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El manejo del estrés y la administración del tiempo son dos de las habilidades
administrativas más cruciales y menos atendidas dentro del repertorio de un
directivo competente. He aquí la razón: el National Institute for Occupational
Safety y la American Psychological Association estiman que el problema creciente
del estrés en el trabajo ocasiona pérdidas por más de $500 mil millones a la
economía estadounidense. Casi la mitad de todos los adultos sufren efectos de
salud adversos a causa del estrés; el porcentaje de empleados que se sienten
“sumamente estresados” aumentó en más del doble de 1985 a 1990 y se duplicó
de nuevo en la década de 1990. En una encuesta, el 37 por ciento de los
empleados reportó que su nivel de estrés en el trabajo había aumentado el año
anterior, mientras que menos del 10 por ciento dijo que su nivel de estrés había
disminuido. Entre el 75 y el 90 por ciento de todas las visitas al médico de
cuidados básicos están motivadas por quejas o trastornos relacionados con el
estrés. Se estima que en una jornada laboral promedio faltan al trabajo un millón
de empleados por problemas relacionados con el estrés, y que se pierden
aproximadamente 550 millones de días de trabajo cada año por esa misma causa.
En una empresa importante, se encontró que más del 60 por ciento de las faltas
estaban relacionadas con el estrés, y en Estados Unidos en general,
aproximadamente el 40 por ciento de la rotación de personal se debe al estrés en
el trabajo. Entre el 60 y el 80 por ciento de los accidentes industriales son
atribuibles al estrés, y las reclamaciones de compensación por parte de los
empleados se han incrementado notablemente en las últimas dos décadas, con
más del 90 por ciento de éxito en las demandas. Se calcula que las empresas en
Estados Unidos gastarán más de $12 mil millones este año en la capacitación y
productos para el manejo del estrés (American Institute of Stress, 2000). Mencione
cualquier otro factor que tenga ese devastador y costoso efecto en los empleados,
los directivos y las organizaciones. Una revisión de los capítulos en un libro
médico sobre el estrés ilustra sus efectos devastadores y de gran alcance: el
estrés y el sistema cardiovascular, el estrés y el aparato respiratorio, el estrés y el
sistema endocrino, el estrés y el tracto gastrointestinal, el estrés y el aparato
reproductor femenino, el estrés y las hormonas reproductivas, el estrés y la
función reproductiva masculina, el estrés y la inmunodepresión, el estrés y los
trastornos neurológicos, el estrés y la adicción, el estrés y la malignidad, el estrés
y las funciones de inmunidad en el VIH-1, el estrés y la patología dental, el estrés
y el dolor, y el estrés y los trastornos de ansiedad (Hubbard y Workman, 1998).
Casi ninguna esfera de la vida o de la salud es inmune a los efectos del estrés.
Para ilustrar los efectos debilitantes del estrés relacionado con el trabajo,
considere la siguiente historia reportada por Associated Press.
Principales elementos del estrés
Una forma de entender la dinámica del estrés consiste en pensar en éste como el
producto de un “campo de fuerza” (Lewin, 1951). Kurt Lewin sugirió que todos los
individuos y las organizaciones existen en un ambiente caracterizado por fuerzas
reforzadoras o contrarias (es decir, diferentes tipos de estrés). Estas fuerzas
actúan para estimular o inhibir el desempeño que desea el individuo. Como se
observa en la figura 2.1, el nivel de desempeño de una persona en una
organización resulta de factores que pueden complementarse o contraponerse.
Algunas fuerzas dirigen o motivan cambios en el comportamiento, mientras que
otras restringen o bloquean esos cambios. De acuerdo con la teoría de Lewin, las
fuerzas que afectan a los individuos generalmente están equilibradas en el campo
de fuerza. El poder de las fuerzas impulsoras coincide de manera exacta con el
poder de las fuerzas restrictivas. (En la figura, las flechas más largas indican
fuerzas más intensas). El desempeño cambia cuando las fuerzas dejan de estar
en equilibrio. Es decir, si las fuerzas impulsoras se vuelven más fuertes que las
restrictivas, o más numerosas o resistentes, ocurre un cambio. Por el contrario, si
las fuerzas restrictivas se vuelven más intensas o más numerosas que las fuerzas
impulsoras, el cambio ocurre en el sentido opuesto. Los sentimientos de estrés
son el producto de ciertos factores estresantes dentro o fuera del individuo. Estos
factores estresantes pueden considerarse como las fuerzas impulsoras en el
modelo. Esto es, ejercen presión en el individuo para cambiar los niveles
presentes de desempeño en forma fisiológica, psicológica e interpersonal. Sin
restricción, esas fuerzas podrían generar resultados patológicos (por ejemplo,
ansiedad, enfermedades del corazón y colapso mental). Sin embargo, la mayoría
de las personas ha desarrollado cierta elasticidad o fuerzas restrictivas para
contrarrestar los factores estresantes e inhibir los resultados patológicos. Estas
fuerzas restrictivas incluyen patrones de comportamiento, características
psicológicas y relaciones sociales de apoyo. Fuerzas restrictivas intensas
producen frecuencia cardiaca baja, buenas relaciones interpersonales, estabilidad
emocional y manejo eficaz del estrés. La ausencia de fuerzas restrictivas lleva a lo
contrario. Desde luego, el estrés produce efectos tanto positivos como negativos.
En la ausencia de cualquier tipo de estrés, la gente se siente completamente
aburrida y sin motivación para actuar. Aun cuando se experimenten altos niveles
de estrés, el equilibrio puede restaurarse rápidamente si existe la suficiente
elasticidad. Por ejemplo, en el caso del paramédico de la ambulancia, los múltiples
factores estresantes superaron a las fuerzas restrictivas disponibles y ocurrió una
crisis. Sin embargo, antes de llegar a ese estado extremo, los individuos
generalmente atraviesan tres etapas de reacciones: una etapa de alarma, una
etapa de resistencia y una etapa de agotamiento (Auerbach, 1998; Cooper, 1998;
Selye, 1976.
REACCIONES AL ESTRÉS
La etapa de alarma se caracteriza por un incremento agudo de la ansiedad o el
temor si el factor estresante es una amenaza, o por un aumento de la tristeza o la
depresión si el factor estresante es una pérdida. Si el factor estresante es
especialmente agudo, podría causar un sentimiento de confusión.
Fisiológicamente, los recursos de energía del individuo se movilizan, mientras se
incrementan el ritmo cardiaco, la presión sanguínea y la capacidad de estar alerta.
Estas reacciones son corregibles en gran medida si el factor estresante es de
corta duración. Sin embargo, si continúa, el individuo entra a la etapa de
resistencia, en la que predominan los mecanismos de defensa y el cuerpo
comienza a gastar energía en exceso. La mayoría de las personas que
experimentan altos niveles de estrés utilizan cinco tipos de mecanismos de
defensa. El primero es la agresión, que implica atacar directamente al factor
estresante, aunque también podría incluir el ataque a uno mismo, a otras personas
o hasta a objetos (por ejemplo, golpear la computadora). El segundo es la
regresión, que es la adopción de un patrón de comportamiento o respuesta que
cumplió su cometido en alguna ocasión anterior (por ejemplo, responder en formas
infantiles). El tercer mecanismo de defensa, la represión, implica una negación del
factor estresante, olvidarlo o redefinirlo (por ejemplo, decidir que algo no es tan
temible después de todo). El aislamiento es el cuarto mecanismo de defensa, y
puede tomar formas tanto psicológicas como físicas. Es posible que los individuos
fantaseen, tengan fallas de atención u olviden de forma deliberada, o podrían
realmente escapar de la situación. Un quinto mecanismo de defensa es la fijación,
que consiste en repetir una respuesta sin importar su eficacia (por ejemplo, marcar
de manera repetida y rápida un número telefónico cuando está ocupado). Si estos
mecanismos de defensa reducen el sentimiento de estrés de una persona, ésta
nunca experimentará los efectos negativos, como la hipertensión, la ansiedad o
los trastornos mentales. La principal evidencia de que ha ocurrido un estrés
prolongado podría ser simplemente un aumento de las defensas psicológicas. Sin
embargo, cuando el estrés es tan pronunciado que sobrepasa a las defensas, o es
tan resistente como para agotar las energías de defensa disponibles, podría
ocurrir agotamiento o presentarse consecuencias patológicas. Mientras que cada
etapa de reacción suele experimentarse como una incomodidad temporal, la etapa
de agotamiento es la más peligrosa. Cuando los factores estresantes tienen mayor
intensidad o persistencia que las habilidades de elasticidad de los individuos o que
su capacidad para defenderse en contra de ellos, se experimenta un estrés
crónico, seguido generalmente por consecuencias negativas tanto personales
como organizacionales. Esas consecuencias patológicas podrían manifestarse a
nivel fisiológico (por ejemplo, enfermedades del corazón), psicológico (por
ejemplo, depresión grave) o interpersonal (por ejemplo, disolución de relaciones).
Estos cambios son el resultado del daño infligido a un individuo que no tenía
defensas (por ejemplo, reacciones psicóticas entre prisioneros de guerra), de la
incapacidad de defenderse de forma continua de un factor estresante (por
ejemplo, sentirse agotado), de una reacción exagerada (por ejemplo, una úlcera
producida por exceso de secreción de sustancias químicas del cuerpo), o de una
falta de autoconciencia, con lo que se niega por completo la existencia del estrés.
En la figura 2.2 se mencionan las principales categorías de factores estresantes
(fuerzas impulsoras) que experimentan los directivos, así como los principales
atributos de la elasticidad (fuerzas restrictivas) que inhiben los efectos negativos
del estrés. Cada una de estas fuerzas se analiza con cierto detalle en este
capítulo, así quedará claro cómo identificar los factores estresantes, cómo
eliminarlos, cómo desarrollar una mayor elasticidad y cómo manejar el estrés de
manera temporal.