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Durante el último tercio del siglo XVIII y comienzos del XIX, se producen unos cambios en la
sociedad occidental en torno a dos ejes (causas del liberalismo):
Otra característica es la “seguridad jurídica” o igualdad ante la ley para todos los hombres. La
ley era pública y conocida por todos; de esta manera se conseguía la igualdad.
Trece colonias británicas de América del Norte, después de un largo período de tensión con la
metrópoli, elaboraron una Declaración de independencia y, ya reconocida la separación, una
Constitución, textos legales que contenían por primera vez principios filosóficos ilustrados.
Pronto comenzaron a ensanchar su territorio hacia el oeste, conquistando territorio indio, al
mismo tiempo que se iban acentuando las diferencias entre en norte (burgués y capitalistas) y
el sur (terrateniente y esclavista).
La presencia inglesa estable en América del Norte empezó a principios del siglo XVII y se basó
en el asentamiento de minorías políticas y religiosas que buscaban in territorio donde poder
practicar libremente sus ideas. En 1620 un grupo de puritanos (protestantes calvinistas) que
querían preservar la ortodoxia y que rechazaban la autoridad del rey de Inglaterra en materia
religiosa llegaron con el navío Mayflower a la bahía de Plymouth y en ella construyeron el
núcleo que dio origen a la colonia de Massachusetts. Esta y otras colonias del norte, en Nueva
Inglaterra, tuvieron una economía de artesanos y comerciantes, y se encontraron muy
influidas por la austeridad y el igualitarismo de los puritanos. En las colonias situadas al sur de
Virginia, con una economía basada en la agricultura de plantación, se necesitaba mucha mano
de obra. A partir de 1650 empezaron a llegar esclavos procedentes de África, flujo que se
intensificó a finales del siglo XVIII al cultivarse masivamente algodón. Aparte de un gobernador
británico para todas las colonias, sus relaciones eran débiles y cada una tenía gran autonomía.
Durante la guerra de los Siete Años, entre 1756 y 1763, originada por la rivalidad económica y
colonial entre Francia y Gran Bretaña, los colonos norteamericanos tuvieron que defenderse
de los ataques de las vecinas colonias francesas sin ayuda de la metrópoli. Finalmente Francia
perdió la guerra y sus posesiones en América del Norte.
El gobierno británico impuso, sin consulta previa, una serie de impuestos para pagar la deuda
de la guerra, votados por el Parlamento británico, donde no había representantes
norteamericanos, hecho que irritó a los colonos. Además, Londres quería controlar
económicamente a las colonias. El principio de exclusividad comercial imponía fuertes
aranceles a las mercancías que no provenían de la metrópoli, mientras que los intercambios
con las Antillas eran los más interesantes para los norteamericanos. Los precios venían
marcados por Londres, que también quería controlar la colonización del oeste, sin contar con
la opinión de las colonias.
La leyes británicas, que arruinaban el comercio norteamericano y que eran contrarias a las
libertades de las colonias, consiguieron unir en 1774, representantes de las trece colonias para
formar una asamblea confederal, el Congreso Continental. Esta asamblea intentó dialogar con
el rey, pero ante la falta de respuesta, inició en 1775 la lucha armada por la independencia,
bajo el mando de George Washington, a pesar del numeroso grupo de colonos leales a la
corona británica. El 4 de Julio de 1776 delegados de la treces colonias firmaron la Declaración
de independencia, redactada fundamentalmente por Thomas Jefferson, de Virginia.
Proclamaba la libertad y la igualdad de los hombres y afirmaba que la autoridad de un
gobierno emana del consentimiento de los gobernados. La victoria, con la ayuda de Francia,
sobre las fuerzas británicas hizo que la independencia fuese reconocida por Londres en 1783.
Esto no implicó que se detuviese la llegada de producto manufacturados de Gran Bretaña, sino
todo lo contrario, pues la economía de EEUU siguió dependiendo de Gran Bretaña hasta
mediados del siglo XIX.
En 1787, se redactó una Constitución que reforzaba, sobre los trece estados nacidos de las
colonias, el poder federal y separaba los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. La cuestión de
la esclavitud no fue tratada por los autores del texto y constituyó un factor de discordia
permanente entre los estados del norte y del sur. El texto, muy breve, se completó con 10
enmiendas que garantizaban las libertades individuales (expresión, religión, prensa y reunión)
y, vigente hasta la actualidad, se ha añadido 16 enmiendas más.
Los primeros años de la vida política norteamericana estuvieron dominados por dos partidos:
el federalista, favorable a un gobierno central fuerte y sufragio censitario, y el demócrata,
partidario de la autonomía de los estados y de la universalización del sufragio. Este último
modelo triunfó, aunque el gobierno federal se reforzó progresivamente, bajo la presidencia de
Thomas Jefferson de 1801 a 1809.
LA REVOLUCIÓN FRANCESA:
El estado francés sufría una crisis presupuestaria creciente desde el inicio del reinado de Luis
XVI, en 1774. Arruinado por las constantes guerras, las reformas emprendidas por los
secretarios de finanzas Turgot y Necker no eran útiles ante la resistencia de los privilegiados a
contribuir con los gastos públicos. Pero la burguesía consolidaba sus negocios y quería
reformas políticas a partir de los principios ilustrados, que se habían demostrado viables en
EEUU, para conseguir el poder político. La mayoría del pueblo, el campesinado, aunque estaba
libre de las servidumbres, se encontraba sometido a cánones señoriales y a diezmos
eclesiásticos, al mismo tiempo que seguía sufriendo las crisis de un sistema que no podía
superar un bajo techo productivo. Precisamente, en 1788, hubo una crisis económica: la mala
cosecha provocó un fuerte aumento de los precios y la miseria se extendió.
Presionado por la situación, el rey convocó a los Estados Generales (asamblea general, reunida
por el rey en momentos de crisis, de los tres estamentos feudales: la nobleza, el clero y el
tercer estado, que básicamente representaba a la burguesía). Reunidos en Mayo de 1789, la
cuestión de las votaciones por estamento o por persona hizo que el tercer estado, favorable al
voto personal, se proclamase Asamblea Nacional constituyente e hiciese el juramento llamado
el “Juego de pelota”, con el cual asumían el compromiso de redactar una Constitución.
La monarquía absoluta acabó cuando, en Julio, Luis XVI cedió y los demás miembros de los
Estados Generales se reunieron con el tercer estado. El pueblo de París, el 14 de Julio, derribó
la Bastilla, fortaleza que fue prisión de estado desde el siglo XVII y que se convirtió en símbolo
de los encarcelamientos arbitrarios decretados por el rey. En el campo se propagó un
movimiento anti-señorial, la Grande Peur, y en Agosto de 1789 la Asamblea Nacional abolió las
cargas feudales y los privilegios de los nobles y adoptó una Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano que proclamaba la libertad, la igualdad, la soberanía nacional, la
separación de poderes, la ley como expresión no arbitraria de la voluntad popular, los
impuestos consentidos y el derecho a la propiedad. En Julio de 1790 se aprobó la Constitución
civil del clero, que estableció la independencia de la Iglesia francesa ante Roma y la elección de
obispos y curas, aunque muchos sectores eclesiásticos no la aceptaron. La coyuntura fue
aprovechada para organizar un estado en el que los ciudadanos eran teóricamente libres e
iguales, pero, esencialmente, construido a la medida de la burguesía: declarado ya el derecho
a la propiedad y a la producción, no se permitieron asociaciones de trabajadores; se instituyó
el sufragio censitario restringido a una minoría de propietarios; los bienes confiscados por el
estado, generalmente eclesiásticos, y vendidos, sólo pudieron ser comprados por burgueses,
nobles, o campesinos propietarios; las mujeres no tenían derechos civiles, y se mantuvo la
esclavitud en las colonias para no perturbar los intereses de los plantadores. En Junio de 1791,
el rey, que quería recuperar su autoridad absoluta, intentó emigrar, pero fue detenido en
Varennes. Para los cada vez más numerosos republicanos, el rey era un traidor, y una solución
de pacto a la inglesa entre rey y Asamblea era cada vez más improbable. Aprobada la
Constitución en Septiembre de 1791, consolidándose la separación de poderes y el sufragio
censitario, la nueva Asamblea legislativa, con mayoría girondina (alta burguesía partidaria de
una república moderada) hizo un llamamiento para iniciar una “cruzada de libertad universal”
y en Abril de 1792, declaró la guerra Austria, con el visto bueno del rey, que pensaba que una
coalición de potencias absolutistas podría liberarlo. Conocida la convivencia del rey con las
monarquías extranjeras, se reactivó el proceso revolucionario, encabezado por los jacobinos
(clase media republicana, democrática, igualitaria y centralistas) seguidos por el pueblo bajo
de París.
INTRODUCCIÓN.
ALEMANIA:
Este imperio representaba una solución nacional y política muy diferente de la de los países
occidentales. La organización federal no tenía comparación con ningún otro Estado, excepto
Suiza, en tanto que el sistema político ofrecía una mezcla de fórmulas progresistas junto a
mecanismos que les restaban toda su eficacia.
Lograda la unificación, Bismarck fue nombrado canciller imperial. Hasta su retirada en 1890,
mantuvo una política nacionalista y conservadora, caracterizada por la limitación del poder de
la Iglesia Católica, por los esfuerzos para conseguir el aislamiento internacional de Francia y en
la política interior, por la aprobación de las primeras medidas de protección social de los
trabajadores; unas medidas que, junto con las normas restrictivas de la actividad de los
primeros grupos políticos obreros, tenían como objetivo apartar a los trabajadores de la
influencia socialista (leyes antisocialistas).
ITALIA:
Esta época se caracteriza por una serie de revoluciones que culminan en 1861, cuando el
Primer Parlamento Italiano ratificó la anexión y dio carácter oficial al Reino de Italia; una Italia
de la que Roma y Venecia aún no formaban parte.
La incorporación de estas dos últimas y con Roma como capital fueron los últimos pasos para
la unificación.
La construcción de la unidad italiana ofrece, dentro del común denominador nacionalista del
movimiento, características propias que la diferencian de la unificación alemana.
Mientras que el Alemania se había llegado a una federación de estados, Italia de organizó, a
costa de imponer un modelo constitucional arcaico, que solo pudo funcionar gracias a la
flexibilidad que puso la Corona en su aplicación.
IMPERIO AUSTRO-HÚNGARO:
A comienzos del siglo XIX, la monarquía austriaca tenía una extensión semejante a la de
Francia, y su población, algo mayor que la de ésta, se situaba en torno a los 26 millones.
La gran diferencia estaba en que esa población constituía un mosaico de gentes de todas las
razas, religiones y lenguas.
El primer intento de unificación, lo hace José II, pero fracasa debido a la falta de medios.
Más tarde, con el impacto producido por el pensamiento romántico, se comienza a trabajar en
algunas medidas, como la fijación de las lenguas habladas mediante la recuperación de una
literatura escrita y le desarrollo de una historiografía nacionalista.
Esta afirmación de una identidad nacional, fue el detonante de una serie de conflictos que
perseguían una mayor autonomía frente a la Corona y una mayor independencia.
Estos conflictos (encabezados por las dietas) se alargarán hasta 1867 cuando se firma el
acuerdo de Ausgleich que establecía un reparto de competencias entre Austria y Hungría.
La monarquía dual, como también se conocía a la unión austro-húngara, tuvo en el último siglo
de su historia el carácter de un Estado en el que las autonomías eran la nota característica.
Funcionó con dificultades crecientes, que anticiparon la disgregación territorial, que siguió a la
derrota militar en 1918.
IMPERIO TURCO:
Mientras que en el Imperio austriaco el nacionalismo anterior a 1914 solo produjo estatutos
de autonomía, el Imperio turco atravesó un proceso de disgregación que dio lugar a la
aparición de nuevos estados en los Balcanes.
Hasta ese momento, los turcos había logrados mantener su autoridad a pesar de la división de
la sociedad en “millets” o comunidades sociales definidas por su religión.
Sin embargo, poco a poco, cada parte del imperio se fue fragmentando y dio lugar a la
extinción del Imperio Turco.
INTRODUCCIÓN
CAUSAS
Crecimiento de la población europea: Provoca una fuerte presión demográfica la cual junto a
una alta tasa de paro provocó que gran parte de la población no tuviese otra salida que la
emigración a otros continentes.
Factores económicos: La revolución industrial provocó una saturación del mercado europeo,
por lo que fue necesaria la inversión de capital en otros países con el objetivo de ser posibles
nuevos mercados. Además la creciente industria europea necesitaba cada vez de una mayor
cantidad de materias primas.
Razones ideológicas: Países como Gran Bretaña, Italia y España evocan a la historia como
justificación mientras que misioneros, tanto católicos como protestantes, se sienten llamados
a evangelizar los llamados pueblos “atrasados”.
Razones étnicas: Mientras que parte de la población europea justificaba la colonización como
un proceso de civilización existían otras personas como el Conde de Gabineau o Joseph
Chamberlain que sostenían que este proceso está justificado por el hecho de que la raza
blanca era superior a las demás
Sed de aventura: La población europea se internaba en los continentes y en los océanos
impulsados por una fuerte curiosidad. Este factor ya se había producido siglos atrás durante la
colonización de Portugal y España.
IMPERIO INGLÉS
El imperio inglés fue el mayor en cuanto a extensión y poder. Su época de máximo esplendor
se conoce como “Época Victoriana”, denominada así en honor a la reina Victoria, cuya gestión
monárquica cubrió casi todo el siglo XIX.
Entre las principales colonias inglesas destacan la India, Canadá y Australia. De estas tres la
más importante fue la India ya que además de ser una fuente de algodón para la industria
textil británica era un inmenso mercado para los productos manufacturados europeos. Por
otro lado Canadá surtía a Inglaterra de trigo a bajo precio y Australia suministraba la lana.
América: aunque perdió las trece colonias que se convirtieron en Estados Unidos, conservaron
Canadá, la Guayana británica, las islas Malvinas, Jamaica, las Honduras británicas y las Indias
Occidentales británicas.
África: Egipto, Sudáfrica, Gambia, Nigeria, Somalia, Kenia, Rodesia, Sudán y Uganda. Luego de
la segunda guerra mundial, Somalia británica, Sierra Leona, África oriental y occidental
inglesas.
Asia: Afganistán, Singapur, Beluquistán, Birmania, Málaga e India. También los puertos chinos
de Cantón, Shangai y Hong-Kong. Luego de la segunda guerra mundial, Yemen y extremo
oriente.
Oceanía: Australia, Nuevas Hébridas, Nueva Guinea británica, Islas Salomón y Nueva Zelanda.
IMPERIO FRANCÉS.
Francia fue la otra gran potencia que consiguió formar un imperio colonial de importancia
mundial.
Había perdido casi todo su imperio colonial como consecuencia de la derrota ante Inglaterra
en el siglo XVIII, pero forma un segundo imperio colonial en el siglo XIX y entra al siglo XX con
un imperio que supone el control de algunas líneas comerciales y la abundancia de materias
primas y alimentos.
América: Canadá (antes de serle arrebatada por Inglaterra), Guayana francesa y Haití.
África: Marruecos, Argelia, Túnez, Guinea, Costa de Marfil, Benin, Chad, Sudán, Senegal,
Madagascar, Djibuti y Congo francés.
Asia: Indochina y enclaves de India.
Oceanía: Islas de Nueva Caledonia y algunas islas de la polinesia francesa como Tahiti.
La Revolución industrial hizo que variara totalmente el sistema productivo existente desde el
Neolítico, basado en la tierra como fuente básica de riqueza. El nuevo sistema económico,
iniciado en Gran Bretaña y fundamentado en la producción industrial de bienes materiales,
dinamizó la investigación técnica (inicialmente con la máquina de vapor) para conseguir más
producción y más rápido, y cada vez requirió el trabajo de una mayor parte de la población.
Este proceso arrastró hacia el nuevo sistema, áreas cada vez más extensas e implicó
importantes cambios sociales y políticos a la vez que aceleró el proceso de degradación
medioambiental.
En Europa occidental, en los siglos XVII y XVIII, la mayoría de la población subsistiría con una
producción agrícola de pocos incentivos. Una gran parte de la producción iba destinada a las
rentas señoriales y por lo tanto el comercio y la circulación monetaria eran escasos; los
gremios, corporaciones con un sistema de producción artesanal, no podían satisfacer un
aumento de la demanda, y además, la población era castigada periódicamente por epidemias,
guerras y crisis de subsistencia.
Paralelamente a esta situación feudal convivían unos sistemas productivos que se alejaban de
la rigidez descrita. Existía el comercio de larga distancia, sobre todo con América; la agricultura
intensiva y especializada, cada vez más extendida en Europa y América (con mano de obra
esclava), y la industria doméstica, basada en el trabajo de los campesinos en casa, después del
trabajo en el campo, a cuenta de un comerciante que repartiría unas determinadas materias
que eran modificadas por el campesino y recogidas y comercializadas por el comerciante. Se
concentró y acumuló capital, aumentó la capacidad de consumo y se formaron unos hábitos de
trabajo nuevos que establecieron las condiciones previas al crecimiento industrial, aunque no
siempre lo implicaron.
Con buenas posibilidades de comercialización, aquel capital acumulado podía invertirse en un
sistema de producción masiva, de tipo industrial, siempre con la intención de conseguir más
beneficio.
La Revolución industrial, que rompía con el modelo económico anterior, fue el resultado de la
combinación de una serie de factores: crecimiento de la población, de la producción agrícola y
manufacturera, del comercio, del consumo y del capital acumulado. Necesitaba, además, una
apropiada base social y política. Todo coincidió en una época, la segunda mitad del siglo XVIII y
en un territorio, Gran Bretaña.
La Europa occidental siguió el proceso inglés durante la primera mitad del siglo XIX en
determinadas áreas, y, en la segunda mitad, en la mayor parte del territorio, además de
América del Norte y Japón.
La segunda etapa, entre 1850 y 1920, diversificó las fuentes de energía (gas, electricidad,
petróleo) en detrimento del carbón y desarrolló los productos químicos y las comunicaciones.
La última etapa se caracteriza por la producción masiva de bienes de consumo, cada vez más
tecnificados, y el uso de la energía nuclear; a la vez que aumenta el trabajo en el sector
terciario o de servicios, disminuye el sector industrial y el porcentaje de la población dedicada
a la agricultura es mínimo.
La sociedad que se creó a partir de la Revolución industrial ya no dividió las clases sociales por
el linaje de cada persona sino por la posesión de capital. Esta sociedad, capitalista, generó
nuevas oposiciones entre la burguesía, que acaparó en poder económico y político como
propietaria de los medios de producción, y los obreros, que vendían su capacidad de trabajo.
TEMA 4: SOCIALISMO Y MOVIMIENTO OBRERO.
Los obreros, ante las duras condiciones laborales y sociales, iniciaron el camino para mejorar
su situación, al mismo tiempo que se pensó en posibles sistemas sociales sin explotación e
igualitarios. La organización de la lucha los llevó a constituir sociedades obreras, que se
federaron internacionalmente por primera vez en torno a la Asociación Internacional de los
Trabajadores (AIT).
Con la revolución industrial, las fábricas fueron los nuevos centros de trabajo de una parte
cada vez más numerosa de la población europea y norteamericana. En la fábrica, los medios de
producción (máquinas, materiales, locales) eran propiedad del empresario; los obreros
aportaban la fuerza del trabajo. Las condiciones laborales eran duras; una jornada de doce o
catorce horas a cambio de un salario que sólo servía para sobrevivir, ya que, para aumentar
beneficios, el empresario ajustaba al máximo la retribución. La tarea se basaba en el uso de
máquinas que no exigían conocimientos especializados, y esto posibilitaba el trabajo infantil,
con salarios todavía más reducidos. El sistema liberal favorecía a los empresarios; existía
libertad de industria y derecho a la propiedad, sin que el estado regulase el trabajo o salario.
El mercado laboral era teóricamente paritario, pues el trabajador, como el empresario, podía
rescindir el contrato en cualquier momento y buscar una oferta mejor. Pero el empresario
conseguía que sus condiciones prevaleciesen, ya que no faltaba mano de obra y tenía una
posición de dominio social, político y económico.
La población obrera, sin ningún tipo de protección ni social ni legal, inició una lucha para
mejorar sus condiciones de vida y de trabajo que inicialmente se tradujo en movimientos
espontáneos en momentos de crisis social.
No obstante, lentamente surgieron actos de lucha con el objetivo de mejorar las condiciones
de trabajo y salario, propiciados por la unión de los obreros concentrados en la fábrica, a
través de peticiones y huelgas, al mismo tiempo que se organizaban las primeras sociedades
de ayuda mutua.
La visita de los obreros franceses a la Exposición Internacional de Londres en 1862 inició los
contactos entre obreros de diversos países europeos y en 1864 se forma la AIT, conocida como
la Primera Internacional. Los delegados representaban solamente una pequeña parte de la
clase obrera, pues la mayoría no estaban asociados. Se diferenciaron dos tendencias
principales, la socialista de Karl Marx y la anarquista o socialista antiautoritaria de Mijaíl A.
Bakunin, aunque los objetivos finales fuesen los mismos: la destrucción del estado burgués
capitalista y la construcción de una sociedad sin propiedad privada e igualitaria.
Marx pensaba que la clase obrera tenía que conseguir el poder político para ponerlo al servicio
de los trabajadores, mientras que Bakunin creía que la lucha obrera no debía implicarse
políticamente, ya que lo que se pretendía era la libertad absoluta de los seres humanos, a
través de la supresión de la autoridad y del estado.
La ideas socialistas que hubo durante los primeros decenios del siglo XIX, desarrolladas sobre
todo en Francia por pensadores como Fourier, Proudhon, fueron calificadas por Marx como
utópicas, por el carácter romántico de los paisajes paradisiacos que dibujaban, donde todo era
igualdad y armonía. El socialismo marxista partía del estudio de la realidad capitalista y
planteaba a los trabajadores vías políticas para superarla, de la misma manera que la
burguesía superó el feudalismo.
Por otro lado, a partir de la encíclica Rerum novarum de 1891, escrita por el papa León XIII, se
desarrolló un sindicalismo cristiano inspirado en principios de doctrina moral, con la intención
de contrarrestar el socialismo y el anarquismo.
Aparte de una serie de leyes que los gobiernos promulgaron limitando el trabajo infantil o el
horario laboral, y de alguna propuesta de protección social, como los Talleres Nacionales
contra el paro (Francia,1848), no fue hasta el siglo XX que se inició la intervención de los
estados a favor de las capas más desprotegidas de la población, a través de las propuestas
presentadas por los parlamentarios, y, más adelante, gobiernos socialistas, y de las que
pusieron en prácticas, también, gobiernos que no tenían referentes obreros. Con una serie de
concesiones se consiguieron sólidas sociedades de clases medias de pequeños propietarios
integrados en el sistema capitalista.
Pero la vía insurreccional también tenía muchos adeptos en las filas socialistas y hubo una
experiencia de gobierno socialista con la Comuna de París de 1871, aunque fracasó. Una
repercusión mucho más universal y duradera tuvo la siguiente experiencia en este sentido: la
Revolución rusa de 1917.
BLOQUE II
El mundo de entreguerras (1914-1945): democratización, crisis del
liberalismo democrático, comunismo, autoritarismo y fascismo.
La Primera Guerra Mundial, conflicto entre potencias europeas rivales, enfrentó a los imperios
de Europa central, Austria-Hungría y Alemania, con los aliados, Serbia, Rusia, Francia y Gran
Bretaña. Por las alianzas establecidas, otros estados entraron en el conflicto y, finalmente, lo
hizo Estados Unidos, al lado de los aliados. Fue una guerra, por primera vez, mundial; de
masas, al implicar al conjunto de la sociedad, y moderna, con el uso de tanques, aviones y
armas químicas.
Los orígenes del conflicto es preciso buscarlos en las fuertes rivalidades existentes entre las
grandes potencias europeas, a pesar de creerse que una guerra total entre europeos no era
posible gracias al avance de la razón y la ciencia. Las cuestiones territoriales en el centro de
Europa originaron tensiones, pero en los Balcanes la situación era todavía más tensa, entre el
Imperio austrohúngaro y las naciones en él incluidas. En Junio de 1914, en Sarajevo, capital de
Bosnia, ocupada por Austro-Hungría desde 1878, un miembro de una organización favorable a
unir todos los eslavos balcánicos en el seno del estado serbio asesinó a Francisco Fernando de
Habsburgo, heredero imperial. Este hecho desencadenó una serie de declaraciones de guerra y
alianzas: en Julio Austro-Hungría declaró la guerra a Serbia con la intención de anexionarla;
Rusia, protectora de la también eslava y ortodoxa Serbia, decretó la movilización general, que
fue contestada por Alemania, mientras que Francia, que quería recuperar Alsacia y Lorena, en
poder alemán desde 1871, se alió con Rusia.
Alemania inició los movimientos de tropas con la invasión de Bélgica, hecho contrario a los
protocolos firmados por Prusia en 1831 después de la independencia belga y que supuso la
entrada en el conflicto de Gran Bretaña contra Alemania. Además cabe añadir las rivalidades
económicas, sobre todo entre Gran Bretaña, vieja potencia industrial, y Alemania, que
empezaba a desplazarla con productos más competitivos; y también las rivalidades coloniales,
la carrera armamentística y el fomento del belicismo.
Fue una guerra inesperada para la mayoría de la población europea pero despertó,
inicialmente, grandes dosis de entusiasmo patriótico; muchos estados formaron gobiernos de
concentración nacional, incluso con socialistas, convencidos de que sería un conflicto de corta
duración, mientras que las ideas pacifistas no tuvieron éxito.
El número de frentes creados multiplicó las acciones bélicas y la cantidad de soldados para
mantenerlos. La guerra se extendió: Japón declaró, en Agosto de 1914, la guerra a Alemania,
que tenía diversas posesiones en el Pacífico; en Octubre, el Imperio Otomano entró en la
guerra al lado de los imperios centrales para luchar contra Rusia, su enemigo en los Balcanes y
en Asia; los italianos entraron en 1915 en guerra con los imperios, con el deseo de anexionar
los territorios irredentos en poder de Austria. La opinión pública empezó a mostrarse contraria
a una situación de conflicto prolongado, mientras que socialistas de diversas nacionalidades se
reunieron en Suiza en 1915 para posicionarse a favor de la paz.
En 1917 ocurrieron dos hechos de importancia capital: por un lado, la entrada de Estados
Unidos en el conflicto a favor de los aliados , y por otro, la Revolución rusa, que estableció un
régimen socialista que aprobó el abandono de Rusia. El presidente norteamericano Thomas W.
Wilson deseaba mantener el país al margen de la contienda europea, pero al iniciarse la guerra
submarina alemana, en 1917, decidió la intervención norteamericana en defensa de su
comercio exterior. A pesar de todo, los ejércitos aliados tuvieron que esperar a 1918 para que
Estados Unidos con sus reservas financieras, demográficas e industriales, entrase en la guerra.
Por lo que se refiere a Rusia, al triunfar la revolución se firmó con Alemania la paz, en Marzo
de 1918, con la voluntad de salvar la nueva organización del estado.
En el frente, la continuación de las ofensivas con avances y retrocesos y muchas bajas minó la
moral de los soldados, mientras que las tentativas de paz (de socialistas, de jefes de estado o
del papa), fracasaban. Finalmente, los aliados retomaron la iniciativa con el apoyo
norteamericano y pronto consiguieron la victoria, en el otoño de 1918.
Durante los años de guerra murieron unos diez millones de personas, sobre todo hombres
jóvenes. El conflicto implicó, además de las grandes destrucciones materiales y del coste
económico, importantes cambios sociales: la incorporación generalizada de la mujer en el
mundo laboral no doméstico, un fuerte éxodo rural, progreso tecnológico y científico y el
enriquecimiento de fabricantes y especuladores. Los tratados de paz penalizaron a los estados
vencidos y cambiaron el mapa de Europa: fue el fin de los imperios europeos.
Con el hundimiento del imperio alemán, austrohúngaro, ruso y otomano, se constituyeron una
serie de naciones como estados independientes a partir de la doctrina según la cual los
pueblos tienen derecho a la autodeterminación.
El presidente norteamericano Thomas W. Wilson expuso en 1918 una declaración, los Catorce
Puntos, que tenía dos principios esenciales: el derecho de los pueblos a disponer de ellos
mismos y la creación de una Sociedad de Naciones, que nació en 1920, con el objetivo de
asegurar la paz mundial.
El imperio austrohúngaro, creado en 1867, intentó la construcción de una monarquía dual (un
estado federal formado por Austria y Hungría), pero la voluntad de independencia de las
naciones que integraban el imperio lo hizo inviable. Acabada la guerra el imperio de
desmoronó:
El imperio ruso se hundió en 1917 y el nuevo gobierno bolchevique firmó la paz en 1918 con
Alemania, a pesar del retroceso territorial que implicó. Revolución y paz significaron también la
independencia de Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Ucrania y Bielorrusia. Sin
embargo, las dos últimas (Ucrania y Bielorrusia) tuvieron una independencia muy efímera, ya
que pronto pasaron a formar parte de la URSS.
En 1920, todavía otro imperio se desmoronó. Fue el imperio otomano, con la creación de la
República Turca, a la vez que los extensos territorios de Oriente Medio que dominaba, fueron
repartidos entre Francia (Siria y Líbano) y Gran Bretaña (Palestina y Mesopotamia), que la
Sociedad de Naciones atribuyó en mandatos internacionales.
Rusia, un país con una débil industrialización y sin demasiada participación en las revoluciones
liberales y democráticas del siglo XIX, experimentó, en poco tiempo, una radical
transformación. Con la revolución de 1917 se configuró como alternativa al sistema capitalista
vigente en el mundo occidental y su influencia ideológica se extendió por todo el mundo a
través de los partidos comunistas.4
El zar Nicolás II intentó aprovechar la Primera Guerra Mundial para reforzar su poder
autocrático. Pero las dificultades de abastecimiento de alimentos y combustible provocaron,
en Marzo de 1917, una explosión popular espontánea en Petrogrado (actual San Petersburgo),
y los soldados se colocaron a favor de la población.
Lenin dio a conocer sus “Tesis de Abril”, favorables a detener la guerra, al retorno a sus casas
de los campesinos que se encontraban en el frente para que se pudiera repartir la tierra, y a
depositar todo el poder en los soviets.
- Para conseguir la paz, invitaron a los beligerantes a iniciar negociaciones que acabaron
con la firma del Tratado de Brest-Litovsk con Alemania en 1918.
- Legalizar el reparto de tierras entre los campesinos, que ya se había empezado.
- Nacionalizar la mayor parte de los sectores económicos.
- Establecer la igualdad de todos los pueblos integrados en el estado ruso.
Pero los bolcheviques sólo obtuvieron un 25% de los votos en las elecciones finales de 1917
para formar una asamblea constituyente, que disolvieron por la fuerza después de la primera
reunión, a principios de 1918.
Se configuraron dos bloques antagónicos, los rojos o bolcheviques y los blancos, contrarios a la
revolución, que se enfrentaron militarmente. El nuevo poder marginó a los soviets y favoreció
el bolchevique Partido Comunista, fundado en Marzo de 1918, cuyos miembros organizaron el
nuevo estado. Los demás partidos políticos fueron ilegalizados, y se creó una policía política, la
Checa, para combatir las actividades anti bolcheviques. La economía fue estratificada y
movilizada para la guerra civil. Lenin pensó que se iniciaría un contagio revolucionario a escala
internacional. Fue en este contexto en el que en 1919 se fundó la Internacional Comunista o
Tercera Internacional, con sede en Moscú, a la que se adhirieron los comunistas, favorables a
la revolución, escindidos de los partidos socialistas. El ejército blanco, muy dividido, no
consiguió detener el avance del ejército rojo.
La prosperidad posterior a la Primera Guerra Mundial era muy frágil. Los “felices años veinte”
acabaron con una fuerte depresión, iniciada con la brutal caída de la bolsa de Nueva York en
1929. Diversos indicios hacían ya prever que la situación no era, a pesar de las apariencias,
satisfactoria. Muchas monedas se encontraron depreciadas al haberse emitido billetes por
encima del aval que proporcionaban las reservas de oro, metal que era utilizado como patrón
del sistema monetario, y esto hizo crecer la inflación. La inversión y la producción se
encontraban en expansión pero sin base, sobre todo en los Estados Unidos, pues la demanda
estaba estancada.
Sin créditos de los bancos y sin demanda, quebraron muchas empresas, disminuyó la
producción y aumentó el paro. Los precios bajaron de tal manera que no resultaba rentable la
inversión ni la venta de la producción almacenada, con lo que disminuía más el precio. De esta
manera, mientras los agricultores norteamericanos destruían su producción para que hubiese
menos oferta y subiesen los precios, diversos sectores de la población comenzaron a tener
necesidades alimenticias. Para resolver la situación, apareció una nueva actuación política,
basada en la intervención del estado en la economía, que en los Estados Unidos inició el
demócrata Franklin D. Roosevelt a partir de 1933, con el New Deal. Se potenció la creación de
empleo, las obras públicas, los programas de acción social y se relanzó el consumo popular.
Con una economía intensamente mundializada, estos problemas afectaron al conjunto del
planeta. La repatriación de capitales norteamericanos colocados en el continente europeo
acabada la Primera Guerra Mundial, sobre todo en Alemania y Austria, y el giro proteccionista
de Estados Unidos implicaron una extensión de la depresión por Europa y también por los
estados de América y Asia exportadores de productos agrícolas.
En Europa, el paro cuantioso ya desde el principio de los años veinte, se acentuó e hizo
aumentar la desconfianza en el liberalismo económico basado en el mercado libre que se
autorregula. Comenzó un período proteccionista, se buscó la seguridad de los mercados
coloniales sin competencia y se formularon soluciones políticas alternativas a través de la
intervención y planificación del estado: las formas más acusadas se establecieron con la
solución soviética a las contradicciones del capitalismo y, sobre todo, con los movimientos
totalitarios, que buscaban una salida basada en la autoridad y los ejércitos, importante sector
de reactivación económica, pero de consecuencias destructivas. El objetivo de la Sociedad de
Naciones, organización supranacional creada en 1919, consistente en la creación de una única
comunidad internacional superadora de la problemática que condujo a la Primera Guerra
Mundial, se convirtió en irrealizable.
La sociedad burguesa y capitalista fracasó con la Primera Guerra Mundial, que rompió el mito
de que la razón y la ciencia civilizaran el mundo, y con la crisis de 1929, que acabó con sueño
del crecimiento económico indefinido. El miedo a la formación de los estados socialistas hizo
que se consolidasen movimientos acaudillados por líderes que se presentaban como
salvadores, en un momento de crisis, y que prometían renovar la sociedad, evocando antiguos
imperios y razas puras. La militarización de los regímenes dictatoriales que se instalaron y la
represión de todo aquel que se apartase de la línea ideológica oficial fueron algunas de sus
consecuencias.
Los estados totalitarios se basaban en una dictadura personal. El dictador acumulaba los
cargos supremos del estado, tanto civiles como militares, al mismo tiempo que era el jefe
máximo del único partido político permitido. La acumulación de cargos hizo desaparecer la
independencia de los tres poderes clásicos en las democracias (ejecutivo, legislativo y judicial),
ya que todas las funciones convergían en la persona del dictador, que actuaba de manera
arbitraria y que, a través de sus asesores, controlaba todas las actividades públicas de manera
centralizada.
Los estados totalitarios, anticomunistas, tuvieron el apoyo de buena parte de la burguesía, por
la que fueron vistos como mal menor para garantizar su situación privilegiada y el orden social
ante posibles veleidades revolucionarias del pueblo, animadas por la crisis económica. Por esto
aceptó que las constituciones democráticas fuesen derogadas o severamente recortadas y que
las libertades personales y colectivas quedasen conculcadas.
Para los totalitarismos, la democracia, que dividía las sociedades en facciones políticas, el
liberalismo económico, que acentuaba el individualismo y condenaba a los trabajadores al
desempleo, y el socialismo, que enfatizaba la lucha entre las clases sociales de una misma
nación, tenían que ser superados por una idea unitaria de patria en lucha exclusivamente
contra el enemigo extranjero o racialmente distinto. Una vez en el poder, esta ideología
excluyente intentó aislar o exterminar diversas comunidades consideradas inferiores o
perjudiciales (la “solución final” contra los judíos llevada a cabo por el régimen nazi alemán
constituyó el ejemplo más característico).
Cuando los partidos totalitarios gobernaban, las ideas contrarias a la línea oficial no podían
expresarse públicamente. La participación del pueblo en la vida política quedó anulada o muy
restringida, a menudo sólo evidente en actos realizados para refrendar la política que llevaba a
término el dictador. La mayoría de la población intentaba resignarse y adecuarse a la nueva
situación, y con frecuencia militaba en el partido único con la esperanza de sacar algún
beneficio de ello; las heroicas actitudes opositoras eran minoritarias. Los partidos y estados
totalitarios se dieron cuenta de la importancia de la propaganda para que la población tuviese
una pauta de comportamiento y unos determinados hábitos políticos. Los actos de masas se
planificaban con todos los detalles, se dio importancia a la escenografía y a la radio como
nuevo medio de comunicación de gran audiencia. La imagen agresiva y castrense del dictador
se combinaba con otra imagen, paternalista, familiar y popular. El deporte, la victoria del más
fuerte y la recreación del cuerpo humano también formaron parte de este nuevo nacionalismo
pagano, muy extendido, sobre todo, en Alemania.
La economía estaba planificada por el estado, que manifestaba un gran énfasis en las obras
públicas como medio de reducción del desempleo y expresión de una voluntad autárquica,
siempre sin cuestionar el sistema capitalista.
ITALIA:
ALEMANIA:
Hacia 1898, España mantuvo colonias en América (Cuba y Puerto Rico) y en Asia (Filipinas). La
pérdida de estos territorios ultramarinos implicó, en la metrópoli, un replanteamiento de su
situación interna, social y política, y, en las ex colonias, una nueva supeditación, pues Estados
Unidos, que ayudó activamente a los grupos separatistas, pasó a ser la nueva metrópoli.
En España, a finales del siglo XIX, el recuerdo de un glorioso pasado imperial contrastaba con la
realidad del momento: mientras una buena parte de los países de Europa occidental
construían vastos imperios coloniales en África y Asia, los territorios ultramarinos españoles se
perdían. La influencia hispánica en la escena internacional alcanzó su cénit en el siglo XVI, con
el emperador Carlos, y desde entonces, a causa de una economía estancada, que no desarrolló
estructuras mercantilistas ni capitalistas, España quedó cada vez más marginada ante la
pujanza de las dinámicas sociedades de la Europa noroccidental. Perdidas todas las colonias de
la América continental entre 1811 y 1824, a partir de 1898 sólo quedaron algunas colonias en
África.
Después de 1874, año en que la dinastía Borbón fue restaurada, acabado un corto período
democrático iniciado en 1868, España se dotó de una constitución que fue la base de un
sistema político fundamental en el turno pacífico de liberales y conservadores. Estos grupos
conseguían el poder gracias a la acción de los caciques, personas que, además de dominar
económicamente en el ámbito local, controlaban que las opciones políticas de los electores
fuesen las convenientes. De esta manera, de poco sirvió que en 1890 se implantase el sufragio
universal masculino, salvo en las ciudades, donde las alternativas políticas, ajenas al turno
pacífico, empezaron a conseguir representación parlamentaria. La sociedad española era
todavía profundamente rural y, en el centro y sur de la península, el campesinado trabajaba,
como asalariado, en los latifundios, continuación de las tierras de los nobles heredadas de la
Reconquista, convertidas, con las desamortizaciones del siglo XIX, en propiedad privada
adquirida por las mismas familias que ya las poseían. Sólo en la periferia mediterránea y
cantábrica se habían formado núcleos urbanos e industriales (Cataluña y País Vasco) o con una
agricultura de gran centro urbano, Madrid, que debía su importante crecimiento al hecho de
ser la capital política y administrativa del estado.
Las colonias caribeñas, Cuba y Puerto Rico, no se independizaron durante el primer tercio del
siglo XIX, como el resto de las colonias iberoamericanas, ya que las oligarquías, propietarios
esclavistas, prefirieron una metrópolis segura a eventuales aventuras revolucionarias
protagonizadas por una importante masa de esclavos negros, como pasó en Haití. Pero a partir
de 1850, pequeños grupos independentistas tomaron entidad suficiente para iniciar acciones
bélicas contra el ejército español, a la vez que prometieron a los negros el fin de la esclavitud,
que en Cuba no fue abolida hasta 1886. Las oligarquías, al entrever la posibilidad de que el
gobierno español aboliese la esclavitud, empezaron a relacionarse con los estados del sur de
Estados Unidos, país que importaba la mayor parte de los principales productos de la isla
(azúcar y tabaco), y la presencia española se hizo cada vez más inestable. Estados Unidos que
empezaba en aquellos años a afirmarse como potencia, quiso obtener el control sobre las
colonias españolas. Después de intentar comprarlas, decidió enviar al ejército, una solución
que fue más barata. En 1898, declaró la guerra a España. Vencido el ejército español, Estados
Unidos dio un paso más para hacer efectivo el dominio sin trabas del continente americano:
anexionó Puerto Rico y controló totalmente Cuba, aunque se mantuvo la lengua española en
muchos territorios. En Filipinas, donde la presencia española era mucho más débil, a excepción
de la iglesia católica, Estados Unidos consiguió la anexión del territorio en 1898, después de
que los independentistas acudiesen para obtener su ayuda, y el español acabó
desapareciendo.
España vivió atónita la pérdida de las colonias y la derrota del ejército. A partir de 1898, en
algunos círculos intelectuales se instaló una corriente regeneracionista que pretendía sacar a
España de la apatía a través de reformas sociales, políticas y económicas, que restablecieran su
dignidad ante el resto de Europa. Además en Cataluña, parte de las corrientes intelectuales de
recuperación de la lengua catalana, a partir de la pérdida de las colonias (tan importantes para
el comercio y la industria) dieron un giro hacia la participación activa en política, condenando
al estado por su incapacidad de mantener el sistema colonial moderno y entendiendo que lo
que debía de conseguir la burguesía catalana era poder decisorio, en el ámbito catalán o
estatal, para influir en el cambio de actitudes y en el acercamiento al resto de la Europa
occidental. Nunca hubo por parte de la Lliga Regionalista (partido que aglutinó esa tendencia
del catalanismo) una actitud independentista, y sólo destacaron, en su programa
regeneracionista, la necesidad de concesión de autogobierno, aunque el resto de España
fueron tachados de ser agentes exclusivamente separatistas. El estado vio en el País Vasco y
sobre todo en Cataluña, perdidas las colonias, unos nuevos focos de tensión que era preciso
mantener a raya. Esta fue, sobre todo, la visión del ejército, el cual siempre que tomó el poder
(con las dictaduras de Primo de Rivera, en 1923, y de Franco en 1939), abolió cualquier
concesión descentralizadora o autonomista y pretendió la uniformidad de España.
La Segunda Guerra Mundial fue iniciada en Septiembre de 1939 con el ataque alemán sobre
Polonia, después del pacto con la Unión Soviética que le dejaba el terreno libre para ello. En
una primera etapa las fuerzas del Eje (Alemania, Italia y Japón) avanzaron en todos los frentes.
Las fuerzas aliadas, formadas entre otros por británicos y, desde el exilio, por franceses, se
vieron extraordinariamente reforzadas a partir de 1941, con la entrada en el conflicto de
norteamericanos y soviéticos, que acabaron por derrotar al Eje. Europa quedó exhausta.
Por otro lado, en Asia, Japón conquistó diversos territorios del Pacífico; extendió su influencia
sobre Siam (actual Tailandia), Indochina y China; apoyó diversos movimientos
independentistas en la India, Birmania y Filipinas, y creó el estado de Manchukuo (un
protectorado japonés entre China y la Unión Soviética). En Noviembre de 1936 Alemania y
Japón formalizaron el pacto Antikomintern, de oposición a la Internacional Comunista y, en
definitiva a la Unión Soviética, que contó con la adhesión de Italia en 1937. Pero Hitler firmó,
en Agosto de 1939, un pacto de no-agresión con Stalin, llamado pacto Germano-soviético, que
imposibilitaba el entendimiento de franceses y británicos con la Unión Soviética y que sirvió
para repartirse secretamente Europa oriental. La Alemania nazi tenía el campo libre para
atacar.
En Septiembre de 1939, Alemania invadió Polonia (estado cuyo territorio dejaba a la Prusia
oriental sin contacto con el resto del territorio alemán), hecho que marcó el inicio de la guerra.
Las rápidas acciones alemanas, conocidas como guerras relámpago (blitzkrieg) implicaron
hasta 1941 la ocupación, además de Polonia, de Dinamarca, Noruega, los Países Bajos, Bélgica,
Francia, Yugoslavia y Grecia. Las relaciones entre Alemania y la Unión Soviética se
deterioraron, y en Junio de 1941 el ejército alemán inició por sorpresa el ataque contra los
soviéticos. En los planes de Hitler, las tierras del este eran un área de expansión natural.
Con dicho ataque, Estados Unidos inició acciones bélicas contra las potencias del Eje, y la
guerra se reorientó: el poder financiero, industrial y militar norteamericano fue crucial para
vencer a Alemania, mientras que la fortaleza en tierra del ejército rojo acabó por decantar la
balanza a favor de los aliados. Las potencias aliadas dominaron Alemania con paso seguro:
norteamericanos y soviéticos iban conquistando territorios, que después pasaron a controlar
política e ideológicamente. Los soviéticos reconquistaron si territorio y la mayor parte de
Europa oriental y balcánica, y llegaron a Berlín en Mayo de 1945, mientras que
norteamericanos y británicos desembarcaron en Sicilia en Julio de 1943 y en Normandía en
Junio de 1944, desde donde penetraron hacia Alemania hasta encontrarse con el ejército
soviético.
Los dos frentes tuvieron la ayuda de la oposición interna agrupada en la resistencia. En Asia y
Oceanía, Japón tuvo avances imparables hasta Junio de 1942, con los que pensaba que podrían
expulsar toda presencia occidental del Pacífico, pero la mayor parte de la capacidad militar
norteamericana se encontraba todavía ilesa. La contraofensiva aliada, con los Estados Unidos
al frente, fue implacable hasta la derrota total de Japón. Para hacerla efectiva plantearon y
aprobaron la utilización de armamento nuclear y, de esta manera, minaron definitivamente la
moral de los nipones.
En la declaración de Postdam de Julio de 1945 se hizo un llamamiento al gobierno japonés para
que capitulase, se eliminasen las fuerzas armadas y se formase un gobierno favorable a la paz.
Al no recibir respuesta, en Agosto de 1945 los norteamericanos lanzaron bombas atómicas
sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki y pocos días más tarde Japón se rindió
definitivamente.
En 1945, acabada la guerra, Europa estaba destrozada: murieron unos 15 millones de militares
y 35 millones de civiles, entre los cuales 20 millones en la Unión Soviética, 6 millones de judíos,
grupo (como también los gitanos) que los alemanes intentaron exterminar, y 4.5 millones de
polacos. La Segunda Guerra Mundial, como guerra total que fue, contó con la colaboración de
la investigación científica, y significó la entrada en la era nuclear, el desarrollo y el
perfeccionamiento de muchas técnicas (el radar, el avión a reacción, los misiles balísticos) y de
nuevos materiales, inicio de importantes cambios tecnológicos, industriales y comerciales.
BLOQUE III
El mundo desde 1945
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, los líderes de las potencias vencedoras llegaron a un
acuerdo sobre el futuro de Europa y del mundo en las conversaciones llevadas a cabo en Yalta.
Los Estados Unidos y la Unión Soviética, con dos divisiones económicas y sociales
contrapuestas (capitalismo y socialismo), dividieron el mundo en dos áreas de influencia, en
dos bloques. Iniciaron una guerra latente o “fría”, caracterizada por la tensión permanente,
que no llegó a conflicto bélico directo.
En Mayo de 1945 Alemania capituló. Unos meses antes, en Febrero, el primer ministro
británico, Winston Churchill, el presidente de los EEUU, Franklin D. Roosevelt, y el máximo
mandatario de la Unión Soviética, Stalin, se reunieron en Yalta. La conferencia ratificó la
anexión a la URSS de los países bálticos, dividió Alemania y Austria en cuatro zonas bajo el
control de los ejércitos norteamericano, soviético, británico y francés y pactó las fronteras
europeas, con los consiguientes movimientos de población. Se pactó también un nuevo orden
mundial a partir de los acuerdos sobre paz y seguridad internacionales surgidos en la
conferencia de Dumbarton Oaks, realizada en Octubre de 1944. En Yalta se aprobó la
celebración de la conferencia de San Francisco de Abril de 1945, origen de la Organización de
las Naciones Unidas (ONU), continuación de la Sociedad de Naciones de los años treinta, con la
voluntad de que fuese un auténtico sistema de cooperación internacional, con capacidad real
para impedir conflictos bélicos. En 1948 la ONU elaboró la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, aprobada por la mayor parte de los estados miembros. La Unión Soviética
se abstuvo, como reflejo de un nuevo clima de tensión entre soviéticos y norteamericanos, ya
patente en la conferencia de Potsdam de Julio de 1945, en la que la atmósfera cordial de Yalta
continuó sólo para iniciar el proceso de Nuremberg, juicio contra los altos cargos del ejército y
del estado alemanes, que acabó en Octubre de 1946 con doce ejecuciones.
Vencidos los estados nazi y fascista, dos concepciones sociales se encontraron cara a cara e
intentaron la supremacía universal: por un lado liderada por los EEUU, con un sistema
ideológico y político basado en la libertad individual y la democracia parlamentaria, y un
sistema económico capitalista, de propiedad privada y competencia; y por otro lado la liderada
por la URSS, con un sistema basado en el referente ideológico igualitario socialista, donde el
estado controla la política a través del Partido Comunista y planifica la economía. En Europa,
las zonas liberadas por el ejército rojo durante la guerra se situaron bajo la esfera de Moscú,
mientras que las zonas occidentales, que vieron entrar los ejércitos norteamericano e inglés,
se situaron bajo la influencia de Washington. La ayuda norteamericana, concretada por el Plan
Marshall, tuvo una importancia capital para el crecimiento económico de Europa occidental,
que fue muy rápido, al mismo tiempo que alejó la posibilidad de formación de gobiernos
comunistas, iniciándose la formación de una sólida clase media favorable al estado
democrático y liberal. En la Alemania dividida se constituyeron dos estados independientes,
uno occidental y otro prosoviético (Austria se unificó bajo criterio occidental, aunque se
mantuvo neutral) ya que no se quería presenciar una nueva reconstrucción de Alemania,
fuerte y unificada.
Estado Unidos poseía la bomba atómica, utilizada ya en Japón, y los soviéticos la obtuvieron en
1949. Con este precedente se inició una carrera armamentística que mantuvo la tensión a
través de la presión mutua, intentando disuadir al contrario de un ataque. Esta tensión fue la
base de la formación de las alianzas militares, la Organización del Tratado del Atlántico Norte,
en 1949, liderada por EEUU y, en 1955, el Pacto de Varsovia, liderado por la URSS. Pero el
conflicto directo no llegó; la política norteamericana intentó no dejar crecer más las áreas bajo
influencia soviética, aunque éstas progresaron (sobre todo con la entrada de China en esta
órbita, en 1949), y procuró localizar los conflictos. Incluso en EEUU se inició una persecución
contra cualquier sospechoso de comunismo, aunque en el fondo escondía una pugna de
republicanos contra demócratas. La reorientación dada en 1956 por el XX congreso del Partido
Comunista de la URSS, y la crisis cubana de 1962, producida a raíz del descubrimiento de los
trabajos para instalar misiles soviéticos en Cuba, muy cerca de EEUU, que implicó una tensión
extrema, condujeron al inicio de un tímido diálogo entre las dos partes. El tiempo de la
coexistencia pacífica empezó, a pesar de los conflictos locales, ante los elevados gastos de
defensa que suponía la carrera armamentística y ante la posibilidad de que un conflicto
nuclear destruyese una parte importante de la humanidad. En 1962, se llevó a cabo la primera
conferencia sobre desarme, y en 1963 se instaló un teletipo entre Moscú y Washington, el
llamado “teléfono rojo”. Esta etapa de colaboración, la coexistencia pacífica, acabó en 1979,
con la invasión de Afganistán por parte de las tropas soviéticas y las propuestas para la
fabricación de nuevas armas estratégicas efectuadas por el presidente de EEUU, el republicano
Ronald Reagan, a partir de 1980. En 1985 se inauguró un nuevo período de coexistencia
pacífica con el nuevo jefe de estado soviético Mijaíl Gorbachov, que quiso reducir el altísimo
nivel de gastos militares e iniciar un nuevo clima de diálogo con Occidente.