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COMO PRACTICAR UN ESTILO DE VIDA SALUDABLE

Todos los profesionales, explican de la práctica de un estilo de vida saludable, sin


embargo mi exposición quiero enfocarla desde la perspectiva del ser humano
como una unidad integral, holística. Lo holístico es todo, el holos es una palabra
griega que en español significa todo, total, entero. Tenemos que ver el
funcionamiento solo se puede comprender de esta manera.

El ser humano, por su propia naturaleza, una unidad bio-psico-espiritual. Unidad


integral de cuerpo, alma y espíritu en la que lo que sucede con cada una de las
dimensiones repercute en las otras.

La realidad corporal o dimensión corporal; ésta es una realidad que se


constata inmediatamente, es la parte externa del ser, es el hardware de la
computadora algo que se puede tocar

esta parte tiene requerimientos físicos, necesidades vinculadas a esta dimensión,


que no pueden ser desatendidas: respiración, alimento, bebida, abrigo y otras
necesidades vinculadas al bienestar. La persona además de necesitar lo básico
para sobrevivir requiere que su organismo mismo se desarrolle y viva en un
ambiente adecuado para su expansión adecuada.

Ante un problema que altera este funcionamiento del cuerpo, recurrimos a


profesionales para corregirlo.

QUE EXPLIQUEN

La dimensión psicológica, esta parte viene a ser como el software de la


computadora que son los programas, y todo ello, no se puede ver por qué es
interna

Psicología es una palabra compuesta de Psique, alma y logos estudio o tratado,


es decir estudio del alma.

Esta dimensión tiene también sus propios requerimientos o necesidades, que el


hombre experimenta como necesidades intelectuales (de saber, comprender,
abarcar la realidad, etc.) y necesidades afectivas.

Cuando hay un mal funcionamiento de esta parte de nuestro ser recurrimos al


psicólogo al psiquiatra.

Antes de continuar hay que decir que muchas de las enfermedades físicas son
consecuencias de la alteración de esta parte, el estrés, la ansiedad, depresión, etc
afectan al cuerpo.

QUE EXPLIQUEN
La dimensión espiritual, está relacionada al nuestro mundo interior, a nuestra
conciencia, los valores, la ética. Hoy se habla de la inteligencia espiritual. Referida
a nuestro mundo operandi, la conciencia.

Le preguntaron a una niña que explicara el concepto de conciencia: ella dijo la


conciencia es algo que quema. Es la que explica como actuamos correctamente te
sientes bien, feliz, lo contrario es lo incorrecto. Como nos sentimos cuando
cogemos algo que no es nuestro, o hago algo indebido. Ejemplo un hombre o una
mujer es infiel. ¿Porque no se siente bien?.

QUE EXPLIQUEN

Pero esta dimensión no queda allí, El ser humano es unidad y la dimensión


espiritual es la más importante, pero no anula a las demás áreas sino que debe
haber una jerarquía, de manera que sea lo espiritual lo que dirija y nutra la
realidad corporal y psicológica.

Quien pretenda la realización humana sólo saciando las necesidades físicas o


buscando el equilibrio psicológico sin la vida espiritual, permanecerá frustrado,
incluso en el ámbito físico y psicológico.

¿Cómo crees que afecta a la persona la mala conciencia?.

Quizá una mala experiencia en el pasado, sus padres se murieron o le fueron


violentos, no le dieron afecto, recuerda que esta es una necesidad del alma.

Muchos vivimos toda una vida sin darnos cuenta, como te marco esta experiencia
que altera un mal funcionamiento en todo tu ser.

QUE EXPLIQUEN
¿QUE PODEMOS HACER PARA MEJORAR TODO NUESTRO SER?

Muchas investigaciones hay hoy día no solo elaboradas por profesionales


dedicados al tema del espíritu, sino los psicólogos y médicos.

Es el perdón

La palabra perdón significa soltar, dejar ir, enviar lejos. También significa “dar”
Entonces perdonar es: es dar o renunciar. Es liberar a un ofensor del castigo, es
ofrecer, la liberación, es elegir romper las cadenas que nos atan al sufrimiento: que
nos llevan a la ira y resentimiento.

Cuando elegimos perdonar, transformamos una creencia y una emoción referente a


situaciones por las que nos sentimos lastimados. El perdón es la puerta a la
reconciliación en cualquier relación que necesita restauración y el paso previo para
poder amarnos los unos a los otros. El objetivo de la vida es el amor: No se puede
amar sin perdonar. Si estamos llenos de resentimientos no se puede manifestar el
amor y nos enfermamos.

Perdonar no significa ceder siempre, dejar que el mal triunfe, ni dejarse pisotear sin
justicia, sino comprender la esencia que nos hacemos daño, nos herimos

Cuando alguien te hace daño es como si te mordiera una serpiente. Una vez que te
ha dejado de morder, curar una mordedura puedes sanar fácilmente. Pero el veneno
que deja dentro de ti puede causarte la muerte. No importa contra quien sea nuestro
rencor, si nos aferramos a el nos llevará al resentimiento, que envenenará cada
aspecto de nuestra vida.

El perdón siempre va acompañado de un tremendo sentimiento de libertad. El no


perdonar trae hambre espiritual, debilidad y una pérdida de fe, afligiendo no
solamente a uno, sino también a todos en nuestro entorno. El que no perdona queda
esclavo de su propio dolor, en cambio, el perdonar trae liberación espiritual a su vida.
Perdonar es escoger cambiar un pensamiento, una creencia y una emoción con
respecto a otras personas y situaciones. Es de sabios sanar las heridas del pasado,
perdonar y perdonarnos por todos los desaciertos y experiencias que dejaron
secuelas en nuestro presente, que nos impiden sentir paz espiritual, amor y felicidad.
Es habitual escuchar historias de personas que viven esperando a que alguien les pida
perdón. También puede que ya hayan asumido que eso nunca ocurrirá, y aun así
mantienen ese sentimiento dañino dentro de ellos.
Lo que a menudo se olvida o se ignora es que el verdadero perdón nunca vendrá de
fuera, sino que ha de nacer de uno mismo. Lo más complicado no es perdonar a
otros, sino perdonarnos a nosotros mismos.
Perdonar no significa olvidar lo que ha pasado: en los momentos más dolorosos es
precisamente donde mejor nos conocemos.
Pero quedarse anclado a ese dolor y rememorarlo con frecuencia no nos ayuda a
sanar, sino todo lo contrario: mantiene la herida abierta.

Hay cuatro etapas del proceso del perdón:

1. Admitir la ofensa (Confirme el dolor)


2. Enfrente la ofensa, (Confiese el malestar)
3. Perdona la ofensa, (Decida Sanar)
4. Libere al ofensor y a usted mismo, (Restablezca la Armonía)

No asumas el papel de víctima. Recuerda: El perdón genera una sensación de


absoluta libertad, porque nos permite desprendernos de esos sentimientos que nos
enferman y no nos dan paz.

PARA FINALIZAR

Para practica un estilo de vida saludable debemos considerar que somos seres
integrales es decir compactos no divididos que lo que le pasa a una parte de nuestro
ser todo se va a ver afectado.

La biblia nos dice en Mateo 18:21-22 “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor,
¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús
le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” Creo que hoy es un
buen momento para perdonar o ir a pedir perdón, no te llenes de resentimiento, deja
que el espíritu santo fluya en tu vida, te sane y te libere. No te olvides que tanto se
libera el que pide perdón como el que perdona. Al ofrecer este regalo a la otra
persona tu también lo recibes. Toma acción ¡Ahora!, Tu puedes.
Perdonar no es olvidar: es recordar sin
que te duela

Todos hemos sentido alguna vez cierto rencor o resentimiento hacia otra persona por algo que
nos ha hecho y que sentimos que no podemos perdonar.

A veces se trata de alguien tan cercano como un padre, un hijo, un hermano o nuestra propia pareja,
y eso todavía pone las cosas más difíciles.

Perdonar no es olvidar: es recordar sin que te duela


Si quieres te leemos el artículo para que te relajes un poco.

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Es habitual escuchar historias de personas que viven esperando a que alguien les pida perdón.
También puede que ya hayan asumido que eso nunca ocurrirá, y aun así mantienen ese sentimiento
dañino dentro de ellos.

Lo que a menudo se olvida o se ignora es que el verdadero perdón nunca vendrá de fuera, sino
que ha de nacer de uno mismo. Lo más complicado no es perdonar a otros, sino perdonarnos a
nosotros mismos.

Perdonar no significa olvidar lo que ha pasado: en los momentos más dolorosos es precisamente
donde mejor nos conocemos.

Pero quedarse anclado a ese dolor y rememorarlo con frecuencia no nos ayuda a sanar, sino todo lo
contrario: mantiene la herida abierta.

Aprende a transformar el dolor


Independientemente de lo que ocurriera en el pasado, cada uno tenemos el poder de transformar
ese dolor y aprender de la experiencia.

Es importante tomar conciencia de que esa rabia que sientes te hace más daño a ti que al otro.
La persona que te causó el dolor puede estar arrepentida o no, pero eso no cambia tu situación.

Guardar rencor es como agarrar un carbón en brasa: el que se quema eres tú.
Para llegar a recordar lo sucedido sin que duela, para aceptarlo como una etapa más de este juego de
la vida, tenemos que vivir el perdón más como una decisión que como un sentimiento.

Cuando decides perdonar o perdonarte por algo, estás abriendo las puertas de tu propia prisión; estás
dejando paso a la liberación que supone deshacerse de un peso enorme que no te deja avanzar.

Reconoce el daño para empezar a perdonar


El primer paso para conseguir sanar es reconocer cuál ha sido el daño: ¿Qué ha pasado?

No tengas miedo ni vergüenza; simplemente tómate un tiempo para reflexionar de la forma más
objetiva posible sobre los hechos que te causaron esa herida que tanto te cuesta cerrar.

¿Es algo que hiciste y que no te has podido perdonar? ¿Es algo que hizo alguien que te hizo sentir muy
mal? ¿Un amigo te ha traicionado, tu pareja te ha sido infiel, se produjo un accidente? ¿No
perdonas a tu madre porque ha muerto? ¿Tus padres son responsables de la persona que eres por
cómo te educaron? ¿Sientes que alguien te ha destrozado la vida?

Pararse a pensar con detalle en el asunto puede resultar hiriente, pero es necesario sacar todo lo que
hay en la nevera y se ha podrido.

Así será posible hacer una limpieza a fondo y volverla a llenar de alimentos nuevos y recién
comprados.

Identifica las emociones implicadas


Cuando revisas de forma consciente lo acontecido es importante que centres tu atención en qué
emociones emergen de ti.

Generalmente son esos sentimientos que, sin darnos cuenta, hemos asociado a los hechos que
vivimos, los que más nos dificultan romper con todo y liberarnos.

Suelen ser emociones como la rabia, la culpa, el miedo, la vergüenza o la ira.

A menudo intentamos ocultarlas o echar tierra encima de ellas para que no salgan a la luz, cuando
precisamente lo que nos conviene es identificarlas, ponerles nombre y darles las gracias por la función
que hasta el momento han desempeñado.

Sólo sabiendo qué es lo que sentimos podemos decidir qué otra cosa queremos sentir.

Todas las emociones que podemos sentir son útiles y por eso existen, sólo que no siempre
somos capaces de entender su utilidad.

Expresa el dolor y perdónate


Date permiso para expresar libremente lo que sientes: saca la rabia, la ira, el enfado que llevas
por dentro. Puedes escribir una carta, gritarlo en voz alta, hablarlo con alguien de confianza y soltar,
soltar, soltar.

Cuando sientas que no te queda nada dentro respecto a ese asunto, decide firmemente acceder al
perdón. Te recuerdo que el perdón es un camino unidireccional, de dentro hacia fuera, que no
necesitas ni siquiera que el otro lo sepa.

Perdonar no significa reconciliación, ni tampoco exculpar a la persona que causó el daño:  perdonar
significa dejar ir el dolor.

Perdonar significa soltar la mano al pasado para poder caminar sin lastres hacia el futuro. El perdón no
es automático; es un proceso, y como todo proceso necesita un tiempo para ir consolidándose.

Pero la decisión de perdonar sí es un todo: cuando llegas a ese punto aceptas el compromiso de vivir
con esa actitud de ahora en adelante.

Y no olvides que al perdonar a los demás te estás perdonando a ti mismo, y aceptar los errores de
otros te ayudará a aceptar los tuyos.
El que no perdona no se quiere a sí mismo, porque sólo alguien que no se ama permite que
el veneno entre en su corazón.
A medida que avanzaba en mis estudios de psicología, esta pregunta
cobraba cada vez mayor importancia en mi cabeza. Las implicaciones
son muchas. ¿La persona humana es tricotómica, compuesta de espíritu,
alma, y cuerpo? ¿O por otro lado es dicotómica, compuesta de cuerpo y
alma? En otras palabras, ¿cuándo hablamos de espíritu y de alma,
estamos refiriéndonos a lo mismo?

Este es el argumento que uno escucha una y otra vez para justificar la
presencia de la psicología en círculos evangélicos: “Somos un ser
tripartito, tres partes, creados a imagen de Dios, como la Trinidad, somos
espíritu, alma, y cuerpo”. Pero, ¿es este un argumento bíblico o solo un
mito ampliamente aceptado?

Tal como escribe Ed Welch,

“Los ingredientes de lo psicológico ciertamente existen. Están entre los


rasgos más importantes e interesantes de nuestra vida interior, los cuales
incluyen nuestros patrones de pensamiento, emociones y motivaciones
individuales. Pero, ¿es ese depósito conceptual –lo psicológico– una
categoría real y útil, o es innecesaria y equívoca para entender la
naturaleza humana? ¿Hay una parte distintiva en nosotros que no es
espiritual ni biológica –sino psicológica?”

Como sigue exponiendo Welch, esta idea tripartita de la persona la


popularizó Clyde Narramore a final de los años 50 con su anuncio de
que

– si tienes un problema físico, debes ir al médico;


– si tienes un problema espiritual, debes ir al pastor;

– si tienes un problema del alma (psicológico), debes ir al psicólogo.

Parece lógico: tres partes de la persona, tres tipos de problemas, tres


profesionales… Pero, ¿es esta la verdad bíblica? ¿Existe un área
inmaterial de la persona que está desconectada de las Escrituras? ¿Quién
decide lo que es psicológico y lo que es espiritual? Ansiedad, temor,
problemas matrimoniales, rencor, ira, tristeza… ¿Son problemas del
espíritu o del alma? ¿Existe una parte psicológica en mí que no tiene
nada que ver con Dios? Las implicaciones de la tricotomía son
alarmantes. Mirando atrás puedo decir que este asunto fue clave en mi
proceso de dejar atrás la psicología y abrazar la consejería bíblica de
todo corazón. 

Tricotomía y la Biblia
El pasaje que se suele usar para defender la tricotomía es 1
Tesalonicenses 5:23: “Y que el mismo Dios de paz los santifique por
completo; y que todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, sea preservado
irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo”.

Pero si esta doctrina es tan importante, ¿por qué solo se cita aquí esta


expresión; espíritu, alma, y cuerpo? En este pasaje el apóstol Pablo, en
su deseo de describir la totalidad de nuestro ser, usa estos tres términos.
¿Pero pudiera haber utilizado otros? De hecho en Deuteronomio
6:5 encontramos una tricotomía diferente para expresar la plenitud de
nuestra persona: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda
tu alma y con toda tu fuerza”.

Y otra tricotomía más la vemos en Mateo 22:37: “ Y Él le


contestó: Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazon, y con toda tu
alma, y con toda tu mente”.

Entonces nos encontramos con el reto de tener varias tricotomías, ¡e


incluso alguna “cuatricomía” también!: “y amaras al Señor tu Dios con
todo tu corazon, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con toda tu
fuerza” (Mr. 12:30). 

Dicotomía y la Biblia
Estos pasajes usan varias palabras para abarcar la totalidad de la persona,
pero estas descripciones son siempre una enumeración de términos, no
una lista exhaustiva. Para entender la antropología bíblica nos es
necesario ver las Escrituras en su totalidad.

Dios formó al hombre “del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el


aliento de vida” (Gn. 2:7). Dos sustancias. Según el contexto la sustancia
material es llamada cuerpo o carne, y la sustancia inmaterial es llamada
espíritu, alma, mente, pero sobre todo corazón. Estas palabras se usan de
forma indistinta para referirse a la dimensión inmaterial de la persona,
siendo corazón el término más usado y amplio para referirse a la vida
interior del ser humano. Desde una óptica bíblica los pensamientos,
motivaciones, y voluntad residen en el corazón, y el corazón se expresa a
través del cuerpo.

Somos seres espirituales vestidos de una “morada terrestre” o


“tabernáculo” (2 Co. 5:1). Aunque el “hombre exterior va decayendo, sin
embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día” (2 Co. 4:16).
Dos sustancias, pero una sola persona. No es que tenga un cuerpo y
tenga un alma. Es que soy un cuerpo y soy un alma. Como dice C. S.
Lewis: “Somos seres compuestos –un organismo natural en un estado de
simbiosis con un espíritu supernatural”. [1] Y en otra ocasión escribe:

“El espíritu (se siente) ‘en casa’ con su organismo, como un rey en su


propio país o un jinete sobre su caballo –o mejor aún, como la parte
humana de un centauro está ‘en casa’ con la parte equina”. [2]

El uso intercambiable de alma y espíritu es evidente en las Escrituras.


Tanto el alma como el espíritu sienten tristeza (Jn. 13:21; Mt. 26:38), y
sienten gozo (Is. 61:3; Sal. 86:4); tanto el alma como el espíritu pecan
(Sal. 32:2; Ez. 18:4), necesitan salvación (1 Co. 5:5; Stg. 1:21) y son
llevadas al cielo (He. 12:23; Ap. 20:4). La diferencia no es ontológica.
Nos referimos a lo mismo. La diferencia es semántica. Es una diferencia
de lenguaje la que encontramos entre espíritu y alma. Por lo general el
alma se entiende como más apegada al cuerpo, y el espíritu como más
despegada del cuerpo. No es lo mismo que te digan “Ven, que en mi casa
se han congregado hoy 50 almas”, que “Ven, que en mi casa se han
congregado hoy 50 espíritus”. Seguramente irías a la primera casa, pero
no a la segunda, ¿verdad?

Es imposible distinguir entre alma y espíritu, porque nos referimos a lo


mismo. Encontramos en la Biblia muchos paralelismos hebreos que usan
ambos términos como sinónimos. [3] Es tan imposible separarlos, que al
describir el poder incomprensible de la Palabra de Dios, el autor de
Hebreos nos dice que la Palabra es capaz de penetrar hasta partir el alma
y el espíritu (He. 4:12). Aquí no se refiere a partir el alma, y a partir el
espíritu, sino a dividir entre las dos, a separarlas.

Existe un yo interior e invisible, y un yo exterior y visible. El interior


solo lo ve Dios, pero se expresa a través de un cuerpo que actúa, piensa,
anda, habla, y siente. Por eso, aquello que la psicología moderna llama
enfermedades desde la consejería bíblica entendemos que son meros
síntomas de un asunto interior, de un corazón que se expresa. [4]

Somos un corazón que se comunica a través de un cuerpo. Esta es la


comprensión bipartita del ser humano que la iglesia cristiana siempre ha
sostenido. Como dice el Catecismo de Heidelberg, en su pregunta 1,
“Pertenezco, en cuerpo y alma, en la vida y en la muerte, a mi fiel
Salvador Jesucristo”. 

Sí. Los pastores y consejeros tenemos hoy día la gran responsabilidad y


el gran reto de ser instrumentos en las manos de Aquel que conforta
nuestras almas (Sal. 23:3), y tratar aquellos asuntos del corazón que
según el mundo son psicológicos. 

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