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Las expresiones Ilustración, época Ilustrada, o siglo de las Luces, refieren a un

período histórico que toma lugar en el siglo XVIII, y puede ubicarse, según algunos

historiadores, entre los años 1715 y 1789; pudiéndose remontar sus inicios, sin

embargo, a los años 1680.

La Ilustración fue un período de cambios, su nombre alegórico sugiere la

victoria de la razón sobre las tinieblas, el predominio del espíritu crítico. Con valores e

ideas revolucionarias para la época, como la fe en la razón, en la ciencia, y en la

humanidad, los pensadores ilustrados rechazan los dogmas impuestos, y protagonizan

reformas políticas, económicas y sociales, en busca de la libertad y el conocimiento.

La Ilustración es la salida del Hombre de su auto culpable minoría de edad. La

minoría de edad significa la incapacidad de servirse de su propio entendimiento

sin la guía de otro. Uno mismo es el culpable de esta minoría de edad cuando la

causa de ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de

decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro. ¡Sapere

audere! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento! He aquí el lema de

la Ilustración. (Kant, 1784, p.1)

La Ilustración tiene su auge en Francia, donde la monarquía absoluta gobierna

buscando su propio privilegio, los ilustrados, entonces, estarán dispuestos a establecer

un Estado democrático gobernado por la razón. Además, conflictos internacionales, la

guerra de sucesión española, austríaca, y la guerra de siete años, son denunciadas en el

siglo de las luces debido a la inutilidad de la violencia para resolver conflictos. Los

franceses miran hacia Inglaterra como ejemplo, la Monarquía Parlamentaria, mayor

libertad y espíritu científico que impulsan la Revolución Industrial, denotan un adelanto

respecto de otros países europeos.


Cambios económicos e innovaciones científicas, el descubrimiento de América y

nuevas sociedades, son factores que impulsan la revolución intelectual, surgiendo

oportunidades para experimentar. También aportan al movimiento los cambios sociales,

como la disminución de las hambrunas y el aumento de la inequidad social, con el 80%

de la población siendo aplastada por impuestos y la burguesía en aumento.

La crítica más grande se hace a la Iglesia Católica, se lucha contra el abuso de

poder y la esclavización que protagoniza junto a la monarquía, filósofos influyentes de

la época arremeten contra la intolerancia religiosa y la búsqueda de riquezas, tachan de

inaceptable la costumbre europea de que el gobierno imponga su religión sobre el

pueblo, y demandan libertad religiosa, de consciencia y de culto. “Ningún hombre ha

recibido de la Naturaleza el derecho de mandar a otros. La libertad es un regalo del

cielo, y toda persona tiene derecho a disfrutarla” (Diderot, 1765)

Las nuevas ideas comienzan a difundirse en salones, mediante panfletos, y con

la publicación de “La Enciclopedia”, en 1751 se publica el primer volumen de ésta, con

el fin de educar y liberar al pueblo, en 1759, entra en el índice de los libros prohibidos

de la Iglesia Católica, su elaboración, sin embargo, prosigue en forma semi clandestina

hasta el año 1772, demostrando el compromiso de los involucrados con el

conocimiento, la educación y la libertad para potenciar el desarrollo del hombre.

Siendo el conocimiento tan importante en la Ilustración, y el adoctrinamiento de

la sociedad un obstáculo para alcanzarlo y difundirlo, los pensadores ven necesaria la

reflexión sobre la pedagogía, convirtiendo a la educación en un medio para alcanzar la

autonomía. En un país con un 79% de analfabetismo, se proponen técnicas en las que

los educadores ofrecen a los alumnos la posibilidad de descubrir por sí mismos,

estimulando la razón, el espíritu crítico y el hacer por uno mismo. “Quien mejor sabe
cómo soportar los bienes y males de esta vida es, a mi criterio, el más educado; de lo

cual se deduce que la verdadera educación consiste menos en preceptos que en

ejercicios”. (Rousseau, 1762, p.10)

Las prácticas educativas se conciben como un conjunto de hábitos, métodos y

procedimientos, a los que contribuyen de manera igualitaria la familia, los educadores, y

la sociedad. La práctica pedagógica consiste entonces, en la instauración de discusiones,

no sólo entre educadores y estudiantes, sino también entre los alumnos, para que todos

logren realizar un trabajo de análisis, enriquecido por las reflexiones de otros.

Se les dan maestros habilidosos que les hacen amar los libros, que regulan sus

estudios, y marcan los libros que deben leer: que deciden en conferencias lo que

deben hacer. Allí, cada uno, según su capacidad aporta pequeñas piezas, sobre

las cuales todos dicen sus sentimientos. Se les propone discutir la historia, las

costumbres de los antiguos, la gramática. No proponemos la ciencia como un

fin, sino como un medio, y aprendemos que es solamente para usarla que

debemos buscarla (Lamy, 1683, p.198)

En este sentido, la propuesta educativa se asimila a la educación actual, donde

los educadores son los responsables de sembrar la curiosidad y problematizar,

incentivando al alumno a descubrir y buscar por sí mismo. Se fomenta la libertad de

pensamiento y las preguntas son tan válidas como las respuestas. Además, el papel de la

ciencia también en la actualidad aumenta, con cada vez más oportunidades dadas a los

jóvenes para que puedan vivirla y experimentarla, sin tanta teoría, apelando únicamente

a la curiosidad y las ganas de comprender, dejando atrás la idea de que sólo los más

capaces la pueden practicar.


Al fin y al cabo, la educación, el conocimiento, y la búsqueda de la razón, son

para los ilustrados el medio para alcanzar la libertad, y con ella, la felicidad. Sin la

libertad, es imposible forjar mentes críticas, y sin mentes críticas, no se puede alcanzar

la iluminación.

El pensamiento de los ilustrados, entonces, puede resumirse con las palabras de

Leibniz (tratado De la Sabiduría), que, como cita Cassirer (1932) en su libro Filosofía

de la Ilustración (p. 143), dice:

Así se ven felicidad, placer, amor, perfección, ser, fuerza, libertad, coincidencia,

orden y belleza, unidos entre sí, cosa en la que pocos reparan. Porque cuando el

alma siente en sí misma un gran acuerdo, orden, libertad, fuerza o perfección y,

en consecuencia, placer, esto causa una alegría... Semejante alegría es constante

y no puede engañarnos ni producir una futura tristeza si procede del

conocimiento y es acompañada de una luz, originándose en la voluntad una

inclinación al bien, esto es, la virtud. . . De aquí se sigue que nada sirve mejor a

la felicidad que la iluminación del entendimiento y el ejercicio de la voluntad

para actuar siempre según el entendimiento, y que tal iluminación hay que

buscarla especialmente en el conocimiento de aquellas cosas que pueden llevar a

nuestro entendimiento cada vez más lejos hacia una luz más alta, naciendo así

una marcha constante en la sabiduría y en la virtud y, por consiguiente, en la

perfección y en la alegría, de lo que queda el provecho en el alma hasta después

de esta vida.
Siempre caro me fue este yermo collado

y este seto que priva a la mirada

de tanto espacio del último horizonte.

Mas sentado, contemplando, imagino

más allá de él, espacios sin fin,

y sobrehumanos silencios; y una quietud hondísima

Me oculta el pensamiento.

Tanto que casi el corazón se espanta.

Y como oigo expirar el viento en la espesura

voy comparando ese infinito silencio

con esta voz: y pienso en lo eterno,

y en las estaciones muertas, y en la presente viva,

y en su música. Así que en esta

inmensidad se anega el pensamiento

y naufragar en este mar me es dulce.

El poema comienza planteando el primer contraste entre lo eterno y lo caduco, lo

finito y lo infinito. El poeta propone una relación afectuosa con lo eterno (simbolizado

por el yermo, espacio infinitamente grande al lado de un hombre) utilizando la

conjugación pasada “me fue”, así, se deduce que esa relación ya no existe, ahora hay

una barrera que no lo deja alcanzarlo, el seto, que oculta espacio de lo eterno a la mirada

e impide al poeta llegar a ella. El vínculo afectuoso entre los paisajes naturales y el

poeta es propio del romanticismo, donde el poeta encuentra su refugio en la naturaleza,

que parece comprenderlo y abrazarlo con su inmensidad.

Es destacable que, durante todo el poema, las experiencias sensoriales son muy

fuertes, los sentidos, la vista, el oído, toman lugar, quizás para acercar al yo-lírico y al

lector a ese mundo intocable.


Este escenario natural podría representar la vida misma, la mente humana y

limitada, la concepción romántica del uso de lo irracional como principal fuente de

conocimiento, el yermo collado siendo lo que se quiere conocer, el infinito, al que

siempre el poeta ha tenido cariño, un lugar solitario porque nadie nunca ha estado allí,

un concepto tan vago que la mente humana no se puede envolver a su alrededor.

El seto, por lo tanto, representaría los límites de la mente, sin embargo, es ese

mismo seto y la imposibilidad de ver que despierta en el poeta la reflexión, la

introspección. La libertad que no puede alcanzar físicamente, la busca en su interior a

través de la imaginación, el cultivo de lo irracional. El poeta imagina lo eterno, los

infinitos espacios, la experiencia sensorial es aún fuerte, pero cambia de sentido, ya no

usa la vista, sino los oídos; silencio y quietud. El infinito, la naturaleza, el poeta

romántico persigue este vínculo y encuentra su refugio, se comunica con ella.

La quietud del infinito, representado en la naturaleza, refleja la soledad del

poeta, la melancolía, la nostalgia, lo que comenzó con un recuerdo pasado, se

transforma en una experiencia del ahora, en un mirar hacia adentro intentando conocer

el afuera.

“Me oculta el pensamiento”, la imaginación toma el lugar principal al intentar

concebir el infinito, lo que hay más allá, incomprensible para la mente racional, para

aquel que busca evidencias, se vuelve real en la psique del romántico e involucra una

experiencia emocional grande, según el verso “casi el corazón se espanta”. La idea de

imaginar lo inconcebible, de intentar ir más allá de los límites, provoca en el poeta, y tal

vez en todo aquel que alguna vez osó contemplar lo que se escapa, un intenso miedo,

no quizás por lo que se ve, sino por lo que no se puede ver.


Cuando el viento del aquí y ahora exhala su último suspiro en la “espesura”,

símbolo de oscuridad, grandeza y lugares inexplorados, el poeta compara , extrapola sus

sensaciones a su imaginación, y piensa en lo eterno. El poema vuelve a plantear

dualidades, lo eterno y lo que muere y vive, lo eterno y lo silencioso y la música.

Y en esa inmensidad, en ese abanico infinito de posibilidades que él con tanta

calma y desesperación a la vez intenta alcanzar, quizás porque lo hizo ya muchas veces,

su pensamiento se hunde, casi como si fuera él una pequeña luz que no es suficiente

para iluminar y descubrir sus alrededores, y una vez más, acostumbrado a la finitud, no

se frustra, sino que abraza la derrota, y la disfruta.


Josiane Guitard-Morel. La relation éducative au cours du XVIIIème siècle. Littératures.

Université de Bourgogne, 2013. Français.

Cassirer, Ernst. (1932). La filosofía de la Ilustración. Madrid, España

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