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¡Música, maestro!

García Gómez Ricardo Jesús


A Guillermo Sabbagh
quien ha tocado la armonía de las esferas.
Porque su melodía, al igual que su espíritu
son tan diferentes como el mío

El arte refuerza lo mejor de lo que es capaz el hombre


la esperanza, la fe, el amor, la belleza, la devoción o lo que uno sueña y espera…
En el arte, se expresa el instinto interior de la humanidad.

~Andrei Tarkovski. Esculpir en el tiempo, 2002.

La pureza que existe en el palpitar de un corazón ensangrentado, se asemeja a la nota que


viaja libre por el viento. Los latidos que brinda la naturaleza del organismo bajo la presión
de una mano -mi mano- viajan a través de los sentidos y el tiempo. Y es en ese preciso
momento que las palabras de Stravinsky cobran sentido, porque la naturaleza no es música
hasta que un sujeto u objeto la contempla y es capaz de compartirla. Por ello es quizá, el
tiempo psicológico el que brinda la capacidad de sentir, en otros órdenes fuera de la
naturaleza y la materialidad, la esencia de la libertad.

Y es a través de las notas de Philip Glass que mi cuerpo actúa, por instinto y por impulso.
Pues bajo las pesadas cadenas de su tiempo, la sangre de Ariadna recorre mis muslos y
tobillos hasta caer sobre la punta de mis pies, y la sensación es tan placentera que mi cuerpo
se estremece y actúa de nueva cuenta.

El diagnóstico de mi terapeuta Joyce Hinkelammert, es vago, sin sentido, pues desconoce el


nombre para “mi enfermedad” pero afirma que son las notas musicales y la música misma la
que me hace actuar y cometer atrocidades. Desconozco si tales palabras son verdaderas o
simplemente es otro diagnóstico fallido, lo que sé es que amaba a Ariadna, tanto la amaba
que ella fue la elegida para ser el conducto entre la esencia musical y la materialidad de mi
cuerpo. Su muerte tuvo un fin, quizá no un fin último, pero sí un fin. Sus ojos transmitieron
la esencia de la vida mientras el piano transmitía la esencia de la naturaleza. Ariadna, pequeña
y frágil Ariadna, bajo la sombra de tus sueños siembro la esperanza de un futuro mejor, de
un orden distinto, de posibilidades infinitas y fragancias inquebrantables.

Si Haydn transformara la atmosfera en la que me encuentro ahora, el presente sería distinto,


quizá aún estarías aquí, tomando mi mano y oliendo mi cuerpo mientras cantas una dulce
melodía. Quizá, y solo quizá, podría posar mis labios en tu mejilla mientras el plumaje de
mis dedos acaricia tu pelo. Ariadna, ahora que no estás debo decirte que la música mueve el
mundo y lo mantiene vivo, ahora que no estás puedo seguir besando tus labios llenos de
sangre y mirar esos agujeros vacíos donde alguna vez tuviste unos ojos color miel. Recuerda
que Beethoven dijo que la música es la verdad más alta, y es por ello que sueño contigo, con
tu esencia aún viva para después arrebatártela y dejarte sin aliento.

Ariadna, el silencio también forma parte esencial de nuestra vida. Y es que al mirar tus
piernas y los huesos que se asoman bajo tu piel recuerdo las palabras de Roberto Goyeneche
cuando dijo que los silencios se cantan, y es entonces cuando comprendo que tu muerte bajo
mis manos fue silencio, una melodía perfecta y acompasada. Pues sosteniendo tu corazón
palpitante sobre mis manos, la gran materia, es decir la música, cantó ante mis oídos.

Debo decir que, al verte allí, abrazada por el vacío, mi experiencia con la música se ha
transformado en algo fuera de los límites de lo normal y lo perfecto, ahora la esencia de mi
personalidad se encuentra en órdenes superiores que convergen con el exterior, con aquello
que ha dejado de ser natural. Ahora disfruto de un lenguaje distinto con la esencia de la
música, disfruto de Wagner y de tus manos sin piel, de tu boca sin dientes y de tu cuerpo sin
alma.

Ariadna, el amor que existe entre nosotros aún está presente. Está presente mientras la música
exista y la esencia de tu muerte quede en mi memoria. Es pues, a través de la música que mi
cuerpo actúa y mis impulsos salen a la luz. Ariadna, dulce y bella Ariadna, es con tu muerte
que conocí la libertad. Así que, ¡música, maestro!

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