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Sábado 27 de septiembre, 2014

Como cada sábado, mi familia debía levantarse temprano. Mi mamá debía


preparar el desayuno de mi papá lo antes posible ya que debía irse al tianguis
sabatino. Somos originarios de Taxco, Guerrero. Cuando desperté y entré al baño
para despejar un poco mi cara del sueño, en la radio sonaba la noticia del día: al
parecer 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa estaban detenidos en la
ciudad de Iguala. Realmente no le di mucha importancia. A mis 16 años no me
sorprendía despertar y escuchar noticias referentes a la violencia. Ya era y sigue
siendo algo normal.

Cuando mi papá llegó de alimentar a sus gallos de cría, preguntó si habíamos


escuchado lo ocurrido en Iguala. Dijimos que sí y desayunamos tranquilos. Como
siempre, le pidió a mi mamá que tuviese mucho cuidado porque para ese
entonces la violencia en el tianguis había aumentado. Mi mamá contestó que sí y
ya no se hablo más sobre el tema.

Lunes 29 de septiembre, 2014

Lo primero que uno desea hacer al llegar a la escuela un lunes a las 7 de la


mañana y más cuando está en su último año es quejarse de la vida y, claro, de la
escuela con sus amigos. Sin embargo, en cuanto entré al salón, Saúl, mi amigo,
me tomó de los hombres y me dijo: “Güey, desaparecieron a 43 estudiantes, ¡43!
¿Cómo pueden desaparecer a 43 personas y no dejar ningún rastro?”. Él estaba
tan alterado que lo único que logré decir fue un: “¿qué?”. Nunca lo había visto tan
asustado, con los ojos llenos de rabia y tristeza. “¿Te das cuenta que pudimos
haber sido nosotros?”. Fue cuando recordé la noticia que vagamente había
escuchado el sábado por la mañana; sentí escalofríos de pensar en 43 personas
que para ese día ya no existían más.

Mi primera clase era Filosofía. La maestra que entró ese día a dar la clase no era
la misma que habíamos visto el viernes pasado: en su rostro se notaba pesadez.
“¿Supieron lo que ocurrió con sus compañeros de Ayotzinapa?”, nos dijo. Todos
asentimos y pidió un minuto de silencio por ellos. Luego comenzó la clase.
Los siguientes días fueron de una psicosis extrema. El miércoles una profesora
nos comentó que habían sido convocados para una marcha en Chilpancingo;
debían ir obligatoriamente porque sino lo hacían no tendrían el pago de esa
quincena. Ese mismo día se corrió el rumor de que los estudiantes de Ayotzinapa
se estaban acercado a Taxco para tomar el Ayuntamiento, que robarían las cosas
de valor y probablemente vandalizarían el centro de la ciudad. El Ayuntamiento
cerró sus puertas temprano al igual que la Iglesia de Santa Prisca y negocios
cercanos. Todos temían por su integridad física. Las calles estuvieron casi vacías
al menos dos días. Hubo grandes despliegues de policías en toda la ciudad y la
frontera entre Taxco e Iguala. Para esos días Iguala era como la Ciudad Juárez de
Guerrero; se tenía prohibido entrar y salir de Taxco por “seguridad” o al menos
“hasta que las cosas se calmaran”

En el mercado y los tianguis de plata se escuchaban comentarios como: “Qué


bueno que los desaparecieron, a ver si así se les quita lo vándalos”, “Pues ellos se
lo buscaron, para qué se ponen a robar camiones”, “Pues uno qué puede hacer, si
ya es normal que anden desapareciendo a la gente de aquí”. Incluso mi propio
padre festejaba el hecho, era uno de los que también decía que se lo tenían bien
merecido.

Jueves 2 de octubre, 2014

En Taxco lo hechos acontecidos en octubre de 1968 pasaban de largo. No se


hacían homenajes en conmemoración o algún evento parecido, pero ese año
adquirió una nueva significación. Los profesores de todas las instituciones
educativas de la ciudad convocaron a una marcha pacífica; docentes y alumnos
podían asistir. Al finalizar la marcha se pondrían 43 velas en el Zócalo de la
ciudad.

Durante la marcha las calles estaban en silencio. Personas se asomaban por sus
balcones y miraban atentos. Ese mismo día, a las 7 de la tarde, Santa Prisca cerró
sus puertas y permitió pegar las fotos de algunos alumnos que habían dado por
desaparecidos. Las veladoras que se habían puesto en el quiosco, ahora tenían
lugar en los escalones del atrio. Todos hacían oraciones por las familias de los
chicos y por ellos. Ese jueves la población taxqueña padeció con seriedad los
resultados de la violencia presente en el estado.

En Tixtla, municipio en el que se encuentra la población de Ayotzinapa y la


Escuela Normal Rural, los hechos fueron totalmente diferentes. Mi compañera de
cuarto, que es perteneciente al municipio de Tixtla, recordó conmigo lo acontecido
durante esa semana.

Su hogar se encuentra a 10 minutos de la población de Ayotzinapa. El día de la


desaparición de los chicos, su tío (quien en ese entonces trabajaba en la Normal)
recibió una llamada de uno de los chicos donde le pedía desesperadamente ir por
ellos a Iguala ya que estaban detenidos. Varios profesores y trabajadores se
dirigieron al municipio con el propósito de hablar con la policía y llegar a un
acuerdo para soltar a los chicos. Al pisar territorio igualteco, fueron recibidos con
balazos.

“Mi tío”, mencionó, “dice que nunca olvidará cómo todos comenzaron a correr
buscando refugio para que una bala no los alcanzara”. Poco a poco fueron
recogiendo a los chicos: encontraron a algunos entre los montes, otros entre la
maleza, unos más habían logrado llegar a la ciudad y se escondían entre los
oficios. “A uno de mis primos le tocó vivir eso. Recuerdo que llegó temblando y no
salió de su casa por 5 meses”, me contó.

Esa semana la recuerda como una semana llena de dolor y tristeza. Dijo que, al
día siguiente de la desaparición de los chicos, la Normal se convirtió en un
albergue para los padres de los estudiantes. Algunos llegaron sin zapatos, sin
dinero y sin poder hablar español. Lloraban desesperados porque no entendían
nada y necesitaban saber qué estaba pasando con sus hijos.

El pueblo de Tixtla se movilizó y junto despensa, ropa y algunos artículos básicos


de limpieza personal para las familias que se encontraban en la cancha de la
escuela. Durante las noches hubo voluntarios que les llevaban café y pan. Dice mi
compañera que en cuanto entrabas la piel se te erizaba por el ambiente lleno de
tensión y tristeza.
Ella conoció a tres de los chicos desaparecidos. Las madres de éstos enfermaron
de la preocupación. Una de ellas murió recientemente a causa de la diabetes. “Me
dan ganas de llorar cuando me acuerdo de todo. Aún puedo sentir la tristeza de
todos”, me dijo antes de mirarnos con dolor.

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