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ESPECIALIZACIÓN EN DOCENCIA

UNIVERSITARIA

MÓDULO 1

LA ENSEÑANZA EN LA UNIVERSIDAD
PRESENTACIÓN GENERAL DEL MÓDULO I

Una de las prácticas de mayor responsabilidad social es la docente. Más aún, es


una de las prácticas que merecería mayor apoyo por parte de la sociedad. Nos
quejamos, no sin razón, del pobre lugar de nuestra profesión en la escala de la
consideración y en la escala de la distribución económica. El antiguo prestigio,
ganado palmo a palmo por generaciones de educadores, se ha estrechado con
fuerza. 1
Podría ampliar esas consideraciones, detenerme, por ejemplo, en los esfuerzos
dirigidos a lograr salarios adecuados, en el ritmo febril de multiplicación del
conocimiento, en el precio de los libros, en la escasa gratificación que suele
encontrar uno en el aula.
No lo haré. Todos conocemos lo conocido y todos vivimos situaciones que nos
gustaría cambiaran.
Prefiero otro camino para la reflexión: estamos aquí, en este espacio, en estas
aulas, con estos alumnos, con esta nuestra historia, con este tiempo y estos
recursos. El aquí significa nuestra condición de educadores. A pesar de textos y
contextos, de sabores y sinsabores, prestigios y desprestigios, nuestra condición es
la de seres que han elegido de por vida la tarea de comunicarse con alguien para
promover y acompañar su aprendizaje.
Este primer módulo de la Carrera de Posgrado en Docencia Universitaria comienza
por nosotros. Y lo hace así porque una de las claves del aprendizaje es la relación
cercano lejano: el punto de referencia de cualquier práctica soy yo mismo en
primer lugar, nosotros, cada uno de ustedes.
Por eso lo hemos titulado: La Enseñanza en la Universidad. Aunque en realidad
debiéramos haberlo llamado “los enseñantes en la universidad”, o “los docentes”, o
“los educadores”. Mantengamos la expresión enseñanza. Si bien a lo largo de los
estudios insistiremos una y otra vez en el papel central del estudiante (cuyo
aprendizaje nos toca promover y acompañar), no podemos dejar de ver la práctica
desde nosotros mismos, desde nuestra condición de educadores. Hemos elegido de
por vida la tarea de enseñar, con todos los matices que reconozcamos a ese
término.
No hay enseñanza sin aprendizaje, no hay educación sin aprendiz. Recuerdo a un
profesor que jugaba con una posibilidad atroz: una universidad sin alumnos. “Sería
maravilloso, afirmaba, nos veríamos sólo entre nosotros, podríamos dedicar todo el
tiempo del mundo a investigar y a enriquecer el conocimiento”. No me he atrevido
a imaginar demasiado esos pasillos vacíos, esas aulas sin vida, esas pisadas de los
pocos privilegiados que gozarían de la más terrible de las soledades: la de la falta
de interlocución con los jóvenes.
Porque educar es comunicar y comunicarse. Y quien se comunica sólo con
sus pares termina por hablar con su espejo, con un diluido reflejo de su

1 La primera lectura que encontrará usted en la bibliografía de apoyo constituye un rico aporte
de Juan Manuel Escudero M., de la Universidad de Murcia. Me refiero a su material: “La
formación permanente del profesorado: cultura, contenidos y procesos”, publicado en Agenda
Académica, Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1998, Vol. 5, Nº 1. Se trata de un
documento que nos permite situarnos en lo que ha significado capacitarse y formarse como
universitario y lo que significa hacerlo en dirección a la pedagogía. La propuesta está en la
misma línea que venimos trazando en este Posgrado desde 1995.

2
voz. Los espejos tienen la virtud de la ilusión empobrecida, del juego de
narcisos que pronto envejecen de tanto mirar lo mismo.2
Nuestra práctica es de orden social: hemos elegido de por vida estar con y entre los
otros, para promover y acompañar su aprendizaje. Quien no soporta a los jóvenes,
quien no se entusiasma con ese vértigo del diálogo y la mirada, de la búsqueda
conjunta, ha equivocado su profesión.
Todos los condicionamientos del mundo, y en este momento muchos de ellos pesan
como un mundo, no pueden destruir esa condición de nuestra práctica: la de ser
seres en situación de comunicación con los jóvenes.
Pero no se trata de cualquier comunicación. La relación se establece a favor del
aprendizaje. No estamos allí para entregarnos unos a otros, para hacer de nuestra
diaria labor un océano de profundas relaciones. Estamos para trabajar en pro del
aprendizaje y en todo caso las relaciones se harán más o menos profundas a
propósito de él.
En todo aprendizaje hay contenidos y procedimientos. La enseñanza es siempre
enseñanza de y el aprendizaje es siempre aprendizaje de. La universidad tiene su
universo de contenidos que no analizaré aquí. Su sentido le viene de la búsqueda
de alternativas científicas, artísticas y profesionales. No nos interesa una
universidad vacía de contenidos, volcada sólo a los procedimientos. Pero cualquier
extremo es insostenible en nuestra práctica: ni contenidismo, ni
procedimentalismo. Un contenido sin procedimientos pedagógicos, sin la
participación de nuestros estudiantes, no vale gran cosa; una participación, un
activismo sin contenidos, vale menos.
Los viejos argumentos en torno a si corresponde hablar de pedagogía en el ámbito
universitario, a si el contenido está por encima de los procedimientos, carecen de
sentido en la actualidad. El problema no es si los estudiantes se enfrentan ante
alguien que domina el contenido, el problema es cuánto y cómo aprenden los
estudiantes.3
En la declaración por Latinoamérica sobre la Educación Superior, La Habana 1997,
y en la Declaración de la UNESCO, París 1998,4 se insiste en la necesidad de
capacitar a los educadores universitarios en procedimientos que permitan abrir
alternativas al aprendizaje de los estudiantes. Cito un párrafo de la primera:
“La educación superior necesita introducir métodos pedagógicos basados en
el aprendizaje para formar graduados que aprendan a aprender y a
emprender, de suerte que sean capaces de generar sus propios empleos e
incluso de crear entidades productivas que contribuyan a abatir el flagelo del
desempleo.”
No estamos para nada frente a propuestas que llevarían a una pérdida de la calidad
científica; por el contrario nos toca reconocer de una vez por todas el valor de una
buena pedagogía universitaria para que los estudiantes puedan abrirse camino en
la ciencia y en la vida.

2 Y la vejez trae, como consecuencia inexorable, a unos pobres narcisos marchitos, si se me


permite el juego entre la palabra de larga tradición en la filosofía y en la psicología y el nombre
de las flores.
3 La discusión está muy lejos de haber terminado. Hace tiempoegó a las manos un documento
en el cual se agrede frontalmente cualquier intento de plantear lo pedagógico para una
institución universitaria, ¡escrito por la secretaría académica de la institución¡
4 Recomendamos consultar ambos documentos en la página de Internet de la UNESCO.

3
Arturo Andrés Roig, dueño de una formación científica innegable, publicó en 1998
un libro titulado La universidad hacia la democracia,5 en el que profundiza en un
eje central para nuestro tiempo: la pedagogía universitaria. Señala el autor que
ésta
“podría ser definida diciendo que es la conducción del acto creador, respecto
de un determinado campo objetivo, realizado con espíritu crítico entre dos o
más estudiosos, con diferente grado de experiencia respecto de la posesión
de aquel campo.”
Dos elementos vale la pena resaltar de esa rica caracterización: la conducción del
acto creador y la referencia a dos o más estudiosos. En el primero entra el método
como elemento clave, como sustancia de la pedagogía universitaria; en el segundo
reconocemos la presencia de un educador y de un educando embarcados en la
maravillosa tarea de aprender juntos, con responsabilidades diferentes según el
grado de experiencia de posesión, o de apropiación, de un determinado campo del
saber. La responsabilidad del docente es aquí muy grande, porque dicha conducción
no se resuelve sólo en el conocimiento de un tema.
De nuestra parte, centramos el análisis en el acto educativo a través del cual
alguien se construye, se apropia del mundo y de sí mismo. Toda educación, sea de
niños, adolescentes, adultos o ancianos, se orienta a la construcción y la
apropiación. Es ésa la clave de un acto educativo.
No se trata, entonces, de la distancia entre las primeras letras y la astrofísica,
sino de cómo colaboramos en esa apropiación, de cómo se resuelve la
relación humana que la posibilita o la malogra. Está en juego aquí el sentido y
no si la palabra pedagogía alude a niños o adultos.

Concebimos la pedagogía como

el intento de comprender y dar sentido al acto educativo, en cualquier edad y


en cualquier circunstancia en que se produzca, a fin de colaborar desde esa
comprensión con el aprendizaje como construcción y apropiación del mundo y
de sí mismo.6

Es sobre esa concepción que armamos nuestra propuesta de mediación pedagógica


que caracterizamos inicialmente como la tarea de promover y acompañar el
aprendizaje. Volveremos sobre este tema, que resulta clave para la totalidad del
primer módulo de la Especialización.

5 Roig, Arturo. La universidad hacia la democracia, Mendoza, EDIUNC, 1998.


6 Prieto Castillo, Daniel. La comunicación en la educación, Buenos Aires, Ciccus-La Crujía,
1999.

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