El Rostro de La Histeria y Causas de La Histeria

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NOMBRE DE LA ALUMNA: KAROL MONROY VAZQUEZ

FIRMA:
NOMBRE DE LA PROFESORA: Dra. L. Gabriela Villafaña Montiel

SEXTO SEMESTRE

GRUPO: 01

UA: PSICOPATOLOGÍA DEL ADULTO

FECHA DE ENTREGA: 19 mayo 2020


EL ROSTRO DE LA HISTERIA EN ANÁLISIS
La histeria es un conflicto psicológico que se convierte en un síntoma orgánico que
lo simboliza, sin causa orgánica que lo justifique.
El rostro clínico de la histeria puede abordarse desde dos tipos de ángulo:
descriptivo y relacional.
Desde el Ángulo descriptivo se parte de síntomas observables (observador
externo). En cambio, si la encaramos desde un punto de vista relacional,
concebiremos la histeria como un vínculo enfermo del neurótico con el otro y,
particularmente en el caso de la cura, con ese otro que es el psicoanalista

Ángulo Descriptivo:
El Observador exterior, reconoce en la histeria una neurosis, al producirse ciertos
acontecimientos notorios en períodos críticos de la vida de un sujeto, como la
adolescencia, por ejemplo.
Esta neurosis se exterioriza en forma de trastornos diversos y a menudo
pasajeros;

 Síntomas somáticos:
 Perturbaciones de la motricidad (contracturas musculares, dificultades en la
marcha, parálisis de miembros, parálisis faciales, convulsiones, tics,
temblores)
 Trastornos de la sensibilidad (dolores locales, jaquecas, anestesias en una
región limitada del cuerpo)
 Trastornos sensoriales (ceguera, sordera, afonía, anestesias, no sienten
dolor, frio o calor).
 Afecciones más específicas que van de los insomnios y los desmayos
benignos a las aliteraciones de la conciencia, la memoria o la inteligencia
(ausencias, amnesias, etc.)

Estas manifestaciones que el histérico padece, y en particular los síntomas


somáticos, se caracterizan por que son casi siempre transitorias, no resultan de
ninguna causa orgánica y su localización corporal no obedece a ninguna ley de la
anatomía o la fisiología del cuerpo.
El cuerpo del histérico sufre de dividirse entre la parte genital, asombrosamente
anestesiada y aquejada por intensas inhibiciones sexuales:
 Eyaculación precoz, Frigidez, Impotencia, Repugnancia sexual
 El resto no genital del cuerpo, que se muestra, paradójicamente,
muy erotizado y sometido a excitaciones sexuales permanentes.

Ángulo relacional (puesto transferencial del psicoanalista):


Su concepción de la histeria se ha forjado a través de la enseñanza teórica de las
obras de psicoanálisis, y merced a la experiencia de la transferencia con el
analizando llamado histérico.
Desde esa posición se advierten tres estados o posiciones permanentes y
duraderas del yo histérico.

 1) Yo insatisfecho. Posición pasiva, a la espera de recibir del Otro, espera


defraudada que conduce al yo a la insatisfacción perpetúa y a la queja de
descontento característica del neurótico.
 2) Yo histerizador. Posición activa. Transforma la realidad concreta del
espacio analítico en una realidad fantasmática de contenido sexual. Erotiza
el lugar de la cura.
 3) Yo tristeza. Posición subjetiva. Su tristeza obedece a no saberse
hombre o mujer.

YO INSATISFECHO
La histeria no es una enfermedad sino el estado enfermo de una relación humana
en la que una persona es, en su fantasma, sometida a otra. La histeria es el
nombre que damos al lazo y a los nudos que el neurótico teje en su relación con
otro, sobre la base de sus fantasmas. Un fantasma en el que él encarna el papel
de víctima desdichada y constantemente insatisfecha. Precisamente este estado
fantasmático de insatisfacción marca y domina toda la vida del neurótico.

El histérico es un ser de miedo que para atenuar su angustia no ha encontrado


más recurso que sostener sin descanso, en sus fantasmas y en su vida, el penoso
estado de la insatisfacción; diría el histérico, me hallaré a resguardo del peligro
que me acecha; el peligro de vivir la satisfacción de un goce máximo. Un goce
de tal índole que, si lo viviera, lo volvería loco, lo disolvería o lo haría desaparecer.
El histérico lo presiente como una amenaza realizable, como el peligro supremo
de ser arrebatado un día por el éxtasis y de gozar hasta la muerte última, el
problema del histérico es ante todo su miedo; miedo concentrado en un único
peligro: gozar.

Para alejar esta amenaza el histérico inventa inconscientemente un libreto


fantasmático a probar al mundo que no hay más goce que el goce insatisfecho,
creando el fantasma de un monstruo, monstruo que nosotros llamamos el Otro.
Según el molde del fantasma, y los seres cercanos a los que ama u odia
desempeñan para él el papel de un Otro insatisfactorio.
Descubre siempre en el otro la señal de una potencia humillante que lo hará
desdichado o de una impotencia conmovedora que le suscita piedad y a la cual no
podrá poner remedio. Su muralla protectora contra el peligro que cree real es un
mundo poblado de pesadillas, obstáculos y conflictos.

YO HISTERIZADOR
Él transforma la realidad material de los objetos en realidad fantasmatizada: en
una palabra: histeriza el mundo.
Él histérico busca en el otro la potencia que lo somete o la impotencia que lo atrae
y lo decepciona. Detecta en el otro la mínima falla, el mínimo signo de debilidad, el
más pequeño indicio revelador de su deseo.
El histérico inventa y crea lo que percibe, no es su cuerpo real, sino un cuerpo
sensación pura que despierta en él una sensación intensa que lo alimenta.
“Histerizar es hacer que nazca en el cuerpo del otro un foco ardiente de
libido.”
Histerizar es erotizar una expresión humana, la que fuere, aun cuando por sí
misma, en lo íntimo, no sea de naturaleza sexual.
El histérico erotiza, sexualiza lo que no es sexual, se apropia de todos los gestos,
palabras o silencios que percibe del otro o que él dirige al otro.
El contenido sexual de los fantasmas histéricos no es nunca vulgar ni
pornográfico, sino una evocación muy lejana y transfigurada de movimientos
sexuales, fantasmas sensuales no sexuales.
La sexualidad histérica no es genital sino un simulacro de sexualidad
más cercana a los tocamientos masturbatorios y juegos sexuales infantiles
que a un intento real de concretar una verdadera relación sexual.
Si existe en el histérico un deseo en que se empeñe, es el de que tal
acto fracase, se empeña en el deseo inconsciente de la no realización del
acto y por tanto en el deseo de permanecer como un ser insatisfecho.

YO TRISTEZA
Es un yo tremendamente maleable que vuelve incierta la frontera entre los
objetos internos y los objetos externos. Tal plasticidad del yo instala al histérico
en una realidad confusa, medio real, medio fantaseada donde se emprende el
juego cruel y doloroso de las identificaciones múltiples y contradictorias.
Así, el histérico puede identificarse con el hombre, con la mujer o incluso con el
punto de fractura de una pareja, encarnando hasta la insatisfacción que aflige a
esta.
Sea que desate el conflicto o lo despeje, el histérico ocupará invariablemente el
papel de excluido, lo que explica su tristeza y depresión características por no
saberse hombre o mujer sino dolor de insatisfacción. Esta tristeza responde al
vacío y a la incertidumbre de su identidad sexuada.
En estos momentos de tristeza y depresión tan característicos descubrimos la
identificación del histérico con el sufrimiento de la insatisfacción: el sujeto histérico
ya no es un hombre, ya no es una mujer, ahora es dolor de insatisfacción.

LAS CAUSAS DE LA HISTERIA


El origen de la histeria es la huella psíquica de un trauma.
La neurosis histérica, como además cualquier neurosis, es provocada por la
acción patógena de una representación psíquica, de una idea parásita no
consciente y fuertemente cargada de afecto.
Freud dice que el enfermo histérico sufrió en su infancia una experiencia
traumática. El niño, tomado de improviso, fue víctima impotente de una seducción
sexual proveniente de un adulto.
Trauma es, en este momento: el exceso de afecto inconsciente en ausencia de la
angustia necesaria que, al producirse el incidente, hubiese permitido al yo del niño
amortiguar y soportar la tensión excesiva. El trauma ya no es un acontecimiento
exterior sino un violento desarreglo interno, situado en el yo. El trauma psíquico no
es solamente un exceso de tensión errante; es también una imagen sobre-
activada por la acumulación de este exceso de energía sexual. Esta señal, esta
imagen altamente investida de afecto, aislada, penosa para el yo, debe ser
considerada la fuente del síntoma histérico e incluso, generalizando, la fuente de
cualquier síntoma neurótico, sea el que fuere.
De aquí en adelante, una postura del cuerpo, del adulto seductor o del cuerpo del
niño seducido, un olor, una luz, un ruido, constituirá el contenido imaginario de la
representación inscrita en lo inconsciente y sobre la cual va afijarse el exceso del
afecto sexual.

LA HISTERIA ES PROVOCADA POR UNA DEFENSA INADECUADA DEL YO: LA


REPRESIÓN.
La representación intolerable adquiere su verdadero poder patógeno
cuando se ve atacada por un yo recalcitrante a ella.
Esta representación ya había sido aislada por el peso de su sobrecarga, ahora el
yo va a acentuar su aislamiento al atacarla, ignorando que lo que la hace
radicalmente intolerable es el hecho de haber quedado separada de las otras
representaciones organizadas de la vida psíquica, lo cual hace que conserve,
en el seno del yo, una actividad patógena inextinguible. Cuanto más ataca el yo
a la representación más la aísla.
Represión es, en este momento; el sobresalto defensivo del yo. "Reprimir"
quiere decir, ante todo, "aislar"
Lo que enferma es el hecho de que la huella psíquica del trauma,
bajo la presión de la represión, esté sobrecargada de una demasía de
afecto imposibilitada de fluir. La razón esencial de la histeria es el conflicto entre
una representación portadora de un exceso de afecto y una defensa
desafortunada, la represión.
Fue tan decisivo para Freud el papel de la defensa en la etiología de la histeria,
que llamó a ésta "histeria de defensa'' (pudimos haber dicho también "histeria de
represión").

LA HISTERIA ES PROVOCADA POR EL FRACASO DE LA REPRESIÓN LA


CONVERSIÓN
Ante el conflicto en el seno del yo (y ante el fracaso del sobresalto defensivo
yoíco, es decir la represión) se darán soluciones de compromiso consistentes en
la investidura de otras representaciones menos peligrosas que la representación
intolerable.
Se trata de un desplazamiento de energía, una transformación de un estado
primero en un estado segundo:
Estado primero: la sobrecarga de una representación intolerable
Estado segundo: el sufrimiento corporal
El fundamento de todas las neurosis es, entonces, el conflicto entre
sobrecarga/represión.
La especificidad de cada tipo de neurosis, obsesión, fobia o histeria dependerá de
la modalidad que adopte el desenlace final de tal conflicto:
Estado primero: momento en que la sobrecarga energética inviste a la
representación intolerable (escena traumática).
Estado segundo: momento en que la sobrecarga energética inviste a
una representación cualquiera perteneciente a:
1) el pensamiento (obsesión), 2) el mundo exterior (fobia), 3) el cuerpo (histeria).
Cada una de estas tres malas soluciones da lugar a un síntoma neurótico
causante de sufrimiento.

El sufrimiento del síntoma de conversión es el equivalente de una


satisfacción masturbatoria.
El tercer desenlace de la lucha con la represión, consiste en la transformación de
la carga sexual excesiva en influjo nervioso excesivo que, actuando como
excitante o como inhibidor, provoca un síntoma a nivel corporal causante de
sufrimiento neurótico.
Conversión es, la transformación de un exceso constante de energía que
pasa de un estado psíquico a un estado somático.
Puesto que en el paso de lo psíquico a lo físico el exceso de energía permanece
constante, se admite que el sufrimiento de un síntoma somático posee una
energía equivalente a la energía de excitación del trauma inicial, es decir aquel
exceso de afecto comparable a la intensidad con que ocurre una descarga
orgásmica.
Si se toma en cuenta que la sexualidad del histérico es esencialmente una
sexualidad infantil, los síntomas de conversión han de ser tenidos por equivalentes
corporales de satisfacciones masturbatorias infantiles.
Freud sustituirá, de aquí en más, la denominación de histeria de
defensa por la expresión “histeria de conversión”, admitiendo que de los tres
fracasos de la represión, será el fracaso por conversión el que constituya el
mecanismo específico de la histeria.

La elección de órgano, asiento de la conversión.


La región somática afectada por el síntoma de conversión corresponde a aquella
parte del cuerpo alcanzada antaño por el trauma y que pasó a constituir así una
imagen determinada.
En la conversión, la carga energética abandona la imagen inconsciente para ir a
‘energizar’ el órgano cuyo reflejo es esta imagen, explicándose esquemáticamente
de la siguiente manera:
Parte del cuerpo percibida en la escena traumática: un brazo ---- imagen
inconsciente: un brazo---parálisis conversiva: el brazo.
No siempre referirán al cuerpo de la misma persona, pues puede pertenecer tanto
al del niño como al del adulto seductor y hasta al de un testigo de la escena.
Se deriva entonces que lo importante no es saber quién pertenece al cuerpo sino
que parte del cuerpo percibió el niño más intensamente en el momento del trauma,
es decir, con más pregnancia.
El histérico actualiza en su cuerpo la señal psíquica impresa por el cuerpo del otro
(por ejemplo, gritos de la madre al sorprender al padrastro tocando el cuerpo de su
hija) en pérdida de su propia voz (afonía).
El sujeto sigue sufriendo porque el motivo de tal sufrir no ha variado, pues sea en
el plano psíquico o en el plano del cuerpo, este seguirá habitado por un exceso
inasimilable e irreductible.
La conversión es una mala solución porque no resuelve la dificultad
principal causante de la histeria: el encierro del exceso de carga energética en
un elemento aislado y desconectado del conjunto, sea este una representación
psíquica o una zona corporal conversiva.
A esto se propone una manera más adecuada de tratar el exceso: Iniciar de nuevo
y distribuir tal exceso en una multiplicidad de representaciones, diseminándolo con
objeto de desactivarlo. Para esto se considera la escucha del psicoanalista
como una diseminación del exceso y por tanto, vía posible para
curar al sujeto de lo inconciliable.

El síntoma de conversión desaparece si cobra un valor simbólico, el que


produce la escucha del psicoanalista.
Se parte de la hipótesis siguiente: la escucha y la interpretación del psicoanalista
funcionan como yo simbólico, es decir como conjunto de representaciones. Es
entonces que se puede admitir que la escucha del analista puede integrar y disipar
aquello que el histérico reprime y concentra.
De acuerdo al principio general que sostiene que un síntoma conversivo se
desvanece si cobra el valor simbólico que la escucha e interpretación del
psicoanalista le confieran, se acepta que la representación inconciliable sustituida
por el síntoma, puede ser integrada en el sistema de representaciones de la
escucha analítica y por tanto su sobrecarga puede ser diseminada.
La escucha analítica actúa tanto en el registro energético como en el simbólico.
Para que un síntoma conversivo adquiera significación simbólica y desparezca
debe cumplirse una condición: que sea dicho por el paciente y recogido por una
escucha generadora de un sentido nuevo. Sin embargo, no basta lo anterior,
aún será preciso que la escucha que recibe el decir, sea una escucha
transferencial: la escucha de un terapeuta que desea entrar en la psique del
paciente hasta el punto de encarnar en ella el exceso irreductible, constituirse en
núcleo del sufrimiento.
Identifíquese con el núcleo del sufrimiento y la interpretación brotará
ofreciéndose como sustituto de la representación intolerable, radicalmente
distinto del sustituto que era el síntoma de conversión.

SEGUNDA TEORÍA DE FREUD: EL ORIGEN DE LA HISTERIA ES UN


FANTASMA INCONSCIENTE.
El origen de la histeria es un fantasma inconsciente, no una representación.
Y lo que se convierte es una angustia fantasmática, no una sobrecarga de la
representación.
En 1900, Freud introduce una modificación a la teoría de la conversión: Freud
considera que para explicar la aparición de un síntoma de conversión, ya no es
necesario descubrir un acontecimiento traumático real en la historia del
paciente. La representación penosa no necesita surgir de una remota seducción
sexual cometida por un adulto. Ahora basta pensar en nuestra infancia,
imaginar el desarrollo de nuestro cuerpo pulsional, y comprender que cada
experiencia vivida en nuestra niñez, en el nivel de las diferentes zonas erógenas
(boca, ano, músculos, piel, ojos) tiene el exacto valor de un trauma. A lo largo de
su maduración sexual, el yo infantil mismo, sin tener que padecer una experiencia
traumática real desencadenada por un agente exterior, es el asiento natural de la
eclosión espontánea y violenta de una tensión excesiva llamada deseo.
Para Freud y en el presente para nosotros el vocablo trauma ya no se refiere
esencialmente a la idea de un acontecimiento exterior, sino que designa un
acontecimiento psíquico cargado de afecto, verdadero microtrauma local,
centrado en torno a una región erógena del cuerpo y consistente en la ficción
de una escena traumática que el psicoanálisis llama fantasma.
Todos los fantasmas son traumas, no todos los traumas son fantasmas.
El cuerpo erógeno del niño produce el acontecimiento psíquico, al ser foco de una
sexualidad rebosante, asiento del deseo. Lo insoportable para el sujeto es
justamente esta posibilidad de un absoluto cumplimiento del deseo. La intensidad
con que surge este exceso de sexualidad llamada deseo y la eventualidad de su
cumplimiento, llamado goce, exige, para atemperarse, la creación
inconsciente de fabulaciones, escenas y fantasmas protectores:
formaciones inconscientes como respuesta psíquica obligada para contener el
exceso de energía que el empuje del deseo implica.
Esta tensión, una vez fantasmizada y ahora integrada en la escena del fantasma
será llamada angustia; nombre que adoptan el deseo y el goce una vez inscritos
en el marco del fantasma.
Se continúa sosteniendo la tesis de que la causa principal de la histeria reside en
la actividad inconsciente de una representación sobreinvestida. Con la salvedad
de que el contenido de esta representación ya no se reduce a la imagen
delimitada de una parte del cuerpo (primera teoría) sino que se despliega
respondiendo a un libreto dramático llamado fantasma. Ahora el psicoanalista
deberá buscar detrás del síntoma, no un acontecimiento traumático fechable y
real, sino el ‘traumatismo’ de un fantasma angustiante.

LA VIDA SEXUAL DEL HISTÉRICO ES UNA PARADOJA, Y ESTA


PARADOJA ES LA EXPRESIÓN DOLOROSA DE UN FANTASMA
INCONSCIENTE.

El desajuste de la sexualidad histérica se explica como la conversión somática


más inmediata de la angustia que domina en el fantasma originario de la histeria.
Existirían entonces dos clases diferentes de conversión:
 1.- Conversión Global: transforma la angustia en un estado general del
cuerpo. Es entonces que un cuerpo globalmente erotizado coexiste
dolorosamente con una zona genital anestesiada.
 2.- Conversión local: transforma la angustia en un trastorno somático
limitado a una parte definida del cuerpo.
"El contradictorio enigma que plantea la histeria es la pareja de opuestos formada
por una necesidad sexual excesiva y una repulsa exagerada de la sexualidad".
A la hipererotización global del cuerpo no genital se le opone una profunda
aversión por el coito genital. La impotencia, la eyaculación precoz, el vaginismo o
la frigidez son todos ellos trastornos característicos de la vida sexual del histérico
que expresan, en una forma u otra, esa angustia inconsciente del hombre a
penetrar en el cuerpo de la mujer, y esa angustia inconsciente de la mujer a
dejarse penetrar.

Hay hombres y mujeres excesivamente preocupados por la sexualidad y que


intentan erotizar cualquier relación social; por el otro, ellos sufren sin saber por
qué sufren de tener que pasar la prueba del encuentro genital con el otro sexo.

LA MUJER HISTÉRICA Y EL GOCE DE LO ABIERTO


La multiplicidad de aventuras amorosas de ciertas mujeres contrasta con el
sufrimiento de que dan fe variados tipos de inhibición durante el acto sexual
(frigidez, vaginismo, etc.).
La histérica se ofrece, pero no se entrega; puede tener relaciones sexuales
orgásmicas (orgasmo clitorídeo o vaginal) sin por ello comprometer su ser de
mujer. En el momento del acto, cuando se enfrenta a la amenaza de perder su
virginidad fundamental, se repliega en el umbral del goce del orgasmo,
preservándose así de experimentar un goce radicalmente distinto, enigmático y
peligroso, que llamaremos goce de lo abierto.
Se trate del hombre que se niega abiertamente a penetrar a la mujer, o de la mujer
que, aceptando la penetración, se niega a perder su virginidad fundamental, los
dos vivirán sin escapatoria un estado permanente y latente de insatisfacción.
El histérico desea estar insatisfecho porque la insatisfacción le garantiza la
inviolabilidad fundamental de su ser.

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