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ANALES DE LITERATURA CHILENA

Año 2, Diciembre 2001, Número 2, 15-34

LA CONQUISTA DE CHILE O LA ENCRUCIJADA DISCURSIVA


ENTRE HISTORIA Y LITERATURA1

Elena Calderón de Cuervo


Universidad Nacional de Cuyo

DESLINDES PRELIMINARES

Cuando uno se ubica, frente a la lectura de los primeros escritos de la historio-


grafía hispanoamericana, en la posición de un lector, por decirlo de alguna manera,
literario, el autor, su mundo y sus intereses cobran, respecto del sentido final del
texto elegido, una importancia principalísima. “El autor –dice Pedro Luis Barcia 2–
es un factor determinante y obvio para la existencia de la obra” y el prurito de reca-
bar en él es, pues, un “prejuicio” literario.
Si se acepta que toda obra es generada dentro del ámbito de la circunstancia
contextual de su autor con el solo propósito de volver a ella para resignificarla, este
principio es mucho más evidente cuando la obra en cuestión propone un compromi-
so expreso respecto de ese momento histórico del cual emerge y al cual, por razones
expresas también, se propone otorgar un sentido. Así entonces, siguiendo a Barcia
“toda historiografía (...) supone una teoría y exige el ejercicio de una actitud crítica.
De otra manera no hay historia literaria –o historiográfica, agregaríamos nosotros–
posible coherente y fundada, ya que el material que historiamos nos interesa en rela-
ción con valores que estimamos en él”.

1
Este trabajo fue presentado en las Jornadas de Literatura Colonial del Cono Sur
organizadas por el Centro de Estudios Iberoamericanos de la UCA, en noviembre de 2001.
2
Historia de la historiografía literaria argentina. Desde los orígenes hasta 1917. Buenos
Aires: Ediciones Pasco, 1999, p.11.
16 ELENA CALDERÓN

De acuerdo con esto podemos afirmar que así como la obra del Padre Mariana3
en los últimos años del quinientos ejerció una influencia esencial en el cambio de
óptica respecto de la historiografía española peninsular ya que, al decir de Benito
Sánchez Alonso 4 “interrumpe casi totalmente la composición de historias genera-
les” del período anterior, y no solo por el hecho de organizar el material histórico en
la forma cronológica de los anales sino por la incorporación de una retórica que
eliminó casi totalmente la posibilidad de “superar la maestría del famoso jesuita”, si
esto es así, entonces, es al Padre Bartolomé de Las Casas a quien habrá que atribuir
un cambio radical en la manera de estructurar la retórica de la historiografía sobre la
conquista de América.
Conviene recordar que la Retórica está en la base de la organización de todo
el canon histórico-literario hispanoamericano. Esta presencia de la Retórica en toda
la producción escrita se da ya en el mundo clásico pagano pero se vuelve preemi-
nente con el cristianismo. Así, es fundamental su presencia en la Baja y Alta Edad
Media ya que se asocia con un discurso que lleva implícito esa condición propagan-
dística del Evangelio: la evangelización es la nueva fórmula de la persuasión.
Las condiciones doctrinales dadas por la Contrarreforma, con las que se inau-
gura el Nuevo Mundo, dan un particular estímulo a la retórica en América: ésta se
erige no solo como el arte del bene dicendi sino del vere dicendi, y la verdad, que
adopta un sentido unívoco para todos los órdenes del saber, es aquella contenida en
la revelación y, además, es la misma que se constituye como causa final de todo
conocimiento. Resulta impensable, para ese momento, la fractura del “criterio” de
verdad pertinente a cada disciplina que se impondrá a partir de los postulados
cientificistas del positivismo.
Esta configuración de la verdad es, pues, la responsable, a nivel del discurso
historiográfico hispanoamericano de, al menos, dos aspectos fundamentales: la pre-
sencia textual de la primera persona como único testimonio válido de la verdad que
se transmite y una particular inflexión de la inventio. De acuerdo con este segundo
aspecto, la poesía admitirá lo mitológico tanto como la historia lo maravilloso. No
obstante, esta presencia de lo mitológico o lo maravilloso se permite siempre y cuan-
do no traicione la doxa ni la credibilidad de la recepción, de manera tal que la inventio
habrá que entenderla en relación con el ethos, es decir, con el sentido paradigmático

3
Son obras de Juan de Mariana, entre otras, De rege et de regis institutione (Toledo, 1599)
y su fundamental Historiae de rebus Hispaniae libri XXX (Toledo, 1592), traducida por él
mismo al castellano como Historia general de España (Toledo, 1601).
4
“La literatura histórica en el siglo XVII”, en Guillermo Díaz Plaja, Historia General de
las Literaturas Hispánicas. T. III. Barcelona: Edit. Barna, 1953, p. 352.
LA CONQUISTA DE CHILE O LA ENCRUCIJADA DISCURSIVA... 17

y apologético sobre el que está montada toda la producción historiográfica del mo-
mento.
Así entonces, desde la Retórica se propone un protocolo de escritura que es-
tablece una cierta dispositio, respecto de la enunciación tanto como de la formalización
de la argumentación y, a su vez, un protocolo de lectura, es decir, un “chequeo” de la
interpretación que da lugar al comentario o exégesis de los textos (siempre a cargo
de esa misma primera persona) a la manera y bajo el modelo de la hermenéutica
bíblica: es exactamente esto lo que hace Bartolomé de Las Casas cuando refunde e
interpreta los textos colombinos.
América surge de una manera mágica, milagrosa o providencial ante los ojos
desconcertados del Viejo Mundo. España que parece ser la dueña del “billete sortea-
do”, está demasiado absorta en la Reconquista y en la lucha contra el Islam y eso
despierta la codicia de los otros reinos europeos: las pretensiones no se hacen espe-
rar y suscitan una de las disputas jurídico-histórico-teológico-políticas más abun-
dante que registra la Historia. A esta disputa contribuyeron ampliamente los escritos
del padre Las Casas, quien respondía a un equipo que atacó el sistema del gobierno
español en Indias para reemplazarlo por otro de fabricación dominicana. A su vez,
las terribles acusaciones del clérigo, testigo “excepcional” de la “destrucción de las
Indias”, eran una baza política a la que jugaban, sin duda también, los Colones 5 para
desacreditar a sus opositores y muy especialmente a la camarilla de Fonseca.
De la transcripción que hace Las Casas del Diario de Navegación del Primer
Viaje hemos extraído el siguiente texto:

Puestos en tierra vieron árboles muy verdes y aguas muchas y frutas de diver-
sas maneras. El Almirante llamó a los dos capitanes y a los demás que saltaron
en tierra, y a Rodrigo de Escobedo escrivano de toda el armada, y a Rodrigo
Sánchez de Segovia, y dixo que le diesen por fe y testimonio cómo él por ante
todos tomava, como de hecho tomó, possessión de la dicha isla por el rey e por
la Reina sus señores, haziendo las protestaçiones que se requerían, como más
largo se contiene en los testimonios que allí se hizieron por escripto. Luego se
ayuntó allí mucha gente de la isla. Esto que se sigue son palabras formales del
Almirante en su libro de su primera navegaçión y descubrimiento d’estas In-
dias. “Yo”, dize él, “porque nos tuviesen mucha amistad, porque cognosçí que

5
Sobre la amistad de Las Casas y Diego Colón, hijo primogénito del Navegante, no hace
falta extenderse en aclaraciones. Basta leer la Historia general escrita por el fraile, para tener
una detallada información sobre su relación, amistad e intereses con los Colones y su causa.
18 ELENA CALDERÓN

era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra sancta fe con amor que no
por fuerça (...) 6

Muchos son los datos que aporta este breve párrafo: la captación de esa tierra
paradisíaca al primer vistazo, la toma de posesión de la tierra, la mención de los
testigos y los documentos que lo prueban (lítote de por medio), la bondad natural del
nativo y sus condiciones para ser evangelizado “con amor que no por fuerça”. Se
puede advertir sin esfuerzo una unidad de sentido entre esta versión de Las Casas y
la Brevíssima relación de la destrucción de las Indias, escritas ambas en Santo Do-
mingo entre los años 1540 y 1546 7. La Brevísima... contrapone, al tópico del “buen
natural” “estas universas e infinitas gentes, a todo género Dios crió lo más simples,
sin maldades ni dobleces, obedientísimas, fidelísimas (...), más humildes, más pa-
cientes, más pacíficas y quietas (...) sin rencores, sin odios, sin desear venganzas que
hay en el mundo” 8; el de la denostación del conquistador que “como lobos y tigres y
leones crudelísimos de muchos días hambrientos” a “estas ovejas mansas y de cali-
dades susodichas”, “otra cosa no han hecho (...) y hoy en este día lo hacen, sino
despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las
extrañas y nuevas y varias y nunca otras tales vistas ni leídas y oídas, maneras de
crueldad” 9. Resulta obvio que la publicación del epítome –1552– viene a responder

6
Diario del Primer Viaje. Copia de fray Bartolomé de Las Casas (BN, Ms Vitr. 6). Versión
de Consuelo Varela: Cristóbal Colón. Textos y Documentos completos. Madrid: Alianza, 1982,
p. 30. Son muchos los críticos que señalan la injerencia de las Casas en la documentación
colombina. Alain Milhou (Colón y su mentalidad mesiánica en el ambiente franciscanista
español. Edit. por Cuadernos Colombinos,Valladolid, Sem Americanista, 1983, nº11), algo
apunta al señalar, en la documentación colombina, la aparición del dominico Fray Gaspar
Gorricio que se convierte en su nuevo confesor. Por otra parte, el hecho de que escaseen los
originales de un hombre tan amigo de la pluma como Colón, nos hace, automáticamente,
desconfiar de los apógrafos. No se trata de suponer que se haya alterado el texto original de los
‘Diarios’, de los cuales, extraña casualidad, ni siquiera nos ha llegado una mala copia (Cfr.
Elena Calderón de Cuervo. El Discurso del Nuevo Mundo: entre el mito y la Historia. Mendoza:
UNC, 1990).
7
La redacción de la Brevíssima es inmediatamente posterior a la obra de Francisco de
Vitoria (1539) y al fracaso del experimento de Vera Pax. Entre la fecha de producción del
epítome y la de su publicación en Sevilla en 1552, median los levantamientos del Perú y las
Juntas de Valladolid.
8
Brevíssima relación de la destrucción de las Indias. Edición de Jaime Concha, Santiago
de Chile: Edit. Nascimento, 1972, p. 28.
9
Idem, p. 29.
LA CONQUISTA DE CHILE O LA ENCRUCIJADA DISCURSIVA... 19

a la Apología 10 de Juan Ginés de Sepúlveda, en la que justificaba la guerra contra la


idolatría, en tanto que Las Casas insiste que “los cristianos una ni ningunas nunca
tuvieron justa [guerra] contra los indios, antes fueron todas diabólicas e injustísimas
y mucho más que ningún tirano se puede decir del mundo, y lo mismo afirmo de
cuantas han hecho en todas las Indias”11.
Con la Historia General de las Indias y la Apologética Historia Sumaria se
completa el sentido de los tropos implementados por Las Casas: en el devenir provi-
dencial de la Historia hay dos personas predestinadas por Dios para altísimas misio-
nes: Cristóbal Colón, para encontrar el Nuevo Mundo donde predicar el Evangelio y
él mismo, para convertirse en apóstol y protector universal de los indios12.
No es del caso aquí profundizar sobre la retórica implementada por Las Ca-
sas, sino de recuperar los argumentos en virtud de los cuales sostiene su discurso y,
en este sentido, un tema surge dando significado y jerarquía a los otros: la idea de
apropiación, idea que emerge porque, “por las malas obras de los españoles, acorda-
ron de desamparar aquellos reinos y así quedaron sin lumbre y socorro de doctrina,
y aquellas ánimas en la oscuridad de ignorancia y miseria que estaban, quitándoles
al mejor tiempo el remedio y regadío de la noticia y conocimiento de Dios, que iban
ya tomando avidísimamente, como si quitásemos el agua a las plantas recién puestas
de pocos días y esto por la inexplicable culpa y maldad consumada de aquellos
españoles” 13. A quienes “sólo les interesa el oro” y al punto tal que, no hallándolo
en algún lugar, exclaman “Dad al diablo tal tierra, vámonos, pues no hay oro (...)” 14:
el desamparo espiritual de las Indias, tan insistentemente señalado por el dominico,
reclamaba un protector.
Al arbitrio, entonces, de la apropiación como argumento dirimente, se orde-
nan los tópicos ya observados: la bondad natural del aborígen, la crueldad del con-
quistador, y la injusticia de la guerra; y todo esto unido bajo el signo de una enuncia-
ción en primera persona que se erige, no solo como testimonial válida –“item, soy
testigo y doy testimonio”– sino como único demandante autorizado ya que pide al

10
Apología o sobre las causas justas de la guerra fue publicado en 1550 en Roma y
justifica la guerra contra el Islam. Escribió Sepúlveda otro tratado Resumen sobre las cuestiones
que atañen a la guerra de los indios y otro ensayo titulado Controversias con Bartolomé de
las Casas que permanecieron inéditos hasta 1879 (Madrid).
11
Brevísima... p. 40.
12
De las Casas como “elegido de Dios” hablan ya los dominicos en una carta de 1517. Cfr.
M. Giménez Fernández (sin dato editorial) Bartolomé de Las Casas, Sevilla, 1953, p. 335-337.
13
Brevísima, p. 85.
14
Idem, p. 70.
20 ELENA CALDERÓN

príncipe Felipe, a quien va dirigido el epítome, “tenga a bien (...) suplicar y persua-
dir a Su Magestad que deniegue a quien las pidiere tan nocivas y destestables empre-
sas [ de conquista ], antes ponga en esta demanda infernal perpetuo silencio, con
tanto terror, que ninguno sea osado desde adelante ni aun solamente se las nom-
brar”15.
La denuncia lascasiana produce, entonces, un patrón discursivo que impone
su pautas en la historiografía hispanoamericana, ya sea para refutarla, como para
seguirla y genera un diálogo de doble pendiente, pero que va a mantener la misma
fórmula:

Cuando yo supe lo que escribía el de Las Casas, tenía queja de los del Consejo
porque consentían que tal cosa se imprimiese. Después, bien mirado, vi que la
impresión era hecha en Sevilla al tiempo que los navíos se querían partir, como
cosa de hurto y mal hecho. Y creo que ha sido cosa permitida por Dios y para
que se sepan y respondan a las cosas del de Las Casas, aunque será con otra
templanza y caridad, y más de lo que sus escripturas merecen, porque él se
convierta a Dios y satisfaga a tantos como ha dañado y falsamente infamado y
para que en esta vida pueda hacer penitencia, y también para que V.M. sea
informado de la verdad y conozca el servicio que el capitán D. Hernando Cor-
tés y sus compañeros le han fecho, y la muy leal fidelidad que siempre esta
Nueva España ha tenido a V.M., por cierto dina de remuneración16.

Así responde, en 1555, fray Toribio Paredes de Benavente, llamado Motolinía,


con una carta al emperador Carlos V, dando origen a esa copiosísima dialéctica
historiográfica a la que nos hemos referido.

LA CONQUISTA DE ARAUCO

Don Diego Barros Arana, en su Historia Jeneral de Chile 17, al hablar de los
historiadores primitivos de la Conquista de Chile, dice en nota a pie de página que,

15
“Prólogo del Obispo don Fray Bartolomé de Las Casas, o Casaus, para el muy alto y muy
poderoso señor el Príncipe de las Españas, Don Felipe, Nuestro Señor”. Tanto este “Prólogo”
como el “Argumento” no están fechados, pero parecen haber sido redactados al momento de
su publicación en Sevilla.
16
Carta de Fray Toribio de Motolinía al Emperador Carlos V. Enero, 2 de 1555. En
Historia de los Indios de la Nueva España. Estudio crítico, apéndices, notas e índice de
Edmundo O’Gorman. México: Porrúa, 1979, p. 216.
17
Historia Jeneral de Chile. Santiago: Rafael Jover, Editor, 1884. T. II, capítulo XXII, p. 265.
LA CONQUISTA DE CHILE O LA ENCRUCIJADA DISCURSIVA... 21

habiendo dado ya, en los capítulos anteriores, “noticia por medio de notas, de los
libros i autores que incidentalmente han tratado de los primeros tiempos de la histo-
ria de Chile (...) en el presente capítulo vamos a hacer un examen un poco más
detenido de los antiguos escritores que por haberse consagrado especialmente a dar
a conocer esos tiempos, merecen que se los denomine historiadores primitivos de
Chile” y en los cuales desea “establecer el grado de confianza que merece cada uno
de ellos”; y luego de señalar, en primer término, a Gonzalo Fernández de Oviedo y
Pedro Cieza de León como “dos distinguidos cronistas que en América habían recojido
buenos informes sobre los primeros sucesos de nuestra historia”, cita, en segundo
lugar, a Francisco López de Gómara, cuyas noticias acerca de Chile “revelan el más
completo desconocimiento acerca de nuestro pais”, y, por último, a Agustín de Zárate,
quien amplió estas noticias con “algunos datos mas o menos vagos e inexactos acer-
ca de la jeografía”, para afirmar –tras una brevísima referencia a dos escritores ex-
tranjeros, Jerónimo Benzoni y Levinio Apolonio– que “La Araucana de don Alonso
de Ercilla es la primera historia de Chile en el orden cronolójico”. Se destacan, tras
una breve y curiosa referencia a La Araucana de Diego de Santisteban Osorio, la
Historia de Chile de Alonso de Góngora Marmolejo, escrita entre los años 1572 y
1575; la Crónica de Pedro Mariño de Loberas y la revisión que de esta crónica hizo,
el padre jesuita Bartolomé de Escobar; El Arauco domado de Pedro de Oña, “el
primero de los poetas de Chile”, y el libro de los Hechos de don García Hurtado de
Mendoza, cuarto marqués de Cañete de Cristóbal Suárez de Figueroa. Esta enume-
ración de las fuentes primitivas, admite al menos dos presupuestos en la concepción
de la verdad historiográfica que Barros Arana esgrime: el primero, es el “grado de
confianza” o la falta de conocimiento de la documentación anterior a la epopeya de
Ercilla, constituida por las Cartas de Pedro de Valdivia y la Crónica de Jerónimo de
Bibar. El segundo es la adhesión al cambio radical de sentido que el imaginario
literario de La Araucana impuso en la historia de la conquista del Arauco.
Barros Arana no desconoce en absoluto las Cartas de Valdivia ni menospre-
cia el valor de este tipo de documentos, ya que, en el Capítulo V de esta Historia,
denominado “Valdivia: su entrada a Chile: fundación de Santiago (1539-1541)”,
dice en nota a pie: “las cartas i memoriales dirijidas al rei por estos diversos funcio-
narios, aunque ordinariamente apasionadas por uno o por otro de los contendores,
son documentos del más alto interés para la historia”18. En el mismo capítulo se
destacan las Instrucciones redactadas por Valdivia en oportunidad de ser nombrado
teniente gobernador de Chile, y agrega en nota a pie de página: “estas instrucciones,
que contienen una reseña bastante minuciosa de toda la conquista de Chile, y que

18
Idem. T. I, p. 203.
22 ELENA CALDERÓN

por tanto ratifican i completan las noticias que contienen las Cartas de Valdivia, se
conservan orijinales en el Archivo de Indias, donde las descubrí en 1859”19. Y, más
adelante, cuando Barros tiene que dar a entender la situación particular en la que se
inicia la conquista de Chile, cita un párrafo de la Carta de Valdivia a Carlos V del 4
de setiembre de 1545:

No había hombre que quisiese venir a esta tierra, i los que más huían de ella
eran los que trujo el adelantado don Diego de Almagro, que como la desampa-
ró, quedó tan mal infamada, que como de la pestilencia huían de ella. Aún
muchos que me querían bien i eran tenidos por cuerdos, no me tovieron por tal
cuando me vieron gastar la hacienda que tenía en empresa tan apartada del
Perú, i donde el adelantado no había perseverado habiendo gastado él i los que
en su compañía vinieron más de quinientos mil pesos de oro”.

Comenta, Barros Arana, este pasaje de la siguiente manera:

En su deseo de completar filas, Valdivia habría enrolado a todos los que hubie-
sen querido hacer la campaña de Chile sin cuidarse mucho de averiguar sus
antecedentes; pero a pesar de su decidida voluntad, a fines de 1539 sólo había
podido reunir ciento cincuenta hombres. Cuatro años antes, Almagro había
contado bajo sus banderas algunos afamados capitanes i más de quinientos
guerreros, no sólo porque poseía recursos mucho más abundantes i, al parecer,
inagotables, sino porque el país que iba a conquistar estaba revestido del prestijio
de riqueza de que habían sabido rodearlo los indíjenas. Los contemporáneos
que comparaban uno y otro ejército, el de Almagro i el de Pizarro, los que
recordaban que el primero de éstos había renunciado, sin embargo, a la con-
quista de Chile por ser un país donde no había cómo “dar de comer a cincuenta
vecinos”, según la expresión vulgar de aquella época, debieron creer que la
empresa de Valdivia era una insensata temeridad, i que antes de muchos meses
los soldados de éste habrían perecido de hambre o vuéltose al Perú arruinados
por las miserias i los padecimientos de una expedición tan descabellada”

Respecto de este pasaje, cita nuestro historiador la nota que Fernández de


Oviedo hace en su Historia General dando cuenta de los aprestos de Valdivia: “Tam-
bién vino allí a los Reyes uno que se decía Valdivia, a hacer jente para ir a poblar a
Chile; más se cree que con la que de allí llevaría, no lo poblará”, y comenta a conti-
nuación Barros: “si la muerte no lo hubiera sorprendido a Oviedo en 1557 (...) habría
tenido que correjir este pasaje para hacer constar que este que se decía Valdivia,

19
Idem. T. I, p. 209, nota a pie, nº 8.
LA CONQUISTA DE CHILE O LA ENCRUCIJADA DISCURSIVA... 23

había llevado heroicamente a cabo su empresa con aquel puñado de aventureros que
había reunido con tanta dificultad” 20.
De orgulloso, rígido y marcado por una “desmedida ambición” tilda Barros
Arana a Valdivia, y a este último defecto atribuye la idea de expandir la capitanía
hacia el sur, fundando Concepción y estableciendo estratégicamente los fuertes de
Tucapel y Purén. Quizá las últimas palabras del historiador sobre la personalidad del
conquistador confirmen la perspectiva desde la cual fabrica su juicio:

Creemos que el vasto caudal de noticias que en ellos hemos agrupado, pone al
lector en situación de formarse un juicio exacto acerca de éste hombre singular,
en que se aunaban las grandes dotes de colonizador i de jeneral, con los defec-
tos inherentes a su condición de soldado, a la soberbia que creó en su ánimo su
rápida elevación, i más que todo al medio social en que vivió, entre los capita-
nes de la conquista, tan audaces en los combates como poco escrupulosos en la
ejecución de sus planes, tan astutos i sagaces en el gobierno i en la guerra como
groseros en su codicia i en su ambición. Juzgados a la luz de los progresos de la
moral, el historiador no puede dejar de ser severo con Valdivia. Considerado
comparativamente con el mayor número de sus contemporáneos, Valdivia debe
ser estimado como uno de los más hábiles, de los más audaces i de los más
grandes entre los conquistadores de América”21.

¿Es también esa “luz de los progresos de la moral” la que induce al historia-
dor a reducir a cero el “grado de confianza” de la documentación del Conquistador?
El otro documento al que hemos hecho referencia es la relación de Jerónimo
de Bibar, señalada por Barros Arana como una “crónica desgraciadamente descono-
cida, i que quizás tenía un alto interés histórico”. Es muy probable que Barros desco-
nociera la Crónica y relación copiosa y verdadera del reyno de Chile, ya que su
primera edición es de 1966, hecha por el Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio
Medina a partir de un texto paleografiado por Irving Leonard, quien lo encontró en
la Newberry Library de Chicago22. Más aun, propone la hipótesis de que Jerónimo
de Bibar no fuera más que un seudónimo, tras el cual se ocultaría Juan de Cardeña,
secretario de Valdivia23. De todas maneras, aun cuando esta crónica fue editada casi

20
Idem, pp. 210-211 y nota nº 11.
21
Idem, p. 439, nota nº 34.
22
Hay una segunda edición hecha por Leopoldo Sáez-Godoy en Berlín, en el año 1979.
23
Sergio Villalobos, en el Prólogo al trabajo de Mario Orellana Rodríguez (La Crónica de
Gerónimo de Bibar y la Conquista de Chile. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1988)
despeja esta hipótesis, dando por supuesto que Bibar cumplía funciones en la secretaría del
24 ELENA CALDERÓN

un siglo después que la Historia de don Diego Barros, es un documentos conocido y


citado por otros historiadores muy importantes, anteriores a él, como Antonio de
León Pinelo –citado, también, por Barros24– quien la mencionó en su famoso Epíto-
me de la biblioteca Oriental y Occidental Náutica y Geográfica de 1629. Otro autor,
de mediados del siglo XVII, que utiliza este documento es el padre jesuita Diego de
Rosales, autor de la Historia General del Reino de Chile, Flandes Indiano.
Es evidente que Bibar toma como texto de referencia para la redacción de su
crónica, las Cartas que redactó el capitán Pedro de Valdivia, entre 1540 y 1552 de
las cuales traspone, inclusive, párrafos enteros idénticos. Dice al respecto Mario
Orellana:

Estas cartas fueron, rigurosamente, informes de lo acontecido en Chile y dirigi-


das a las autoridades españolas tanto del Perú como de España, incluyendo al
rey. Así, nos parece que las epístolas de Valdivia, primer gobernador y pobla-
dor de Chile, pueden considerarse una especie de introducción a la historia de
Chile de los años 1540 a 1552. El conjunto de las cartas es prácticamente una
crónica, como la de Bibar, Góngora Marmolejo y Mariño de Lobera, aunque
menos “copiosa” y, tal vez, menos objetiva. En especial la crónica de Bibar,
(...) se relaciona profundamente con las cartas del conquistador Valdivia; sin
ellas no se explica el ordenamiento cronológico y la organización que le dio
Bibar a su texto 25.

De esa estrecha relación de Bibar con Valdivia, “a quien seguí y aún le serví
hasta lo último de sus días”, surge la precisión de muchos temas: el trayecto de
Valdivia entre el valle de Elqui y el del Mapocho, las complicadas maniobras para
dominar la región central luego de la fundación de Santiago, el retrato pormenoriza-
do del cacique Michimalonco, la traición y el protagonismo de Lautaro en el levan-
tamiento de Tucapel y la elección de Teopolicán o Caupolicán, entre otros, pero de
tal manera que todos los temas confluyen en la figura central y heroica del capitán
Pedro de Valdivia. Así entonces, Bibar, apoyado en su propio testimonio, “yo por
mis ojos vi y por mis pies anduve y con la voluntad seguí”, y por lo que “conoció por

Conquistador “y, como si eso fuese poco, dos siglos más tarde, el cronista Vicente Carvallo y
Goyeneche, que tuvo acceso a documentos hoy desconocidos, en una nota perdida menciona
a Bibar como “secretario de la capitanía general” y a Cardeña como escribano de gobierno”
(p. 14).
24
“León Pinelo dice expresamente que él poseía en su biblioteca el manuscrito de esta
crónica i aún la cita varias veces” (p. 293, T.I).
25
Mario Orellana Rodríguez. Op. cit., p. 19.
LA CONQUISTA DE CHILE O LA ENCRUCIJADA DISCURSIVA... 25

información y relatos de otros que vieron lo sucedido”, determinó “escrevir y poner


por memoria de los hechos eroycos” dando cuenta de los “travaxos, cansançios y
frios” que “por ningún motivo deben olvidarse” de cuando los “españoles venieron a
estas tierras a descubrirlas, conquistarlas, poblarlas y sustentarlas”. De tal manera
que el criterio de verdad, sobre el cual está montada toda su historia y como ocurre
con los otros cronistas de estos primeros tiempos –Bernal Díaz del Castillo, por
ejemplo–, habrá que entenderlo en relación con la idea de la fama, acorde con el
tono demandante que atraviesa toda la obra y que viene a sostener un discurso jurí-
dico puesto en funcionamiento en virtud de aquella denuncia levantada por Las Ca-
sas 26. A este fin contribuye también la pormenorizada relación que Bibar hace de la
evangelización de aquellos indios.
A partir de la crónica de Alonso de Góngora Marmolejo, Historia de todas las
cosas que han acaecido en el reino de Chile y de los que lo han gobernado 27 se
produce una vuelta de tuerca en la interpretación del relato historiográfico de la
conquista. Este cronista llega a Chile en 1549, posiblemente en el mismo barco que
trae a Valdivia de regreso del Perú y el mismo año que llega Jerónimo de Bibar.
Dedica la obra a don Juan de Ovando, presidente del Real Consejo de Indias y dice,
en el Prólogo que como “nadie ha escrito” en prosa sobre los “trabajos e infortunios”
que han sucedido en el reino de Chile. Además “don Alonso de Arcila, caballero que
en este reino estuvo poco tiempo en compañía de don García de Mendoza, escribió
algunas cosas acaecidas en su Araucanía” en “buen estilo”, pero no muy “copiosa”,
él se propone contar “desde el principio hasta el día de hoi, no dejando cosa alguna
que no fuese a todos notoria”.
La primera parte de La Araucana llegó a Chile en 1571, y es probable que
luego de leerla, Góngora iniciara la redacción de su crónica que terminó, poco antes
de morir, en 1575. En esta obra no se hace el panegírico de ninguno de los conquis-
tadores sino que, ampliando el relato de Ercilla –sobre todo el de los dos primeros
cantos del poema– se propone exaltar la “defensa heroica” que los aborígenes de
Chile, esta “jente desnuda, bárbara y sin armas”, hacen de lo que consideran su
tierra. Resulta inadmisible la idea de que estas comunidades indígenas, básicamente

26
No estoy inclinada a admitir, como hace Victor Frankl y otros autores después de él, el
hecho de que se atribuya esta actitud a un rasgo evidente de “hombres del Renacimiento”. Si
bien es cierto que nadie escapa a su tiempo, la fama, en estos primeros historiadores viene a
constituirse como principal argumento que en defensa de sí mismos los conquistadores esgri-
mían en el proceso de oficio que se les seguía una vez concluida su gestión.
27
En la Colección de Historiadores de Chile (1862) esta obra figura en el Tomo II como
Historia de Chile desde su descubrimiento hasta el año 1575.
26 ELENA CALDERÓN

recolectoras en su modo de vida, tuvieran noción de una herencia territorial y apela-


ran a la guerra en su defensa y no en función de un instinto de venganza como queda
claro en la crónica de Bibar. Su desplazamiento hacia los valles boscosos de la cor-
dillera del sur es muy probable que se debiera, como fue ocurriendo en otros lugares
de América, a la penetración española 28.
El otro documento que nos interesa resaltar es el de Pedro Mariño de Lobera,
Crónica del Reino de Chile, reescrita por el padre jesuita Bartolomé de Escobar, a
pedido de don García Hurtado de Mendoza. En este texto resulta importante desta-
car dos aspectos fundamentales: en primer lugar, la historia está dedicada entera-
mente a don García Hurtado, virrey del Perú y antiguo gobernador de Chile y, en
segundo lugar, aparecen al servicio de la inventio, toda una serie de intervenciones
divinas en el combate contra los indígenas. Estos aspectos revelan dos punto esen-
ciales que van a ir estructurando la redacción historiográfica posterior, particular-
mente la que se conoce como Crónica de Convento y que es la que va a reseñar todo
el siglo XVII: la incorporación de lo maravilloso como argumento de persuasión en
la lucha contra la idolatría indígena y el reemplazo del tono demandante por el apo-
logético en el rescate de la fama del héroe central, lo que revela a las claras que la
denuncia lascasiana ha cedido en su virulencia.
Tanto Góngora Marmolejo como Mariño de Lobera-Escobar toman como
punto de referencia inicial el poema de Ercilla y, en rigor, los datos históricos conte-
nidos en La Araucana son muy pocos. Ercilla empieza a ser parte y testigo de la
guerra en la estrofa 20 del canto XVI y se retira de ella en la estrofa 37 del canto
XXXVI. Hay que descontar de estos versos las digresiones históricas (como las
batallas de San Quintín y Lepanto), geográficas, novelescas (el largo relato de la

28
No se quiere significar con esto que las migraciones se hicieran en forma violenta y
rápida, ni que los indios de la zona central fueran los mismos que los de la zona austral. Sobre
este punto, tanto Bibar como Ercilla se explayan en la descripción de los pormocaes o
promaucaes del Maule y su “provincia” que comienza a siete leguas de Santiago, en un lugar
llamado Angostura. Ercilla distingue, además, con precisión entre los promaucaes y los
araucanos:
Los indios promaucaes es una gente
que está cien millas antes del Estado,
brava, soberbvia, próspera y valiente,
que bien los españoles la han probado;
pero con cuanto digo, es diferente
de la fiera nación, que cotejado
el valor de las armas y excelencia,
es grande la ventaja y diferencia.
LA CONQUISTA DE CHILE O LA ENCRUCIJADA DISCURSIVA... 27

verdadera historia de Dido y Eneas) y las reflexiones, moralizantes o no, que funcio-
nan como exordio de los distintos cantos. El volumen de lo atestiguado por el poeta
queda, entonces, bastante reducido, acorde con el año y medio que duró su guerra
araucana: en el canto XV hace referencia a su desembarco en Coquimbo y su arribo
a La Serena, para luego continuar, por mar, hasta Concepción, donde se enfrentan a
un terrible temporal (c.XVI). Narra, luego, la batalla de Penco (c. XXI) a la que hace
coincidir con el asalto de la plaza fuerte de San Quintín, el 10 de agosto de 1557. En
esta batalla describe el enfrentamiento con el cacique Tucapel, la prisión y castigo
de Galvarino, el triunfo de los españoles y su posterior entrada al estado del Arauco
(c. XXII). En este punto se interpola la victoria naval de los cristianos en Lepanto (c.
XXIV) para relatar, a continuación, la gran batalla de Millarapué y el desafío de
Caupolicán (c. XXV-XXVI). Posteriormente se describe el combate entre Tucapel y
Rengo (c.XXVIII y XXIX) y el frustrado asalto de Caupolicán (c.XXXI-XXXII).
Prosigue la narración de la historia de Dido y Eneas y se menciona la prisión de
Caupolicán (c.XXXIII), y su “miserable muerte” (c. XXXIV). Hace un recuento
prolijo de la expedición hacia el sur de Chile (XXXV), las penurias del viaje, el
arribo a la isla de Chiloé (c.XXXVI) y su posterior embarque en la Imperial rumbo a
España. Concluye el poema con una reflexión sobre la guerra justa y la campaña
militar del rey Felipe II a Portugal (c.XXXVII).
Como se puede ver, sobre la base de este relato autobiográfico, Ercilla monta
toda la máquina épica de su poema. Si, desde una perspectiva literaria esto es per-
fectamente aceptable, desde la honorable posición historiográfica sobre la que se lo
ha querido encumbrar surge un aspecto que habrá que resaltar por encima del débil
tejido histórico que amalgama el poema: hay, pues, una secuencia de tópicos retóricos
hábilmente expuestos por Ercilla y que giran el “juicio moral” de los aspectos histó-
ricos involucrados.
El primer aspecto que se impone señalar es, nuevamente, el uso de la primera
persona, protagonista y testigo a un tiempo, que va narrando los acontecimientos a
medida que van sucediendo: “y así, el [tiempo] que pude hurtar, le gasté en este
libro, el cual, porque fuese más cierto y verdadero, se hizo en la misma guerra y en
los mismos pasos y sitios, escribiendo muchas veces en cuero por falta de papel” 29 y
sobre la cual recae la veracidad de lo narrado: “es relación sin corromper sacada / de
la verdad cortada a su medida” 30. Actitud esta que se confirma en las octavas 69, 70
y 71 del canto XII para concluir:

29
Prólogo a La Araucana (Madrid: Clásicos Castalia, 1979. Edición, introducción y notas
de Marcos Morínigo e Isaías Lerner), T. I, p. 121.
30
Idem, c.I, p. 128.
28 ELENA CALDERÓN

(...) irá la historia más autorizada:


podré ya discurrir como testigo
que fui presente a toda la jornada,
Pisada en esta tierra no han pisado
que no haya de mis pies sido medida
golpe ni cuchillada no se ha dado
que no diga de quien es la herida.
Y añade en la octava 73 que
va la verdad desnuda de artificio
para que más segura pasar prueba.

Esta primera persona, además de erigirse como testigo válido de los aconteci-
mientos que narra, se engalana con todos los atributos que la condición de caballero
de armas y letras imponía a la heroicidad del momento: es valiente, es piadoso con el
vencido: en este punto son muy elocuentes las secuencias con la india Tegualda, su
posición frente a la sentencia contra el cacique Galvarino: “me opuse contra algunos,
procurando / dar la vida a quien ya la aborrecía”(c. XXVI) y su ánimo de intervenir
en el ajusticiamiento de Caupolicán, entre otros episodios; es culto y a este fin están
orientadas las interpolaciones mitológicas y, especialmente, la transcripción senequista
de la historia de Dido. Es interesante ver cómo a medida que se va perfilando el
prototipo heroico autorreferencializado, esta perspectiva personal se constituye,
estructuralmente, como factor de cohesión de todos los aspectos implicados en el
poema. Hasta el último canto, que relata la intervención militar española en Portugal,
cobra sentido en virtud de este eje vertical impuesto por el sujeto de la enunciación.
Así entonces, al arbitrio de esa primera persona, se ordena el trayecto de te-
mas que la retórica de Ercilla impone con fines precisos:
El primero es, pues, la exaltación del indio, que va a surgir, no solamente de
aquello que se afirma:

Cosas diré también harto notables


de gente que a ningún rey obedecen,
temerarias empresas memorables
que celebrarse con razón merecen,
raras industrias, términos loables
que más los españoles engrandecen
pues no es el vencedor más estimado
de aquello en que el vencido es reputado31

31
Canto I, 2, p. 127.
LA CONQUISTA DE CHILE O LA ENCRUCIJADA DISCURSIVA... 29

Sino y principalmente, de la organización del imaginario indígena propuesto


desde el plano de una inventio netamente literaria: con este criterio se van presentan-
do los distintos arquetipos que alcanzan resonancia mítica, tales como el anciano y
prudente Colocolo:

Colocolo, el cacique más anciano,


a razonar así tomó la mano.
“Caciques del Estado defensores:
codicia de mandar no me convida
a pesarme de veros pretensores
de cosa que a mí tanto era debida:
porque, según mi edad, ya veis, señores,
que estoy al otro mundo de partida;
mas el amor que siempre os he mostrado,
a bien aconsejaros me ha incitado” 32

Si Colocolo es la trasposición del Néstor homérico, Tegualda es una suerte de


Antígona que busca entre los muertos del combate el cuerpo de su amado. Es por
demás elocuente y noble el diálogo de amor entre Lautaro y Guacolda antes de la
batalla de Tucapel:

El hijo de Pillán con lazo estrecho


los brazos por el cuello le ceñía;
de lágrimas bañado el blanco pecho
en nuevo amor ardiendo respondía:
“No lo tengáis, señora, por tan hecho,
ni turbéis con agüeros mi alegría
y aquel gozoso estado en que me veo,
pues libre en estos brazos os poseo”33
O la entereza y sabiduría de Caupolicán ante el patíbulo:
Que si esta mi cabeza desdichada
pudiera ¡oh capitán!, satisfacerte,
tendiera el cuello a que con esa espada
remataras aquí mi triste suerte;
pero deja la vida condenada

32
Canto II, 27-28, p.155.
33
Canto XIII, 48, p. 393.
30 ELENA CALDERÓN

el que procura apresurar su muerte,


y más en este tiempo, que la mía
la paz universal perturbaría34.

A la exaltada idealización del indígena corresponde como contrapartida la


denostación del conquistador quien, por su codicia, provoca el desamparo de la tie-
rra:

A Valdivia mirad, de pobre infante


si era poco el estado que tenía,
cincuenta mil vasallos que delante
le ofrecen doce marcos de oro al día;
esto y aun mucho más no era bastante
y así la hambre allí lo detenía.
Codicia fue ocasión de tanta guerra
y perdición total de aquesta tierra35.

Con García Hurtado de Mendoza los términos no son mucho mejores (“mozo
capitán acelerado”), pero podrían excusarse por una cuestión biográfica, ya que a
este capitán le debe Ercilla su condena y posterior destierro del Arauco. No obstante,
el tono denigratorio incluye a todo el cuerpo de conquistadores:

El felice suceso, la vitoria,


la fama y posesiones que adquirían
los trujo a tal soberbia y vanagloria,
que en mil leguas diez hombres no cabían,
sin pasarles jamás por la memoria
que en siete pies de tierra al fin habían
de venir a caber sus hinchazones,
su gloria vana y vanas pretensiones.
Crecían los intereses y malicia
a costa del sudor y daño ajeno
y la hambrienta y mísera codicia,
con libertad paciendo, iba sin freno36.

34
Canto XXXIII, 13, p. 351.
35
Canto III, 3, p. 174.
36
Canto I, 67-68, pp. 145-146.
LA CONQUISTA DE CHILE O LA ENCRUCIJADA DISCURSIVA... 31

El comentario o exégesis como función privativa de esa primera persona se


hace efectivo en La Araucana por medio de los exordios: es a través de esta figura
por la cual Ercilla juzga y determina la moral de los caracteres puestos en juego. A lo
que los conquistadores llaman ‘Fama’, el lo declara ‘Fortuna’:

Muchos hay en el mundo que han llegado


a la engañosa alteza desta vida,
que Fortuna los ha siempre ayudado
y dádoles la mano a la subida
para después de haberlos levantado,
derribarlos con mísera caída,
cuando es mayor el golpe y sentimiento
y menos el pensar que hay mudamiento37

Muchos son los temas que van desarrollando los exordios: el amor, la fideli-
dad conyugal, la piedad, la muerte y, muy particularmente y como cerrando el tra-
yecto de temas propuesto por Ercilla, el de la guerra justa que venía a insertarse
puntualmente en el ápice de la disputa generada por la denuncia de la Brevísima.
Hábilmente Ercilla no plantea el problema de la guerra justa en torno a la
Conquista sino a raíz de la invasión española a Portugal:

Canto el furor del pueblo castellano


con ira justa y pretensión movido,
y el derecho del reino lusitano
a las sangrientas armas remitido38;

Afirma, en este discurso, la legitimidad de la guerra como derecho natural:

La Guerra fue del cielo derivada


y en el linaje humano transferida,
cuando fue por la fruta reservada
nuestra naturaleza corrompida.

Pero deja establecidas las razones que impelen al uso de este derecho:

(...) por la guerra la paz es conservada


y la insolencia humana reprimida,

37
Canto II, 1, p. 147.
38
Canto XXXVII, 1, p. 391.
32 ELENA CALDERÓN

por ella a veces Dios el mundo aflige


le castiga, le enmienda y le corrige 39.

Para dar lugar a aquellas otras causas que la vuelven injusta:

Pero será la guerra injusta luego


que del fin de la paz se desviare,
o cuando por venganza o furor ciego
o fin particular se comenzare;

Una vez más, la interpretación del tópico surge del sentido completo de la
obra. La venganza y el “fin particular” son las causas que, según el poeta, mueven a
los conquistadores a ejecutar a Caupolicán, expresamente declaradas a través del
parlamento final que el cacique araucano dirige a Reinoso:

“Cuando mi causa no sea justa, mira


que el que perdona más es más clemente,
y si a venganza la pasión te tira,
pedirte yo la vida es suficiente;
aplaca el pecho airado, que la ira
es en el poderoso impertinente 40;
(...)
La paz común destruyes con mi muerte,
suspende ahora la espada rigurosa
debajo de la cual están a una
mi desnuda garganta y tu fortuna” 41

A MODO DE CONCLUSIÓN

No nos parece necesario aclarar que la batalla de Tucapel fue, en realidad, un


malón de diez mil araucanos contra el fuerte en el cual se sabía que estaba el Con-
quistador con solo cuarenta soldados. Que una vez iniciado el ataque, Lautaro, bau-
tizado con el nombre de Alonso por los españoles y criado como paje de Valdivia,
decide pasarse al bando indígena, a quien arenga y revela los flancos débiles de los

39
Idem, 2, p. 391.
40
Canto XXXIII, 9, p. 350.
41
Idem, 11.
LA CONQUISTA DE CHILE O LA ENCRUCIJADA DISCURSIVA... 33

españoles. Más aun, muchos historiógrafos coinciden en afirmar que es por inspira-
ción de Lautaro que se concibe la clase de suplicio que dará fin a la vida del Capitán,
ya que solo éste era el que podía conocer y admirar el vigor de los brazos del extre-
meño.
La ambición de oro era, además, un tema fácilmente rebatible en los conquis-
tadores de Chile: no había minas importantes en la región y la extracción del metal
se limitaba a los lavaderos. Por otra parte, la acuñación de monedas de oro propor-
cionaba el único circulante que se permitía en América y estaba, además, la imposi-
ción del quinto a la Corona que justificaba e impulsaba esta actividad.
Toda esta información formaba parte de la documentación del Consejo y eran
temas de dominio público en la Península. Hubiera sido muy difícil para Ercilla
proponer este cambio de interpretación en el imaginario de la conquista, de no haber
preexistido la formulación de aquel “protocolo de lectura” que impuso la retórica
lascasiana.
Hemos dicho, más arriba, que hay un tópico que los amalgama y justifica a
todos y es el de la apropiación. Es un tópico que surge tácitamente en el discurso
porque de hecho, ni Las Casas ni Ercilla podían erigirse en testigo y parte al mismo
tiempo.
Ahora bien, en el caso de La Araucana: ¿apropiación de qué y para quién? Es
evidente que el haber puesto “duro yugo por la espada” a la “cerviz de Arauco no
domada” constituía a los ojos de todos un hecho glorioso en sí mismo, hambriento
de honor y que la muerte prematura de Valdivia había dejado sin adjudicatario.
¿Para quién? pro domo sua, para sí mismo. Si con la publicación de la Prime-
ra Parte de La Araucana Ercilla obtuvo fama y hasta el matrimonio con doña María
de Bazán, la de la Segunda Parte le valió un cargo en la Cancillería de Felipe II, y si
bien la Tercera Parte no apareció sino póstumamente, consta que muchos de sus
episodios circulaban aisladamente por las cortes españolas.
Después de las consideraciones expuestas no parece exagerado afirmar que la
tesis voluntarista de la intención del autor, se halla en la literatura más próxima a la
aceptación del público que a la verdad de la obra. En este sentido, añadir a un hecho
histórico determinado todas las circunstancias aptas para lograr plenamente el obje-
tivo de una obra literaria ¿no equivale a inventar los incidentes de tal manera que no
haya una sola palabra que no se aplique al designio de producirlo?
34 ELENA CALDERÓN

RESUMEN / ABSTRACT

Este trabajo se propone recuperar el estado y las razones de la discusión historiográfica en las fuentes
iniciales de la Historia de la Conquista de Chile, que toman como patrón La Araucana de Ercilla,
responsable, a su vez, del cambio de valoración de ese imaginario ya señalado. Esta será la ocasión
para comprobar en un corpus textual determinado esa contraprestación de “servicios” entre la Histo-
ria y la Literatura como un fenómeno recurrente en la configuración de los orígenes de América.

THE CONQUEST OF CHILE AND THE DISCURSIVE CROSSROADS BETWEEN HISTORY AND LITERATURE

The purpose of this article is to revise the state of the historiographical discussion on the early sources
of the History and Conquest of Chile. These early sources follow the pattern established by Ercilla in
La Araucana, a work which conditioned a change in the valuation of that imaginary. This will provide
an opportunity to verify in a circumscribed textual corpus the exchange of “services” between History
and Literature as a recurrent phenomenon in the configuration of the origins of America.

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