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Primer Ejercicio

EL HIJO PRÓDIGO Y EL PADRE MISERICORDIOSO


Invocación al Espíritu Santo: “Señor mío si he hallado gracia
ante tus ojos, te ruego no pases a mi lado sin detenerte” (Gen
18,3b)

Petición: “Señor Jesús, quiero dejarme amar sin límites. ¡Enséñame!”

Lectura: Lucas 15, 11 - 32


El capítulo 15 del evangelio de San Lucas presenta tres bellas parábolas sobre la
misericordia de Dios: la oveja perdida, la moneda extraviada y el hijo pródigo. En las tres
parábolas no sólo se transmite la imagen de un Dios bueno que perdona y acoge, sino
también la de un Dios que busca afanosamente al que estaba perdido y espera cada día
el retorno del que se había alejado. La parábola del Hijo Pródigo es la más extensa de las
tres y la más llena de detalles narrativos; es también llamada parábola del Padre
Misericordioso. En ella, el padre deja en libertad al hijo cuando éste decide partir, y se
queda esperándole; hasta que un día, al verlo regresar se “conmueve profundamente” y
sale a recibirlo con entusiasmo.
En el inicio de la parábola se describe con gran riqueza la partida del hijo hacia un país
lejano; pero en el culmen de la narración el hijo pasa a segundo plano y el que desarrolla
la acción es el padre: ve llegar al hijo, corre a su encuentro, lo abraza, lo besa, ordena
que le traigan ropa, zapatos y joyas, y organiza una fiesta de bienvenida. El amor tierno
del padre está ahora sobre el hijo, le envuelve por completo y le introduce en un
ambiente festivo de alegría, música y danza.

Meditación
Podemos quedar maravillados ante la búsqueda que Dios hace del ser humano perdido.
Este Dios-Padre no encuentra paz mientras no haya encontrado al que se había alejado
de su casa y está sufriendo. Está lleno de un amor sin límites, y en el reencuentro no hay
cálculos fríos ni reproches por el pasado. Contrario a la reacción que cualquier ser
humano tendría, en este Dios-Padre no hay resentimiento ni deseos de venganza. Su
corazón no quiere oír nuestras excusas, sólo quiere manifestar su amor sobreabundante,
mejor llamado “misericordia”.
El hijo menor llega al límite de su derroche y la imagen del padre es la que le hace
retornar al camino a casa “Me levantaré y volveré a la casa de mi padre”. Sabe, en el
fondo de su ser, que puede regresar y será acogido. El camino de regreso no se ha
borrado de su mente.
El hijo mayor no logra comprender el motivo de la alegría. Él vive un tipo de justicia y cree
que su hermano menor debe ser reprendido por su mal comportamiento. Desde su
egoísmo, le suena ilógico que el Padre actúe así y que organice una fiesta. A pesar de
estar cerca de su Padre no se ha abierto para acoger el gozo de la misericordia; no ha
comprendido la riqueza del amor gratuito que el Padre le ofrece.

Oración
En mis búsquedas y deseos muchas veces me he alejado del hogar familiar. Recuerdo
esos momentos y las razones que tuve para alejarme. ¿Qué me hizo levantarme y
volver? Recorro mi camino de vuelta a la casa de mi familia.
¿En qué ocasiones he actuado como el hijo mayor y no me he abierto a la misericordia
del Padre? Me comparo, no veo lo que he recibido, hago juicios de los demás,…
Imagino al padre misericordioso esperando el regreso de su hijo. Siento su recibimiento y
su abrazo hacia mí. Me siento acogido por su infinita misericordia. Me dejo querer.
¿Qué aspectos concretos me siento llamado a realizar para volver a la casa de mi
Padre?

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