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¿QUIÉN DICE YO?

Nota sobre la poesía de Bernard Noël

Jorge Monteleone
CONICET

Hecho de sombras, como una ráfaga de la voz ausente, como un visaje, como

un reflejo que no halla su espejo, alguien se levanta en la lírica, elusivo y

fantasmal: alguien que todavía dice yo. En ese momento toda poesía lírica

descubre una de las paradojas del lenguaje: ¿quién dice yo cuando se dice

“yo”?

Notoriamente, Émile Benveniste declaró que el hombre se constituye en

y por el lenguaje toda vez que el lenguaje lo funda en su ser mediante el

concepto de EGO, y ello reside en la capacidad del locutor de plantearse como

sujeto. “Es ‘ego’ quien dice ‘ego.’ Encontramos aquí el fundamento de la

‘subjetividad’, que se determina por el estatuto lingúístico de la ‘persona’”,

afirmaba Benveniste.1 Para que esa subjetividad sea posible en el lenguaje

habría al menos dos condiciones: a) que al decir yo me pongo como sujeto, con

lo cual remito a mí mismo en mi discurso, y b) que al decir yo planteo otra

persona, exterior a mí y que sin embargo me constituye cada vez que digo yo:

Tú. La polaridad yo / tú, observó Benveniste, es así la condición fundamental

de toda comunicación y asimismo constituye la subjetividad.

Estos términos no son, de todos modos, entidades concretas. Son

formas del lenguaje que indican la persona. Son, podría decirse, formas vacías.

Como tal, el vocablo Yo plantea un problema más complejo que otra clase de

palabras. ¿Cómo es posible que Yo designe a la vez cualquier individuo y al

1
Émile Benveniste, “De la subjetividad en el lenguaje,” en Problemas de lingüística
general, I, Buenos Aires, Siglo XXI, 1991, p. 181.
mismo tiempo a cada individuo particular que dice Yo? La respuesta que da la

lingüística es que Yo es un pronombre personal y se refiere a un acto

discursivo. Yo se refiere al acto del discurso en que es pronunciado y designa a

quien lo pronuncia. Yo es aquel que dice yo aquí y ahora. Es en esa instancia

que la subjetividad se constituye. El lenguaje permite así al que habla

apropiarse de la lengua y designarse como Yo.

Pero hay que agregar que ese presente en que un sujeto se dice Yo

tiene una dimensión temporal. Es en este ahora que digo Yo. Pero este ahora

en el que digo Yo se dimensiona frente a un fondo común que define su propio

transcurrir: la muerte, la mortalidad. Porque es precisamente el término previsto

para todo presente, el término mortal, aquel que colma de irrealidad este

momento en que digo Yo. Pensemos aquel enunciado imposible: Yo estoy

muerto. ¿Hay frase más irreal que ésta en boca de un ser vivo? Nadie puede

pronunciar esta frase, a menos que sea un fantasma. La poesía ha indagado

esta paradoja que está en el centro mismo de la fundación de la subjetividad

por el lenguaje. Porque si nadie puede pronunciar esta frase a menos que sea

un fantasma ¿no será que todos nosotros lo somos?. Acaso porque el lenguaje

ya nos afantasma. Acaso porque el lenguaje es ya ficcional en su mismo

surgimiento. Acaso porque decir Yo es decir, a la larga, una frase

testamentaria. Una frase cuyo horizonte final implica vaciarse del sujeto que la

nombra.

Esas paradojas, creo, esas “naderías” del lenguaje, son las que explora

la poesía de Bernard Noël poniendo en jaque –como lo hace toda poesía– el

aspecto instrumental de la lengua. Su pregunta -que es una pregunta

fundamental de toda poesía lírica- es: ¿quién dice yo? Porque la poesía de
Noël trabaja en el corazón de la paradoja y además se vale de aquello que la

lengua francesa favorece para construir la ambigüedad misma de la

subjetividad en el lenguaje: el je y el moi. El je es el principio al cual atribuye

sus estados y sus actos; el moi define a la conciencia de sí mismo. Llamaré al

je el "Sujeto" y al moi el "Yo". El je, el Sujeto sería, en la poesía de Noël, la

forma vacía que llena un fantasma; el moi, el Yo, sería el sujeto encarnado,

porque en Noël toda conciencia de sí es una conciencia carnal, una conciencia

de lo corporal, una conciencia concreta de la propia materia. El moi, el Yo es

corporal en la poesía de Noël, pues explora aquella duplicidad que supone la

paradoja lingüística: si el sujeto es aquel que se dice sujeto en cada acto

discursivo, entonces ¿quién habla en el poema si el yo carnal, si el yo mortal, si

el yo sometido a la borrasca del tiempo es el que pasa, el passant, el que

transita hacia su propio fin? Hay, por cierto, una inadecuación, una duplicidad,

un convivio de fantasmas entre je y moi (que alcanzará, lo veremos, al toi). Por

esa razón leemos:

qu'ai-je pensé
qui
déjà
enlevait la peau
de mon visage
parfois tout se tient
sauf moi
et ce défaut suffit à donner lieu2

2
Bernard Noël, La rumeur de l’air, en La Chute des temps, Paris, Gallimard, 1993, pp.
188-189. Sara Cohen tradujo al español esta obra de Noël, publicada en un mismo
volumen con Sur un pli du temps, en edición bilingüe. En lo sucesivo cito esta versión
al español de los versos citados en su lengua original: “qué pensé / quién / ya /
arrancaba la piel / de mi rostro / a veces todo se sostiene / salvo yo / y ese defecto
basta para dar lugar” (Bernard Noël, El rumor del aire. Sobre un pliegue del tiempo.
Traducción y prólogo de Sara Cohen. Buenos Aires, Botella al Mar, 2001, p. 37).
En estos versos el sujeto que ha pensado, el je, se transforma en qui, en quién:

porque ese sujeto discrepa del yo carnal, ese sujeto en el seno del lenguaje

establece ya mismo, en el acto de su enunciación, el exilio del yo carnal:

arranca la piel de su rostro. Parfois tout se tient -dice. Esa frase es

carácterística: tout se tient, todo se sostiene, todo coincide consigo, todo se

corresponde: tout se tient es la frase que define el mundo de la analogía, que

fue la religión del romanticismo y también del simbolismo, el mundo de las

correspondencias del poema de Baudelaire: "Les parfums, les coulers et les

sons se répondent" (los perfumes, los colores y los sonidos se responden). En

el habla de las correspondencias, el mundo es como un lenguaje donde prima

las semejanzas y acaso el poeta es su intérprete. Pero si en el mundo todo se

corresponde, el sujeto que dice je y el yo carnal, el moi, también coincidirían en

una vasta y profunda unidad. Y sin embargo hay un hiato, el hiato del tiempo, el

hiato de la carne mortal, el hiato de la finitud: a veces todo se corresponde,

todo se sostiene -dice Noël- parfois tout se tient / sauf moi: salvo yo. El moi se

sitúa en el reino de la excepción. En ese mundo analógico el Yo es una falta,

es el que falta. Todo se sostiene, salvo yo. Hay un término en la cadena de las

correspondencias que falta, pero esta falta, este “defecto,” esta defección, es

sin embargo lo que da lugar (“et ce défaut suffi à donner lieu”): aquello que

genera el espacio mismo del poema.

Lo que parece afirmar dramáticamente el poema de Noël es que la

condición misma del lenguaje, la condición misma del poema es que el Yo se

ausente, y que es su propio repliegue aquello que da lugar al poema. Ya que

el lenguaje es, finalmente y por eso mismo, testamentario: el habla de los

muertos.
Escribe Noël:

où est la lettre?

cette question vient d’un mourant


puis il se tait

tant qu’un homme vit


il n’a pas besoin de compter sa langue
quand un home meurt
il doit rendre son alphabet

de chaque mort
nous attendons le secret de la vie
le dernier souffle emporte
la lettre manquante

elle s’envole derrière le visage


elle se cache au milieu du nom3

Precisamente porque el poema es como esa carta que envía un

moribundo, al modo de un testamento, para ser leída cuando su Yo haya

desaparecido y, no obstante, el poema todavía esté diciendo Yo. Y algo más: el

poema es como una carta con su destinatario, donde ese Yo que la envía está

siendo constituido por el otro que la recibe en el circuito comunicativo, por un

Tú. “(...) / c’est en nous-même / que l’autre nous attend”, escribe Noël.4 Pero al

mismo tiempo se reabre el circuito del vacío: porque si el sujeto se constituye a

partir del otro que lo espera y si el sujeto sólo puede ser pronunciado en el

poema cuando el yo carnal esté ausente, entonces la condición misma de esa

espera del otro en nosotros mismos implica nuestra propia desaparición. Por

eso Noël escribe:

3
Ob. cit., p. 217. "¿dónde está la carta’ // esta pregunta proviene de un moribundo /
cuando se calla // mientras un hombre vive / no tiene necesidad de dar cuenta de su
lengua / cuando un hombre muere / debe rendir su alfabeto // de cada muerto
esperamos el secreto de la vida / el último aliento lleva consigo / la carta ausente //
ella alza vuelo tras el rostro / ella se esconde en medio del nombre" (Traducción de
Sara Cohen, ob. cit., p. 79).
4
Ob. cit. , p. 187. "Es en nosotros mismos/ que el otro nos espera" (Traducción de
Sara Cohen, ob. cit., p. 35).
l’Autre est une bouche qui dit
NON
j’allume un feu de naufragé
change-moi dis-je
fais de moi un toi 5

Y allí el poema desespera, el yo desespera en el poema. Leamos

cuidadosamente este ruego: “change-moi dis-je/ fais de moi un toi". Haz de mí

un tú: el sujeto pide ser definitivamente otro y en ese pedido retorna aquel

inicial abismo que abría Rimbaud en la poesía occidental: Je est un autre (yo

es otro). Lo que nos dice Noël desde el poema va más allá de la teoría

lingúística: aun cuando el hombre se constituye en y por el lenguaje, aun

cuando el lenguaje funda su ser mediante la noción de yo, de “ego”, no sólo el

sujeto que se nombra a sí mismo vacila como tal, sino también el tú que lo

constituye tampoco puede sostenerlo a menos que se vuelva intrínsecamente

el otro. En esta ambigüedad, en esta irremediable separación, la poesía de

Noël nombra dramáticamente la radical alteridad de lo humano.

Dije otra vez “dramáticamente”: porque en Noël ese reconocimiento no

es gratuito ni resignado. Tiene la fuerza de una interjección y el ritmo

entrecortado de un canto vertiginoso. El poema sabe que, aunque parece

proferido a costa de la disolución del yo carnal, este sujeto, cuyos labios tienen

el polvo del exilio, es el verdadero sostén de todo acto enunciativo que enuncia

en el poema: je. Por eso en la poesía de Noël no sólo aparece el cuerpo como

un motivo fundamental, sino sobre todo los órganos que posibilitan el pasaje de

lo corporal a la ficción del lenguaje: los órganos de la fonación, la lengua, la

lengua en la boca. En la poesía de Noël el lenguaje, la lengua es lo que mueve

5
Ob. cit. p 196. “El Otro es una boca que dice:/ NO / prendo un fuego de náufrago /
cámbiame digo yo / haz de mí un vos" (Traducción de Sara Cohen, ob. cit., p. 46).
la lengua, y la boca es el límite y a la vez la apertura de la carnalidad y la finitud

en el espacio que abre la ausencia del yo. Porque en cierto sentido la sombra,

el tiempo, la muerte hablan en la lengua por esa misma boca. Los fantasmas

hablan todo el día por esa boca, por nuestra boca. Nuestro fantasma, el

fantasma que seremos habla ya, a la luz del día, por esta boca. Por eso otra

vez surge otra paradoja que enuncia el título de este poema de Noël: “Nulle

part ma voix”. En ningún lugar mi voz. Porque la boca carnal, la boca del

cuerpo es la que profiere la lengua del poema con una voz que, sin embargo,

no está en ninguna parte. Y de nuevo se oculta allí la pregunta inicial: ¿quién

dice yo en el poema?

La poesía de Bernard Noël se sabe aire proferido, y a la vez, pasado: se

sabe hálito sin lugar, voz sin sustancia. Y esa poesía nos dice, con serena

desesperación, que la fiesta del lenguaje poético puede ofrecerse sin nosotros,

y que aun en ese dolor de la pérdida, en esa ausencia primordial fundará

siempre su terrible belleza. Dice tal vez que cuando la finitud habla en el

poema, el lenguaje vive. Vive como un dios, incluso como un dios falso hecho

del tiempo que nos roe el corazón. Eso reza, acaso, este poema:

la langue a créé le temps


puis s’en apercevant
elle a créé dieu
pour qu’il mange le temps
maintenant
nous marchons sur ses dents.6

6
Ob. cit., p. 195. “la lengua ha creado el tiempo / luego al darse cuenta / creó a dios /
para que devore el tiempo / ahora / caminamos entre sus dientes” (Traducción de Sara
Cohen, ob. cit., p. 45)

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