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LA ARGENTINA ENTRE LA HAYA Y RECONQUISTA AL 200: LA ENCRUCIJADA

DEL BICENTENARIO

Por Román Fellippelli1

No cabe duda que tanto el polémico contencioso con Uruguay por la pastera finesa
Botnia, ubicada sobre el Río Uruguay frente a la ciudad de Gualeguaychú, como las
vueltas maratónicas que dio en el Senado la aprobación del pliego para el
nombramiento de Mercedes Marcó del Pont al frente del Banco Central, fueron dos de
los títulos más destacados de la coyuntura política reciente del país. ¿Qué punto
tienen en común dos sucesos que en apariencia hacen alusión a cuestiones tan
distintas? Ambos simbolizan de alguna manera las dos caras de la moneda del
Bicentenario: por el lado más negativo, un país que llega a 2010 social y
económicamente fracturado, mientras que su contracara positiva pasa por la adopción
de políticas públicas estratégicas, especialmente en materia económica, que buscan
dejar atrás más de treinta años de desindustrialización, desnacionalización y
descomposición del mercado interno.

Una cortina de humo sobre el río…

No hace falta decirlo, pero más allá de las declaraciones, el fallo no resolvió la
cuestión de fondo: Botnia seguirá operando sobre el río Uruguay y su enorme
chimenea humeante seguirá siendo, al menos por el momento, una parte indeleble del
paisaje. Luego de un largo camino que comenzó a recorrerse en abril de 2005,
Argentina y Uruguay, no pudiendo encontrar una solución política a la instalación de la
pastera deciden hacer uso de los mecanismos previstos en el propio Estatuto del Río
Uruguay y pasar al campo jurídico internacional, elevando el contencioso ante la Corte
Internacional de Justicia de La Haya. Luego de casi tres años de deliberación, la Corte
emitió finalmente su veredicto definitivo e inapelable: si bien reconoce violaciones
formales al Estatuto por parte de Uruguay, éstas no representarían de por sí un
impedimento para que la planta siga funcionando (tal como lo viene haciendo desde
hace ya dos años), ya que Argentina no logró demostrar que “los efluentes de Botnia
hayan tenido efectos nocivos a los recursos biológicos, la calidad de las aguas o al
equilibrio ecológico del río”2. Por otra parte la Corte, recurriendo a tecnicismos
positivistas, se declaró incompetente en lo que hace a tratar el candente problema de
1
Licenciado en Ciencia Política (Universidad Nacional de Rosario) – MEPA FIIAPP –
ESP UNIANDES.
2
Extracto del fallo publicado en el diario Página 12 en su edición del día 21/04/2010. Artículo completo en
soporte digital disponible en: http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/elpais/1-144270-2010-04-21.html
las emanaciones de malos olores que perjudicarían gravemente (además del impacto
visual) a la actividad turística de la costa argentina. ¿El resultado? Sólo una reparación
en el campo jurídico formal…y poco más. ¿Podría haberse esperado un fallo
diferente? No, y de hecho hay que reconocer que a pesar de todo, la delegación
argentina encabezada por Susana Ruiz Cerutti estuvo a la altura de las circunstancias.
Desde una perspectiva realista, en el plano internacional, la ley es el recurso de los
más débiles. A diferencia de lo que acontece en el plano del derecho interno, la
inexistencia de mecanismos coercitivos centralizados (similares a los estatales),
convierten a muchos postulados jurídicos en meras ficciones y en el campo de la
realidad política internacional, la ley posee pocos (o a veces nulos) instrumentos
efectivos para contrarrestar la arbitrariedad del poder. Y en este sentido si algo ha
caracterizado a la Argentina, especialmente a lo largo de estos últimos 35 años, ha
sido su pérdida sistemática de poder.

En efecto, el principal atributo de poder de nuestro país no proviene de sus


abundantes recursos naturales, su extensión, sus vías fluviales o incluso su capital
intelectual. Todos ellos son por supuesto factores potenciales necesarios, pero sin
embargo no suficientes. La clave verdadera del poder de nuestro país provenía de lo
que era sin duda la característica más contrastante del mismo en el concierto
latinoamericano: el contar con una sociedad integrada, con movilidad social
ascendente y con una economía que, articulada alrededor de su mercado interno y de
su actividad industrial expansiva3, logró encontrar el difícil equilibrio entre generación
de riqueza y redistribución. Esta es la plataforma sobre la cual, el resto de los factores
potenciales mencionados pueden convertirse en recursos de poder efectivos. A pesar
de los innegables avances del último lustro en el campo social (crecimiento del
empleo, cobertura por la vía de la Asignación Universal, etc.), la distribución de la
riqueza en Argentina no ha logrado superar el sesgo regresivo que registra desde
hace no menos de veinte años: las cifras correspondientes al último trimestre de 2009
muestran que del total de la riqueza producida en el país un 32,6% de la misma se
concentra alrededor del 10 % de la población que percibe mayores ingresos,
correspondiendo apenas un 1,2 % al decil más desfavorecido4. Conforme este proceso
fue desarrollándose a partir del último tercio del siglo pasado, dos procesos se
desarrollaron paralelamente en Argentina: la polarización social causada por la

3
Proceso que desordenadamente comenzó como una consecuencia de la crisis de 1929 y que luego se
afianzó y se profundizó luego de la Segunda Guerra Mundial.

4
La brecha de la desigualdad sigue ahí, Página 12, edición correspondiente al día 24 de febrero de 2010.
Material en soporte digital disponible en: http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-140896-2010-02-
24.html
desintegración del tejido productivo y su progresivo desplazamiento hacia un lugar
marginal en el sistema internacional. Erróneo sería interpretar que desde estas líneas
se pretenda subestimar la importancia del orden jurídico internacional y el papel
destacado que juega Argentina en el escenario latinoamericano, especialmente junto a
Brasil. Pero resulta insoslayable reconocer el rol todavía preponderante del poder en el
medio internacional y las limitaciones que en ese aspecto posee nuestro país. La
desindustrialización, el endeudamiento y la exclusión social (por no mencionar hechos
como la guerra de Malvivas y el tráfico de armas a Ecuador) no sólo han afectado los
bolsillos y la dignidad de los argentinos, sino que han hecho retroceder al país varias
posiciones en el tablero mundial. Teniendo en cuenta esta circunstancia, no sorprende
el resultado del fallo: ¿podíamos con nuestro escaso poder inclinar a nuestro favor la
voluntad de la Corte? Del otro lado no estaba sólo Uruguay (un país igualmente
periférico y secundario en dicho tablero), sino un gigante económico como Botnia,
único beneficiario real de la decisión tomada en La Haya. Argentina y Uruguay sólo
consiguieron reivindicaciones formales (la violación formal del Estatuto y el teórico no
descuido del buen uso del recurso hídrico), que no dejan de ser, desde el punto de
vista histórico (si es que todavía nos acordamos de Artigas y del vergonzoso tratado
que puso fin a la guerra con el Imperio de Brasil a mediados del siglo XIX),
absolutamente pírricas.

Un largo camino…

Demasiados años…desde que lo que hoy conocemos como Argentina decidió


desvincularse políticamente de una España que se debatía entre el absolutismo
anacrónico de Fernando VII, las tradiciones forales – federales y las reformas liberales
planteadas durante el primer cuarto del siglo XIX, quedaron inmediatamente
planteados dos proyectos de país: uno anclado en una visión profunda y federal,
políticamente orientado a la construcción de una comunidad que tuviera como objetivo
primordial la consecución del bien común y plenamente solidaria con la herencia
hispánica y mestiza, características de la América hispana en el plano histórico y
cultural. En lo económico la mirada iba desde adentro hacia afuera: el eje sería el
fortalecimiento del mercado interno (representado en aquel momento no sólo por la
agricultura pampeana, sino por las industrias artesanales provinciales y la minería
andina), y luego de asegurado el autoabastecimiento y su consiguiente autonomía,
recién allí se produciría una proyección hacia el exterior. El otro proyecto estaba en las
antípodas: con sus raíces doctrinarias hundidas en el más genuino liberalismo
manchesteriano, se concebía lo colectivo más en términos de sociedad que de
comunidad (de acuerdo a las categorías utilizadas por el sociólogo alemán Ferdinand
Tönnies), la visión del país llegaba sólo a las acotadas dimensiones geográficas de los
estados europeos, era un proyecto articulado alrededor de la cosmovisión de la ciudad
– puerto, unitaria y centralista en el plano político y comercial - agroexportadora en el
económico, cuando la aceptación del esquema de división internacional impulsado por
los británicos fue, por la fuerza y la represión de los proyectos provinciales
alternativos, convertida en una verdadera “política de estado” luego del inexplicable
final de la batalla de Pavón. La economía se orientó con una mirada inversa desde
afuera hacia adentro: todo el aparato productivo nacional se orientó a la
agroexportación, relegando a un lugar marginal al mercado interno (saturado de
manufacturas foráneas) y a la economía industrial. Un modelo apuntaba a un país en
el que las amplias mayorías populares pudieran realizarse plenamente, en el otro el
“bien común” estaba claramente acotado a los intereses de determinadas elites. Si
bien el capitalismo oligárquico decimonónico sufrió un golpe casi letal con la gran crisis
que coronó el primer tercio del siglo XX, los continuos embates contra la política
industrial iniciada anárquicamente en los treinta y luego profundizada en la década
siguiente se intensificaron durante los últimos cuarenta años del país: las políticas de
Alsogaray, Krieger Vasena, Zinn (autor intelectual del llamado “Rodrigazo”) y Martínez
de Hoz intentaron demoler los pilares profundos de la economía productiva, es decir
aquellos centrados alrededor del tejido de PYMES y economías regionales (a la sazón,
principales creadoras de fuentes de trabajo), para las cuales el apoyo estatal a través
del crédito y las políticas macroeconómicas de corte keynesiano eran fundamentales.
Al momento del retorno de la democracia, la pulseada inicial volvió a inclinarse hacia el
lado del liberalismo ortodoxo: el fracaso del Consenso de Cartagena (que podría haber
cambiado históricamente el decurso de la Crisis de la Deuda), la renuncia de Bernardo
Grispun y la llegada de Juan V. Sorrouille sellaron el predominio de esta doctrina como
eje orientador de la política económica durante el resto del mandato de Raúl Alfonsín.

De allí en más y hasta hace no muchos años, las palabras más usadas por los
funcionarios del Palacio de Hacienda y de la Casa Rosada fueron: congelamiento de
salarios, ajuste, ahorro forzoso, recorte del gasto público, reducción (“achicamiento”)
del aparato estatal, etc. Sin embargo, habría que esperar hasta la llegada de Antonio
Herman González y Domingo Felipe Cavallo (ya durante la presidencia de Carlos
Menem), para concluir de manera definitiva el giro neoliberal (fundamentado en los
principios del denominado “Consenso de Washington”5) que buscaría sentar los
5
Documento elaborado en 1990 por el economista británico John Williamson, como parte de una
publicación realizada por el Peterson Institute for International Economics. En el mismo, el autor
recomendaba adoptar políticas económicas (resumidas en 10 puntos principales) que hicieran eje en
temas como la disciplina fiscal, el reordenamiento del gasto público, la liberalización de las tasas de
interés y las privatizaciones, entre otras. Material en soporte digital disponible en:
cimientos de una verdadera “matriz mercadocéntrica” en la Argentina, que sólo
empezó a ser cuestionada a partir de 2003.

La llegada de la administración Kirchner tras la crisis de 2001- 2002, supuso un


replanteo de la orientación de la política económica en general, hacia una agenda
jerarquizada en torno a los objetivos del empleo y la reconstrucción del tejido
productivo. Es en este panorama más general en el cual debemos situar el alcance y
el significado de nombrar a Mercedes Marcó del Pont al frente de una institución tan
emblemática y axial como el Banco Central: “El Banco Central es un reducto histórico
de los representantes del liberalismo económico. La extrema sensibilidad social
vinculada al dinero ha impuesto en el sentido común que la cuestión bancaria tiene
que ser manejada por expertos en la materia. Esos especialistas son en su mayoría
militantes de la ortodoxia económica con estrechas relaciones con el mundo
financiero. Esa hermandad se ha fortificado en las últimas décadas con la
desregulación y apertura al capital en el marco de una extraordinaria expansión de las
finanzas globales (…) Este antecedente deja en evidencia que existe una aceptación
bastante extendida en la mayoría de los países de que las bancas centrales son y
deben seguir siendo un territorio liberado de los financistas. En ese escenario de
hegemonía de la ortodoxia se puede comprender la extraordinaria interpelación a la
presencia de Mercedes Marcó del Pont al frente del Banco Central.”6

Esta designación, duramente resistida por la oposición en el Senado, no hace sino


reafirmar la idea de concebir un sistema económico anclado alrededor de la economía
real y brinda la oportunidad histórica de dar por tierra con una de las herencias
legislativas más nefastas de la última tiranía militar iniciada en 1976: la Ley de
Entidades Financieras, que creó un sistema financiero más funcional a la especulación
y a la concentración económica, que a la inversión productiva y la generación de
empleo. Una mirada distinta sobre el Banco Central permitirá armonizar la política
monetaria con el marco general de una política económica que contrasta
marcadamente con la implementada durante la década del noventa y que tiene
innegables tramos de continuidad con el proyecto federal y provinciano concebido allá
por el siglo XIX por nuestros verdaderos padres fundadores. En ese sentido es que
deben entenderse logros tales como el superávit fiscal y comercial, la recuperación del
empleo, el restablecimiento del sistema previsional de reparto, la asignación universal
por hijo y el tipo de cambio competitivo. Es en este panorama general que la presencia

http://www.petersoninstitute.org/publications/papers/paper.cfm?researchid=486.

6
Zaiat, Alfredo, Mecha encendida, en “Página 12”, Buenos Aires, 7 de marzo de 2010. Edición en soporte
digital disponible en: http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/economia/2-141528-2010-03-07.html.
de una funcionaria como del Pont, con una formación académica y una trayectoria que
se ubican en el extremo opuesto de la ortodoxia económica, va más allá de lo
simbólico: es una pieza clave para reordenar el tablero de la economía hacia un
proyecto económico nacional autónomo y solidario, que nos permita retomar la senda
de la construcción de un estado pensado alrededor de la idea del bien común general.

Conclusión:

Del camino que va de Botnia al Banco Central están plasmados, como vemos, tanto
los logros como los impostergables desafíos pendientes de la Argentina del
Bicentenario. Es una sola Argentina con sus luces y sus sombras la que se abre ante
nosotros y exclusivamente de nosotros depende, finalmente, decidir el proyecto de
país que queremos concretar: ¿será un país sólo pensado para la realización de
nuestros intereses personales a expensas de los colectivos o uno donde ambas
dimensiones, individual y colectiva, se realicen en armonía? Es hora de escribir la
respuesta.

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