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Cap IV: El subsistema económico y cultura material en la antigua Mesopotamia

El subsistema económico es la estrategia integral de los diversos métodos de subsistencia y procesos de obtención de los
bienes con los cuales se alimenta y equipa una sociedad. Este subsistema abarca la llamada cultura material, o constelación de
los artefactos producidos por el comportamiento global de la comunidad, o intercambio de bienes, es expresión de la dinámica
de esta cultura. Así mismo comprende los resultados de las ciencias aplicadas o saberes necesarios para mantener y acrecentar
un nivel tal de bienestar que garantice a largo plazo la cohesión social; en Mesopotamia, el vehículo de estos saberes fue la
escritura.

EL INTERCAMBIO DE BIENES

El subsistema económico está íntimamente relacionado con el social. Los rasgos de la economía mesopotámica mejor
conocidos son los que se refieren a los periodos Paleobabilónico y Neobabilónico.

La economía de subsistencia

La mayor parte de la población subsistía a base de las raciones en especie que les distribuían el templo y el palacio o de los
productos obtenidos del cultivo de parcelas, propias o arrendadas en compensación por los servicios prestados. Junto a estas
masas de dependientes hay que contar con la existencia de campesinos que vivían en aldeas cultivando tierras privadas o
comunales. Todos ellos constituyen la gran masa de “débiles” o “mezquinos”.

Sus necesidades personales eran mínimas y podían ser satisfechas en el seno del círculo social inmediato. La cabaña o casa la
edificaban ellos mismos; la cerámica de uso diario se hacía en las aldeas, por las mujeres, que también tejían la ropa de sus
familias. Solo dependían del exterior para obtener la madera de los arados y mangos de sus azadas, el pedernal para cuchillos y
hoces y, quizá, el bronce para herramientas y armas especiales; estos bienes podían ser conseguidos mediante mecanismos
elementales de trueque. Ni la gran masa de dependientes de las grandes organizaciones ni los campesinos y aldeanos
acumulaban capital; la red económica solo alcanzaba a mantenerlos y a asegurar su continuidad.

El intercambio de excedentes

Las grandes organizaciones –el templo y el palacio- y los grandes terratenientes feudales eran los únicos que podían acumular
excedentes, procedes de las tasas, impuestos y rentas obtenidos por el cultivo de sus tierras, que se pagaban siempre en
especie. Intercambiando esos excedentes por otros bienes.

La acumulación de la riqueza en las capas superiores de la población –familia real, altos funcionarios del templo y la corte,
rentistas- se veía más como una cuestión de prestigio social. Los bienes obtenidos a cambio de los excedentes eran
frecuentemente objetos sin utilidad directa: joyas de oro y plata, pedrería, armas y vasijas de lujo, muebles, telas, alfombras.
Cuando se hacía necesario importaban materias primas –madera y metales-destinadas a mantener activa la producción o a
completar el armamento de sus guardias. Se trataba de un intercambio no comercial de bienes, no de una economía de
mercado.

El mercader

El único que realmente ganaba con los procesos de intercambio era el “mercader”, empresario del transporte internacional
caravanero que actuaba generalmente por el encargo del estado o del templo. En ocasiones, concentrado en el “muelle” ejercía
ciertas actividades bancarias, en calidad de prestamistas y financiadores de actividades estatales.

A mediados del I milenio a.C hubo varias familias –empresas o casas. En Babilonia con espíritu protocapitalista. Su negocio
consistía en la compra al mayor de lana, cebada, dátiles y cebollas en las aldeas cercanas a Babilonia, su transporte y venta en
la gran urbe. Las ganancias se reinvertían, en parte, en la compra de esclavos, adquisición de terrenos, alquiler de viviendas y
concesión de préstamos. Otras “casas” se dedicaron a ejercer de intermediarios entre los grandes terratenientes privados o las
grandes organizaciones y pequeños agricultores, arrendando a gran escala las tierras para subarrendarlas.
El mercado –en el sentido moderno de la palabra: intercambio de bien con expectación de ganancia para el vendedor- no
constituyó un factor económico determinante en la antigua Mesopotamia.

METROLOGÍA

Aunque los intercambios, fueran motivados más por el prestigio o la necesidad que por el interés comercial, ello no excluía en
absoluto la necesidad de evaluar y tasar los bienes. El valor de las cosas depende de la necesidad, belleza o rareza, de la
apreciación de la comunidad que hace de ellas. Por eso, los procesos de intercambio obligaron a establecer parámetros de
aceptación general que sirvieran de referencia en el trueque, con el fin de dotar una base medianamente objetiva a una
valoración, que siempre era subjetiva.

El mundo de la realidad física es susceptible de ser fraccionado, respondiendo a normas que, siendo en sí arbitrarias, sean
aceptadas como patrón por todos los miembros de una comunidad.

Fraccionamiento del mundo físico: pesos y medidas

La metrología mesopotámica es muy compleja, debido a la ausencia de una norma unificadora. Las denominaciones presentan
peculiaridades regionales y locales. En Siria y Anatolia se desarrollaron sistemas propios. Las cantidades reales a que hacen
referencia las medidas variaron, además a lo largo de la historia. Sin embargo, los nombres de la mayoría de las unidades
básicas estaban ya en uso a finales del IV milenio a.C y comienzos III (Uruk y Gamdat Nasr).

La cultura mesopotámica distingue cuatro parámetros de mensurabilidad espacial: la largura, la superficie y el volumen, y el
peso; éste expresado en cantidades de plata, fue el factor determinante en la terminología comercial.

En las escalas metrológicas se mezclaban los sistemas decimal (base 10 y sus potencias), sexagesimal y bisexagesimal (base
60 y sus potencias); la escritura disponía de signos diferentes para los números. Los signos se agrupaban para designar las
diversas cantidades; el signo “10” sin embargo solo se podía repetir cinco veces, ya que con “60” comenzaba una nueva serie;
70 se escribía “60+10”.

El tiempo y el calendario

Tan importante como la segmentación de la dimensión espacial es, en el comercio, la política y la vida social general, la
segmentación del tiempo en unidades manejables. Estas unidades son el “día”, el “mes” y el “año”. La semana de siete días es
de origen judío y era desconocida en todo el Próximo Oriente antiguo; solo en Asiria se habló de un “quinto de mes”, es decir
de “semanas” de seis días, con fines exclusivamente económicos.

La finalidad de la segmentación del tiempo era práctica: dividir el año en unidades menores y manejables. Para ello bastaba
ajustar, los ciclos anuales solar y lunar (en Babilonia a principios del II milenio a.C)

El calendario usual se basaba en la asunción de 12 ciclos lunares de 29 días y medio en un ciclo anual de354 días. Los meses
tenían 29 o 30 días; por motivos prácticos se tendió a crear un año lunar artificial de 360 días, con 12 meses de 30 días. Como
no se podía prescindir del año solar de 365 días y ¼, porque era el regulador de las estaciones, la diferencia entre estos años
lunares y el solar se compensaba mediante “meses intercalares”, que se introducían por decreto real cuando los ciclos lunar y
solar comenzaban a desfasarse en exceso.

Dentro del ciclo solar, el día comenzaba en el equinoccio de primavera, otras veces en otoño. En el ciclo lunar, el mes
comenzaba cuando la luna volvía a hacerse visible. Los nombres de los meses, conocidos desde mediados del III milenio a.C.,
son enormemente variados. En Babilonia se reutilizó la vieja nomenclatura de Nippur.

ESCRITURA

La complejidad del tejido social hizo necesarios sistemas que fijaran en un medio físico las transacciones comerciales, con el
fin de poder recurrir a estos objetos en caso de duda o litigio. La finalidad de estos mecanismos es siempre la de guardar la
memoria de ciertos procesos sociales.
La escritura es un elemento común a todas las grandes civilizaciones antiguas eurásicas: Mesopotamia y Elam, Egipto,
culturas del Indo y China. Los primeros testimonios corresponden a Sumer, dos o tres siglos antes de las primeras experiencias
graficas egipcias, surgidas independientemente de las mesopotámicas. Desde Mesopotamia, la técnica se extendió a Elam para
saltar desde allí al valle del Indo a mediados del III milenio a.C. En China, los primeros textos datan de mediados del II
milenio, y son así mismo autóctonos.

En todas ellas constata:

a) La transición de signos que representan esquemáticamente objetos (pictogramas) a la lectura de tales signos
como palabras (logogramas), y
b) La lectura alternativa de los logogramas como entidades fónicas sin significado semántico intrínseco
(silabogramas).
Pictogramas y fichas

Los mecanismos de codificación empleados no pueden denominarse escritura, ya que su objetivo no es fijar un mensaje
lingüístico. Los pictogramas son códigos que no reflejan palabras de una determinada lengua, sino acciones, sucesos: una
compra de ganado, el inventario de un almacén.

En Mesopotamia, uno de los métodos más usuales en épocas de la última prehistoria fueron las bulas: pequeñas bolas de
arcilla que llevan en su exterior las improntas de sellos cilíndricos y que contienen en su interior diversas fichas, también de
arcilla. Estas fichas, de formas diferentes, constituyen series más menos normalizadas y coherentes entre sí, y son
designaciones combinadas de numerales -“1”, “10” o “60”- y de ciertos bienes típicos de la cultura mesopotámica (cabezas de
ganado o vasijas de cerveza). A veces, las bulas llevan impresas en el exterior marcas que reproducen la forma y numero de
fichas del interior.

En algún momento se constato que la información podía prescindir de las fichas embutidas en el interior de las bulas. Ello
tenía ventajas, pues la bula perdía diámetro y peso y ganaba en estabilidad, lo que facilitaba su archivo y manejo. Las bulas de
arcilla se convirtieron en “tablillas”, y sus artífices en escribas “grabadores de tablillas”. En ocasiones, tales marcas no se
reducían a numerales, sino que representan además de manera más o menos esquemática y abstracta los objetos y bienes
enumerados.

El mensaje, al tratarse de figuras o marcas de numerales y de objetos esquemáticos y normalizados por la convención, podía
ser interpretado en principio por usuarios de diferentes lenguas. Es decir, este estado de fijación de la memoria no hace
referencia todavía a palabras, sino a hechos y procesos extralingüísticos, y no puede considerar escritura en sentido estricto.

Logograma

La escritura surge cuando los signos –numerales y objetos-no representan cosas y cantidades, sino palabras de una lengua
determinada. Se trataba de un proceso que no se produjo de manera uniforme ni general: la escritura no se inventó; la escritura
surgió en Mesopotamia cuando los usuarios de las tablillas numéricas vieron en los signos no la representación de cosas sino
de palabras; es decir, cuando las tablillas pasaron de ser interpretas en silencio a ser leídas en voz alta y en una lengua
concreta. Los signos pasaron a representar palabras completas de una lengua viva (logogramas).

Este paso comenzó a darse en Uruk en torno al -3300. Los documentos de esta época arrojan ya un balance de unos 2000
signos distintos, y todo indica que el idioma en que se leía era el sumerio, una lengua de estructura eminentemente
monosilábica.

Silabograma

El paso siguiente, ya en el terreno de la representación gráfica del lenguaje, se dio al abstraer el sonido puro de un signo,
prescindiendo, cuando fue necesario, del contenido semántico de la figura. Dado el predominio de palabras monosilábicas en
sumerio, se obtuvo un repertorio extenso de silabas puras. Estas silabas “desemantizadas”, o silabogramas, fueron empleados
para escribir palabras difícilmente representables mediante logogramas –nombres abstractos, extranjerismos y verbos de
semántica compleja- , así como los morfemas que gobernaban la sintaxis. Su uso redujo el volumen de logogramas puros, y
con ello el de signos del repertorio, lo que favoreció la normalización de las formas.

El uso de los silabogramas hizo posible escribir textos que dieran razón más exacta de la morfología y de las relaciones
sintácticas; a mediados del III milenio a.C se manejaban no solo textos de contabilidad también himnos, proverbios y conjuros
mágicos (Surup y Abu Salabih). Dos siglos más tardes, los escribas de la ciudad siria de Ebla y los de la corte paleoacadia
anotaban en sus tablillas los matices morfológicos y sintácticos de tres lenguas diferentes (siro-eblaíta, sumerio y acadio
antiguo): en la segunda mitad del III milenio a.C., la escritura abandonó su carácter de ayuda mnemotécnica y alcanzó su
madurez.

Los signos cuneiformes

El adjetivo cuneiforme (en forma de cuña) es una denominación moderna que hace referencia al aspecto triangulas de los
diversos trazos que compones los signos en sus formas clásicas. Con los signos cuneiformes se realizaban representaciones
lineares, es decir, dibujos curvilíneos grabados en la tablilla de arcilla todavía tierna con un punzón de caña u hoja e palma

Más tarde con la difusión de la tecnología de la escritura y la consiguiente multiplicación de la tarea de los escribas se impuso
el cambio en el método de realizar los signos, de modo que pudiera escribirse con mayor velocidad. Fue posible la sustitución
de las curvas dibujadas a punzón por una serie de rectas impresas con el canto agudo del estilete. La forma de cuña se debe a la
mayor profundidad de la impronta producida por el estilete. A lo largo de 3000 años fueron cambiando las formas de los
signos cuneiformes pero no cambió su función.

La simplicidad del soporte y del instrumental (barro y caña frente al papiro, el papel y el pincel) contribuyó sin duda a la
difusión de la tecnología de la escritura mesopotámica. Otra ventaja era su carácter definitivo (la imposibilidad de modificar el
contenido de un documento cuando la tablilla era secada al sol o cocida al horno). Los documentos importantes llevaban la
impronta de uno o varios sellos. Además se comprobó el uso de sobres (para ocultar el contenido de un mensaje o preservar un
texto de cierta trascendencia comercial o jurídica), envoltorios de arcilla, sellados, de un tamaño ligeramente superior a la
tablilla.

Instrumentos de la cultura material

Sistemas de riego

A finales del IV milenio a.C terminó la fase de descenso de nivel del Golfo Pérsico, lo cual condujo al deterioro de la capa
freática y al desecamiento de numerosos ramales secundarios del delta. Con el fin de evitar el descenso de la productividad de
los cultivos de cereal, se llevo a cabo una política concertada de los núcleos urbanos que tenía por objeto establecer un sistema
de riego fiable. Se construyó una red de canales que hiciera posible el cultivo de las cierras de cada circunscripción.

El mantenimiento de este sistema de canalización fue cuestión de vida o muerte durante toda la historia babilónica.

El sistema de riego consistía fundamentalmente en la construcción de un canal central, llamado “río” derivado del cauce
fluvial mediante una presa y flanqueado por diques. De este se derivaban varios ramales menores que a su vez alimentaban las
acequias; estas llevaban al agua hasta el “campo”, rodeado por lo general de un pequeño dique de tierra por cuya parte superior
corría el agua, y que se sangraba en la parte más alta para inundar el terreno. En ocasiones se construían balsas o pantanos
menores para retener el agua y reutilizarla en otra ocasión. El territorio regado constituía un todo cerrado, sin desagüe; en los
espacios libres se practicaba una cultura de riego esporádica. Los sistemas de drenaje de los campos y de las cuencas
abastecidas por los canales fueron al parecer escasos e inexistentes, ya que los conductos se pensaron exclusivamente para el
riego, y no había agua sobrante, ello condujo a una salinización progresiva de las tierras de cultivo.

El sistema cambió parcialmente durante el I milenio a.C., con la construcción de canales paralelos unidos entre sí por una serie
de canales menores, lo que permitía un cierto intercambio del agua y posibilitaba la salida del agua sobrante. Ello implicó, la
eliminación de los grupos marginales, campesinos de ocasión y pastores, no dedicados a la agricultura intensiva de regadío.
En las cuencas medias del Éufrates (Mari) y del Tigris (Asur), así como a lo largo de algunos de los mayores afluentes del
primero (río Habur), existieron así mismo redes de canalización locales.

Los canales mayores fueron aprovechados también como vías de comunicación fluvial.

En las zonas irrigables, los campos solían ser alargados y muy estrechos; fajas de terreno en desnivel con la zona más elevada
dando al canal o acequia.

La herramienta de labranza más efectiva fue el arado, del que se conocían dos tipos: el atado roturador de esteva doble tirado
por bueyes o de tracción humana, y el arado de siembra provisto de un embudo para la simiente y vertederas para cubrirla de
tierra. Los arados sencillos debieron de ser de manera endurecida a fuego, los mejores ejemplares tenían revestimiento
metálico de cobre o bronce. La herramienta agrícola más común en Babilonia y en terrenos de suave aluvión era la pala
triangular o pala grande provista de dos cuerdas para tirar de ellas una vez clavadas, que se empleaban para excavar canales.
En la horticultura se empleaban sobre todo azadas y picos de diversos tamaños, rastrillos y hachas con hojas metálicas.

La siembra se realizaba con sumo cuidado, dejando los surcos limpios y regando el campo; una vez germinada la semilla,
había que llevar a cabo una serie de ritos que conjurasen la acción de los ratones y ciertos pájaros e insectos. La cosecha se
hacía a hoz, procurando no desgrana la espiga, y para la trilla se podía recurrir a tres procedimientos:

a) La trilla con trillos de arrastre, provistos de dientes de madera,


b) El pisado por animales (bueyes), y
c) El desgranado a golpes de mayal,
Todo ello acompañado de los correspondientes ritos mágicos.
La dieta alimenticia
En el Próximo Oriente antiguo se distingues dos zonas dietéticas bien delimitadas:
a) La mesopotámica, gobernada por la ceba, el sésamo y la palmera datilera, y
b) La siro-levantina, a base del trigo, el olivo y la vid.

En Mesopotamia, el primer lugar en la alimentación y en la producción la ocupan los cereales, consumidos en forma de sémola
o destinado a la panificación. La posición preeminente la ocupa la cebada, un cultivo tan común que sus diversas
denominaciones servían también para designar los cereales en general; a partir de ella se elaboraran enormes cantidades de una
“cerveza” (consumida en el culto). El trigo se fue haciendo cada vez más raro al avanzar con el tiempo la salinización de las
tierras de cultivo, reducido a la repostería, al lujo y al culto.

Entre las verduras, las principales fueron el ajo, cebolla, el puerro y otras hortalizas de difícil definición botánica, así como
legumbres (guisantes y lentejas). El cultivo de sésamo fue muy importante, fuente energética básica como alimento de las
lámparas, para la farmacopea y a la industria del perfume. La palmera era esencial en la economía y la dieta; proporcionaba
dátiles, que permitió obtener un licor de alto grado así como emplearlos como combustible. El corazón de la palma se usaba
como verdura.

El consumo habitual de carne y pescado quedaba reservado para las clases pudientes. Los menús mencionaban guisos de carne
en leche o crema, frutos, zumas, y hasta vinos, traídos de Siria o Egipto.

En el area siro-levantina predominaba la alternancia de la cebaba y el trigo en régimen de cultivos de secano. La palmera era
marginal; la fruta común era la uva y la bebida el vino. Las grases vegetales eran suministradas por el aceite de oliva.

La ganadería

En la ganadería dominaron las ovejas y cabras, destinadas a la producción de lana y cuero, y solo en segundo lugar la carne
(salazones) y lácteos; el cerdo ocupaba una posición secundaria (microeconomía familiar). Las aves de corral eran el pato, el
ganso y la paloma, la gallina no. Los animales de tiro eran el buey, los mulos, híbridos de asno y caballo salvaje, y sobre todo
los asnos. El caballo (II milenio en Mesopotamia) desempeñó un papel activo en el terreno militar como tiro del carro de
guerra. El camello y dromedario no se llegaron a domesticar, sólo en tribus nómadas protoárabes.
La tecnología

La tecnología gozaba de un amplio prestigio social. En la práctica, se movió siempre en el plano de la pequeña industria
artesanal, financiada en la práctica exclusivamente por las grandes organizaciones –el templo y el palacio- para la obtención de
las materias primas; las oligarquías urbanas de terratenientes, altos funcionarios y nuevos ricos contribuyeron así mismo al
mantenimiento de esta producción artesanal. La tecnología en la población rural era de nivel muy elemental. Las dos
principales ramas de la industria fueron la metalurgia y la cerámica.

La metalurgia

La metalurgia alcanzó altísimos niveles de calidad ya a finales del IV milenio a.C, y de ello se aprovecharon las industrias
secundarias de transformación, como los fabricantes de herramientas, armas y objetos de decoración. Se trabajó el mineral del
cobre para fundirlo en pozas u hornos bajos. La técnica se perfeccionó con la utilización de hornos altos bien ventilados en los
que el mineral se mezclaba con diversas de carbón vegetal y que alcanzaban sin gran esfuerzo y superaban la temperatura de
fusión de metal. Así mismo, se utilizaron crisoles de cerámica para fundir objetos metálicos desechados.

En el IV milenio a.C. comenzó también la elaboración planificada de aleaciones de cobre y otros metales (arsenio y antimonio
primero; plomo luego); la aleación de más éxito fue la que incorporaba al estaño. El producto resultante, bronce se fue
imponiendo en la fabricación de herramientas y armas desde finales del IV milenio. La técnica de la fundición alcanzó ya a
finales del IV milenio una gran perfección.

Las técnicas del repujado fueron utilizadas en calderería -cobre- y la fabricación de joyas de oro y plata. Se conocían la
soldadura y la metalización –bronceado, plateado y dorado- de objetos. Los joyeros dominaban así mismo las áreas de la
filigrana, la incrustación y el engarzado de piedras semipreciosas.

La cerámica

Otra importante rama de la producción industrial, siempre a nivel artesana, fue la cerámica. El torno de rotación rápida se
conocía ya en el IV milenio a.C.; otras formas alternativas incluían el uso de moldes o el torno lento. La generalización del uso
del torno rápido es indicio de una importante transformación social: la aparición de familias alfareros, segregados de la
comunidad urbana y considerados como una profesión.

Los hornos más elaborados tenían una cámara de ignición separada; los más sencillos consistían en una poza o una estructura
baja de material refractario con una abertura única; suficiente para alcanzar la cocción de la cerámica. Las formas corrientes –
tazones, platos, cuencos, jarras- podían combinarse entre sí para crear formas nuevas. El alfarero profesional solía trabajar para
las grandes organizaciones; la cerámica de uso corriente se fabricaba en el seno de la familia.

Aparte de los alfareros existían los lavanderos, curtidores, carpinteros, etc. En su mayor parte, esas actividades se llevaban a
cabo por cuenta del templo del palacio o de las oligarquías urbanas.

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