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Derecho de Integración

Universidad Católica Los Ángeles de Chimbote.

TERCERA SESIÓN

HISTORIA Y FUENTES DEL DERECHO DE


INTEGRACIÓN – SEGUNDA PARTE

4.5. Reconstrucción de la Europa Democrática.


La victoria de los aliados en la guerra produjo en un breve plazo de
tiempo la división de Europa. Hubo una Europa que siguió la senda
del comunismo, en parte por las revoluciones que tuvieron lugar
durante el período bélico, pero sobre todo debido al influjo de las
armas soviéticas. En la Europa Occidental, en cambio, se
reafirmaron las formas democráticas, implantándose en naciones
que no las habían tenido hasta el momento y adquiriendo rasgos
peculiares en las que ya las poseían, de tal modo que bien puede
decirse que el sistema político y los contenidos programáticos
fueron refundados.

4.5.1. La Francia de la Cuarta República.


Como en el resto de Europa, también en Francia el final de la
guerra vino acompañado por una situación catastrófica. Había,
por ejemplo, cinco millones de personas desplazadas y 40.000
supervivientes de los campos de concentración alemanes
(sólo el 20% de los que fueron enviados a ellos).

Francia contaba con 1.450.000 vidas menos, pero debía


tenerse en cuenta que un tercio de esta cifra correspondía al
déficit de nacimientos. En contrapartida, los desastres
materiales eran mucho mayores: era utilizable menos de la
mitad de la red ferroviaria y una cuarta parte del capital
inmobiliario había desaparecido. Desde 1938, el costo medio
de la vida se había triplicado y existía un déficit de, al menos,
un tercio en lo referente a los productos de primera necesidad.
Aparte de todo ello, existía un problema político de primera
importancia que se resume en el término "depuración1". La
depuración comenzó con un elevado número de ejecuciones
sumarias en aquellos departamentos en los que la lucha fue
más dura. Hubo en ellos 9.000 ó 10.000 muertes por esta
razón y a ellas se deben sumar otras 700-800 tras la
celebración de juicio. Las ejecuciones sumarias fueron más
habituales en el medio rural, en un momento en el que los
poderes públicos no podían actuar ya que, cuando pudieron
hacerlo, impidieron la multiplicación de las ejecuciones.

En el momento del fin de la guerra, en abril de 1945,


había, además, 126.000 prisioneros franceses. En meses
sucesivos, fueron instruidas 160.000 causas, de las que los
resultados pueden clasificarse de la siguiente forma: 45% de
absoluciones; 25% de degradaciones nacionales, una pena tan
1 Camus, hablando de él, pudo decir que "su terrible nacimiento es el de una revolución" pero, con el paso del
tiempo, acabó afirmando también que "el camino de la justicia no es fácil de alcanzar".
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sólo moral; 16% de penas de prisión; 8% de trabajos forzados


y 4% (7.037) de penas de muerte de las que, como se ha
apuntado, sólo en una décima parte fueron ejecutadas. La
depuración administrativa fue importante en la policía, en
especial en la de París, pero casi tan sólo en ella; solamente
en regiones germanoparlantes -Alsacia y Lorena- el número de
los depurados llegó al 10% en determinadas categorías
administrativas. Dos tercios de los franceses consideraron
insuficiente la depuración, que en la práctica estaba concluida
en 1950. Predominó la necesidad de dar respuesta a las
necesidades de reconstrucción del Estado, pero también la de
una necesidad de unión nacional que el propio De Gaulle
proclamó. Sólo los intelectuales y los artistas sufrieron de
forma especial la depuración y aun así se aplicó con la
prohibición de escribir o exponer.

Francia, en suma, en su tratamiento a los posibles


colaboracionistas, fue mucho más clemente que los Países
Bajos, Dinamarca o Noruega. A pesar de la influencia del
Partido Comunista, en realidad nunca hubo un auténtico
peligro revolucionario. Los comisarios de la República
nombrados por De Gaulle evitaron que ese peligro existiera. El
Gobierno provisional que el general presidía estaba formado
por trece personas de partido y nueve independientes, con la
colaboración de los comunistas. Las milicias de partisanos
fueron desarmadas con la promesa de llegar a la instauración
de "una verdadera democracia económica y social". El diario
Combat aludía a esta promesa en términos tan vagos como
ansiosos de renovación, como "acabar con la mediocridad y
con las potencias del dinero". La existencia de una Asamblea
Consultiva Provisional sirvió también para hacer desaparecer
el poder que habían adquirido durante la guerra los órganos
de la resistencia.

La vida política se reestructuró, a menudo con hombres


nuevos, pero sin una radical ruptura con el pasado
republicano. La mayor novedad fue el auge del comunismo. El
PCF disponía en 1946 de 800.000 afiliados y el 25% de las
tiradas de la prensa y se presentaba, además, como el
"partido de los fusilados", lo que le dotaba de una especie de
plus de legitimidad. La derecha, sin embargo, había
presenciado también la aparición del MRP -Mouvement
Républicain Populaire- como partido de masas vinculado con el
mundo católico. Tras la previa celebración de un referéndum
sobre una posible Asamblea constituyente y sobre la
organización de los poderes políticos con carácter provisional,
tuvieron lugar unas elecciones que dieron un 25% al MRP, PCF
y la socialista SFIO, con el resto del voto repartido entre
moderados y radicales, herederos unos y otros de la política
de la Tercera República. De Gaulle, que mantuvo el Gobierno
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de coalición, evitó que los comunistas pudieran ocupar


carteras decisivas: Asuntos Exteriores, Ejército e Interior. Lo
sucedido en algunos países de Europa Central y del Este
testimonia que de esta manera, en efecto, el PCF hubiera
podido multiplicar su influencia. Muy pronto, sin embargo, se
demostró que los proyectos políticos de la Asamblea y de De
Gaulle eran incompatibles y, en enero de 1946, el general
dimitió y quedó temporalmente marginado de la vida política.
Mientras tanto, se habían adoptado ya algunas medidas
importantes en el terreno económico, facilitadas por el
peculiar clima de transformación social asociado con la
victoria. Incluso los comunistas proclamaban que "producir es
el más patente deber de clase" y hasta el mismo De Gaulle
parecía estar de acuerdo en la idea de que "las grandes
fuentes de riqueza" le debían corresponder a la colectividad.
Así se explican las dos oleadas de nacionalizaciones
efectuadas en el invierno de 1944-5 y en el de 1945-6.

En la primera de ellas, se nacionalizaron las fábricas


Renault, por el colaboracionismo de su propietario con el
enemigo, y se creó un conglomerado unitario con las hulleras,
pero también hubo casos de presión nacionalizadora de los
obreros como en el caso del transporte público. En un segundo
momento, se produjo la nacionalización de la banca de
depósitos y de los seguros. En realidad, las nacionalizaciones
fueron el fruto coyuntural del viejo dirigismo del Estado
empeñado en la batalla por la recuperación económica. Fueron
tecnócratas quienes ocuparon los puestos directivos, en vez
de una élite dirigente nueva surgida de los sindicatos. Aun así
se crearon los comités de empresa que institucionalizaron el
papel de los sindicatos en la empresa. En 1948, el porcentaje
de la producción nacionalizada -el 14%- se acercaba a las
cifras de Gran Bretaña. Otras medidas complementarias
fueron la unificación de todos los seguros sociales en un
organismo administrativo único y, en 1947, la generalización
de buena parte de ellos. A las reformas sociales les acompañó
el comienzo de la planificación. En enero de 1947, se aprobó
el primer plan pero un año después todavía el nivel de vida
francés estaba un 30% por debajo del de antes de la
liberación. En suma, los cambios habían sido importantes:
acerca de ellos, diría De Gaulle que el pueblo francés no suele
hacer reformas más que en tiempos de revolución.

La política exterior francesa tras la liberación resultó


reticente y tensa con los anglosajones y más abierta, pero sin
acuerdos finales, con relación a la Unión Soviética, que De
Gaulle visitó en 1944. Unos y otra acusaron al general francés
que si pedía mucho era por su concepción de Francia más que
por su megalomanía que, además, era compartida por sus
compatriotas. Desde el momento del desembarco en
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Normandía, los franceses opinaron que su país había vuelto a


recuperar el puesto de primera potencia que le correspondía e
incluso no escatimaron críticas a los norteamericanos por la
insuficiencia de su ayuda. Pero el papel que podía desempeñar
un Ejército de solamente 460.000 hombres -en el que apenas
700 oficiales habían sido depurados- era limitado. Francia
obtuvo ciertamente el estatuto de gran potencia, pero se
trataba de un traje que le venía demasiado grande. Su
propósito esencial, que era mantener una Alemania dividida e
impotente, muy pronto fue abandonado, lo que a medio plazo
resultó positivo. Con respecto a su Imperio colonial, la política
que se siguió fue mucho más liberalizadora que
emancipadora. En enero de 1944, tuvo lugar una conferencia
en Brazzaville que decidió la departamentalización de algunas
colonias, como Martinica, la abolición del trabajo forzado o la
existencia de un doble colegio electoral para indígenas y
franceses. Francia aparecía retrasada con respecto a otras
potencias coloniales, en un momento en que se mostraban los
primeros síntomas de descolonización.

Los problemas de orden público en la ciudad argelina de


Constantina provocaron un centenar de muertos, pero la
represión que les siguió causó entre 6.000 a 8.000. Los
problemas más graves fueron los que tuvieron lugar en
Indochina, donde en septiembre de 1945 fue proclamada la
República Democrática de Vietnam. Muy pronto, se llevaron a
efecto operaciones militares que acaba rían costando miles de
muertos, mientras que Francia ya había decidido no negociar
hasta que no se hubiera producido una victoria militar sobre el
terreno de combate. En la metrópoli, mientras tanto, el
abandono del poder por De Gaulle tuvo como resultado que se
entrase en una nueva etapa de la vida política. En adelante, la
escena pública vivió en un matrimonio de conveniencia,
decidido entre partícipes que mostraban muy escasa
homogeneidad. El MRP admitió la formación de un Gobierno
presidido por un socialista, después de que el general Billotte,
a cargo de la cartera de Defensa, dejase clara su nula
simpatía por los comunistas. El Gobierno estaba compuesto
por siete socialistas, seis del MRP y seis del PCF. Con él, se
procedió a la elaboración de una Constitución, con la
manifiesta pretensión de dar a luz una "democracia
avanzada". El MRP defendió la idea de un ejecutivo fuerte,
pero la izquierda impuso una asamblea parlamentaria única y
un presidente casi sin poderes. El referéndum del mayo de
1946 dio un resultado negativo y, en las elecciones
inmediatas, el MRP creció mientras los socialistas bajaban y
radicales y moderados progresaban. Ya la izquierda no era
mayoritaria en el país.

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De Gaulle se creyó entonces llamado de nuevo al poder


y en un famoso discurso pronunciado en Bayeux propuso una
presidencia capaz de hacer posible un auténtico arbitraje
nacional. Pero un segundo referéndum constitucional acabó
con la victoria del sí. De Gaulle ironizó entonces sobre una
Constitución que tenía nueve millones de votos a favor, ocho
indiferentes y otros ocho negativos. En realidad, el
bicameralismo de la nueva Constitución -la introducción de
una segunda Cámara fue la novedad más importante- lo fue
tan sólo de fachada y el papel del presidente era muy
limitado. Pero los tres grandes partidos de masas confiaron en
el sistema, mientras que en la práctica la instalación del
sistema tripartidista coincidió con su crisis. En 1947, se
produjo una serie de cambios decisivos. Por una parte, Francia
aceptó el Plan Marshall, en un momento en que la ración de
pan por habitante era un tercio inferior a la de 1942, mientras
Bidault, el inquieto dirigente del MRP, cedió en las peticiones
hechas en otro momento por De Gaulle sobre Alemania.
Mientras tanto, la evolución del Imperio acentuaba todas las
impresiones pesimistas.

Hubo casi 90.000 muertos como consecuencia de una


sublevación en Madagascar y, en enero de 1948, fue creado
en El Cairo un Comité de Liberación de África del Norte con
líderes nuevos y antiguos, como Burguiba y Abd-el Krim. Pero
el cambio decisivo se produjo cuando, en marzo de 1947, los
comunistas no votaron los créditos militares y el Gobierno
Ramadier supuso su expulsión del poder. Al mismo tiempo, se
evidenciaron dos cambios decisivos que representaban otras
tantas amputaciones de una República naciente. Thorez, el
líder comunista, incrementó las reivindicaciones sociales y,
por otra parte, la victoria del anticomunista Mollet en el
partido socialista hizo aparecer algo que era inimaginable
hacía poco tiempo, es decir, un Gobierno sin los comunistas.
Durante meses hubo una auténtica psicosis de golpe de
Estado; De Gaulle, por ejemplo, señaló que el adversario
estaba solamente a una distancia de dos etapas de la Vuelta a
Francia. El país aparecía dividido en tercios, y sólo uno de los
cuales, el que constituía la Tercera Fuerza -MRP y moderados-
podía gobernar. Las fuertes tensiones sociales del momento,
incluso con actos de violencia, daban la sensación de
inminencia revolucionaria cuando en realidad los comunistas,
alentados desde Moscú, buscaban agitación, pero no
subversión. Entre 1948 y 1952, Francia recibió el 20% del total
de la ayuda norteamericana prestada a Europa. Eran unos
dólares que llegan en el momento apropiado, facilitando la
planificación, y también la inversión, en una circunstancia
económica crítica, pero la opinión pública francesa no tuvo
nunca claro si se identificaría con los norteamericanos en el
caso de un conflicto mundial. Por otra parte, Francia participó
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en primera fila en el movimiento europeo y en todas las


iniciativas de defensa y de carácter económico que hicieron
posible que Europa superara la dramática situación reinante.
Fue un francés, Jean Monnet, procedente de la Comisaría del
Plan, uno de los autores de la CECA. Éste fue también el caso
de la Comunidad Europea de Defensa. En octubre de 1950, la
propuesta de crear un ejército europeo con tropas alemanas
fue francesa, aunque comunistas y gaullistas no quisieron
aceptarla, pero el propio Parlamento francés se encargaría
posteriormente de hacerla imposible. Al mismo tiempo, la
mayor parte de la clase dirigente francesa demostró una
incapacidad absoluta para entender el fenómeno de la
descolonización. La guerra entablada en Indochina se convirtió
en una guerra contra los comunistas, en el ambiente de la
guerra fría.

En 1954, ya el 80% de los gastos de aquel conflicto era


costeado por los norteamericanos, de lo que los comunistas
dedujeron que la sangre francesa e indígena era
intercambiada por dólares. A partir de los últimos años
cuarenta, acabó remitiendo la brutalidad de la confrontación
social, que en ocasiones causó muertos pero que también
tuvo como consecuencia disminuir drásticamente el número
de los afiliados a la CGT. El RPF -Rassemblement du Peuple
Français- de inspiración gaullista, rompió la línea de
separación entre derecha e izquierda actuando de una forma
un tanto especial que contribuía a hacer disminuir las
posibilidades de estabilidad del sistema político. Estar a la
espera se convirtió para los políticos de la IV República en una
obligación: según Queuille, uno de ellos, la política no
consistía en resolver problemas sino en hacer que se callaran
los que los planteaban. Los Gobiernos se componían
habitualmente por un tercio de democristianos, otro de
socialistas y un tercero de radicales y moderados. Pero ni
siquiera esta unión de fuerzas produjo la ansiada estabilidad.
Cada problema tenía una mayoría parlamentaria: los
democristianos debían, por ejemplo, pactar con la derecha
sobre la financiación de la escuela privada. MRP y socialistas
perdían masas de votantes mientras que, enfrente,
reaparecían hombres de la Tercera República, derechistas y
radicales. Un nuevo procedimiento electoral que introdujo los
emparentamientos entre fuerzas afines facilitó la colaboración
entre los partidos gobernantes pero, incluso así, no llegaban
más que a un 54% del sufragio total. Lo característico de la
política francesa a partir del comienzo de la década de los
cincuenta fue una mezcla de estancamiento y tímida aparición
de posibles soluciones alternativas. "Gobernar sin elegir"
parecía la divisa política por excelencia. Las crisis
gubernamentales de cuarenta días daban la sensación de que
Francia era "el enfermo de Europa".
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En el Parlamento, existía una mayoría para cada


problema pero no, en cambio, una personalidad capaz de
llevar a cabo una acción clara y duradera en todos los
terrenos. En marzo de 1952, la constitución del Gobierno
Pinay, en el que colaboraron algunos votos gaullistas, supuso
un cierto cambio en el terreno económico. Pinay representó la
política del buen padre de familia y del empresario prudente,
que le proporcionó una popularidad que sus sucesores no
lograron. De este modo, consiguió detener la inflación, pero
los demás grandes problemas permanecieron sin resolver. En
junio de 1954, Mendès France personificó un intento de aplicar
una política nueva basada en la tecnocracia y en los equipos
jóvenes, la voluntad de decisión y la apelación directa al
pueblo.

Supo, por ejemplo, mostrando una mayor conciencia de


lo inevitable de la descolonización, acabar con la Guerra de
Indochina y consiguió hacer aprobar una "reformita" por la que
en adelante sólo se necesitaría la mayoría simple para formar
Gobierno, que, sin embargo, debería ser presentado en
conjunto al Parlamento. Éstos fueron ejercicios de realismo y
testimonios de su búsqueda de la estabilidad. Pero Mendès
France, identificado con un partido radical que no le apoyaba
en su totalidad, acabó limitándose a ser un precursor, una
especie de san Juan Bautista que no vería el definitivo triunfo
de sus ideas. Por su parte, Pierre Poujade, un dirigente
autoritario que gozó de una súbita popularidad luego
desaparecida, protagonizó un movimiento de protesta contra
los impuestos, que en las elecciones de 1956 le llegó a
proporcionar el 11% del voto. Le apoyaron quienes "se
debaten con ruido y con los gestos desordenados de gentes
que se ahogan" (Siegfried). Su movimiento era, por tanto, un
síntoma de la existencia de una crisis política, pero en ningún
caso trató de resolverla. En otros campos, la crisis era menos
patente. Por lo que respecta a la evolución económica, la
creación de un Plan en cuyas comisiones participaron todos
aquellos que debían aplicarlo, tuvo la ventaja de conseguir la
continuidad en el crecimiento. La dirección del Plan, en efecto,
apenas cambió, por más que los ministerios lo hicieran con
frecuencia. En 1953, la producción superaba en un 19% la de
1938.

La tasa anual de crecimiento no pasaba del 4.5% -el 7%


en producción industrial- y se mantenía muy lejos de las de
Italia y Alemania, pero era una cifra espectacular en
comparación con la de otras épocas de la Historia de Francia.
La industria pesada y energética fue el motor fundamental, en
especial la electricidad, mientras que la agricultura resultaba
preterida. Tras las iniciales ilusiones colectivistas, pronto la
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política francesa presenció el retorno al terreno económico de


los liberales, como Pinay. Por más que no lo pareciera, dado el
espectáculo que ofrecía el panorama político, una Francia en
que cada año había 860.000 habitantes más empezaba a
responder al reto de la modernización. Pero, aun impotente y
llena de problemas, la IV República no fue por completo
estéril. Si desde el punto de vista político estuvo dominada por
la inestabilidad, al menos trató de crear una democracia
nueva. Sus propuestas sociales y también las económicas
contribuyen a explicar de forma vigorosa el progreso
experimentado por Francia a partir de la posguerra.

4.5.2. La Gran Bretaña del Consenso.


Cuando se convocaron las elecciones de 1945, en Gran
Bretaña todo el mundo pensaba que las ganaría Churchill; así
lo juzgaba incluso el propio Stalin. Los laboristas, victoriosos,
no consiguieron sin embargo, la mayoría en el voto popular,
pero pasaron de 8 a 12 millones de sufragios y fue en las
circunscripciones inglesas donde consiguieron mayor ventaja.
Los conservadores, por su parte, descendieron de casi doce
millones de votos a algo menos de diez. Por su parte, apenas
entró en los Comunes una docena de liberales, a pesar de
haber conseguido su partido más de dos millones de votos. En
realidad, las elecciones parciales efectuadas para sustituir a
diputados fallecidos ya habían proporcionado indicios del
crecimiento del voto laborista.

Churchill era enormemente popular y en las encuestas


llegaba a obtener un nueve sobre diez puntos, pero solamente
dos de cada diez electores le consideraban como el líder para
la posguerra. Los electores no olvidaron el pasado, sino que
precisamente recordaron los inconvenientes que había tenido
la gobernación de los conservadores durante todo el período
de entreguerras. El Beveridge Report acerca de política social
tuvo la virtud de producir un consenso nacional en torno a
esta cuestión, pero no proporcionó más popularidad al
Gobierno conservador. Churchill, que había cedido a los
laboristas el predominio en política interna durante la etapa
bélica, no dudó en utilizar en contra de ellos durante la
campaña algunas acusaciones de grueso calibre, como
asegurar que su acceso al poder supondría una especie de
vuelta a la Gestapo o que el Estado socialista sería idéntico al
de los "camisas negras" de Mussolini. En los dieciocho meses
que siguieron a la victoria de los laboristas se produjo una
profunda transformación de la economía británica, que fue
consecuencia de un ambiente de utopismo y de deseo de
cambio social. Las medidas socializadoras apenas encontraron
dificultades de aplicación en el ambiente de la época, porque
las compensaciones que obtuvieron los propietarios afectados
fueron generosas. Lo peculiar del caso es que estas medidas
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fueron aplicadas lugar en el mismo momento en que Keynes,


principal asesor del Gobierno en materia económica, decía ver
en el horizonte "un Dunkerque económico" en cuanto se
acercara la paz.

Clement Atlee llegó, por tanto, al poder con una


autoridad que nunca había tenido ningún primer ministro
socialista. Procedente de un socialismo de raíz religiosa era un
licenciado en Oxford de clase media que daba clase en la
London School of Economics. Su pequeña figura y su
laconismo expresivo hicieron que fuese considerado como el
de aspecto más anodino de todos los primeros ministros
británicos del siglo. Sus enemigos -como el propio Churchill-
hacían bromas sobre él, como decir que "llegó un taxi vacío y
salió de él Attlee". A menudo pasivo y borroso, su mérito en
las elecciones de 1945 había consistido tan sólo en no perder.
Pero tal imagen engañaba, porque en realidad era un político
tenaz que tenía un particular talento para dirigir a sus colegas.
Era el perfecto líder de un equipo y eligió uno que era bueno.
Sólo en 1947 se produjo algún movimiento que intentó
sustituirle por Bevin, pero que fracasó dada la escasa voluntad
de éste por sustituir a su jefe. Los ministros que nombró Attlee
eran todos personajes de edad y experiencia, debidos a los
papeles que habían desempeñado a lo largo de la guerra; de
un total de veinte, doce procedían de las clases obreras. De
entre ellos, debe citarse principalmente a Ernest Bevin, desde
hacía tiempo más influyente que el sindicalista británico.
Agresivo, trabajador y con una larga experiencia, desde 1910,
en los sindicatos, donde se había enfrentado a los comunistas,
Bevin mantuvo en sus puestos a los funcionarios del Foreign
Office, supo controlar la imprevisibilidad norteamericana en
asuntos de política exterior y jugó un papel decisivo en
vincular a este país con la reconstrucción económica y
defensiva de Europa, aunque lo hiciera con un exceso de
confianza en las capacidades económicas británicas.

El tercer personaje más decisivo en el Gobierno laborista


fue Aneurin Bevan, un aristócrata de izquierdas, que demostró
ser un visionario pero también un buen administrador. Había
también un sector radical en la política laborista -representado
por el Laski- pero tuvo poca importancia. Sin embargo, en
torno a un centenar de diputados laboristas parece haber sido
partidario de emprender una cierta vía intermedia entre el
socialismo y la democracia. El panorama que servía como
punto de partida para la labor del Gobierno laborista resultaba
poco alentador. Durante la guerra, Gran Bretaña había perdido
una cuarta parte de su riqueza nacional y un 28% de su Flota.
La deuda pública se había triplicado y los problemas de la libra
esterlina pronto alcanzaron especial gravedad. Cuando pasó a
ser convertible, se derrumbó en el mercado y, en el verano de
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1949, hubo de ser devaluada en más de un 30%. Hasta ese


momento la balanza exterior británica había sido negativa,
mientras el país mantenía un millón de hombres en armas.
Con todo, el Gobierno no tardó en imponer su impronta sobre
la economía nacional. El Partido Laborista no tenía planes
sistemáticos para las nacionalizaciones de las grandes
industrias, pero sin embargo, en 1946 fueron nacionalizados el
Banco de Inglaterra y la Aviación civil.

En 1947, le tocó a la industria del carbón, telégrafos y


teléfonos; el transporte y la electricidad pasaron a dominio
público en 1948; el gas, en 1949 y quedaron para 1951 el
hierro y el acero. En realidad, el 20% de la industria británica
nacionalizada fue el porcentaje que menor beneficio daba. Al
mismo tiempo, en el Parlamento fueron recortados los poderes
de la Cámara de los Lores, reduciéndose el tiempo de dilación
de que disponía para que una ley fuera aprobada. Pero la obra
más importante de los laboristas en el poder consistió en la
difusión del Welfare State, el Estado de bienestar. Este
término, nacido en los años treinta, había empezado a ser
utilizado de forma masiva durante el conflicto bélico, en
contraposición al Warfare State -Estado de guerra- de Hitler.
Lo verdaderamente nuevo fue la pretensión de llegar a la
universalización de estos servicios sociales. Se concretó en
dos medidas especialmente importantes: el National Insurance
Act y el National Health Service Act, ambas de 1946. Bevan
fue el principal impulsor de las medidas relativas al servicio de
la salud: lo decisivo y más controvertido fue la nacionalización
de los hospitales. Una legislación relativa a la vivienda fue
aplicada en 1949 y también Bevan fue responsable de ella,
pero el resultado de su labor fue inferior al que obtendría
Macmillan en años siguientes. La política exterior estuvo en
manos de Bevin, que en el pasado había sabido reconciliar a
los laboristas con el rearme y ahora los sumó a una actitud
gracias a la que en 1946 Gran Bretaña inició su programa
atómico. Sólo una minoría radical -Foot, por ejemplo- llegó a
creer realmente que era posible la existencia de una tercera
fuerza en el campo internacional. El resto optó por una
posición occidentalista y vinculada con los Estados Unidos. La
tradicional política de los laboristas había sido, como la
norteamericana, contraria al colonialismo y ya en 1942 Bevin
había escrito que "los Imperios tal como hasta ahora los
hemos conocido tienen que convertirse en una cosa del
pasado". Durante la guerra, sin embargo, había habido
también planes para llevar a cabo importantes inversiones en
las colonias.

El resultado de esta actitud fue una mezcla de retirada y


atrincheramiento en las mismas. La retirada de Palestina y de
la India fue motivada por la violencia existente en aquellos
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espacios y por los inmensos gastos que causaba. En otros


lugares se prestó mucha mayor atención a las colonias. La
Administración colonial triplicó sus efectivos y las inversiones
realizadas fueron importantes, a pesar de las dificultades con
que vivía la metrópoli. De acuerdo con la visión del Gobierno
británico, su país fue en ocasiones tratado por los Estados
Unidos, no como un amigo que se hubiera arruinado
combatiendo un peligro común, sino como un mero
competidor comercial. Pero la estrecha vinculación de Gran
Bretaña con Estados Unidos, nacida en la época de Churchill,
se vio ahora confirmada. Lo más importante para Bevin era lo
que sucedía en Europa, amenazada por la URSS. Su deseo
más acuciante fue mantener a Estados Unidos involucrado en
Europa y, sin duda, lo consiguió. Pero la política laborista
respecto a una Europa federal fue escéptica e incluso Attlee
estableció una gran diferencia entre el socialismo continental
y el británico. En cuanto a la oposición, los nuevos
conservadores no discreparon en exceso de sus adversarios:
Macmillan, por ejemplo, escribió un libro titulado The Middle
Way. En 1947, la Carta industrial del partido conservador dio
nuevas pruebas de que no se oponían a la política social
laborista. En las elecciones de 1950, los conservadores
insistieron en que sus adversarios habían hecho desaparecer
los beneficios de las empresas, pero no atacaron el Welfare
State. Consiguieron dos millones de votos más -doce millones
y medio- pero los laboristas, con más de trece millones,
lograron el voto más nutrido de su historia. Sin embargo, el
Gobierno laborista de 1950-51 no hizo otra cosa que
nacionalizar la industria del acero. En realidad, era un
Gabinete formado por personas ya de cierta edad que daban
la sensación de estar terminando su carrera política y que, por
tanto, no tenían mayor interés en el futuro. Bevin se había
retirado ya y Attlee lo hizo en 1951. La segunda fase de
Gobierno laborista se significó por la aparición de figuras como
Hugh Gaitskell, tecnócratas a la americana que no eran de
procedencia obrera sino universitaria mejor formados desde el
punto de vista profesional. Otro rasgo de este momento fue la
división interna del partido.

La aprobación de un amplio programa de defensa con el


apoyo de los conservadores llevó a la supresión de los pagos
por atención oftalmológica y odontológica en la Seguridad
Social y esto supuso que algunos personajes de la izquierda
del partido, como Wilson y Bevan, dimitieran. En la campaña
electoral de octubre de 1951, se debatió principalmente la
capacidad de los dirigentes de los dos grandes partidos para
dirigir el país en guerra. Los conservadores consiguieron
13.700.000 millones de votos y los laboristas doscientos mil
más pero ganaron los primeros por 321 escaños contra 295
diputados. Los liberales sólo consiguieron seis diputados y
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perdieron muchos votos que en su mayoría fueron a parar a


los conservadores. En el momento culminante de la guerra
fría, predominó, aparte del evidente agotamiento de la
propuesta laborista, la sensación de que era preciso recurrir a
quien había dirigido al país durante la guerra. Churchill tenía
77 años cuando formó su segundo Gobierno. Había superado
dos infartos y sufrió otros dos más que no modificaron sus
hábitos, excepto en sustituir su consumo de coñac por el de
otras bebidas alcohólicas. Elegido diputado por vez primera al
final del reinado de la reina Victoria, no puede extrañar que la
media de edad de sus ministros fuera de sesenta años. En la
oposición -época en que con su tarea literaria consiguió una
fortuna que nunca había tenido e incluso un Nobel- apenas
había hecho otra cosa que hacer alguna declaración
significativa sobre política exterior: si sus declaraciones sobre
el "telón de acero" habían sido criticadas en un principio, la
evolución internacional parecía darle la razón. Como siempre,
pretendió que su Gobierno fuera nacional y eso le llevó a
ofrecer la cartera de Educación a los liberales.

Las figuras más determinantes del nuevo Gabinete


fueron Eden, Butler y Macmillan. Este último llevó a cabo una
política de vivienda muy radical, en la que implicó a la
iniciativa privada y que explica su posterior ascenso hasta la
dirección del conservadurismo. Esta política se explica porque
los conservadores aceptaron las líneas esenciales del Welfare
State. The Economist empleó el término "butskellism" -término
que unía los apellidos de Butler y Gaitskell- para denominar la
fundamental coincidencia de principios en política social entre
los dos partidos. Las medidas de privatización de
conservadores fueron escasas y se limitaron a la industria del
acero.

En realidad, si fueron otros políticos conservadores los


que asumieron la política interior fue porque ésta no le
interesaba a Churchill. En cambio, sí le apasionaban las
cuestiones relacionadas con la exterior, hasta el extremo de
que asumió la cartera de Defensa. Sus ideas sobre esta
materia eran a veces grotescamente anticuadas -calificó a
Gandhi de "miserable hombrecillo"- pero en algunas
cuestiones como el europeísmo fue un precursor, a pesar de lo
cual la no participación del Ejército británico en la CED
contribuyó a hacer imposible esta iniciativa.

En cambio, fue muy consciente de lo que Estados Unidos


significaba para la Gran Bretaña: llegó a tener la idea de que
podía tratar a Eisenhower como un maestro a un discípulo o,
al menos, como a un igual y recomendó hasta el final no
distanciarse de ellos. Hasta el final de sus días quiso
entrevistarse con los líderes soviéticos, en la idea de que
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podría superar la guerra fría. Pero no consiguió apoyos para


hacerlos y en 1955 los conservadores llegaron a la conclusión
de que tenían que prescindir de su liderazgo. Luego, como
explica Macmillan en sus memorias, se sintieron despreciables
por haberle desplazado del poder. Retirado con ochenta años,
Churchill conservó su escaño todavía durante una década.

En los últimos tiempos, sus relaciones con Eden, su


sucesor, se enturbiaron, pero en las elecciones de 1955,
dirigidos por él, los conservadores obtuvieron 344 escaños y
los laboristas, muy divididos, tan sólo 277. En torno a 1954,
concluyó el período de racionamiento en Gran Bretaña y ese
mismo año se introdujo la televisión comercial mediante ley.
La fecha parece, pues, significativa en este caso como en el
de muchos otros países europeos. La sociedad británica de la
posguerra parecía mucho más optimista que en el pasado.

En 1942, en momentos difíciles, por vez primera desde


los años ochenta del XIX se había experimentado un
crecimiento de la tasa de nacimientos, signo evidente de un
cambio de actitud de fondo. Pero, aunque las novedades
legislativas habían sido muchas, no hubo un auténtico cambio
en materia de estratificación social. Dalton, Cripps y Strachey,
dirigentes socialistas de primera fila, podían ser considerados
como personas de clase alta y el propio Attlee era
descendiente de una prestigiosa familia de abogados. La alta
Administración estuvo también dominada por la clase más
acomodada: el 74% de sus miembros procedía de Oxford o
Cambridge, gobernaran los conservadores o los laboristas.

Si existió esta continuidad social es porque, en realidad,


en la vida pública no hubo discrepancias tan graves. El
consenso implicó acuerdo en cuestiones tan espinosas como
la política social, el gasto militar o incluso qué hacer respecto
al Imperio (tampoco lo hubo sobre los gastos de la boda de la
futura reina). La herencia de la guerra fue, al menos en
apariencia, un aspecto exterior de unidad. Aunque para la
derecha significaba un patriotismo constructivo mientras que
para la izquierda suponía la cohesión social, la coincidencia en
lo fundamental estaba asegurada. A pesar de esa identidad de
fondo en las posturas, las interpretaciones de los historiadores
sobre esta época de la Historia británica han resultado muy
controvertidas.

Si se ha presentado esta etapa como una singladura


radicalmente novedosa, al mismo tiempo se ha asegurado,
también, que el pueblo británico esperaba y obtuvo la solución
de sus problemas de paro y de carencia de protección social,
pero al mismo tiempo se atribuyó a sí mismo una misión
excesiva en un momento en que se derrumbaban sus
13
Derecho de Integración
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exportaciones y se habían volatilizado ya sus inversiones


exteriores. Aunque los norteamericanos fueron especialmente
generosos con los británicos en lo que respecta a la asistencia
concedida a través del Plan Marshall, esta ayuda fue
empleada para proyectos poco solventes y no para
infraestructuras. Sólo los norteamericanos superaron durante
estos años a los británicos en lo que respecta a número de
Premios Nobel conseguidos. Gran Bretaña gastaba mucho más
que la media de las naciones europeas en investigación y
desarrollo, pero quedó al margen en lo que respecta a su
capacidad de innovación tecnológica. Como a ello hubo que
añadir una política que mantenía el recuerdo de la época
imperial, la carga acabó siendo muy difícil de soportar. En
1950, quien había sido la potencia hegemónica era sólo el
séptimo país en PIB del mundo; en 1970, estaba en el puesto
dieciocho. Era demasiado y la combinación entre la política
social y la combinación con una política exterior muy activa
pudo provocar la decadencia económica a medio plazo.

4.5.3. Los origenes de la Alemania Federal2.


En marzo de 1945, se podía leer en una pared del Berlín
semidestruido un "graffiti" que decía: "Aprovechaos bien de la
guerra porque la paz va a ser terrible". El consejo era
estúpido, pero el autor no se equivocaba. No se trata de
referirse aquí de nuevo a las pérdidas territoriales sufridas por
Alemania, pero sí a otros padecimientos. Si los soldados rusos
violaron y asesinaron más que en otras latitudes fue porque
creyeron que tenían plena razón para hacerlo así y porque
ellos mismos habían sufrido un trato parecido. Los
testimonios, por ejemplo, de violaciones -se han llegado a
contabilizar dos millones- han sido recogidos por figuras del
mundo literario como, por ejemplo, Solzhenitsyn. El punto de
partida de la Alemania de la posguerra estuvo constituido,
pues, por los desastres de la guerra. Además, algunas de las
más completas destrucciones de ciudades tuvieron lugar en
los últimos meses de la guerra: éste fue el caso de Dresde,
Koenigsberg o Breslau. De los diecisiete millones de alemanes
que vivían en los territorios del Este, algo más de tres
murieron por la guerra o las expulsiones en la fase bélica final;
apenas dos millones permanecieron en los lugares donde
vivían y el resto -más de diez- se refugió en las regiones
occidentales. Y, sin embargo, como aseguró cuarenta años
después el presidente de la RFA, Richard von Weizsacker, el
final de la guerra equivalió a una liberación. No todos lo
admitieron: el historiador Ernst Nolte recordó que no se podía
hablar de liberación cuando Alemania había perdido una
cuarta parte de su territorio y que no se liberaron los propios
2 La denominación ‘Ley Fundamental del texto Constitucional de la Republica Federal de Alemania, y no
constitución, obedeció a que se estimó que era una regulación provisional hasta la reunificación de toda
Alemania.
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alemanes, sino que la liberación les fue impuesta. La propia


idea de que existía, en cierto grado, una culpa colectiva fue
minoritaria.

Lo más justo quizá sea decir, como escribió Thomas


Mann, que no había dos Alemanias: la mala era igual que la
buena, aunque hubiera perdido el rumbo y fuera culpable. Ya
el norteamericano Kennan, desde comienzos de 1945, había
aconsejado aceptar como un hecho irreversible que Alemania
quedaría dividida en dos. En la etapa de ocupación, los
norteamericanos esbozaron actitudes que tenían algo de
racistas: para algunos, el deseo de guerra estaba tan
profundamente enraizado en los alemanes como el deseo de
libertad entre los norteamericanos. Un documento oficial
aseguraba que había que tratar a Alemania como una nación
enemiga vencida. Pero esta situación fue superada muy
pronto. Hoover le planteó muy oportunamente la alternativa a
Truman: se puede tener la venganza o la paz, pero no las dos
a la vez. Los aliados democráticos optaron por la segunda.
Alemania debía ser castigada y lo fue mediante la mutilación
territorial -la comparación más pertinente sería la de una
España que hubiera perdido Andalucía- y los juicios de
Nuremberg, pero también hubo procesos de personas
responsables de delitos no tan grandes. Las reparaciones, por
su parte, afectaron de forma especial a los residentes en la
zona oriental, a los que se impidió disponer de unos medios
que eran imprescindibles para su subsistencia, pero también
hubo reparaciones, muy inferiores, en la zona occidental. Los
juicios de personalidades inferiores a los grandes gerifaltes del
nazismo fueron realizados en primer lugar por tribunales
militares aliados y concluyeron en procesos contra 5.006
personas de las que 794 fueron condenadas a muerte y 486
ejecutadas. Además, los aliados incluyeron en la legislación
penal alemana sanciones contra los "crímenes contra la
Humanidad" o "crímenes de guerra", lo que permitió aplicar
penas retroactivas para delitos que originariamente no
existían. A fines de 1950, se habían dictado 5.228 condenas,
pero en su mayor parte se referían a delitos menores (sólo en
un centenar de casos se trataba de asesinatos).

En 1950, la competencia definitiva sobre estos delitos


fue transferida a los tribunales alemanes, que tan sólo
condenaron a 628 personas, en su mayor parte guardianes de
campos de concentración. A fines de 1955, prescribieron todos
los delitos menores y sólo fue posible perseguir los delitos de
asesinato con premeditación. No obstante, la protesta de
algunos intelectuales hizo que en 1958 se creara un servicio
de investigación de los crímenes nazis e incluso que se
prolongara el tiempo de prescripción de los delitos de
asesinato. Alemania, a partir de este momento pero también
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Derecho de Integración
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en épocas posteriores, ha indemnizado a quienes sufrieron las


consecuencias de la barbarie nazi. En cuanto a la
desnazificación de la Administración, en un principio llegó a
ser tan masiva que 100.000 funcionarios fueron expulsados de
sus puestos tan sólo en Baviera, mientras se repartían
millones de cuestionarios para llevarla a cabo. En la práctica,
finalmente tan sólo 58.000 funcionarios fueron expulsados de
sus puestos. La desnazificación moral se llevó a cabo de forma
plena, de modo que tan sólo un 10% de los alemanes
afirmaba, a fines de los años cuarenta, de acuerdo con las
encuestas, que Hitler era el mayor estadista alemán de todos
los tiempos. La primera elección democrática tuvo lugar en
Alemania en un pueblecito bávaro en agosto de 1945.
Afortunadamente, había todavía dirigentes de la época
precedente que fueron utilizados por los aliados para ponerlos
al frente de los Gobiernos regionales que se crearon en las
zonas de ocupación y siempre hubo la idea de que todos los
puestos políticos serían ocupados, llegado el momento, por
elección. Las políticas de las diversas potencias ocupantes
variaron un tanto: mientras los norteamericanos apenas
intervinieron en esos Gobiernos, los británicos sí lo hicieron y
los franceses llegaron a mostrar aspiraciones anexionistas
sobre el Sarre. Cuatro partidos fueron aceptados por los
ocupantes: Comunista, Democristiano, Liberal y
Socialdemócrata. Con esos cuatro polos, que correspondían a
otros tantos modos de entender la vida, se organizó la vida
política en manifiesta ruptura con respecto al pasado. Gran
parte de sus dirigentes, como Adenauer y Schumacher, había
pertenecido a la oposición al nazismo.

En septiembre de 1945, tan sólo cuatro meses después


de haber acabado la guerra, se anunciaron las primeras
elecciones generales que se llevaron a cabo en 1946. Los dos
grandes protagonistas de la política alemana de la posguerra
fueron Konrad Adenauer y Kurt Schumacher; la paradoja es
que el conservador fue el más propicio a una política de
apertura hacia el exterior y de crecimiento económico que
cambió la sociedad alemana mientras que el socialista fue
proclive a posiciones nacionalistas. Adenauer había sido en
1917 un muy joven alcalde de Colonia y en los años veinte era
ya una de las figuras más importantes del partido de Centro.
Al final de la guerra, tenía ya 69 años y, al abandonar la cárcel
de la Gestapo, sus carceleros temieron que pudiera suicidarse,
pero todavía tenía una larga vida por delante. Caracterizaron a
Adenauer una infatigable energía, una enorme capacidad de
trabajo y una voluntad de combate incluso en los momentos
más difíciles. Su vida puede ser descrita como un drama
permanente o como una continua lucha, de la que nunca
estaba por completo satisfecho. Su absoluta carencia de
preocupación ideológica no se contradecía con firmes
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Derecho de Integración
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principios, algunos de ellos enfrentados con respecto a lo


admitido por la mayoría. La dureza de su carácter, nacida del
sufrimiento, le llevó a ser destituido por los británicos -como lo
había sido antes por los nazis- por defender sus ideas.

Su mujer falleció en 1948 como consecuencia de las


penalidades sufridas y él mismo hubiera muerto de no ser por
la rapidez del avance de los norteamericanos; había sido
detenido varias veces durante el período nazi, pero eso no le
hizo proclive a pensar en la existencia de una culpa colectiva
de los alemanes acerca del nazismo. En los años de obligada
pasividad adquirió una conciencia absoluta de que la división
de Europa era inevitable y de que la suya era la "parte libre"
de Alemania que debía reconciliarse con Francia. La CDU que
presidió fue un partido que partía de la compatibilidad entre
protestantes, conservadores y liberales y católicos, y que se
abrió también a corrientes sociales. Kaiser, un sindicalista,
representó una tendencia de socialismo cristiano muy
influyente durante algún tiempo. Por su parte, Kurt
Schumacher era en muchos aspectos diferente de Adenauer:
prusiano, era partidario de un Gobierno fuerte frente al
federalismo del renano. Había pasado doce años en campos
de concentración nazis. Fue siempre muy nacionalista y, por
ello, menos europeísta y estaba dotado de un sentido del
humor y de un calor humano de los que carecía Adenauer. Los
problemas de reconstrucción eran, en 1945, gravísimos.
Berlín, que con cinco millones de habitantes era en 1930 la
mayor ciudad del continente europeo, sólo tenía en estos
momentos tres. En ese año, un tercio de los nacidos en la
antigua capital moría a causa de la precariedad de las
condiciones de vida allí existentes. Antes de la guerra, las
zonas más productivas desde el punto de vista alimentario
habían sido las situadas en el Norte y la destrucción de los
medios de transporte tuvo efectos devastadores sobre el
aprovisionamiento, hasta el punto de que la cifra de calorías
en la alimentación se redujo a tan sólo un tercio del nivel
considerado normal. En 1946, la media de la producción en las
zonas administradas por los anglosajones fue algo superior a
un tercio y sólo en 1948 se llegó al 60% de las cifras de la
preguerra.

En 1946, empezaron a tomarse decisiones que hicieron


posible la recuperación económica. Puesto que los soviéticos
no daban cuenta de las reparaciones que obtenían a base de
desmantelar fábricas en la zona oriental, en la occidental
dejaron de admitirse nuevos desmantelamientos. El invierno
de 1947 se vio acompañado por las temperaturas más bajas
del siglo en el centro de Europa, pero fue ya entonces cuando
Alemania comenzó a percibir el cambio en la política
norteamericana. Los aliados crearon un Consejo de 52
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Derecho de Integración
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miembros, elegidos por los Parlamentos regionales, que


empezó a funcionar en junio. En él ya jugó un papel de
primera importancia Ludwig Erhard, un hombre ya de edad
que había desempeñado un papel en el Gobierno bávaro y fue
luego profesor en Munich. Su mérito fue oponerse las
tendencias estatificadoras que no sólo dominaban entre los
socialistas sino en parte de los sectores democristianos y
entre los propios ocupantes, en especial los británicos. Fue él
quien patrocinó las disposiciones fundamentales que
estuvieron en el origen de la recuperación económica
alemana. Consistieron en una reforma monetaria que introdujo
un nuevo signo monetario -el "deutsche mark"-, la abolición
del racionamiento y, en general, de todas las restricciones. Su
política fue, por consiguiente, la de una economía de mercado,
frente a lo que resultaba habitual en la política económica de
una época en que incluso la democracia cristiana había
propuesto la nacionalización de la industria pesada. Las
reformas hicieron desaparecer el mercado negro, pero
afectaron gravemente a los ahorradores.

En 1952, una ley de reparto de cargas pretendió


establecer algún sistema de compensación. Los propietarios
de bienes raíces, en cambio, apenas se vieron afectados por
las medidas. Las tesis económicas de Erhard eran coincidentes
con las de un grupo de economistas, entre los que figuraron
Ropke, Eucken y Hayek, partidarios de "un orden social y
económico fundamentalmente libre, pero también socialmente
responsable, asegurado por un Estado fuerte". La reforma
monetaria no sólo tuvo unas importantes consecuencias desde
el punto de vista económico, sino también desde el político.
Los países europeos occidentales habían llegado ya a la
conclusión de que Alemania tenía que regirse con un Gobierno
propio. La nueva moneda hizo inevitable la división de
Alemania y provocó, como respuesta soviética, el bloqueo de
Berlín. Pero la URSS había violado de forma sistemática los
principios del Gobierno cuatripartito de Alemania y el principio
de la libre determinación de los pueblos. Continuando con el
proceso de construcción de un Estado, en septiembre de 1948
se reunió en Bonn una Asamblea constituyente.

La organización política de Alemania estaría basada en


una Ley Fundamental3 y no en una Constitución propiamente
3 Entre el 4 y el 11 de febrero de 1945, Franklin D. Roosevelt. Presidente de los Estados Unidos; Winston
Churchill. Primer Ministro de Gran Bretaña. Joseph Stalin. Jefe del Gobierno de la Unión Soviética, reunidos en la
ciudad de Yalta (Crimea), decidieron que Alemania, ante la derrota inminente sería dividida en cuatro zonas.
Estas zonas serían –por acuerdo de las partes- gobernados por los comandantes supremos de las fuerzas
armadas de cada país. La ocupación de Berlín –capital en la actualidad de Alemania-, por las fuerzas soviéticas;
el ejercito estadounidense; británico y francés, producido el 9 de mayo de 1945, trajo como consecuencia la
rendición del ejercito nazi, rendición que fue dada de manera incondicional. Este hecho, es decir, la rendición
propicio la división del territorio alemán luego de casi tres meses de tomada la decisión por los actores
políticos. Alemania fue dividida en cuatro zonas y los más altos dirigentes nazis fueron sometidos al Tribunal
Internacional de Nuremberg. El Tribunal de Nuremberg tuvo como misión juzgar los delitos de lesa humanidad
perpetrado por los dirigentes nazis en los campos de concentración nazi.
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Derecho de Integración
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dicha, con el fin de subrayar una condición de provisionalidad


derivada de que sólo una parte de los alemanes podían
pronunciarse. Las diferencias entre los partidos se
manifestaron considerables y dieron lugar a acuerdos muy
peculiares: la segunda Cámara o Bundesrat fue producto de la
voluntad coincidente de CSU -democristianos bávaros- y SPD.
La ley básica, aprobada en mayo de 1949, no fue el producto
de un esfuerzo reaccionario por volver al pasado ni de una
presión norteamericana sino la consecuencia de un profundo
deseo de estabilidad, cambio y paz de todos los alemanes.
Entre 1949 y 1955, transcurre la primera etapa en la
existencia de la República Federal. La única oposición
importante a la Ley Fundamental la presentaba la CSU,
enfrentada al exceso de poder otorgado al Gobierno central,
pero acabó aceptándola. La misma elección de Bonn como
capital federal derivó del voluntario carácter de
provisionalidad que quiso dársele al nuevo Estado. Los colores
de la bandera fueron los de los demócratas nacionalistas
alemanes del siglo XIX, como había sido durante la República
de Weimar.

Las primeras elecciones legislativas tuvieron lugar en agosto


de 1949, después de la aprobación de una ley electoral en la
que la posibilidad de un doble voto permitió siempre la
existencia de un pequeño Partido Liberal.

Desde un principio, la contienda electoral se centró entre la


CDU y el SPD, que obtuvieron el 31 y el 29% del voto,
respectivamente, mientras que el FDP logró el 11%. Esos
resultados demuestran que existió la posibilidad de una gran
dispersión parlamentaria, como había sucedido en la
República de Weimar, pero ya en 1957 los demás partidos no
superaron el 10%.

La abundancia de repatriados hubiera posibilitado que se


formara un partido formado exclusivamente por ellos, pero de
hecho el Parlamento vino a mostrar el mismo esquema de
proporciones que se daba en la sociedad. Adenauer pudo
gobernar gracias a la colaboración con los liberales, a los que
pertenecía el primer presidente, Heuss; por otro lado,
habiendo sido los temas económicos fundamentales en la
campaña electoral, resultaba lógico que no quisiera coligarse
con los socialistas. Su política estuvo dirigida a vincular
Alemania a Occidente, como si temiera por la actitud de sus
compatriotas. Consiguió su primera mayoría por un solo voto,

Producido la asunción de los comandos militares de cada país en cada zona alemana administrada, se
plantea la posibilidad de que, sin perder autonomía- la economía alemana en todas sus zonas sería o tendría un
modelo de economía capitalista. Entiéndase por modelo capitalista, a las economía que brindan especial interés
a la protección del capital privado, derecho de propiedad y la libertad de contratar. Las zonas estadounidense,
británica y francesa se convirtieron en un solo territorio con economía capitalista, conservando sus
administraciones separadas.
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pero proporcionó a Alemania una dirección firme, clara,


imaginativa y realista. Adenauer era Der Alte -El Viejo- y
siempre estuvo rodeado de un excepcional respeto. Los
dirigentes del SPD, sin embargo, llegaron a decir que
Adenauer actuaba como si se tratara de la quinta potencia
ocupante. Como consecuencia de los acuerdos de Petersberg,
en noviembre de 1949, la República Federal de Alemania fue
reconocida como Estado independiente por los aliados
occidentales. Sólo la autoridad de Adenauer permitió que el
país se rearmara porque el punto de partida al respecto fue
muy negativo, pues dos tercios de la población se negaba a
una medida como ésta. El protestantismo alemán estuvo a
punto de dividirse al respecto y hubo ministros que
abandonaron el Gobierno mientras que el SPD llevó la cuestión
al Tribunal Constitucional. Éste, por su parte, jugó un papel
político importante cuando tomó la decisión de expulsar de la
legalidad democrática a un pequeño partido neonazi en
Sajonia y, después, al partido comunista.

En 1952, Stalin hizo una propuesta con respecto la


reunificación alemana y una parte de la clase política alemana
-incluso de la CDU- consideró que era sincera. Pero Adenauer
no aceptó. Su firme política prooccidental, dispuesta a la
integración en la Comunidad Europea de Defensa, permitió el
cese de la ocupación y la integración del país en la OTAN y en
el Tratado de Bruselas. Al mismo tiempo que se integraba en
Europa, la RFA, saldando cuentas con su pasado, aplicó una
política tendente a la indemnización por los crímenes
cometidos por los nazis. Alrededor del 15% de las
importaciones de Israel procedían de Alemania, que suscribió
también pactos indemnizatorios con un total de dieciséis
países. Los grandes inconvenientes de la economía alemana al
comienzo de la posguerra no residían tanto en la destrucción
de los bienes de capital como en el problema de las
comunicaciones y la división del país en dos. Pero,
establecidos los principios de la economía social de mercado
gracias a la política de Erhard, la recuperación fue mucho más
rápida de lo esperado. La construcción de viviendas,
estimulada por una disposición de 1950, fue uno de los
principales motores de la economía. A partir de 1955 y
durante toda la segunda mitad de la década, el crecimiento
anual alemán fue ya superior al 7%.

4.5.4. Italia: Fundamentos de Primera República.


En Italia, la fase final de la guerra constituyó, en realidad, una
auténtica guerra civil. Eso es lo que explica que el "viento del
Norte", es decir, los aires revolucionarios instalados en esta
parte del país, jugaran un papel muy importante en los
primeros años de la Italia republicana. El impacto del conflicto
sobre la vida y la conciencia de los italianos fue mucho mayor
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Derecho de Integración
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no sólo que el producido por la Gran Guerra sino también que


el generado por el propio Risorgimento.

La memoria de la lucha entre fascistas y antifascistas fue uno


de los elementos vertebradores de la Italia de la posguerra. De
momento, los seis partidos representados en la resistencia
formaron un Comité de Liberación Nacional, cuya autoridad
debió reconocer el Gobierno Bonomi a fines del año 1944 en la
zona Norte. La actitud contemporizadora de los comunistas,
dirigidos por Palmiro Togliatti, contribuyó a hacer posible esta
fórmula de convivencia temporal entre dos legitimidades. En
un discurso que se hizo célebre, pronunciado en Salerno
-dando lugar a la llamada "svolta di Salerno"- señaló la
necesidad de dejar a un lado los objetivos revolucionarios y
colaborar con el resto de las fuerzas políticas. Sin embargo,
hasta junio de 1945, no se llegó a una solución que integrara
la dualidad de poderes existentes con el Gobierno de Ferruccio
Parri, personaje vinculado al Partito d'Azione, un
conglomerado liberal y progresista que, si había tenido una
destacada importancia en la resistencia, no llegó a fraguar con
posterioridad como partido de masas. Parri contó con una
especie de organismo colectivo de consulta, formado por los
partidos de la resistencia y tuvo en el seno de su Gobierno a
sus principales dirigentes, como el democristiano De Gasperi,
el socialista Nenni y el propio Togliatti. Poco ducho en
cuestiones administrativas y muy recelosas, Parri acabó
cediendo el poder, a fines de año, a De Gasperi. Este giro, que
para algunos supone el principio de clericalización de la
política italiana, en realidad estuvo motivado en la debilidad
de la posición política de Parri.

A estas alturas ya se habían planteado algunas cuestiones


decisivas que tardarían en ser resueltas. Hubo movimientos
separatistas en Sicilia y Cerdeña y, sobre todo, otro, bajo el
impreciso título L'uomo qualunque -el hombre cualquiera- que,
inspirado por el escritor Giannini, se convirtió en
representante de los antiguos fascistas y de los
decepcionados por los partidos democráticos. Mientras tanto,
la depuración de los colaboradores del fascismo se había
realizado de un modo superficial y muy poco exigente. A
comienzos de los sesenta, se pudo constatar que tan sólo dos
de los 64 "prefetti" existentes habían militado en la
resistencia. Pero la cuestión política más grave que estaba
pendiente de resolución era la relativa a la Monarquía.
Titubeante y, al mismo tiempo, convencido de su popularidad,
el rey Vittorio Emmanuele tardó en abdicar en su hijo Umberto
hasta tan sólo unas semanas antes de jugarse su destino en
un referéndum. Celebrado en junio de 1946, la República
obtuvo el 54% de los votos, pero una preocupante señal de la

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desarticulación política del país fue la victoria de la Monarquía


en la mitad Sur del mismo.

La forma en que quedó planteada y resuelta la cuestión de


régimen fue una prueba evidente de la habilidad política de
De Gasperi. No aceptó el nuevo primer ministro que la
cuestión fuera decidida por una Asamblea Constituyente sino
que la reservó para un referéndum en el que la democracia
cristiana -cuyos dirigentes eran mayoritariamente
republicanos, aunque las masas que les votaban no lo fueran-
no se jugara su destino. En realidad, este partido no había
nacido como resultado de una especie de conspiración clerical
y vaticanista, sino que se había impuesto sobre estos medios
como única solución para cerrar el camino a la izquierda.

Los medios clericales y el propio Vaticano vieron en la


situación de la posguerra un peligro apocalíptico y movilizaron
todas sus fuerzas para reconstruir el papel directivo de la
Iglesia en la nueva Italia. Esta actitud corría el peligro de
acabar en el clericalismo pero De Gasperi, cuyo objetivo
fundamental era estabilizar el Estado democrático, definió a
su partido, en un sentido de clara ruptura con respecto a su
pasado confesional, como "un partido de centro que se mueve
hacia la izquierda". No obstante, en materia económica su
Gobierno se identificó de forma meridianamente clara con la
economía de mercado, como se puede percibir por el hecho de
que las medidas de reconstrucción quedaron en manos del
liberal Einaudi.

Las primeras elecciones, que tuvieron lugar al mismo tiempo


que el plebiscito, produjeron un cambio decisivo en la vida
política italiana. La fuerza política que obtuvo más votos fue la
Democracia Cristiana (35%), seguida por los socialistas (20%)
y los comunistas (19%), mientras que los liberales, el sector
político más importante de la época prefascista, sólo llegaron
al 7%. Más importante que esta distribución del voto fue el
hecho de que a partir de este momento la política italiana
presenció la definitiva entrada en ella de las masas. La
dominaron dos poderosísimos partidos, capaces de lograr una
penetración capilar en la sociedad: la Democracia Cristiana y
el Partido Comunista, dotados de amplia implantación gracias
a sus organizaciones sociales paralelas. Por su parte, el Partido
Socialista acabó marginado a un tercer puesto debido a su
división interna. Nenni, su dirigente principal, mantuvo
durante estos años una política de unidad con los comunistas
y una política exterior poco propicia a la identificación con el
mundo occidental; su discurso, a menudo irritó más a la
derecha que el de los propios comunistas.

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Derecho de Integración
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En 1947, el partido se dividió apareciendo una tendencia


socialdemócrata. El Gobierno formado después de las
elecciones fue tripartito, con la colaboración de los tres
partidos más votados. Estaba destinado a no durar mucho
pero supo pilotar el cambio constitucional. La elaboración de
la Ley Fundamental fue lenta y algunos preceptos -los
relativos a la descentralización- tardaron mucho en llevarse a
la práctica, pero la Constitución resultó duradera y capaz de
ser aceptada por grupos políticos muy dispares. Una prueba
de las cesiones que cada grupo debió hacer la proporciona el
hecho de que el Partido Comunista acabó aceptando la
constitucionalización de los Pactos Lateranenses, suscritos en
1929 entre el Vaticano y el régimen fascista. Sin embargo, la
distancia entre los partidos era tan considerable que el
conflicto acabó por estallar a mediados de 1947.

Los sucesos del Este de Europa jugaron en ello un papel muy


importante, pero no hay que olvidar tampoco que el PCI
seguía dando pie a temores, por mantener sus políticas
revolucionarias. Socialistas y comunistas italianos aceptaron la
destrucción de la democracia en Checoslovaquia y en los años
de la posguerra hubo que incautar 35.000 fusiles automáticos
y 37.000 pistolas que habían quedado en manos de los
antiguos partisanos. La respuesta de De Gasperi ante estos
presuntos o reales peligros antidemocráticos consistió en
pasar de un Gobierno tripartito a uno cuatripartito, sumando a
la Democracia Cristiana grupos menores -liberales,
socialdemócratas y republicanos- que tenían una clara
vocación democrática y un carácter laico. Por su parte,
socialistas y comunistas formaron un Frente Democrático
Popular que acudió en coalición a las elecciones en abril. El
resultado de esta consulta fue una muy clara victoria de la
Democracia Cristiana que logró casi el 49% de los votos
mientras que las izquierdas quedaron en tan sólo el 31%
perdiendo votos hacia los socialdemócratas que lideraba
Saragat. En adelante, ya no se pondría en duda la pertenencia
de Italia al mundo democrático. De Gasperi hubiera podido
formar un Gobierno monocolor -porque tenía suficiente
número de escaños- pero prefirió mantener el cuatripartito. Un
factor que pudo influir en el resultado de las elecciones fue
que los Estados Unidos apoyaron la posición del Gobierno
italiano en lo que respecta a Trieste y dejaron claro que el
mantenimiento de su ayuda económica dependía de que no
hubiera un deslizamiento hacia el comunismo. Ya entonces
estaba clara la definición occidental de la política exterior
italiana: el viaje de De Gasperi a Estados Unidos al comienzo
de 1947 debe ser interpretado como un resultado de esta
identificación más que como una prueba del intervencionismo
norteamericano en la política italiana.

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Privada de sus colonias, Italia tenía que borrar, además, la


pésima imagen internacional que había producido en el
momento de su intervención en la guerra en 1940. Pero
superó estas dificultades: las reparaciones que pagó no fueron
de gran magnitud y, en realidad, de forma indirecta fueron
asumidas por los norteamericanos. Lo peor fue que las propias
fronteras italianas fueron motivo de controversia. Francia
ocupó el valle de Aosta, pero acabó abandonándolo. Sobre el
Tirol del Sur, mayoritariamente germanoparlante, se llegó a un
acuerdo con Austria basado en la implantación de un régimen
de autonomía. Trieste acabó siendo recuperado, tras ásperas
tensiones con Yugoslavia. Tanto el balance de política interna
como el de la exterior de los primeros años de posguerra
fueron positivos, porque estabilizaron la situación de una Italia
democrática. A partir de la crucial elección de 1948, la fórmula
de gobierno siguió siendo idéntica. La Democracia Cristiana
continuó siendo el eje de la vida política apoyada por los
republicanos de La Malfa, los liberales convertidos en
representantes de los intereses de la gran industria y dirigidos
por Malagodi, y los socialdemócratas. La novedad más
importante de los años cincuenta fue la reaparición de la
extrema derecha en dos movimientos -Movimento Soziale
Italiano y monárquicos- que arrebataron una parte del voto
democristiano.

En el partido de De Gasperi hubo también una tendencia en


los sectores más derechistas proclive a romper la posición
centrista e incluso a colaborar con los partidos de derecha.
Pero el jefe de Gobierno mantuvo su opción. La presentación
de un anteproyecto de nueva ley electoral, aunque muy
controvertido, no tuvo otro objetivo que hacer perdurar la
fórmula centrista. La disposición pretendía introducir el
emparentamiento de varias listas electorales de modo que si
una opción llegaba a más del 50% de los votos se le
atribuirían dos tercios de los escaños. Aunque nada tenía que
ver con cualquier tipo de antecedente de la época
mussoliniana, inmediatamente la izquierda estableció
comparaciones denigratorias. Pero lo peor para De Gasperi fue
que el proyecto acabó por dividir a los partidos de la coalición
centrista. En las elecciones de 1953, a éstos sólo les faltaron
60.000 votos para lograr el ansiado 50%, pero la Democracia
Cristiana perdió ocho puntos porcentuales. Amargado, De
Gasperi se retiró y no tardaría en morir, en 1954. A pesar de
su desaparición, la fórmula política que siguió existiendo fue
semejante, aunque los partidos laicos en ocasiones apoyaran
al Gobierno desde fuera. Sin embargo, el talante de los
sucesores de De Gasperi -Pella, Scelba, Segni- fue mucho más
conservador. En el período 1953-1958 se sucedieron seis
Gobiernos, lo que testimonia una gran inestabilidad,
multiplicada por el hecho de que en la Democracia Cristiana
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había hasta cinco corrientes distintas. Pero la Italia


democrática había conseguido superar uno de los peores
momentos de su Historia. Si las imágenes del cine neorrealista
constituyeron una excelente prueba de lo grave que había
sido el impacto de la guerra, en 1953 los italianos podían ver
en sus pantallas cinematográficas la película Pan, amor y
fantasía que ofrecía una perspectiva mucho más amable y
optimista.

4.6. Expansión de la Europa del Este.


Frente a la Europa que se mantuvo en la senda de la democracia, en
el Este del Viejo Continente otra Europa eligió -o, mejor dicho, se vio
obligada a elegir- la senda divergente del comunismo. Aunque más
adelante veremos que cuanto allí sucedió tuvo una crucial
importancia en las relaciones internacionales de la época, resulta
preciso tratar de esta cuestión de forma detallada. La importancia
de esta ruptura o corte en la Historia de Europa así lo requiere al
margen de su repercusión.

4.6.1. La Conquista del Poder.


La Europa central y del Este fue para Stalin una preocupación
esencial a lo largo de toda de la guerra. Desde 1941, había
insistido cerca de sus aliados en la necesidad de definir los
objetivos bélicos y, a partir de 1943, la URSS abandonó su
apariencia hasta entonces de ciudadela asediada para
pretender convertirse en una especie de madre de las
revoluciones. Lo hizo por un procedimiento que estaba en
directa relación con el modo de acceso de los bolcheviques al
poder y tenía poco que ver con Marx y mucho con las
circunstancias bélicas vividas por Rusia en 1917; también en
Mongolia había sido, en 1920, el Ejército soviético quien
impuso la revolución. De modo parecido, lo que se produjo en
Europa del Este, más que una exportación de la revolución,
fue una extensión geográfica de la misma por procedimientos
militares, llevándola a cabo desde arriba y por presión
exterior. De esta manera se constituyó, desde el momento de
la victoria sobre Alemania hasta comienzos de 1948, un
círculo o glacis de protección de la URSS dirigido por políticos
de su confianza, estrechamente vinculados a la URSS.

Lo estaban incluso desde el punto de vista de su biografía


previa, pues quienes ocuparon un papel político dirigente
habían pasado una buena parte de su vida en Moscú. La
política exterior de estos países siguió los dictados de la
soviética, y en la interior se reprodujo la fórmula que había
aplicado Stalin desde el poder. No se debe pensar, sin
embargo, que ese glacis hubiera sido concedido en Yalta tal
como luego se convirtió en realidad o que Stalin tuviera una
precisa idea de lo que quería conseguir en esta parte del
mundo. Por más que las conversaciones entre Churchill y
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Stalin sobre el reparto de sus respectivos porcentajes de


influencia parezcan cínicas, lo cierto es que podían
determinarlo pero no se referían al modo de hacerlo. Nunca se
refirieron, por ejemplo, al carácter dictatorial de los
regímenes. Además, el dirigente conservador británico, al citar
porcentajes, lo que quería era hallar un procedimiento para
recortar la influencia soviética. Por su parte, es muy posible
que Stalin quisiera un sistema de la relaciones estable con sus
aliados de otro tiempo e influencia en la retaguardia a través
de los partidos comunistas. Pero, para él, el glacis protector
era decisivo y el ansia de seguridad absoluta que tenía le llevó
a revestirlo de las características que, en efecto, tuvo.

La dominación por los comunistas del Este de Europa no se


llevó a cabo de una manera súbita. Hubo tres fases sucesivas,
que podrían ser descritas en los términos siguientes: una
primera coalición amplia de izquierdas, una coalición de
idéntica significación, en la que los comunistas tenían el claro
predominio y, por último, la toma del poder absoluto por ellos.
Los historiadores dudarán durante mucho tiempo acerca de si
se produjo la guerra fría por la toma del poder por los
comunistas en esta región del mundo o si, por el contrario,
hubo toma del poder porque había guerra fría; de lo que no
cabe la menor duda es que las dos realidades estuvieron
estrechamente relacionadas. En lo que, en cambio, existe una
coincidencia completa es en considerar que en la clara
mayoría de estos países nunca se hubiera llegado de forma
espontánea a una revolución.

En ningún momento los comunistas alcanzaron victorias


electorales que les permitieran ejercer el poder de forma
abrumadora, de modo que fueron los procedimientos que
emplearon los que les permitieron llegar a conseguirlo.
Principalmente utilizaron la táctica del caballo de Troya
-introducción de infiltrados en los partidos socialistas- y la "del
salami", es decir, ir fraccionando al adversario de forma
sucesiva hasta reducirlo a la impotencia. Pero todavía más
importante fue el puro y simple uso de la fuerza, a partir del
control de las fuerzas de seguridad y del Ejército. Sin duda, la
prioridad fundamental de Stalin fue establecer un Gobierno
adicto en Polonia, el país más reacio al comunismo, pero no
está claro si verdaderamente trató desde un principio de
hacerlo en todo el conjunto del Este de Europa.

Es posible que en el resto de la zona sólo pretendiera sacar


una neta ventaja del resultado de la guerra. En este sentido,
quizá pueda decirse que "la estalinización fue un proceso más
que un plan". Siempre, sin embargo, el predominio de los
intereses soviéticos derivó en gran medida de la presencia del
Ejército Rojo. Sólo así puede explicarse que los minúsculos
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partidos comunistas de Rumania y Hungría consiguieran llegar


al poder, mientras que eso no fue posible en el caso de
Francia e Italia, que poseían grandes partidos comunistas.

En cambio, el Ejército soviético no desempeñó papel alguno


en el caso de la toma del poder en Bulgaria, Checoslovaquia,
Albania y Yugoslavia. Por su parte, Austria fue ocupada
parcialmente por los soviéticos durante algún tiempo, pero
eso no determinó su futuro. Resulta preciso, por tanto, aludir a
otras causas complementarias. Un factor muy importante fue
que en este momento parecía esencial proceder a la
reconstrucción de los países organizada por los Estados y los
poderes públicos. El comunismo, además, daba la sensación
de ser "el futuro": se había olvidado el mundo de las purgas y
de la colectivización forzosa e incluso se había perdido de
vista la Komintern. Los comunistas eran en 1945 la fuerza
política mejor organizada de esta zona y la vida social estaba
por completo desorganizada, con las viejas clases dominantes
destruidas o incapaces de reacción, mientras que apenas
existían otras que pudieran convertirse en una alternativa.

Los campesinos habían sobrevivido como clase, pero los


comunistas trataron de no enfrentarse con ellos proponiendo
la reforma agraria. Los intelectuales se dejaron llevar por el
"espíritu del tiempo". Los sindicatos apoyaron también a los
comunistas quienes los habían gestado. Las Iglesias, en
cambio, presentaron resistencia, en especial la católica, y
fueron inmediatamente perseguidas. La toma del poder tuvo
lugar primero en los países menos desarrollados, en los que
los soviéticos tenían un interés fundamental o que realizaron
una revolución propia; solamente después, se llevó a cabo en
aquellos que se asemejaban más a los occidentales. La
narración de la conquista del poder por los comunistas debe,
pues, iniciarse por aquellos países que la realizaron por sí
mismos, como consecuencia de un proceso revolucionario
endógeno. En Albania, la toma del poder por los comunistas se
inició en el otoño de 1944, sin encontrar verdadera
resistencia, excepto en el Norte del territorio, de mayoría
católica. Los aliados en ningún momento habían reconocido a
un Gobierno albanés en el exilio ni habían tenido intervención
alguna en el pequeño país. Por su parte, Yugoslavia, al ser
considerada como uno de los vencedores en la guerra, no
conoció la presencia de una fuerza de ocupación o de una
comisión aliada de control. En realidad, fue uno de los escasos
países de Europa en que los partisanos jugaron un papel
decisivo en las operaciones militares contra los alemanes,
llevadas a cabo en general con una espectacular brutalidad.
Murió en la guerra uno de cada dieciséis yugoslavos, con la
particularidad de que se produjo al mismo tiempo una

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confrontación entre las diferencias etnias, que habría de tener


consecuencias muy duraderas con el paso del tiempo.

A la altura de 1945, de los 12.000 miembros que tenía el


Partido Comunista, unos 9.000 habían muerto. En el inmediato
momento posterior a la victoria tomaron venganza: algo más
de veinte mil refugiados yugoslavos refugiados en Austria y
entregados por los occidentales fueron ejecutados
sumariamente por las nuevas autoridades comunistas. El caso
de Yugoslavia testimonia que los comunistas, sin necesidad de
seguir precisas instrucciones de Moscú, tendieron a ocupar el
poder en régimen de monopolio y que una dirección autónoma
podía no impedir sino confirmar la voluntad de imitación del
modelo estalinista. Josip Brosz, Tito, nacido en Croacia de
madre eslovena en 1892, fue un obrero metalúrgico que llevó
una vida errante por el antiguo Imperio austrohúngaro hasta
que, prisionero de los rusos durante la Primera Guerra
Mundial, se convirtió a la fe comunista durante su estancia en
prisión. Jefe del partido en 1937, configuró a su alrededor un
equipo dirigente plurinacional -Djilas, Kardelj...- que, en lo
esencial, ejerció el poder en Yugoslavia hasta su muerte.

Desde el final de la guerra, los dirigentes comunistas


yugoslavos demostraron una actitud de independencia
respecto a Moscú quejándose, por ejemplo, de las violaciones
de mujeres cometidas por los militares soviéticos. Stalin no
quería que los comunistas yugoslavos se le desmandaran ni
tampoco que rompieran con los monárquicos, aunque más
adelante estuvieran dispuestos a traicionarlos; tampoco
estuvo de acuerdo en que Tito derribara aviones
norteamericanos que sobrevolaron territorio yugoslavo.
Subasic, el dirigente monárquico, regresó al país en noviembre
de 1944 y a continuación lo hizo el propio rey. Alejandro Sin
embargo, desde el primer momento, los comunistas
yugoslavos demostraron que estaban dispuestos a entrar en el
Gobierno, pero de ninguna manera a compartir el poder
efectivo. En noviembre de 1945, se celebraron elecciones con
lista única y el Frente Popular, dominado por los comunistas,
obtuvo más del 90% de los votos.

Los ministros monárquicos ya habían abandonado con


anterioridad el Gobierno y no hubo posibilidades de publicar
prensa libre alguna; además, su intento de boicotear las
elecciones fracasó, debido a las presiones de los partisanos,
que se beneficiaban de la indudable popularidad de Tito. En
enero de 1946, fue establecida la República Federal de
Yugoslavia, con una inmediata y radical socialización de la
economía. Tomado el poder, los comunistas continuaron
persiguiendo a sus adversarios: Mihailovic, el obispo Stepinac
o Jovanovic, líder de los agrarios, fueron condenados en juicios
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públicos y carentes de garantías. En los primeros meses de la


posguerra, Tito llevó a cabo una vigorosa política exterior: se
negó hasta el último momento a devolver Trieste, ayudó a los
guerrilleros comunistas en Grecia y trató de sumar Bulgaria a
una especie de federación balcánica. De Polonia, llegó a decir
Stalin que convertirla en comunista era más difícil que ensillar
a una vaca. Era, en efecto, así, y en cierto modo, el
estalinismo se debió adaptar a las circunstancias peculiares
del país: Milosz afirmaría, tiempo después, que Polonia se
adaptó al estalinismo practicando el arte de la simulación. De
hecho, el principal dirigente comunista, Gomulka, tuvo menos
dependencia de Moscú que los restantes dirigentes del Este de
Europa.

En el verano de 1944, los comunistas habían reconstruido un


partido considerable en efectivos y a su hegemonía coadyuvó
la sublevación de Varsovia, que destruyó la dirección de las
otras fuerzas políticas. La Unión Soviética reconoció entonces
a un Gobierno establecido en Lublin, al que controlaba y
donde no se admitían disidencias. En marzo de 1945, dieciséis
miembros de la resistencia no comunista fueron convocados
por los soviéticos, que los detuvieron y juzgaron. En el
Gobierno que se formó tras la liberación, solamente ocho de
los 22 ministros de que estaba formado no habían integrado el
de Lublin y su poder era muy escaso. Las medidas adoptadas
a partir de 1946 para controlar la economía incrementaron el
poder de los comunistas, pero desde otoño de 1945 estaba
entablada una auténtica guerra civil, con 35.000 guerrilleros
anticomunistas actuando en las zonas pantanosas del centro
del país. Algo que servía para justificar la actuación de fuerzas
represivas muy potentes. Mientras tanto, se había iniciado una
reforma agraria que, a base del reparto de la tierra incluso en
parcelas muy pequeñas, hizo posible una parcial atracción
hacia el comunismo por parte del campesinado.

Su verdadero líder era, sin embargo, Mikolaiczyk, quien agrupó


en su partido agrario a unos 600.000 campesinos. En un
referéndum celebrado en 1946 comenzaron las presiones en
contra de los agrarios, que vieron detenido a un millar de sus
afiliados. En las elecciones generales de enero de 1947, los
agrarios sólo obtuvieron el 10% del voto y los independientes
otro tanto, pero 142 candidatos habían sido detenidos durante
la campaña. A continuación, fue aprobada una Constitución
semejante a la soviética, que no quedó perfilada de forma
definitiva hasta 1951. En el otoño de 1947, el líder agrario
tuvo que exiliarse y, en marzo de 1948, el Partido Socialista y
el Comunista se fusionaron. Polonia fue la máxima prioridad
para la dominación soviética, pero ello hizo que la forma de
tratarla también fuera, en cierta manera, circunspecta.

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El catolicismo fue bien tratado, así como también la pequeña


propiedad campesina. Gomulka, que representaba un
comunismo nacional, derrotó incluso a una facción del partido
que pretendía la pura y simple integración de Polonia en la
URSS. En Hungría, a fines de 1944 se formó un Gobierno de
coalición. Los comunistas obtuvieron una cuarta parte de la
Asamblea parlamentaria gracias a las presiones que
ejercieron, pero la reforma agraria que propiciaron fue muy
popular. Sin embargo, no quisieron tomar el poder hasta que
hubiera sido resuelta la cuestión de Polonia. Durante el
período intermedio se demostró que por procedimientos
democráticos no podían acceder al poder. En noviembre de
1945, se celebraron unas elecciones en las que triunfó el
Partido de los Pequeños Propietarios (57% del voto),
obteniendo comunistas y socialistas tan sólo el 42% (17%, los
primeros). Pero se había pactado el mantenimiento de la
coalición de cuatro partidos y en ella el comunista tuvo en sus
manos el Ministerio del Interior, que fue desempeñado por
Rajk y cuya policía se convirtió en poco menos que en una
fuerza privada comunista. Rakosi, el principal dirigente
comunista, fue el inventor de la táctica "del salami", que se
aplicó especialmente sobre los pequeños propietarios.

En agosto de 1947, unas nuevas elecciones todavía dieron la


victoria a los grupos que no estaban dominados por los
comunistas, quienes no obtuvieron más del 22% del voto, pero
ya en otoño abandonaron cualquier pretensión de gradualismo
en el acceso al poder. Desde un principio, se produjo una
fuerte ofensiva contra la Iglesia y el cardenal Midszenty fue
detenido en las Navidades de 1948. En abril de 1949, se
celebraron nuevas elecciones ya sin candidatos de oposición.
En Bulgaria, los comunistas habían jugado un papel
importante en la política previa a la guerra y los
tradicionalmente rusos no suscitaban prevención, a diferencia
de lo que sucedía en otros lugares. Desde un principio, el PC
actuó con dureza en la purga de la Administración: el país que
había tenido el menor número de crímenes de guerra vio sin
embargo el mayor número de ejecuciones (50.000) por
supuesto o real colaboracionismo. Un juicio, celebrado en
1946 contra la clase dirigente del régimen anterior, concluyó
con un centenar de penas capitales. El líder de los agrarios,
Dimitrov, fue obligado a exiliarse, pero durante algún tiempo
todavía aquéllos y los socialdemócratas fueron capaces de
seguir manteniendo la oposición a los comunistas.

A fines de 1946, los comunistas ganaron unas elecciones con


el 86% del voto; ya en septiembre se había proclamado la
República. En los siguientes comicios todavía los agrarios y los
opositores obtuvieron un centenar de escaños pero, a
continuación, el líder de los primeros, Petkov, fue juzgado y
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Derecho de Integración
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ejecutado. En toda Europa del Este, los dirigentes agrarios


constituyeron la mayor dificultad que los comunistas tuvieron
para tomar el poder, pero en Bulgaria la propiedad ya estaba
repartida y no se pudo, por consiguiente, emplear la promesa
de la reforma agraria para atraer al campesinado.

Ya en 1948, la detención del dirigente de los socialdemócratas


significó la desaparición de cualquier vestigio de pluralismo
democrático. En Rumania, los comunistas tenían apenas un
millar de afiliados y, por tanto, sólo les correspondió una
cartera ministerial en el primer Gobierno de coalición formado
tras el fin de la guerra. Pero inmediatamente los soviéticos
intervinieron de una forma brutal y cínica imponiendo cambios
políticos partiendo siempre de la acusación de que los
colaboracionistas no eran suficientemente perseguidos. En
marzo de 1945, ya habían conseguido formar un Gobierno
dominado por ellos y presidido por Groza. Mientras tanto, la
aplicación del programa de reparaciones exigidas por la URSS
y aceptadas por Rumania suponía que la mayor parte de las
industrias pasara a manos soviéticas. A cambio, Rumania
consiguió incorporar la gran región de Transilvania, de mayoría
húngara. En diciembre de 1947, el rey acabó abdicando,
cuando no hacía tanto tiempo había sido el único capaz de
librarse del dirigente fascista Antonescu. Antes habían sido
disueltos los partidos de oposición, mientras que los
socialdemócratas eran integrados en el partido comunista a
base de presiones. En la parte oriental de Alemania, los
soviéticos controlaban de forma directa el PC y establecieron
once departamentos para su administración, de los que cinco
estaban dirigidos por comunistas. En un primer momento, el
Partido Comunista optó por una política muy moderada: no
hacía mención de Marx ni de Lenin, ni tampoco de la dictadura
del proletariado. Como en otros lugares, los comunistas
consiguieron especial implantación gracias a la reforma
agraria y a las presiones ejercidas por la administración. El
partido socialdemócrata, SPD, estaba dispuesto a la
colaboración con los comunistas e incluso se establecieron
comités espontáneos para canalizarla, pero con el paso del
tiempo los socialdemócratas de la zona occidental acabaron
negándose a ello, mientras que en la oriental su integración
en el PC se hizo bajo presión.

En las elecciones celebradas todavía con relativa normalidad,


en ninguna región de la Alemania oriental ganó este partido
unificado; en el mismo Berlín, el SPD pudo competir con los
comunistas y obtuvo más del doble de votos que ellos. Pero,
ya en 1948, el partido unificado se había declarado marxista-
leninista y, en las elecciones de mayo de 1949, se presentó ya
una única lista electoral. El caso de Checoslovaquia fue el de
una nación de unas características muy especiales. Tenía un
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pasado más democrático que cualquier otra de la Europa


Central y del Este, había presentado una seria resistencia a la
invasión alemana, tenía un componente étnico plural, no
contaba con tropas soviéticas en su territorio y su principal
estadista, Benes, había firmado un tratado de amistad con la
URSS, que estaba fundamentado en la indudable rusofilia de
una gran parte de la opinión pública. A diferencia de lo
sucedido en otros países, la situación, cuando se inició la
senda hacia la dictadura comunista, estaba caracterizada por
la estabilidad y la calma y el acuerdo para formar un frente
político amplio tenía a su favor sólidos antecedentes.

Ya en 1943, Benes, entonces jefe del Gobierno checoslovaco


en el exilio y Gottwald, secretario general del Partido
Comunista, habían coincidido en las líneas generales de la
política a desarrollar cuando llegara el momento de la paz. Los
comunistas no formaban parte del Gobierno exiliado, pero sí
de un Consejo Nacional paralelo. En abril de 1945, Benes
estaba ya de regreso y de nuevo se mostró por completo
dispuesto a la colaboración con los comunistas.

De acuerdo con el Pacto de Kosice, se formaría un Gobierno de


coalición con los cuatro partidos de Bohemia-Moravia
(populista, socialista-nacional, socialdemócrata y comunista) y
los dos eslovacos (democrático y comunista, formado este
último también con los elementos socialistas). El programa del
nuevo Gobierno partía de la expulsión de los alemanes de los
Sudetes y de una parte de la población húngara de
Eslovaquia, la cesión de Rutenia a la URSS y una política de
pacto con ella, la reforma agraria, el control de la economía
por el Estado y la concesión de la autonomía a Eslovaquia. En
el Gobierno que se formó, de sus veintiséis ministros sólo ocho
eran comunistas, aunque algunos de los socialistas, como
veremos, podían ser homologados a ellos.

En las elecciones celebradas en mayo de 1946, los comunistas


lograron el 38% de los votos, aunque debe reconocerse que
muchos de ellos procedían inicialmente de supuestos o reales
colaboracionistas. Fue el primer partido votado a considerable
distancia del siguiente (los otros cuatro partidos consiguieron
cada uno de ellos un quince por ciento). En el Parlamento, sin
embargo, tenían sólo 114 escaños de un total de 300, por lo
que necesitaban 38 de los socialdemócratas para obtener la
mayoría. Pero, para completar la descripción del panorama
político real, hay que tener en cuenta que los comunistas
controlaban los puestos clave de los Ministerios del Interior,
Propaganda, Hacienda y Ejército, a través de una persona
interpuesta, el general Svoboda y, además, los sindicatos
unificados en una sola organización y las grandes
organizaciones de la juventud, agrícolas y culturales. Además,
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el clima reinante en el momento resultaba, de forma


espontánea, muy propicio a sus propósitos de monopolio del
poder político.

Si Gottwald, el dirigente comunista, pedía un régimen


democrático "de nuevo tipo" que realizara una "revolución
democrática y nacional", el socialdemócrata Fierlinger, un
político pragmático, antiguo admirador de Roosevelt pero
luego muy decepcionado por la actitud de las potencias
democráticas en Munich, hablaba de "una democracia real y
no formal". En realidad, actuó como una especie de caballo de
Troya de los comunistas. En suma, se puede decir que la
correlación de fuerzas era tal en Checoslovaquia que sólo el
mantenimiento del statu quo internacional explica que no se
produjera el golpe con anterioridad. Hasta el verano de 1947,
la situación era relativamente tranquila. En julio de ese año, la
negativa soviética a aceptar la participación en el Plan
Marshall cambió las cosas. Los "socialistas nacionales"
empezaron a denunciar entonces a los comunistas como un
peligro para la democracia, por sus actitudes de presión sobre
el resto de los partidos políticos.
Por su parte, un sector de la socialdemocracia, dirigido por
Fierlinger, estuvo de acuerdo en llegar a un pacto de unidad
de acción con los comunistas. Aunque Fierlinger perdió el
dominio de su partido, no cabe la menor duda de que éste
actuó, como mínimo, con ambigüedad. Por la misma época, en
Finlandia una alianza entre agrarios y socialdemócratas
cerraba el paso a la toma del poder por los comunistas. A
comienzos de 1948, había ya indicios suficientes de que la
situación política empezaba a cambiar en Checoslovaquia. Las
encuestas otorgaban a los comunistas tan sólo el apoyo del
25% del electorado. Una ley sobre imposición fiscal
extraordinaria, propuesta por ellos, fue rechazada en el
Parlamento. Quizá este hecho también contribuyó de manera
destacada a la evolución de los acontecimientos. La presión
de los comunistas comenzó en Eslovaquia: en abril de 1947
había sido ejecutado monseñor Tiso, por su colaboración con
los ocupantes alemanes, pero, además, todos los no
comunistas fueron acusados de colaboracionistas. Una presión
que se llevó a cabo, como en tantas otras ocasiones, también
por medio de manifestaciones de masas.

En febrero de 1948, los restantes partidos se movilizaron


contra el dominio de la policía por parte de los comunistas,
pero también estos lo hicieron temiendo ser expulsados del
poder, como ya a esas alturas había sucedido en Francia e
Italia. El día 13, con ocasión del nombramiento de ocho
comisarios de policía que pertenecían al Partido Comunista,
los ministros pertenecientes a los partidos democrático,
socialista nacional y populista dimitieron, tratando de atraer a
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su favor a los socialdemócratas. Sin embargo, la reacción del


enfermo presidente Benes, del ministro de Asuntos Exteriores,
Masaryk, y de los socialdemócratas resultó muy poco
entusiasta. Inmediatamente, los comunistas formaron milicias
populares que presionaron en la calle denunciando la supuesta
existencia de una conspiración reaccionaria, mientras que
afirmaban que la URSS, con la que Checoslovaquia había
establecido una relación tan estrecha, tan sólo les apoyaba a
ellos.

Hubo también llamamientos a crear comités revolucionarios y


ocupaciones de periódicos. Benes, presionado por los
comunistas, temió una guerra civil y no reaccionó, mientras
que el ministro de Defensa, Svoboda, se alineaba con ellos.
Los socialdemócratas, tras dudarlo, acabaron por definirse en
favor de los comunistas, que mientras tanto habían
denunciado a los socialistas nacionales como reaccionarios.
Benes creía en una especie de convergencia entre comunismo
y democracia, pero su estado de salud le incapacitaba para
enfrentarse a las circunstancias. Ello contribuye a explicar que
finalmente, el 25 de febrero, cediera ante los comunistas.

En el Gobierno formado al día siguiente, de un total de


veinticuatro ministros, la mitad eran ya comunistas, a los que
había que sumar tres socialdemócratas que colaboraban con
ellos y el resto de disidentes de los partidos menores. Su
programa incluía una amplia depuración de todos los partidos
políticos y una alianza más estrecha con la URSS.

Masaryk se suicidó al poco tiempo y las elecciones celebradas


al siguiente mayo, en las que tan sólo era posible votar a la
lista del Frente Nacional o hacerlo en blanco, permitieron a los
comunistas controlar por completo el poder; con todo, hubo un
millón y medio de votos en blanco y abstenciones. Poco
después, Benes dimitió y, tres meses más tarde, moría. Como
puede deducirse por la narración de lo sucedido, los hechos de
Checoslovaquia fueron una extraña mezcla de revolución y
golpe de Estado. Ya en octubre de 1947, los comunistas
eslovacos habían estado a punto de desplazar a sus
adversarios, pero la intervención de Gottwald lo había
impedido por el momento. Lo sucedido más adelante en esta
parte del país fue un golpe de Estado, como había sucedido en
Polonia o Hungría. En Bohemia y Moravia, por su parte, los
elementos demócratas erraron por completo en sus
planteamientos: salieron del Gobierno pero no organizaron
movilizaciones populares que hubieran podido influir sobre
Benes; titubearon demasiado y acabaron pidiendo volver al
ejecutivo y se equivocaron de medio a medio en lo que
respecta a la posición de los socialdemócratas. En este
sentido, puede decirse que el poder no fue conquistado por los
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comunistas sino que les fue entregado. Pero inmediatamente


a continuación, la legalidad democrática fue reducida a la
nada.

Los diputados que se opusieron al nuevo Gobierno fueron


expulsados del Parlamento. Los comunistas de los países
occidentales presentaron lo sucedido como una prueba de que
en Checoslovaquia, como en la España de 1936, había sido
posible resistir a los reaccionarios. Muy pocos partidos
socialistas -el italiano, por ejemplo- suscribieron esa opinión.
En realidad, lo sucedido demostraba que los partidos
comunistas eran incapaces de conquistar el poder por
procedimientos democráticos. En Occidente, el decisivo
recuerdo de lo acontecido durante la crisis de 1948 en
Checoslovaquia iba a jugar a partir de entonces un papel de
primera importancia.

Lo sucedido en Finlandia resultó el anverso de los sucesos de


Checoslovaquia y fue la demostración de que la presión de los
soviéticos podía ser resistida. Al final de la guerra, este país no
sólo fue obligado a hacer cesiones territoriales a la URSS, sino
también al pago de unas indemnizaciones equivalentes al 15%
de su presupuesto y a la entrega de bases militares en
Porkkala. Además, tuvo que renunciar a los beneficios del Plan
Marshall y se vio obligado a aplicar una legislación represora
sobre quienes habían estado en el poder en el momento del
ataque a la URSS, aunque se aplicaron penas relativamente
leves (el presidente Ryti estuvo dos años en la cárcel).

En el verano de 1946, el ministro del Interior era un comunista


pero, sometido a un voto de censura por los partidos
demócratas, se vio obligado a dimitir y los depósitos de armas
incontrolados existentes pasaron a manos de la policía.
Cuando, en marzo-abril de 1948, al presidente Paasikivi se le
sugirió que volara a Moscú para tratar con los soviéticos, se
negó a hacerlo por temor a ser presionado y puso a las
Fuerzas Armadas en situación de alerta. Finlandia se
comprometió a defenderse en el caso de que se atacara a la
URSS a través de su territorio, se convirtió en neutral y nunca
contradijo la política exterior soviética.

Pero conservó la democracia: tras las elecciones de agosto de


1948, en que los comunistas perdieron una cuarta parte de
sus escaños, pudo sobrevivir con un Gobierno socialdemócrata
en minoría. El recuerdo de la resistencia a los rusos, la
solidaridad de los demás países nórdicos y el hecho de que no
se hubiera producido una ocupación soviética la habían
salvado.

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Derecho de Integración
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Esta realidad hace pensar que en Checoslovaquia la evolución


hubiera podido ser la misma, en el caso de que la actitud de
las fuerzas políticas hubiera sido semejante.

4.6.2. El Sistema Comunista.


Los Estados comunistas de la Europa comunista tuvieron
muchos elementos en común, aunque también manifestaran
importantes diferencias, pues no en vano un rasgo histórico
permanente de la Europa Central y Oriental fue y es el
pluralismo. En realidad, los acuerdos justificativos de esta
identidad fundamental resultaron ser bastante tardíos. Una
organización militar multilateral sólo se creó en 1955, con el
llamado Tratado de Varsovia, pero el hecho de que al frente
del Ejército polaco hubiera un antiguo mariscal soviético que
apenas hablaba el idioma nacional da idea de hasta qué punto
la coordinación militar ya se había establecido previamente. El
Tratado sirvió más que nada para poder justificar la presencia
de tropas soviéticas en Hungría.

Por su parte, el COMECON, organización de carácter


económico de la Europa sovietizada, nació en 1949, pero tan
sólo empezó a funcionar a mediados de los años cincuenta,
cuando Kruschov trató de coordinar las economías de estos
Estados. Desde el mismo momento del establecimiento de sus
respectivos regímenes, todos ellos imitaron la política
económica soviética, basada en la promoción de la industria
pesada, la colectivización de la agricultura y la existencia de
planes quinquenales destinados a conseguir un crecimiento
muy rápido.

Estos planes fueron ejecutados en todos estos países de forma


muy similar: su redacción y dirección estuvieron sometidas al
partido único y se basaron en la obtención de unos ambiciosos
objetivos destinados a multiplicar la producción, aunque no
hubiera mercado para ella. Así, por ejemplo, todos
establecieron acerías, a pesar de no tener necesariamente ni
materias primas ni energía; incluso en alguno de los casos se
carecía de ambas. En el fondo, las razones que justificaban la
existencia de estas industrias pesadas derivaban de
planteamientos ideológicos, nacidos de la necesidad de contar
con una clase obrera industrial capaz de convertirse en
elemento básico de sostén del sistema político y social.

En cuanto al régimen de trabajo, estuvo sometido a una


estricta disciplina: la mayor parte de los conflictos de orden
público se debió al deseo de las autoridades de multiplicar el
rendimiento de los trabajadores. Basado el sistema, como en
la URSS, en el sacrificio de las generaciones presentes de cara
a conseguir un desarrollo muy rápido, pronto se pusieron de
manifiesto problemas insolubles en la vida cotidiana, en lo
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Derecho de Integración
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relacionado con el aprovisionamiento y el nivel de consumo.


Desde el punto de vista político, la organización de todos los
Estados de Europa Central y Oriental siguió también una pauta
común. La idea en la que se basaban las democracias
populares era que se trataba de "dictaduras del proletariado
sin la forma soviética" (Rajk). Se trataría -de acuerdo con las
frases de Gottwald que hemos citado para el caso de
Checoslovaquia- de un tipo de regímenes en los que existiría
una hegemonía comunista, pero en los que el poder sería
ejercido con la ayuda de otros partidos, integrados en un
frente político amplio y siempre con el propósito final de llegar
al socialismo. Con el paso del tiempo, estos regímenes tenían
que convertirse en repúblicas populares o socialistas; de
hecho, ya en los años setenta, los propios textos
constitucionales comenzaron a dibujar esta tendencia.

En realidad, sólo en Bulgaria y en Checoslovaquia los partidos


gobernantes se declaraban comunistas; en el segundo de
estos países, el comunismo tenía un pasado importante, pero
no sucedía lo mismo en el caso del primero. Los demás
Gobiernos de la zona eran de coalición, al menos desde un
punto de vista teórico. En la mayor parte de estos países se
consideraba que debían existir otros partidos, pero en realidad
no servían más que para justificar la legitimidad del Estado y
estaban de acuerdo con la hegemonía del Partido Comunista.
Todos los partidos de esta significación se rigieron por el
centralismo democrático y sus congresos, cada cinco años,
siguieron siempre las tendencias marcadas previamente por
los soviéticos en los suyos. El partido acostumbraba a ser
dirigido por un politburó de unos diez a quince miembros, al
que le correspondía la dirección política suprema pero, en
realidad, era el secretario general quien desempeñaba esa
tarea. En general, incrementaba su poder con el transcurso
del tiempo, beneficiándose de un culto a la personalidad que,
sin embargo, durante la primera parte de la historia de las
democracias populares siempre estuvo muy por debajo del
que se otorgaba a la figura de Stalin.

En ocasiones, el poder del secretario general podía ser


enorme, como sucedió en los casos del rumano Ceaucescu o
del búlgaro Zhivkov. Al margen de la teoría constitucional o de
los planteamientos ideológicos respecto a las democracias
populares, estos sistemas políticos sólo pueden ser descritos
como rígidas dictaduras totalitarias, por más que en lo que
respecta a la absorción de la sociedad por el Estado no se
llegara al grado alcanzado por la URSS estaliniana. Hubo
también diferencias considerables entre unos y otros. Pero el
examen de lo sucedido en cada uno de estos países
testimonia que en líneas generales la situación fue idéntica en
todos ellos. Si tomamos, por ejemplo, el caso del Partido
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Derecho de Integración
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Comunista descubriremos que siempre le fue otorgado el


papel de vanguardia y el de dueño absoluto del poder político.
En la mayor parte de los casos, obtuvo una afiliación media
del 10% de la población, siendo muy selectiva la entrada en el
mismo y estando sujeta la afiliación, además, a una sucesión
de purgas. Con el paso del tiempo, la proporción de
proletariado en los partidos llegó a situarse por debajo del
50%, excepto en Alemania, Hungría y Rumania, porque en la
práctica quienes ingresaban en él eran quienes ambicionaban
tener un papel como gestores en la política o en la
Administración. Los miembros del partido siempre tuvieron
privilegios especiales, en relación con los patrones definidores
de la vida cotidiana de los ciudadanos en general, pues en
todos los países existió lo que luego se denominó
"nomenclatura".

El periodista polaco Adam Michnik la describió como "el


sindicato de los que mandan". Verdadero centro del poder, el
Partido Comunista controlaba todas las organizaciones de
masas. El Ejército pudo desempeñar un papel político
relevante, pero habitualmente fue menor y, a partir del
momento del establecimiento del régimen, siempre siguió
iniciativas surgidas de la dirección política. Un ejemplo de este
papel puede ser el caso del general Svoboda en la
Checoslovaquia de 1948. Sin embargo, en algún momento en
los años sesenta pudo haber intentos de golpes de Estado
militares o de presión política realizada por generales, pero de
cualquier modo, en ningún caso se produjo el triunfo de esta
especie de conspiración. La cultura estuvo sometida no sólo a
una estricta censura, sino también a unos patrones de
ortodoxia fuera de los cuales no podía desenvolverse.
Las democracias populares necesitaron siempre el apoyo de
los intelectuales y su defección, como la de Kolakowski en
Polonia, les pudo hacer mucho daño pero, de cualquier modo,
este género de evolución no se produjo hasta los años
sesenta. El campesinado fue aplastado por la colectivización,
excepto en Yugoslavia y Polonia y, en menor grado, en
Hungría. Sin embargo, fue la clase obrera industrial, en cuyo
nombre se gobernaba, quien causó más dificultades de orden
público no sólo en los momentos iniciales de estos regímenes
sino también en los posteriores. La familia como institución
tendió a sufrir problemas por la voluntad socializadora e
intervencionista del Estado, deseoso de sustituirla en lo que
respecta a la formación de las nuevas generaciones. La
persecución religiosa, sobre todo de las iglesias como la
católica, más reacias a someterse al poder político que la
ortodoxa, fue temprana y decidida. La policía política creó un
clima de terror hasta 1953, pero desde esta fecha se hizo más
bien en reactiva ante los casos de disidencia política. La
sovietóloga francesa Hélène Carrère d'Encausse estableció
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Derecho de Integración
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una comparación merecedora de atención entre la situación


de Europa del Este y la del Imperio Otomano del pasado. Lo
que quedó definido en 1948 en esta parte del mundo fue una
práctica política de auténtica "soberanía limitada": en todos
estos países, quedó definida la existencia de pactos
defensivos bilaterales de carácter militar con la URSS.

Sin embargo, también a partir de este momento funcionó un


principio de "afinidad interior", relativo al sistema político y
social, tal como se ha descrito más atrás. Incluso en los años
setenta, las Constituciones aprobadas en toda la Europa del
Este la presuponían y en dos países -Alemania Oriental y
Bulgaria- el preámbulo de su texto hacía alusión a esta
realidad. La mención, como término comparativo, al Imperio
Otomano deriva del propósito de alcanzar una especie de
cohesión imperial mediante la cooperación de al menos una
parte de los administrados o subyugados. Si en el Imperio
Otomano estos últimos eran los jenízaros, en el soviético de la
posguerra ese papel les correspondió a las democracias
populares.

Eso, sin embargo, no implicó nunca una absoluta


homogeneidad. Como ya se ha advertido, lo característico de
esta zona del mundo había sido en el pasado la diversidad y
ésta siguió definiendo la situación en el momento de la
sovietización; además, con el transcurso del tiempo, lejos de
disminuir, se fue haciendo cada vez mayor. Conviene señalar
que la implantación de sistemas de democracia popular en
Europa Central y del Este no puede desligarse del hecho de
que se produjera un cambio sustancial en la política exterior
de la URSS en relación con los Partidos Comunistas no sólo de
esta región del Viejo Continente sino también de la occidental.
Ya antes de la caída de la democracia checoslovaca, en un
momento en que, por tanto, el proceso de sovietización no
estaba aún concluido, por iniciativa del PCUS tuvo lugar, en
septiembre de 1947, una reunión en Szklarska Poreba
(Polonia) de los representantes de los Partidos Comunistas de
nueve países europeos. Acudieron a la cita los siete partidos
de la región central y oriental -faltó el partido albanés- y,
además, los dos partidos más importantes de la occidental: el
francés y el italiano. Se tomó la decisión, en esta reunión, de
crear una oficina de información destinada a servir de órgano
de enlace entre los diversos Partidos Comunistas (Kominform).

Los países occidentales y democráticos interpretaron


inmediatamente que se trataba de volver a la Komintern, la
Internacional Comunista, que había sido disuelta en 1943,
precisamente por las prevenciones que despertaba. También
juzgaron que era un síntoma de endurecimiento y que se
trataba de crear un instrumento al servicio de la política
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Derecho de Integración
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soviética. Era así y lo hubieran confirmado de saber lo que


verdaderamente sucedió en la citada reunión. En su
intervención, el representante soviético, Zdanov, explicó que
el mundo estaba dividido en dos campos: uno, imperialista y
capitalista, dirigido por los Estados Unidos, y otro,
antiimperialista y anticapitalista, capitaneado por la Unión
Soviética. Por un lado, Zdanov, cuyo papel en la determinación
de la ortodoxia cultural del estalinismo ya conocemos, invitó a
las democracias populares a seguir el ejemplo marcado por el
modelo soviético. Por otro lado, los dirigentes de los partidos
occidentales, en especial el francés, se vieron acusados de
"cretinismo parlamentario" y, tras haber pasado por una
severa autocrítica, tuvieron que aceptar las tesis de la
dirección soviética. En realidad, nunca se habían separado de
ella, de modo que lo sucedido no fue más que la imposición de
una nueva línea estratégica atendiendo a los deseos de Stalin.
Como es lógico, este cambio estuvo en el origen de la política
de agitación seguida por los comunistas en toda Europa
occidental.

4.6.3. El Estalinismo en la Europa del Este.


En junio de 1948, pocos meses después de producido el golpe
de Estado de febrero en Checoslovaquia, el partido yugoslavo
fue expulsado de la Kominform. La noticia de este
acontecimiento causó una sorpresa tan grande en el mundo
occidental que muchos creyeron que se trataba de una
trampa: hasta ese momento, ninguna dirección comunista de
un país de la Europa sovietizada se había separado de la línea
de actuación marcada por Moscú. Además, si por algo se había
caracterizado la Yugoslavia de Tito había sido por la rapidez y
la decisión con que parecía haber cumplido el programa que
luego se aplicó en los demás países del área. Allí, en efecto,
desde fecha muy temprana, los comunistas habían mostrado
su voluntad de tomar el poder político en su totalidad, de
eliminar al adversario y de llevar a cabo un programa de
colectivizaciones masivas.

En realidad, lo sucedido en este caso puede ser definido, por


esa identidad sustancial, más como una herejía que como un
cisma. También debió ser una sorpresa la ruptura con Tito en
el propio seno de la Kominform: a fin de cuentas, la agresiva
actitud del dirigente yugoslavo resultaba muy similar a la que
adoptaron Zdanov y Molotov por la misma época. El segundo
llegó a sugerir que la Kominform se estableciera en Belgrado.
Pero los problemas entre los Partidos Comunistas de ambos
países habían sido tempranos y graves. Tito ya se quejó de la
escasa ayuda concedida por los soviéticos durante la guerra
misma. Los líderes comunistas yugoslavos, por otro lado,
habían sido mucho menos dependientes de Moscú, porque
habían hecho la guerra en su propio país. Llegada la hora de la
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ruptura con Tito, los soviéticos trataron de apoyarse


precisamente en aquellos que habían estado durante más
tiempo en la URSS. Durante la guerra, Stalin había criticado la
actitud demasiado izquierdista de los seguidores de Tito, que
no habían tenido inconveniente en exterminar a quienes
calificaban de "kulaks" y en destruir edificios religiosos.
También se quejó de no ser atendido respecto a su idea de la
creación de un frente amplio que los comunistas pudieran
dominar desde dentro.

Aludiendo a lo que objetivamente era cierto -la carencia de un


proletariado industrial en Yugoslavia-, repudió un frente amplio
formado por campesinos que, en su opinión, no podría realizar
una verdadera revolución proletaria. Por su parte, el régimen
de Tito, una vez obtuvo el triunfo, siguió una política
estalinista al concentrar sus esfuerzos en la creación de
grandes industrias pesadas, atendiendo muy poco a la
agricultura y el consumo. La URSS dejó claro que no ayudaría
al desarrollo económico yugoslavo y de hecho impuso
compras de materias primas minerales a unos precios
artificialmente bajos. También exigió un tratamiento especial a
su cultura, mientras que agentes soviéticos eran introducidos
en el seno de la Administración y en el aparato de seguridad
del régimen.

Es probable que esto último fuera lo verdaderamente decisivo


a la hora de la ruptura. Tito, por su parte, se comportó con
audacia e independencia, sin tener en cuenta posibles peligros
por parte del mundo occidental: como ya es sabido, no dudó
en abatir aviones norteamericanos que volaban sobre
Yugoslavia y quiso permanecer en Trieste, mientras que Stalin
aseguraba que esta ciudad no merecía otra guerra. Pero,
sobre todo, afirmó que la vía yugoslava era perfectamente
lícita y que no dependía de nadie desde el punto de vista de la
política exterior. En julio de 1947, llegó a un acuerdo con
Bulgaria respecto de la creación de una posible federación
balcánica. Eso hizo que los comunistas griegos insistieran en
su esfuerzo militar con su colaboración. Tito parecía aspirar a
dominar los Balcanes, al mismo tiempo que mantenía una
política radical en todos los terrenos que a Stalin le pudo
parecer imprudente. Los soviéticos parecen haber aceptado
en un primer momento que se hiciera con Albania e incluso la
federación con Bulgaria pero luego cambiaron radicalmente de
opinión.

El giro se produjo cuando se dieron cuenta de que Tito no


disentía de nada en los principios del estalinismo, pero que no
estaba dispuesto a dejarse manejar, ni tampoco a que se
considerara a Yugoslavia como una especie de peón en el
ajedrez del panorama internacional. En febrero de 1948, Stalin
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Derecho de Integración
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convocó a búlgaros y yugoslavos -que enviaron a Kardelj como


su representante- para negar su apoyo a la Federación
balcánica y a la toma de Albania por Tito, así como para vetar
la guerra civil griega. Explicó ahora que sólo estaba de
acuerdo con una federación formada por dos unidades y no
con Bulgaria como una república más de un conjunto federal,
que era lo que había imaginado el líder yugoslavo.

Lo que temía era una unidad política independiente y fuerte


que pudiera poner en peligro su absoluto control del glacis
defensivo que había pensado crear en Europa del Este.
Resulta posible que pensara que la herejía yugoslava, unida a
la victoria de Mao con una revolución autónoma y campesina
en China, podía tener peligros objetivos para su dirección del
movimiento comunista. Ya en marzo, la situación entre los dos
partidos se hizo insostenible. Tito sólo quería evitar la
subordinación yugoslava y todo hace pensar que para él la
ruptura con Moscú fue la más traumática de sus experiencias
vitales. El intento de penetración de los soviéticos en la
estructura del Estado yugoslavo provocó de forma irreversible
al enfrentamiento. Pero al producirse la ruptura, Tito se mostró
muy prudente. En abril, Herbrang, el dirigente principal de los
estalinistas, persona capaz de convertirse en relevo de Tito,
fue detenido y probablemente debió ser asesinado a
continuación. En el mismo mes de marzo, Stalin había retirado
ya a sus asesores de Yugoslavia. Cuando propuso a los
yugoslavos una reunión en el Kominform para solventar sus
diferencias, ya toda posibilidad de llegar a un acuerdo sin
sumisión era muy remota. Tito se negó a enviar emisarios a la
reunión y, como resultado, quedó consagrada la definitiva
división. Stalin estaba tan convencido de su propia fuerza en
el seno del movimiento comunista de todas las latitudes, que
aseguró que si movía tan sólo un dedo acabaría por librarse de
Tito; quizá en algún momento hubiera podido contentarse con
tan sólo aceptar un acto de sumisión. El líder yugoslavo, sin
embargo, consciente del peligro que corría, actuó de forma
habilidosa. Reunió en julio un congreso de su partido, donde
se discutió libremente. Hizo entonces pública su
correspondencia con otros Partidos Comunistas y atacó a la
Kominform, pero no a Stalin.

El principal ideólogo del comunismo yugoslavo, Djilas, aseguró


que no existía diferencia alguna entre Stalin y los comunistas
yugoslavos. Los asistentes mezclaron en sus gritos de ritual
los nombres de los dos dirigentes comunistas. Todavía, por
parte de los seguidores de Tito, seguía existiendo un resquicio
de posibilidad de llegar a un acuerdo. Pero persiguieron a los
supuestos o reales seguidores de la Kominform y los
ejecutaron o confinaron: en Goli Otok, una especie de "gulag"
yugoslavo, entre 1949 y 1952 hubo unos 12.000 detenidos. La
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respuesta de los soviéticos no se hizo esperar. En Albania, el


país más amenazado por estar casi totalmente rodeado por
Yugoslavia, el ministro del Interior fue detenido, acusado de
ser partidario de Tito. A partir de este momento el lenguaje
empleado contra los seguidores del presidente yugoslavo
arreció en virulencia: ya se empezó a emplear contra ellos
calificativos como el de "criminales fascistas". En el verano de
1949, los países de la Kominform impusieron sanciones a
Yugoslavia. Todavía por esas fechas la actitud de los
norteamericanos respecto a Tito era dubitativa. En ese año,
enviaron paracaidistas que habían sido antiguos "chetniks"
destinados a crear subversión interna. Pero, poco después,
empezaron a ver en la evolución yugoslava un factor positivo
para sus intereses. De hecho, Kennan, que había sido
embajador en Yugoslavia, había previsto la posibilidad de una
fragmentación del universo comunista. Yugoslavia no sólo se
benefició del Plan Marshall -a diferencia de otra dictadura
europea, la de Franco- sino que llegó al Consejo de Seguridad
de las Naciones Unidas con el apoyo norteamericano.
Reducido el comercio con la URSS a la mínima expresión,
Belgrado lo canalizó hacia Occidente y Estados Unidos no tuvo
inconveniente en devolverle el oro que había pertenecido a la
derrocada Corona. Consciente de que no podía acabar con la
disidencia yugoslava mediante la subversión interna, Stalin
parece haber pensado en la posibilidad de una invasión a
partir del verano de 1950. En 1951, Djilas visitó Gran Bretaña
para solicitar ayuda militar. La posición norteamericana parece
haber estado dispuesta a la colaboración en la defensa
yugoslava en el caso de que los atacantes fueran los aliados
de la URSS, pero tan sólo a emplear la bomba atómica en el
caso de que fueran los soviéticos los invasores.

En Yugoslavia, la voluntad de resistencia frente a una eventual


invasión soviética parece haber sido firme y clara en todos los
sectores dirigentes. En un principio, el régimen se radicalizó
en medidas como la colectivización, para demostrar que
estaba muy lejano a los propósitos derechistas que se le
atribuían. A continuación, buscó una forma original o un
modelo propio por el procedimiento de proponer la
autogestión y los consejos obreros en las fábricas. En realidad,
en los primeros años, este modelo no supuso sustanciales
diferencias con el estalinista, porque las elecciones a los
consejos obreros de las fábricas eran controladas por un
sindicato sometido al partido único y porque era la
planificación central la que debía proporcionar los recursos a
invertir. El régimen yugoslavo, sin embargo, no impuso nunca
las pautas culturales del realismo socialista. Además, hubo en
él mayor flexibilidad respecto de la oposición, al menos en
cuando procedía de la ortodoxia: cuando Djilas empezó a
evolucionar hacia el polipartidismo tardó en ser sancionado y
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Derecho de Integración
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las penas que recibió fueron relativamente suaves. Los


yugoslavos llegaron a concluir que la eliminación de la
propiedad privada en el estalinismo había dado lugar al
predominio de una nueva clase basada en la dominación
burocrática.

Zdanov, por su parte, acusó a los yugoslavos de estar


infiltrados por es pías británicos desde épocas remotas y de
ser los culpables de la derrota de los comunistas griegos. A
partir del descubrimiento de este supuesto traidor, los
soviéticos resucitaron las purgas, destinadas ahora a asentar
de forma irreversible el poder de Stalin en el Este de Europa.
La camaradería entre los partidos fue sustituida por la
desconfianza generalizada y en cada partido fue preciso
descubrir supuestos o reales seguidores de Tito. Al igual que
después del asesinato de Kirov en la URSS, los partidos
comunistas se convirtieron en iglesias disciplinadas sometidas
a una rígida ortodoxia. Al mismo tiempo que se perseguía a
los supuestos titistas, se produjo una purga masiva en todos
los Partidos Comunistas de Europa del Este. En los
occidentales, sólo se manifestó una mínima escisión en el
danés, pero todos los demás buscaron titistas en su interior y
los expulsaron. Los dirigentes de Europa Oriental pudieron
tener un futuro mucho peor. En el mismo mes en que
Yugoslavia fue expulsada de la Kominform, en Albania, que
recibía mucha ayuda yugoslava, se desató una persecución
contra una facción derechista acusada de hallarse próxima a
Tito. En realidad, este país sólo pudo sobrevivir bajo formas
estalinistas mediante la ayuda soviética; y Tito hubo de tolerar
que la URSS violara con frecuencia su espacio aéreo para
transportarla. También en otros países los elementos
considerados nacionalistas fueron marginados: Patrascanu en
Rumania, Rajk en Hungría y Gomulka en Polonia pasaron
inicialmente a puestos menos importantes. En marzo de 1949,
empezaron las detenciones, cuyo resultado final resultaba ya
previsible. Las primeras ejecuciones se produjeron en junio en
Albania, donde fue eliminado Xose. En octubre lo fue Rajk, el
ministro húngaro, después de declararse espía durante toda
su vida en un juicio público del que lo más interesante, como
sucedió en los juicios de Moscú, fue la denuncia al líder de la
tendencia condenada. Si Trotski había sido demonizado en
aquella ocasión, ahora lo fue Tito, que habría sido un peón de
los anglosajones obligado a hacer la revolución por la presión
de las masas. En diciembre, Kostov en Bulgaria también se
autoculpabilizó, pero luego se retractó en pleno juicio;
entonces, se detuvo la traducción de sus palabras a los
periodistas extranjeros y se suspendió la emisión radiofónica
de las sesiones. En la RDA, la purga fue no tan dura y resultó
tardía, ya que no se produjo hasta 1950.

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En Checoslovaquia, el juicio contra Slanski se dilató hasta


1952; en el mismo, él y sus abogados defensores fueron
acusados de sionistas, nacionalistas y troskistas. Once de los
acusados fueron ejecutados; sus cenizas fueron utilizadas,
mezcladas con materias de construcción, en carreteras
próximas a Praga. El contenido antisemita de su condena
puede estar relacionado con la última evolución de Stalin y la
previsible purga que estaba dispuesto a poner en marcha
cuando le sorprendió la muerte: en este sentido, su caso
puede ser definido como un ejemplo de estalinización total. En
Rumania, finalizado el año 1954, los dirigentes comunistas
Patrascanu y Ana Pauker ya habían sido ejecutados. Al mismo
tiempo que todo eso sucedía, personas mucho menos
importantes, que estaban lejos de ser dirigentes de
importancia, fueron también purgadas. En Bulgaria, el partido
pasó de 500 a 300.000 militantes. En los demás países
sucedió algo parecido: los porcentajes de purgados se situaron
entre el 25 y el 30% como media. Uno de cada cuatro
comunistas de Europa Central y Oriental sufrió, por tanto,
persecución entre 1948-53 y desde luego murieron más
comunistas a manos de sus correligionarios que los que
habían sido víctimas de la persecución de los Gobiernos de
derecha en el período de entreguerras. Fueron considerados
sospechosos especialmente los que habían tenido contacto
con el exterior, como por ejemplo los combatientes en la
Guerra Civil española o los que tenían una esposa extranjera.
Stalin orquestó la purga e incluso enviaba a un coronel de los
servicios secretos soviéticos para llevar a cabo los
interrogatorios.

Quienes los realizaban no pretendían descubrir la verdad, sino


que ésta ya estaba decidida previamente y se trataba de que
la confesasen. En ocasiones, se ejercieron presiones que se
dirigieron sobre las familias de los acusados (Rajk); en otras,
los propios acusados confesaron, por su misma conciencia de
buenos militantes de partido (Kostov). Los juicios fueron
verdaderas actuaciones teatrales, incluso ensayadas y
pronunciadas previamente. En los países en los que el
comunismo estaba mejor establecido -Checoslovaquia y
Bulgaria- las purgas fueron más duras, mientras que allí donde
su implantación era más débil también las purgas se
mostraron más laxas. La excepción fue Hungría, donde mostró
una especial dureza y ello quizá podría explicar los posteriores
sucesos de 1956. En Polonia, Gomulka era un nacional-
comunista que rechazó por razones tácticas la colectivización
agrícola y la lucha con la Iglesia, pero que no tenía nada de
titista ni se caracterizaba por un estalinismo moderado. Fue
acusado pero no eliminado, sino condenado a prisión quizá por
el temor a lo que podía suceder si se hacía necesario para la
URSS ocupar Polonia por la violencia. De esta manera, la
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Derecho de Integración
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purga, convertida en terror cotidiano, alcanzó al conjunto de la


sociedad. Normalmente, se atribuyó a cualquier organización
o institución existentes un porcentaje de personas destinadas
a ser purgadas. En Checoslovaquia, había ya en 1953 150.000
presos y en Bulgaria se realizaron en total unas 5.000
ejecuciones. La persecución de la Iglesia Católica se explica
por la dependencia de una autoridad externa; lo mismo cabe
decir de la Iglesia Uniata. El cardenal Minsdszenty en Hungría
y Wyszynski en Polonia fueron detenidos. También el Ejército y
las instituciones educativas fueron objeto de especial
atención.

A menudo, las víctimas fueron comunistas que no habían


estado en Moscú durante la guerra, aunque no siempre fue
así. Para concluir, hay que recordar también que las purgas
causaron graves problemas económicos porque muchas
personas con capacidades objetivas fueron consideradas
peligrosas y se prescindió de ellas. Tenían como misión crear
una disciplina de acero, pero en realidad destruyeron la base
moral en que se fundamentaba el Partido Comunista. En ese
sentido, a medio plazo el resultado de las purgas fue muy
autodestructivo.

5. Conflictos de la Guerra Fría.


En páginas precedentes, hemos abordado los orígenes de la guerra fría y
la evolución de sus protagonistas esenciales, incluso en lo que cada país
tiene de más peculiar en materia de política exterior. Parece lógico ahora
abordar este período en sus avatares sucesivos durante una década. Eso
implicará a su vez trasladar el centro de interés geográfico más allá de
Europa y América pues, en definitiva, algo muy característico de la guerra
fría fue el hecho de que los conflictos se produjeron mucho más en la
periferia y no entre las dos grandes potencias La supremacía mundial de
la Unión Soviética y de Estados Unidos ya había sido prevista a lo largo del
siglo XIX por Tocqueville, pero lo que éste no pudo imaginar es que su
enfrentamiento se manifestaría en términos ideológicos correspondientes
a visiones antagónicas del mundo. Ya se ha visto, sobre todo al tratar de la
URSS, que este factor resulta esencial para comprender que, aun sin ser
el desencadenamiento de la guerra fría algo inevitable, al mismo tiempo
resultaba muy probable el que se produjese.

El abismo ideológico existente entre las dos superpotencias hizo que la


incomunicación y el error en la apreciación mutua fueran factores de
primera importancia. La retórica generada por los políticos -Churchill y
Truman, por ejemplo- a menudo contribuyó a crear confusión, pero
también galvanizó a quienes de forma espontánea no hubieran percibido
la situación real existente en el panorama internacional. Más importantes
que ella misma fueron las interpretaciones que se dieron en Occidente al
comportamiento de la URSS y las consiguientes respuestas al mismo. Fue
el diplomático norteamericano George Kennan, quien, desde Moscú, en un
largo telegrama enviado en el verano de 1947, supo hacer una disección
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inteligente de la conducta de los soviéticos, producto a la vez del celo


ideo lógico y del tradicional expansionismo ruso. Buen observador de la
realidad soviética -afirmó que había recibido una educación liberal al
contemplar los horrores del estalinismo-, fue muy consciente de que para
los norteamericanos el problema no radicaba en una mala comprensión
particular con los soviéticos, sino en una diferencia radical de
planteamientos de partida.

Los Estados Unidos, por ejemplo, al margen de cualquier planteamiento


ideológico, habían sido siempre en el pasado una nación interesada en
mantener buenas relaciones con sus vecinos, de cara a unas pacíficas
relaciones comerciales, mientras que los rusos habían mantenido
tradicionalmente unas pésimas relaciones con los países que les
rodeaban. Ahora, dado el régimen bajo el que vivían, había que pensar
que necesariamente se servirían de la "diabólica" habilidad de Stalin para
la táctica y mantendrían un absoluto desprecio por la verdad objetiva. Lo
que Kennan previó fue una lucha ardua y duradera para la que aconsejó
una política de vigilancia, firmeza y paciencia. No había que esperar
descubrir en los soviéticos una comunidad de objetivos; no cabía aceptar
compadrazgo alguno, ni temer enfrentamientos, ni tampoco hacer gestos
excesivos. Recomendó, simplemente, mantenerles en sus límites:
"contención" -containment- fue el término que denominó a la política
recomendada. Gracias a ella, llegaría el momento en que se mostraría la
debilidad y la capacidad de división del comunismo.
Lo paradójico de la "contención" es que fue una política aceptada por
todos y, sin embargo, se entendió de una forma plural e incluso
contradictoria. Kennan insistió de forma especial en que se utilizara el
arma económica y en que la disuasión militar fuera mínima y
especialmente significativa tan sólo en los lugares decisivos (nunca
pensó, por ejemplo, en que fuera necesario que Grecia o Turquía
ingresaran en la OTAN). Para él, resultaba positiva la existencia de una
Alemania neutralizada en el centro de Europa. Sin embargo, si respecto a
lo primero fue tomado en consideración, no sucedió así en lo demás. Ello
se explica porque la guerra concluyó provocando en las potencias
occidentales una inmensa frustración respecto a la postura soviética.

La caída de la democracia en Checoslovaquia, por ejemplo, supuso la


división del Viejo Continente en dos, hasta tal punto que, años después, el
escritor polaco Milosz (1964) escribiría en Francia un libro sobre La otra
Europa para recordar la que existía detrás del Telón de acero. Otra enorme
sorpresa fue la conquista por los comunistas del poder en China, elevada
a la condición de superpotencia por la intervención norteamericana;
llegado el año 1949, los comunistas del mundo eran chinos en sus dos
terceras partes. Con anterioridad, la guerrilla comunista había producido
efectos parecidos en Grecia. Cuando, después del bloqueo de Berlín,
Stalin se mostró dispuesto a aceptar una Alemania neutralizada, los
países democráticos no estuvieron dispuestos a creerle, sobre todo
teniendo en cuenta que los mismos alemanes que podían votar
libremente eran quienes habían optado por Occidente. Fueron, pues, los
occidentales quienes dividieron a Alemania en dos, uniendo sus zonas de
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ocupación, creando una moneda común y permitiéndoles organizarse


como Estado. Hay que tener en cuenta, además, que la "contención"
provocó desde sus inicios no pocas frustraciones. Se tardó mucho, incluso
por parte de valiosos intelectuales liberales, en percibir la debilidad
interna del comunismo desde el punto de vista económico e incluso en un
primer momento no se creyó en la existencia de divergencias internas en
el seno del movimiento comunista.

La mezcla de la sorpresa y la aparente invencibilidad de los soviéticos


produjo en el mundo occidental un temor al peligro inmediato que
representaba el comunismo y una reacción en términos estrictamente
militares cada vez más exigente y reticular. Cuando hubo que elaborar
una planificación estratégica que concretara la "contención", los
norteamericanos -que le dieron el nombre NSC 68- sobrepasaron con
mucho las previsiones de Kennan. La "contención" se convirtió en una
cruzada que, además, había de llevarse a cabo en cualquier parte del
mundo y no sólo en lugares neurálgicos. Alrededor de todo el perímetro
de la URSS se estableció una red de alianzas militares destinadas a sumar
países contra el adversario comunista. El lenguaje empleado fue
cambiando desde la "contención" original en busca de términos más
taxativos. Cuando Eisenhower ganó las elecciones propuso, como
sustitutivo al "containment", lo que denominó "roll back", es decir rechazo
hacia atrás. Pero la aplicación de un género de doctrina como ésta en sus
más estrictos términos supondría un camino cierto hacia el estallido de
una nueva guerra mundial.

En realidad, lo que verdaderamente hicieron los norteamericanos fue


oponer a la expansión soviética la doctrina de las "represalias masivas".
De acuerdo con ella, cualquier actitud agresiva adversaria sería
respondida de una forma no sólo global y con todos los medios sino
también inmediata -"instant retaliation"-, de tal modo que no pudiera
existir la posibilidad de que el adversario tuviera un lugar donde
defenderse -"no sheltering"-. En realidad, se trataba de términos gruesos
pero inapropiados para describir actitudes efectivas. Aunque la sensación
de peligro fomentó a menudo en Occidente actividades -emprendidas por
la CIA- carentes de cualquier respeto por el derecho internacional,
también se mantuvo con frecuencia una actitud de absoluto moralismo
que llegó a tener sus inconvenientes. Henry Kissinger ha señalado, por
ejemplo, que el inconveniente principal de la puesta en práctica de la
"contención" fue que impedía la utilización de la diplomacia.

Establecida una red de alianzas anticomunistas por todo el mundo,


parecía que no hubiera otra cosa que hacer. Quizá un político realista,
como era el anciano Churchill, apreció mejor que nadie la realidad de las
cosas cuando, por un lado, indicó que la URSS trataría de abrir todas las
puertas que encontrara cerradas y que sólo se echaría atrás cuando
encontrara resistencia, evitando un "casus belli". Pero, al mismo tiempo,
afirmó también que era posible y realista vivir con la URSS "no en la
amistad, pero sí sin temor a la guerra". El aprendizaje de los acuerdos
parciales con la URSS tardó en hacerse, a pesar de que en 1955 se
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hubiera llegado a una cierta estabilidad en Europa. La carencia de


utilización de los procedimientos diplomáticos hizo que se
desaprovecharan ocasiones para asentar la paz de forma definitiva.
Además, muy a menudo se interpretó incorrectamente el peligro soviético,
y no sólo porque se exagerara conscientemente con el objeto de provocar
un necesario rearme, en un momento en que la opinión pública estaba en
las antípodas de desearlo. Esto último ocurrió, por ejemplo, cuando el
responsable militar de las tropas norteamericanas en Alemania, Clay,
afirmó considerar como posible un conflicto generalizado; entonces se
presentó su opinión como reveladora de una situación prebélica, lo que
resultaba injustificado. Pero el error respecto al adversario fue más grave,
porque derivó de una absoluta identificación con el caso de Hitler en
1938. Stalin no creía en la expansión espontánea del comunismo -ni
incluso la deseaba si no la podía controlar- y sus ambiciones, por otro
lado, eran ilimitadas. Pero fue siempre prudente y no se caracterizó por
esas exaltadamente arriesgadas operaciones que con frecuencia habían
acompañado a la acción del dirigente nazi. Además, en gran medida, su
opción por la guerra fría se debió al temor al contacto con el mundo
occidental: ello explica que vetara la aceptación del Plan Marshall por los
países de Europa del Este.

Nunca haría algo semejante a lo que los norteamericanos habían hecho en


el Japón, es decir, ocupar un país para luego permitirle decidir por sí
mismo. Pero Stalin nunca representó un peligro inminente contra la paz y
menos todavía un sistemático deseo de expansión que concluyera en el
inevitable enfrentamiento con la otra gran superpotencia. Si en la guerra
fría se produjo una sucesión de esperanzas extravagantes y de miedos
agobiantes, fue por el impacto producido ante la opinión pública por un
tipo de régimen que desconocía. Churchill había dicho que la URSS
parecía un misterio rodeado de un enigma y eso produjo ambas
reacciones en los "primitivos", que fue el término con que Dean Acheson
designó a personas como Mc Carthy. Para la opinión pública
norteamericana, se dijo también, la URSS era algo tan sorprendente como
una jirafa para quien desconociera esta especie, un ser simplemente
inimaginable. Pero, además, a esta sorpresa hubo que sumar la existencia
de un arma nueva, la nuclear. Al principio, ésta fue considerada como un
explosivo más, lo que llevaba a la posibilidad de utilizarla. Sólo a partir de
1946 nació el pánico al holocausto nuclear, que se incrementó de forma
exponencial cuando los soviéticos dispusieron de esta arma. En poco
tiempo, el arma atómica había creado tanto temor que contribuyó al
mantenimiento del statu quo y, en definitiva, al apaciguamiento.

En el ínterin, durante los años en que les correspondió a los


norteamericanos el monopolio nuclear, habían demostrado que no eran
ellos los expansionistas. Durante esos años, en efecto, había tenido lugar
el máximo de ampliación del área de influencia soviética.

5.1. El Plan Marshall y la Otan.


El programa de la "contención" de la amenaza comunista tenía que
tener muy en cuenta la realidad de que en todo el mundo y, en
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especial, en Europa occidental, un factor decisivo de la evolución


histórica era la crisis económica. Por más que la agitación comunista
-incluso en el caso de que este partido estuviera en el Gobierno-
jugara un papel importante, nada puede entenderse sin tener en
cuenta esta realidad. En marzo de 1945, el primer ministro británico
estuvo en el continente y pudo comprobar la situación
"indeciblemente grave" en que se encontraba. Luego, el invierno
1946-47 fue desastroso desde todos los puntos de vista. A la crisis
económica había que sumar la sensación de crisis espiritual: como
escribió De Gaulle en sus memorias, 1940 había sido la prueba del
fracaso de la clase dirigente. Sólo los Estados Unidos habían salido
indemnes de la guerra desde el punto de vista material, mientras
que los países europeos occidentales estaban necesitados de
alimentación y de ayuda para recomponer su capacidad industrial,
en un momento en que carecían por completo de capacidad para
adquirir los dólares que les resultaban imprescindibles para ambos
propósitos. La suspensión de los acuerdos de "préstamo y arriendo",
aprobados tan sólo para el período bélico, exigía utilizar otro
procedimiento para que los Estados Unidos pudiera jugar un papel
en la reconstrucción de la economía y la estabilidad europeas.

El sistema monetario internacional que se puso en marcha al final


de la guerra se basó en los acuerdos de la conferencia reunida en
Bretton Woods -julio de 1944- que otorgaron al dólar un papel
decisivo en el sistema monetario internacional. Los Estados Unidos,
poseedores del 80% de las reservas mundiales de oro, eran los
únicos capaces de convertir su moneda de tal manera que el dólar
se convirtió en el pivote del sistema monetario y comercial
internacional. El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco
Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo (BIRD)
completaban el panorama. Financiado por sus miembros en
proporción a su capacidad económica, el FMI concedió préstamos
reembolsables a los países que sufrían un déficit en su balanza de
pagos mientras que el BIRD debía financiar las inversiones a medio
y largo plazo. Pero, por más que todos estos acuerdos sirvieran para
hacer nacer un nuevo orden monetario internacional, lo cierto era
que no podían resolver por sí mismos los problemas económicos de
Europa. De ahí el llamado Plan Marshall. En junio de 1947, el nuevo
secretario de Estado norteamericano propuso a los europeos, en un
discurso en Harvard, una ayuda colectiva durante cuatro años que
ellos mismos habrían de repartirse. Por este procedimiento, que se
extendía originariamente a todos los países, incluidos los del Este,
se pensaba que resultaría posible por un lado la superación por
parte de Europa de una situación económica lamentable y, por otro,
la perduración de la positiva situación económica norteamericana.
De ahí derivaría también una recuperación espiritual. La negativa de
las democracias populares, inducida desde Moscú, a aceptar la
propuesta hizo que en julio de 1947 sólo dieciséis países europeos
se sumaran a ella.

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Dada la situación crítica desde el punto de vista económico de


algunos de ellos -aquéllos los que el comunismo suponía un
problema más grave e inmediato- hubo que recurrir a una ayuda
temporal. Finalmente, en abril de 1948 el Congreso de los Estados
Unidos votó el European Recovery Program (ERP) que permitía la
ayuda, en un 10% a través de préstamos y el 90% restantes
mediante donaciones. Éstas eran entregadas a los Gobiernos, que
obtenían un "contravalor" en divisa propia destinado a ofrecer
préstamos a la agricultura y a la industria nacional. Una buena parte
de las razones por las que se aceptó la concesión de estos créditos
derivó de la unánimemente respetada personalidad de Marshall,
calificado por Churchill de "el organizador de la victoria". Para no
todos fue, sin embargo, tan claro que los Estados Unidos no podía
ofrecer otra cosa que anticomunismo.

En total, desde 1948 hasta 1952, Europa obtuvo 13.000 millones de


dólares de los Estados Unidos, repartidos de una forma muy
desigual: Gran Bretaña obtuvo el 24%; Francia, el 20; Italia, el 11;
Alemania occidental, el 10 y los Países Bajos, el 8. Las proporciones
cambian un poco si se tienen en cuenta tan sólo las donaciones, de
forma que en ellas los países que se consideraban amenazados por
el comunismo y que vivían una situación más crítica -Francia e Italia-
recibieron una proporción ligeramente superior. Al mismo tiempo,
estos países, superando una visión en exceso depresiva,
contribuyeron de una forma importante a la superación de su propia
situación económica a través de la constitución, en abril de 1948, de
la OECE (Organización Europea de Cooperación Económica),
destinada originariamente al reparto de la ayuda económica
norteamericana. Pero la nueva organización no limitó su papel a
este terreno, sino que de forma inmediata -a partir de 1950- lo
extendió a la liberalización comercial, de tal manera que sentó las
bases para todo un conjunto de iniciativas posteriores. De todos
modos, ha de tenerse en cuenta que la tendencia a la liberalización
de los intercambios fue un fenómeno general y muy característico
de la etapa de posguerra.

En enero de 1948, se había suscrito entre unos ochenta países, que


sumaban las cuatro quintas partes del comercio mundial, el GATT
(General Agreements on Tariffs and Trade), destinado a conseguir la
desaparición de todo tipo de barreras comerciales. La división de
Europa en dos mitades, en especial a partir del momento de la toma
del poder por los comunistas en Praga, tuvo un papel de una
extremada importancia en la toma de conciencia por parte de los
países europeooccidentales de su situación de indefensión.

Hasta aquel momento, el único pacto suscrito entre los aliados


democráticos europeos fue el Tratado de Dunkerque, firmado por
Francia y Gran Bretaña en marzo de 1947, cuyo contenido parecía
mucho más destinado al pasado que al futuro, en cuanto que daba
la sensación de estar principalmente dirigido contra una eventual
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reaparición del peligro alemán. Muy pronto, sin embargo, se percibió


la necesidad de ampliar el número de signatarios del acuerdo,
ligado al nombre de la ciudad, protagonista de la Segunda Guerra
Mundial. Los países del Benelux quisieron muy pronto sumarse a él y
el Tratado de Bruselas, que fue firmado en la fecha clave de marzo
de 1948 y creó la Unión Occidental, fue el primero en el que los
signatarios se comprometían a repeler cualquier agresión, viniera de
donde viniera. Además, gracias a él quedó establecida una red de
contactos permanentes incluyendo los de carácter militar. Se debe
tener en cuenta que la sensación de peligro y los terribles efectos
que en el pasado había tenido el nacionalismo exasperado habían
dado como resultado la aparición de un espíritu tendente al
federalismo, del que la primera expresión, ya en 1944, fue el
Benelux. En la conciencia de los gobernantes europeos del
momento, la experiencia pasada era lo bastante grave y el peligro
presente lo suficientemente amenazador como para que fuera
necesario mucho más. Ya en enero de 1948, el secretario del Foreign
Office británico, Ernest Bevin, había propuesto la posibilidad de dar
a luz un sistema democrático occidental que sumara a los países
europeos dotados de estas instituciones los situados más allá de los
mares que las tuviera semejantes. La respuesta de Marshall fue
positiva, siempre que desaparecieran las alianzas bilaterales y la
iniciativa fuera europea.

Truman, ante el Congreso de su país, siempre amenazado por


tentaciones aislacionistas, declaró que la determinación de las
naciones libres por defenderse debía ser respondida por un paralelo
deseo de los Estados Unidos en el sentido de ayudarles a hacerlo.
Pero la resistencia a romper con esta tradición de la política exterior
norteamericana se mantuvo. Sólo la mención a la ONU y la
insistencia de Francia en que era necesaria la colaboración
norteamericana en la seguridad europea, para que se admitiera la
reconstrucción alemana, hizo posible la aprobación de una
resolución -a la que dio su nombre el senador Vandenberg- en la que
se permitía, rompiendo con el pasado, que Estados Unidos se ligara
por tratados permanentes destinados a promover la seguridad de
las potencias democráticas. El resultado final de esta nueva actitud
fue la creación en abril de 1949 de la Organización del Tratado del
Atlántico Norte, suscrito por los cinco países del Tratado de Bruselas
a los que se sumaron Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Islandia,
Italia, Noruega y Portugal. Este organismo defensivo tuvo, no
obstante, la oposición de quien había sido el gran defensor de la
tesis de la "contención", George Kennan.

Según él, hubiera sido mucho mejor que los Estados Unidos se
limitaran a garantizar la intangibilidad de Europa, de manera que
quedara abierta la posibilidad de una reunificación de Alemania. De
cualquier modo, el tratado creó una alianza muy flexible, que
estipulaba que un ataque en contra de uno de los signatarios
provocaría la asistencia de todos, pero solamente existía como
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organismo unitario un Consejo Atlántico, sin que cada uno de los


países perdiera su Ejército propio ni se produjera inicialmente una
integración militar, que tan sólo se convirtió en una realidad a partir
de la Guerra de Corea. Alianza defensiva, la OTAN fue considerada
como ofensiva por la URSS y los comunistas, en el interior de cada
uno de los países occidentales. De ahí que una y otros propiciaran
una utilización del pacifismo como arma en contra de los países
democráticos.

De ahí el llamamiento lanzado desde Estocolmo en marzo de 1950 y


la organización de toda una serie de actividades de propaganda, en
especial en los medios intelectuales, de las que fue expresión, por
ejemplo, la famosa Paloma de Picasso dedicada a la paz. Con todo,
ya en 1949 había empezado a percibirse el cambio en la situación
crítica en Europa. En 1953 -año de la muerte de Stalin, el armisticio
en Corea y la primera sublevación popular en un país comunista-
Europa se había salvado y la situación económica mejoraba a ojos
vista.

El clima de guerra fría, una vez establecido, perduró durante la


primera mitad de la década de los cincuenta e impulsó
inmediatamente a continuación la multiplicación de alianzas
defensivas en el borde fronterizo del Imperio soviético, que éste
interpretó de forma inmediata como un conjunto de bases
destinadas a poner en peligro su integridad mediante posibles
ataques. Aunque los Estados Unidos permanecieran vinculados
mediante tratados bilaterales a muchos países, estas alianzas
contribuyeron a solidificar el mecanismo defensivo con el precio de
integrar en ellas, a diferencia de lo sucedido con la OTAN, a muchos
Estados cuyas características políticas no eran precisamente
democráticas. En septiembre de 1954, se firmó, por ejemplo, el
Pacto de Manila, que creó la organización del Tratado del Sudeste
asiático -SEATO en sus siglas en inglés-, por el que las potencias
democráticas occidentales sumadas a los países de tradición
británica se unían a Tailandia, Filipinas y Pakistán,
comprometiéndose a responder a cualquier agresión de forma
colectiva. Taiwan, vinculado directamente con los Estados Unidos,
no aparecía en esta alianza.

El Pacto de Bagdad, suscrito en febrero de 1955 con la participación


de Turquía, Iraq, Pakistán e Irán creó un cordón protector en las
fronteras meridionales de la URSS y de cara a la región clave del
Medio Oriente.

5.2. Berlín, Alemanía y la cuestión Europea.


El factor que de forma más clara contribuyó a la creación de la OTAN
fue la situación alemana y, de manera especial, el estatuto de la
ciudad de Berlín. En la reunión celebrada en Moscú entre los
ministros de Asuntos Exteriores de los antiguos aliados -marzo-abril
de 1947- ya se constató la discrepancia sustancial y, por lo tanto, la
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imposibilidad de llegar a un acuerdo. Los anglosajones, a fines de


aquel año, tomaron la decisión de unificar sus respectivas zonas. Su
propósito era configurar Alemania como un país federal, con un
Gobierno central fuerte, del que dependieran la política exterior y la
economía. Francia, por el contrario, quería una estructura
confederal, mientras que la URSS era partidaria de un Estado muy
centralizado, en el que los recursos económicos de las zonas más
industrializadas como el Ruhr fueran controlados por unos
organismos interaliados que a ella le permitieran obtener
reparaciones como consecuencia de la agresión hitleriana.

Algo parecido deseaba con respecto a Austria. A fines de año, una


nueva reunión en Londres constató la diferencia de criterios
existente. Molotov pidió la inmediata organización de un Estado
alemán. Los aliados, ya en 1948, llevaron a cabo la reunificación de
la Alemania occidental, aceptando Francia que un organismo común
controlara el desarrollo de su economía; una moneda, el marco
alemán, serviría en adelante para el conjunto de las zonas
controladas por las potencias democráticas. Convertida la situación
alemana en manzana de la discordia del desacuerdo entre los
antiguos aliados, la reinante en Berlín fue el detonante de uno de los
enfrentamientos más graves de la guerra fría.

En realidad, los soviéticos no habían aceptado como situación


permanente el status de Berlín dividida en cuatro zonas
administradas por cada uno de los vencedores, sino que su
preferencia seguía estando en una Alemania unificada. En marzo de
1948, las autoridades soviéticas suspendieron el funcionamiento del
organismo de control interaliado y, a continuación, confiaron a los
alemanes orientales el acceso a Berlín oriental. Sucesivamente, fue
suspendido el paso por cada una de las vías de acceso a la capital
alemana, de modo que a fines de junio no le quedaba otro
procedimiento de aprovisionamiento que el aéreo.

El comandante norteamericano llegó incluso a proponer que un


convoy armado tratara de forzar el paso a través de la autopista.
Pero el presidente norteamericano no aceptó el dilema entre la
guerra o la cesión, y decidió realizar el suministro de la capital
mediante aviones. Así, al menos, logró ganar tiempo. Berlín se había
convertido de esta manera en un testimonio dramático de la
imposibilidad de entenderse en una administración compartida de
los vencedores; pronto sería también el símbolo de la opción por la
libertad de la mayoría de la población alemana. Su situación en esos
momentos era catastrófica: el 20% de los edificios estaba destruido
y un 50% más eran casi inhabitables; el 40% de la industria había
sido desmantelada por los soviéticos y la producción se había
reducido a la mitad.

Al mismo tiempo y día a día, en la zona controlada por los soviéticos


se deterioraba el respeto por las libertades democráticas. La
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población, sin embargo, resistió y lo hizo con buen humor: un chiste


contado entonces decía que peor hubiera sido la situación si el
aprovisionamiento aéreo lo hubieran realizado los soviéticos. A lo
largo de todo un año, la capital alemana recibió sus suministros
exclusivamente por aire, principalmente -en un 95%- gracias a
aviones norteamericanos. Los dos aeropuertos berlineses triplicaron
el tráfico aéreo de Nueva York y recibieron 2.200.000 toneladas de
avituallamientos (un 27% estuvo formado por carbón). Como
consecuencia de los más de 200.000 vuelos, se produjeron
accidentes que costaron la vida a unas setenta personas. En junio
de 1949, los soviéticos levantaron el bloqueo. El reto que había
supuesto la medida había sido superado e hizo nacer en la ciudad y
en todo el mundo un sentimiento de seguridad.

Los Estados Unidos se habían comprometido en la defensa europea


y los soviéticos no habían llegado a la confrontación final. En las
elecciones celebradas en octubre, en la zona libre de la antigua
capital, los comunistas obtuvieron menos del veinte por ciento de
los votos y el SPD llegó casi al 50%. Mientras tanto, la ruptura
definitiva entre los aliados tuvo como consecuencia la creación de
dos Estados alemanes. Después del bloqueo de Berlín, las potencias
occidentales autorizaron a los once Länder de la Alemania
occidental a federarse. Lo hicieron a partir de un texto constitucional
que exigió dos elaboraciones sucesivas, al no haber sido aceptada la
primera por los aliados. Un acuerdo firmado por los aliados en abril
de 1949, en Washington, permitió que, en adelante, Alemania
occidental pudiera regirse de una manera por completo autónoma,
aunque tuviera que permanecer de momento desarmada y viera su
política exterior sometida a los designios de los vencedores. Berlín
occidental no se integró como un Land más en Alemania federal,
sino que, debido a las circunstancias, permaneció con una peculiar
organización política que recordaba a la pasada ocupación.
Aprobada la Ley Fundamental en agosto de 1949, tuvieron lugar las
primeras elecciones generales.

En octubre, la URSS replicó convirtiendo la zona ocupada por ella en


una nueva entidad política, la República Democrática Alemana,
caracterizada por una organización muy centralizada. Dividida
Alemania, durante los años siguientes quedó ratificada las
incompatibilidades entre ambos Estados. La Alemania federal se
consideró a sí misma un "Estado germen", que representaba a la
totalidad de los alemanes hasta que estos pudieran organizarse de
forma democrática. Complementaria de esta interpretación fue la
aplicación, en el campo de la política exterior, de la llamada
"doctrina Hallstein" consistente en romper las relaciones con
cualquier país que las mantuviera con la Alemania del Este. Al
mismo tiempo, sin embargo, la RFA adquirió en muchos aspectos la
dimensión de un Estado de idénticas características a los demás. A
finales de 1949, por los Acuerdos de Petersberg, Bonn consiguió de
los aliados occidentales que quedara resuelto el problema de las
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reparaciones; en 1950 pudo tener un Ministerio de Asuntos


Exteriores propio y en 1951 ingresó como miembro de pleno
derecho en el Consejo de Europa. En 1952, concluyó el estado de
ocupación de la Alemania occidental. Tan sólo quedaba pendiente la
difícil cuestión del Sarre, regido por un Gobierno autónomo
vinculado económicamente a Francia. Una cuestión que dificultó las
relaciones entre ésta y Alemania.

En cuanto a la República Democrática, en un primer momento tuvo


la pretensión de presentarse como el único Estado alemán pero,
pasado un tiempo, comenzó a apoyar ya la tesis de la legitimidad de
los dos Estados. Alemania se convirtió, por tanto, en un permanente
motivo de fricción entre las grandes potencias pero fue también una
nueva protagonista en las relaciones internacionales. Nada se
entiende, en efecto, en el conjunto de la política europea a lo largo
de más de cuatro decenios sin tener en cuenta esta realidad.

Estuvo, por ejemplo, muy presente en el planteamiento de la


posibilidad de una cooperación europea en materia económica y
militar. La colaboración comercial puesta en marcha gracias a la
OECE y esa propensión federalista nacida al comienzo de la
posguerra hizo nacer el sentimiento de la necesidad de que se
creara una cierta unidad europea. De ahí surgió la reunión de un
congreso europeísta en La Haya. Sus resultados fueron, sin
embargo, limitados, al no desear los británicos renunciar al ejercicio
de su plena soberanía nacional. En enero de 1949, se llegó, sin
embargo, al compromiso de creación de un Consejo de Europa que,
funcionaba por medio de una Asamblea consultiva, donde estaban
representados diecisiete países, pero cuyo ámbito de competencia
se limitó tan sólo a la cooperación en materia cultural y política.
Pero, considerada esta iniciativa como insuficiente, varios otros
intentos fueron puestos en marcha para superarla. El primero y
principal se refirió a los aspectos económicos. El ministro francés de
Asuntos Exteriores, Robert Schuman, asumió la idea de Jean
Monnet, responsable de la planificación económica francesa, relativa
a colocar el conjunto de la producción franco-alemana de carbón y
de acero bajo la dependencia de una autoridad común en el cuadro
de una organización abierta al conjunto de los países europeos. La
idea de Monnet se basó siempre en el objetivo de proponer
"realizaciones concretas que sirvieran para crear una solidaridad de
hecho" y verdaderamente sirvió de punto de partida para la unidad
europea. Su personalidad, que aunaba una visión profética y una
capacidad tecnocrática, le hizo darse cuenta que sólo mediante
pequeños pasos se lograría superar la sensación de parálisis y
derrotismo imperante en Europa. De acuerdo con esta propuesta y
con la ayuda prestada por Schuman, se firmó en abril de 1951 el
Tratado de París, que permitió la constitución de la Comunidad
Europea del Carbón y del Acero (CECA), en la que a Francia y
Alemania se habían sumado los países del Benelux e Italia pero
todavía permanecía ausente Gran Bretaña.
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En el ambiente de la guerra fría, la cooperación que parecía más


urgente era, no obstante, la relativa a los aspectos militares. Como
ya hemos podido comprobar, en realidad la OTAN era una alianza
muy flexible que por ello mismo podía resultar poco práctica y
efectiva. Como consecuencia de ello, desde finales de 1950 se tomó
la decisión de crear un cuartel general de las fuerzas aliadas en
Europa emplazado en París. En adelante, la OTAN procuraría contar
con una "fuerza integrada" destinada a resolver sus problemas
defensivos. Pero muy pronto también esta fórmula pareció
insuficiente. Fueron los norteamericanos quienes propusieron, en el
otoño de 1950, la posibilidad de rearmar a Alemania, pero se
encontraron de forma inmediata con la esperable oposición
francesa. De la misma Francia, sin embargo, surgió una fórmula
destinada a la superación de este problema. El ministro de Defensa,
René Pleven, propuso, siguiendo el modelo de la CECA, crear un
Ejército común por la integración de las unidades militares de los
seis países que formaban parte de la citada organización
económica. Las dificultades existentes, provocadas por una
importante tendencia pacifista en la opinión pública alemana pero
también por las reticencias francesas, hicieron que no se llegara a la
firma de un tratado creando la Comunidad Europea de Defensa
-CED- sino en mayo de 1952. Éste, sin embargo, acabó no siendo
ratificado, como consecuencia de la oposición de una parte
considerable de la clase dirigente francesa. En agosto de 1954, los
diputados franceses votaron contra esta fórmula, como si la
alternativa consistiera en rearmar a Alemania o no hacerlo sin tener
en cuenta que la medida se dirigía al futuro. Pero todavía fue posible
encontrar una solución alternativa. De acuerdo con la propuesta del
ministro de Asuntos Exteriores británico, Eden, la Unión Occidental
se convirtió en Unión Europea Occidental integrando a Italia y
Alemania de manera que pudiera existir un cierto control europeo
de la futura formación de un Ejército alemán; además, se decidió
que éste no podría estar dotado de armas atómicas, biológicas o
químicas, de barcos grandes o de armas a distancia como misiles o
bombarderos estratégicos. Ya en 1955, la República Federal de
Alemania ingresó en la OTAN como decimoquinto de sus miembros y
ese mismo año comenzó a ponerse en marcha la creación del nuevo
Ejército alemán.

5.3. Paz y Contención en el Medio Oriente.


Si hubo diferencias considerables entre las potencias
administradoras respecto a la desconolización, algo parecido puede
decirse de la geografía de la misma. Aunque la descolonización se
realizó, sobre todo, durante la posguerra en Asia, también tuvo un
inicio en el Medio Oriente. La llegada de la paz tuvo como
consecuencia allí la aparición del panarabismo -creación de la Liga
Árabe en marzo de 1945- y el comienzo de la descolonización en los
territorios que hasta el momento habían estado bajo mandato
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británico o francés. Este comienzo de descolonización no se hizo sin


dificultades, incluso entre las propias potencias colonizadoras,
especialmente en Líbano y Siria, donde Francia pretendía mantener
la influencia otorgada después de la Primera Guerra Mundial. Mejor
suerte pareció tener, al menos durante algún tiempo, Gran Bretaña.
En Egipto, que había logrado la independencia excepto en materia
de política exterior, la pretensión local de lograr la retirada de los
británicos no se vio coronada por el éxito. Iraq acabó retirando a
Gran Bretaña las ventajas estratégicas de que disponía, pero la
potencia administradora conservó, en cambio, una sólida
implantación en Transjordania, cuyo emir permitió la presencia de
tropas británicas en su territorio. Irán, por su parte, fue abandonado
por los anglosajones, pero los soviéticos permanecieron durante
mucho más tiempo, contribuyendo a la exaltación de los
sentimientos de peculiaridad entre los kurdos y azeríes, hasta
finalmente aceptar retirarse. Fue, sin embargo, en el Mediterráneo
oriental donde de forma más caracterizada se planteó el problema
de la guerra fría y de la "contención" del antiguo aliado soviético.
Los anglosajones tenían la firme decisión de controlarlo: no en vano,
gracias a su poder naval habían conseguido en su momento liquidar
la aventura militar de Rommel y ahora el rosario de bases británicas
parecía garantizar que no se producirían cambios importantes.

Pero hubo un momento inicial en que éstos parecieron posibles.


Turquía había declarado la guerra a Alemania cuando se acercaba la
derrota de ésta. Cuando llegó la paz, sin embargo, debió soportar
una fuerte presión soviética relativa a una posible rectificación de
las fronteras en Anatolia y de las disposiciones acerca de la
navegación por los Estrechos. La respuesta norteamericana
consistió en el envío de medios navales a la zona en el verano de
1946. La tensión resultó todavía más agobiante en lo que respecta a
Grecia. Situada bajo un control militar británico de 40.000 hombres,
había heredado de la ocupación alemana y de la resistencia contra
ella una guerrilla comunista en el Norte, dirigida por el general
Markos y ayudada por los países sovietizados vecinos. El deseo de
Gran Bretaña de liberarse del peso de una intervención que le
resultaba demasiado onerosa le llevó, en febrero de 1947, a
informar a los norteamericanos que se veía obligada a retirar sus
efectivos. Al mes siguiente, Truman, decidido a que los
norteamericanos asumieran la responsabilidad internacional que les
correspondía, enunció ante el Congreso norteamericano la doctrina
que en adelante llevó su nombre. Los Estados Unidos debían estar a
la cabeza del mundo libre y estaban obligados también a ayudar a
los países a librarse de los intentos de dominación puestos en
marcha por minorías armadas o por presiones exteriores.

En la reunión celebrada en marzo y abril de 1947 en Moscú por los


ministros de Asuntos Exteriores, no sólo no hubo acuerdo alguno
sino que lo característico fue un proceso de creciente desconfianza.
No hubo más reuniones de este tipo. Las consecuencias de que se
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Derecho de Integración
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hubiera puesto en práctica la "contención" norteamericana fueron


decisivas en Medio Oriente. En junio de 1948, fue creada la VI Flota
norteamericana, destinada a servir como instrumento de
intervención rápida en caso de peligro. Con posterioridad, como en
otras partes del mundo, los Estados Unidos anudaron toda una serie
de pactos en la zona.

En 1951, Grecia y Turquía fueron invitadas, a pesar de sus


ancestrales diferencias, a incorporarse a la OTAN. En 1955, la firma
del Pacto de Bagdad, formado por Gran Bretaña, Pakistán, Irán e
Iraq, dio la sensación de reafirmar el control occidental de la zona,
sobre todo teniendo en cuenta que en un protocolo adicional
complementario franceses, británicos y norteamericanos se habían
comprometido al mantenimiento del statu quo. Pero ya en la
primera década de la posguerra, el poder occidental se enfrentó con
retos importantes en esta región del mundo. El principal se produjo
en Irán. Venezuela, en plena Guerra Mundial, había introducido
mediante ley un reparto de los beneficios obtenidos de la
explotación del petróleo y su ejemplo acabó siendo seguido por las
autoridades políticas del Medio Oriente desde comienzos de los
cincuenta. En esa época, tan sólo el 9% de la renta del petróleo era
obtenida por un tan importante país productor como era el Irán. En
la primavera de 1951, Mohammed Mossadegh, el primer ministro
iraní, promulgó una ley de nacionalización del petróleo, en una
decisión que puede considerarse semejante a la que luego Nasser
tomaría respecto al Canal de Suez. Pero lo cierto fue que los
resultados no fueron semejantes en los dos casos.

En realidad, Mossadegh pasó por enormes dificultades antes de


conseguir poner en marcha las instalaciones que habían
abandonado los técnicos extranjeros e Irán se vio boicoteado por los
consumidores. El golpe de Estado militar que acabó con él, en
agosto de 1953, ha sido atribuido, con fundamento, a la CIA. Los
tiempos, de todos modos, no estaban maduros para que un intento
como éste pudiera fraguar: ni existía un ideario neutralista ni
Mossadegh se caracterizó por una ideología populista como la de
Nasser. Su derrocamiento supuso el pleno restablecimiento del
poder del Sha, que se había visto obligado a marchar al exilio. En
otro conflicto del Mediterráneo oriental durante esta época, el de
Chipre, se mezclaron factores muy diversos, desde la
descolonización hasta la pluralidad étnica y cultural. En Chipre, la
tercera isla del Mediterráneo, con una población formada por
griegos en un 80%, la autoridad religiosa desempeñó siempre un
papel político de primera importancia mientras que el movimiento
sindical estuvo influenciado por los comunistas. La peculiaridad en
la composición demográfica de la isla hizo que la auténtica
reivindicación en ella no fuera la independencia sino la "enosis", es
decir, la unificación con Grecia, que la reclamaba desde 1947. Ya en
1950 la cuestión quedó internacionalizada en un momento en que la
guerra fría parecía impedir cualquier otro posible conflicto adicional,
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gracias a que Atenas llevó la cuestión ante las Naciones Unidas, lo


que inmediatamente tuvo como consecuencia la oposición de
Turquía, de cuya procedencia era el resto de la población isleña. De
este modo, un conflicto cultural entre dos comunidades pareció
romper la convivencia entre dos aliados en el seno de la OTAN. El
arzobispo Makarios, líder indisputado de la comunidad
grecochipriota, se convertiría en un personaje de rango
internacional gracias a la conflictividad en la zona.

5.4. La Primera Guerra Arabe-Israel.


Para abordar un conflicto como el que tuvo lugar en 1948 en
Palestina y que habría de durar hasta el presente es preciso tratar
brevemente de sus antecedentes remotos. Tanto los judíos como los
palestinos se sentían pueblos elegidos por Dios que, después de
atravesar una larga época de decadencia que duró siglos, llegado el
siglo XIX experimentaron un renacimiento. En ambos casos, puede
decirse que no se trataba de grupos religiosos en el sentido
moderno del término sino de comunidades nacionales de creyentes.
Los dos empezaron a articular plataformas de contenido nacionalista
en fechas semejantes. Theodor Herzl era un judío muy asimilado de
Viena que reaccionó creando el sionismo, a partir del momento en
que nació en Austria el antisemitismo y el 1896 publicó El Estado
judío, cuya tesis principal es que resultaba inútil combatir el
antisemitismo y que, al mismo tiempo, era imposible pretender la
asimilación. Al final del XIX, apenas había veinte asentamientos
agrícolas en Palestina, poblados por unos 5.000 judíos. En la
segunda "aliya", o emigración en los años que precedieron a la
Primera Guerra Mundial, se llegó a alcanzar ya la masa crítica de las
85.000 personas asentadas. Además, en ella llegaron muchos judíos
dotados de una educación moderna y con una ideología socialista.
De ahí la aparición de los "kibbutzim" o colectividades agrarias y la
expansión del hebreo como signo de identidad colectiva. Pero, como
han señalado los historiadores judíos más autocríticos, también a
estos inmigrantes, procedentes del Este de Europa les caracterizó
un nacionalismo tribal y exclusivista característico de las sociedades
de donde procedían. Los árabes, por su parte, adquirieron
conciencia propia algo después.

Palestina había sido una región muy poco poblada y sujeta a una
inestabilidad política endémica: apenas tenía 560.000 habitantes
(18.000 en Jerusalén en 1880) y sufría frecuentes "raids" por parte
de los beduinos. La conciencia de identidad se agudizó a partir de la
revolución de los Jóvenes Turcos en la primera década de siglo, pero
por el momento no se produjeron conflictos entre ambas
comunidades. A pesar de ello, durante la Primera Guerra Mundial,
los turcos prohibieron el nacionalismo de ambos signos; el líder judío
Ben Gurion, por ejemplo, fue obligado a exiliarse.

La Declaración Balfour, de noviembre de 1917, destinada por el


Gobierno británico a mostrar su aceptación de la llegada de los
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judíos, tuvo como consecuencia la multiplicación de la inmigración.


Así llegó la tercera "aliya", cuya ideología era semejante a la de la
inmigración anterior. Con ella, se llegó a alcanzar el 17% de la
población (175.000 personas). Fueron quienes participaron en ella
los que ejercieron el poder a partir de la independencia. La cuarta
"aliya", a partir de 1924, fue ya más cosmopolita y, por tanto,
aumentó la heterogeneidad de Israel. Durante estos años,
aparecieron instituciones como el Haganah, instrumento de defensa
pero también destinado a favorecer la llegada de la inmigración, y el
Histadrut, es decir, el sindicalismo. Frente a una idea que se
popularizaría con posterioridad, el sionismo tuvo un contenido
popular y socializante, mientras que los grandes magnates y
potentados judíos eran más bien reticentes al mismo. Al tiempo que
crecía la inmigración judía también se incrementaba la población
árabe, que pasó en 1917-1947 de 600.000 a 1.200.000 habitantes.
La violencia empezó a predominar en las relaciones entre las dos
partes en 1929.

En 1931, Mac Donald declaró el propósito del Gobierno británico de


no restringir la inmigración judía y, como consecuencia inmediata,
las agresiones entre las dos comunidades se incrementaron de
manera notable. A partir de 1939, es decir, en el mismo momento
de la generalización de la persecución nazi, los británicos
empezaron a equilibrar su apoyo a los israelíes con el otorgado a los
árabes. La clara mayoría de la población seguía siendo árabe:
suponía el 80% en 1930 y el 70% en 1940, pero probablemente el
cambio en las proporciones fue visto por los árabes como un peligro.

En 1945 los judíos de Palestina eran unos 554.000 y 136.000 de


ellos habían combatido como voluntarios con los británicos. Aun así,
uno de sus líderes, Ben Gurion, aseguró que se debía combatir a
Hitler como si no existiera el "libro blanco" británico -que les
imponía restricciones- y al libro blanco como si Hitler no existiera. El
Holocausto, sin duda, contribuyó a ratificar el deseo de tener una
patria propia: hay que tener en cuenta que hasta los años ochenta
el pueblo judío fue el único que no consiguió recuperarse de las
pérdidas demográficas producidas durante la Segunda Guerra
Mundial. 70.000 judíos inmigraron de forma ilegal desde el final de
la guerra hasta 1948 y fue precisamente este hecho el que explica
principalmente el enfrentamiento con las autoridades británicas. A
partir de 1944, minoritarias organizaciones terroristas judías -Irgún,
dirigida por Menahem Beguin, y Lejí- atentaron contra los intereses
británicos. Llegaron, por ejemplo, a asesinar a un ministro británico
y volaron el Hotel King David de Jerusalén, cuando las autoridades
coloniales detuvieron a varios centenares de inmigrantes ilegales.

A lo largo de 1947, la situación de los soldados británicos en


Palestina se hizo insoportable. Los enfrentamientos entre las dos
comunidades eran diarios y los intentos de imponer el orden
concluían en atentados contra ellos. En los combates sucesivos que
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tuvieron lugar antes de la independencia murieron unos 1.200


judíos. Se explica así la decisión tomada por Gran Bretaña de retirar
sus tropas y poner fin a la Administración colonial el primer día de
agosto de 1948. Mientras tanto, la ONU había intentado ofrecer una
solución. En abril de 1947, se celebró en Flushing Meadows la
primera sesión del comité especial de las Naciones Unidas acerca
del problema palestino.

La población árabe suponía los dos tercios del total y no estuvo


dispuesta en ningún momento a aceptar ningún propósito judío de
basar en un pasado histórico cualquier reivindicación de cambio en
el status de la región, porque lo consideraba el producto y la
consecuencia de una "nostalgia místico-religiosa". Las soluciones
propuestas variaron mucho, pero en realidad estaban
fundamentalmente configuradas en forma de un Estado federal,
como se había planeado en el pasado desde los años treinta. En
noviembre de 1947, el comité propuso la creación de dos Estados y
una zona internacional en Jerusalén y Belén puesta bajo control de
las Naciones Unidas. El Estado israelí contaría con tres zonas, con
una extensión próxima a los 144.000 kilómetros. En este momento,
existía todavía un consenso profundo entre las dos superpotencias
sobre este problema; era casi el único acuerdo que subsistía entre
los antiguos aliados. Pero la respuesta del mundo árabe fue
inmediata e indignada, proclamando la guerra santa -jihad- en
contra de la resolución y, por parte israelí, se produjo una idéntica
negativa a aceptar una solución transaccional. El Irgún, por boca de
Menahem Beguin, afirmó que consideraba el reparto como "una
catástrofe nacional e histórica" y prometió que llegaría un día en
que el conjunto de Palestina -Eretz Israel- sería devuelto al pueblo
judío. A comienzos de 1948, iba a iniciarse la intervención bélica de
los árabes, con unidades militares de los países limítrofes, mientras
que se reagrupaban las diversas milicias judías. Desde los años
veinte, existía -como se ha apuntado- una fuerza defensiva llamada
Haganah, a la que ahora se sumaron los grupos terroristas ya
citados.

En el último día del mandato británico, las fuerzas israelíes


controlaban con ayuda de armas procedentes de lugares
inesperados, como Checoslovaquia, el conjunto del territorio que se
había previsto entregar al Estado judío, a excepción del Neguev. Tan
sólo unos minutos después de su proclamación, el Estado de Israel
fue reconocido por los Estados Unidos, a los que siguió de forma
inmediata la URSS. Al mismo tiempo, sin embargo, se iniciaba la
primera Guerra árabe-israelí que daría lugar al más persistente
conflicto de la Historia del mundo actual. La situación militar de
partida puede ser descrita de una manera que podría hacer pensar
en la inevitable victoria de los árabes. En efecto, las milicias judías
disponían de tan sólo unos 70.000 hombres sin otra capacidad que
la de una guerrilla y sin medios pesados ni aviación, mientras que
los árabes tenían una cifra muy difícil de calcular de unidades
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militares de los países del entorno y unos veinte mil palestinos en


unidades irregulares. Pero la realidad es que el armamento árabe
estaba envejecido, la coordinación entre las acciones militares fue
prácticamente nula y resultó de la máxima importancia el tipo de
combatiente que actuó, en realidad, occidental en el caso de los
judíos. Éstos tuvieron en Ben Gurion un liderazgo firme y decidido y
emplearon mucho mejor sus recursos (cuando hubo aviones
realizaron cinco veces más salidas que sus adversarios). La batalla
decisiva tuvo lugar en la carretera entre Tel Aviv y Jerusalén y acabó
con la división de esta ciudad en dos y con la ocupación del
territorio previsto por parte de los israelíes, con la excepción tan
sólo del desierto del Neguev.

En junio de 1948, el conde Bernadotte, intermediario nombrado por


las Naciones Unidas, consiguió una primera tregua entre los
combatientes y propuso una nueva fórmula que hubiera supuesto la
división del territorio de Jordania entre los Estados palestino y judío.
Pero los combates se reanudaron en julio y a partir de este
momento las victorias judías se sucedieron una tras otra. En el
desierto del Neguev, por ejemplo, hasta tres mil egipcios fueron
hechos prisioneros; uno de ellos era el futuro presidente egipcio
Nasser.

Allí, las ofensivas israelíes le proporcionaron victorias que hubieran


podido suponer la destrucción del Ejército egipcio y la llegada hasta
el Canal de Suez de no ser por las advertencias británicas de llegar
a una intervención como consecuencia del pacto suscrito con este
país. En estas circunstancias, asesinado el conde Bernardotte por un
grupo radical israelí, su sucesor Ralph Bunche consiguió un cese el
fuego en enero de 1949.

Entre febrero y julio, toda una serie de armisticios fue suscrita en la


isla de Rodas entre Israel y los distintos Estados árabes, con la
excepción de Iraq. Se trató de acuerdos exclusivamente militares
que, por lo tanto, no significaban la determinación de fronteras
permanentes, por más que diera la sensación de que los árabes
reconocían al Estado de Israel. Si antes la política mantenida por los
países árabes había consistido en repudiar el reparto ahora pasó a
defenderlo cuando tuvo lugar la derrota. Pero el Estado de Israel
había sido gestado en el combate y ya no quiso volver atrás. Habían
muerto 6.000 judíos, el 1% de la población, una proporción
semejante al número de franceses caídos en la Primera Guerra
Mundial. En las zonas controladas por los árabes no quedó un solo
judío pero, en cambio, unos 200.000 árabes se mantuvieron en zona
controlada por los judíos. A partir de este momento, se inició el
inacabable proceso para intentar llegar a la paz. Las
conversaciones, a veces llevadas a través de intermediarios por la
negativa de los contendientes a aceptar incluso sentarse con el
adversario, se celebraron en Suiza y más tarde en París, pero el
acuerdo fue imposible. Una parte de las razones derivó de la
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conmoción que en el mundo árabe se había producido como


consecuencia de la derrota con asesinatos de dirigentes o
sustitución de los regímenes.

En julio de 1952, por ejemplo, la derrota supuso la sustitución de la


Monarquía y la aparición del régimen de los Oficiales Libres en
Egipto, pero ya antes el rey Abdallah de Transjordania, que se había
mostrado dispuesto a unificar a los palestinos bajo su mandato,
había sido asesinado -en el mes de julio anterior- cuando entraba en
la mezquita Al Aqsa de Jerusalén. A mediados de los años cincuenta,
en un momento en que se hacía presente en Medio Oriente una
evidente voluntad de intervención soviética y la aparición de un
neutralismo activo, la confrontación entre árabes e israelíes
aparecía de forma semejante o peor que la de 1948.

6. Fin de la guerra fría. Configuración del orden actual.


La llegada de Mijaíl Gorbachov al Kremlin fue el elemento clave que
desencadenó un rápido proceso que acabó con la guerra fría. Para aplicar
las reformas de la perestroika, Gorbachov necesitaba una nueva política
exterior que pusiera fin a la carrera armamentística acentuada bajo la
presidencia de Reagan. Esta nueva actitud de Moscú implicó el fin de las
tensiones del período anterior. No obstante, fue el fracaso de las reformas
de Gorbachov en su país y las revoluciones democráticas de 1989 las que
llevaron al colapso del bloque soviético y al fin de la URSS. La guerra fría
terminaba por la implosión de uno de sus contendientes.

Mijail Gorbachov fue nombrado Secretario General del PCUS el 11 de


marzo de 1985. La situación a la que se enfrentaba el nuevo líder del
Kremlin era en general lamentable: tras largos años de estancamiento, la
economía se hallaba al borde de la bancarrota y la sociedad soviética se
encontraba inmersa en una verdadera crisis moral caracterizada por la
falta de compromiso ideológico y el escepticismo general. Era imposible
que la URSS mantuviera por más tiempo la ficción de "paridad" con los
EE.UU.

El desafío de Reagan y su iniciativa de Defensa Estratégica habían hecho


conscientes a los dirigentes soviéticos de sus posibilidades reales de
hacer frente a la competencia tecnológica y militar de EE.UU. Con un
gasto de defensa que, según las fuentes, oscilaba entre el 16 y el 28% de
su presupuesto, la URSS necesitaba urgentemente reducir sus gastos
militares y enfocar sus inversiones a paliar sus múltiples carencias y
deficiencias de la economía soviética. Para Gorbachov la necesidad de un
acercamiento a los EE.UU. era evidente y urgente.

La reforma en la política exterior llegó antes que la perestroika


(reestructuración) o la Glasnost (transparencia) en la política interna. En
julio de 1985, el sempiterno ministro de asuntos exteriores soviético
Andrei Gromiko4 fue sustituido por Eduard Shevarnedze. En octubre, el
4 Gromiko inició su carrera política en 1939 siendo nombrado jefe de la sección de asuntos exteriores
encargada de los asuntos de Estados Unidos. En 1943 fue nombrado embajador en Washington y como tal
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telegénico Gorbachov iniciaba lo que algunos denominaron una "ofensiva


de encanto" visitando diversas capitales occidentales. En su primer
encuentro con el presidente Reagan en Ginebra en noviembre de 1985, el
líder soviético planteó la necesidad de la distensión y de la reducción de
armamentos nucleares.

La postura de Gorbachov iba más allá de un mero repliegue táctico.


Consciente de la imposibilidad de conjugar la guerra fría y la solución de
los graves problemas que aquejaban a la economía y la sociedad
soviética, el líder soviético, mediante su principal consejero en política
internacional, Dobrinin, proclamó en el XXVII Congreso del PCUS en 1986
lo que denominó un "nuevo pensamiento político" (Novy Myshlenie): el
nuevo mundo se caracterizaba por la "interdependencia global", en
adelante, había que olvidarse de la lógica de la Guerra Fría y buscar la
cooperación y el consenso en la dirección de las relaciones
internacionales. Se trataba de buscar "una acción recíproca, constructiva
y creador al mismo tiempo (...) para impedir la catástrofe nuclear y para
que la civilización pueda sobrevivir".

La URSS se preparaba para un gran repliegue, tanto en su competencia


con los EE.UU. como en los compromisos internacionales que había ido
adquiriendo a lo largo de la Guerra Fría.

La tendencia apuntada por Gorbachov desde el inicio de su mandato se


vio acrecentada por una serie de acontecimientos que hicieron
absolutamente evidente la necesidad de reformas:

•La catástrofe nuclear de Chernobil en Ucrania el 26 de abril de


1986 provocó un escape radioactivo doscientas veces superior al
de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, según fuentes
de la Organización Mundial de la Salud, y obligó a la evacuación
de más de medio millón de personas. Chernobil incrementó la
consciencia general de las carencias y limitaciones del sistema
económico soviético.
•El fracaso y la incompetencia del en otros tiempos poderoso
ejército soviético se veía corroborado en la Guerra de
Afganistán5. La desmoralización que provocaba el "Vietnam
acudió a Teherán, Yalta y Potsdam. En 1946 fue el primer representante permanente de la URSS en el Consejo
de Seguridad de la ONU. Protegido de Molotov, desempeñó otros altos cargos diplomáticos, entre ellos el de
embajador en el Reino Unido, y finalmente accedió al cargo de ministro de asuntos exteriores en 1957. Gromiko
desempeñó el cargo hasta la llegada de Gorbachov en 1985. Figura clave de la guerra fría, estuvo encargado
de la diplomacia soviética bajo el liderazgo de Kruschev, Breznev, Andropov y Chernenko. Participó en todos los
grandes asuntos del período como la crisis de los misiles de Cuba, durante la que se entrevistó personalmente
con Kennedy, y todas las negociaciones de control de armamentos. Fue un hábil negociador y un político y
diplomático conocedor de su oficio. Los estudiosos debaten hasta que punto participó en la formación de la
política exterior soviético y algunos indican que fue un mero ejecutor. Gorbachov, quién ascendió a la secretaria
general del PCUS con su apoyo, "ascendió" a Gromiko al cargo de presidente del Presidium del Soviet Supremo.
Se retiró en 1988 y falleció en julio de 1989, no llegando a asistir a la caída del Muro de Berlín y a la propia
desaparición de la URSS.

5 El golpe militar que en 1978 llevó al poder a un grupo de jóvenes oficiales izquierdistas y a establecer un
régimen comunista dirigido por Mohamed Taraki marca el inicio de la tragedia reciente de este país.
Las reformas socializadoras y laicas del nuevo gobierno encontraron una enorme resistencia en una
población aferrada a un pensamiento islámico anclado en el pasado y que vivía en una sociedad aún con
rasgos feudales. La resistencia pronto se concretó en guerrillas islamista de "mujahidines". Los problemas
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soviético" fue acrecentada por episodios rocambolescos como el


aterrizaje en la Plaza Roja de Moscú de un joven adolescente
alemán, Mathias Rust, en mayo de 1987 sin que la defensa aérea
soviética fuera capaz de evitarlo.
•Estos ejemplos de crisis y decadencia tuvieron una resonancia
multiplicada en la opinión pública soviética por la nueva política
de Glasnost (transparencia) impulsada por Gorbachov.

6.1. Las revoluciones de 1989.


El proyecto de Gorbachov implicaba la imposibilidad de mantener
por la fuerza a los regímenes de las "democracias populares" tal
como se habían configurado tras las sucesivas intervenciones
soviéticas. La perestroika y la Glasnost tuvieron una inmediata
consecuencia en los estados satélite de la Europa del Este. La
forma en que Gorbachov puso en marcha el desmoronamiento del
"imperio soviético" fue simple: no hacer nada para defender los
regímenes del Este europeo. Sin la intervención soviética, estos
gobiernos fueron barridos con extraordinaria facilidad en el corto
plazo de unos meses.

En septiembre de 1988, Gorbachov clausura el Comité de Enlace


con los países socialistas en el PCUS, un señal de que el Kremlin
abandonaba la Doctrina Breznev6. En diciembre de ese mismo año
anunció solemnemente en la Asamblea General de la ONU un
recorte unilateral de más de medio millón de soldados, de los que la
mitad se retirarían con más de cinco mil tanques de la Europa del
Este. La actitud de Moscú era cada vez más claramente conciliadora
hacia la reforma en las "democracias populares"
internos de las dos principales tendencias comunistas precipitaron la intervención de la URSS en 1979.
Esta intervención marca el apogeo de la fase de expansionismo soviético que caracteriza la segunda
mitad de los setenta y llevó a la inmediata reacción norteamericana. Washington consideraba que este país
asiático se hallaba fuera de la zona de influencia soviética y articulo una dura respuesta: embargo de grano
para ser exportado a la URSS y ayuda militar a la guerrilla islamista. La guerra rápidamente se estancó y
mientras los más de 100.000 soldados soviéticos controlaban las ciudades la guerrilla dominaba las zonas
rurales. El conflicto engendró un enorme desplazamiento de población y hacia 1982 casi 3 millones de afganos
habían huido a Pakistán y un millón y medio lo habían hecho hacia Irán. La guerrilla, armada eficazmente por
EE.UU. y reforzado con voluntarios árabes y musulmanes imbuidos de una ideología intransigente islamista
(entre ellos el saudí Osama bin Laden), mantuvo en jaque a un ejército soviético cada vez más desmoralizado.
Finalmente en el marco de la perestroika, Gorbachov decidió sacar a sus tropas de los que muchos
denominaban el "Vietnam soviético". En 1988, la URSS, EE.UU., Pakistán y Afganistán firmaron un acuerdo por
el que los soviéticos se comprometían a retirar sus tropas lo antes posible. Lo que efectivamente hicieron en
1989. Esto no abrió, sin embargo, un período de paz para el país. En 1992 las guerrillas islamistas asaltaron
Kabul y se inició un período de luchas intestinas que culminaría con la toma del poder por los extremistas
islamistas talibanes en 1996.

6 Tras la invasión de Checoslovaquia por tropas del Pacto de Varsovia en agosto de 1968, la dirección soviética
trató de justificar teóricamente esta drástica medida. En un discurso del líder soviético Breznev ante el V
Congreso del Partido Obrero Unificado de Polonia (Partido Comunista) en noviembre de 1968 enunció lo que
vino a conocerse en Occidente como la "Doctrina Breznev". El líder soviético afirmó que "el abandono de la
comunidad socialista de Checoslovaquia hubiera chocado con nuestros intereses vitales y hubiera sido en
detrimento de los demás estados socialistas".
Breznev, en virtud de la "solidaridad socialista internacional", reinvindicó el derecho de intervenir en
los asuntos internos de cualquier país socialista si optaba por reformas que pusieran en peligro el régimen
comunista. Por supuesta, era la dirección del PCUS el que finalmente debía evaluar la "peligrosidad" de la
situación.
La fraseología de la burocracia soviética ocultaba una verdadera afirmación de poderío imperial que,
evidentemente, se ejercería en función de la relación de fuerzas existentes en el seno del bloque soviético. La
debilidad económica y militar de la URSS, unida al proceso de reformas de la perestroika hizo que Gorbachov
abandonara y condenara públicamente la Doctrina Breznev.

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Aunque el objetivo de Gorbachov era que estos países aplicaran su


propia perestroika, manteniéndose en el Pacto de Varsovia, muy
pronto la realidad desbordó sus esperanzas.

6.1.1. Polonia.
Polonia fue el país que inició el proceso revolucionario. Tras
una serie de huelgas en el verano de 1988, el gobierno
comunista, dirigido por el general Jaruselzski, tuvo que
sentarse a negociar con el sindicato Solidaridad. Los
acuerdos de abril de 1989 significaron el reconocimiento legal
del sindicato y la apertura de un proceso de transición
democrática. El partido comunista fue duramente derrotado
en las elecciones de junio y no tuvo otro remedio que permitir
la formación de un gobierno presidido por un Mazowiecki,
dirigente de Solidaridad. Se formaba así el primer gobierno
no comunista en Europa Oriental desde 1945. La rápida
descomposición del régimen comunista, permitió que Lech
Walesa7 fuera elegido presidente del país en 1990.

6.1.2. Hungría.
En Hungría fueron los propios reformadores comunistas, como
Imre Pozsgay, los que desmontaron con gran celeridad el
sistema. Tras expulsar al viejo Janos Kadar en 1988, en la
primavera de 1989 se estableció el multipartidismo y en
octubre de ese año el Partido Socialista Obrero Húngaro
(nombre oficial del partido comunista) se disolvía y se
aprobaba una constitución democrática. Las elecciones del
primavera de 1990 llevaron al poder a fuerzas democráticas
anticomunistas.

7 Activista sindical que organizó y dirigió de 1980 a 1990 Solidaridad, la primera organización sindical
independiente en el bloque comunista. Durante un tiempo fue un líder carismático de su país, fue presidente de
Polonia (1990–95) y recibió el Premio Nobel de la Paz en 1983.
Testigo de las revueltas obreras de 1970 que se saldaron con manifestantes muertos por la policía
polaca, se convirtió en el líder de las protestas en el astillero Lenin de Gdansk (antigua Danzig) en agosto de
1980. La amplitud de la revuelta obrera, en la que muy pronto se introdujeron demandas políticas, llevó a que
el gobierno finalmente cediera y firmara un acuerdo con los representantes obreros permitiendo a los
trabajadores el derecho de organizarse libremente. El Comité de Huelga se transformó en una federación de
sindicatos dirigida por Walesa y que vino a denominarse Solidaridad. Más de 10 millones de polacos se
adhirieron al movimiento.
El éxito fue efímero. Ante las amenazas soviéticas, el gobierno polaco impuso la ley marcial y el
general Jaruselzski estableció una dictadura militar prohibiendo al sindicato Solidaridad y encarcelando a
Walesa. Cuando le fue concedido el Premio Nobel de la Paz en 1983, fue su mujer Danuta la que asistió a la
ceremonia de entrega en Oslo.
Una nueva oleada de malestar social desencadenó de nuevo una serie de huelgas en 1988. El
gobierno comunista se vio de nuevo obligado a negociar con Walesa y otros líderes sindicales. Solidaridad
volvió a la legalidad y se convocaron elecciones en las que el sindicato, que participaba como coalición política,
obtuvo una abrumadora mayoría. Tadeusz Mazowiecki, compañero de Walesa, fue nombrado primer ministro de
Polonia en 1989. Fue el inicio de la oleada democrática que puso fin a las dictaduras comunistas en Europa
central y oriental en 1989.
En 1990 Walesa ganó las elecciones y desempeñó el cargo de Presidente de Polonia hasta 1995. Sin
embargo, el que fue hábil líder sindical no sirvió para su nuevo puesto. Su estilo de ejercer el cargo, lleno de
brusquedades y búsqueda de la confrontación, y su apoyo a las posturas más conservadoras de la Iglesia
Católica sobre temas como el aborto fueron erosionando su popularidad. Así, su carrera política terminó en
1995 cuando perdió las elecciones frente Aleksander Kwasniewski, antiguo comunista y líder de la Alianza de la
Izquierda Democrática

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6.1.3. República Democrática de Alemania.


El cambio en Hungría tuvo una enorme repercusión exterior.
La decisión de las autoridades de Budapest de abrir su
frontera con Austria en septiembre de 1989 abrió una
"brecha" en el Telón de Acero8 por el que decenas de miles de
habitantes de la República Democrática de Alemania huyeron
hacia la República Federal de Alemania, atravesando
Checoslovaquia, Hungría y Austria. Al éxodo de la población se
le unió pronto una oleada de manifestaciones a lo largo de
toda Alemania Oriental.

El líder de la RDA, Eric Honnecker, que acababa de felicitar


públicamente al embajador chino por la represión en la
plaza de Tiananamen, se planteó la solución represiva. Fue
en ese momento cuando la actitud de Gorbachov disipó las
últimas dudas. A fines de octubre de 1989 hubo tres
declaraciones de enorme importancia política:

•El 23 de octubre, ante la proclamación solemne en


Budapest de Hungría como república soberana
independiente, Eduard Shevarnadze manifestó que la
URSS no debía interferir de ningún modo en los
asuntos de la Europa oriental. Ese mismo día,
Gennadii Gerasimov, portavoz de Gorbachov en
asuntos de política exterior, enunció de manera
bastante frívola que la Doctrina Breznev había sido
sustituida por la Doctrina Sinatra. El portavoz se
refería a una célebre canción del cantante
norteamericano y venía a proclamar que la URSS
permitía que los países del este hicieran las cosas "a
su manera" (to do things their way). Esto significaba
que el Kremlin ratificaba los cambios en Polonia y
Hungría, y animaba a los demás países a seguir
adelante.
•Por si las cosas no estuviesen suficientemente claras, el
día 25 Gorbachov, de viaje en Finlandia, condenó
inequívocamente la Doctrina Breznev.

8 Parece ser que Winston Churchill utilizó esa expresión por primera vez en un telegrama que envió a Truman el
12 de mayo de 1945 para referirse a la división hermética que se estaba produciendo en el frente de contacto
entre las tropas occidentales y las soviéticas. Sin embargo fue el 5 de marzo de 1946 en el Westminster College
de Fulton, Missouri, donde el político británico pronunció un discurso que produjo una verdadera conmoción
política y que es considerado como uno de los momentos clave en el desencadenamiento de la guerra fría.
Churchill afirmó: "Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente un telón de
acero." La respuesta soviética fue inmediata y Stalin lo denunció como "una llamada a la guerra". Más de cien
diputados laboristas británicos consideraron el discurso una amenaza para la paz, Atlee expresó su
desaprobación. Incluso Truman, quién conocía de antemano el contenido y lo aprobaba, se distanció de
Churchill, llegando incluso a invitar a Stalin a hablar en la misma universidad, una oferta que el dictador
soviético declinó. Desgraciadamente, el golpe de Praga en febrero de 1948 vino a confirmar la existencia del
telón de acero, haciendo bascular a Checoslovaquia hacia la esfera soviética. Sólo Finlandia, que firmó un
tratado con la URSS en 1948 que le permitió mantener un sistema democrático a cambio de la subordinación
diplomática a los deseos de la URSS, y Yugoslavia, donde Tito rompió con Stalin en 1948, se mantuvieron al
este del telón de acero y fuera del dominio soviético.

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•A partir de aquí los acontecimientos se precipitaron,


Honnecker fue sustituido por un comunista
reformista, Egon Krenz, quién tomó la histórica
decisión de abrir el Muro de Berlín el 9 de noviembre
de 1989.

El rápido derrumbamiento de la RDA abrió un proceso de


negociación entre las cuatro potencias vencedoras de la
segunda guerra mundial y la RFA, dirigida por un canciller,
Helmut Kohl, que era muy consciente de la oportunidad
histórica que se le abría a Alemania. Finalmente el
denominado Acuerdo 4+2 (EE.UU, Reino Unido, Francia y la
URSS más la RFA y la RDA) posibilitó la reunificación de
Alemania el 3 de octubre de 1990. Esta reunificación fue más
bien una absorción de la antigua Alemania comunista por la
República Federal de Alemania: a cambio de un compromiso
de limitación del poder militar alemán, del no estacionamiento
de tropas de la OTAN9 en el territorio de la antigua RDA y de
jugosas ayudas económicas, la Alemania reunificada siguió
siendo miembro de la OTAN y de la Comunidad Económica
Europea.

9 La formación de la Alianza Atlántica atravesó varias fases. En 1947, franceses y británicos habían firmado el
Tratado de Dunquerque teniendo aún como objetivo Alemania. En marzo 1948, tras el golpe de Praga y bajo el
consejo norteamericano, se firma el Tratado de Bruselas firmado por Francia, Gran Bretaña y los países del
Benelux. Por este tratado, ya claramente dirigido contra la amenaza soviética, nació la Unión Europea
Occidental.
Paralelamente, el bloqueo soviético de Berlín va a propiciar un giro histórico en la diplomacia
norteamericana: el 11 de junio de 1948 el Congreso aprueba la resolución Vandemberg (presidente republicano
de la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado) que permitía al poder ejecutivo concluir alianzas en tiempos
de paz. Era el fin del aislacionismo norteamericano.
Finalmente, se firmaba en Washington 4 de Abril de 1949 el Tratado del Atlántico Norte o Alianza
Atlántica. Lo firmaron doce países (Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Francia, Italia, Noruega, Dinamarca,
Islandia, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo y Portugal). En 1952 Turquía y Grecia accedieron al Pacto, la
República Federal de Alemania en 1955 y, finalmente España, que tuvo que esperar a la muerte de Franco para
participar en la defensa occidental en pie de igualdad, en 1982.
El artículo 5 es la clave del tratado y en caso de una agresión contra un estado miembro compromete
a sus miembros a tomar las medidas necesarias "incluyendo el empleo de la fuerza armada para restablecer y
asegurar la seguridad en la región del Atlántico Norte".
En 1950, tras el desencadenamiento de Guerra de Corea, se creó una estructura militar permanente,
la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Aunque no son exactamente lo mismo, Alianza Atlántico
y OTAN se utilizan como términos sinónimos.
El Consejo Supremo, es el órgano supremo de dirección política de la Alianza. Tiene un Secretario
General, portavoz de la Alianza, que tradicionalmente ha sido un europeo. El español Javier Solana ejerció ese
cargo de 1995 a 1999. Los norteamericanos se han reservado siempre los altos cargos militares, esencialmente
el SACEUR (Supreme Allied Commander in Europe).
Durante la guerra fría y en el marco de la OTAN, los EE.UU. han mantenido una importante presencia
militar en Europa.
La Alianza Atlántica no ha estado libre de tensiones internas. Las más importantes son las que
protagonizó el francés De Gaulle en los años sesenta en su búsqueda de una mayor autonomía europea
respecto a EE.UU. Francia llegó a abandonar la estructura militar integrada de la OTAN en 1966.
La OTAN ha sido un éxito y ha sobrevivido al fin de la guerra fría. No obstante, el gran problema
ulterior es redefinir sus objetivos en un mundo en el que ya no existe la amenaza que le hizo nacer. En 1999,
tres antiguos miembros del Pacto de Varsovia, Polonia, la República Checa y Hungría se adhirieron a la Alianza.
Varios antiguos miembros de ese Pacto han solicitado el ingreso.

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6.1.4. Checoslovaquia.
La caída del Muro de Berlín10 precipitó los acontecimientos en
los demás países del este. El régimen de Gustav Husak,
guardían de la ortodoxia brezneviana desde 1968, tras un
último intento represivo contra una manifestación estudiantil
el 17 de noviembre, se derrumbó con enorme facilidad. La
denominada "Revolución de Terciopelo" llevó a fines de
diciembre a la presidencia de la Asamblea legislativa al héroe
de la Primavera de Praga, Alexander Dubcek, y a la jefatura
del gobierno a Vaclav Havel, uno de los disidentes más
famosos en la Europa comunista.

6.1.5. Bulgaria.
Al día siguiente de la caída del Muro de Berlín, un golpe dentro
de la dirección del partido comunista, alentado por Gorbachov,
derrocó al viejo líder Todor Yivkov y llevó al poder a Petar
Mladenov, un comunista reformista que inició el camino hacia
la democratización del régimen.

6.1.6. Rumanía
Aquí tuvo lugar la revolución más violenta de 1989. El 21 de
diciembre el Conducator Nicolae Ceaucescu11 se encontró con
10 La ocupación cuatripartita de la capital del Reich dejó a Berlín occidental como puesto avanzado del mundo
occidental en medio de la RDA. Centro de espionaje y de propaganda antisoviética y lugar de acogida para
millares de alemanes orientales que huían de la dictadura comunista, Berlín occidental se convirtió en una
enclave geoestratégico para los occidentales.
El "milagro económico" de la RFA hizo que cualquier comparación entre ambos sectores de la ciudad
fuera favorable al mundo occidental. No es de extrañar que la hemorragia de población, especialmente
trabajadores cualificados, de la RDA a Berlín oeste fueron cada vez mayor.
El 27 de noviembre de 1958, Kruschev lanzó un ultimátum a las potencias occidentales sobre Berlín: o
en seis meses se revisaba en un sentido más favorable a la URSS que otorgara a la zona occidental el estatuto
de ciudad libre, fuera del control occidental, o Moscú llegaría a un acuerdo por separado con la RDA,
cediéndola plena soberanía sobre el Berlín-Este y los accesos a la ciudad. Las negociaciones y el encuentro
entre Kennedy y Kruschev en Viena en 1961 no sirvieron para mover la posición occidental ("three essentials")
expresada por el presidente norteamericano en julio de 1961: mantenimiento de la presencia occidental en
Berlín occidental, mantenimiento del derecho de acceso, libre elección por parte de Berlín oeste de su régimen
político.
La aceleración del ritmo de huidas a la zona occidental precipitó que el 13 de agosto de 1961 se
iniciara la construcción de un muro que separaba ambas zonas de la ciudad y aislaba completamente al Berlín
occidental. El "Muro de la Verguenza" indignó a la opinión pública occidental, desacreditó aún más la postura
soviética y se convirtió en el doloroso símbolo de la guerra fría y de la opresión totalitaria comunista. El muro
que pronto se convirtió en un muro de cemento de 5 metros de alto, coronado con alambre de espino y vigilado
por torretas de vigilancia, nidos de ametralladoras y minas. Este complejo sistema de muros, vallas
electrificadas y fortificaciones se extendió a lo largo de 120 kilómetros, separando a la ciudad y rodeando
completamente a Berlín occidental. A lo largo de su historia (1961-1989), aproximadamente 5000 personas
consiguieron cruzar arriesgando sus vidas. Un número similar de alemanes orientales fueron capturados
mientras lo intentaba y 191 murieron en su intento de acceder a Berlín occidental. Las revoluciones que en
1989 derribaron a los gobiernos comunistas en las "democracias populares" y barrieron el sistema comunista
de Europa tienen su mayor símbolo en la apertura del muro el 9 de noviembre de ese año. La caída del mayor
símbolo de la guerra fría es uno de los momentos clave de la historia del siglo XX.

11 Procedente de una familia campesina, ingresos en 1936 en el Partido Comunista de Rumania. Como militante
comunista pasó varios temporadas en la cárcel antes y durante la Segunda Guerra Mundial.
Tras la ocupación de país por el Ejército Rojo, Ceacescu inició su carrera en la burocracia comunista
dominante. Tras pasar por diversos cargos, fue elegido finalmente en 1965 secretario general del partido,
convirtiéndose en el dictador de su país. Estableció una férrea y brutal dictadura, en la que el Conducator
recibió un "culto a la personalidad" que recordaba los tiempos de Stalin.
En el terreno internacional, Ceacescu continuó y agudizó la tendencia de independencia nacional
iniciado por su antecesor Gheorgiu Dej. La intención de Kruschev de "especializar" económicamente a los
países miembros del COMECON y, en concreto, de reservar un papel agrícola a Rumanía llevó a que Dej vetara
formalmente las resoluciones de una reunión del COMECON en 1963.
Ceacescu continuó esa línea lo que tuvo su mayor exponente en su negativa a participar en la invasión
de Checoslovaquia en 1968. Pese al carácter terrorista y totalitario de su régimen, diversos líderes occidentales
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que una manifestación para glorificarle se convirtió en una


áspera protesta popular. En ese momento estalló una
insurrección preparada por diversos cargos del partido
comunista, y apoyada por el ejército y el pueblo. Tras vencer
la resistencia de la Securitate, la temida policía secreta del
régimen, Ceauceuscu y su mujer Elena fueron apresados en su
intento de huida, juzgados sumariamente y ejecutados el 25
de diciembre.

La revolución rumana, que causó cerca de dos mil víctimas,


puso fin al ciclo revolucionario de 1989 en la Europa oriental.
En la pequeña pobre y pro-china Albania hubo que esperar un
año más para que la dictadura instaurada por Enver Hoxha
terminara cayendo.

6.1.7. La frustrada revolución en China: la matanza de


Tiananmen.
La muerte de Mao Zedong12 abrió una profunda crisis política
en la China comunista que finalmente concluyó en 1980 con el
ascenso al poder de Deng Chiaoping. Con la nueva dirección
China se abrió a Occidente: Deng viajó a Washington, se firmó
un acuerdo comercial chino-japonés y se llegó a un arreglo
amistoso con el Reino Unido para la vuelta de Hong Kong a la
soberanía china. Paralelamente, se emprendió una profunda
reforma económica introduciendo elementos puramente
capitalistas como la limitación del control estatal, los

como De Gaulle o Nixon, que fue recibido triunfalmente en Bucarest, no dudaron en buscar la complicicidad del
dictador rumano.
Su régimen el último y el que de forma más trágica cayó en el año 1989. Tras una rebelión popular,
orquestado por miembros del aparato comunista y apoyada en gran parte por el ejército, Ceacescu y su mujer
Elena fueron detenidos el 22 de diciembre y, tras una farsa de juicio, sumariamente ejecutados.

12 Hijo de un campesino rico fue ayudante en la biblioteca de la universidad de Pekín. Participó en la fundación
del Partido Comunista Chino (PCC) en 1921. Tras la ruptura con el Kuomintang en 1927, Mao dirige una
revolución de base campesina, organiza el Ejército Rojo y establece un gobierno revolucionario en la región de
Hunan. Derrotado por Chiang-Kai-Chek el ejército comunista inicia la Larga Marcha, octubre de 1934 a octubre
de 1935, hasta la provincia de Shanxi. Durante este duro período Mao se asienta en la dirección del PCC,
puesto que no dejará hasta su muerte.
Tras una tregua con el Kuomintang para enfrentarse conjuntamente con los invasores japoneses (1937-
1945), Mao dirige al Ejército comunista a la victoria en la guerra civil contra los nacionalistas de Chiang-Kai-
Chek y el 1 de octubre de 1949 se proclama la República Popular China. Mao es el presidente del Consejo de
ministros y desde 1954 presidente de la República.
China se alinea con la URSS en el inicio de la guerra fría y firma la alianza chino-soviética el 14 de
febrero de 1950. China apoya a Corea del Norte e interviene de forma decisiva en la guerra de Corea. También
reconoce la República del Viet-minh y apoya a los comunistas vietnamitas en su lucha contra Francia. Muerto
Stalin, Mao apoya a Kruschev en el problema de Hungría (1956), recibiendo a cambio el acuerdo de 1957 de
transferencia de tecnología nuclear.
Sin embargo, las relaciones chino-soviéticas se envenenan rápidamente. Mao denuncia la
desestalinización y la coexistencia pacífica, sospechando con razón que la URSS no ve con buenos ojos que
China se convierta en una gran potencia. La ruptura con los soviéticos culmina en 1960-1962 y en adelante
Mao inicia una política de lucha contra el imperialismo norteamericano y lo que el denomina revisionismo y
socialimperialismo soviético. Apoyándose en los movimientos del Tercer Mundo surgidos en la lucha
anticolonial, Mao llama a la revolución mundial.
El fracaso del Gran Salto Adelante (1957-1961) le hace pasar a un papel en la sombra, volviendo de
nuevo a escena con la gran tragedia de la Revolución Cultural en 1966. Tras los enfrentamientos fronterizos con
la URSS en el río Ussuri en 1969, Mao protagoniza un espectacular acercamiento a EE.UU. simbolizado en la
visita del presidente Nixon en 1972. Esta aproximación permitirá que la China popular acceda a ser miembro
permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, hasta ese momento detentado por el gobierno de la China
nacionalista de Taiwan. Este fue el último gran movimiento en la arena internacional del dictador chino.

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incentivos a la producción y al consumo y la apertura a las


inversiones extranjeras.

El éxito económico fue espectacular y el país crecía a fines de


los ochenta a tasas superiores al 10% interanual del PIB. Sin
embargo, en el caso chino no se aplicaron reformas de tipo
político, las libertades civiles y políticas estaban ausentes y el
Partido Comunista siguió manteniendo férreamente el control
político del país.

Los ecos de la perestroika llegaron hasta china y en 1989 una


oleada de protestas, principalmente protagonizadas por
estudiantes, recorrió la geografía china. La "Primavera de
Pekín" floreció y el 20 de mayo de 1989 le situación estaba
fuera del control de las autoridades comunistas, más de un
millón de manifestantes llenaron las calles. El 29 de mayo, los
estudiantes demócratas erigieron una estatua en la plaza de
Tiananmen a la "Diosa de la Democracia".

Mientras se jugaba una partida interna en la cúspide del poder


comunista entre partidarios de la negociación y defensores de
la represión. Finalmente, estos últimos se impusieron y el 3 de
junio de 1989, unidades militares del Ejército Popular Chino
aplastaron la revuelta. Pese al secretismo de las autoridades
chinas, se calcula en centenares de muertos y miles de
detenidos el coste social de la represión.

7. Repercusiones en el mundo. Fin de la Guerra Fría.


El derrumbe de la URSS dejó a EE.UU. como la única superpotencia
mundial. La victoria en la Guerra Fría borró los recuerdos de la derrota en
Vietnam. En adelante, Washington podrá ejercer el papel de "gendarme
mundial" sin miedo a la concurrencia de otra superpotencia.

7.1. El Oriente Medio. La Guerra del Golfo 1990-1991.


Cuando Saddam Hussein invadió el 2 de agosto de 1990 el pequeño
y rico Estado de Kuwait para tratar de paliar las enormes pérdidas
ocasionadas por la Guerra que había enfrentado a Irak con Irán no
tuvo en cuenta la nueva situación creada con el fin de la Guerra Fría.

La ONU, siguiendo las propuestas de EE.UU. condenó la agresión,


decidió sanciones económicas y, finalmente, autorizó la intervención
militar. La URSS, tradicional aliada de Irak, no tenía fuerza suficiente
para vetar en el Consejo de Seguridad las directrices de la política
norteamericana. Así, el presidente Bush pudo articular una gran
coalición internacional. Además de sus aliados tradicionales en la
OTAN, la URSS y los nuevos regímenes de Europa oriental, Egipto y
una mayoría de los países árabes, Japón y los nuevos países
industrializados de Asia buscaron la alianza y la amistad con la
superpotencia.

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El desenlace la guerra era previsible. Saddam Hussein apenas pudo


lanzar algún misil Scud sobre Israel, en su mayoría interceptados
por los misiles antimisiles norteamericanos Patriot. Tras un
intensísimo bombardeo iniciado el 15 de enero de 1991 cuando
concluía el ultimátum lanzado por la ONU, las tropas de la coalición
liberaron con gran facilidad el territorio kuwaití. Para la sorpresa de
muchos, las tropas norteamericanas no continuaron su camino hacia
Bagdad y permitieron que Saddam continuara en el poder. El 28 de
febrero se acordó un alto el fuego en un conflicto inacabado que no
iba a concluir aquí.

7.2. El proceso de paz árabe-israelí.


Tras el estallido de la Intifada (revuelta palestina contra la
ocupación israelí) en 1987 en Gaza y Cisjordania, la Organización
para la Liberación de Palestina y su líder Yasser Arafat consiguieron
consolidarse en la dirección de la resistencia palestina. En ese
contexto, se reunió el Consejo Nacional Palestino en Argel en 1988 y
acordó la proclamación de la independencia del Estado Palestino,
aceptando el acuerdo de la ONU de noviembre de 1947 que decidió
la partición de Palestina en dos estados, lo que implicaba el
reconocimiento del Estado de Israel. Gorbachov había recibido a
Arafat en abril de 1988 y le había solicitado que tomara en
consideración "los intereses de la seguridad de Israel".

El fin de la Guerra Fría facilitó que EE.UU. y la URSS convocaran una


Conferencia sobre la Paz en Oriente Próximo en Madrid en
octubre de 1991. En la capital de España se abrió un difícil proceso
de paz basado en el principio de "paz por territorios". Tras arduas
negociaciones secretas en Oslo, en septiembre de 1993 se firmó en
Washington la "Declaración de principios sobre los arreglos
provisionales de autonomía" que daba el pistoletazo de salida a un
proceso de paz que desgraciadamente terminará fracasando.

8.3. Europa
En este continente el fin de la Guerra Fría provocó básicamente dos
reacciones contrapuestas:

•En el occidente se acentuaron los procesos de integración.


Tras la firma del Acta Única en 1986, los doce países
asociados en la Comunidad Económica Europea firmaron el
Tratado de Maastricht o Tratado de Unión Europea de 1992
que daba nacimiento a la Unión Europea. Tres años
después la Unión se ampliaba a Suecia, Finlandia y Austria.
•Mientras en la Europa central y oriental, el derrumbamiento
de los sistemas comunistas y de la URSS abrió un período
de disgregación política. En algún caso fue un proceso
pacífico como el "divorcio amistoso" entre la República
Checa y Eslovaquia en 1993, en el caso de Yugoslavia abrió

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un proceso desgarrador que trajo de nuevo la guerra a


Europa tras un período de paz iniciado en 1945.

La caída del régimen comunista organizado por Tito despertó los


enfrentamientos nacionalistas entre los pueblos de la Federación
Yugoslava. La política ultranacionalista del líder comunista serbio
Slodoban Milosevic produjo la reacción de las otras repúblicas
yugoslavas. Así en 1991, Eslovenia y Croacia declararon su
independencia lo que provocó una cruenta guerra entre serbios y
croatas. La situación se hizo aún más dramática cuando un año más
tarde la guerra se trasladó a la vecina Bosnia-Hercegovina. El
conflicto étnico entre serbios ortodoxos, croatas católicos y bosnios
musulmanes trajo de nuevo a Europa los fantasmas del
nacionalismo radical y la "limpieza étnica".

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