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Por William R.

Herrera Maestría en Estudios Internacionales


Pontificia Universidad Javeriana
RESEÑA - EL FIN DE UN SUEÑO: LOS ESTADOS UNIDOS DE NORTEAMÉRICA (1890-1902)
Barbara Tuchman (1912-1989) fue una historiadora estadounidense que en vida escribió sobre
historia medieval, moderna y contemporánea. Muchos de sus trabajos versan sobre las Guerras
Mundiales, la Guerra Fría y la historia de los Estados Unidos. También destacó como periodista y
escritora, valiéndole premios como el Pulitzer (1972) y enseñar en Harvard, la Universidad de
California y el Colegio Naval de Guerra. Entre sus escritos destaca La Torre del Orgullo (2007), en el
cual describe la Belle Époque y los 25 años que precedieron a la Primera Guerra Mundial (1914-
1918). En él se exploran diferentes eventos de finales del siglo XIX y comienzos del XX, producto de
los cuales los países europeos irían entretejiendo el complejo sistema de alianzas que
desencadenaría la guerra.
En consecuencia, centraría parte de su escrito en los Estados Unidos y su proceso para convertirse
en potencia mundial, al cabo del cual abandonaría el aislacionismo característico de su política
exterior y le reemplazaría por una política cada vez más activa y expansionista. En ese entonces, el
país norteamericano continuaba fiel a su doctrina de la no-intervención en los asuntos internos de
los demás Estados, se trataba de un país ajeno al colonialismo característico de los pueblos
europeos, construido sobre la base de la libre autodeterminación, las ideas de la Ilustración y el
respeto por los valores propios del Liberalismo.
Fue así, que en el capítulo 'El fin de un sueño’, Tuchman iniciaría narrando la historia del speaker
Thomas B. Reed, de clase media, republicano e integrante de la Cámara de Representantes. Desde
su punto de vista, se trataba de un personaje particular, comprometido con sus ideales políticos y
resistente a la influencia de los hombres de posición, muchos de los cuales veían con recelo la
política estadounidense de la época. Para Tuchman, el recelo era una consecuencia directa de la
revolución americana, pues las personas acaudaladas veían con desconfianza la democracia y el
sufragio universal, detestaban la idea de competir por el poder con hombres comunes como Reed y
en su lugar, optarían por el sector privado y la administración de las empresas en expansión,
muchas de las cuales, después de la guerra de Secesión (1861-1865) cimentarían la expansión
industrial de los Estados Unidos.
En ese sentido, Reed era un parlamentario destacado, muy reconocido por su facilidad para el
habla, de amplio bagaje cultural y profundo desdén por la guerra —producto de sus años en la
Armada durante la Guerra Civil—. Su carrera política estaba en auge a finales del siglo XIX,
desempeñaba un papel fundamental en la Cámara de Representantes y soñaba con llegar a la Casa
Blanca. Sin embargo, Reed pertenecía a una generación de políticos en extinción, a diferencia de su
pupilo, Teodoro Roosevelt, más abierto a los cambios de la época, la influencia de los hombres de
posición y la dinámica internacional.
Por aquellos años, eran pocos los estadounidenses que estaban al tanto de los intereses de su país
en el extranjero, la mayoría prefería concentrarse en la política doméstica, los enfrentamientos con
los nativos americanos y la expansión hacia el oeste. Pese a ello, militares como Alfred Mahan
lograrían inspirar a jóvenes como Roosevelt a adoptar un enfoque diferente, más centrado en el
exterior y el papel que los Estados Unidos deberían desempeñar a nivel internacional. Fue tal el
entusiasmo de Roosevelt, que a sus escasos 24 años publicaría The Naval War of 1812 y sería
invitado al Colegio de Guerra Naval, donde conocería a Mahan y se haría su discípulo.
Mahan al igual que Reed serviría en la Armada de los Estados Unidos durante la Guerra Civil, con
los años se convertiría en un reputado estratega naval e incluso llegaría a redactar libros que le
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darían reconocimiento internacional. De hecho, el primero de sus libros convencería al Kaiser
Guillermo II, de la necesidad de construir una flota para la Alemania imperial y buscar el futuro de su
país en el mar. Del mismo modo, las tesis de Mahan convencerían a la opinión pública
estadounidense, de la inaplazable necesidad de desarrollar una Marina poderosa. Ya que la flota de
los Estados Unidos languidecía si se le comparaba con la flota británica o la recién creada flota
alemana.
Desde el punto de vista de Mahan, sólo el poderío naval garantizaría la consolidación del poder
estadounidense en el continente americano, indispensable para hacer realidad la Doctrina Monroe,
mantener a los europeos a raya y contrarrestar la creciente influencia japonesa sobre el Océano
Pacífico. A raíz de lo cual, personajes como Henry Cabot Lodge o el propio Roosevelt, empezarían a
propagar entre la clase política, la “necesidad” de poseer el archipiélago de Hawái o bien, construir
un canal interoceánico en Centro América —inicialmente en Nicaragua—.
En contraste, la firme actitud del Presidente Grover Cleveland —expresamente en contra de la
expansión colonial estadounidense—, impediría que la codiciosa actitud de algunos políticos en
Washington influyese en la política exterior de su país. Uno que se fundó sobre la base de ciertos
principios democráticos que todavía persistían entre muchos ciudadanos estadounidenses, la
población inmigrante y sus descendientes directos, llegados a América por su creciente prosperidad
y atractivo sistema político. De ese mismo parecer era Reed, contrario a cualquier forma de
expansión y a lo que esta implicaba para los Estados Unidos.
Pese a los esfuerzos de Cleveland, su sucesor, el Presidente William McKinley —de convicciones
más frágiles que su antecesor—, se vería arrastrado a la guerra contra España con relativa facilidad.
En ese tiempo, Cuba luchaba por su independencia y muchos políticos, en especial republicanos,
insistían en la necesidad de intervenir en el conflicto en favor de los cubanos. Entre ellos se
contaban Lodge, Mahan y el propio Roosevelt, convencidos del rol que los Estados Unidos estaban
llamados a desempeñar contra la tiranía de Europa sobre los pueblos América. Detrás de lo cual, se
ocultaba el cada vez más creciente interés de los Estados Unidos por el Caribe y el Océano
Atlántico.
Otro factor a considerar por Tuchman en el progresivo cambio de actitud estadounidense hacia el
exterior, fue la victoria de Japón sobre China durante la Primera Guerra sino-japonesa (1894-1895),
al cabo de la cual, el Japón del Emperador Meiji emergería como una potencia en el Este,
incentivando que los Estados Unidos acelerarán la construcción de su flota, siguiera adelante con el
proyecto del canal interoceánico en Centro América y se anexará el archipiélago de Hawái. Todo al
mismo tiempo que combatían a España en el Caribe. Por lo cual, Roosevelt sentiría la necesidad de
prepararse para el período de grandeza que la nueva época parecía exigirle y se enlistaría en el
Ejército.
Cabe señalar, que la guerra Hispano-estadounidense sería declarada el 25 de abril de 1893, muy a
pesar de los esfuerzos de Reed y Cleveland por impedirla. De ahí la tajante división de políticos,
académicos y ciudadanos en general, entre imperialistas —también llamados expansionistas—, y los
denominados antiimperialistas. Desde el punto de vista de los primeros, es decir, los imperialistas, si
los Estados Unidos no tomaban el control de Hawái, lo harían en su lugar el Reino Unido o Japón.
De igual manera, ignorar el Caribe supondría sacrificar sus intereses como Nación en beneficio del
decadente Imperio español. Por su parte, los antiimperialistas cuestionarían las acciones de su país,
toda vez que la intromisión en los asuntos internos de los demás, suponía una flagrante violación de
los valores inherentes a la política estadounidense.
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Sin embargo, la anexión de Hawái a los Estados Unidos sería ratificada formalmente el 7 de julio de
1898, cuatro días después de haber concluido la guerra de “independencia” de Cuba, producto de la
cual, durante los años siguientes se instauraría la Enmienda Platt (1901), que haría de la Isla un
protectorado de los Estados Unidos con poco margen de acción tanto en política doméstica como
exterior. Hawaianos y cubanos habrían perdido su libertad.
No contentos con anexarse Hawái y expulsar a los españoles de Cuba, los Estados Unidos de
finales del siglo XIX pondrían sus ojos sobre las Filipinas, a través de las cuales intentarían controlar
las rutas marítimas de Asia. Por lo que, no sólo combatirían a España en el Atlántico, trasladarían su
lucha hacia el Pacífico, donde también lograrían expulsar a los españoles de sus últimas colonias en
ultramar, haciéndose con el control de Manila, el país y sus habitantes.
No obstante, después de la expulsión de España, los filipinos se alzarían en su propia guerra de
independencia contra los Estados Unidos. Una guerra que en términos de Tuchman, iría
aumentando en magnitud y salvajismo conforme pasaba el tiempo. Los filipinos acechaban y
atacaban por sorpresa, mutilaban e incluso enterraban vivos a sus prisioneros estadounidenses; su
líder, Emilio Aguinaldo, luchaba para ganar tiempo, tenía la esperanza de que los antiimperialistas
estadounidenses forzarían la retirada de las tropas invasoras una vez William Jennings Bryan
venciera a McKinley en las elecciones de 1900. Para decepción de los rebeldes filipinos, el
Presidente McKinley sería reelecto con más del 53% de los votos a favor y con el belicoso Roosevelt
como su Vicepresidente.
Seis meses más tarde, el anarquista Leon Czolgosz asesinaría a McKinley y Roosevelt asumiría la
Presidencia de los Estados Unidos por casi una década (1901-1909). La expansión colonial y la
conquista quedaban así aceptadas en el seno de la sociedad estadounidense, y la ruptura con el
pasado y su tradicional política exterior se daban por confirmados. El idealismo de Reed, Cleveland
y Bryan sería reemplazado por el ambicioso proyecto imperial de Lodge, Mahan y Roosevelt,
comenzaba así una nueva era, la era del Imperio americano.
Dicho todo lo anterior, si bien es cierto muchos de los eventos mencionados por Tuchman incidieron
en el cambio de actitud estadounidense frente al exterior, incluso antes de 1890 los Estados Unidos
ya demostraban tener intereses más allá de sus fronteras nacionales originales. Un hecho que no
sólo sería corroborado por la “conquista” del oeste a expensas del territorio de los nativos
americanos, sino por la compra de la Luisiana a la Francia napoleónica (1803), la guerra contra
México (1846-1848) y la compra de Alaska a la Rusia zarista (1867). De igual manera, aunque
Tuchman exploró a profundidad la lucha de los Estados Unidos contra España, obvió muchas de las
tempranas expediciones estadounidenses en Asia, participando en la Segunda Guerra del Opio
(1856-1860) contra China y poco antes en la apertura forzada de Japón (1852-1854) al comercio
internacional.
Así mismo, hubiese sido interesante que Tuchman explorase a profundidad el papel que los
antiimperialistas jugaron no sólo a finales del siglo XIX —cuando intentaban retardar la conversión
de los Estados Unidos en potencia y hacer retirar las tropas estadounidenses de las Filipinas—, sino
al inicio del siglo XX, durante los últimos meses de vida del Presidente McKinley, cuando el
emergente Imperio americano confrontaba al Imperio alemán en Samoa y ayudaba a contener el
denominado ‘Levantamiento de los bóxers’ (1899-1901) en la China de los Qing. Cabe mencionar,
que el concepto de ‘Destino Manifiesto’ (1845) es poco desarrollado en este capítulo del libro, valdría
la pena preguntar por qué, aun así, considero que Barbara Tuchman, su libro La Torre del Orgullo
(2007) y su capítulo 'El fin de un sueño’, constituyen una fuente de información invaluable para
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abordar desde diferentes perspectivas sociopolíticas, los cambios que surtían en el mundo durante
la Belle Époque.
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA:
Bárbara Tuchman, La Torre del orgullo: 1890-1914 , Capítulo 3, Los Estados Unidos de
Norteamérica: el Fin de un sueño, Ediciones Península, 2007, Pág. 129-180.

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