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LA A N T R O P O L O G ÍA Y SUS C O M B A T E S P O L ÍT IC O S :

J O H N V. M U R R A 1

Jo h n V. M urra vive en Ithaca (Estado de Nueva York), una ciudad


pequeña con una gran Universidad (Cornell University), que destila aún
utopías de colonizadores. Por allá, en A urora, a unos veinte kilómetros,
Lewis H. M organ realizó trabajo de cam po entre los iroqueses, trabajo
que luego darían lugar a Ancient Society, la obra pionera del evolucionismo
social. La prim era impresión, luego confirmada en los encuentros que
tuvimos, es que M urra, al m argen de su propia obra, trascendental sobre
todo para la antropología de los Andes, es la historia viva. U no observa
que en el porche de su casa, auténtico despacho para M urra, hay revistas,
muchas, de «partisanos», de organismos que luchan por la democracia.
Su lucha en el fondo no parece concluida. H acía pocos días acababa de
enviar y donar su archivo personal de la guerra civil al archivo de
Salam anca (libros y folletos sobre la guerra civil en varios idiomas). Años
antes había hecho lo mismo con su biblioteca sobre temas no andinos (los
libros de tem a andino van a parar a los Andes y México), donándola al
Ayuntam iento de Barcelona (en concreto unas cincuenta cajas de revistas
y libros sobre antropología, que ahora están destinados a uso público en
el Instituto C atalán de Antropología). M urra considera que le ha llegado
tarde el reconocimiento como voluntario en las Brigadas, pero en su
fuero interno se observa una Tortísima atracción por España y el Perú.
Entre sus obras de antropólogo, caracterizadas por la cercanía a la
historia y por el rigor empírico y teórico, baste recordar La organización
económica del estado inca (Editorial Siglo X X I, 1978), Las formaciones
económicasy políticas del mundo andino (Instituto de Estudios Peruanos, 1975)
o su m onum ental edición de la obra del cronista indígena G uam a Poma

1. Publicada en Fundamentos de Antropología, 8 ( 1998). M urra m urió en octubre de


2006.
1JVS PA1.ABRAS Y t.AS CULTURAS: C A TO R CE P lÁ lX K tO S KN CLAVE A N TRO POI-ÓC IC A

(Editorial Siglo XXI). R um ano de origen, habitante actual de Ithaca,


brigadista, antropólogo latinoam ericanista, persona de m ucha vida, he
aquí a Jo h n M urra 2.

G. A .— Profesor M urra, para usted tiene una enorm e im portancia


el haber sido soldado de la república española como m iem bro de la XV
brigada internacional. Recientemente le fue concedida la nacionalidad
española a los voluntarios, por esa condición, por h aber luchado a favor
de la legalidad republicana. Mucho se ha escrito sobre la II República
desde el punto de vista histórico, pero, ¿qué significo para usted España
como experiencia personal? Usted se incorpora a la guerra a una edad
muy tem prana, a los veinte años, como voluntario a la X V brigada. ¿Por
qué motivo particular se enroló usted en las Brigadas Internacionales?
Q ue yo sepa usted venía de Rum ania, había llegado poco antes a los
Estados Unidos y finalmente acaba combatiendo en la guerra civil.
¿Tiene algo en com ún esta trayectoria intemacionalista, su salida de
R um ania y llegada a Estados Unidos, su vuelta a España? H ablem os de
su experiencia hum ana.
Murra,— Yo creo que hay muy poca relación entre la condición de
lo hum ano, mis primeros dieciocho años en R um ania y la república
española. Pero sí tiene mucho que ver con lo que se pensaba en los años
treinta. R um ania era un estado am enazado p or el fascismo que estaba
avanzando. T am bién era el caso de España. C uando se produjo el
levantam iento de Franco, los periódicos americanos daban información
casi cotidianam ente acerca de lo que pasaba en España. Por ejemplo las
m atanzas de Badajoz. Yo ni sabía que existía Badajoz, pero los periódicos
publicaban m edia página sobre Badajoz. T am bién la defensa de M adrid
en otoño de 1936. T odo eso aportaba m ucha información a los
periódicos, sobre todo a los de carácter liberal o de izquierda. Al leer

2. J o h n V. M u rra recibió num erosos homenajes en Perú, donde era considerado


una de los mayores andianistas. En Chile con posterioridad a esta entrevista apareció un
volum en de conversaciones con él (V. C astro, C. A ldunate y j. H idalgo, Conversaciones con
John Murra, Lim a, Instituto de Estudios Peruanos, 2000). Por mi parte yo lo invité a
G ranada en 1997;p ro n u n ció una conferencia en el desaparecido C entro de Investigacio­
nes Etnológicas «Angel Ganivet». Personalm ente le dediqué tiem po después un artículo
«M urra y Arguedas en el diván de la doctora Hoflfman» Qiz.o, D epartam ento de Teoría
de la L iteratura, G ran ad a, 2004). M urió el 16 de octubre de 2006 en Ithaca.

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LA ANTROPOLOGIA V SUS COMBATES POLÍTICOS: JOH N V. M üRRA

estos artículos yo no tuve una inm ediata reacción personal. Esta no se


produjo hasta un día en que vi a un com pañero de estudios, después de
lo de Badajoz, y me dijo que iban a ir a España, p reguntándom e si quería
ir con ellos. E ra algo que no se me había ocurrido a mí m ism o, aunque
seguía los acontecim ientos en los periódicos. Pero cuando él m e preguntó
me pareció u na cosa m uy natural, aunque no se produjo una p reparación
psicológica ni histórica anterior. En ese m om ento yo no h ab lab a español,
no había visitado E spaña, sólo sabía lo que todo antropólogo sabe sobre
el papel de E spaña en las A méricas. Pero le contestaré que m e pareció lo
m ás natural del m undo, aunque, no sé explicarle p o r qué, puesto que en
esos m om entos significaba interrum pir mis estudios. Pero cu an d o me
invitó a acom pañarlos le dije que sí. Fuim os ocho, cogim os un óm nibus
porque no había dinero, de estos ocho m ás de la m itad eran estudiantes
de la ciudad de C hicago. Para explicar esto h ab ría que volver a la
perspectiva de los años treinta y ver el avance que estaba teniendo el
fascismo. Por ejem plo, las elecciones alem anas de 1932, que m e pillaron
en R um ania; recuerdo que H itler no ganó com pletam ente las elecciones,
ganó m enos del 50 por ciento de los votos, pero la ru p tu ra entre los
grupos socialdem ócrata y com unista perm itió la llegada de H itler al
poder. T odos estos errores que se estaban com etiendo en la política
eu rop ea estaban en mi cabeza, pero necesité que alguien m e invitara a
ir p ara conocerlos realm ente. Yo había descubierto la A ntropología en
Estados U nidos, no la conocía en R um ania, pero lo dejé todo p ara irme
a m itad de curso. Fuim os los ocho hasta N ueva York y estuvim os
esperando unas dos sem anas porque allí se reunía un grupo m uy grande
perteneciente a tres países: C an adá, C u b a y Estados U nidos. Nos
ju n ta m o s m ás de doscientos y fuimos en una línea de navegación
francesa. Pero no era una cosa sólo de estudiantes, había o tras personas
com o m arineros y gente de todas las profesiones y clases. En los años
1933-34 hubo m uchas huelgas en Estados U nidos, así que m uchos de
estos participantes en las huelgas fueron con nosotros.
G. A .— A tenor de lo que usted decía sobre la división de la
izquierda, de las divisiones y odios m utuos entre socialistas y com unistas,
que facilitaron, entre otras cosas, la llegada al poder de H itler. U n a vez
en E spaña usted com probó que el cam po republicano estaba igualm ente
dividido...
LAS PALABRAS Y I.AS CULTURAS: CA I ORCE DIÁLOGOS EN C lJW E AN'TROPOLÓGICA

te no hacía ningún esfuerzo p o r h ab lar francés con ellos. No todos eran


iguales pero había personajes com o M artí, del cual ya se h a escrito
m ucho y todo lo que se ha dicho de él se lo m erece. H ab ía tres m uy
buenos com o el jefe del partido com unista de M arsella, un hom bre
adm irable con el que se podía conversar; era el contacto con mis jefes
para p rep arar proyectos y realizarlos. T o d o esto a los veinte años es una
gran U niversidad, aprendí más en A lbacete que en los años de estudiante
en C hicago, y sobre todo adquirí una gran responsabilidad p ara los años
que tenía. ¡Yo soy un graduado de la guerra civil!
G. A .— Su verdadero trabajo de cam po...
Murra.— C hicago m e otorgó el diplom a, p ero la verdadera
experiencia de adulto la adquirí en la guerra civil. Sobre todo porque
desde m uy tem prano tuve estos puestos de responsabilidad. C a d a vez que
llegaba el tren desde Barcelona mi prim era tarea era ir a recibirlos y
buscar chóferes profesionales los cuales no ab u n d ab an m ucho, porque los
cam iones de la época eran aparatos muy difíciles de m an ejar, y en
m uchos casos les llevaba sem anas ap ren d er a conducirlos.
G. A .— T ra s la guerra civil y después de h a b er pasado p o r el
hospital y los cam pos de concentración en Francia, vuelve a C hicago. U n
com batiente com o usted de la república española tuvo en los Estados
U nidos que sufrir las consecuencias del m accarthism o, de la represión
anticom unista.
Murra.— El m accarthism o vino en los años cincuenta, época en la
que yo tuve mis dificultades. Pero tuve suerte en los años cu aren ta, los
años de la guerra m undial en los cuales m e reclu taro n tres veces y tres
veces m e rechazaron los médicos al ver las heridas. Así que dedico los
años cuaren ta a recuperar el tiem po que h abía perdido estando en
España. La m ayoría de mis com pañeros están en la gu erra y yo me
dedico a sacar mis exám enes, y por prim era vez tengo la o p o rtu n id ad de
enseñar en u na U niversidad tan buena com o la de C hicago, donde un
profesor tenía la plena libertad p ara decidir lo que iba a en señ ar y cóm o
lo iba a hacer. U n día tuve la oportunidad de ir al E cu ad o r cuando
«todavía» era estudiante, gracias a un anuncio donde se pedía un
trad u cto r p ara un arqueólogo. Esto fue una gran experiencia y d urante
un tiem po trabajo com o tradu cto r tanto del francés com o del castellano.
G. A .— D ecía usted que el m accarthism o sí le afectó... Expliqúese.
LA ANTROPOLOGÍA V SCS COMBATES POUTlCOS:,|OHN V. ML'RRA

Murra.— C uando term ina la guerra hay oportunidades de trabajo


en los Andes, pero ahora es mucho más dificil viajar. Yo no tenía
pasaporte y fui rechazado tres veces en mi petición de obtener la
ciudadanía estadounidense debido a mi participación en la guerra civil,
así que después de la guerra mundial empiezo a perder el tiempo que
había ganado, porque no podía volver a los Andes a continuar el trabajo
que había comenzado.
Posteriormente hay unos años en que voy a Puerto Rico, donde por
prim era vez se impone el castellano como vehículo de la enseñanza y
buscaban gente que pudiera enseñar en esta lengua. M uchos españoles
republicanos como yo fueron instados a ir a Puerto Rico a enseñar. A mi
regreso vuelvo con la idea de realizar mi tesis sobre los incas. Aún no
podía viajar fuera de los límites de Estados Unidos, de hecho se me
concede ya la nacionalidad pero no se me da el pasaporte para poder
viajar. Soy ciudadano am ericano en el año 1950, aunque hasta el 58 no
obtengo el pasaporte. Así que todos estos son años que dedico a la
enseñanza en distintas universidades. C uando finalmente obtengo el
pasaporte vuelvo a los Andes donde en muchas ocasiones pasaría luego
años enteros.
G. A .— La prim era vez que yo tuve referencias sobre su obra creo
que fue leyendo a M aurice Godelier, quién en m uchos mom entos
parafraseaba su obra. Me resultó muy atrayente y sólida, ya que el tem a,
el m undo inca, hasta entonces no había sido tratado con la coherencia y
rigor con que usted lo hace.
Murra.— Lo que hizo Godelier fue aprovecharse de la edición de un
libro de un colega suizo basado en mi tesis, aún inédita. Aunque se corra
la voz de que un libro no está aún publicado, se puede obtener un
microfilme, así que tanto el suizo como Godelier obtienen copias de mi
tesis. Siempre les pareció un aspecto neurótico mío el dem orar la edición,
sobre todo G odelier hizo mucho teatro sobre mí. Pero era un docum ento
público y cualquiera podía com prar un microfilme.
G. A .— En cualquier caso lo que a mí me llama la atención de su
obra es que aunque tardara mucho en publicarla, por ella no parece
pasar el tiempo...
Murra.— Yo siempre he sido antropólogo y la gente que se ha
ocupado de los incas lo han hecho desde la Historia Entonces se pensaba
que para entender lo que pasaba en Burundi se necesitaba algo intelec­

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LAS PAIABRAS V LAS CULTURAS: CATORCE DIÁLOGOS EN C IA VE ANTROPOLÓGICA

tualm ente distinto que para entender lo que pasaba en los A ndes, y yo
nunca he creído esto. El mismo vocabulario que em pleaba p a ra h ab lar
de los burundi lo utilizaba para los incas. El aspecto com parativista que
utilizo en mis estudios es lo que considero com o mi m ay o r contribución,.
G. A .— Vuelvo a insistirle en que en el detalle. En m uchos casos,
com o en el tratam iento que hace de los excedentes y su papel en la
sociedad cam pesina inca, se observa tal densidad etnográfica que por
ellos no pasa el tiem po. Sin em bargo en otros antropólogos que han
p artido de una visión m aterialista, quizás se note dem asiado lo que
A lthusser denom inab a la «ideología».
Murra.— La guerra civil española me curó del com unism o. U sted no
sabe cóm o era, no sabe lo que era convivir con todos esos comisarios.
C uando regresé nunca m ás nadie pudo atraerm e a u n a causa política. Mi
facilidad p ara los idiom as m e perm itió e n tra r en reuniones com o
intérprete, reuniones a las cuales nunca habría accedido en otras
condiciones puesto que yo no era nadie. P or eso conocí bien todo aquel
m undo interno. En la guerra aprendí m ucho sobre el ser hum ano,
aprendí m ucho de su com portam iento. Esto m e ayudó posteriorm ente en
mi estancia en los A ndes, tanto es así que luego otros becarios de Estados
U nidos que salieron fuera m e preguntaban cóm o conseguía la inform a­
ción de los habitantes andinos. Fueron las dim ensiones hu m an as que
aprendí en la guerra civil las que me ayudaron en esta tarea. Y esto
mism o m e perm itió conseguir becas p ara estudiantes andinos porque
a prendí a reconocer el talento de las personas.
G. A .— Entonces, y yo lo creo así, ¿para la prom oción de un buen
antropólogo se debe h ab er ido a la guerra? Se lo digo com o m etáfora,
pero asimismo en toda su real dim ensión.
Murra.— N o tiene que ser una guerra. D ebe saberse cóm o deciden
los adultos, porque m uchas veces las decisiones son ocultas y el que tom a
las decisiones tam poco llega a darse cu en ta en su totalidad de lo que
hace. La guerra en este sentido es algo ex trem adam ente rápido, no te
perm ite d em ora alguna, tienes que ap ren d er hoy p ara actu ar m añ an a. Es
im portantísim o ap ren d er a escuchar, no dedicarse a h ab lar sino a
escuchar, sobre todo cuando eres jo v en porque tu ego no es tan fuerte.
H ay ejem plos sencillos. Estados U nidos en aquella época no tenía un
periódico nacional, y llegaban a las brigadas los periódicos locales
enviados po r las familias de cad a u n a de las personas que estaban allí. L a

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I--\ ANTROPOIXDGIa Y S I S COMBATES POLÍTICOS:JOH N V. ML'RKA

censura republicana no podía com prender esto p o r m ás que yo les


explicaba que no existía un periódico nacional n o rteam ericano, porque
ellos no querían censurar tantos periódicos. U no ap rende de todas estas
cosas.
O tra cosa que les preocupaba era que las personas que venían de los
Estados U nidos llevaban casi todos gafas, y los oficiales preg u n tab an a
qué venía esta ostentación. Yo les explicaba que las necesitaban p ara ver
bien, pero ellos decían que eso era p ara lucirse, p ara p reten d er ser
intelectuales.
T odo esto fue p ara mí una enorm e experiencia y aprendizaje.
G. A .— O p in o que esta experiencia le perm ite v er las cosas con
g ran profundidad, sea po r ejem plo la verticalidad de los nichos ecológicos
y el análisis de la vestim enta y el tejido. T o d o esto son com o transversali-
dades. No los ve con u na horizontalidad, digam os geológica, en que una
etap a se superpone a otra, sino que atraviesa toda la com plejidad posible,
social, económ ica, política.
Murra.— R ecuérdese que en la década de los trein ta y de los
cu arenta trabajam os con m odelos antropológicos m uy toscos, todavía no
estaban los m ateriales del Pacífico ni de Africa, todo esto vendría después,
pero cuando llegan los reconozco inm ediatam ente porque los buscaba.
Pero tam bién los años perdidos en la guerra civil los recupero al ten er la
o p o rtunidad com o estudiante herido y p o r lo tanto no m ovilizable, y
p o d er dedicarm e a poner en práctica lo aprendido m ientras mis
com pañeros estaban en la guerra m undial.
G. A. — C oincido plenam ente con usted en su apreciación, porque
tam bién soy de la opinión de que un antropólogo debe b a ja r a los
infiernos, de alguna m anera, para llegar a co m p ren d er la dim ensión
h u m an, a que es lo que pretende en definitiva este saber. En E uropa, y
en E spaña en particular, la A ntropología social está bastante lejos de la
H istoria, y m ucho m ás lejos aún de la A rqueología. U sted me co m entaba
que ignoraba po r qué los antropólogos españoles con unos archivos
estupendos a su disposición, suelen hacer m uy poco trabajo de archivo
o sobre fondos antiguos. H e com probado un detalle profesional muy
im p ortante derivado de lo anterior, m uchos antropólogos que hacen
etnohistoria son m uy apreciados p o r los pueblos que estudian, pero no así
en su m etrópoli de origen, y viceversa, es decir que aquellos antropólogos
que no h an tratad o tem as históricos son poco apreciados p o r los pueblos

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LAS PAl-ABRAS Y LAS CULTURAS: CATORCE DIÁLOGOS EN CLAVE ANTROPOLÓGICA

que estudian y son m ás valorados en sus lugares de origen. ¿C óm o


in terpreta esta situación?
Murra.— N o es seguro que la sepa in terp re tar. En el caso de
B urundi, son gente aplastada p o r el régim en colonial, p o r lo tanto el
m ero hecho de que uno se interese p o r su organización lo to m an com o
un puro d ato y no com o un defecto, com o algo atrasado. P or ejem plo si
se observa cóm o gobiernan los reyes de R u an d a y B urundi se aprecia que
hay u na guerra continua, siempre que se produce la m uerte de un rey se
pelean entre ellos hasta que uno gana y cuando esto se produce los
ancianos se reú n en con el futuro rey p ara enseñarle a ser rey. El
c o m prender todo esto y el v er su relevancia con lo andino, es el m érito
fundam ental de mis contribuciones. A prendes de ello, de lo que ellos
dicen, no de lo «que dirán». C om paras las fuentes y buscas o tras nuevas.
Esto m ism o se produce con escritores clásicos españoles de la época de
la colonización am ericana, com o es el caso de C ieza, el cual observa,
estando en el territorio de C olom bia, que en un espacio m uy pequeño
existe una tribu que es caníbal y o tra que no lo es, y lo hace sin estar a
favor ni en contra. Eso es la A ntropología.
G. A .— U sted ha hecho las ediciones críticas de cronistas com o Iñigo
O rtiz o G u am a Pom a. Se observa en usted una preocupación p o r las
visitas y po r la inform ación que se recoge en dichas visitas, puesto que
hay un ap arato racional en quienes están interrogándose sobre la
realidad social e indígena...
Murra.— ...Lo interesante es que den tro del h o rro r que e ra la
conquista, siem pre hay gente que se preocupa y se interesa p o r esas
realidades, y m uchos de ellos aplican sus conocim ientos en la práctica.
G. A .— Ese despliegue de razón se em plea tras la conquista de
G ra n a d a a los m usulm anes, y supone una ru p tu ra en las m entalidades.
Se d a un despliegue de racionalidad, que tiene com o fin la convivencia
cristiano-m orisca, y que po r tanto rom pe una visión m aniquea del
enfrentam iento entre com unidades que no responde a la realidad. Se
tienen que dilucidar cosas, y se hace m uy en serio, ya que no saben
distinguir en principio com o es la p u ra venganza o resentim iento de los
cristianos viejos contra los moriscos, o si hay un m otivo concreto y real
de acusación. H ay u na causalidad ju ríd ica en la cual se v a siguiendo una
pista, algo m uy español com o es investigar la realidad sobre su base
ju rídica.

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LA ANTROPOU)ÜÍA Y SUS COMBA TES W lJTICO SrJO H X V. M IRRA

no son como ellos, que son pobres diablos que no saben nada. Entonces
los colonizados reaccionan de m anera colonialista dando más im portan­
cia de la que tiene a nuestros trabajos. Por ejemplo un finlandés escribe
en los años treinta un libro sobre los incas, y m uchas veces me han
preguntado por qué un finlandés se interesaba por ellos; no creen
necesario que nos interesemos por ellos, aunque yo siempre he pensado
lo contrario, y en este sentido han dado más valor a mis estudios y al
trabajo que he realizado de lo que verdaderam ente tiene.
G. A .— H e observado cómo incluso en las contraportadas de sus
libros editados en Perú se le trata con mucho cariño. Se le presenta como
profesor de la Universidad de San Marcos antes que de las universidades
de Estados Unidos.
Murra.— Yo enseñaba cosas sobre el Perú y sobre Africa por aquello
de la com paración etnológica. Yo siempre he puesto m ucho interés en la
com paratividad antropológica; cuando enseñé historia de la antropología
norteam ericana tanto en M adrid como en Barcelona siempre insistí
mucho en cómo fueron los primeros antropólogos, eran personas sin
formación académ ica pero con una gran experiencia práctica.
G. A .— A tenor de sus reflexiones sobre la com paración y puesto que
estamos en la zona donde realizó su trabajo de cam po Lewis H enry
M organ, ¿qué consideración le merece la figura de M organ? Usted
mismo hizo una compilación de artículos sobre la historia de la antropo­
logía norteam ericana y lo debe tener muy presente.
Murra.— Yo fui presidente de la Sociedad de Historia y A ntropolo­
gía. C uando empecé con este tema escogí para su estudio las contribucio­
nes de M organ, vistas ahora no tanto como teoría sino como prom oción
de la Antropología. Yo no soy de esas personas que se han pasado la vida
estudiando archivos. Estos son muy necesarios pero, por ejemplo, no
puedo enseñar Historia de la Antropología sin estudiar a M organ, que es
em inentem ente práctico, por su descubrimiento sobre que las estructuras
de parentesco son parte de un sistema, un gran descubrimiento. Fue un
hom bre que tuvo m ucho sentido del com parativism o, se esforzó por
com parar sus estudios de los iraqueses con otros pueblos.
G. A .— Q uizás lo más perecedero de la obra de M organ sea el
esquem a evolutivo. ¿Lo ve así?
Murra.— Para su época no era tan malo, y aún en ese esquem a
evolutivo hay algunas percepciones válidas.

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LAS PAIABRAS Y IA S CULTURAS: CATORCE DIÁLOGOS EN C IA VE ANTROPOLÓGICA

G. A .— H ay algo que no se com prende m uy bien en M organ y es


que pone a la nación am ericana por encim a de los iroqueses, desde el
m om ento en que indica que los indígenas deben ser asimilados. Es un
abogado, un legislador, entre iroqueses, y eso se nota...
Murra.— U n abogado de la com pañía ferroviaria, que es u n a cosa
m uy nueva en este m om ento. Es un hom bre de su época y esto es algo
m uy claro, algo que nos pasa a todos y que no debe tom arse com o un
error.
G. A .— A M organ le perjudica, creo, la asociación con Engels que
la escuela soviética supo explotar bien. El tem a evolutivo le im pide ver,
a veces, la parte m ás sólida de su o bra que es el tratam iento del parentes­
co.
Murra.— El hace el esfuerzo de investigar el parentesco. Es su
trabajo de cam po, trabajo que se esfuerza en co m p arar con los de todos
los m isioneros de Africa o Asia, m ostrándoles las tablas universales del
parentesco a través del intercam bio epistolar. A M organ se le ofrece
enseñar aquí en C ornell, pero él no acepta diciendo que no está
suficientem ente preparado. P ero es que en este m om ento nadie tiene un
título para poder enseñar. Pero lo que yo quiero decir es que no im porta
un título, lo que im porta es la curiosidad por investigar y p o r saber. Esta
curiosidad existe desde el siglo XYTII en el que m uchas personas se
ocupan del tem a indígena desde el punto de vista científico. En época de
JefTerson un franco-suizo crea en N ueva York un grupo p ara estudiar
estos tem as, un grupo de lo que hoy llam aríam os antropólogos. H ay una
idea m uy tem p ran a consistente en cóm o fo rm ar investigadores. El único
país en p o n er esto en práctica ha sido A lem ania. En un m om ento d ado
hace falta form ar investigadores y todo el m undo va a A lem ania a
prepararse. En Estados U nidos las prim eras enseñanzas de A ntropología
se d an en Filadclfia, allí la gente va los dom ingos a a p ren d er en vez de ir
a la iglesia, y se enseña en los museos; los museos son el p rim er lugar
donde se enseña A ntropología. Por ejem plo, Boas se pasa años a p ren ­
diendo y enseñando en museos.
G. A .— La percepción de Boas sobre las áreas culturales se ve que
está forjada en un m undo espacial arqueológico.
Murra.— Si se tom a la anécdota, que no necesita ser cierta, de cóm o
llega a la A ntropología siendo originariam ente geógrafo, se observa el
siguiente proceso: obtiene un puesto en de museo de Berlín, allí pide una

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IA AN TROPOLOGÍA Y SUS COMBATES POLÍTICOS: JO H N V. MURRA

beca p ara estudiar el color del agua m arina. Se va a territorio canadiense


con los m apas del alm irantazgo. La anécdota dice que se en co n trab a
sentado viendo el m apa, y el esquimal que estaba con él le preguntó qué
era eso, y Boas le contestó que era el sitio do n d e se en co n trab an . El
esquim al tras un rato de escucharle le dice que era un erro r, que las líneas
n o eran así. C laro , el esquim al una vez que com prende lo que e ra un
m apa, sabía m ucho m ás que el alm irantazgo sobre la tierra donde vivía.
Y así es com o Boas decide ser antropólogo. Este es nuestro m ito aunque
no sea cierto.
G. A .— D ebe ser cierto porque los m itos siem pre repiten cosas m uy
concretas y veraces.
Murra.— Boas nunca pretendió hacer trabajo de cam p o al estilo de
M alinowski. El siem pre form aba gente local que le escribían sus
investigaciones de cam po.
G. A .— V olviendo a su país de origen, R u m an ia, y h ab lan d o de
Boas, que era alem án de nacim iento. H ay una suerte de curiosidad en
C cn tro eu ro p a p o r lo objetual, p o r el m undo de los museos, que se
m anifiesta en grandes colecciones desde m uy antiguo. Yo creo que eso se
aprecia en toda la zona que ocupó el Im perio A ustro-H úngaro, sobreto­
do.
Murra.— C om o él es m uy alem án, no un alem án periférico sino del
m ism o centro, no se observa m ucho esto. Si se fija en los países b alcáni­
cos, existe una tradición sociológica que es de hecho etnografía de los
cam pesinos. Así que en Bucarest, donde yo crezco, se crea un m useo que
se llam a el m usco del lugar rural, y se construyen casitas con el estilo de
cada región y de cada provincia y en el interior hay una m u jer con el
vestido perteneciente a ese grupo étnico que vende postales, cerám ica etc.
de su zona. Esto es un m ovim iento m uy fuerte y se creó bajo los
com unistas.
G. A .— N o sé si conoce la o bra de J c a n C uisenier sobre los rituales
en los C árpalos aparecido recien tem en teJ. A unque en la época com unis­
ta la inform ación es m uy escasa, sin em b arg o hay una tradición
etnográfica m uy antigua, y esto se observa en el corpus del libro de
C uisenier.

5. J e a n C uisenier, Le Feu niant, París, PU F. 1992.

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LAS PALABRAS V 1j \S CULTURAS: CATORCK DIÁIjOCOS EN C IvW E ANTROPOLÓGICA

Murra.— H u b o un francés que sin h ab er nacido en R um ania pasó


toda su vida allí, y participó en la elaboración de todos estos m apas y
museos. Sus museos son m uy im presionantes, m uy bien hechos. Su
m useo se encuentra en el centro de Bucarcst. Los com unistas tam poco
intervinieron m ucho en este sentido, m ataro n algunas personas relaciona­
das con el tem a, pero cam biaron m uy poco el contenido de los museos.
G. A .— V olviendo a España. U sted es doctor konoris causa p o r la
U niversidad de Barcelona, y tam bién ha enseñado en la U niversidad
C om plutense de M adrid. U sted com enta que hizo planes con Angel
P alerm tí para establecerse en M adrid. A unque sea una p regunta ingenua,
¿qué es lo que le atrae de E spaña, de su etnografía, de su historia, al
m argen de su experiencia propia en la guerra civil?
Murra.— Yo siem pre he estado m uy im presionado p o r la calidad de
las observaciones de los cronistas que van a los Andes. N orm alm ente se
ha dicho que estas personas carecían de sensibilidad p a ra la observación,
p ero yo siem pre he pensado lo contrario. P or ejem plo, u n personaje
com o D om ingo de Santo T om ás y algunos otros; son personas que llegan
a lugares totalm ente desconocidos, y donde la m ayoría veían indios
desnudos, salvajes y crueles; esta gente se da cu en ta de que son personas
parecidas a ellos y cuyas diferencias entre unos y otros e ran im portantes.
La m era idea que tiene D om ingo de Santo T o m ás de que Su M ajestad
debía conocer la situación de los indios, le lleva a la corte p a ra c o n ta r lo
que sucedía. Indica al rey el valor de todo lo que recibe, que en realidad
es m uy poco en com paración con lo que se recauda, puesto que al ten er
tanto funcionario gran parte de lo que se obtiene se qu ed a en m anos de
ellos, y esta gente vive de lo que se saca del indio. En ese m om ento le
propone al rey que haga un pacto con los indígenas y de esa m an era ellos
le d arán m ás p o r la sencilla razón que no ten d rán que p ag ar a los
funcionarios. A Felipe II todo esto le parece m uy ex trañ o y m anda
com isarios p ara averiguar lo que pasa, y claro los obispos y grandes
señores le convencen de que no ocurre nada. El caso es que en pleno
siglo X V I hay personas com o éstas que se hacen preguntas m uy

6. Angel P alerm , antro p ó lo g o español, integrante del exilio republicano en


M éxico. E ntre sus obras d estaca Introducción a la teoría etnológica, ed. C u ltu ral y E ducativa,
1982.

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LA ANTR0P01XK»1 a Y SUS COMBATES POLITICOS: JOH N V. M I RRA

im portantes p a ra el m om ento en que viven, preguntas que tienen que ver


con los derechos hum anos y con el respeto a otros pueblos. Incluso en
época de C arlos V se propone al em p erad o r la posibilidad de construir
un canal en P anam á p ara evitar tener que cru zar las m ontañas de esta
zona con los cargam entos que vienen del Pacífico y que hay que trasladar
al A tlántico. Esto es u na clarísima m uestra de la audacia de los hom bres
que se en cuentran en territorio am ericano.
G. A .— U sted acaba de regresar de Perú donde ha asistido a un
congreso de etnohistoria ¿C óm o ha encontrado la vida intelectual de este
país tras los graves acontecim ientos p a sa d o s7?
Murra.— Lo im portante es que las universidades están o tra vez en
m anos de los profesores. H asta hace m uy poco no m e d ejaban ni e n tra r
a las universidades peruanas. En este m om ento la situación es muy
buena, el interés de los estudiantes es m uy grande, y sobre todo se nota
que no hay control político.
G. A .— H ace unos días, aquí en C ornell, en la O lin Librar)' me
encontré con un viejo panfleto de Sendero Lum inoso en el cual se
indicaba el program a para la asignatura de agricultura en una universi­
d ad p eruana. Este panfleto com enzaba diciendo sencillam ente: «¡Viva el
cam arad a M ao-Tse-Tung!».
Murra.— T o d av ía hoy día tienen gente con capacidad p a ra hacer
estas cosas.
G. A .— En cualquier caso, ¿cómo se pudo llegar a una situación tan
dem encial com o la que se ha dado en Perú habiendo tenido en los años
sesenta este país incluso regím enes m ilitares que a b a n d erab an u na suerte
de populism o con rasgos de socialismo?
Murra.— M uchas de las personas que participaron en los gobiernos
m ilitares hab ían salido de las universidades. Los m ilitares tuvieron m ucho
interés sociológico puesto que se d ab an cuenta de que no en tendían la
parte indígena. Ya en aquellos m om entos se producían m uchos movi­
m ientos de izquierdas, hay que tener en cuenta que se estaba p reparando
la g uerra con C hile y que los soviéticos les habían prom etido arm as.

7. N os referíam os en 1996 a la g u erra d eclarad a en tre S en d ero L um inoso y el


E stado p eruano.

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L jüs culturasy ¡os hombres es un texto construido en diálogo. Está constituido por
catorce entrevistas a otros tantos humanistas influidos o influyentes en el
discurso antropológico, histórico y literario. En concreto se entrevistan a John
V. Murra, jean Cuisenier, ('árm elo Iisó n Tolosana, David M. Hart, Antonio
Domínguez Ortiz, Bcrnard Vincent, Abdcllah I lammoudi, Julián Pitt-Rivcrs,
Luc de Hcusch, Jean Rouch, Timothy Asch, F;rancisco Márquez Villanueva,
María Soledad (tarrasco Urgoiti y Juan Goytisolo. Fastas interviús, sobre sus
obras intelectuales y las variables personales que influyeron en las mismas, se
realizaron durante catorce años, entre 1992 y 2006. Conciernen o tratan entre
otros temas de la antropología histórica, del mundo árabe, del estructuralismo
antropológico, del cine y las ciencias sociales, y de la literatura y sus
interpretaciones de la realidad histórica y social. I/>s entrevistados pertenecen a
una generación que dió lo más relevante de su producción entre los años sesenta
y ochenta. Es un libro testimonial y texto dialógico, que ha de servir para
reflexionar los fundamentos de la crítica cultural ejercida con pasión humana,
rigor científico y honestidad intelectual.

El autor, José Antonio González Alcantud, es profesor de Antropología Social


de la Universidad de Granada. ( )cupó diferentes cargos de gestión cultural
durante tres lustros, entre otros director del ('entro de Investigaciones
Etnológicas Angel Ganivet. Actualmente es investigador principal del
Observatorio de Prospectiva Cultural de la UGR. Autor de una cuarentena de
libros entre los que destacan los más recientes: Lafábrica de i'os estereotipos. Iranria,
nosotros y la enropeidad (2006), Ser mediterráneos. Im génesis de ¡apluralidad culturalen la
frontera liquida (2006), Ljos combates de la ironía. Risas premodemas frente a excesos
modernos (2006)), E l orientalismo desde el Sur (2(X)6), y ¡ut dudad, paraíso y conflicto
(2006, en colaboración con Juan Calatrava). Fin Editorial Universidad de
Granada ha publicado varias obras, entre las que sobresalen E l rapto del Arte
(2002) y Deseoj negación de Andalucía. / jo localy la contraposidón Oriente/ Occidente en ¡a
realidadandaluza (2(X )4),

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