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Conquista Española. Madrid, Alianza, 1986
Conquista Española. Madrid, Alianza, 1986
La autonomía económica y la comunidad eran los dos principios gemelos de la vida material. El
primer principio exigía que la gente se esparciera en formas dispersas de asentamiento
adaptadas al rigor y la pluralidad ecológicos de su medio ambiente. Económicamente, la
dispersión reducía el efecto de las malas cosechas en bolsas ambientales concretas y facilitaba
el acceso a una diversidad de zonas ecológicas adaptadas a la producción de recursos
diferentes. Incluso los grupos sociales pequeños se asentaban en una serie de «islas»
económicas ideadas para aprovechar la diversidad de microambientes. Además de cultivar los
alimentos principales, como las patatas y el maíz en su zona nuclear (a alturas muchas veces de
2.800 a 3.400 metros), las comunidades solían establecerse en: 1) las zonas más altas de la
puna (entre los 3.700 y los 4.600 metros) para dedicarse al pastoreo de llamas y alpacas, y
quizá para practicar la caza o extraer sal, y 2) en valles más bajos y tierras más calientes para
producir hoja de coca, ají, fruta, algodón, madera, quizá más maíz, etc. Al enviar colonizadores
(mitmag) desde las zonas nucleares, o mediante la conquista de pueblos preexistentes en
zonas ecológicas estratégicas, las comunidades incorporaban en sus dominios una serie de
«colonias» o «islas» cuyas condiciones naturales les permitían cultivar coca, pastorear
animales, extraer sal, etc. Incluso en las zonas nucleares, las prácticas agrícolas y de pastoreo
dispersaron a las comunidades en sistemas de asentamiento no contiguo.
El impulso hacia la autonomía económica implicaba el control directo de microambientes
dispersos.
Dentro de esta red imbricada de relaciones de parentesco que se retrotraía para incluir varias
generaciones de antepasados, las personas y las familias encontraban su identidad y los
medios de supervivencia. Los campos, los pastos, las aguas y los animales dispersos a
disposición de las familias andinas no les pertenecían como propiedad enajenada, sino que
más bien pertenecían al dominio colectivo de sus ayllus, comunidades y grupos étnicos.
El trabajo para las autoridades locales y estatales tendía a organizarse en forma de tareas
comunes que se asignaban a los ayllus.
En este contexto, los hogares y los ayllus activaban y reforzaban vínculos comunitarios o
étnicos al efectuar intercambios recíprocos de mano de obra entre «parientes». Esos
intercambios aportaban energía para trabajar los recursos, y unían a los productores dispersos
en relaciones de cooperación.
Las comunidades andinas no sólo invocaban las relaciones de reciprocidad como una relación
laboral básica que permitía a los «parientes» ampliar su ámbito económico, sino también
como un valor cultural que configuraba gran parte de la vida social de la comunidad. Por
ejemplo, lo que nosotros calificamos de «caridad» solía adoptar el matiz de un intercambio
recíproco. La comunidad plantaba los campos asignados a los ancianos y los impedidos, pero
éstos a su vez prestaban unos servicios esenciales como adivinos, brujos y curanderos. Esas
prácticas, como las referencias múltiples en las «palabras raíces» andinas, expresaban un ideal
de intercambio recíprocamente equilibrado entre los copropietarios de un dominio común.
Agricultura incaica
La agricultura inca constituye el conjunto de técnicas y saberes utilizados en el territorio
del Tahuantinsuyo por los pobladores del Imperio Inca para cultivar la tierra. Al
desarrollarse en los Andes una sociedad predominantemente agrícola, los incas supieron
aprovechar al máximo el suelo, venciendo las adversidades que les ofrecía el accidentado
terreno andino y las inclemencias del clima. La adaptación de técnicas agrícolas que ya se
empleaban con anterioridad en distintas partes, permitió a los incas organizar
la producción de diversos productos, tanto de la costa, sierra y selva,
para poder redistribuirlos a pueblos que no tenían acceso a otras regiones. Los logros
tecnológicos, alcanzados a nivel agrícola, no hubieran sido posibles sin
la fuerza de trabajo que se encontraba a disposición del Inca, así como la red vial que
permitía almacenar adecuadamente los recursos ya cosechados y repartirlos por todo su
territorio. El desarrollo agrícola inca y las técnicas usadas fueron tan efectivas que muchos
expertos consideran que si se reutilizaran hoy en día se solucionarían
los problemas de nutrición de la gente de los Andes por muchas décadas.1 2 Sin embargo,
hay que tener en cuenta que el aumento de población durante más de cinco siglos y, sobre
todo, la transformación de las técnicas agrícolas y la expansión de la tierra agrícola a zonas
menos pobladas y llanas, pero más aptas, invalidarían por sí solas la especulación con el uso
de técnicas ya obsoletas. No pasa en balde un tiempo tan largo y pensar en volver a las
técnicas del pasado no deja de ser una idea romántica pero totalmente impracticable. El
abandono de las tierras agrícolas de Machu Picchu, aún en la época indígena, serían la
mejor prueba de que la adaptación de la agricultura a técnicas anticuadas no resulta factible
ahora.
Materiales agrícolas
Herramientas
Los antiguos peruanos del Cusco, al no tener yunta por la falta de animales, para realizar
sus labores agrícolas utilizaron, el arado de tracción humana que denominaban
la tajllao chaquitaqlla, que es un palo puntiagudo, con una punta un tanto encorvada, que a
veces era de piedra o de metal. Antes de su terminal tenía esta herramienta otro palo
transversal, el agricultor apoyaba su pie para hundirlo en la tierra y luego hacer el surco.
Las herramientas manuales incas empleadas en la agricultura no han podido ser superadas,
sobre todo cuando se trata de trabajar en las laderas andinas o en ámbitos limitados como
los indígenas.
Fertilizantes
La importancia de la agricultura llevó a los indígenas a buscar fertilizantes para sus
cultivos. La información que poseemos sobre abonos procede de la costa y manifiesta el
aprovechamiento de recursos naturales renovables. Los principales abonos empleados son
nombrados por los cronistas y fueron usados sobre todo para la producción de maíz lo cual
confirmaría la sugerencia de Murra acerca de la prioridad de este cultivo. Un primer abono
consistía en enterrar junto con los granos, pequeños peces como sardinas o anchovetas.
Una representación de este sistema estaba pintada en los muros de uno de los santuarios
de Pachacámac donde figuraba una planta de maíz germinando de unos pececitos. El
segundo abono usado era el estiércol de las aves marinas que por millares anidan en las
islas del litoral. El recurso llamado guano se formaba por las deyecciones de las aves y los
costeños tenían por costumbre extraer el guano de las islas. El tercer recurso renovable
provenía del mantillo de hojas caídas de los algarrobos y guarangos utilizadas para mejorar
los suelos.
TIPO DE AGRICULTURA
La estructura económica de los incas estaba organizada según las distintas zonas productivas o
“pisos ecológicos”. En la región de la Puna, a más 5000 metros de altura sobre el nivel del mar,
se cultivaban papa y quinoa y se criaban llamas y alpacas. Entre los 3500 y los 5000 metros de
altura se encontraba la región fría y seca de la sierra, donde se plantaban maíz y coca. La
región de la selva, de altura variable, permitía la recolección de frutos tropicales. Por último,
en la costa se podían obtener peces y mariscos.
Cada comunidad se encargaba de producir sus propios alimentos: una parte para su propia
subsistencia y otra para ser enviada a la capital del imperio, Cuzco. Además, existían otras
formas de trabajo:
La mita era un tipo de trabajo realizado por turnos durante un breve tiempo, que
consistía en la realización de obras colectivas como la construcción de caminos o el
cultivo de las tierras de los gobernantes.
El yanaconazgo era un tipo de trabajo servil, por lo general realizado por miembros de
poblaciones vencidas. Era una condición que podía pasar de padres a hijos. Al tratarse
de un caso excepcional en el que el individuo rompía los lazos con su comunidad, el
yanaconazgo era un tipo de trabajo poco frecuente, que solo podía darse por expresa
orden del gobernante máximo.
El extenso territorio estaba unido por dos sistemas de carreteras paralelas que conectaban las
ciudades de la costa, por un lado, y las andinas, por otro. Con intervalos regulares se
levantaban los tambos o postas y los chasquehuasis, que eran lugares de albergue y
aprovisionamiento de soldados y funcionarios. Los chasquehuasis eran los sitios en los que se
ponían en contacto los chasquis o corredores-correo que llevaban y traían información.