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Tempestad: el excéntrico retrato de una realidad conocida

Rogelio Jiménez Osorio

Con antecedentes de cortometrajes como “Ausencias” (2015) o de su opera prima “En el


lugar más pequeño” (2011), Tatiana Huezo continúa su conversatorio sobre las heridas que
siguen abiertas, presentándonos en “Tempestad” (2017) una obra atípica dentro del cine
documental, acreedora a la mención especial del jurado en la Berlinale, del Ariel a mejor
dirección y varios premios Fénix, además de muchos otros galardones.

El filme es un relato de dos mujeres que enfrentan situaciones que las superan. Miriam,
trabajadora de inmigración ha sido encarcelada bajo un proceso judicial turbio, mientras
Adela, payasa en un circo familiar ha encarnado la desaparición de su hija y una ineficiente
respuesta de las autoridades competentes. Ante nosotros se abre una historia que no resulta
ajena, el abuso de poder, la ineptitud del estado y la confabulación con crimen
organizado. Algo tan familiar en el México contemporáneo, que para reaccionar ante esto,
tenía que presentarse con la extrañeza y maestría que la obra nos ofrece.

La noche, la inmensidad de naturaleza que nos rodea, una puerta metálica y el ladrido de un
perro. Total oscuridad. Así inicia, en la negrura, donde lo único que vemos es aquello que
se construye en nuestras mentes, en nuestro interior, aquello que nos remonta de inmediato
a la pérdida de seguridad.

Las primeras imágenes nos ofrecen ventanas, el fluir del aire a través de las ramas. El día
ha iniciado. Un autobús esta por partir y lo abordamos, en este momento la película nos
convierte en pasajeros sentados a lado de una ventanilla, veremos cómo avanzamos, pero
todo nuestro ser estará concentrado en otra dirección, en una inmersión personal. La
película nos lleva a un lugar donde lo sonoro se ha descolonizado de lo visual. Dónde las
imágenes que aparecen dentro del espectador se yuxtapondrán con las que vemos en
pantalla, dónde la película se concluye en la inmensidad del espacio de cada individuo.

A pesar de la alienación visual que puede causar por el peso que lleva todo lo sonoro en la
historia (pues predomina una precisa edición de la voz en off), el filme posee una narración
muy particular, se entrelazan los testimonios de cada una de las mujeres que protagonizan
este relato, brincamos entre la ausencia a cuadro de una y la presencia de otra, el autobús y
el circo, sombra y luz, entre la imagen interna y la imagen en pantalla. El sincretismo en la
forma del relato cinematográfico para cada mujer se vuelve la espina dorsal de la narración.

A cada paso, se vuelve más abrumadora, sin embargo también se incluyen momentos para
asimilarlo, momentos para respirar y continuar con el camino, pues cada dialogo se suma a
una carga de elementos que harán la travesía más pesada, pero nunca dejará de fluir.

Resalta la secuencia del momento en el que los policías detienen el autobús, cuando
convierte al espectador en un pasajero, pues la cámara retrata los acontecimientos desde
esta perspectiva, donde se vuelve sujeto de investigación, es sometido a un interrogatorio,
debe de dar información precisa del trabajo, hogar y destino que lo deslinde de alguna
actividad ilícita, o podría terminar como la mujer que nos cuenta su historia.

La película evita elementos del cine documental convencional, como “talking heads” o la
reiterativa presencia del personaje a cuadro, a cambio de eso, construye a partir de
imágenes ajenas al momento del testimonio, de secuencias diacrónicas, de retratos a
componentes de su entorno, lo que permite al espectador sumergirse en el fundamento de la
obra: la emoción, algo característico en la trayectoria fílmica de la directora.

Sin embargo tampoco teme mostrar secuencias sincrónicas, un ejemplo, es cuando Adela en
un círculo de unión con sus sobrinas y compañeras comentan la alegría que les invade
compartir su espacio de trabajo, de cómo esto permea entre su unión consanguínea, pues
retrata la fortaleza que adquiere de sus congéneres. Ilustrando también la otra cara del
payaso, aquella que sufre, pero carga con la condena de hacer a otros reír.

Esta obra incita a construir recuerdos, siembra una incertidumbre y nos engancha, ante una
realidad extremadamente cotidiana, pero no por ello menos aterrorizante.

“Tempestad” nos muestra como el cine es capaz de mutar para enriquecerse a sí mismo,
llevarnos por distintos caminos, utilizando recursos simples de una manera compleja, como
puestas en escena que nunca presenta el género, y una edición sonora espectacular,
convirtiendo algunos minutos frente a una pantalla en toda una experiencia de vida.

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