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AYOTZINAPA
AYOTZINAPA
Mi primera clase era Filosofía. La maestra que entró ese día a dar la clase no era
la misma que habíamos visto el viernes pasado: en su rostro se notaba pesadez.
“¿Supieron lo que ocurrió con sus compañeros de Ayotzinapa?”, nos dijo. Todos
asentimos y pidió un minuto de silencio por ellos. Luego comenzó la clase.
Los siguientes días fueron de una psicosis extrema. El miércoles una profesora
nos comentó que habían sido convocados para una marcha en Chilpancingo;
debían ir obligatoriamente porque sino lo hacían no tendrían el pago de esa
quincena. Ese mismo día se corrió el rumor de que los estudiantes de Ayotzinapa
se estaban acercado a Taxco para tomar el Ayuntamiento, que robarían las cosas
de valor y probablemente vandalizarían el centro de la ciudad. El Ayuntamiento
cerró sus puertas temprano al igual que la Iglesia de Santa Prisca y negocios
cercanos. Todos temían por su integridad física. Las calles estuvieron casi vacías
al menos dos días. Hubo grandes despliegues de policías en toda la ciudad y la
frontera entre Taxco e Iguala. Para esos días Iguala era como la Ciudad Juárez de
Guerrero; se tenía prohibido entrar y salir de Taxco por “seguridad” o al menos
“hasta que las cosas se calmaran”
Durante la marcha las calles estaban en silencio. Personas se asomaban por sus
balcones y miraban atentos. Ese mismo día, a las 7 de la tarde, Santa Prisca cerró
sus puertas y permitió pegar las fotos de algunos alumnos que habían dado por
desaparecidos. Las veladoras que se habían puesto en el quiosco, ahora tenían
lugar en los escalones del atrio. Todos hacían oraciones por las familias de los
chicos y por ellos. Ese jueves la población taxqueña padeció con seriedad los
resultados de la violencia presente en el estado.
“Mi tío”, mencionó, “dice que nunca olvidará cómo todos comenzaron a correr
buscando refugio para que una bala no los alcanzara”. Poco a poco fueron
recogiendo a los chicos: encontraron a algunos entre los montes, otros entre la
maleza, unos más habían logrado llegar a la ciudad y se escondían entre los
oficios. “A uno de mis primos le tocó vivir eso. Recuerdo que llegó temblando y no
salió de su casa por 5 meses”, me contó.
Esa semana la recuerda como una semana llena de dolor y tristeza. Dijo que, al
día siguiente de la desaparición de los chicos, la Normal se convirtió en un
albergue para los padres de los estudiantes. Algunos llegaron sin zapatos, sin
dinero y sin poder hablar español. Lloraban desesperados porque no entendían
nada y necesitaban saber qué estaba pasando con sus hijos.