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En dicha circular se establecen los principios básicos para el uso de la fuerza y el empleo de armas
de fuego y que son el principio de legalidad, de necesidad, de proporcionalidad y responsabilidad.
En este sentido, la proporcionalidad se vuelve un principio clave, pues se refiere al equilibrio entre
"el grado de resistencia o de agresión que sufre un Carabinero y la intensidad de fuerza que se
aplica para lograr que la persona se someta al control policial".
El documento, además de especificar el modo en que se deben usar armas letales, explicita
protocolos para una serie de circunstancias como manifestaciones autorizadas y sin autorización,
trabajo del vehículo lanza agua, empleo de disuasivos químicos, empleo de escopeta
antidisturbios, empleo de vehículos tácticos, desalojos, y procedimientos con infractores de ley,
incluyendo traslado de imputados y registro de personas, el vínculo con el Instituto Nacional de
Derechos Humanos (INDH), la Defensoría de la Niñez y los medios de comunicación, entre otros.
Si entonces existe un patrón histórico donde no han existido protocolos—o son muy recientes–,
donde el abuso policial ha sido parte de la reacción ante fenómenos de protesta social, y donde los
mecanismos de investigación y control tampoco han sido eficientes, lamentablemente no debiese
sorprendernos mucho el modo en que han operado en particular la institución de Carabineros de
Chile.
No cabe duda que los ya cuestionados protocolos no han sido cumplidos en varias ocasiones. Lo
anterior nos habla de prácticas policiales sobre el uso de la fuerza que se han extendido en el
tiempo y que parecen ser rutinarias y no excepcionales.