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LA MONTAÑA EN BRUMAS: APARIENCIA Y ESENCIA

LA MONTAÑA EN BRUMAS: APARIENCIA Y ESENCIA

Por Carlos Valdés Martín

La apariencia del rostro y su energía


Miro el espejo y descubro a un creyente de la apariencia, a uno casi ingenuo como si ignorara del
abismo entre las dos orillas de la realidad: la montaña del mediodía aparente, invadiendo
instantáneamente los sentidos con una imagen colorida frente a esa otra prominencia rodeada de
brumas, escondida entre sus mismas dimensiones, donde sus tesoros dormitan bajo las venas profundas
de secretos minerales. Entre la montaña del mediodía y la montaña de la bruma se abre el foso abismal
del engaño y del equívoco, ese abismo insondable que frena hasta al más sabio y permanece
desconocido para el ignorante. Nuestro mundo no resulta sencillo, sino un jeroglífico encerrado dentro
de un lenguaje olvidado (o lenguaje por descubrir, diría la Ciencia), entonces miramos hacia esas dos
montañas, una para verse y otra para adivinarse.

En especial, el rostro humano y el cuerpo son el recinto de la contradicción más fuerte entre esencia y
apariencia ¿o la prueba de su alianza secreta? Si miro un rostro amable, con aires de bondad, de
inmediato me comporto confiado, abro el corazón, no abrigo defensas; olvido la contradicción entre
esencia y apariencia. Incluso, unos investigadores del siglo XVIII quisieron allanar el camino, cuando
inventaron la llamada “frenología”, disciplina para el estudio sistemático de los huesos del cráneo en
relación con sus disposiciones síquicas. Por ejemplo, la frenología buscaba establecer relaciones entre
el mentón prominente y la disposición agresiva, entre la boca grande y el deseo concupiscente. Esa
disciplina de nombre raro no representaba un intento excepcional, pues desde la antigüedad se ha
estudiado la relación entre rasgos físicos humanos y su alma, incluso extendiendo ramas hacia la
medicina o la adivinación. La lectura de las líneas de la mano mantiene su popularidad, y considera
que el destino se graba entre la complexión de la mano y sus líneas (no se debe olvidar, casi cualquier
acción pasa por las manos, y el estilo de las actividades está relacionado con las manipulaciones
cotidianas, así, se concluye que la práctica diaria dibuja también esa línea del presente).

En los contornos del rostro, sutilmente, se deben percibir líneas de energía que se convierten en
interpretaciones emocionales inmediatas en quien las percibe. ¿Qué se percibe realmente del rostro?
Vemos ojos, pero ¿qué se mira en esos pequeños discos de colores? Para Sartre la mirada del otro
prójimo establece el centro de su libertad, magnetizando desde lejos y apoderándose de nuestro mundo
desde esa distancia1; mediante la mirada del otro se efectúa un proceso de petrificación de mi libertad,
porque mis posibilidades infinitas, quedan confinadas a una percepción precisa del otro: ese sería un
aspecto negativo de la libertad del prójimo. Pero también acontece un apetito por captar la mirada del
otro, obteniendo la mirada sonriente como un signo de aceptación incondicional (en el sentido de la
sonrisa previa), una afirmación en el otro, de tal modo queda completa mi existencia mediante una
respuesta humana, la sonrisa recibida, que completa mi sentido en el mundo, redondeando mi libertad
Redondeando esta idea, ¿qué le haría falta a mi libertad? Al recibir esa aceptación del otro se me
garantiza mi libertad continua, entonces ya no resulta robada por mirada “objetivante” (la fuente de esa
petrificación enajenada de mis proyectos) y puedo seguir proyectándome infinitamente ante la mirada
benévola del prójimo. Por su mirada el prójimo ya está saliendo de sí y está entrando en contacto con
mi persona (los otros dos puentes principales son: el código del lenguaje de la voz y el código del
contacto del cuerpo, incluso hay un código de relaciones de cuerpos sin contacto, como "acercarse",
"alejarse", “inclinarse”...). En ese sentido los ojos poseen un papel excepcional. Ese salir de sí
mediante la mirada, tenemos que interpretarlo en términos de flujo de energía, en el sentido de una
materia intangible, poseyendo carga y fluye de un punto hacia otro: características termodinámicas del
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SARTRE, Jean Paul, El Ser y la Nada.

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calor y del magnetismo. De ahí resulta tan correcto sentir la calidez de una mirada y quedar atrapado
por el magnetismo de unos ojos.

En fin, los ojos al encontrarlos nos proporcionan todos los matices emocionales afines o enemigos,
desde el agrado hasta el terror, pasando por la indiferencia. De ese modo, tenemos un campo
gigantesco para las evaluaciones superficiales, para la impresión de la apariencia, pero capaz de
transportarnos más allá de la apariencia (como indica la fenomenología, se inicia desde lo aparente,
pero vamos hacia la totalización). El terreno de las interpretaciones es muy rico y complejo, pero
partimos desde la primera impresión, ya la evaluación instantánea de la mirada, se presta a grandes
significados, pues dicen: “la primera mirada es la que cuenta”. El amor a primera vista se debe
interpretar como la impresión de una mirada, porque sin mirada de profunda simpatía
(interpenetración) no emergería tal amor, sobre todo, porque esta "apariencia de la mirada" nos
transporta hacia una característica especial: la mirada se ha considerado siempre como una revelación
de la totalidad del sujeto observador. No expresa todo el ser individual, pero sí implica un rasgo tan
pleno de sentido que inunda la interpretación de la personalidad. Entonces si el mirar se nos presenta
en el nivel de la apariencia, entonces entrega una clave adecuada, porque abre la senda viajando desde
la pupila hasta el centro del individuo.

Otras partes del rostro trasmiten también esa energía. Tenemos la boca como el segundo gran emisor
de la energía de un sujeto hacia el mundo, su emisora personal de radio, que también es el camino para
la captación de energía alimenticia. Ahora bien, cada tipo de energía mencionado, es de muy distinta
naturaleza y como tal se respeta en su expresividad de una apariencia especial. Al contrario del ojo
imposible de esconderse durante la mirada que emite, cuando la boca habla se desdibuja o pierde entre
la voz que emite. Durante el acto de hablar la boca se pierde, se esconde en su actividad y la voz
domina el escenario. Y ya en silencio, también la boca vuelve a tomar el dominio escénico con el gesto
de sonrisa o desagrado, la mueca labial en sus variaciones; pero ahí actúa la boca transfigurada,
haciendo disfraces, ofreciendo un espectáculo, donde los signos emocionales o las emociones
significadas son preponderantes, ofreciendo un espectáculo diverso entre las sonrisas y las muecas
producidas. Entonces la boca, en los juegos de apariencias faciales ocupa el complejo protagonismo del
actor teatral sobre la escena, dominando y distrayendo, jugando múltiples planos, para transmitir las
emociones u ocultarlas.

Fuera del papel protagónico de ojo y boca, quedan los perfiles de la piel y huesos de la cara y el código
del pelo como el caleidoscopio de la apariencia. Los contextos y matices de la piel ocupan y
preocupan, ya sea con la arrugas denotando la edad, los granos aterrando a los adolescentes y los
lunares inquietando tanto. Las partes óseas de la cara también son consideradas, pero como si su
aceptación en la apariencia fuera no notarse demasiado, como si la prominencia fuera un desliz. Si el
pelo adquiere tanta importancia es por su versatilidad, generando una facilidad para crear códigos
sociales mediante el peinado, textura, coloración, corte y demás. La versatilidad del pelo ofrece
muchas revelaciones sobre la situación de las personas, basta una mirada para sospechas algunas
profesiones como los militares y situaciones sociales como la juventud o la marginación. Además, el
pelo representaría como un termómetro de la salud general, asociándose la abundante cabellera a la
juventud y la fuerza. Por último, hasta las discretas orejas entregan códigos a interpretar, y la
costumbre tan extendida de su adorno, muestra la disposición para convertir en un signo de la
apariencia hasta el doblez más humilde y recóndito de la cara.

La dialéctica de esencia y apariencia ante el espejo


Pero la correlación entre la apariencia y esencia de las personas toma su majestad en el estudio de uno
de los mayores ocios cotidianos: la actitud. La interpretación de la actitud siempre será motivo de los

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mayores comentarios, porque ahí se establece la bisagra entre lo interior y lo exterior; por medio de la
manifestación se descubre lo evidente, como escapándose de sí mismo, para descubrir a las personas.
Descubrir al prójimo: otra de nuestras mayores aficiones, confesadas o inconfesables, ese
“vouyerismo” de la vida, porque no nos conformamos con esa presencia de fulanito delimitada a un
cuerpo que habla y gesticula, debemos descubrir las actitudes y luego revelare intenciones, debemos.
Constantemente indagamos en el otro para adivinar si esconde hostilidad o le agradamos. En las
actitudes creemos que se adivina al sujeto en su intimidad, en sus pasiones y en sus vicios, en sus
intenciones y sus deseos.

Por lo pronto, la actitud resulta una apariencia, porque se me aparece un gesto, y supongo en ese ceño
fruncido se esconde el enojo, que me confirma el tono de voz de Pedro indicándole a su secretaria que
ese escrito se debe repetir: Los escritos se repiten a diario por el control de calidad de las oficinas, pero
el tono de voz y el la frente arrugada anuncian otra cosa, asoma la actitud de molestia; incluso hasta
existe una revancha; quizá la molestia de Pedro, de origen todavía desconocido, se transforma en
oportunidad de jefe para repartir su amargura contra la secretaria. En la voz, el gesto, las palabras y el
acto descubrimos una actitud, se señala una modificación de la condición de la conciencia habitual de
Pedro, por lo que se hace notar. Y después aparece su colega Julián, quien pregunta por saludo
automático "¿Cómo estás? Pedro" y como el citado interlocutor responde con la fórmula de siempre:
"Bien, gracias ¿y tú cómo has estado'". Se revela que ese enojo vislumbrado además queda oculto, se
escapa, y Pedro resulta un enojón que reprime sus emociones o acostumbra ignorarlas. Pero en las
actitudes, también descubrimos códigos morales y su infracción. Otro de los deleites de los
comentarios y chismes cotidianos es mirar la paja en el ojo ajeno. Quizá después, observando con
atención las desventuras de Pedro nos daremos cuenta que también padece a un jefe inmediato a quien
rinde cuentas, y este jefe es quien causa su molestia, pero Pedro procura ocultar a los compañeros de
trabajo el motivo directo de su disgustos, para así mantener una apariencia de un servicio con sonrisa
en la boca. En ese caso, descubriremos una falla moral en Pedro: se nos revela la desagradable
hipocresía del subordinado ante el jefe, siempre obligado a servir sin chistar y hasta aparentando que
está cómodo y a gusto con la situación.

Empezamos con la apariencia de un enojo, luego vimos su desaparición, finalmente creemos que existe
una actitud que explica el paso del una emoción a su desaparición, creemos en la actitud de la
hipocresía, concretamente encaminada a mantener una posición laboral del Pedro. Parece que la
esencia de Pedro se ha mostrado en su contradictoria apariencia, pero no podemos reducir a un sujeto a
una actitud de hipocresía en un terreno tan quebradizo como el hielo frágil de las relaciones laborales,
pues no olvidamos que ahí está un terreno de lo forzoso, las obligaciones sociales del sustento diario.
En este ejemplo, encontramos que es esencia no se separa de la apariencia, sino que se articula, pero
también existe una jerarquización de diferentes apariencias o apariciones del ser humano. Siguiendo
con el curso de ese ejemplo, se debería considerar como una nueva luz en la esencia de Pedro, que sus
relaciones de pareja estuvieran bañadas en una luz completamente diferente. Por ejemplo, si al caer la
noche Pedro se encuentra con su amada y el comenta los disgustos del día en su oficina, observando
inútil enfrentarse contra los disgustos con su jefe malhumorado y Pedro debe aguantar porque en esa
empresa, sin embargo, aplicar satisfecho sus conocimientos técnicos como administrador. Entonces,
resulta que Pedro encuentra un espacio de complicidad con su amada, sus penas laborales no agotan su
condición humana y los conflictos con su jefe quedan compensados con el cariño a su profesión. Así,
la hipocresía que detectamos de Pedro se convierte en un rasgo menor entre un conjunto, revela a una
persona que no se identifica con su hipocresía y busca darle una dimensión menor dentro del cuadro de
su existencia.

Al llegar al fondo de la identidad de las personas, creemos que la esencia y la apariencia deberían de

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coincidir, pero eso puede ser una aspiración ingenua; la captación íntegra de la persona debería de
contemplar la esencia y apariencia en una unidad en lucha. La unidad no evapora a ninguna de las
partes luchando. Por economía mental y prejuicio interior (“camina directo hacia lo esencial”) se
esperaría que nos saltáramos la apariencia, igual que podemos evitar mirar la etiqueta del frasco
mientras bebemos el contenido (la esencia) de la botella, pero la existencia no se deshace de la
apariencia con el sencillo recurso de cerrar los ojos mientras bebemos. La esencia misma ¿qué es?

Una sociedad de tráfico mercantil ¿favorece el dominio de la apariencia?


Considera Lukács, que el tráfico mercantil es condición material para que la apariencia sea la
dimensión dominante en la vida social, como invitando a una reflexión de estética redondeada por una
compleja teoría de la enajenación2. En este caso, también dimensión la apariencia remite hacia la
exterioridad, porque la sociedad mercantil es la primera en la cual las demás personas se presentan al
individuo como necesidades externas o como resultado secundario ante la acción de individuos
preexistentes (como muestra la idea del contrato social de J. J. Rousseau). Sin embargo, la exterioridad
entre individuos no significa mera apariencia, sino el aparecer exteriores entre sí constituye un sistema
social, cuyas relaciones económicas se erigen sobre la propiedad privada ligada por actividad
mercantil. La exterioridad exige que los individuos se relacionen por medio de su parte externa, por
medio de su aparecer, y entonces el impacto de lo aparente adquiera la mayor importancia. Cabría
hablar, haciendo metáfora, que el capitalismo mercantil desarrollado resulta un mundo de envases,
donde incluso entre el envase y su contenido emerge una especial tensión: invitación al equívoco
mediante un envase (oferta de compra) con promesa de felicidad desmedida con un contenido prosaico.
Después de la importancia ilusionista del envase, se coloca el papel estratégico de las vitrinas,
aparadores y marquesinas luego desdobladas como anuncios. El tráfico mercantil requiere una peculiar
manera de mostrar mediante la exhibición de un objeto magnético (en sí mismo3 o por recibir los
reflectores) y desbordando al simple objeto de ventas, destaca una escenografía para ofrecer un sueño
de satisfacción para el consumidor. La escenografía del consumo debe conducir hacia la creación de
estados de ánimo del consumidor deseante y pre-satisfecho, de tal modo que esté en el punto adecuado
para consumir. La fase habitual, en tanto cualquier consumo debe contener su momento de deseo, se
fabrica artificialmente, para lo cual la presencia del objeto de consumo debe magnificarse y cautivar a
la conciencia con enorme velocidad y fuerza. La fabricación de deseos alcanza su clímax mediante la
publicidad y las fantasías integrales de imagen y sonido: comerciales, películas...

Por fuerza, en la importancia de la presentación de las mercancías y luego la magnificación de los


mensajes como el medio para llegar hasta los consumidores individuales (público a cautivar). Por
fuerza la mercadotecnia (a nivel práctica espontánea o disciplina elaborada) de la sociedad capitalista
ofrece una selva de apariencias sensuales, se debe abrir el apetito entre flores y aves imaginarias, entre
aromas y sabores exuberantes. Cierto nivel de sensualidad y erotismo se potencia al máximo en la
sociedad mercantil, generando el terreno propicio para desatar (en una re-acción) las pasiones
contrarias: la conciencia del asceta y fanático anti-mundano de la religión. No es imprescindible que
aparezca el sello de la sexualidad explícita para descubrir ese erotismo mercantil cotidiano, la relación
del deseo individual con el objeto de consumo ya está sensualizada (el reino de los sentidos), pero para
el paso de la sensualidad al eros, quizá uno de los ejemplos más elocuentes sea el contenido emocional
de los automóviles. El automóvil cristaliza un objeto por excelencia para que el sujeto (inicialmente
masculino mas no exclusivamente) pueda desplazar emociones de sensualidad, imaginando que la
"belleza y líneas" del vehículo definen su imán personal, su fuerza de atracción ante el sexo opuesto o
2
LUKACS, George, Historia y consciencia de clase. De forma parecida Fromm establece una personalidad sellada por el
tráfico mercantil, enfocada a satisfacer a los demás, Ética y psicoanálisis.
3
Este contenido “magnético” o hasta mágico del objeto mercantil, lo plantea irónicamente Marx con el “fetichismo de la
mercancía” procurando revelar un contenido social en sí magnético, pero nada natural. Cf. El capital.

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también son una prolongación de las cualidades de su propio cuerpo como la "potencia" o lo
"acogedor". Los objetos de estatus como compensación emocional y fórmula para las conquistas
amorosas también resultan los herederos de los caballos4, pero existe un cambio de época con la
novedad del diseño y el acento psico-publicitario integrando las cualidades de placer adornando el
vehículo motorizado.

En otro plano, el fanatismo por la apariencia también conforma un motor dinámico para revelar la
esencia. Solamente una mentalidad preocupada por las regularidades de las apariciones y sus
alteraciones puede atrapar la esencia de las cosas. Caso típico la astronomía, que en lejanos periodos
predominó una mentalidad despreocupada por las arbitrariedades de las apariciones de los astros en los
cielos, cuando se podía contentar mediante explicaciones sin remitirla a una esencia. En cambio,
emerge la mentalidad más moderna, así Kepler ocupado por la discrepancia entre las interpretaciones
de Ptolomeo y los datos que le aportó Tycho Brae. Ptolomeo estableció órbitas circulares para los
planetas y los datos aparentes no correspondían con esa esencia de una órbita redonda. Kepler debió
modificar la percepción de la esencia y entonces propuso una órbita elíptica para explicar las
apariciones de los planetas en el cielo. Así, la ciencia también depende de un fanatismo por la
apariencia.

La religión ¿promueve un fanatismo por la esencia?


Por esencia se entiende trascender la apariencia, pero con la articulación entre ambos elementos,
incluyendo también el camino de regreso hacia lo inmediato; de lo contrario, la esencial sería parálisis
e incapacidad, por cuanto resulta incapaz de comprender la aparición del mundo ante las personas y sus
sentidos. El paso de apariencia a esencia debe describir un círculo completo, para captar la completa
realidad y no un viaje sin regreso.

Desde una perspectiva religiosa, usualmente se cree que lo no sensorial (invisible, intangible,
inaudible…) constituye lo único importante, lo cual entregará la semilla divina de lo trascendente pero
también revela el signo de la ingenuidad, porque sobre lo divino y su ente etéreo se construyen las más
exóticas fantasías. Para la religión casi siempre el paso hacia lo esencial indica un viaje sin regreso,
cuyo modelo consumado está en la muerte como partida hacia el más allá inaccesible, aunque pudiera
revelarse también con contenido antropológico en las diversas concepciones de una proyección humana
en la religión5. La religión debe especializarse con el tema de la muerte y el más allá (lo no terrenal),
por lo mismo ha de preferir a la esencia contra la apariencia. Esta trayectoria, que como destino
individual resulta ineludible, como camino del pensamiento señala un itinerario interrumpido, la mitad
de un concepto. La esencia propia de la actividad intelectual no se satisface con el más allá que se
escapa (como el nóumeno de Kant6), sino la articulación de la apariencia con su concepto esencial,
donde esto que se me aparece sí remite hacia una esencia, cuando encuentro la esencia, me exijo
remitirme a esto que se me aparece. La apariencia revela el mundo de aquí y ahora, lo concreto
entendido como práctico sensible, que es la tarea del pensamiento descifrar en conceptos. Pero todos
los conceptos esenciales de la ciencia y la filosofía serían una colección de ocurrencias si no tuvieran
su demostración, y la "demostración" implica la repetición en el aquí y ahora de lo sostenido
intelectualmente mediante principios esenciales. Aunque la demostración no establece el único modelo
del “aquí y ahora” de la ciencia, porque también están una infinidad de hechos sin posibilidad de
reproducción como los hechos históricos y humanos, sin posibilidad de reproducción exacta (cater

4
La relación hombre-caballo resulta muy interesante, definiendo posicione sociales y códigos de caballería.
5
FEUERBACH, Ludwig, La esencia del cristianismo.
6
Siguiendo el hilo de Kant, no quedará de otra que aceptar que una esencia que no tenga su manifestación aparencial,
sería un misterio tristemente mudo. Y esas esencias sin cuerpo, pueden ser tan grandes como un mundo completo, un
universo de nóumenos, imposible de ser captado por los humanos: un verdadero más allá. Cf. Crítica de la Razón Pura.

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paribus) como los hechos sociológicos.

Si definimos a la religión como un apasionamiento por la esencia, entendida como el más allá esencial
también encontramos que la historia arma una paradoja. La preocupación por alcanzar el más allá (una
esencia inasible por los sentidos) se convierte históricamente en el ritualismo de la religión y su
institución confecciona una apariencia rigurosa (ritos perfectamente organizados) la cual pretende
dominar a la esencia misma; es decir, los repetitivos rituales como misas y bautismos dan la sensación
al creyente de atrapar la esencia divina (más allá de lo sensorial7). En esta parábola la religión típica se
convierte en una institución apasionada por la apariencia ritual, como lo demuestra la larga historia de
las misas oficiadas en latín, idioma incomprensible para los creyentes.

De nuevo la ingenuidad. Regreso a mi ingenuidad inicial ante la presencia del rostro. La convicción
ingenua de que los rasgos del rostro indican las líneas de las emociones convertidas en carácter y
expresivas de flujos de energía, se explica por un código aprendido. La conciencia ingenua creyendo
en una comunicación de las emociones desde lo inmediato, regida por reglas de las impresiones
sicológicas y la formación de una vida entera. En términos sicoanalíticos la energía síquica o libido,
desde la infancia queda impregnada en las imágenes de las personas más importantes y cada mente
aprende a interpretar emociones, organizando un sistema de gratificaciones y frustraciones, entonces
también mis relaciones emocionales quedan grabadas en un caleidoscopio de gestos especiales, que
desde lo profundo de la conciencia he aprendido a interpretar, de modo semejante a como interpreta la
mayoría. Cada sencillo gesto (sonrisa, guiño, mueca) del aquí y ahora, presencia inmediata, lo descifro
mediante mi educación emocional convertida en código de interpretación. Para otros quizá sea una
máscara y una bruma, para mí el rostro trasluce los rayos de la claridad, entre los gestos se disipa la
niebla. Ese camino me liga con sentimiento hacia los prójimos, captando al vuelo las emociones
vitales, donde las caras y gestos, las palabras y tonos de voz disparan resortes inmediatos, interpretados
sin notarlo.

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Dentro de las religiones este tema apariencia-esencia se ha presentado mediante las discusiones en torno a la
“iconoclastia”.

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