad
y de malentendidos que pesa sobre nuestra condición, estas líneas habrán cumplido su
propósito. También debería ayudarnos a los que nos estamos recuperando a comprender la
naturaleza radical del cambio interior y de personalidad; cambio que no tenemos otro
remedio que seguir potenciando si queremos vivir sobrios, gozosos y felices.
Una Puntualización sobre el Uso del Termino Espiritual. Segundo Apéndice del Libro
"Alcohólicos Anónimos":
Los términos "experiencia espiritual" y "despertar espiritual" son usados muchas veces en
este libro, observándose, a través de su lectura detenida, que el cambio de personalidad
necesario para dar lugar a la recuperación del alcoholismo se ha manifestado entre nosotros
en muchas formas diferentes.
Sin embargo, es cierto que nuestra primera edición dio la impresión a muchos lectores de
que estos cambios de personalidad, o experiencias religiosas, tienen que ser de una índole
de súbitos y espectaculares sacudimientos. Felizmente para todos, esta conclusión es
errónea.
Encontramos que nadie tiene por qué tener dificultades con la espiritualidad del programa.
Buena voluntad, sinceridad y una mente abierta son los elementos. Para la recuperación.
Pero estos son indispensables.
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"Hay un principio que es una barrera para toda información, que es una refutación de
cualquier argumento y que no puede fallar para mantener a un hombre en una perpetua
ignorancia: el principio consiste en despreciar antes de investigar."
—Herbert Spencer
Alcohólicos Anónimos, pp. 268-269
SEGUNDA PARTE
Los comienzos
Nuestro método- la realidad práctica
La capitulación-Pasos 1°, 2° y 3°
Paso primero
Paso segundo
Paso tercero
Del paso cuarto al décimo
Paso cuarto paso quinto
Paso sexto y séptimo
Paso octavo y noveno
Paso décimo paso undécimo
Paso duodécimo
La victoria sobre la lujuria y las tentaciones
Nos dimos cuenta que nuestro problema tenía tres dimensiones: la física, la emocional y la
espiritual y que, por tanto, la curación tendría que producirse en las tres.
Descubrimos que éramos capaces de parar, que no satisfacer el hambre no nos mataba, ¡y
que en realidad el sexo era opcional! ¡La esperanza de libertad nació y comenzamos a
sentirnos libres! Con más ánimo para proseguir, renunciamos a nuestra obsesión con el
sexo y con nosotros mismos, que nos empujaba al aislamiento, y nos volvimos hacia Dios y
hacia los demás.
Todo esto nos aterrorizaba. No podíamos ver lo que había más adelante, salvo que otros
habían seguido anteriormente ese mismo camino. Cada nuevo acto de rendición se
asemejaba a un salto al abismo, pero lo dábamos. Y en vez de matarnos, ¡la capitulación
mataba la obsesión! Habíamos dado un paso hacia la luz, hacia un modo de vida
completamente nuevo.
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La fraternidad nos ayudaba a no sentirnos abrumados y a mantenernos alerta; era un refugio
en el que al fin podíamos enfrentarnos a nosotros mismos. En vez de cubrir nuestras
emociones con sexo compulsivo, comenzamos a exponer las raíces de nuestra hambre y de
nuestro vacío espiritual. Y comenzó la curación.
Tratamos de reparar los daños que habíamos causado, perdonando a cuantos nos habían
ofendido y tratando de no ofender a los demás. Con cada enmienda, el peso de la culpa que
nos atormentaba iba disminuyendo, hasta que pudimos erguir la cabeza, mirar al mundo a
los ojos y respirar libres.
Comenzamos a vivir una sobriedad positiva, realizando actos de amor para mejorar
nuestras relaciones con los demás, lisiábamos aprendiendo a dar, y en la medida en la que
dábamos, recibíamos. Conseguíamos lo que ninguno de esos sustitutos jamás fue capaz de
proporcionarnos. Estábamos estableciendo la conexión verdadera. Habíamos llegado.
Los Comienzos
El Paso "Cero"
Existe un paso que aunque no está escrito, está implícito en los doce. Lo llamaremos el
paso cero: "Participamos en la fraternidad del programa." Nadie puede permanecer sobrio y
avanzar en el programa sin él, aunque son muchos los que lo intentan. Para la mayoría de
nosotros, a menos que nos asociemos de alguna manera con otras personas en vías de
recuperación, no habrá sobriedad duradera ni ninguno de los incentivos de la recuperación:
desarrollo personal, libertad y gozo. Esto es verdad incluso para los que están solos, para
los que carecen de grupo. No tratamos de explicarlo, es un hecho.
Comenzamos por reunimos de forma regular con otros miembros. Si no hay grupo donde
vivimos, lo creamos nosotros, incluso aunque signifique el reunimos sólo con un miembro.
El contacto con otros adictos tiene una importancia fundamental. Solos no podemos. Le
pedimos a Dios que nos conduzca a otro sexólico que esté dispuesto a escuchar el relato de
nuestras experiencias y seguimos todas las pistas que nos encontremos en nuestro camino.
Nos ponemos en comunicación con la oficina central de SA para que nos informe de los
contactos que pudiera haber por nuestra zona y pedimos material, información y
orientaciones. (Véase la 3 parte y el apéndice 3°). Son muchos los grupos que se formaron
de esa manera. Puede que al principio sean muy grandes las distancias que separan a los
miembros, pero hay personas que viajan más de ciento cincuenta kilómetros para reunirse
con otros.
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si la gente no asiste con regularidad. El grado de tu compromiso indica el grado de tu
recuperación.
Nunca insistiremos lo suficiente: la experiencia nos enseña que debemos formar parte
activa de un colectivo humano, o nuestra capitulación no producirá frutos, no podremos
vernos a nosotros mismos tal como somos, ni podremos trabajar los pesos. Sin
participación regular en la fraternidad, es imposible la recuperación.
"Me puedo masturbar utilizando la imagen de una pared pero incluso así estoy recurriendo
a mi droga."
El reunimos con los demás es una forma indirecta e inconsciente de decir: "Tengo que
dejar de hacer esto; por favor, ayúdame”
Pero necesitamos que nos den muestras de confianza, y al oír los relatos de las experiencias
de los demás miembros, comenzamos a bajar la guardia. Sin darnos cuenta, hemos
superado nuestras dudas, la desconfianza y el miedo, y hemos abandonado nuestra droga.
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nuestro cónyuge o Dios hicieran que paráramos, que nos solucionaran el problema sin
poner nosotros nada de nuestra parte. Ahora somos nosotros los que lo hacemos y, después
de haber renunciado a nuestras conductas y de haber puesto nuestro problema en manos de
Dios, Su Poder se materializa en nosotros.
Participamos
Al principio, lo único que muchos de nosotros éramos capaces de hacer era asistir a las
reuniones: "Olvídate de los pasos, olvídate de todo, trae tu cuerpo" nos decían. Y así
hicimos, incluso si no nos" quedaba otro remedio que traerlo a rastras, y la mente y la
voluntad venían a remolque. Pero pronto comenzamos a intervenir en las reuniones, a
contar nuestras experiencias-, a mostrar a los demás lo que había en nuestro interior. Y
descubrimos que el mejor procedimiento para sentirnos mejor era correr el riesgo de
mostrarnos tal como somos.
"Dentro de mi cabeza, esos problemas parecen descomunales, pero cuando los exteriorizo
y los expongo a la luz, su importancia y tamaño disminuyen."
"Hacer cosas—lo que fuera—me ayudó a dejar de estar encerrado en mí mismo y a vivir en
el mundo real. "
Gracias a este comienzo, tan sencillo, más tarde fui capaz de sentirme más cómodo al tratar
a los miembros de forma individual, y al salir con ellos después de las reuniones. Inicié el
molesto pero necesario proceso de mejorar relacionándome y mostrándome como soy. La
fraternidad de la sobriedad es donde tiene lugar la acción, donde está la magia, donde nos
podemos ver reflejados en los demás, donde se establece la verdadera Conexión.
Recibimos o pedimos el número de teléfono a varios miembros a los que podamos llamar
regularmente. Esto nos parecía extraño y artificial a muchos de nosotros, hasta que
descubrimos que era de esa forma como otros muchos habían recibido la ayuda que les
había permitido permanecer sobrios al principio.
"De repente, enfermo como estaba, vi que era una persona. ¡Qué sentimiento de dignidad
produce la aceptación total!"
45
droga, renunciamos a la misma aunque creamos que nos morimos. Y a veces, en nuestra
nueva situación, el deseo puede ser mayor que nunca. Pero no luchamos con él del modo
que solíamos; ese combate equivale a una batalla perdida, ya que le proporcionamos a la
adicción fuerza para que contraataque. Ni la satisfacemos, ni cedemos ante la misma. Nos
rendimos. La renuncia nos proporciona el triunfo. Cada vez.
"Mi cabeza da vueltas de forma automática. No puedo evitar el satisfacer mis impulsos. No
puedo hacer otra cosa."
Pero siempre obedecíamos a nuestra adicción. No éramos conscientes de ello. Cuando esto
ocurra, aceptamos nuestra impotencia. En vez de luchar o recurrir a la droga, nos rendimos.
Telefoneamos, pedimos ayuda y vamos a una reunión. Admitimos incluso que es posible
que no tengamos muchas ganas de vencer a la lujuria; los casos de pureza completa de
motivos son raros entre quienes inician la sobriedad. La recuperación es un proceso lento.
La primera vez que experimentamos el malestar del síndrome de abstinencia sin recurrir a
la droga, descubrimos que no nos moríamos. Todo lo contrario, nos sentíamos mejor, más
fuertes y admitíamos que quizá existiera esperanza. Hablábamos de la tentación por
teléfono o en la próxima reunión y contábamos todo. Decir toda la verdad con una actitud
de rendición contribuye a que el poder que el recuerdo del incidente ejerce sobre nosotros
desaparezca. Si la lujuria nos vuelve a tentar, lo volvemos a decir, por muy avergonzados y
derrotados que nos sintamos. Todos hemos pasado por eso y sabemos cómo te sientes.
También experimentamos la liberación y el gozo que la capitulación produce a medida que
accedemos a la luz.
Durante la recuperación nos deshacemos de esos materiales. No hace falta que nos
lo diga nadie. Lo sabemos perfectamente. Siempre lo supimos, pero nunca fuimos capaces
de prescindir de ellos.
Más tarde o más temprano el impulso vuelve a apoderarse de nosotros, a veces por
sorpresa, repentinamente, como una ola impetuosa que se alza sobre nosotros y amenaza
con tragarnos. Quizá la primera vez que nos sentimos rechazados. Cualquiera de nuestros
innumerables detonantes pueden provocarlo; no importa cuál de ellos es el responsable.
Todos tenemos nuestros detonantes.
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"Es demasiado poderoso este impulso. . . y nadie se ' dará cuenta. "
"Una mirada no hace daño a nadie...”
"¡Todo el mundo lo hace!"
"Nunca se me ocurrió que volvería a tener noticias suyas. ¿Qué hago ahora? "
Dejamos de pensar en nosotros y contactamos con otro miembro. Lo más pronto posible.
Cuanto antes mejor. Vamos al teléfono y hacemos la llamada. No porque nos apetezca
sino precisamente porque no nos apetece. Llamamos porque sabemos que es eso lo que
tenemos que hacer. El instinto de supervivencia acude en nuestra ayuda, y vamos a una
reunión lo antes posible Cuando somos nuevos en el programa este grito de ayuda es, en
efecto, una aplicación rápida de los pasos primero, segundo y tercero. Nos rendimos,
utilizando cualquier procedimiento que nos suelte útil. Eso es todo lo que necesitamos y
nadie puede presumir de Pureza absoluta de motivos. Cuando los deseos se apoderan de
nosotros, volvemos a rendirnos en medio del terror, en lo más profundo de nuestro infierno,
ya que es ahí precisamente donde la admisión de impotencia produce los mejores
resultados, cuando la tentación y las ansias nos torturan. El cambio de actitud es lo que
proporciona un verdadero alivio. En vez de "o lo consigo o me muero”, nuestra actitud se
convierte en “renuncio a esta tentación; estoy decidido a no satisfacerla, incluso aunque me
muera”
Y no nos moriremos. Tras el tanque una tregua, un respiro. Otra vez durante segundos,
minutos, horas, quizá incluso días y semanas. El temporal cesa. Las ansias desaparecen.
Nos sentimos bien. Admitimos la verdad de la máxima del programa: "Día a día."
Pero tras esa ola vendrá otra que, más tarde o más temprano, se lanzará sobre nosotros.
Puede llegar a hacernos perder el equilibrio.
"¿Por qué será que después de cada período difícil creo que ya estoy recuperado y a
continuación el próximo ataque me coge por sorpresa?"
A menudo, al comprobar que llevamos cierto tiempo sin practicar nuestras conductas
adictivas, pensamos que ya estamos libres de su poder para siempre. Éste puede ser el
momento que la adicción aprovecha para volver a la carga. Poco a poco nos vamos dando
cuenta que las tentaciones nunca desaparecerán por completo y que somos impotentes
frente a la lujuria. Descubrimos que es normal ser tentado y sentirse totalmente impotente
frente a las tentaciones, siempre que exista la manera de adquirir la fuerza necesaria para
vencerlas. La inseguridad que ocasiona el ver nuestra debilidad desaparece poco a poco a
medida que nos mantenemos sobrios y trabajamos los pasos. Dirigimos nuestra mirada al
día en que la obsesión—no la tentación—haya desaparecido.
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Comprobamos que no tenemos ninguna posibilidad de vencer ahora las tentaciones que se
produzcan en el futuro; tendremos que encontrar la solución en el momento en el que
surjan, sobre la marcha. Por tanto, cada tentación, cada ocasión en la que sentimos deseos
de ceder a la lujuria o a cualquier otra emoción negativa, es un don que facilita nuestra
recuperación, nuestra curación y nos proporciona libertad—otra oportunidad para cambiar
de actitud y unimos a Dios—. No nos hicimos adictos sólo en un día. Fue necesaria mucha
práctica para que el proceso adictivo llegara a formar parte integrante de nuestro ser.
También es necesaria mucha práctica para realizar la Conexión verdadera.
Una Tregua
"Es como haber apagado el interruptor. Mantenerse sobrio ex muy fácil. "
Es posible que lleguemos a pensar que la obsesión era algo ajeno a nosotros, de la misma
forma que la espina es un cuerpo extraño al dedo del que se saca; que podemos seguir
siendo los mismos, con las mismas actitudes y pensamientos que antes.
“Voy a ver esa película. Siempre puedo cerrar los ojos atando salga una escena
peligrosa."
Nos guste o no, esa es, según parece, la actitud de muchos. Poco a poco, por partes. En vez
de correr gozosos al cielo, retrocedemos lentamente del infierno en el que estábamos. Así, a
menudo, sin llegar del todo a la recaída, algunos creemos que nos podemos permitir
recaídas parciales. Tratamos de averiguar hasta dónde somos capaces de llegar.
Disponemos de un arsenal enorme de métodos para engañarnos a nosotros mismos.
"¿Cómo puede algo que tiene un aspecto tan hermoso y que me produce estas sensaciones
tan agradables, ser tan malo para mí?”
La tristeza puede apoderarse de nosotros. Puede que nos resulte difícil dormir, que nos
sintamos nerviosos, perplejos, vacíos, incapaces de distinguir lo bueno de lo malo. Ese
pánico que tan bien conocemos se apodera de nuestro ser, y sentimos la tentación de
recurrir a la droga.
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volver a la realidad. Vamos a una reunión, telefoneamos, contactamos con alguien de
confianza. Dejamos de vivir encerrados en nosotros mismos y nos ponemos en
movimiento.
Volvemos a reconocer que somos impotentes frente a la obsesión, pero ahora añadimos:
"Por favor, ayúdame. Hágase tu voluntad y no la mía" a nuestro grito de desesperación.
Viene otro periodo de alivio y satisfacción, otra tregua, un respiro. Aunque un optimismo
infundado nos desborde, éste es un momento de paz interior como jamás habíamos
conocido antes.
Nuestra sinceridad puede ser muy cuestionable, ya que nos habíamos rendido después de
haber cedido una vez más. Acababa de terminar un episodio destructivo y habíamos jurado
que no se volvería a repetir. Lo habíamos dicho en serio. (¿Acaso no lo habíamos dicho en
serio las veces anteriores?) Pero la próxima vez que sintamos el impulso y que el temporal
se desate sobre nosotros haciéndonos perder el equilibrio, decimos que no a nuestra forma
habitual de proceder, no recurrimos a nuestra droga—día tras día, hora a hora, a veces
minuto a minuto—. Y el deseo desaparece.
La capitulación es algo que hay que hacer constantemente. Requiere práctica. Día tras día.
Plora tras hora. Cuando la practicamos con la suficiente frecuencia se convierte en un
hábito.
¡Así es como se produce el cambio de actitud que permite que la gracia de Dios penetre en
nosotros y expulse la obsesión!
Quizás conseguimos sobrevivir a los primeros ataques de la lujuria o de las tentaciones que
sufrimos durante el síndrome de abstinencia y llegamos a pensar que todo está bajo nuestro
control. Nos miramos al espejo; las reuniones y el contacto con otros miembros nos
ayudan a vernos tal como somos. Comenzamos a comprender lo que nuestra adicción
nos ha hecho: los daños que ha causado a nuestros cuerpos, a nuestras emociones,
cómo ha reducido nuestras capacidades, nuestra voluntad de vivir, cómo ha afectado a
nuestras familias, a nuestro' trabajo, a nuestra economía, cómo se ha adueñado de nuestro
tiempo . . . Comenzamos a ver dentro de nosotros aquello que nuestra droga nos impedía
ver antes.
A medida que se van haciendo más claros los contornos, antes borrosos, de nuestros
patrones de conducta enfermizos, prosigue nuestro cambio de actitud. Comenzamos a
dirigir la mirada hacia nosotros mismos. Por primera vez comprendemos la verdad: "Cada
vez que nos sentimos trastornados, sea cual sea la causa, hay algo que anda mal en
49
nosotros. Si alguien nos ofende y nos enfadamos, también nosotros andamos mal." (Doce
Pasos y Doce Tradiciones, pág. 41)
Incluso podemos vernos recorriendo nuestros viejos territorios de caza o los lugares
donde coqueteábamos—sin ningún motivo concreto, por supuesto—. Se nos ocurre que
quizá la tentación nos arrastre con tanta fuerza y nos veamos tan abrumados, que no
seremos responsables de lo que ocurra. Estas actitudes pueden continuar durante la
sobriedad.
Aunque seguimos oyendo: "Andarnos con medias tintas no nos sirvió de nada", solemos
pasar por una fase en la que llegamos a creer que quizá nos sirva de algo. Al parecer
tenemos que ser nosotros mismos los que nos demos cuenta de todo esto, a nuestro propio
ritmo, incluso si para ello tenemos que fracasar. Así, cegados por el entusiasmo que la
sobriedad recién encontrada y el éxito nos proporcionan, podemos estar
tendiéndonos una trampa a nosotros mismos. La lujuria es astuta, desconcertante,
poderosa, y tiene mucha paciencia. Pero si queremos recuperarnos, seguimos en
contacto con la fraternidad.
Estarnos sentados, la mirada perdida en el espacio, y de repente, una idea sacude nuestra
somnolencia: "Tengo que trabajar los pasos si quiero beneficiarme de ellos."
Hasta ahora, la recuperación puede haber sido tan compulsiva como la adicción. Pero hay
un momento en el que notamos que esto no termina de llenarnos. Nos resulta demasiado
incómodo y molesto. Comenzamos a comprender que la obsesión y la práctica de nuestras
compulsiones son sólo síntomas de una enfermedad espiritual subyacente. Incluso la
fraternidad tampoco nos basta. Tenemos que atacar el problema en su raíz: nosotros. En vez
de esa actitud inconsciente e insidiosa: "Por favor, cámbiame", como si otra persona o un
grupo pudieran recuperarse por nosotros, nos responsabilizamos de nuestra propia
recuperación. Comenzamos a trabajar los pasos.
El Apadrinamiento
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Cuando comenzarnos a trabajar los pasos, comprobamos que es indispensable confiar en la
ayuda de los que nos han precedido. En los programas de doce pasos, el término que
normalmente se utiliza es el de padrino. No importa cómo llamemos a dicha persona, ni
siquiera hace falta que le llamemos de ningún modo. Pedir ayuda y hacer lo que nos digan
es indispensable para la obtención de resultados satisfactorios.
Los miembros con cierta experiencia recomiendan que busquemos un padrino provisional
tan pronto como hayamos decidido emprender el camino de la recuperación. Más tarde,
cuando ya llevemos más tiempo en la fraternidad, podremos cambiar de padrino si ese es
nuestro deseo.
Necesitamos alguien que con mucha delicadeza, o con poca si fuera necesario, sostenga un
espejo e» el que nos podamos ver reflejados y que nos anime, y sobre todo, necesitamos el
ejemplo de una vida que de verdad se esté recuperando.
No es necesario, y mucho menos posible, que nuestro padrino sea perfecto. Lo importante
es que pasemos a la acción y que dejemos de pensar en nosotros mismos, aun cuando esto
no nos apetezca. El padrino puede ayudarnos a desterrar la idea, evidentemente falsa, de
que sólo hemos de hacer Jo que nos apetece. "Lleva a cabo la acción", nos dice nuestro
padrino, "y los sentimientos vendrán a continuación. Si esperas a que los sentimientos se
produzcan antes, nunca harás nada."
Descubrimos que el desinflamiento profundo del ego es una de las claves de la sobriedad y
de la mejora, y el pedir ayuda suele ayudarnos en este empeño. Pedir ayuda es una
magnífica forma de derribar esas murallas con las que nuestro ego nos ha aprisionado,
Al comunicarnos con otro nos comunicamos con la mejor parte de nosotros mismos.
Esto reafirma nuestro compromiso con la sobriedad y es el comienzo de un cambio
radical a través del que superamos la actitud que siempre tuvimos de creernos el centro del
universo.
Hay pocos requisitos absolutos que un padrino deba reunir, pero es indispensable un
51
periodo de sobriedad sexual bien llevada, de progresiva victoria sobre la lujuria. Otro
requisito es que haya trabajado los pasos más que nosotros. La norma es que los hombres
apadrinen a los hombres y las mujeres a las mujeres. Hacemos lo que nos diga y estamos en
contacto con regularidad; si es posible, nos vemos en persona una vez por semana o más,
especialmente al principio. A algunos recién llegados también les ayuda mucho el contacto
telefónico diario. Llama el que necesita ayuda. Renunciamos a nuestra tendencia a que nos
mimen y protejan. El que nuestros padrinos tengan las mismas variedades concretas de
comportamientos adjetivos que nosotros no tiene tanta importancia como el que incorporen
los principios de los pasos y de las tradiciones a sus vidas y que lleven a la práctica lo que
dicen.
Los padrinos sensatos saben que no pueden llevar a rastras, al sexólico, lo único que
pueden hacer es transmitir el mensaje de su propia recuperación. Por tanto, no se dedican a
dar consejos ni a asumir responsabilidades que correspondan a la otra persona. De la misma
forma, evitamos reproducir en las relaciones con nuestro padrino la dependencia que
teníamos de nuestros padres, cónyuges, amantes e incluso de los profesionales que nos
ayudaban. El objetivo de todo buen padrino es la independencia final y la madurez
espiritual y emocional del ahijado: ayudar a la persona en cuestión a caminar por la senda
de la recuperación. El buen padrino insistirá en que la relación con él no es suficiente, La
persona tendrá que conectar con el grupo y llegar a integrarse en el mismo.
Así, cada problema, sea grande o pequeño, cada crisis, resentimiento, dolor, enfermedad,
tensión, conflicto, depresión —cualquiera de ellos y todos sin excepción—se
puede transformar en una experiencia positiva. Cada vez que nos sentimos
abrumados, nuestro padrino nos puede mostrar el camino que hemos de recorrer para
superar la compasión por nosotros mismos, el resentimiento o el miedo, y poner nuestras
ideas en orden, diciendo con nosotros: "Le doy gracias a Dios por lo bueno y por lo que
aparentemente es malo, porque es necesario para mi perfeccionamiento. Hágase tu
voluntad y no la mía. "
Los padrinos, si son como deben, reciben una recompensa valiosísima: la de trabajar su
programa de un modo que de otra forma les resultaría imposible. Hay algo que sólo el
ayudar a los demás proporciona. Es un verdadero don, incluso si el que nos pide ayuda
resulta ingrato o pierde la sobriedad. Ayudamos sin esperar nada a cambio, y recibimos en
la medida en la que nos entregamos a los demás.
Primeros Auxilios
52
Veamos cómo dos personas se ayudaban mutuamente a permanecer sobrios cuando
no disponían de grupo:
Conocí en otro programa de doce pasos a otro miembro que también quería alcanzar la
sobriedad sexual. Yo tenía cuarenta y nueve años, él tenía veintiuno. Él estaba soltero, y
yo casado. Yo tenía estudios universitarios, y él no había terminado el bachillerato. Apenas
teníamos nada en común, pero comenzamos a llamarnos casi a diario. Hablábamos de cómo
la lujuria nos tentaba, de qué era lo que hacíamos para que el poder que la experiencia o
fantasía ejercía sobre nosotros desapareciera. Más tarde comenzamos a
confesarnos nuestros resentimientos. La lujuria y los resentimientos se evaporaban a
medida que los exponíamos a la luz, de forma semejante a cómo la luz del sol dispersa la
niebla. Yo le llamo "la doble ración diaria"—renunciar a ambos cada día—. Cuando la
tentación era especialmente fuerte, nos llamábamos inmediatamente por teléfono. A veces
rezábamos juntos.
Renunciar a nuestra lujuria y resentimientos a medida que los detectábamos resultó ser una
forma muy efectiva de rendirnos. ¡Qué libertad y qué gozo nos producía! En este proceso
salíamos del aislamiento mortal al que nos habíamos sentenciado a nosotros mismos.
Recuerdo esa época como uno de los momentos culminantes de mis comienzos en el
programa. El principio de mi resurrección.
Este título coincide con el del capítulo quinto de Alcohólicos Anónimos. Los libros
Alcohólicos Anónimos y Doce Pasos y Doce Tradiciones (el Doce y doce) son los textos
fundamentales en los que se inspira el programa de los doce pasos. No pretendemos realizar
aquí una exposición exhaustiva de los mismos. Nuestro objetivo es tratar de exponer el
propósito fundamental de cada paso o conjunto de pasos, de forma que podamos pasar
inmediatamente a la acción. Nuestro programa es ante todo un programa de acción.
Por muy bien que nos los hayamos comprendido, por mucha fe que tengamos en los
mismo, sin embargo, los pasos no significan nada a menos que los incorporemos a nuestro
pensamiento y a nuestra vida. Los pasos no sirven para nada a menos que los trabajemos.
Trataremos de presentar una imagen lo más objetiva posible de nuestra propias experiencias
durante la recuperación. Confiamos que esto contribuirá a iluminar el camino de otros y a
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que se hagan una idea, a través de nuestro testimonio personal, de cómo trabajamos el
programa y de cómo éste a su vez nos transforma. Si todavía nos queda mucho por mejorar,
es porque ninguno de nosotros jamás ha trabajo los pasos de forma perfecta. . El camino
recorrido tenía sus altibajos, a veces era liso, a veces pedregoso. A veces nos rodeaban
hermosísimos paisajes; otras, la niebla nos impedía ver, y lo único que podíamos hacer era
colocar un pie delante del otro, mientras que avanzábamos con dificultad. A veces
experimentábamos un gozo inmenso; otras, la duda, la inseguridad, la depresión y el
miedo se apoderaban de nosotros. A veces corríamos como sí tuviéramos alas en los pies;
otras, apenas éramos capaces de avanzar, y otras, incluso retrocedíamos. Pero una vez que
nos encontrábamos en este camino, oíamos una voz en nuestro interior que nos decía que
no nos habíamos equivocado. Lo sabíamos. Y eso era suficiente para animarnos a seguir
adelante. Fueran cuales fueran nuestras experiencias, descubrimos que era la aventura más
importante de toda nuestra vida.
La adicción fue la que nos trajo a SA, pero fueron los pasos primero, segundo y tercero los
que nos sirvieron de introducción al programa. El contraste es obvio.
Hasta que a través de nuestra experiencia conocimos los tres primeros pasos, nos resultó
imposible experimentar la realidad liberadora de los doce. Los pasos eran el camino a
través del cual abandonábamos nuestra forma de vida anterior y comenzábamos una nueva
de sobriedad y de paz interior. La reducción del ego y la rendición son su esencia. El
camino hacia la liberación es un camino de humildad.
El tipo de vida que llevábamos fue lo que nos condujo a la admisión de impotencia (primer
paso). Sin esta admisión no podíamos ver cuáles eran nuestras carencias y necesidades.
Pero si no nos habíamos rendido, el sentimiento de impotencia no nos podía proporcionar
una esperanza que fuera digna de ese nombre. A medida que veíamos que otros habían
dado este gran salto, habían recibido la ayuda necesaria y ahora caminaban por la senda de
la libertad, se hizo más firme la convicción de que la recuperación y una vida nueva eran
también posibles para nosotros —-'Llegamos a creer" (segundo paso)—. Pero esto nos
resultó insuficiente hasta que culminamos este triple cambio de actitud poniéndonos en
manos de Dios y entregándonos a Él (tercer paso).
Nuestra conducta había sido la causa de nuestro fracaso; al contemplar la sobriedad en los
demás y al ver cómo se reflejaba en ellos la vida de Dios, nuestra esperanza aumentaba;
pero fue el acto de ponemos en manos de Dios el que nos proporcionó la conexión que
necesitábamos y que era la solución a nuestros problemas.
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"No podía limitarme a poner en manos de mi Poder Superior sólo la lujuria; tenía que
entregarle todo mi ser."
Un Cambio de Actitud
Los primeros tres pasos describen el cambio de actitud que nos conduce del ego a Dios, sin
el cual no se puede producir ninguna transformación en nuestras vidas.
La rendición de los tres primeros pasos es necesaria para podernos beneficiar de todos y
cada uno de los restantes. Sin un cambio previo de actitud, no podremos vernos tal como
somos y confiárselo a otro (cuarto y quinto). Gracias a dicho cambio podemos reconocer y
renunciar a los otros defectos a medida que los vamos identificando (sexto y séptimo). Sin
esta capitulación nunca pensaríamos en dar los pasos octavo, noveno y décimo y enmendar
los daños causados a otros; tampoco nos resultaría posible establecer un contacto
consciente con Dios a través de la oración y de la meditación (undécimo), ni entregarnos a
los demás (duodécimo). Comenzar desde el principio era la única forma de acceder a la
recuperación espiritual. Si veníamos de otros programas de doce pasos, muchos tuvimos
que aprender todo desde cero, como si nunca hubiéramos oído hablar de los pasos. No
existen atajos.
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vida. La rendición es el gran comienzo, el símbolo y el lema que mejor resume lo que es
nuestro programa. Por muy grandes que sean nuestros conocimientos intelectuales sobre
dicho concepto, no seremos capaces de hacerlo realidad hasta que dejemos de luchar,
soltemos las riendas y nos pongamos en manos de Dios. Sólo cuando renunciamos a
nuestra "libertad", nos convertimos en seres verdaderamente libres.
El Primer Paso
"Admitimos que éramos impotentes ante la lujuria, que nuestras vidas se habían vuelto
ingobernables. "
Sólo cuando las circunstancias externas se aliaron con nuestra actitud interna pudimos
alcanzar la libertad. Era precisamente lo que nosotros considerábamos libertad lo que nos
había matado, y comenzamos a darnos cuenta que si no poníamos límites a nuestras
conductas, terminaríamos por destruirnos a nosotros mismos. Pero carecíamos del poder
necesario para hacerlo, y cuanto más practicábamos la lujuria, más ingobernable se volvía
nuestra vida. Cada acto o fantasía lujuriosa era otro rayo poderoso que penetraba en la raíz
de, nuestra psique y que deterioraba nuestra personalidad. Así, con el tiempo, nos fuimos
percatando de que estábamos perdiendo el control. Admitimos sin reservas la verdad, la
verdad sobre nosotros.
"Hay algo dentro de mí que NO funciona, y no puedo hacer nada para remediarlo.”
Al principio nos resultaba muy difícil reconocer que nuestras vidas eran ingobernables.
"Pero a medida, que nos recuperábamos de la ceguera espiritual y del aturdimiento mental
y emocional, comprobábamos que nos resultaba imposible funcionar en la vida sin la
lujuria, las actitudes negativas y las dependencias que constituían la base de nuestra
existencia. No siempre alcanzábamos ese punto de desesperación total de forma inmediata;
algunos de nosotros sólo pudimos llegar a este extremo después de cierto tiempo en la
fraternidad. El efecto del paso primero suele producirse gradualmente o por etapas, y es
producto de la progresiva identificación de nuestra enfermedad. Esta sinceridad con
nosotros mismos hace que surjan en nosotros los sentimientos de esperanza y perdón.
Éramos capaces de ver y de admitir cómo éramos en realidad por dentro, porque ya no
teníamos necesidad de ceder a nuestras tentaciones.
¡Durante cuánto tiempo y con cuánta astucia habíamos defendido nuestro derecho a
hacemos daño a nosotros mismos y a hacérselo a los demás, y durante cuánto tiempo
habíamos negado que lo que hacíamos fuese malo! Pero cada actitud, cada acción negativa,
era un castigo más que nos infligíamos a nosotros mismos, y el peso de la suma de los
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daños que habíamos causado nos obligó a arrodillarnos y pedir ayuda.
La Tercera Vía
Antes de que llegara el momento en el que estábamos dispuestos f' a rendirnos, habíamos
intentado una de estas dos opciones: Por una parte, expresábamos nuestra obsesión
practicando nuestras adicciones. Por, otra, tratábamos de erradicarla bebiendo;
consumiendo drogas; abusando de la comida o luchando con ella, y recurriendo a nuestra
fuerza de voluntad. Y, ¡con qué profusión de promesas y de buenos propósitos! Muchos
pasábamos de la práctica adictiva a la represión, y de la represión a la práctica adictiva.
Ninguna de las dos opciones nos proporcionaba la paz que con tanta desesperación
anhelábamos. El satisfacer, 1a obsesión hizo que esta avanzara impecablemente, y el
reprimirla hizo que la presión interna aumentara hasta que estallaba por alguna parte.
Ambas opciones lo único que hacían era complica la situación; Estábamos entre la sartén y
el fuego. Ignorábamos que existía otra alternativa: la capitulación. ¡Qué palabra más
hermosa para los que la practicamos!
Rendirse es soltar las riendas. Hay un relato que circula por los programas de doce pasos
en el que se cuenta cómo se capturaban monos en la selva (es un cuento popular de los
nativos). Primero se coloca fruta, que servirá de cebo, dentro de una jaula. Ésta tiene un
agujero lo suficientemente grande como para que un mono pueda introducir la mano. En el
momento en que el mono agarra la fruta, él tamaño del puño aumenta, y le resulta
imposible sacar la mano fuera. En vez de soltar la fruta, para así poder retirar la mano y
recuperar la libertad, el mono aprieta el puño aun con más fuerza todavía tratando de
conseguir ambas cosas a la vez. ¡Cuántas veces no lo habremos hecho nosotros también!
Existe otro relato en el que se nos cuenta cómo un hombre que caminaba en la oscuridad se
precipitó por un acantilado. Al caer pudo sujetarse a una rama y salvar su vida. Debilitado
por el esfuerzo, gritó al cielo en búsqueda de ayuda. "¡Suelta la rama!" "Pero si la suelto me
mato", respondió. "¡Suéltala!", oyó. Cuando ya no podía más, soltó la rama creyendo que
había llegado su hora final. Para sorpresa suya, la tierra se encontraba a pocos centímetros
de él.
Mientras que nos aferramos a nuestra adicción, o tratamos de luchar con ella y reprimirla,
ésta contraataca, y al ser más poderosa que nosotros, siempre vence. Sólo cuando soltamos
las riendas encontramos alivio; como si Dios, en su merced infinita, nos proporcionara un
lugar en el que apoyar los pies para evitar que cayéramos al abismo.
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"Soy Sexólico"
La experiencia nos enseña que el aspecto público de la capitulación es*crucial. Parece que
la rendición nunca llega a ser completa hasta que no la repetimos en presencia de otros.
Ésta es la gran prueba que distingue a los que todavía viven sumergidos en un mar de
deseos, frustraciones y lamentaciones, de los que han pasado a la acción y trabajan el
programa.
¿En qué consiste este aspecto público de la rendición? En primer lugar' consiste en
reconocer qué es lo que somos. Algunos necesitamos asistir a las reuniones durante
semanas e incluso meses para aceptar la verdad y decir con el corazón en la mano: "soy
sexólico." A otros, por el contrario, no les cuesta nada admitirlo desde un principio.
Comenzamos a confiar a medida que comprobamos que nadie nos recrimina nada y que
nuestros compañeros son iguales o peores que nosotros. La confianza aumenta y se
consolida a medida que perdemos el miedo a que los demás se aprovechen de nuestras
revelaciones para hacernos daño, y abrimos brecha mostrando nuestras debilidades. El
mostrar nuestras debilidades se convierte en el punto de identificación y de unión con los
demás. Y alguien ha de tomar la iniciativa para que los demás también lo hagan. Alguien
asume este riesgo porque no tiene más remedio, porque su sufrimiento es demasiado
agudo. Esto contribuye a correr el velo tras el que se esconde la verdad de nuestras vidas y
anima a otros a hacer lo mismo. La sinceridad de uno estimula la de los demás, como si
todos hubiéramos estado esperando por esta fraternidad en la que podemos mostrar a los
demás quiénes somos por dentro.
Para que esto suceda es necesario que transcurra cierto tiempo. No nos hicimos adictos en
un día. Pero pronto, antes de que nos demos cuenta, ya participamos de ese ambiente de
honradez que reina en el grupo en el que el miedo a que nos conozcan como
verdaderamente somos ha desaparecido. Ésta es la puerta de acceso que nos introduce al
programa y que permite que nos beneficiemos del poder curativo de los pasos. Y ésta es la
razón por la que necesitamos en nuestras reuniones gente que sufre o que ha sufrido lo
suficiente como para dar el salto a la sinceridad y a la capitulación. Esto enriquece la
reunión y fortalece la unidad y la efectividad del grupo.
Sólo cuando descubrimos y aceptamos en lo más profundo de nuestro ser quiénes somos en
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realidad y estamos dispuestos a revelárselo a otros miembros, podemos afirmar que hemos
accedido a la recuperación. Cuando comenzamos a contar las cosas como son, o eran en el
pasado, con sinceridad, pasamos a formar parte integrante de algo. La conexión espiritual
comienza en este momento, cuando nos desvinculamos de lo que hicimos. Y nos
desconectamos renunciando a ello mientras hablamos. Es en ese momento cuando podemos
decir que la liberación comienza.
Si queremos que nuestra intervención sea efectiva, nuestras palabras habrán de reflejar
nuestro deseo de interrumpir nuestras prácticas sexuales adictivas y otras conductas poco
recomendables y también nuestra determinación de renunciar a las mismas. La mera
confesión pública, por muy sincera que ésta sea, no nos sirve, si no va acompañada de otros
elementos. Nuestro objetivo es exponer nuestras actitudes y conductas a los demás y a Dios
para liberarnos de las mismas. Cuando es ésta nuestra actitud, el decirlo en voz alta se
convierte en una experiencia liberadora que nos da vida.
Este es el motivo por el que "contarlo todo" no significa dar el primer paso. Esa confesión
puede ser algo muy diferente, desde una forma de revivir una determinada escena o
presumir de nuestras "hazañas", hasta un procedimiento para desahogarnos cuando estamos
angustiados, o un simple análisis intelectual de nuestras acciones. E incluso entonces, no
contamos "todo" y seleccionamos sólo lo más superficial. En realidad, no somos nosotros
los que damos el primer paso; es el primer paso el que penetra en nosotros, el que se
apodera de nosotros. La enfermedad, y el castigo que el sexolismo produce en nuestro
interior, nos machacan hasta que estamos dispuestos a renunciar a nuestra adicción, soltar
las riendas y admitir al fin que somos impotentes ante la lujuria.
En nuestro interior siempre supimos que teníamos otros problemas, y que nuestras
adicciones lo que en realidad hacían era impedir que los identificáramos y que nos
enfrentáramos a los mismos. Ésta es la razón por la que, una vez que efectuamos la
capitulación inicia en los pasos primero, segundo y tercero, nos encontramos con los pasos
que van del cuarto al décimo en los que identificamos y .renunciamos a nuestros
defectos y enmendamos los daños que hemos causado.
Ya sobrios, no tardamos en descubrir que somos tan impotentes ante otros defectos
que comienzan a salir a la superficie (el resentimiento, por ejemplo) como lo éramos y lo
somos frente a la lujuria, el sexo y la dependencia. El que estos defectos no sean siempre
tan evidentes como lo es la lujuria puede hacernos caer en el error de pensar que todo lo
demás está en orden. Es posible que haya períodos de tiempo durante los que no se
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manifiesten, pero cuando algo nos sale mal, ¡ojo! Surgen con una potencia y una furia
terribles. Los sentimientos negativos estallan de forma inesperada. Sentimientos de
hostilidad, que nos aíslan de los demás y que nos fuerzan a regresar a la prisión del ego.
Preferiríamos creer que nuestros ataques de ira son la consecuencia lógica de lo que otros
nos hacen, y nos negamos a ver que reaccionamos mal porque hay algo que no funciona
como debiera en nuestro interior. Como si fuera posible sacar agua salada de un pozo de
agua pura.
Qué alivio más grande haber llegado a la situación en la que podemos decir además de "soy
impotente ante la lujuria", "soy impotente frente a mí mismo"
El programa está concebido para los que están cansados y afligidos por el peso del ego,
para los que les gustaría liberarse de dicha carga pero no pueden. Está concebido para los
que están prisioneros en la cárcel del ego e ignoran el camino a la libertad. Un espíritu
angustiado y arrepentido—el espíritu del primer paso—es la llave que nos abre la puerta y
nos conduce a la libertad.
El Segundo Paso
"Llegamos a creer que un Poder superior a nosotros mismos podría devolvernos el sano
juicio. "
De vez en cuando oímos a algún recién llegado decir: "Pensé que éste era un programa de
autoayuda. ¿Qué quieres decir cuando afirmas que no puedes estar sobrio, contento y feliz
sin Dios?" o como leemos en el Doce y doce:
"Miren lo que nos han hecho. Después de habernos reducido a un estado de impotencia
total, ahora nos dicen que sólo un Poder Superior puede libramos de nuestra obsesión.
Algunos de nosotros no queremos creer en Dios, otros no podemos creer, y hay otros que,
aunque creen en Dios, no confían en que El haga este milagro. Bien, ya nos tienen con el
agua al cuello—pero, ¿cómo vamos a salir del apuro?" (Doce y doce, pág. 23)
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Son las tres primeras palabras del segundo paso las que ofrecen la solución a este dilema:
Llegamos
Llegamos a
Llegamos a creer.
Cuando nos ponemos en manos del grupo, estamos, en efecto, recurriendo a un poder
superior a nosotros misinos. Después de todo, admitimos, muchas de estas
personas permanecen sexualmente sobrias y algunas habían estado más graves que
nosotros. Y lo que es más, sentimos la fortaleza y la presencia de Algo superior en las
reuniones. El espíritu de una reunión suele ser mayor que el de la suma de sus miembros.
Esto nos llena de esperanza y contribuye a que nos atrevamos a ver nuestra realidad
personal. Antes de lo que pensábamos, también nosotros establecemos nuestra conexión
personal. Un miembro lo describe así:
"Al principio, sólo creía en mi enfermedad y en mi falta de fe. Pronto, sin embargo,
me encontraría diciéndome a mí mismo: “Espero que todo esto verdad.” Después,
comencé a comportarme como si lo fuera, y la fe fue surgiendo. A medida que me volvía
más sincero y más receptivo a la verdad de los demás, fui admitiendo que otros tenían fe.
Finalmente, la fe verdadera en un Poder Superior vino con la misma lentitud que un Dios
personal y que una fe que contribuía a mi recuperación."
La segunda parte del segundo paso: "... podría devolvernos el sano juicio." No nos resultó
difícil de admitir. El primer paso nos había revelado al menos una parte de nuestro
comportamiento y de' nuestro razonamiento que sólo cabía calificar de irracional. Poco a
poco comenzamos a darnos cuenta de que dicha falta de con I rol e ni una forma de locura.
Pero de la misma manera que una mente enferma era la consecuencia inevitable de nuestras
actitudes y conductas, su curación se produciría como resultado de trabajar los pasos. La
promesa que se nos hace es increíble. Al contemplar lo que sucede a nuestro alrededor, la
recuperación del sano juicio se ha convertido en una esperanza real. ¡La salud es
contagiosa!
A veces el programa les resulta más difícil a los que son "creyentes" que a los que nunca
han tenido fe, o que a los que la habían perdido. A menudo podemos decir lo mismo de los
que proceden de otros programas de doce pasos. Tenemos tendencia a creer que el fervor
religioso del pasado o el éxito en el abandono de otra adicción facilitaría la adquisición de
la sobriedad sexual, pero no siempre es así. A menudo, estos miembros comprueban que
han de empezar desde cero, como si no tuvieran fe o corno si nunca hubieran oído hablar
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del programa. "La cadena se rompe siempre por el eslabón más débil", afirma el dicho
popular, y el aferramos a alguno de los defectos conocidos nos impide recibir la gracia de
Dios y nos impide forjar una cadena de fortaleza espiritual y emocional resistente y
duradera. El éxito en el abandono de otras adicciones nos hizo creer que estábamos
trabajando el programa de verdad y que todo estaba bajo nuestro control. Pero la
ingobernabilidad de nuestras vidas indicaba precisamente lo contrario. Lo que en realidad
se había producido en nosotros era una transferencia de adicciones.
Nuestra amarga experiencia nos enseñó que teníamos que prescindir del conocimiento y del
orgullo. Sólo en el momento en el que nos identificábamos en nuestra común
adicción, impotencia y aflicción, comenzamos a encontrarnos a gusto en compañía de los
demás miembros, y a sentirnos parte del grupo. Eran nuestros defectos y las inclinaciones
que los generaban los que creaban el vínculo de unión entre nosotros y nos obligaban a
acercarnos a Dios.
El Tercer Paso
"Decidimos poner nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de Dios, como nosotros
lo concebimos. "
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hecho de haber agotado todos los recursos y de haber admitido nuestra derrota hizo posible
que finalmente le permitiéramos a Dios ocupar el lugar que le corresponde en nuestras
vidas.
Practicar el Tercer Paso es como abrir una puerta que todavía parece estar cerrada y bajo
llave. Lo único que nos hace falta es la llave y la decisión de abrir la puerta de par en par.
Solo hay una llave, y es la de la buena voluntad. Al quitar el cerrojo con la buena voluntad,
la puerta casi se abre por sí misma, y al asomamos, veremos un letrero al lado de un
camino que dice: "Este es el camino hacia una fe que obra." En los dos primeros Pasos,
nos dedicamos a reflexionar. Nos dimos cuenta de que éramos imponentes ante el alcohol,
pero también vimos que algún tipo de fe, aunque sólo fuera una fe en A.A., es posible para
cualquiera. Estas conclusiones no nos exigían ninguna acción; sólo nos requerían la
aceptación.
Como todos los Pasos restantes, el Paso Tres requiere de nosotros acción positiva, porque
sólo poniéndonos en acción podemos eliminar la obstinación que siempre ha bloqueado la
entrada de Dios—o, si prefieres, de un Poder Superior—en nuestras vidas. La fe, sin duda,
es necesaria, pero la fe por sí sola de nada sirve. Es posible tener fe y, al mismo tiempo,
negar la entrada de Dios en nuestra vida. Por lo tanto, el problema que ahora nos ocupa
es el de encontrar las medidas específicas que debemos tomar para poder dejarle entrar.
El Tercer Paso representa nuestra primera tentativa para hacerlo. De hecho, la eficacia de
todo el programa de A.A. dependerá de lo seria y diligentemente que hayamos intentado
llegar a "una decisión de poner nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de Dios,
como nosotros lo concebimos." (Doce y doce, pág. 24-25)
Así que, por las circunstancias y no por ninguna virtud que pudiéramos tener, nos hemos
visto impuslados a unimos a A.A., hemos admitido nuestra derrota, hemos adquirido los
rudimentos de la fe y ahora queremos tomar la decisión de poner nuestra voluntad y
nuestra vida al cuidado de un Poder Superior. (Doce y doce, pág. 26-27)
La esencia del tercer paso es la actitud personal, pero al igual que sucede con la mayoría de
los otros pasos, el comunicar nuestro propósito a otra persona o al grupo nos proporciona
una fuerza que nuestras mejores intenciones son incapaces de darnos. El camino que nos
conducía a nuestro infierno personal estaba lleno de buenas intenciones y de mejores
propósitos. El paso tercero es mejor hacerlo en compañía de nuestro padrino o de alguna
persona del programa que nos comprenda. Se nos advierte, sin embargo, que es mejor
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encontrarnos con Dios a solas, que en compañía de alguien que pueda malinterpretarnos.
Las palabras empleadas, desde luego, son enteramente opcionales siempre que reflejen lo
que verdaderamente sentimos, lo enuncien sin titubeos, y que estemos seguros de que
podemos al fin entregarnos a Él por completo. He aquí la oración del tercer paso:
Día a Día
Una vez que hemos dado el tercer paso, nos resulta más fácil aplicarlo en nuestra vida
diaria. En los momentos de desasosiego o de indecisión, dejamos lo que estemos haciendo,
le pedimos que nos dé paz, y decimos reposadamente:
"Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para
cambiar las cosas que puedo, y sabiduría para reconocer la diferencia. Hágase Tu
voluntad, no la mía." (Doce y doce, pág. 22)
"Señor, pongo en tus manos la lujuria y te pido que me mantengas sobrio del poder de la
misma durante estas próximas veinticuatro horas, porque a mí me resulta imposible. Pero
sé que tu fortaleza me dará la victoria."
Muchos de nosotros, antes de retirarnos a dormir ponemos otra vez la lujuria en manos del
Poder Superior y le pedimos que nos libere de la misma durante la noche. Descubrimos que
teníamos que poner en sus manos todo nuestro ser – subconsciente incluido – y aunque la
lujuria lo dominaba en su totalidad.
Con palabras sencillas pero profundas, todo el programa puede resumirse así:
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No Hay Nada Más Difícil
Por desgracia, muchos hombres y mujeres con varios años de sobriedad física en los
programas de doce pasos nunca llegan al meollo del programa y no pueden, portante,
llegara disfrutar de una autentica recuperación. El principal obstáculo, al parecer, estriba en
Id1, pasos que van del cuarto al duodécimo: el alma del programa. La experiencia nos
enseña que son los pasos menos practicados. La puniera vez que oímos hablar de ellos,
retrocedimos asustados. El proceso de renunciar a nuestros defectos y de enmendar los
daños era algo que nos resultaba sumamente extraño. Parecía como si estuviera a años luz
de nosotros, en una dimensión totalmente distinta. Nos resultaba incomprensible. O lo
rechazábamos sin pensarlo dos veces, o nos decíamos: "Me va muy bien siendo como soy."
La ceguera y el autoengaño. Es como si quisiéramos hacer lo imposible por no curarnos.
Algunos miembros, al observar que esas personas se Centran sólo en lo externo en vez de
experimentar un despertar a la vida, suelen comentar que la sobriedad a secas no les
interesa en absoluto. No hay nada que cause tanta lástima como el contemplar una vida
espiritual abortada. Lo asombroso es que podemos dar apariencia de vida, incluso aunque
estemos muertos.
Hay una fórmula para ir más allá de la mera sobriedad física que no falla, y es dejar de
engañarnos a nosotros mismos, reconocer nuestros defectos, renunciar a ellos, admitir los
daños causados a los demás y repararlos; de esta manera hacemos de los pasos que van del
cuarto al décimo el eje de nuestro estilo de vida. El resultado es una vida nueva. En caso
contrario es dudoso que nosotros, los sexólicos, podamos mantenernos sobrios, aunque son
muchos los que lo intentan. Cuanto más dispuestos estemos a aprender de la experiencia y
de los aciertos de los demás, mayor será nuestra fe en el proceso de recuperación. Oramos
para que Dios aumente nuestro deseo de recorrer este camino, incluso aunque creamos estar
seguros de que no es el más idóneo para nosotros. Una vez que comenzamos a recorrerlo,
¡qué satisfacción!, las dudas desaparecen.
Un Incidente
Vamos a relatar lo que le pasó a un miembro que nos confiesa que sólo es capaz de
aprender después de haberse estrellado contra la pared. (Se han alterado algunos pequeños
detalles para que no se pueda identificar a la otra parte).
Pero el otro día, en vez de guardar silencio, mordí el anzuelo y me enfrenté con ella. En
alguna medida mis palabras dejaron traslucir mi indignación. Y por supuesto, ella
respondió. Antes de que terminara de hablar, la interrumpí, elevé el tono de voz, le dije que
no quería oír ni una sola palabra más, y salí del establecimiento dando un fuerte pisotón.
Estaba convencido que no había perdido el control de mí mismo, creía que mi actitud
estaba totalmente justificada, y me sentía muy orgulloso de lo que había hecho; hasta tres
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días más tarde, cuando comprobé que el incidente seguía reproduciéndose en mi
cabeza. Cada vez que me venía a la memoria, repasaba la escena como si estuviera ante un
tribunal, justificando mi postura ante el juez y saliendo siempre victorioso. A pesar de todo,
la escena no se me borraba de la mente, hasta que decidí pedirle a mi Poder Superior que
me que ayudara a analizarla con sinceridad.
Llegué a la conclusión de que mi estado de ánimo ponía en evidencia que había algo en mí
que no andaba bien; y al margen de lo que ella hubiera dicho, yo no me había portado como
debía. Me había vengado de ella, había tratado de devolverle el golpe. Podría haber
reaccionado de otra manera sin por ello perder mi dignidad. Había encontrado un pretexto
para rechazarla y distanciarme de ella, esa conducta a la que soy tan proclive y que tanto
daño me había ocasionado. Por tanto, era yo el único que sabía lo que había pasado y que la
causa del malestar estaba en mí.
Desde entonces me había estado dando atracones de comida y de televisión, sin motivo
aparente alguno. Ni siquiera era capaz de rezar sin que dicha escena se repitiera. Lo que
descubrí es que no podía liberarme de dicho recuerdo, y que. Si no hacía algo por
remediarlo, tendría que seguir recurriendo a algo para taparlo, ocultarlo o ahogarlo.
Recé pidiendo valor, puse en manos de mi Poder Superior el miedo y el orgullo, regresé a
la tienda y le pedí perdón por haberle gritado. De repente, me miró con unos ojos que
traslucían dolor y trató de disculparse. En vez de enojarse, ponerse a la defensiva o
insultarme, que eran las reacciones que yo esperaba, la vi decaída y frágil, y un enorme
sentimiento de compasión se apoderó de mí. Pese a que por lo general me resulta muy
difícil expresar estas emociones, puesto que en lo que al amor se refiere soy un perfecto
inválido, sabía que, por mi propio bien, tendría que pasar a la acción, y ello a pesar de mi
inhibición natural. Gracias a Dios que los que me habían precedido en el programa me
habían enseñado a hacer aquello que no salía de mí espontáneamente. Puse mi mano en su
hombro y este pequeño contacto derribó la barrera que me separaba de ella. Nos sacó de
este atolladero i -irado por el miedo, la ira y el orgullo. Incluso en un determinado momento
sentí ganas de darle un abrazo.
Se asomaron por sus ojos algunas lágrimas mientras que, avergonzada, me miraba,
agachaba la cabeza y la volvía a erguir. Parecía tan sorprendida como yo del don de vida
que (luía entre nosotros. En ese instante en el que el tiempo se había detenido y nos
mirábamos el uno al otro, reconociendo cada uno nuestra culpa, perdonándonos, se produjo
una unión maravillosa y transcendente de tipo espiritual—¡qué experiencia!—, y sentimos
la plenitud de la gloria y una inmensa alegría. Salí de la tienda transformado, lleno de luz y
rebosante de energía liberadora."
La Ley Natural
Observemos qué es lo que ha sucedido en este relato y deduzcamos las leyes espirituales
que han intervenido.
1. Hacemos algo que no debíamos; poco importa cuáles sean nuestros motivos; tampoco
importa el mal que la otra persona nos haya ocasionado.
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2. Esto produce de forma inevitable e inmediata un efecto negativo en nuestro interior.
Perturba nuestro equilibrio. Nos descentra.
3. No queremos sentirnos así. Es molesto; por eso, nuestra reacción instintiva es tratar de
calmar ese malestar.
5. Cuando eso no es suficiente para tranquilizar nuestra conciencia, no nos quedan más
que dos opciones: o curamos el malestar, o curamos la causa del mismo.
Al contar esta experiencia en una reunión, dicho miembro hizo la siguiente observación:
"Esta fórmula es la que mejor soluciona mis problemas. El resultado es inmediato. Las
palabras 'lo siento' que yo siempre estaba tratando de oír de labios de otros, se convienen,
en mi boca, en la frase más maravillosa del mundo. Me dan paz. ¿Cómo algo que me
resulta tan difícil puede producir un resultado tan bueno?"
"No sólo soy mi peor enemigo. Soy el único enemigo que tengo. Cosecho lo que cultivo."
Desde un punto de vista técnico el personaje del relato anterior realizó un paso décimo
(aunque un poco tardío). En dicho relato podemos observar como el centrarnos en lo que
nosotros hemos hecho y la enmienda de los daños causados es la materialización del
principio en el que se inspiran los pasos que van del cuarto al décimo. Todo el programa
consiste en aplicarlos ni nosotros mismos. La clave de la recuperación y del desarrollo
espiritual es renunciar a nuestros defectos y enmendar los daños causados. Diluye los
sentimientos de culpa, nos libera, y nos proporciona gozo y fortaleza.
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No es extraño que esto nos asuste tanto; es una medicina demasiado fuerte. Y algunos
preferimos los caminos que resultan más fáciles y cómodos. Pongamos toda nuestra alma
en ello y comencemos a trabajar seriamente los pasos; si es verdad que queremos
recuperarnos, no hay otro camino posible.
Podríamos preguntarnos: "¿Cómo es posible que la enmienda de los daños nos libere y nos
cure? ¿Qué es lo que ocurre en ese proceso?" En el mejor de los casos, la única respuesta
que podemos ofrecer es con analogías, ya que la realidad interna no se presta a una
descripción muy exacta.
Esta ley de la biología espiritual juega un papel tan importante en nuestra recuperación
que incluso podríamos enunciarla como un paso aparte. "Realizar las acciones de amor
para mejorar nuestra relación con los demás." Pero a menos que haya tenido lugar ese
cambio total de actitud implícito en los pasos que van del cuarto al décimo, no las
podremos poner en práctica.
La Recuperación
Otro motivo por el que la enmienda de los daños causados a deformar parte integrante de
nuestra recuperación es que de esta manera superamos ese aislamiento tan destructivo que
se da en el proceso adjetivo y restablecemos la unión. En la medida en la que renunciamos
a nuestros defectos y dejamos de practicarlos, en la medida en la que enmendamos
los daños que cansan, experimentamos la unión con nosotros mismos - la integridad -
la unión con los demás, y la unión con Dios.
Sólo una unión de estas características, una unión verdadera, es capaz de colmar ese vacío
que nuestras conexiones enfermas trataban de llenar. Pero encontrar a Dios, o encontrar la
unidad con otro ser humano, no es el resultado de ninguna búsqueda, sino la consecuencia
de la acción de limpiar nuestro interior. Como un veterano de AA decía; "Cuando sacamos
a la luz nuestros defectos y nuestras acciones y renunciamos a ellos, descubrimos nuestro
verdadero ser, a los demás y a Dios." Dios no es algo que se nos manifiesta desde el
exterior. Lo descubrimos en nuestro interior cuando lo limpiamos de escombros y de
suciedad.
Reconocernos tal como somos es lo que posibilita la verdadera unión. ¿Cómo podemos ser
seres íntegros y completos si una parte de nosotros está oculta y no la vemos?
Así, la fórmula para curarnos y llenar ese vacío que hay en lo más íntimo de nuestro ser es
68
Identificar renunciar descubrir
Los pasos primero, segundo y tercero crean las condiciones necesarias para poder comenzar
el proceso, y una vez iniciado, los pasos comprendidos entre el cuarto y el décimo se
convierten en nuestra forma de vida. Cada ciclo de identificación, de renuncia a nuestras
faltas y de nuevos descubrimientos produce desarrollo espiritual y unión, y mejora nuestra
visión, lo que a su vez aumenta aún más la identificación, la renuncia a nuestras faltas y los
consiguientes descubrimientos. El camino se hace más angosto a medida que avanzamos,
pero como siempre descubrimos más cosas a las que tenemos que renunciar, nuestra vida
mejora, y el panorama se hace cada vez más hermoso y satisfactorio. La emoción nos
embarga, como a otro miembro que nos cuenta:
"Cuando renuncio a mis defectos y enmiendo los daños que he causado es cuando se
produce la Conexión. Cada vez que le digo que no a la lujuria, al resentimiento y le pido a
Dios que me libere de ellos, experimento la unión con El. ¿A que parece increíble? Sin
embargo, es verdad. Y cada vez que renuncio a mi deseo de juzgar o de condenar a alguien
o al miedo que mi egocentrismo produce—cada vez que hago todo lo necesario para
conservar la paz de espíritu— se restaura la unión. ¡Qué don! Y cada vez que, por el
contrario, fracaso y hago lo que no debo, el contárselo a otro y el pedir perdón no sólo nos
sirve para corregir la situación, sino también para que se restaure la unión con la otra
persona. Esto es la cosa más increíble del universo."
Después de haber agotado todas las alternativas y fracasado, y después de habernos puesto
en manos del Poder Superior en los tres primeros pasos, estamos en condiciones de seguir
subiendo las escaleras que nos llevan del cuarto paso en adelante, escaleras que nos
conducen a la recuperación, a la curación y al desarrollo espiritual. Estas acciones
posibilitan el que lleguemos a encontrarnos cara a cara con ese monstruo del que
siempre habíamos huido, y ese monstruo somos nosotros mismos. Contribuyen y hacen
posible el que veamos la fealdad de los defectos que hay en nuestro interior para que así
pueda surgir en nosotros el deseo de cambio. Cada aspecto negativo se transforma en un
medio de gracia. Y, como un espejo mágico, nos ayuda a vernos como somos; y después, a
medida que nuestro valor aumenta, nos ayudan a dar el salto y a entrar en una nueva
dimensión que nos hubiera resultado imposible conocer antes.
Es ahora cuando comenzamos a deshacemos de la carga de los defectos y culpas que hemos
venido arrastrando. La verdadera capitulación es el producto de una gran desesperación y
dicha capitulación produce en nosotros el deseo de hacer el bien y de mantener buenas
relaciones con nuestros semejantes. Si no somos capaces de hacerlo es porque todavía no
hemos traspasado el umbral del tercer paso. Es mejor que nos detengamos y que no
avancemos más, no vaya a ser que creyéndonos que trabajamos los otros pasos, nuestros
defectos se cierren herméticamente como un quiste infectado. Nadie es capaz de vivir el
compromiso inherente al paso tercero, y a la vez seguir "disfrutando" de sus defectos de
una manera consciente.
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curación comienza en nuestro interior con un cambio de actitudes, y comprobamos la
verdad que encierra el antiguo proverbio: "El que encubre sus transgresiones no
prosperará, más el que las confiesa y se aparta de ellas alcanzara la misericordia."
Nosotros somos los cirujanos de esta operación del alma y en ella no utilizamos anestesia.
Gracias a Dios que no estamos solos. Los que nos han precedido, tras sentir el bisturí en su
carne, han accedido al sol radiante de una nueva vida, al conocimiento de sí mismos, de los
demás y de Dios, y a la belleza de la vida misma. Ésta es nuestra mejor Odisea.
El Cuarto Paso
Siempre hubo algo en nuestro interior que nos decía que era necesario que nos
enfrentáramos a nosotros mismos, pero a pesar de todo, seguimos huyendo para no tener
que mirarnos al espejo. Cuanto más lo posponíamos, más nos veíamos obligados a recurrir
a nuestra droga para tapar nuestros sentimientos y nuestras culpas, lo que creaba una
imagen todavía más horrible, y aumentaba nuestro deseo de huir.
Nuestra situación es semejante a la del hombre del relato que, perseguido por un elefante
salvaje, se refugia en un pozo. Se agarra a dos ramas que cuelgan del agujero, mientras que
sus pies descansan en un saliente que hay en las paredes. De una fama cuelga una colmena
con miel, y él se dispone a comerla. El placer que le produce y la oscuridad del pozo le
impiden ver como dos mías, una negra y otra blanca, roen las ramas a las que se sujeta. En
realidad aquello en lo que se apoyan sus pies son cuatro serpientes que asoman la cabeza
fuera de sus agujeros, y debajo de él se encuentra un dragón con las mandíbulas abiertas,
preparado para devorarlo.
Las dos ratas son la noche y el día, y con sus clientes roen y consumen la duración de
nuestra vida. Las cuatro serpientes representan los elementos básicos que garantizan el
equilibrio de nuestro sistema. La miel es el placer que nos proporcionan los sentidos, cuya
dulzura engañosa nos seduce y nos conduce a la ruina. Y el dragón es el fin que, queramos
o no, nos espera a lodos nosotros. El elefante salvaje es nuestro verdadero yo, ese yo del
que tanto huimos; y el miedo a encontramos cara a cara con nosotros mismos nos empuja a
buscar cobijo en ese linceo oscuro en el que podremos permanecer escondidos.
Cuando salimos del escondrijo, damos la vuelta y nos encaramos a esta bestia terrible,
pasos cuarto y quinto, esta desaparece. En lugar del monstruo que esperábamos, nos
encontramos con ese ser frágil al que habíamos abandonado hacía ya tanto tiempo: nosotros
tal como somos en realidad.
"Nunca había podido entender por qué el conocimiento teológico de Dios, o los
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conocimientos psicológicos sobre el programa de los doce pasos no me liberaban. Pero el
comienzo de mi recuperación, se produjo cuando fui capaz de ver mi propia realidad, v la
desesperación se apoderó de mí. ..."
¡Qué alivio experimentamos cuando finalmente hacemos frente a lo que más tememos: a
nosotros mismos! En el fondo siempre supimos que era eso lo que teníamos que hacer, pero
nos resistíamos a abandonar esa existencia miserable que habíamos vivido lanío tiempo y a
la que, transcurrido cierto tiempo, nos resultaba imposible renunciar. Cuando decidimos
continuar el paso cuarto "nos despojamos de nuestro orgullo y ponemos manos a la obra,
esclareciendo todos los rasgos de nuestro carácter y todos los resquicios del pasado."
(Alcohólicos Anónimos, pág. 33).
Al llegar a este punto, es probable que el principiante haya sacado las siguientes
conclusiones: que sus defectos de carácter, que representan sus instintos descarriados, han
sido la causa primordial de su forma de beber y de su fracaso en la vida; que, a no ser que
esté dispuesto a trabajar diligentemente para eliminar sus peores defectos, tanto la
sobriedad como la tranquilidad de mente quedarán fuera de su alcance; que tendrá que
derribar los cimientos defectuosos de su vida y volver a construirlos sobre roca firme.
(Doce y doce, pág. 30)
El Inventario Moral
¿En qué consiste el inventario del paso cuarto? Veamos qué es lo que nos dicen los libros
Alcohólicos Anónimos y la Doce y doce:
"No es muy grato contemplar esta perversa enfermedad del alma. Los instintos desbocados
se resisten a ser analizados. En cuanto intentamos hacer un serio esfuerzo por examinarlos,
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es probable que suframos una reacción desagradable.
Si por temperamento tendemos al lado depresivo, es probable que nos veamos inundados de
un sentimiento de culpabilidad y de odio hacia nosotros mismos.
Si por naturaleza nos inclinamos hacia la hipocresía o la grandiosidad, nuestra reacción será
la opuesta. Nos sentiremos ofendidos por el inventario sugerido de A.A.
Creemos que, tan pronto como dejemos el alcohol, nuestro buen carácter renacerá. Si
siempre habíamos sido buenas personas, excepto por nuestra forma de beber, ¿qué
necesidad leñemos de hacer un inventario moral ahora que estamos sobrios?" (Doce y doce,
pág. 29-30)
Escuchemos la confesión de una persona que, a pesar de haberlo intentado varias veces en
serio, todavía no era capaz de alcanzar la sobriedad ni de someterse a la disciplina del
programa:
"Me da miedo el cuarto paso. Presiento que además de decírselo a alguien, tendré que
pasar a la acción. Y no me apetece. Prefiero que otros me solucionen los problemas."
Esa actitud imposibilitaba nuestra liberación. Y somos nosotros los únicos que podemos
cambiar de actitud. Para la persona que acabamos de mencionar, ese hubiera sido el
comienzo de su recuperación. Si conociera qué alivio y qué gozo tan grande nos
proporciona el paso cuarto, no estaría tan asustado. En esto nuestra experiencia es
semejante a la de los alcohólicos.
"El Orgullo le dice, "No hace falta que te molestes en hacerlo," y el Temor le dice, "No te
atrevas a hacerlo." Pero según el testimonio de los A.A. que han intentado sinceramente
hacer un inventario moral, el orgullo y el miedo en estos momentos no son sino espantajos.
Una vez que estemos plenamente dispuestos a hacer nuestro inventario, y que nos
dediquemos a hacerlo con todo esmero, una luz inesperada nos llega para disipar la neblina.
Conforme perseveramos en el intento, nace una nueva seguridad, y el alivio que sentimos al
enfrentarnos por fin con nosotros mismos es indescriptible." (Doce y doce, pág. 32-33)
Cómo Procedemos
El inventario del paso cuarto no tiene por qué causarnos ningún problema. Es, de hecho,
muy sencillo. Escribir el cuarto paso es escribir sobre nosotros—quiénes somos
realmente—. Como nuestros defectos no se manifiestan en el vacío, lo mejor que podemos
hacer para descubrir la verdad sobre nosotros es examinar nuestras relaciones con los
demás.
Una manera de hacerlo sería deteniéndonos en cada una de las personas o incidentes que
despiertan en nosotros reacciones negativas. Al describir los sentimientos que entonces nos
habían producido, y al examinarlos, analizamos con espíritu crítico nuestro comportamiento
y actitudes. El procedimiento, tan sencillo, que aparece en el capítulo quinto del libro de
Alcohólicos Anónimos y los ejemplos que nos ofrece, ha resultado utilísimo a mucha gente.
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Nadie nunca ha hecho un cuarto paso que pueda ser considerado perfecto y completo. A
muchos les ha dado muy buen resultado volverlo a hacer más adelante, cuando su
recuperación estaba más consolidada y su percepción había mejorado. Un inventario, por
muy bien hecho y bien escrito que esté, no tiene por qué ser un verdadero inventario. El
cuarto paso es la persona, y en el terreno emocional las personas no son computadoras. Las
emociones humanas no avanzan en líneas rectas, zigzaguean en todas direcciones. No es
necesario seguir al pie de la letra el modelo, formato o procedimiento de nadie. Escribimos
sobre nosotros como mejor sepamos. Lo importante es que nos centremos en nuestros
propios defectos y conductas, especialmente en nuestras relaciones con los demás.
Procedemos de persona en persona o de incidente en incidente. Una vez que eliminamos los
obstáculos que nos impedían acceder al pasado, iodos los resentimientos y los miedos
comienzan a salir.
Tenemos que desenterrar todas nuestras actitudes y conductas negativas, y para lograrlo, las
vamos escribiendo. Las ponemos por escrito para poder ver cómo somos; de esta manera, a
partir de este momento ya no podremos olvidarnos de lo que hemos visto, como pasa
cuando vemos nuestra imagen de forma fugaz en un espejo.
Si al intentar examinar nuestro pasado vemos que estamos Moqueados, es mejor que no
forcemos el proceso. Rezamos pidiendo ayuda. Si no lo podemos hacer sin excitación
erótica, significa que hay algo que no anda como debe dentro de nosotros, y conviene que
se lo digamos a nuestro padrino. Es mejor esperar; a que nuestra actitud se modifique. Si es
eso lo que nos ocurre, el fracaso indica que nuestra actitud no es la adecuada, y la volvemos
a poner en manos de Dios.
Los Resultados
Hay otra razón para hacer el inventario. ¿Cómo vamos a poder recibir el perdón y
liberarnos de nuestros defectos, si no somos capaces de identificarlos? El sacar nuestros
secretos a la luz es la mejor demostración de nuestra voluntad de cambio y es el inicio de
un proceso que con el tiempo rendirá cada vez mayores frutos. Los pasos cuarto y quinto
pueden ser el inicio de un proceso que durará toda la vida, a través del cual aprenderemos a
enfrentamos a nosotros mismos y a asumir la responsabilidad de nuestra recuperación. Ésta
es la puerta de acceso al milagro de la unión espiritual con nosotros mismos y con los
demás y, aunque a veces no seamos conscientes de ello, con la Fuente de nuestra vida. No
podremos ver cómo somos o enfrentarnos a nosotros mismos hasta que no escribamos el
cuarto pasó; no es verdad que estenios dispuestos a renunciar a nuestros defectos y adquirir
la libertad hasta que no se lo revelemos a otro.
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El Quinto Paso
Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos y ante otro ser humano, la naturaleza exacta
de nuestros defectos.
Exige valor. Cuando estamos dispuestos a renunciar a los defectos que hemos identificado
en el paso cuarto, damos el salto y hablamos de ello con otra persona. Aferrarse a lo que
nos mata es romo aferrarse a una maldición. Admitirle a alguien la naturaleza de nuestras
faltas es admitírnoslas a nosotros mismos y a Dios. Si no ponemos en práctica este
principio en nuestra vida, no debemos hacernos ilusiones de que vamos a poder adquirir
una sobriedad, una serenidad y una libertad duraderas.
"Hice el paso quinto con mi padrino, y me liberé de la carga de las culpas que arrastraba.
No sucedió nada extraordinario, simplemente me di cuenta que formaba parte de la raía
humana. ¡Al fin me sentía parte de algo!"
Por tanto, el paso quinto es otra nueva capitulación. Renunciamos a las actitudes y
conductas enfermizas que hemos identificado, y abandonamos nuestro no menos enfermizo
aislamiento. El hacer esto nos permite acceder a la realidad. Es una prueba de fuego en la
que tendremos que demostrar nuestra voluntad de ser sinceros con nosotros mismos. Si no
somos c apares de serlo con otros, ¿cómo vamos a ser capaces de serlo con Dios y de
relacionarnos con Él?
Necesitamos aplicar el principio que el quinto paso lleva implícito para que se manifieste la
Vida en nuestras reuniones. Al revelar nuestras debilidades contribuimos a que se
establezca un punió de identificación y de unión con los demás. Y el paso quinto nos
introduce a este proceso que, más tarde, en nuestra vida cotidiana y en las reuniones,
tendremos ocasión de poner en práctica. Veamos qué es lo que dicen los textos de AA al
respecto:
"Una vez que hemos dado este paso, sin callarnos nada, estamos encantados. Podemos
mirar al mundo a los ojos; podemos estar a solas y disfrutar de tranquilidad y paz;
nuestros temores desaparecen. Empezamos a sentir cerca de nosotros la presencia de
nuestro Creador." (Alcohólicos Anónimos, pág. 48)
"Si hemos llegado a darnos cuenta de cómo las ideas y acciones equivocadas nos han
lastimado a nosotros y a otras personas, entonces, la necesidad de dejar de vivir a solas
con los fantasmas atormentadores del pasado cobra cada vez más urgencia." (Doce y doce,
pág. 36)
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"Nunca se encuentra el alivio al confesar los pecados de otra gente. Cada cual tiene que
confesar los suyos." (Doce y doce, pág. 36)
"La gracia de Dios no entrará en nuestras vidas para expulsar nuestras obsesiones
destructoras hasta que no estemos dispuestos a intentarlo." (Doce y doce, pág. 37)
"Nos liberaremos de esa terrible sensación de aislamiento que siempre hemos tenido."
(Doce y doce, pág. 37)
"Nuestro inventario moral nos dejó convencidos de que lo deseable era el perdón general,
pero hasta que no emprendimos resueltamente el Quinto Paso, no llegamos a saber en
nuestro fuero interno que podríamos recibir el perdón y también concederlo." (Doce y
doce, pág. 38)
"Sólo al darnos a conocer totalmente y sin reservas, sólo al estar dispuestos a escuchar
consejos y aceptar orientación, podríamos poner pie en el camino del recto pensamiento,
de la rigurosa honradez, y de la auténtica humildad." (Doce y doce, pág. 39)
"Hasta que no nos sentemos a hablar francamente de lo que por tanto tiempo hemos
ocultado, nuestra disposición para poner nuestra casa en orden seguirá siendo un asunto
teórico. El ser sinceros con otra persona nos confirma que hemos sido sinceros con
nosotros mismos y con Dios." (Doce y doce, pág. 39)
Lo ideal es que el paso quinto lo hagamos con nuestro padrino, ya que es la persona que
mejor nos conoce y en quien más confiamos. Que sea él el testigo de esta revelación
profunda incrementará la efectividad de su labor y redundará en beneficio nuestro.
Te puede decir: "Vas a hablar de tu vida, el tiempo es tuyo. Muéstrate tal como eres, no te
calles nada, ni de tus conductas ni de tus sentimientos." Antes de comenzar, algunos
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padrinos sugieren a sus ahijados que recen con ellos para que Dios les ilumine y les ayude.
Muchos padrinos oran pidiéndole a Dios que les conceda capacidad para escuchar y
comprender.
Después de que la persona haya revelado cada hecho que recuerde que le produzca malestar
y haya descrito su reacción, sin olvidarse de mencionar cada conducta suya que haya
ocasionado daños a los demás, reservará un tiempo para sacar conclusiones. ¿Qué revelan
estas experiencias sobre nosotros? ¿Somos capaces' de ser sinceros y mostrarnos tal como
somos? ¿Hemos incluido los detalles de los incidentes más vergonzosos y de nuestras
reacciones ente ellos? ¿Podemos considerar que tenemos una visión objetiva de nosotros
mismos? ¿Estamos dispuestos a reconocer y admitir la naturaleza de nuestras actitudes y
acciones y lo destructivas que son nuestras relaciones con los demás, la autoobsesión y la
falta de honradez? ¿Estamos dispuestos a cambiar y a corregir lo que sea necesario?
¿Estamos dispuestos a enfrentarnos con nosotros mismos? ¿Estamos dispuestos a asumir la
responsabilidad de nuestra recuperación y a hacer lo que nos digan?
En ciertos casos algunas personas necesitarán revisar el inventario, dedicarle otra sesión
más, y cada vez que detecten elementos negativos en sus relaciones con los demás, han de
preguntarse: ¿Cuál era mi actitud y en qué medida causó daño? ¿Qué me dice sobre mí
mismo?
Advertimos a las personas que vayan a hacer el quinto paso que es posible que al terminarlo
sientan un bajón. El reconocimiento sincero y serio de todos nuestros defectos y faltas
puede hacer que nos sintamos indefensos y frágiles, e incluso que lleguemos a la
conclusión de que carecemos de virtudes. Entonces nuestro padrino interviene y con su
ayuda estos sentimientos negativos se transforman en perdón, esperanza, salud y amor.
"Este sensación de unidad con Dios y con el hombre, este salir del aislamiento al compartir
abierta y sinceramente la terrible carga de nuestro sentimiento de culpabilidad, nos lleva a
un punto de reposo donde podemos prepararnos para dar los siguientes Pasos hacia una
sobriedad completa y llena de significado." (Doce a doce, pág. 41)
Ese dar y recibir que caracteriza al paso quinto es una experiencia valiosísima para ambas
partes. El tiempo se detiene. Admitimos a otro ser humano en lo más recóndito de nuestra
alma, en un lugar en el que nadie había accedido hasta entonces. Se produce una verdadera
unión espiritual, la comunión. Y en este momento muchos experimentan un despertar
espiritual, puesto que Dios está presente.
"Estuvimos enteramente dispuestos a dejar que Dios nos liberase todos estos defectos de
carácter."
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Dolor
Si Vamos por el buen camino, llegará un momento en el que le diremos a Dios: "¡Estoy
harto de este defecto; quiero liberarme de él, por favor elimínalo!" El dolor que nos causa a
nosotros, por no mencionar a los demás, se agudiza hasta que supera el placer o el alivio
que aparentemente nos proporcionaba. Este momento de humildad y claridad, en el que nos
damos cuenta de todo esto, ilumina exclusivamente un defecto a la vez. Ésta es la esencia
de los pasos sexto y séptimo.
Si acabamos de hacer el paso quinto con nuestro padrino, entonces no suele resultar muy
difícil pasar al sexto y séptimo, en el que comunicamos a nuestro padrino, a Dios y al
mundo entero que hemos decidido renunciar a nuestros defectos. De esta forma dejamos
constancia de que tratamos de ir por el buen camino... Pero otra cosa muy distinta es llegar
a liberarse de verdad del poder que estos defectos ejercen sobre nosotros. Y como con la
lujuria y la adicción al sexo, debemos de asumir las responsabilidades que nos
correspondan y realizar las acciones apropiadas para que la gracia de Dios nos proporcione
también la victoria sobre los otros defectos.
El deseo de hacer el bien surge en nosotros como resultado natural e inevitable de haber
trabajado los cinco primeros pasos. Observa que las palabras del sexto paso
"estuvimos completamente dispuestos...” describen un estado mental que es producto de un
cambio de actitud previo. Si este cambio interno no se ha producido, quiere decir que hay
algo que no funciona. El cambio radical de actitud que debiera haber acompañado a los
cinco primeros pasos—la capitulación—no ha tenido lugar.
La Capitulación-Otra Vez
Una forma de comenzar este proceso serio redactando una lista de todos los defectos que
hemos identificado en los pasos cuarto y quinto. Después, cuando estemos dispuestos a
renunciar a los mismos, le pedimos a Dios que nos conceda la fortaleza necesaria para
superarlos. La oración del séptimo paso del capítulo sexto del libro Alcohólicos Anónimos
puede resultar muy útil como modelo inicial:
"Creador mío estoy dispuesto a que tomes lodo lo que soy, bueno y malo. Te ruego que
elimines de mí cada uno de los defectos de carácter que me obstaculizan en el camino para
que logre ser útil a Ti y a mis semejantes. Dame la fortaleza para que al salir de aquí,
cumpla con Tu Voluntad. Amén", (pág. 71)
Acción
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Le pedimos a Dios que elimine nuestros defectos, pero llevamos a cabo las acciones
necesarias, ya que "la fe sin obras es fe muerta." Lo hacemos cuando sea necesario, cada
día, cada hora, a cada momento si es preciso. Y nos centramos cada vez en uno solo: el que
se manifiesta, en el momento en el que se manifiesta. Cada vez que surge un incidente, una
situación difícil, cada vez que nos vemos sometidos a una prueba, nos detenemos, nos
miramos al espejo, identificamos nuestros sentimientos y revisamos lo que ha pasado.
Algunas veces necesitaremos escribirlo para darnos cuenta. No importa lo que la otra
persona haya hecho. Cada vez que nos sentimos turbados, quiere decir que hay algo que no
anda bien dentro de nosotros. Especialmente, en lo que a actitudes se refiere.
Si no somos capaces de verlo, le pedimos a Dios que nos ayude y nos conceda la
disposición y la actitud adecuada. Cuando lo vemos, lo reconocemos y le pedimos que nos
conceda valor y sabiduría para cambiar. Llevamos a cabo la acción, y dejamos los
resultados en sus manos. El efecto es inmediato; comenzamos a superar nuestro defecto.
"Sin que nos quepa la menor duda, éste es el proceso terapéutico más grande que el
hombre ha conocido. Siempre me da buenos resultados. Ya no soy esclavo del destino.
Tengo una alternativa. Puedo cambiar el curso de mi vida. Me puedo cambiar a mí mismo"
En los pasos sexto y séptimo renunciamos a los defectos que hemos descubierto en el
inventario y los ponemos en manos de Dios. En los pasos octavos, noveno y décimo
reparamos los daños, pasados y presentes, que les hayamos ocasionado a los demás. En la
práctica, los pasos funcionan juntos. No podemos renunciar a nuestros defectos sin reparar
los daños que causan a los demás. Y a la inversa, reparar los daños causados a los demás
nos ayuda a renunciar a nuestros defectos.
"Esto explica por qué' la ayuda que buscaba nunca me servía para cambiar. Tenía que
cambiarme a mí mismo. Y por alguna razón que no logro comprender, no puedo
cambiarme a mí mismo sin modificar mi conducta con los demás. "
Por muy bien que conozcamos el programa de los doce pasos, son las acciones que
realizamos para liberarnos de nuestros defectos las que dan fruto. Unos frutos asombrosos.
Un Proceso Ininterrumpido
Al recuperarnos descubrimos que los pasos sexto y séptimo, una vez dados, llegan a
convertirse en un hábito. En vez de erradicar el impulso o la tendencia a pensar o hacer el
mal, eliminan el poder que nuestros defectos ejercen sobre nosotros cada vez que nos
tientan. Puede que dicho defecto no desaparezca de nuestro interior, pero ya no tenemos por
qué someternos a él. Cuando renunciamos al impulso y nos ponemos en manos de Dios, Él
nos concede la fortaleza necesaria. Y poco a poco, los impulsos disminuyen de frecuencia.
Así es la curación.
Cuando hacemos los pasos sexto y séptimo por primera vez, nos parece cosa de coser y
cantar y decimos sin pensarlo: ¿Por qué no? Pasamos a la acción y le pedimos que nos
elimine todos o al menos algunos defectos concretos: el resentimiento, por ejemplo. Pero
más tarde, cuando el fuego del resentimiento comienza a consumirnos de nuevo, el grado
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de desesperación llega a ser tan grande que nos decidimos a trabajar los pasos de verdad. Es
entonces cuando le decimos a Dios que estamos dispuestos a que nos libere de todos ellos.
Puede que haya quienes experimenten una liberación repentina de algunos de ellos, pero la
mayoría de nosotros hemos de seguir un camino muy práctico y que nunca falla: los
ponemos en manos de Dios, y cultivamos la virtud que dichos defectos negaban. Después
de todo, ¿cuánta práctica fue necesaria para fijar estas pautas enfermizas en nuestros
cerebros y en nuestras almas?
"Fue en reuniones de estudio de los pasos donde descubrí cómo otros obtenían la victoria
sobre los resentimientos. Me recomendaron que rezara por la persona a la que guardaba
rencor, que pidiera por ella lo que deseaba para mí mismo, no sólo una vez., sino cada vez
que me viniera a la memoria. Incluso aunque no me apeteciera. Y nunca me apetece. Los
resultados son sorprendentes. No sé si esas personas se benefician o no, pero a mí el fuego
ya no me consume por dentro."
Nos ayuda mucho rezar por los objetos de nuestros deseos lujuriosos, ya que es un modo de
desagraviarlos. Esa fuerza negativa que yace en nuestro interior que es la lujuria se
transforma en una fuerza positiva a medida que en vez de tomar y recibir, le damos algo a
esa otra persona. El acto de dar nos cura. Decidimos no recurrir a la lujuria, la ponemos en
manos de Dios, v entonces Él nos proporciona el poder necesario para liberamos de la
misma.
Veamos la experiencia de un miembro que nos ofrece una perspectiva muy personal de
estos dos pasos.
'Tenía veinte años, estudiaba en la universidad, y me acababa de casar con la primera chica
con la que había salido. ¡Qué cambio para un sexólico!
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La relación sexual con una mujer me resultaba nueva y maravillosa. ¡Qué desahogo! Creía
que nunca más tendría que masturbarme. Me llevé una desagradable sorpresa. A las pocas
semanas ya había vuelto a las andadas. No entendía por qué, ya que las relaciones sexuales
con mi esposa eran perfectas. Me sentía tan desconcertado que visité a un psicólogo.
La sesión transcurrió bastante bien. Tuvimos una conversación muy agradable en la que
hablamos de todo, menos del motivo que me había llevado allí. No me atrevía a tocar el
problema que tenía con la masturbación. Me daba mucha vergüenza. En vez de eso dije sin
poder controlarme: "¿Conoce a Fulanito de la universidad?", y mencioné el nombre de otra
persona. "Creo que se masturba, ¡qué horror!"
Me miró con cara de extrañeza, pero permaneció callado. Al salir de allí continuaba
sintiéndome ansioso, hasta que, horas más tarde, me di otro atracón de lujuria y sexo.
Olvidé por completo este incidente hasta que llevaba varios meses sobrios. Estaba por aquel
entonces escribiendo un nuevo inventario, e incluí a este hombre en la lista de personas a
las que debía de reparar los daños causados. No supe nada de él hasta treinta y cinco años
más tarde. Le dio una alegría enorme oír mi voz por teléfono. Hasta el momento en el que
le comuniqué el propósito de mi llamada.
Mi mujer y mis hijos eran mis víctimas favoritas. Es ahora cuando me doy cuenta de por
qué creía que "nunca eran capaces de hacer nada bien" y por qué estaba siempre
buscándoles defectos. Era una verdadera necesidad. Necesitaba proyectar mis faltas en los
demás para no tener que reconocer cómo era yo. El resto del mundo también salía bastante
mal parado. Mi jefe era un perfecto idiota, mis compañeros eran unos inferiores, el
presidente, el gobernador, los vecinos, mis hermanos, las instituciones.... Estaba
machacando con mi fuerza negativa a cuantas personas y cosas podía, siempre que no me
perjudicara el hacerlo, especialmente a los que tenía más cerca de mí.
Ahora veo que lo que había detrás de todo esto era un instinto natural descarriado. No
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puedo soportar el peso de mis propias faltas. Me destrozan. Necesito que alguien cargue
con ellas o acabarán conmigo. Pero los demás, aunque quisieran, no podrían hacerlo. Había
estado buscando en vano.
"Hicimos una lista de todas aquellas personas a quienes habíamos ofendido y estuvimos
dispuestos a reparar el daño que les causamos."
"Reparamos directamente a cuantos nos fue posible el daño excepto cuando el hacerlo
implicaba perjuicio para ellos o para otros."
La Lista Imborrable
Esta lista estuvo siempre grabada en nuestro cerebro. Ése era el problema. Tratamos de
ignorarla, de ocultarla, de esquivarla, y de taparla con sexo u otras drogas. Pero esos
nombres, esas caras, esas conductas, nos perseguían y nos atormentaban continuamente.
Cuanto más tratábamos de convencernos de nuestra inocencia, mayor era el daño que
causábamos y, ' lógicamente, más se extendía.
No nos dábamos cuenta que cada acto aumentaba no sólo nuestro malestar y el peso de
nuestras culpas, sino también la gravedad de nuestra enfermedad. Nuestros deseos y nuestra
fuerza de voluntad resultaban insuficientes para eliminar esos sentimientos' de culpa. Sólo
cuando dejamos de huir, nos encaramos a nuestro pasado y nos pusimos a enmendar los
daños causados, perdieron el poder que sobre nosotros ejercían. Fue entonces cuando
alcanzamos la libertad.
"Nunca había trabajado estos pasos porque no sabía lo que me ofrecían. Ahora veo que
cada uno de los daños que les causaba a los demás abría un agujero oscuro en mi interior.
Y que mi ser se escurría por ellos. "
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Ahora vemos que el proceso de enmienda es para nosotros un proceso de curación. El daño
que nos hemos hecho a nosotros mismos puede ser curado. Renunciamos a nuestro ego,
orgullo y miedo, y pasamos a la acción.
Si cuando hicimos los pasos cuarto y quinto fuimos minuciosos, lo más normal es que a
cada momento nos vinieran nombres a la mente, y que hayamos tomado nota de los
mismos. Los reunimos todos en una sola lista y al lado de cada uno de ellos describimos el
daño ocasionado. Además de hacer esto, algunos escriben también los nombres de la gente
cuyo recuerdo les provoca sentimientos negativos. La mayoría de las veces, dichos
recuerdos son mensajes con los que el subconsciente trata de indicarnos que tenemos
algunos asuntos pendientes.
Algunos queríamos lanzarnos a enmendar los daños con la misma actitud compulsiva con
la que habíamos practicado la adicción. Pero era mejor revisar la lista con nuestro padrino
antes de pasar a la acción, especialmente si nuestro cónyuge, hijos o amantes anteriores se
hallaban involucrados. Esto era una medida de seguridad que redundaba en beneficio
nuestro y de los demás. Nuestro padrino podía ver mejor que nosotros si esto era un intento
desesperado de deshacernos de forma inmediata de nuestra culpa, o si de verdad estábamos
intentando rectificar lo hecho y enmendar los daños. Él o ella comprobaban si nuestra
madurez emocional era la suficiente como para pedir perdón de corazón a estas personas
sin recordarles sus faltas. Si se trataba de dinero o de propiedades, nuestro padrino nos
ayudaba a adquirir una visión más realista y objetiva del problema. A veces también era
necesario que alguien nos ayudara a ver qué casos eran prioritarios y cuáles podían
posponerse hasta un momento más adecuado. Nuestro padrino nos ayudaba a valorar el
efecto que podría tener en la parte afectada. Y sobre todo, podía intuir si habíamos
perdonado a los demás los daños que ellos nos hubieran podido causar.
"Estaba paralizado y asustado porque los resentimientos que tenía hacia ciertas personas
me impedían encontrar las palabras para disculparme. Cuando llegó el momento
apropiado y mi actitud era la adecuada, Dios me las proporcionó."
Después de redactar la lista, y antes de enmendar los daños causados, no nos queda otro
remedio que perdonar. (Aunque se puede dar el caso de que tengamos que pasar a la acción
sin antes haber perdonado.) Descubrimos que somos tan impotentes ante el resentimiento y
el rencor, como ante la lujuria, el sexo o la dependencia. ¿Qué hacemos? Aplicamos los
pasos, como con cualquier otro caso o problema.
"Tenía que admitir que no quería perdonarlo. Por mucho que lo había intentado, no era
capa-, de hacer surgir en mí el deseo de perdón. Se lo admití a Dios y al grupo. Cuando vi
que yo no era el único con ese problema, acepte' que era impotente ante esto, apliqué los
tres primeros pasos, y lo dejé en manos de Dios. Después le pedí que me concediera la
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disposición necesaria para llevar a cabo la acción, antes que nada en mi corazón. No tardé
en oírme a mí mismo decirme mentalmente: '¡Papá, te perdono!' ¡Y qué sorpresa más
grande!, sentí que el perdón brotaba de mi interior y que yo alcanzaba la libertad. "
¿Qué es el resentimiento sino una decisión consciente de volvernos contra alguien, el hecho
de separarnos de alguien? El resentimiento es esa ira que sentimos dentro de nosotros, es
una deformación de la verdad, una mentira con la que tratamos de cubrir nuestras faltas. El
resentimiento y sus acompañantes, la hostilidad y la ira, no son sólo una de las
características universales de nuestra enfermedad espiritual, sino que, si no los ponemos en
manos de Dios, son una de nuestras peores inclinaciones.
¿Por qué tenemos que perdonar? Muy sencillo. Si no perdonamos, tampoco seremos
perdonados. Seguiremos siendo esclavos de nuestras culpas, incapaces de liberarnos, de
salir de la cárcel oscura de nuestro pasado, y de caminar bajo la luz del amor.
Si queremos darle a este principio de nuestro programa la importancia que merece,
tendremos que poner un énfasis especial en el mismo.
"AI renunciar a nuestros resentimientos, le pedimos a Dios que nos concediera el deseo y
la disposición de perdonar a todas las personas que nos habían ofendido, fuera la ofensa
real o imaginada, y procedimos a perdonarles a todos ellos. "
El Paso Noveno
Una vez que hemos llevado a cabo las acciones de perdonar a los demás, estamos en
condiciones de comenzar a enmendar los daños causados. Leemos los apartados
correspondientes de los libros Alcohólicos Anónimos y Doce Pasos y Doce Tradiciones,
que nos servirán de guía, nos mantenemos en contacto con nuestros padrinos y, con espíritu
de oración, procedemos a pedir perdón y a reparar los daños, uno tras otro, hasta que
hayamos hecho todo lo que esté en nuestra mano, siempre poniendo especial cuidado en no
herir más a esa persona o a terceros.
Existe siempre alguna forma de reparar el daño, incluso aunque la parte perjudicada esté
muerta, nos resulte imposible localizarla o no recordemos su nombre. Podemos encontrar
otras personas necesitadas a las que podemos reparar los daños de forma indirecta. Por
supuesto, esto no debiera nunca sustituir a la enmienda directa cuando el hacerla nos resulte
posible. Algunos miembros, por haber contribuido con su conducta a que h\s prostitutas se
hundieran aún más en el fango, rezan por las que se encuentran casualmente por la calle y
por las que les vienen a la memoria. Otros, que han robado en el trabajo, trabajan horas
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extraordinarias sin remuneración alguna, si el confesárselo a sus jefes puede ocasionar
daños a su familia. Para los que han maltratado a sus cónyuges e hijos, la enmienda ha de
comenzar por la sobriedad sexual y un cambio de actitud y conducta, día a día. Después, a
medida que nuestra recuperación se consolida, encontramos formas más directas. La ayuda
de nuestro padrino y del grupo resulta indispensable. Si es verdad que querernos hacerlo,
siempre encontraremos la forma.
Una advertencia: Repetimos nuestro consejo a los recién llegados a Sexólicos Anónimos
de que no revelen su pasado sexual a su cónyuge ni a los miembros de su familia que no lo
conozcan, sin meditarlo cuidadosamente y tras un periodo de sobriedad sexual, e incluso
entonces, sólo después de haberlo hablado con su padrino de SA o con el grupo.
Normalmente, cuando somos nuevos en el programa, sentimos deseos de comunicar nuestra
alegría a aquellos a los que nos sentimos más unidos y de decírselo inmediatamente. Estas
revelaciones pueden hacer mucho daño a los miembros de nuestra familia o a otros, y
debieran limitarse al grupo al que pertenecemos mientras no sea aconsejable proceder de
otro modo. Por supuesto, si existe alguna posibilidad de que otros estén en peligro por
nuestra culpa, hacemos lo que sea necesario para tratar de solucionar el problema.
Pocas cosas destruyen tanto las posibilidades de restaurar la armonía familiar como la
confesión prematura a la esposa o a los familiares de la violación de vínculos sagrados o la
traición a la confianza depositada en nosotros. Aunque sea inconscientemente, tales
confesiones pueden constituir intentos de liberarnos de nuestra culpabilidad, ganar su
simpatía, o pueden ser una demostración de fuerza de voluntad
El Décimo Paso
"Lo siento. Perdóname. . ." Son las palabras más hermosas que se le pueden decir a una
persona.
Se nos daba muy bien decir: "Te amo. Te necesito. Te quiero." ¡Era tan fácil! Estas
palabras brotaban a menudo en medio de un torbellino de sentimientos confusos—
procedentes de nuestra enfermedad—. Pero estas otras palabras, con las que admitimos
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nuestras faltas, son las que me resultan más difíciles de pronunciar. ¿Por qué?
¿Por qué éramos nosotros incapaces de pronunciar estas palabras que, sin embargo, tanto
nos gustaba escuchar de labios de los demás? ¿Cuál es la razón por la que de todos los
pasos, el de las enmiendas es el más difícil y el menos practicado? ¿Cuál es la razón por la
que tantos de nosotros, incluso gente con mucha experiencia en programas de doce pasos—
a menudo muy locuaces y con años de sobriedad—nos resistimos a pronunciarlas?
El motivo es que estas palabras atacan de lleno a nuestro ego. ¿Es acaso porque nos sitúan
al mismo nivel que la otra persona, y tememos que incluso puedan situarnos por debajo de
ella? ¿Es acaso porque dejan al descubierto nuestras debilidades, y nos muestran tal como
somos: frágiles e indefensos? ¿Es acaso porque las murallas que estas palabras derriban no
son sólo las barreras que hemos levantado entre nosotros y la otra persona, sino también las
que existen entre nosotros y Dios? (Y si no es así, ¿por qué nos sentimos separados de Dios
cuando nos negamos a reconocer nuestras faltas?) ¿Es acaso porque antes de confesárselas
a los demás, debemos primero estar dispuestos a perdonarlos? ¿Y quién es capaz de
perdonar? No hay acto que nos acerque más a Dios que el de perdonar a otra persona. Es
tan difícil decir "te perdono" como lo es admitir una falta nuestra. . . ¡o más! Pero podemos
perdonar, ¡y debemos hacerlo!
La más sublime expresión de nuestra alma se produce cuando le extendemos la mano a otro
en gesto de reconciliación. Este paso nos proporciona de una manera insospechada la
verdadera unión espiritual. No existe mejor momento para forjar dicha unión que en medio
del malentendido, del daño, cuando admitimos nuestra falta y surge el perdón. No hay
vínculo más sólido que el procedente de esta expiación. Une a la gente en la misma raíz de
su ser—allá donde el dolor es más intenso—. Si queremos superar esa soledad tan terrible,
no existe ninguna otra fórmula. Este encuentro espiritual tiene lugar en la confluencia
sagrada entre el corazón de una persona y el de la otra, en el mismo santuario donde nos
relacionamos con nuestro Creador. Es aquí' donde surge en nosotros la voluntad de
negarnos a nosotros mismos y de ser humildes con los demás. No existe terreno más
sagrado.
¡Qué fortaleza nos proporciona esta unión, esta comunión entre los perdonados que se
perdonan unos a otros! Es la fórmula que produce Vida y nos libera. Si nos amamos los
unos a los otros, ¡la fuerza que surja de dicho amor será irresistible!
Hay algo que no anda bien en la persona que no es capaz de hacer una enmienda directa,
sincera y sin ambigüedades. Si nos pasa también a nosotros, tendremos motivos sobrados
para sospechar que es porque no nos hemos puesto del todo en manos del Poder Superior.
La obsesión con nosotros mismos que se esconde detrás de nuestra enfermedad espiritual
todavía no ha desaparecido. Y éste es el caso de la mayoría. Somos tan impotentes ante esta
incapacidad de enmendar los daños de forma apropiada, como lo somos frente a la lujuria,
el sexo o la dependencia. Esta es la razón por la que tenemos que hacerlo, porque no sale de
nosotros espontáneamente No nos apetece; pero lo hacemos, y los deseos surgen a
continuación. Si todavía no estamos dispuestos, volvemos a los pasos primero, segundo y
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tercero, admitimos nuestra impotencia, renunciamos al orgullo, y le pedimos ayuda a Dios
y a los demás.
Es siempre posible que, una vez liberados de la compulsión que nos obligaba a practicar
nuestras conductas adjetivas, creamos que estamos curados y que podemos volver a confiar
en nuestras propias fuerzas. Pero los mismos defectos que nos llevaron a nuestra adicción
no han desaparecido todavía y, si no les prestarnos atención, más tarde o más temprano nos
causarán un daño enorme. ¿Por qué no han desaparecido? Porque esos defectos forman
parte de nosotros. Dios opera en nosotros concediéndonos la victoria gradual sobre los
mismos, no extirpándolos. Nuestro problema no son las otras personas, sino nuestra vieja
naturaleza. Nuestra batalla es contra la fuerza negativa que existe dentro de nosotros y a la
cual podemos obedecer en el momento que queramos, contra esa fuerza que siempre está
dispuesta a dañar a otros. Ésta es la razón por la que debemos de poner en práctica el
programa en nuestra vida diaria si es verdad que nos queremos recuperar.
Un Programa de Vida
"Continuamos. . ." ¡Qué sabiduría más grande encierra esta palabra! La esencia de este
paso, y de todo este programa, es la continuidad del proceso. Estos principios espirituales
son una forma de vida, no una mera técnica a la que recurrimos en un determinado
momento para superar un hábito. Reemplazamos el proceso adjetivo por un proceso de
recuperación y crecimiento. El paso décimo es una prolongación del inventario moral de los
pasos cuarto y quinto, de la renuncia a nuestros defectos del sexto y séptimo, y de las
enmiendas del octavo y noveno; todos, ellos basados en la capitulación de los pasos
primero, segundo y tercero que también aplicamos a diario a los acontecimientos de nuestra
vida cotidiana.
La vida cotidiana es el lugar en el que ponemos a prueba este programa. Puesto que es
donde encontramos las hondas y las flechas de la terrible fortuna el corazón dolorido y los
miles de sobresaltos y conmociones naturales de los que la carne es heredera y vemos de
qué materia estamos hechos y reconocemos nuestras carencias. Las relaciones con los
demás son la piedra de toque. Así, nuestro cónyuge, nuestros hijos, nuestros padres y
hermanos, el jefe, los compañeros de trabajo y los miembros de nuestro grupo constituyen
las mayores fuentes potenciales de conflicto y de malestar emocional, y nos ofrecen las
mayores oportunidades de aplicación de estos principios para restablecer así la unión con
los demás y curarnos.
"Para superar mis defectos no hay nada tan efectivo como la enmienda de los daños
causados. Hace que me lo piense dos veces antes de abrir la bocaza, ya que me viene a la
memoria lo doloroso que me resultará pedir perdón."
Un Hábito Nuevo
Somos gente llena de carencias y de necesidades. Nuestra obsesión con nosotros mismos
encabeza la procesión, el orgullo y el resentimiento van de la mano, con el miedo, la
inseguridad, la falta de honradez y otros defectos a continuación. Necesitamos tener
siempre presente quiénes somos nosotros y quiénes son los demás. Necesitamos rectificar
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una y otra vez nuestras actitudes y corregir las acciones negativas hacia las personas con las
que nos relacionamos. Necesitamos aprender a restaurar las relaciones y a encontrar la
unión armónica. En consecuencia, tenemos que adquirir un hábito nuevo: el de realizar
continuamente inventarios.
En vez de fijarnos tanto en lo que hacen los demás, comenzamos a fijarnos en lo que
hacemos nosotros. Siempre hemos vivido pensando sólo en nosotros, ahora comenzamos a
analizar críticamente nuestros actos y actitudes. Éste es un programa de autoexamen, que se
desarrolla lentamente en el proceso de asistir a las reuniones, cometer errores, reconocer
nuestras faltas y corregirlas. Ésta es la razón por la que, en la práctica, tanta gente ha
incorporado el examen escrito diario como parte del paso décimo, siguiendo el libro Los
doce pasos y las doce tradiciones y el capítulo sexto del libro Alcohólicos Anónimos. Así,
después de una situación emocionalmente tensa, por ejemplo, nos sentamos y nos
preguntamos a nosotros mismos: ¿Por qué estoy turbado? ¿He hecho algo que no debía?
¿Qué he hecho o dejado de hacer que me hace sentir de esta manera? ¿Cómo lo puedo
solucionar? Escribir todo esto puede producir milagros.
El paso décimo es el paso que aplicamos cuando quiera y dondequiera que nos
relacionemos con los demás, especialmente en casa, en el trabajo y en las reuniones. Es ahí
donde está la acción, donde está la vida, donde se encuentra la gente, donde se encuentran
nuestros egos, astutos, desconcertantes y poderosos. Lo aplicamos inmediatamente, lo antes
posible. Cuanto antes, mejor. No hay método más rápido y efectivo para recuperarnos.
"Soy la Clave"
Se había acabado. O mi esposa hacía algo por cambiar, ¡o vería lo que era bueno!
Llevábamos años casados y ahora - que estaba sobrio sabía perfectamente cuando ella tenía
problemas. La había diagnosticado como adicta a la televisión, rebelde, incapaz de
reconocer como era, e incapaz de cambiar. Esta descripción me resultaba demasiado
familiar, pero tenía demasiada seguridad en mí mismo como para pensar que se me pudiera
aplicar a mí. Sabía exactamente lo que le pasaba, no me cabía la menor duda. Era un
ultimátum: o cambiaba o habíamos terminado.
Me fui ese fin de semana de pesca con otro sexólico para despejarme. A la vuelta, cuando
comentábamos nuestros problemas, tan semejantes, me di cuenta de todo. Yo era la clave,
tenía que cambiar de actitud.
Lo que yo esperaba era que ella cambiara. No me daba cuenta que era mi actitud la que
hacía el cambio imposible. Ella está unida a mí. Sea bueno o malo, ella está unida a mí —
espiritualmente—. No logro entenderlo, pero cuando mi actitud es negativa, de rechazo, de
crítica, le transmito mi enfermedad espiritual.
Me di cuenta que si Dios hubiera esperado a que yo cambiara para empezar a trabajar en mi
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recuperación y " curación, a estas alturas todavía seguiría en la mismas o estaría muerto.
Cuando más me dejaba llevar por mis defectos, era cuando El más intervenía. Es ahora, al
examinar mi pasado, cuando veo todo esto claro. Él, con una enorme paciencia, me estaba
indicando el camino, incluso antes de que fuera consciente y empezara a ser sincero. En
mis peores momentos, me estaba ayudando con su amor desinteresado— lo hacía por mí, a
pesar de mis faltas, precisamente porque mis defectos son más fuertes que yo—.
A la vuelta de la excursión al lago, me di cuenta que así era como debía de tratar a mi
esposa; no como esposa, sino como a cualquier otro miembro del programa, con
independencia de que lo fuera o no. Tenía que portarme con ella como Dios y otros se
habían portado conmigo. Esos momentos de sinceridad con mi amigo del programa
produjeron en mí un profundo cambio de actitud.
Podía sentirlo. Mi actitud negativa había desaparecido y ahora deseaba abrazarla, sin
importarme cuál fuera su manera de ser o si ella había cambiado o no.
Ella está unida a mí. No acierto a comprenderlo. Pero ahora, en vez de estar unida a mis
resentimientos, a mi manía de buscarles defectos a los demás, o a mi espíritu de condena y
rechazo, está unida a mi propia curación.
Aunque no lo quiera, soy la clave. Recibo lo que soy. La medida en la que doy es la medida
en la que obtengo. Le pido a Dios que me conceda la voluntad necesaria para tomar esta
llave y abrir con ella la puerta que conduce al amor.
El Undécimo Paso
¿Mejorar nuestro contacto con Dios? ¿Cuándo tuvimos un contacto que mereciera ese
nombre? En nuestro recorrido por los pasos anteriores, a menos que nos hayamos estado
engañando. Nuestra admisión de impotencia debía de haber ido acompañada del acto de
ponernos en manos de Dios. Nuestro cambio, de actitud nos había llevado a entregar
nuestras vidas a Dios. En el inventario moral le habíamos admitido quiénes éramos. Esos
miles de telegramas pidiendo ayuda—gracias a los cuales la recibíamos para vencer
nuestras obsesiones y nuestros defectos— era recurrir a Dios en vez de recurrir al ego. Y la
expiación a los que habíamos ofendido, y a aquéllos con los que nos habíamos enemistado,
nos permitía restaurar la unión con Dios.
No sabíamos que al llevar a cabo todas estas acciones necesarias para sobrevivir y estar
sobrios y serenos, descubriríamos y encontraríamos a nuestro Dios. Éste, por el contrario,
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mientras que nos aferrábamos a la lujuria, permanecía fuera de nuestro alcance. Pero ahora,
después de haber derribado la muralla creada por nuestros defectos y culpas, ya sin
estorbos, allí lo encontrábamos, en nuestro interior.
¡Qué afortunados somos que nuestras necesidades nos empujan a buscar aquello que en el
fondo procurábamos por medio de la lujuria!: ese Dios de amor que es nuestro refugio y
fortaleza.
El deseo de Dios es tan natural como el respirar. La oración ha sido utilizada por la mayoría
de la humanidad desde sus orígenes; incluso se ha llegado a llamar al hombre "el animal
que reza." El problema no radicaba en Dios, sino en nosotros. Nuestros defectos nos habían
impedido, no el rezarle a Dios, ya que muchos lo habíamos hecho "ad nauseam", sino la
unión con Él. En consecuencia, como nuestra idea de Dios era falsa, el verdadero Dios no
se podía comunicar con nosotros. Éste era o bien un tirano vengativo al que nos daba miedo
acercarnos, el gran Dictador, o un papá Noel, o algún otro reflejo de nuestras actitudes
deformadas o de nuestras relaciones enfermizas. Creíamos que "ser buenos" (no practicar la
adición) nos daba derecho a "ser malos" (practicarla). Estábamos tratando de manipular a
Dios o de regatear con Él, tal como lo hacíamos con otras personas. Habíamos creado un
dios a imagen de nuestra enfermedad. Si de vez en cuando la fortuna nos sonreía y nos
salíamos con la nuestra, éramos lo suficientemente supersticiosos como para creer que era
obra del dios que habíamos fabricado, y en consecuencia, aumentaba nuestra confianza en
que todo saldría otra vez a gusto nuestro. Otros no teníamos tanta suerte, pero nunca
llegamos a perder la esperanza de que nuestro sino cambiaría.
No debía de extrañarnos que no consiguiéramos nada por ese camino. Y tampoco tenía
nada de extraño que lo que en el fondo quisiéramos era llenar ese vacío que existía en
nuestra alma y adquirir una fe que diera frutos.
Sin ninguna consideración para con Él o su voluntad para con nosotros, seguíamos tratando
de utilizar a Dios para nuestros fines egoístas. Esto nos impedía ver quiénes éramos
nosotros y quién es Él. Así, sin dejar de adorar a todos los dioses a los que rendíamos
culto—la lujuria, el sexo, el cuerpo de un hombre o de una mujer, otras personas de las que
dependíamos, las cosas, el placer, la comida, el trabajo, el dinero, el éxito—algunos de
nosotros continuábamos nuestras prácticas religiosas casi de forma automática y mecánica,
fuera cual fuera nuestra confesión, incapaces de ver lo que se ocultaba detrás de nuestra
idolatría.
Pero no sospechábamos que Dios nos amaba y nos quería ayudar, no tal como nos veíamos
a nosotros mismos, sino tal como éramos de verdad. No sospechábamos que nos veía con
todos nuestros defectos, y que se hizo uno con la humanidad para liberarnos de ellos. Si
esto era cierto, podíamos pedirle a Dios que hiciera acto de presencia en nuestras faltas y
defectos. Y nosotros, que éramos totalmente impotentes ante nuestros defectos y conductas,
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podíamos ponerlos en sus manos y pedirle que nos liberara del poder que ejercían sobre
nosotros.
¿Acaso no lo hemos visto a través de nuestra propia experiencia? Cada vez que surge,
dentro o fuera de nosotros, la tentación, y renunciamos a ella poniéndola en manos del
Poder Superior, nos liberamos de su poder. Cuando actuamos así, no tenemos por qué ceder
y dejarnos llevar por la misma. Lo de menos es que ignoremos cómo Dios realidad todo
esto. Es obvio que la victoria la ha logrado Él y no nosotros, y lo vemos más claramente si
recordamos que somos incapaces de salvarnos a nosotros mismos.
La Conexión Natural
Si esto es cierto, qué afortunados somos de tener continuamente una necesidad tan
apremiante de pedirle a ese Dios que nos libere, nos ilumine y nos conceda la paz de
espíritu. Si es verdad que nos hemos reconciliado con Él en los nueve primeros pasos, ¡qué
privilegio tan maravilloso es estar bajo su influencia y dirección! Y ¡qué natural resulta
rezar para personas como nosotros!
De la misma forma que el aire alimenta y riega nuestros cuerpos, la oración alimenta y
riega nuestros espíritus. Es el medio a través del cual establecemos la Conexión con Dios.
De la misma manera que él hablar con otro es la forma en la que se comunica la vida en
nuestra fraternidad del perdón; la oración, que es la expresión de nuestro propio ser, es el
medio a través del cual llegamos a tener comunión con Dios, ¡Y es tan natural lo uno como
lo otro! Esta es la razón por la que debemos aprender a caminar bajo la luz y a tener
comunión con los demás, y por lo que es tan importante disponer de la clase apropiada de
reuniones. La relación con los demás y la relación con Dios son del mismo tipo. Si
sostenemos que disfrutamos de la última, pero no de la primera, mentimos.
De este modo, la oración es no tanto el hecho de pedir por algo, como una fuente de vida y
de desarrollo espiritual para la persona. En esto coinciden la oración y la meditación.
Ambas nos unen con Dios y nos proporcionan satisfacción, paz y reposo.
"Lo hago cuando veo que necesito ayuda. Si el resentimiento se apodera de mí, cuando
me encuentro en una situación tensa o tentadora, o cuando siento un profundo vacío en mí
interior, invoco la presencia divina diciendo: ‘Señor, te pido que acudas a mí.' Concentro
toda mi atención en la presencia de Dios, que está conmigo y me acompaña en esta
dificultad concreta. El problema termina por desaparecer. Me catapulta a un plano
superior al problema en cuestión, y me siento en comunión con Él. "
Aprender a rezar, ya sobrios, es como aprender a andar o a hablar; nadie nos puede enseñar
el procedimiento o hacerlo por nosotros. Como en todo lo demás en este programa, la
práctica es la que nos enseña. La mejor forma de comenzar es ponernos a hablar con Dios
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directamente.
Gran parte del tiempo, el interior de la mayoría de nosotros está lleno de ruido,
contaminado. Puede que al principio no seamos conscientes de ello, ya que se ha ido
acumulando con el transcurso del tiempo y hoy nos parece normal. Sentimos cada vez más
la necesidad de llenar nuestros ojos, nuestros oídos (¿y nuestra boca?) de "ruido". Impregna
el mundo en el que vivimos y nos bombardea con todo tipo de sensaciones.
Ésta es la razón por la que cuando interrumpimos nuestras conductas adictivas y dejamos
de "consumir" nuestra principal droga, nos sentimos incómodos, ansiosos y malhumorados.
"Nunca podía estarme quieto. Toda mi vida me la había pasado huyendo. No puedo estar a
solas conmigo mismo. En los primeros tiempos de sobriedad lo único que era capaz de
hacer era rezar alguna oración sencilla, e incluso eso lo hacía a toda velocidad. Aprendí a
orar y a meditar como lo hace un niño pequeño, moviendo primero un pie, luego el otro,
vacilante entre la inseguridad y el miedo a caerme. "
La Meditación
Nadie sabe cuáles son los efectos que la continua estimulación artificial presente en nuestro
entorno de hoy nos produce. La meditación ha demostrado que es no sólo beneficiosa para
la mente y el cuerpo, sino uno de los mejores métodos naturales para lograr la paz interior.
Estos resultados son independientes del tipo de oración que empleemos o de que
pertenezcamos o no a alguna organización de carácter religioso.
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Comienzo el día con la lectura de alguna publicación del programa, o de algún pasaje
espiritual o de las Escrituras. Le pido a Dios que me mantenga sobrio y libre de la lujuria,
de los resentimientos y de otras emociones negativas, y enumero los defectos que
últimamente me han causado problemas.
Es necesario que me libere de los resentimientos y que perdone a los demás, de lo contrario
mi mente vaga a la deriva y termina centrándose en ellos de una forma negativa, y me veo
obligado a interrumpir la oración. También me resulta muy difícil orar cuando mi mente
está cargada de imágenes procedentes de los medios de comunicación del día anterior.
A continuación paso a la meditación. Uso un pasaje o una frase que se me haya quedado
grabada. Otras veces recurro al nombre del Señor, a un pasaje de un Salmo, el veintitrés es
mi favorito, o al Padrenuestro. Repetirlo en voz alta me llena de paz y a menudo termino
repitiéndolo mentalmente sin darme cuenta. Ha habido épocas en las que determinados
pasajes o maneras concretas de dirigirme a Dios adquieren un significado especial. A
medida que me tranquilizo, experimento esa paz y esa serenidad que la unión con Dios y
con nosotros mismos proporciona. Con el paso del tiempo, los resultados son mejores.
Hay, sin embargo, periodos en los que tengo que detenerme y no forzarlo. Muchas veces
esto es una señal que me indica que debo esperar y trabajar otros pasos.
A menudo, durante la meditación, otras personas vendrán a mi mente. Rezo por ellas. Le
pido a Dios que su Reino se manifieste en algún área o asunto específico y qué se cumpla
su voluntad.
Durante el día, si estoy nervioso, tengo problemas o sufro de ansiedad, busco algún lugar en
el que estar a solas y dedico unos cuantos minutos, lo que pueda, a meditar. Esto siempre
me sosiega.
La meditación es un reflejo de lo que hay en nuestro interior. Revela si el canal está abierto,
despejado, limpio y en condiciones. A menudo no es así; pero es de esta forma como
aprendemos. Progresivamente. Procedemos lentamente. Primero unos cuantos minutos,
después más tiempo a medida que descubrimos los beneficios que nos produce.
La esencia del paso undécimo consiste en hacer que Dios esté presente en nuestras
tentaciones, emociones, dificultades, éxitos, fracasos, tristezas y alegrías. La unión
verdadera con la Fuente de nuestra vida.
El Duodécimo Paso
92
Nuestro objetivo inicial era permanecer sobrios; el resultado no buscado es el despertar
espiritual. Si nuestra experiencia nos enseña algo es que no hay posibilidad de curación sin
un despertar espiritual. Lo que separa una vida en la que las conductas adjetivas están
ausentes (estar "seco") de la curación y la salud es la nueva vida. Si nuestra intención es
seguir viviendo como antes, y la única diferencia es que no practicamos la adicción,
entonces esto quiere decir que no queremos curarnos de verdad, puesto que nuestra
enfermedad está en la vieja forma de vida.
El Despertar Espiritual
El Mensaje
"Sólo puedo dar testimonio de la verdad de mi propia experiencia. Porque eso es lo que
quiero oír de labios de los demás. Quiero ver y percibir la verdad de la vida interior y del
comportamiento de alguien en el que me pueda ver reflejado. No quiero que me den
lecciones ni que me sermoneen. El conocimiento de las verdades religiosas y del programa
no me sirvió para nada. Sin embargo, el ver cómo soy de verdad y el admitirlo me permitió
acceder a este nuevo estilo de vida. Es la verdad sobre mí mismo, —esa verdad
imperfecta—y no los sermones, lo que atrae a los demás. "
Si practicamos todavía nuestra antigua forma de vida y seguimos muertos a Dios, y muertos
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en las actitudes y actos que nos destruyen, el mensaje que transmitiremos será un mensaje
de muerte y enfermedad. Con independencia de que estemos sobrios o no lo estemos,
incluso aunque sean verdad las palabras que pronunciemos, no podremos comunicar vida.
Si hemos muerto a nuestros defectos y faltas y estamos vivos a Dios, el mensaje que
transmitiremos será vida, incluso aunque nuestras palabras sean escasas, pobres, inseguras
y titubeantes.
La vida produce vida. Queremos que otros se recuperen. Otra paradoja de la vida espiritual
es que lo que no damos, lo perdemos. Averiguamos, pues, cuáles son las necesidades de los
demás y tratamos de ayudarles, sin olvidarnos también de ser generosos con nosotros
mismos.
La parte final del duodécimo paso, "y tratamos de practicar estos principios en todos
nuestros actos", no es el final, sino el comienzo para nosotros. Debido a la naturaleza de
nuestra adicción, nuestra recuperación debe ir más allá de la mera interrupción de nuestras
prácticas adjetivas. La lujuria y la dependencia son algo más que meras manifestaciones
externas de la enfermedad; atacan a la misma esencia de nuestra conexión con Dios y con
los demás, y corroen la misma raíz de nuestra condición humana. Memos de purificar
nuestro corazón. Si le queremos dar a este aspecto del programa la consideración que
merece, deberíamos concederle una importancia especial: llamémosle el paso "doce y
medio."
"Llevamos a cabo acciones de amor para mejorar nuestras relaciones con los demás. "
Acentuar lo Positivo
Nos dimos cuenta que a menos que descubriéramos aquello que la lujuria trataba
desesperadamente de satisfacer, y no podía, estábamos abocados al fracaso. O
encontrábamos lo que de verdad llenaba ese hueco, o lo más que conseguiríamos sería una
sobriedad negativa. A menos que comenzáramos a practicar las acciones de amor,
terminaríamos volviendo a aquella farsa a la que llamábamos "hacer el amor."
También comprendimos que a menos que mejoráramos nuestro contacto consciente con
Dios, no podríamos mejorar nuestro contacto consciente con los demás. Ambas relaciones
se habían roto a la vez y, en consecuencia, tendrían que ser restauradas al mismo tiempo.
Sólo de esa forma pudimos recuperar la paz. No se podía dar la una sin la otra. Si no
sabíamos amar de verdad a nuestro cónyuge, a nuestros hijos, a nuestros padres y a nuestros
hermanos, a los que podíamos ver, ¿cómo íbamos a ser capaces de amar a Dios, al que no
podemos ver?
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La curación será siempre muy parcial sin la sobriedad positiva que el disfrutar de relaciones
sanas con los demás proporciona. A menudo comprobamos que nuestras limitaciones y
deficiencias en este terreno se remontan a la infancia, a un ambiente que distaba mucho de
ser el adecuado. Después de transcurrido cierto tiempo de sobriedad y recuperación,
muchos comienzan a sentir la necesidad de examinar y de trabajar esta área de nuestras
vidas que teníamos abandonada.
La palabra "amor" es una de las palabras más tergiversadas del lenguaje. Por esta razón, en
vez de hablar de amar, hablaremos de realizar actos de amor. Al igual que con la fe, hemos
descubierto que el amor no es un sentimiento, sino una actitud que se ha de plasmar en
actos. Llevamos a cabo las acciones que sabíamos que deberíamos realizar, precisamente
porque no nos apetecía realizarlas. Cuando actuábamos así, los sentimientos surgían a
continuación. El amor para nosotros es acción—hacer lo que no haríamos
espontáneamente—. "Aunque era consciente de que, por muy poco que me apeteciera, tenía
que mirar a mi esposa y sonreír, sabía que no podía. No sé la razón. Pero lo hice, y a
continuación surgió el deseo."
¿Cómo podemos hacerlo cuando nos vemos tan impotentes e incluso tenemos dudas de si
queremos? Tenemos un Dios todopoderoso. Él hace surgir vida de lo que estaba muerto.
Pero "la fe sin obras es una fe muerta." Recibimos su fortaleza en el momento en el que
realizamos la acción, no antes.
"Después de numerosos incidentes semejantes, comencé a darme cuenta que la clave para
hacer lo que no salía de mí espontáneamente era ponerme en manos de Dios. Esa es la
clave de todo el programa, la clave de mi felicidad. Cuando desconfío de mis sentimientos,
paso a la acción y hago lo que debo, se produce el milagro y salgo de las tinieblas a la
luz."
Una vez que estas acciones se convierten en habituales y cotidianas es cuando comenzamos
a cambiar de verdad. Nos transformamos en mejores personas, y en consecuencia, estamos
más contentos y satisfechos de nosotros mismos y de los demás.
En los anteriores pasos nos habíamos dado cuenta de nuestra enorme tendencia a recibir de
los demás, y de que utilizábamos a las personas de la misma manera que utilizábamos la
comida, la bebida y la diversión. Estamos inmersos en un proceso en el que aprendemos a
identificar y a renunciar a este impulso "natural", a renunciar al deseo de aprovecharnos de
los demás, y a dar de nosotros mismos sin esperar recibir nada a cambio excepto la paz
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interior y la libertad. "En la medida en la que damos, recibimos."
"Cuando se ve que el césped es más verde al otro lado de la valla, conviene regar el
propio."
"Al comienzo, lo que me ejercitaba más en la práctica de dar era el encontrarme con los
objetos de mi lujuria. Me di cuenta poco a poco que al beber de la imagen de esa
persona, imagen que mi fantasía intensificaba, yo estaba tomando, recibiendo. Con su
consentimiento, o sin él, a través de esa mirada - lujuriosa, le arrebata violentamente
algo a esa persona. Me apoderaba de ella. En consecuencia, me puse a rezar por cada
persona de la que se querían adueñar mis ojos. Al principio me parecía imposible. No me
apetecía en absoluto. . . Pero en cuanto lo hacía, no sólo desaparecía la lujuria, sino que
además sentía un alivio enorme. Decía: 'Por favor, ayúdale ‘o alguna frase parecida. Al
obrar de esa manera, por lo menos, mi actitud era la de dar, y no la de arrastrarla
violentamente a mi interior. ¡Qué satisfacción! La lujuria nunca me había llenado. ¿Cómo
era posible que no me hubiera dado cuenta antes?"
Dar nos llena y satisface. Compartir nuestro pan con los demás nos alimenta. Pero hemos
de hacerlo en el momento en que la tentación surge. No nos sirve de nada hacerlo de
antemano o por varias tentaciones a la vez.
Esto era lo que desde el principio habíamos buscado, lo que habíamos tratado de encontrar
en la lujuria, en el sexo, y el motivo por el que siempre habíamos tratado de tomar y de
recibir. Al tomar, nos habíamos separado de los demás, de nosotros mismos y de Dios. Al
dar, descubríamos la verdadera unión con otros y con Dios, y, ¡milagro de milagros!, el
amor. Pero vino a nosotros precisamente cuando no lo buscábamos. "Nos vimos
sorprendidos por el gozo."
La Verdadera Unión
Comprobamos que la verdad que la Doce y doce enunciaba se nos podía aplicar a nosotros
directamente: "El hecho fundamental que nos liemos negado a reconocer es nuestra
incapacidad para sostener una relación equilibrada con otro ser humano." (pág. 50) Los
grandes amantes en realidad habíamos sido siempre, sin saberlo, unos inválidos en lo que al
amor se refiere. Nuestras parejas sexuales eran meras piezas de caza, la materialización de
unas fantasías que buscábamos, capturábamos, poseíamos y a las que, más tarde o más
temprano, abandonábamos. En las relaciones románticas el sexo se mezclaba con la lujuria
o con una dependencia enfermiza. Nuestros cónyuges, además de objetos sexuales, eran
figuras paternas y los objetos de nuestras dependencias. ¿Qué probabilidades teníamos de
aprender a relacionarnos de forma normal con los demás cuando nuestra capacidad en este
aspecto era tan deficiente?
Éramos tan impotentes ante nuestras relaciones con los demás como lo habíamos sido
frente a nuestras prácticas adictivas; era parte de la adicción. En consecuencia, la solución
era la misma: los pasos, los artífices del milagro. Cuando los hicimos, pudimos comprobar
cómo nos convertíamos en verdaderos hombres y mujeres.
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Para ilustrarlo, el relato que viene a continuación muestra los cambios que experimentó un
sexólico en sus primeros años de sobriedad. Se trata del mismo cuyas experiencias
contamos al principio de este libro. Los miembros solteros nos han dicho que se ven
reflejados en el mismo; estos principios se pueden aplicar a todas las relaciones humanas.
El Comienzo
Comencé a asistir a las reuniones y dejé las drogas físicas: el sexo, el alcohol, los sedantes.
Después, hice lo mismo con la droga espiritual—la lujuria—. A mi esposa le exigía una
gratitud y una aceptación inmediata, calurosa y desbordante. Después de todo, estaba
sobrio; y por tanto, todo iba bien, ¿no? Pero NO respondía.
Varias semanas más tarde, varios meses más tarde, ella y mi hijo todavía seguían haciendo
todo mal. Y yo volvía a comportarme con ellos como siempre lo había hecho, con
irritación, estallando a la mínima, mostrando una actitud de rechazo. ¡Y estaba sobrio!
La sobriedad produjo un cambio importante: cuando surgía la ira o el resentimiento, en vez
de utilizarlos como una excusa para justificar mis prácticas sexuales, los utilizaba como un
pretexto para irme de casa. Pero esta vez era la puerta trasera la que sufría las
consecuencias. ¡PLAF! Me iba al cine o me marchaba a la ciudad en auto para liberarme de
ese horrible sentimiento de presión interior, de esa especie de claustrofobia. Recorrer las
calles de la ciudad era mi viejo patrón de conducta. Sabía perfectamente que tenía que
alejarme de ellas.
Todo seguía igual, sólo que dejé de dar portazos. Al menos la mayoría de las veces.
Desaté una campaña para lograr que mi esposa asistiera a reuniones de programas de doce
pasos y cambiara, conmigo o sin mí. Fue un fracaso. "No necesito esas reuniones",
respondía escuetamente. "Pero tú, sí." Esto provocaba más resentimiento y una mayor
necesidad de huir.
Y las "conversaciones" matutinas de los domingos. Le decía: "Necesito que hablemos ahora
mismo." No percibía su escaso entusiasmo—miedo sería una palabra más
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apropiada—. Las conversaciones se convertían en verdaderos monólogos (¿cómo lo
toleró tanto tiempo?), trataba de manipularla y de convencerle de cuáles eran sus
defectos. Sólo que esta vez yo lo hacía con más amabilidad. Bueno, al menos no gritaba
tanto como antes. "¿Acaso es que no ves que. . .?" le repetía una y otra vez. Cuando lo
recuerdo, tengo la extraña impresión de que era lo mismo que hacía en la consulta del
psiquiatra o en el grupo de terapia: egorrea, diarrea del ego. Y cuando ella trataba de
expresar su opinión, me enojaba y salía dando pisotones.
Las discusiones desagradables sucedían con menos frecuencia, pero eran mucho más serias
y rotundas. Llegamos a pensar que no había solución posible.
Comenzó a darse cuenta de que ella no era la causante de mi estado de ánimo, que mis
ataques estaban originados por algo que no tenía nada que ver con sus "transgresiones". Fue
un descubrimiento importante. Comenzó a reprochármelo, pero yo o no contestaba, o me
defendía atacando aún más. Hoy soy consciente de que lo que hacía era proyectar mis faltas
en otros, transferírselas, para así no tener que cargar con el peso de las mismas.
Cayó en la cuenta que mis ataques eran un intento mío de tapar lo que yo en realidad era y
hacía, y su ira y resentimiento se pusieron al rojo vivo.
Es importante tener en cuenta la cantidad de tiempo que duró esta .situación, y la intensidad
del tormento. Años. Y anduvimos, cominos, y gritamos a través de un mar de sufrimientos
atroces. Necesitamos muchos años, y mucho dolor.
El dolor era tan inmenso que no me quedó otro remedio que comenzar a aplicar los
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principios de los pasos. Fue en ese momento cuando las cosas comenzaron a mejorar poco a
poco. La sobriedad por sí sola, por muy larga que fuera, no me había curado ni había
solucionado mis problemas matrimoniales. ¿Asistir a las reuniones? ¿Para qué? Tenía que
comenzar a verme tal como era y a cambiar, o el dolor no desaparecería y el matrimonio
continuaría cuesta abajo. Yo era como el hombre de ese relato que cuentan los alcohólicos
que, cada vez que cruzaba determinada puerta, recibía un estacazo. Pero él seguía
utilizándola a pesar de todo. El síndrome de la pared de ladrillo: si tropiezas con una pared
de ladrillo, sigúela golpeándola con la cabeza. Al final, me harté de hartarme de golpearme
con la estaca de mi ego.
Los resultados eran positivos. Me sentía mejor. Comencé a hacer lo mismo con el
muchacho. "Perdona mi comportamiento cuando te eché la bronca por esa herramienta que
no estaba colocada en su sitio." Me sentía mejor por dentro cada vez que hacía esto. Me
convertí en una mejor persona. Cada vez pecaba menos contra ellos. La clave de mi
felicidad era ver, admitir, y corregir la forma en la que me relacionaba con los demás.
Cuando conocí el programa hice las enmiendas más espectaculares, como: "Perdona todo el
daño que te he ocasionado" y otras semejantes. Pero eso no me sirvió de nada. Yo siempre
había pedido perdón. Fueron las enmiendas cotidianas y específicas las que comenzaron a
producir cambios.
A medida que transcurría el tiempo, me sentía cada vez más libre de la dependencia a la
lujuria y a otras drogas espirituales: el resentimiento, la ira-hostilidad, el miedo, la
dependencia, mi manía de juzgar a los demás, la de quedar bien con la gente, la vanagloria
y el autobombo. Comenzaron a retroceder en cuanto comencé a ver y aceptar lo que era
(mis defectos), y a llevar a cabo las acciones correspondientes.
A los cuatro o cinco años de sobriedad se había producido una mejora evidente en el
matrimonio; habíamos dado un gran salto adelante. Gracias a Dios y gracias a la paciencia,
al amor y a la comprensión de mi esposa e hijos (los mayores se habían emancipado tiempo
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ha). Yo lo sabía y también ellos. Las cosas ya nunca serian como antes. (Al igual que la
sobriedad, vivimos nuestro matrimonio en periodos de veinticuatro horas). Habíamos
traspasado ese umbral y habíamos comenzado de nuevo.
Todo este tiempo me había ido deshaciendo gradualmente de todas las viejas "botellas" que
estaban almacenadas en las bodegas de mi corazón. Esas ataduras invisibles a las que sabía
que podría recurrir si alguna vez me decidía a emprender la huida y abandonar el
matrimonio. No las utilizaba, pero estaban a mi disposición por si acaso. . . ‘Si me hubiera
dado cuenta de qué significado tenían y hubiera renunciado antes a las mismas, las cosas
hubieran mejorado mucho más rápidamente. Llegó el momento en el que me comprometí a
permanecer con mi esposa. De corazón. Renunciaba a aprovecharme de las posibilidades
que pudieran surgir de irme con otra. Esta renuncia era definitiva, para siempre, y la viviría
día tras día, en periodos de veinticuatro horas.
Durante los períodos de abstinencia sexual voluntaria nos dimos cuenta que la verdadera
unión no podía basarse en el sexo o en la dependencia, fuera del tipo que fuera. Fue en
estos períodos cuando descubrimos que nuestra relación era más estrecha y profunda que
antes. Ella comprobó que no necesitaba recurrir al sexo para ganar mí simpatía, y yo
descubría que ella me atraía como persona, y que de hecho prefería el calor de nuestra
relación no sexual como base y cemento de nuestra unión.
Conclusiones:
El estado físico y emocional de mi esposa, hijos, animales domésticos y puertas son los
mejores indicadores de quien soy yo.
Estar sobrio no implica estar bien
Para reconstruir un matrimonio son necesarios muchos años de sobriedad, sufrimientos y
esfuerzos.
La curación en la familia comienza con la sobriedad, las reuniones y los pasos.
Continúa con la sobriedad, las reuniones y los pasos. Desaparece si se pierde la
sobriedad, se deja de ir a las reuniones y no se trabajan los pasos.
Mis actitudes y conductas enfermizas me forzaban a mirar a otros con negativismo, para
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así no tener que reconocer ni aguantar mis propios defectos.
Mi cónyuge, hijos y el resto de mis familiares, los miembros del programa, mis amigos y
mis compañeros de trabajo son parte de mi curación y recuperación cuando yo lo permito.
El matrimonio es una fuerza santificadora, tanto en nuestras vidas como en la de nuestros
hijos. Este es el motivo por el que las relaciones de pareja no me llenaban y se quedaban
cortas. Se basaban en la lujuria o en la dependencia. Eran provisionales: la puerta de salida
siempre estaba abierta. Nos engañábamos al privarnos de la necesidad de seguir año tras
año y de perseverar hasta la victoria, la unión verdadera, el amor y el gozo. Además, Dios
no estaba presente.
Mi cónyuge e hijos: son un don de Dios, pese a todos los sufrimientos, para que me pueda
realizar como persona y miembro de la familia humana.
Mi actitud y mi recuperación son la clave. Abren la puerta que conduce a la recuperación
y a la vida espiritual de mi familia y del círculo de las personas a mí allegadas.
La lujuria sólo cede ante el trabajo lento y paciente, del programa en compañía de otros que
hacen lo mismo. Esta es una de las razones por la que necesitamos permanentemente la
fraternidad de la sobriedad. Sus frutos son infinitos y nos proporcionan la auténtica libertad
que siempre hemos anhelado.
En el siguiente texto, un miembro nos cuenta cómo venció la .obsesión que tenía con la
lujuria. Estas sugerencias nos han ayudado a muchos a mantenernos sobrios y nos han
resultado útiles para vencer la lujuria y las tentaciones.
¿Cómo la vencí? No fui yo. Una mujer de AA, después de intervenir en una reunión, me
dijo citando el capítulo quinto de Alcohólicos Anónimos que "Dios podía y lo haría
si lo buscábamos." Así fue como lo conseguí. Permitiéndole a Dios que lo hiciera, ya que
yo no podía. Pero Dios podía y lo haría—y así sucedió—. Pero tuve que asistir a las
reuniones y aprender cosas como esas. "Reuniones, reuniones, reuniones, reuniones." Eso
fue lo que me decían. "Trae el cuerpo." "Trabaja los pasos, trabaja los pasos, trabaja los
pasos." Yendo a las reuniones y trabajando los pasos; de este modo lo logré. Así fue como
aprendí a dejar que la gracia de Dios penetrara en mí y eliminara la obsesión. Paso a relatar
101
las conductas que me ayudaron:
También tenía que dejar de vivir exclusiva y permanentemente encerrado en mí mismo. Eso
era una de las ventajas que proporcionaba el asistir a muchas reuniones. La mayoría de
nosotros vivimos encerrados en nosotros mismos, rara vez estamos en el mundo real.
Al principio, lo único que era capaz de hacer era asistir a las reuniones. Más tarde seguí el
consejo que me habían dado de participar en la mecánica de las mismas: colocar las sillas,
limpiar, ocupar puestos tales como los de encargado de las publicaciones, tesorero o
secretario. El hecho de participar hizo que me sintiera parte integrante de algo, en vez de
estar aparte de todo—mi eterno problema—. Más tarde fui capaz de salir a tomar café,
comencé a tratar a los miembros de forma individual, e inicié el molesto pero necesario
proceso de mejorar relacionándome y abriéndome a otros fuera de las reuniones.
4. Admitir que era impotente. Al comienzo del todo, cuando la compulsión me arrastraba
a la acción, lo único que era capaz de hacer era gritar: "Soy impotente; por favor,
¡ayúdame!" A veces hasta cien veces al día. A medida que comencé a experimentar el
primer paso a fondo, la palabra impotencia se convirtió para mí en la más hermosa del
vocabulario. Todavía lo es. Más tarde descubrí que era impotente frente a mí mismo.
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un Poder Superior a mí me devolviera el sano juicio. Esto preparó el camino hacia la
rendición que más tarde tendría lugar en el paso tercero, y esta rendición consistiría en
ponerme en manos de Dios tal como lo concebimos.
6. Sacar a la luz lo que hay en nuestro inferior. Cuando comencé a ver que, por lo que
parecía, nunca me curaría de la posibilidad de desear con lujuria, me vi obligado a
incorporar los otros pasos a mi vida. Los pasos cuarto y quinto me brindaron la posibilidad
de examinarme críticamente. Esto fue probablemente el cambio de actitud más importante
en el primer periodo de mi recuperación.
Pero tuve que continuar realizando mini inventarios con la lujuria, tal como se sugiere en
los pasos quinto y décimo. Cuando veía que alguna experiencia, imagen, recuerdo, o
pensamiento se apoderaba de mí, tal como a menudo sucedía, lo sacaba a la luz
comentándoselo a otra persona del programa. Los exponía al aire y a la luz del sol. La
lujuria odia la luz y huye de la misma. Ama los escondrijos oscuros de mi ser. Una vez que
permito que se acomode ahí, se reproduce como los hongos. Pero en cuanto la expongo a la
luz, mostrándosela a otro sexólico en recuperación, pierde el poder que sobre mí ejercía. La
luz mata la lujuria. Actuaba así en casos concretos, no con generalidades. A veces
implicaba robarle su tiempo a alguien, pero me purificaba y me mantenía sobrio. Cada vez
que lo hablaba con alguien con actitud de rendición, el poder que esa experiencia o
recuerdo ejercía sobre mí desaparecía. Otro descubrimiento nuevo e importante.
7. Confiar. Cuando ya iba siendo capaz de vivir libre de la lujuria, e iba confiando cada vez
más en el poder de Dios para vencer la obsesión, adquirí la costumbre de comenzar e! día
con una oración en la que, durante ese periodo de veinticuatro horas, ponía mi lujuria y me
ponía a mí misino en las manos de Dios. Esto quería decir que estaba aprendiendo a vivir
sin la lujuria y que quena sinceramente liberarme de la misma. Ahora comienzo el día con
la oración del tercer paso (de Alcohólico Anónimos pág. 41), cambiando algunas palabras
para que se adecúen a mi caso personal. Es más o menos así; "Te niego que me mantengas
sobrio y me protejas de la lujuria hoy, porque solo yo no puedo . . . hoy te ofrezco mi
voluntad y mi vida, para que obres en mí según tus deseos. Libérame de la servidumbre del
ego, para que pueda cumplir mejor tu voluntad. Elimina los obstáculos que haya en mi
camino y haz que mi victoria sobre los mismos sea un testimonio para aquellos que con el
apoyo de tu fortaleza, de tu amor y de la puesta en práctica de tu forma de vida, reciban mi
ayuda. Concédeme hoy lo que necesite. Hágase tu voluntad y no la mía."
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esos documentos fundacionales del programa de los doce pasos. Muchos de nosotros
descubrimos que trabajar los principios descritos en nuestras publicaciones ensancha el
horizonte de nuestra sobriedad y es muy útil. Al utilizarlos aprovechando la soledad y el
recogimiento de nuestros momentos de tranquilidad, enriquecemos la visión que tenemos
de nosotros mismos y de nuestra recuperación, de acuerdo con nuestra realidad y
circunstancias.
9. Trabajar los otros defectos. Descubrí para mi sorpresa que la lujuria no era mi
problema fundamental. Era sólo un síntoma más de, mi enfermedad espiritual
subyacente—mis actitudes enfermizas—. La lujuria era sólo una manifestación más de
esta enorme fuerza negativa que yacía en mi interior y que trataba de irrumpir de la forma
que fuera. Tan pronto como la lujuria comenzaba a disminuir, aparecía el resentimiento.
Más tarde el miedo. Después el espíritu crítico y de condena. Era como intentar taponar el
agujero de una presa. Mientras tratas de tapar una grieta, se abre una nueva en otro lugar,
porque hay una masa enorme de agua tras la presa, y la presión que ejerce hará que se
desborde por el punto más débil.
Esta masa enorme de agua es mi lado destructivo y negativo. Y el grado en el que puedo
conectar con la fuer/a positiva (Dios) revela la medida en la que estoy desconectado de la
parte negativa en cualquiera de sus formas. Gracias a Dios, hoy soy libre y capaz de decidir
qué es lo que quiero.
La consecuencia más positiva de tener que trabajar mis defectos para liberarme de la
obsesión con la lujuria es la posibilidad de conectar finalmente con la vida. Pero no puedo
liberarme de una obsesión mientras estoy ebrio de otra. No puedo estar libre de la lujuria
mientras me encuentro borracho de resentimientos, etcétera....
Asistí a reuniones de estudio de los pasos para conocer los métodos que otros utilizaban
para superar sus defectos. Me dijeron que una de las mejores formas de cortar de raíz los
resentimientos es rezar por la persona a la que guardo rencor. Pide para ellos lo que quieres
para ti, me recomendaron. ¡Me dio resultado! La primera persona que me ayudó a adquirir
la sobriedad fue objeto de innumerables oraciones diarias. Al parecer no le beneficiaron
mucho (¿quién sabe?), pero a mí me impidieron caer en la trampa del resentimiento.
10. Aprender a dar en vez de recibir. Esta técnica también daba buenos resultados con la
lujuria. Cuando captaba una imagen apetecible de refilón, en vez de dejarme llevar por el
impulso que me arrastraba a mirar y beber, rezaba por esa persona y continuaba mi
camino sin mirarla. Podía ser un simple: "Dios la bendiga y le proporcione lo que necesite."
O dependiendo de la intensidad del estímulo lujurioso, podía ser más ferviente: "Dios la
bendiga y le ayude; hágase Su voluntad en su vida."
Comencé a hacer lo mismo con las modelos de los anuncios que ejercían un poder
semejante sobre mí. Cuando actúo de esta forma, me siento mejor y recibo algo que es
limpio, fuerte, libre y bueno. De alguna manera, me convierto en un canal transmisor del
bien, en vez de abrirle un conducto a la lujuria a través del cual penetre el mal. El grado en
el que bebo de esa imagen indica en qué medida soy esclavo de la misma; la medida en la
que doy de mí a otro es la medida en la que me libero de su poder. Además, resulta mucho
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más fácil conseguir la victoria dando que intentándolo a través del fastidioso y mortificante
recurso a la fuerza de voluntad.
Haz la prueba alguna vez: no puedes desear con lujuria a alguien por quien rezas de este
modo. He aquí una experiencia tal como la relata un miembro femenino:
Esta acción puede servir para enmendar de forma indirecta los daños causados a todos los
objetos anónimos de mi lujuria y de mis actos sexuales—esos extraños a los que ayudé a
consolidar su forma de vida destructiva—. Parece ser una ley natural del universo: recibo
en la medida que doy.
11. Elegir un padrino de SA. Necesitaba a alguien que tuviera una visión de mí más
objetiva que la que yo tenía, aunque esa persona tuviera también sus defectos. (Cada vez
que me decidía por un padrino encontraba que tenía defectos lo suficientemente grandes
como para justificar mi rechazo si hubiera querido buscar una excusa). Lo que me daba
mejor resultado era pedir ayuda y seguir sus instrucciones. Establecimos un contacto
regular y hacía lo que me decía. Esto me transformó en una persona dispuesta a aprender y
me evitó muchos sufrimientos y pérdida de tiempo.
Bill W. de AA solía decir que el paso duodécimo "exige poco dinero y mucho tiempo."
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Descubrí que estar dispuesto a emplear una fracción del tiempo y del dinero que había
empleado en mi adicción, en transmitir el mensaje de recuperación, me ayudaba a
mantenerme sobrio. Cuando doy desinteresadamente así de mi tiempo y de Jo que tengo,
recibo el valiosísimo don de la liberación de la lujuria, además de alegría y serenidad. En el
transcurso de este proceso, he dado los primeros pasos vacilantes e inseguros en el
aprendizaje de cómo amar a otro ser humano. No podía pedir mejor recompensa.
La gente del programa me enseñó que los pensamientos correctos nunca producen las
acciones adecuadas, pero que si realizo las acciones correspondientes, los pensamientos y
los sentimientos adecuados vienen a continuación. Durante mi sobriedad sexual descubrí
que sólo me sentía inclinado a tocar a mi esposa de forma sensual, erótica o sexual. Nunca
la había tocado como persona, de forma espiritual, podríamos decir. Pero me di cuenta que
si realizaba la acción de tocarla como persona, el deseo de hacerlo se producía a
continuación. Nunca podré olvidar la primera vez cuando, ya sobrio, después de todo ese
caos y de una separación horrible, un día fui capaz de mirarle a los ojos, de extender la
mano, tocarle el brazo y darle las gracias. ¡De qué manera esa conexión hizo fluir la fuerza
del amor! Después de haber realizado esa acción los ojos se me llenaron de lágrimas.
En otra ocasión, mi esposa había preparado sopa, pero las emociones negativas se habían
apoderado de mí y me dirigía hacia la puerta, sin saber adónde iría a continuación. Me
detuve el tiempo suficiente para llamar a mi padrino que me recordó bruscamente que era
domingo y que estaba ocupado (ninguno de mis padrinos pretendieron ser santos). En diez
segundos identificó el "problema" (obsesión conmigo mismo) y después de decirme-
"Siéntate y tómate la sopa", me colgó el teléfono. Me senté sin pensarlo, mecánicamente, y
tomé la sopa que ella me había preparado. El ansia temblé de tener que salir corriendo
desapareció. Llevé a cabo la acción, y los sentimientos surgieron a continuación. La
oportunidad más grande de practicar el amor no es en las reuniones, sino en el hogar. Ese es
el lugar en el que me resulta más difícil. Es mucho más fácil para mí rezar por las
prostitutas y los otros miembros de SA que realizar actos de amor para con mi esposa e
hijos. Pero tengo que hacerlo si quiero dar el salto a la vida. ¡Y yo quiero vivir!
Otro acto de amor que produce resultados sorprendentes es el de rezar por mi esposa; pedir
para ella lo mejor. Está relacionado con uno de los temas antes citados, el de la práctica de
dar en vez de la de tomar. Desde que limité mis actividades sexuales a las relaciones con mi
esposa, descubrí, al redactar mi inventario, que mi dependencia de ella era enfermiza. En
consecuencia, para poder eliminar dicha dependencia, me abstuve con su consentimiento de
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toda actividad sexual con ella durante un período de tiempo considerable.
Más tarde, llegué a la conclusión de que tenía que estar dispuesto a prescindir por completo
de actividades sexuales mientras mi dependencia estuviera todavía afectada por alguna
forma de "intercambio de afecto por sexo." "Con esposa o sin esposa, sencillamente no
dejamos de beber mientras antepongamos la dependencia de otras personas a la
dependencia de Dios." (Alcohólicos Anónimos, pág. 61).
Por lo tanto, cada vez que experimentaba algún sentimiento negativo hacía mi esposa,
rezaba por ella. Lo hacía aunque no me apeteciera. Me daba muy buenos resultados. Tengo
que estar siempre dispuesto a renunciar al resentimiento y a perdonar. Para casos como
éste, los pasos sexto y séptimo me vienen como anillo al dedo.
15. Reconocer y satisfacer mi sed de Dios. A medida que adquiría un nuevo estado de
consciencia, comencé a presentir que mi impulso más importante no era ni hacia el sexo, ni
el de acaparar poder, ni hacia cualquier otra cosa que se me ocurriera, sino mi sed
espiritual—el ansia de Dios, mi necesidad del mismo Dios—. Al parecer, lo que busco en
estas borracheras visuales de lujuria mientras camino por las fascinantes avenidas del
mundo es un contacto, una Conexión. Lo que quiero en realidad es establecer el gran
Contacto con la Fuente de mi vida. Y para mí como enfermo, la Mujer es la fuente de mi
vida, mi dios. La lujuria me engaña y me hace creer que no puedo vivir sin ella, cuando en
realidad lo que no puedo es vivir sin Dios.
Así, otra técnica que uso y que me da muy buenos resultados en el momento de la tentación
es pedir—antes de volver la cabeza y beber—"Sea lo que sea lo que busco ahora,
permíteme encontrarlo en Ti." Cada vez que una persona me atrae, repito una y otra vez
esta oración. Me da muy buenos resultados. ¿Hay acaso otro modo mejor de practicar el
paso undécimo?
Este principio de sustituir las tentaciones por la oración da buenos resultados con todas mis
emociones negativas. La presencia divina penetra en el lugar que la lujuria, el
resentimiento, el miedo o el juzgar a otro ocupaban en mi mente y lo llena. Substituyo lo
irreal por lo Real. Recurro a Dios en esas situaciones. Cerrar los ojos me ayuda.
16. Expulsar la lujuria y las tentaciones de mi interior. Hay ciertas épocas en las que me
da la impresión de que camino a través de un campo de minas, con todo tipo de caigas
explotando a mi alrededor. Su severidad y persistencia hacía que me preguntara si no estaba
sufriendo un ataque. En ocasiones semejantes he llegado al extremo de expulsarlas
oralmente de mi interior, como si se traías de una presencia maligna y extraña, y
recurriendo, no a mi propio poder o autoridad, sino al de mi Poder Superior. No estoy
seguro de comprenderlo, y tampoco le doy demasiada importancia, pero me ha dado buenos
resultados, especialmente cuando me daba la impresión que estaba a merced de los
acontecimientos. Más tarde, en el transcurso de los años, he oído a otros miembros contar
experiencias semejantes.
17. Buscar refugio en Dios. Invoco a menudo la presencia de Dios para protegerme, a
modo de escudo, de mi propia lujuria o emociones, o de la lujuria o emociones de los
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demás. Tan pronto como me siento abrumado o veo la imagen de refilón y me entran
deseos de volver la cabeza y beber, digo: "Recurro a tu presencia para protegerme de mi
lujuria (o de lo que sea)." Pero, ¡tengo que ser yo el que sujete y levante ese escudo! Tengo
que acudir a Dios en búsqueda de protección.
Otro mensaje que le envié hoy, después de algunos años de sobriedad, es, más o menos:
"Rechazo esta lujuria (u otra emoción o actitud negativa); quiero que tú te hagas cargo de
ella." Cada vez que lo hago, da buenos resultados, pero primero tengo que renunciar a la
misma.
18. Mirar a la lujuria a los ojos. Estoy aprendiendo una forma nueva de resistir a las
tentaciones que sufro durante el día para evitar que reaparezcan y me ataquen mientras
duermo. He observado que a veces puedo, durante el día, en vez de renunciar de verdad a
la lujuria, recurrir a la fuerza de voluntad para arrinconarla en algún lugar fuera de mi vista.
A veces, después de haber hecho esto, la lujuria regresa en forma de sueños eróticos y lo
hace de un modo tal, que me daba cuenta perfecta de que podía sucumbir a la adicción en
sueños, sin necesidad de tocarme p:n;i nada, y sabiendo que tenía la opción y la libertad de
no hacerlo. ¡Llama la atención lo poderosas y terribles son esas tentaciones! Estoy tan harto
de verme en situaciones límites, que he decidido tomar medidas preventivas. Antes de irme
a dormir, repaso de forma deliberada todas las tentaciones con que la lujuria me asedió
durante el día, y miro a las personas de frente. Expongo cada persona a la luz, ante Dios, y
en actitud de rendición, admiró mi impotencia ante la lujuria. Digo: "Conoces mi corazón,
curanto deseo sumergirme en la lujuria. A ti te la entrego. Ven y vencí1 a mi lujuria. La
rechazo, no quiero tener ninguna relación con ella —sea consciente o inconscientemente—.
Quiero que tú te hago cargo de ella. Por favor, ayúdame a mantenerme sobrio de toda mi
lujuria esta noche." A menudo añado una oración por la persona objeto de la tentación,
saliendo de mí mismo en actitud de dar. Es mi forma de mantenerme puro a nivel
inconsciente. Es la Comía en la que supero el miedo a la caída durante el sueño.
Resumen
Estas diferentes formas de combatir la lujuria requieren práctica, pero son muy eficaces.
Para programarme a mí mismo para la lujuria me hicieron falta muchos años. Descubrí que
lleva tiempo interrumpir esta programación y programarme a mí mismo para la realidad.
Cuando recurría a las técnicas citadas, me sentía artificial y forzado. No quería hacerlo; no
me sentía bien. Trato de no confiar nunca más en esos sentimientos enfermizos; ellos son
los responsables de que esté hoy aquí, de que me encuentre en esta situación.
Tomar algunas de estas medidas era como matar una parte de mi ser, ya que iban contra mis
inclinaciones naturales. Pero descubrí que lo que necesitaba para alcanzar la libertad era
declararle la guerra a mi forma antigua de pensar y de obrar. Tenía que llevar a cabo una
serie de acciones, me apeteciera o no.
Me conviene tener siempre presente que no es la persona que está fuera la causante de mi
lujuria y de mi malestar; soy yo. Esto trae a colación otro tema. La lujuria de la que quiero
estar sobrio es la mía. Yo la convertí en lo que es. Soy adicto a la lujuria. Del mismo modo,
108
soy una persona resentida e iracunda, una persona que juzga y condena, una persona
miedosa. No existe cura para mí si niego, evado o tapo mis defectos. "Los secretos son la
medida de mi enfermedad."
Por otra parte, puedo vivir libre del poder que estos defectos ejercen sobre mí, si recurro a
Dios en vez de a estas emociones negativas. De esta forma obtengo una tregua día a día,
hora a hora, de esa prisión que es la lujuria, etc., siempre que mi actitud sea la correcta. Y
lo es si trabajo los pasos y las tradiciones y voy a las reuniones, a muchas reuniones.
La lista de sugerencias que te ofrecemos para vencer la lujuria siempre estará incompleta,
tan incompleta como la lista de experiencias que recogemos en este libro. Cada persona que
se mantiene sobria, a medida que su recuperación se enriquece, añadirá a esta lista, en la
que se refleja nuestra experiencia colectiva, aquello que le ha resultado útil. Nuestras vidas,
tal cual son, son el verdadero libro, "conocido y leído por todos los nombres." A medida
que el tiempo transcurre, descubrimos más cosas, y todo mejora. Ésta es la gran aventura de
la recuperación de la adicción al sexo.
Nos damos cuenta -de lo poco que sabemos. Dios constantemente nos revelará más, a ti y a
nosotros. Pídele a Él en tu meditación por la mañana, que te inspire lo que puedes hacer ese
día por el que todavía está enfermo. Recibirás la respuesta si tus propios asuntos están en
orden. Pero, obviamente, no se puede transmitir algo que no se tiene. Ocúpate, pues, de que
tu relación con Él ande bien y grandes acontecimientos te sucederán a ti y a infinidad de
otros. Esta es para nosotros la Gran Realidad.
Entrégate a Dios, tal como tú Lo concibes. Admite tus faltas ante Él y ante tus semejantes.
Limpia de escombros tu pasado. Da con largueza de lo que has encontrado y únete a
nosotros. Estaremos contigo en la Fraternidad del Espíritu, y seguramente te encontrarás
con algunos de nosotros cuando vayas por el Camino del Destino Feliz.
109
Que Dios te bendiga y conserve hasta entonces.
(Alcohólicos Anónimos, pág. 97)
TERCERA PARTE
Cómo fundar un grupo Cómo son las reuniones Definición de sobriedad sexual
La Fraternidad de la Sobriedad
Recibir una parte de una herencia terrenal significa reducir la parte que correspondería a los
otros herederos. En la herencia de la [fraternidad], por el contrario, los bienes de cada uno
aumentan los de los demás.
En este tipo de herencias, una persona puede querer y hacer todo lo posible por obtener la
parte que le corresponde sin perjudicar egoístamente a nadie; rechazar nuestra parte, pues,
sería privar a los demás de una porción que es de ellos.
La parte verdadera... no es lo que te guardas para ti, sino lo que pones a disposición de los
demás.
Cada uno de nosotros es algo que no es otro, y por tanto sabe algo—incluso aunque no sea
consciente de ello—que no sabe nadie más. Es asunto de todos. . . como herederos de todo,
ofrecer nuestra parte a los demás; ya que somos una familia, con Dios a la cabeza y en el
centro de la misma. . .
El Grupo
General
110
1. Buscamos un lugar de reunión semanal y decidimos cuándo nos reuniremos. Al principio
puede ser en una casa o en una oficina donde el anonimato y la confidencialidad estén
__ garantizados. Muchas iglesias están dispuestas a facilitarnos sus locales. Podemos
preguntar en las iglesias y en otros lugares donde se reúnan otros programas de doce pasos.
Suelen admitir a otros grupos. Consulta a la oficina de SA.
El Secretario
Debe disfrutar de una sobriedad sexual satisfactoria. El tiempo mínimo de sobriedad que se
le exija debe acordarlo el grupo. Se hace cargo de la secretaría durante un período de seis
meses o un año, aunque debemos de recordar que cada grupo es autónomo y puede celebrar
elecciones cuando sus miembros lo decidan. Lo mejor es que sea rotatorio. Las
responsabilidades del secretario son las siguientes:
4. Está en contacto con los grupos cercanos y con SA en su conjunto. Informa cuándo y
dónde se celebrarán las convenciones de SA.
7. Convoca las reuniones de trabajo u otras reuniones en las que se expresa la Conciencia
del grupo.
111
actividades del grupo.
El Tesorero
2: Lleva la contabilidad de los gastos e ingresos del grupo e informa del estado de la misma
en las reuniones de trabajo.
3. Cuando lo decide el grupo, envía las aportaciones regulares a la oficina central. Allí ese
dinero será utilizado para pagar los gastos ocasionados por los servicios nacionales e
internacionales. La fraternidad ha desarrollado un método de financiación de las actividades
del servicio mundial que nos está dando muy buenos resultados. Los grupos, sea en cada
reunión, sea cada cierto tiempo, pasan la bolsa una vez más, y el importe de esta
segunda colecta se destina íntegramente a la oficina central de SA. Algunos grupos
acostumbran a reservar para la misma un tanto por ciento del dinero que les sobra, después
de haber hecho frente a todos los gastos del grupo. Rogamos a todos los grupos que
contribuyan económicamente de la forma que ellos consideren conveniente a las
tareas de la expansión mundial del paso duodécimo. Esas aportaciones permiten que la
oficina central pueda funcionar. El sostenimiento económico de SA corre a nuestra cuenta.
4. En los Estados Unidos todas las aportaciones individuales son deducibles de los
impuestos, ya que SA está inscrita como asociación sin ánimo de lucro. En los demás
países dependerá de la legislación vigente.
El Comité de Dirección
112
ocupa de asegurar su buen funcionamiento.
Otras Responsabilidades
Algunos grupos disponen de comités que se encargan de los preparativos para la reunión,
de los refrescos y el café, y de la limpieza. A otros grupos les basta con tener un secretario
y un tesorero. Los miembros del grupo estudian qué tipo de estructura necesitan y toman
decisiones al respecto.
Las Reuniones
En principio, se sugiere que en las reuniones de SA sólo se permita la entrada a los que
quieran interrumpir sus comportamientos y pensamientos sexuales autodestructivos. "El
único requisito para ser miembro de SA es el deseo de liberarse de la lujuria y de alcanzar
la sobriedad sexual." (Tercera tradición).
Hay cientos de miles de personas que tienen todo tipo de problemas sexuales y
matrimoniales. Es posible que muchos quieran un grupo de apoyo, pero no la sobriedad
sexual de SA, y algunos pueden estar más interesados en cambiar SA que en cambiarse a sí
mismos. El que las reuniones sean "cerradas" (sólo para sexólicos) protege a los miembros
de la presencia de curiosos o de personas poco sinceras. Al mismo tiempo, somos
conscientes de que el deseo de alcanzar la sobriedad puede presentarse mezclado con
deseos de otro tipo y que puede aumentar con el tiempo y a medida que se incrementa
nuestra participación en la fraternidad.
El orden de las reuniones está incluido en esta guía. La duración de las mismas es
normalmente de hora y media. Es conveniente que comiencen con puntualidad. Demostrar
responsabilidad en esto contribuye a consolidar nuestra recuperación. Tener en cuenta el
bien del grupo redunda en beneficio de cada uno de sus miembros.
Tipos de Reuniones
• Reuniones de participación general en las cuales todos los asistentes tienen la posibilidad
de intervenir.
• Reuniones de orador. Después del preámbulo habitual, uno, dos o tres miembros sobrios
113
relatan sus experiencias, siguiendo el modelo de "cómo era antes nuestra vida, qué nos
sucedió y cómo es ahora." Los oradores son sexólicos y miembros de SA con un
considerable período de sobriedad sexual. Recomendamos que no se utilicen notas o
discursos preparados de antemano. La experiencia nos enseña-que es mejor hablar de
nuestras vivencias y de nuestra realidad con el corazón en la mano. Es mucho más que
hablar, es abrirnos a los demás y comunicarles lo que hay en nuestro interior. Sólo podemos
dar testimonio de la verdad de nuestra experiencia. No permitimos a los no sexólicos hablar
en las reuniones de SA.
En los grupos nuevos a veces se plantea si las reuniones debieran ser mixtas, con
participación en las mismas tanto de hombres como de mujeres. También, aunque con
menos frecuencia, se debate la conveniencia de reunir a personas de diferente orientación
sexual, o la de mezclar solteros y casados. Es comprensible que algunos nos sintamos en un
principio incómodo en las reuniones mixtas. El sexolismo es una conexión falsa con el
espíritu y el cuerpo de otros. Para algunos, los objetos de nuestra lujuria o de nuestros
resentimientos estaban sentados a nuestro lado y podíamos beber de ellos y embriagarnos
en un abrir y cerrar de ojos. (Por ese motivo evitamos llevar a las reuniones cierto tipo de
prendas, por consideración hacia los demás).
Pero tenemos cierta tendencia a pasar por alto que la droga no está "en el exterior", en las
otras personas, sino en el interior de nuestros corazones y de nuestra mente. Es este hecho
el que hace que nuestro programa sea un programa que hemos de vivir en todo lugar y
momento, con independencia de si estamos en una reunión, en la calle, o en nuestra
habitación rezando. Nuestro problema es la lujuria, la dependencia enfermiza y las actitudes
generadas por nuestros defectos. ¿Qué mejor lugar para tratar de vencer la tentación que en
el santuario de una reunión donde dichas tentaciones puedan presentarse? Es aquí donde
podemos exponer la tentación a la luz, hablar de ella, y tratar de eliminarla sin necesidad de
ceder a la lujuria, convertir a los demás en objetos sexuales, o caer en la dependencia, la ira
o la rebelión. Las reuniones son el crisol en el que nuestra recuperación se pone a prueba y
se purifica.
114
Conviene que veamos el problema y la recuperación desde otros puntos de vista. Por
ejemplo, pasado el susto inicial producido por la aparición de una mujer en una reunión
exclusiva de hombres, éstos normalmente comentan lo positiva que les ha resultado la
experiencia, y suelen añadir que prefieren que en el futuro sea siempre así. De la misma
forma, cuando las mujeres pierden el miedo a esas situaciones, también ellas reconocen lo
valiosas que son las reuniones mixtas. Todos tenemos el mismo problema. Cuando con una
actitud de rendición exponemos nuestros pensamientos e intenciones, vemos lo mucho que
nos une a los demás miembros. Nuestro problema no es sexual, es espiritual. Nos vemos
reflejados en los sentimientos de los demás: en la culpa, la vergüenza, el remordimiento, la
soledad, los resentimientos, la ira, la cólera, el miedo. . . . Por otra parte, evitamos que la
forma en la que describimos nuestras conductas pueda excitar a otros. Dado que somos
hipersensibles en todo lo relacionado con la lujuria, ésta puede dispararse hasta grados
increíbles de forma insospechada. Por este motivo, si vemos que las descripciones nos
resultan demasiado gráficas o provocativas, podemos levantar la mano en silencio. Las
reuniones no son el lugar más adecuado para ampliar nuestros horizontes sexuales.
Después de la incomodidad inicial, los miembros terminan por ver las ventajas. La mayoría
de los que acuden a SA lo hacen para liberarse de la lujuria y alcanzar la sobriedad. Cuando
nos une este compromiso común con la sobriedad y la recuperación, cualquier malestar que
pueda surgir tiene solución. Este proceso es parte indispensable de nuestra recuperación,
libertad y desarrollo espiritual.
El impulso hacia la vida que brota de nuestra recuperación producto de los doce pasos es el
que nos lleva a transmitir dicho mensaje a otros sexólicos. Los contactos los realizamos en
nuestra vida cotidiana, donde vivimos y trabajamos. La Oficina Central nos proporciona los
nombres de las personas de nuestra área que les llaman o escriben pidiendo ayuda. Estos
son los contactos más idóneos, a la espera de un encuentro personal en el que se les hable
por primera vez de la sobriedad sexual. La Oficina Central pone a disposición de todos los
grupos que lo pidan las experiencias de otros grupos que hayan atravesado dificultades
semejantes. (Véase el artículo "La publicidad y el paso duodécimo" en Descubriendo los
principios).
Muchos grupos utilizan el siguiente procedimiento: antes de que los interesados asistan a la
primera reunión, uno o más miembros sobrios hablan con ellos por teléfono o, si resulta
posible, los ven en persona. Si se trata de una mujer, es mejor que esté presente una mujer
de SA, y si es un hombre, que haya otro. Es conveniente que les contemos nuestras
experiencias, ya que esto les anima a que hablen de las suyas. Una vez que lo hacen, ellos
(y nosotros) pueden decir si se ven reflejados en nosotros y si desean recuperarse. Conviene
que les proporcionemos el folleto de SA y que les contemos nuestras experiencias.
Siempre que las circunstancias nos lo aconsejen, les podemos formular algunas preguntas
como: (a)"¿Por qué acudes a SA en búsqueda de ayuda?" (b)"¿Qué esperas de SA?"
(c)"¿Estás dispuesto a alcanzar la sobriedad sexual?" (Si es necesario les leemos "¿Qué son
los sexólicos y qué es la sobriedad sexual?" y "La definición de sobriedad sexual").
115
(d)"¿Qué conductas quieres interrumpirla" (e)"¿Estás aquí por algún motivo que no sea el
de tu recuperación personal?" En más de una ocasión hemos visto necesario preguntar a
nuestro interlocutor si tenía alguna relación con los medios de comunicación.
La experiencia nos enseña que las personas que son contrarias a nuestro concepto de
sobriedad sexual pueden causar divisiones y problemas. Somos conscientes, sin embargo,
que el deseo de sobriedad se puede producir por fases y aumentar paulatinamente. Tratemos
a los recién llegados de la forma en la que nos gustarían que nos trataran si estuviéramos en
su lugar. La mejor presentación de SA que podemos hacer es contar nuestras experiencias:
cómo era nuestra vida antes, qué sucedió y cómo es ahora. De esta forma, tras escucharnos
e informarse, estarán en mejores condiciones de decir si aceptan lo que les que ofrecemos.
(Véase el artículo "¿Qué podemos decirles a los recién llegados que tienen pareja?" en
Descubriendo los principios)
Algunas Recomendaciones
116
es una de las mejores formas de contactar con los sexólicos que buscan ayuda.
5. Recomendamos que se fume fuera del espacio reservado para las reuniones. Aumenta
sin cesar la cantidad de no fumadores, y algunos miembros tienen problemas de salud
relacionados con el humo del tabaco. En los demás grupos se lleva acabo cada vez más esta
política cada guipo de SA es autónomo y debe pronunciarse al respecto. Sin embargo, si se
sienta un precedente desde un principio, tal como lo han hecho la mayoría de los grupos de
SA, si- reducen las posibilidades de que este asunto desemboque en polémica.
Tanto las personas que ocupan puestos de servicio en el guipo como los restantes miembros
pueden convocar reuniones de trabajo (la reunión en la que se expresa la conciencia del
grupo) para lomar decisiones sobre asuntos relacionados con el mismo: la elección de
miembros a los puestos de servicio, su duración en ellos, el tiempo de sobriedad exigido
para ocuparlos, y otros asuntos que afecten al grupo en sí o en sus relaciones con otros
grupos o con SA como colectivo.
En las reuniones de trabajo se decide cuál es el tiempo mínimo de sobriedad sexual exigido
para votar en las mismas. (Véanse los artículos "Reuniones en las que se manifiesta la
conciencia del grupo y las doce tradiciones" y "¿Qué es una reunión en la que se expresa la
conciencia del grupo?" en Descubriendo los principios)
Actos de SA
La fraternidad de Sexólicos Anónimos celebra cada vez más convenciones y actos a nivel
regional, nacional e internacional, cuya duración mínima es de un día y la máxima de todo
un fin de semana. Los patronizan los grupos locales o las áreas y se anuncian en el Essay.
Son experiencias inolvidables. En ellos nos encontramos otra vez con nuestros viejos
amigos y conocemos a otros nuevos. Volvemos a experimentar lo que es la alegría y
pasamos un rato agradable junto. Nuestra recuperación se consolida y profundiza. Los
problemas, sean personales o locales, adquieren un cariz diferente cuando los
contemplamos desde la perspectiva que ofrece una mayor experiencia. Salimos
fortalecidos. Aprendemos a conocer mejor lo que queremos, aumenta nuestra comprensión
de nosotros mismos y de los demás, y surge un vínculo aún mayor de amor, de unidad y de
gozo entre nosotros. Percibimos mejor que nunca el amor y la protección de Aquel que nos
guía y nos cuida.
Sexólicos Anónimos financia sus actividades a nivel de grupo, a nivel nacional y a nivel
internacional. No aceptamos dinero ni donaciones de personas u organizaciones ajenas.
Asumir la responsabilidad financiera es parte integrante de asumir la responsabilidad de
nuestra recuperación. La séptima tradición, que también ha resistido la prueba del tiempo,
nos ha dado resultados inmejorables: "El sostenimiento económico de cada grupo corre a
cuenta del mismo. Nos negamos a recibir contribuciones exteriores." Los donativos de los
miembros y de los grupos constituyen la base del sostenimiento económico de los servicios
117
mundiales de la Oficina Central de SA, a lo que hay que añadir los ingresos procedentes de
la venta de libros y otras publicaciones de SA.
Rogamos a todos los grupos que contribuyan económicamente de la forma que ellos crean
conveniente a las tareas de la expansión mundial del paso duodécimo. La oficina central,
cada vez mejor equipada y en mejores condiciones de hacerse cargo del creciente volumen
de correspondencia y de llamadas telefónicas, dispone de varios empleados a sueldo para
realizar los trabajos de secretaría y otros servicios en sus oficinas de Nashville en el estado
de Tennessee. Los balances de gastos e ingresos se publican en el Essay y además se
facilitan a quien los solicite.
En los Estados Unidos todas las aportaciones individuales que se hagan son deducibles de
los impuestos, ya que SA está inscrita como organización sin ánimo de lucro. En los demás
países dependerá de la legislación vigente.
"Cuando vengo al grupo no tengo más remedio que mirar de frente a la enfermedad, sea en
mis primeros contactos con otros miembros, sea en las sucesivas reuniones a las que acudo.
Pero hay partes de la misma que siguen escondidas en una gruta profunda que hay en mi
interior y me da miedo que alguien las vea y, pasado el tiempo, infectan el resto del
organismo. Como consecuencia, me veo obligado a deshacerme de ellas. El problema
básico es el de evitar que la enfermedad penetre en ese rincón oscuro. "
Con estas palabras un miembro trata de describir lo que sucede en nuestras reuniones. El
problema lo constituyen aquellos aspectos de nosotros que nuestra vista, por sí misma, es
incapaz de captar; esto nos pasa a todos. Como consecuencia, se nos plantea la cuestión de
cómo enfocar tanto nuestro programa particular, como el funcionamiento de las reuniones y
del grupo, para que todos podamos "caminar bajo la luz." Veamos a continuación una serie
de puntos que nos han producido resultados muy satisfactorios:
2. No imponemos la uniformidad. No recetamos una fórmula con la que dar los pasos ni
obligamos a que se copie el procedimiento utilizado por otros miembros. Los trabajamos a
nuestra manera y a nuestro ritmo; "vivimos y dejamos vivir en paz" a los demás. Pero no
olvidamos lo necesarios y útiles que son.
118
3. Contamos la parte de nuestras experiencias de la que no queremos hablar. Esto sería muy
diferente a un hipotético "sexálogo" en el que narráramos nuestras experiencias sexuales.
Es sinceridad rigurosa sobre cada aspecto de nuestras vidas. Cada vez que relatamos
nuestras vidas o hablamos en una reunión, armamos de una forma nueva y diferente ese
rompecabezas que es nuestra vida.
5. Practicamos de forma continua los principios de los doce pasos y de las doce
tradiciones, antes que nada en nuestras vidas, pero también en la fraternidad.
"Puedo señalarte tus defectos sin identificarme, pero si actúo así, no veo los míos y puedo
ofenderte. Pero cuando lo hago contándote experiencias mías semejantes, es
diferente, puesto que te muestro mi verdadero ser."
8. Abrimos brecha con nuestras debilidades. Se crea una atmósfera muy atractiva en las
reuniones cuando alguien habla con "inocencia", transparencia y se muestra tal como es.
Puede que incluso se trate de un recién llegado y esto será lo más probable. Éste es el
motivo por el que los necesitamos, para que nos ayuden a conservar la sinceridad. Nos
exponemos a correr riesgos y hablamos con sinceridad sobre nosotros, por muy dolorosa
que será la verdad. Mostramos nuestras debilidades porque es ahí donde duele, y esto se
transforma en el punto di-identificación con los demás, en el verdadero puente de unión.
Una vez que ese rayo de luz brilla en la reunión, la acogida que encuentra es muy calurosa.
La sinceridad es contagiosa.
119
Cuando las reuniones se llevan de forma desorganizada, la confusión y el escepticismo se
apoderan de los asistentes. Los miembros comienzan a pensar que el secretario, el
moderador o los demás se desentienden, que no se consideran parte integrante del grupo. Si
nuestros asuntos no nos preocupan, me resulta imposible sentirme parte del mismo. ¿Cómo
voy a sentirme parte de algo que es totalmente imprevisible e incoherente? El sentimiento
de distancia y de aislamiento se apodera de nosotros, lo que es muy peligroso para nuestra
supervivencia.
Directrices
Nos puede venir muy bien seguir las directrices no escritas que tanto han contribuido al
éxito de otros programas de doce pasos y que tan importantes han sido para el nuestro:
1. Los moderadores de las reuniones son servidores. No "mandan" en la reunión, sino que
posibilitan el que ésta se pueda celebrar. Un error muy extendido entre los que ignoran el
funcionamiento de las reuniones de los grupos de doce pasos es creer que deben añadir
comentarios a lo que se dice o "ayudar" proporcionando Ha "solución."
3. La mayor parte de los grupos disponen de un conjunto de textos que se leen en cada
reunión, y añaden otros según las circunstancias. La lista de textos recomendados de entre
los que solemos escoger aparece en la "Estructura sugerida para las reuniones."
Utilizamos sólo textos oficiales de SA y de AA, tanto en las reuniones como en la
distribución de libros y folletos.
120
que alguien ha dicho, lo hago en términos de mi experiencia. "Hablo sólo por mí mismo,
pero cuando hice tal cosa, me sucedió tal otra." • No nos excedemos en el análisis de las
causas de nuestro comportamiento y actitudes. Si nos maltratan >n cuando éramos
pequeños, poco a poco aprendemos a enfrentarnos a ello y a reconocerlo, aceptarlo y
perdonarlo. Mostramos a través de nuestras palabras que somos responsables de nuestras
actitudes y acciones, y que estamos dispuestos a asumir la responsabilidad de nuestra vida
y recuperación.
• Al hablar, en lugar de exhibir nuestro conocimiento y capacidad de análisis,
mostramos nuestras debilidades y nos entregamos a los demás.
• Evitamos la política, el dogma religioso y otros temas que se presten a la controversia.
Evitamos también las descripciones sexuales explícitas y el lenguaje grosero relacionado
con el sexo.
• No utilizamos las reuniones para desahogarnos, compadecernos de nosotros mismos y
echar las culpas a los demás.
• No hacemos el inventario de los demás; mostramos y corregimos nuestros defectos, no los
del prójimo.
Cuando hablamos, lo hacemos refiriéndonos a nuestras experiencias.
• Hablamos sinceramente de nuestra situación actual. Nos esforzamos en mostrar nuestro
interior, cada vez más sinceramente, informando a los demás de nuestro estado, progresos y
retrocesos, al margen del tiempo de sobriedad que tengamos en nuestro haber.
• Abrimos brecha hablando de nuestras debilidades y nos arriesgamos a mostrar nuestro
interior.
•Al asistir a las reuniones con puntualidad y al intervenir con regularidad, estamos
dando de nosotros a los demás miembros del grupo. Corno contrapartida, nuestro grado de
recuperación amurilla.
La tercera tradición dice que "el único requisito para ser miembro es el deseo de liberarse
de la lujuria y de alcanzar la sobriedad sexual." Al conocer este requisito, podríamos pensar
que la sobriedad sexual es un concepto relativo que nosotros mismos definimos. A primera
vista puede parecer una idea atractiva y hasta democrática. Sin embargo, creemos que no es
así.
Nuestras justificaciones son muy ingeniosas. En el pasudo tratábamos de ver cómo nos iba
si nos limitábamos exclusivamente a la masturbación o a las relaciones con sentido, o si
manteníamos relaciones sexuales exclusivamente cuando "sentíamos algo" por la otra
persona. O recurríamos también a los contactos sexuales ocasionales, a las prostitutas o al
sexo anónimo, creyendo que así "nadie saldría perjudicado." Pero a la larga, ninguna de
estas fórmulas produjo resultado alguno. No nos proporcionaban una verdadera
recuperación. La sobriedad era lo único que funcionaba.
121
somos nosotros misinos los que definimos nuestro nivel de sobriedad, es muy posible que
sea eso, precisamente, lo que alcancemos.
Así, para el sexólico casado, la sobriedad sexual consiste en abstenerse de todo acto sexual
consigo mismo o con otras personas, exceptuando a su cónyuge. Para el soltero, en la
abstinencia de cualquier tipo de actividad sexual. Y para todos nosotros, solteros o casados,
la sobriedad sexual incluye también la victoria progresiva sobre la lujuria.
Nos damos perfecta cuenta de que podemos estar "secos", sexualmente hablando, y a la vez
continuar esclavizados por la lujuria o la dependencia emocional. El síndrome del
"borracho que no ha bebido alcohol", descubierto en AA, nos lo podemos aplicar a nosotros
mismos, seamos solteros o casados. Pero a pesar de todo, tratamos de no juzgar la calidad
de la sobriedad interior de los demás. Cada cual debe ser el juez de su propia sobriedad. Y
si esas personas continúan asistiendo a las reuniones, generalmente se manifestará con
claridad a la vista de todos si se han liberado o no del poder de la lujuria, de la fantasía o de
la dependencia emocional, o si meramente han cambiado de adicciones. Al parecer, este
aspecto de la recuperación es progresivo. De ahí nuestra frase: "La verdadera sobriedad
incluye la victoria progresiva sobre la lujuria." Pero debemos avanzar, o en caso contrario
nunca nos recuperaremos. El problema real para todos nosotros—solteros o casados,
hombres o mujeres, con independencia de cuál sea nuestro estilo de vida—es uno y el
mismo: la conexión espiritual falsa.
Hemos descubierto que mucho más importante que el tiempo de sobriedad es la calidad de
la misma y nuestra integridad personal. La sobriedad física no es un fin en sí mismo, sino
un medio hacia una meta—la victoria sobre la obsesión y el progreso en la recuperación—.
A menudo, somos nosotros los únicos que en el fondo de nosotros mismos sabemos si
verdaderamente estamos sobrios y nos estamos recuperando, (aunque siempre es posible el
autoengaño). Es mucho mejor reconocer cómo estamos en realidad por dentro que
escondernos tras la fachada de nuestra sobriedad, engañarnos a nosotros mismos, y poner
en peligro nuestras relaciones con los demás.
El hecho de que los casados tengan la posibilidad de disfrutar de relaciones sexuales con su
cónyuge, y afirmar que están "sobrios", no es tan ventajoso para ellos como a simple vista
pudiera parecer. A veces puede hasta dificultar la recuperación. Muchos casados confiesan
que aunque ya han dejado de entregarse a las actividades adictivas externas, la victoria
sobre la lujuria se les escapa de las manos. De hecho, a menudo les resulta mucho más
difícil vencer la lujuria y la dependencia emocional, a menos que practiquen la abstinencia
sexual total. Y a veces oímos a los casados quejarse de que los solteros lo tienen mucho
más fácil. Hemos de enfrentarnos con la dura realidad: los sexólicos— en recuperación o
no, solteros o casados— ¡nunca dejaremos totalmente de tener problemas con el sexo!, por
no mencionar la multitud de problemas que conlleva el tratar de vivir y relacionarnos con
los demás.
Luchamos por alcanzar no sólo la sobriedad negativa que significa no entregarnos a las
122
prácticas lujuriosas externas, sino la victoria progresiva sobre la obsesión en las miradas y
en el pensamiento. También tratamos de alcanzar la sobriedad positiva estableciendo
auténticos lazos de unión con los demás. La gran bendición (o maldición, como prefiera
verse) de nuestra condición es que a menos, y hasta el momento en que nos entreguemos
incondicionalmente y nos relacionemos con las demás personas, el vacío que tenemos en
nuestro interior nunca lo llenaremos. Hasta ahora, habíamos creído que podíamos
establecer la Conexión tan sólo recibiendo, ahora nos damos cuenta que es, por el contrario,
dando. La idea que teníamos del sexo comienza a cambiar. El sexo ocupa un lugar sencillo
y natural que antes nunca hubiera podido ocupar, y se convierte en una de las cosas que
fluye de toda unión auténtica en un matrimonio serio en el que se vive la entrega y el
compromiso. E incluso en el matrimonio hemos descubierto que el sexo es opcional.
"Vivimos y dejamos vivir", pero no decimos que estamos sobrios a menos que la sobriedad
sea una realidad en nuestra vida.
APÉNDICES
APÉNDICE 1°
123
GUIA QUE SUGERIMOS PARA LAS REUNIONES DE SA
2. "Por ser una reunión cerrada es exclusivamente para los que deseen alcanzar la
sobriedad sexual. Esta reunión es también de no fumadores. Si desean fumar, les rogamos
que lo hagan fuera del local de la reunión."
5. "A continuación nos presentamos utilizando nuestro nombre de pila, nos identificamos
como adictos y concretamos nuestro periodo de sobriedad sexual. Comenzaré yo y
continuaremos por orden.
"No interrumpimos al que habla ni dialogamos con él. Si alguien considera que su
intervención es demasiado descriptiva, lo puede indicar levantando la mano en silencio."
1
El Siguiente texto, que es opcional, le ha resultado provechoso algunos grupos. "Todos los que intervengan
en la primera parte la reunión han de ser miembros de SA con treinta o más días de sobriedad sexual. En la
segunda parte de la misma, podrán intervenir también los recién llegados y los que lleven menos de treinta
días sobrios.”
124
9. EL MODERADOR COMIENZA LAS INTERVENCIONES O SEÑALA A OTRO
PARA QUE LO HAGA.
10. (Al terminar las intervenciones): "Ha llegado el momento de practicar la séptima
tradición. Mientras pasamos la bolsa, el secretario nos informará de cuantas novedades
haya." (SE PASA LA BOLSA). "No tenemos cuotas ni honorarios y nos sostenemos con
nuestras propias aportaciones."
11. El moderador pide a alguien que lea las doce tradiciones de SA a menos que ya se
haya hecho anteriormente.
12. DECLARACIÓN DE CLAUSURA. "Lo que escuchamos en las reuniones son las
opiniones personales de los miembros. Los principios de SA se encuentran en los doce
pasos y en las doce tradiciones."
13. EL MODERADOR LEE O LE PIDE A ALGUIEN QUE LEA "La perspectiva que
te ofrecemos" o "Las doce promesas."
"Leemos del libro Sexólicos Anónimos o de Los doce pasos y las doce tradiciones o de
ambos. Procedemos en círculo alrededor de la mesa, cada persona lee uno o más
párrafos hasta que terminamos el texto acordado (bien todo el capítulo, bien una parte del
mismo). El moderador cede la palabra a los asistentes. Nuestro objetivo es ver de qué forma
podemos aplicar el paso en cuestión en nuestras vidas. Tratamos de diferenciar entre lo que
es mera comprensión intelectual y creencias, y lo que es poner en práctica ese principio en
todas las áreas de nuestra vida."
APÉNDICE 2°
125
EL PROPÓSITO DE S A
Así, para los sexólicos, cualquier forma de relación sexual consigo mismo o con personas
distintas a su cónyuge es progresivamente adictiva y destructiva. También somos
conscientes de que la lujuria es la fuerza impulsora de nuestros comportamientos sexuales y
que la verdadera sobriedad incluye la victoria progresiva sobre la misma. Llegamos a estas
conclusiones a través de nuestras experiencias y del proceso de recuperación; no tenemos
otra opción. Pero reconocemos que aceptar esta realidad es la clave para una libertad feliz y
gozosa que no podríamos conocer de ninguna otra forma.
Esto debiera desanimar a muchos de los que nos visitan que admiten ser víctimas de la
obsesión y compulsión sexual, pero que lo que en el fondo quieren es controlarla y
disfrutarla, del mismo modo que a los alcohólicos les gustaría recuperar el control y
disfrutar la bebida. Hasta que llegamos a la desesperación, hasta que quisimos parar de
verdad pero vimos que no éramos capaces, no pudimos tomar en serio este programa de
recuperación. SA es para los que no tienen más opción que parar y es su propio interés
personal el que debe convencerles de ello.
EL PROBLEMA
126
imágenes y persiguiendo a los objetos de nuestras fantasías. Perseguíamos con lujuria, y
deseábamos que se nos persiguiese con lujuria también.
Primero adictos, después incapaces de dar amor, recibíamos de los demás para llenar el
vacío que existía en nuestro interior. NOS engañábamos una y otra vez al pensar cinc la
sisum-nti1 persona sería la que nos salvara, y mientras tanto, íbamos desperdiciando
nuestras vidas.
LA SOLUCIÓN
Nos dimos cuenta que nuestro problema tenía tres dimensiones: la física, la emocional y la
espiritual y que, por tanto, la curación tendría que producirse en las tres.
Descubrimos que éramos capaces de parar, que no satisfacer el hambre no nos mataba, ¡y
que en realidad el sexo era opcional! ¡La esperanza de libertad nació y comenzamos a
sentimos libres! Con más ánimo para proseguir, renunciamos a nuestra obsesión con el sexo
y con nosotros mismos, que nos empujaba al aislamiento, y nos volvimos hacia Dios y
hacia los demás.
Todo esto nos aterrorizaba. No podíamos ver lo que había más adelante, salvo que otros
habían seguido anteriormente ese mismo camino. Cada nuevo acto de rendición se
asemejaba a un salto al abismo, pero lo dábamos. Y en vez de matarnos, ¡la capitulación
mataba la obsesión! Habíamos dado un paso hacia la luz, hacia un modo de vida
completamente nuevo.
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La fraternidad nos ayudaba a no sentirnos abrumados y a mantenernos alerta; era un refugio
en el que al fin podíamos enfrentarnos a nosotros mismos. En vez de cubrir nuestras
emociones con sexo compulsivo, comenzamos a exponer las raíces de nuestra hambre y de
nuestro vacío espiritual. Y comenzó la curación.
Al enfrentarnos a nuestros defectos, sentíamos deseos de cambiar; el ponerlos en manos de
Dios hizo que perdieran el poder que sobre nosotros tenían. Por primera vez comenzamos a
sentirnos más cómodos con nosotros mismos y con los demás sin necesidad de recurrir a
nuestra "droga."
Tratamos de reparar los daños que habíamos causado, perdonando a cuantos nos habían
ofendido y tratando de no ofender a los demás. Con cada enmienda, el peso de la culpa que
nos atormentaba iba disminuyendo, hasta que pudimos erguir la cabeza, mirar al mundo a
los ojos y respirar libres.
Comenzamos a vivir una sobriedad positiva, realizando actos de amor para mejorar
nuestras relaciones con los demás. Estábamos aprendiendo a dar, y en la medida en la que
dábamos, recibíamos. Conseguíamos lo que ninguno de esos sustitutos jamás fue capaz de
proporcionarnos. Estábamos estableciendo la Conexión verdadera. Habíamos llegado.
Rara vez hemos visto fracasar a alguien que haya recorrido este camino por entero.
Aquellos que no se recuperan son personas que no pueden o no quieren entregarse de lleno
a este programa tan simple, normalmente hombres y mujeres incapaces, por su propia
constitución, de ser honrados consigo mismos. Existen tales desdichados. No tienen la
culpa; parece que nacieron así. Debido a su naturaleza, son incapaces de adquirir y de
practicar un modo de vida que exige la más rigurosa honradez. Sus posibilidades de éxito
son pocas. Existen también los que sufren trastornos emocionales y mentales graves, pero
muchos de estos se recuperan si son capaces de ser honrados.
Nuestras vidas muestran de una forma general cómo éramos, lo que sucedió y cómo somos
ahora. Si quieres ser como nosotros y estás dispuesto a hacer todo lo que sea necesario para
conseguirlo, entonces estás en condiciones de dar ciertos pasos.
Nos resistimos a algunos de ellos. Creíamos que podíamos encontrar un camino más fácil y
cómodo, pero nos resultó imposible. Con toda la seriedad de la que somos capaces te
rogamos que seas valiente y minucioso desde un principio. Muchos tratamos de aferramos a
nuestras viejas ideas y el resultado fue nulo hasta que no renunciamos completamente a las
mismas.
No te olvides que nos enfrentamos a la lujuria; astuta, desconcertante, poderosa. Sin ayuda
es demasiado para nosotros. Pero hay Alguien en cuyas manos está todo el poder. Ese
Alguien es Dios. ¡Ojalá lo encuentres ahora!
Andarnos con medias tintas no nos sirvió de nada. Nos encontrábamos en la encrucijada.
Con una actitud de entrega total, Le pedimos que nos cuidara y protegiera.
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He aquí los pasos que dimos, que se recomiendan como programa de recuperación:
1. Admitimos que éramos impotentes ante la lujuria, que nuestras vidas se habían vuelto
ingobernables.
2. Llegamos a creer que un Poder superior a nosotros mismos podría devolvernos el sano
juicio.
3. Decidimos poner nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de Dios, como
nosotros lo concebimos.
4. Sin miedo hicimos un minucioso inventario moral de nosotros mismos.
5. Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos, y ante otro ser humano, la naturaleza
exacta de nuestros efectos.
6. Estuvimos enteramente dispuestos a dejar que Dios nos liberase de todos estos defectos
de carácter.
7. Humildemente le pedimos que nos liberase de nuestros defectos.
8. Hicimos una lista de todas aquellas personas a quienes habíamos ofendido y estuvimos
dispuestos a reparar el daño que les causamos.
9. Reparamos directamente a cuantos nos fue posible el daño causado, excepto cuando el
hacerlo implicaba perjuicio para ellos o para otros.
Nuestras aventuras personales antes y después, ponen en claro tres ideas pertinentes:
(a) Que éramos sexólicos y que no podíamos gobernar nuestras propias vidas.
(b)Que probablemente ningún poder humano hubiera podido remediar nuestro sexolismo.
(c) Que Dios podía remediarlo y lo remediaría, si Le buscábamos
1. Admitimos que éramos impotentes ante la lujuria, que nuestras vidas se habían vuelto
ingobernables.
2. Llegamos a creer que un Poder superior a nosotros mismos podría devolvernos el sano
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juicio.
3. Decidimos poner nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de Dios, como
nosotros lo concebimos.
4. Sin miedo hicimos un minucioso inventario moral de nosotros mismos.
5. Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos, y ante otro ser humano, la naturaleza
exacta de nuestros defectos.
6. Estuvimos enteramente dispuestos a dejar que Dios nos liberase de todos estos defectos
de carácter.
7. Humildemente le pedimos que nos liberase de nuestros defectos.
8. Hicimos una lista de todas aquellas personas a quienes habíamos ofendido y estuvimos
dispuestos a reparar el daño que les causamos.
9. Reparamos directamente a cuantos nos fue posible el daño causado, excepto cuando el
hacerlo implicaba perjuicio para ellos o para otros.
10. Continuamos haciendo nuestro inventario personal y cuando nos equivocábamos lo
admitíamos inmediatamente.
11. Buscamos a través de la oración y la meditación mejorar nuestro contacto
consciente con Dios, como nosotros lo concebimos, pidiéndole solamente que nos
permitiese conocer su voluntad para con nosotros y nos diese la fortaleza para cumplirla.
12. Habiendo obtenido un despertar espiritual como resultado de estos pasos,
tratamos de llevar este mensaje a los sexólicos y de practicar estos principios en
todos nuestros asuntos.
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promoción; necesitamos mantener siempre nuestro anonimato personal ante la prensa, la
radio y el cine.
12. El anonimato es la base espiritual de todas nuestras tradiciones, recordándonos
siempre anteponer los principios a las personalidades.
Nos damos cuenta de lo poco que sabemos. Dios instantemente nos revelará más,
a ti y a nosotros. Pídele a Él en meditación por la mañana, que te inspire lo que puedes
hacer este día por el que todavía está enfermo. Recibirás la respuesta si tus propios asuntos
están en orden. Pero, obviamente, no se puede transmitir algo que no se tiene. Ocúpate,
pues, de que tu relación con Él ande bien y grandes acontecimientos te sucederán a ti y a
infinidad de otros. Esta es para nosotros la Gran Realidad.
Entrégate a Dios, tal como tú Lo concibes. Admite tus faltas ante Él y ante tus semejantes.
Limpia de escombros tu pasado. Da con largueza de lo que has encontrado y únete a
nosotros. Estaremos contigo en la Fraternidad del Espíritu, y seguramente encontrarás con
algunos de nosotros cuando vayas por el camino del Destino Feliz.
LA ORACIÓN DE LA SERENIDAD
Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para
cambiar las cosas que puedo, y sabiduría para conocer la diferencia. Hágase Tu voluntad,
no la mía."
APÉNDICE 3°
1. En los Estados Unidos puedes buscar nuestro número de teléfono en la guía telefónica
del área en la que vivas o se lo puedes pedir al servicio de información telefónica de alguna
ciudad cercana. Cada vez son más los grupos de SA que publican sus números en las guías
telefónicas.
2. Telefonea o escribe a los servicios internacionales de la Oficina Central de Sexólicos
Anónimos. Son ellos los que poseen la información más completa con la lista más
actualizada de grupos y contactos. La dirección y el teléfono son los siguientes:
3. Recomendamos a todos los grupos que se apunten en la lista de grupos que hay en la
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Oficina Central de SA para que se pueda proporcionar la información correspondiente a las
personas interesadas que vivan en la misma zona. Llama o escribe a la Oficina Central y
facilítanos el nombre y teléfono de uno o varios contactos de tu grupo. Esto, además, hace
posible que te podamos enviar las .noticias de asuntos que afectan a SA en su conjunto y
que conviene que todos los miembros conozcan.
Publicaciones
Este libro, Sexólicos Anónimos, y otras publicaciones tales como el folleto de SA, la Guía
de las reuniones, La recuperación continúa, y el boletín informativo Essay los puedes
adquirir en los grupos de S A de tu localidad o los puedes encargar a la Oficina Central de
SA en la dirección indicada. Solicita a la Oficina Central un catálogo de nuestras
publicaciones con los precios de las mismas. Las publicaciones de AA las puedes obtener
en cualquier oficina o grupo local de AA y en AA General Service Office, Box 459, Grand
Central Station, NY, NY 10163.
Boletín Informativo de SA
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