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La Princesa en la Torre

En tiempos de espadas y magia, una joven doncella, presa de la envidia de una malvada hechicera,
cautiva en lo alto de una torre fue condenada, custodiada por un feroz dragón, de esos que exhalan
fuego y son tan magnos como una gran casa. La princesa miraba en lo alto de la torre el reino de su
padre, y esperaba el momento en el que el valiente caballero venciera al dragón custodio y le salvará
de tan terrible condena. Pensaba que ese era el deber del valiente guerrero, pues ella lo valía, era su
responsabilidad, su deber ser, armarse con espada y escudo, y entretejerse en una batalla heroica, para
que ella pudiera ser libre y así ser lo que quería y debía ser.

Los días fueron pasando, uno tras otro y el valiente guerrero no aparecía para blandir su espada contra
el dragón, la desesperación la llevó a salir del cuarto de la torre y bajar un poco la escalera, para ver
a la temible criatura, descubriendo que cada mañana, la bestia tenía un ritual que le daba los minutos
precisos para escapar de la torre sin que se diera cuenta y por ende, sin la necesidad de batirse en un
duelo mortal.

Pensó que esta información le sería de gran ayuda al valiente y tardío guerrero, soñaba a diario con
el momento en el que entraría por su puerta y le dijera: Joven princesa he venido a salvarte, y ella le
comentaría lo descubierto, él agradecería y se escaparían juntos. En algunas ocasiones pensó que ella
podría escaparse sola, pero negaba con su ceño fruncido tal idea. Es la responsabilidad del guerrero
rescatarme, es la responsabilidad del dragón custodiar y es mi responsabilidad, se dijo así misma,
esperar a que suceda.

El tiempo se hizo pesado, tanto que el dragón se iba de cuando en cuando de la torre, y la princesa
añoraba poder corre por la pradera, bañarse en el río o recoger los frutos de la primavera, pero el
irresponsable y holgazán guerrero no llegaba, al menos lo hiciera cuando el dragón se iba y así no
tendría que combatir con la bestia que escupía fuego. Resoplaba la princesa al pensar la falta de
responsabilidad del ya no valiente guerrero. Como es posible, se dijo en vos alta, que no cumpla con
su deber, la razón por la que existe, lo que espero de él y no me libere de la torre. Por algún tiempo
la idea de ella marcharse de la torre cuando el dragón se iba, le rondó la cabeza con ahínco, no
esperaría a ningún guerrero que la salvara y se salvaría ella misma, pero en ves de salir corriendo,
comenzaba a culpar al guerrero por no cumplir su deber, por no hacer lo que se espera, por su falta
de responsabilidad. Es su deber salvarme y la mía esperar, decía la enojada princesa mientras cruzaba
sus brazos.

Del dragón no se volvió a saber, al parecer se fue a las montañas del norte, del guerrero se supo que
se casó con una tejedora de sombreros, y de la princesa cautiva en la torre que tanto anhelaba su
libertad, envejeció mirando por la ventana y murió. Algunos dicen que la culpa es de ella, por andar
esperando a que otros hicieran lo que ella debía hacer, otros culpan al guerrero, que nunca supo su
misión y no falta el que culpa al dragón por dejar la torre y abandonar lo que sin duda ya no tenía
sentido. (Silencio, este es un mensaje oculto, escribe a mi WhatsApp y ganaras un dulce de tu
elección para cuando nos volvamos a ver, y gracias por leerme)

Es natural hacerse una opinión de lo leído, una postura con la elección de una idea frente a la princesa,
al guerrero y al dragón, un juicio de valor frente a lo debido, a lo correcto y esperado, una respuesta
a lo que debería hacer cada uno de estos personajes, una enseñanza que nos lanza a pensar en el
reconocimiento de nuestro propio deber o la salida de la culpa y la excusa, cuando no es nuestro
menester aceptar lo que nos pertenece.

Alexander Vera

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