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Cuentos para crecer.

Dolors Garcia Folch

1. La escuela de hadas
Para aprender a confiar en uno mismo y a escuchar la voz interior.

Esta noche la pequeña hada Celeste apenas ha podido


dormir. Hace días que está esperando que empiece el curso
en la escuela da hadas. ¡Y por fin ha llegado el primer día
de clase! De un salto se levanta de la cama y se sacude el
sueño meneando sus pequeñas alas.
Muy pronto empieza a oír los gritos y las risas de sus
compañeras que van hacia la escuela.
-¡Voy en seguida!- les dice asomándose a la ventana. -
¡Sólo tengo que coger mi varita!

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Pero cuando echa un vistazo a su alrededor se da cuenta
enseguida de que su varita no está. Siente cómo el corazón
le empieza a latir muy rápido y, preocupada, empieza a
revolver los cajones, mira debajo de la cama, vacía las
cajas de juguetes... incluso sale fuera y la busca debajo de
las piedras y entre los arbustos. Pero la varita no aparece...
-¿Qué voy a hacer ahora?- exclama sentada en el suelo y
con los ojos llenos de lágrimas.
Al oírla llorar sus amigas se han acercado para ver qué le
pasa.
- Pobre Celeste -, oye como una de ellas le dice a la otra. -
Sin su varita ya no podrá ser un hada de verdad. Ya no
hace falta que venga a la escuela. ¡Venga, vamos que
llegaremos tarde!
La pequeña hada Celeste lo ha oído todo, y se queda allí
sentada, sola y muy, muy triste.
- Quizá tienen razón - piensa -– y ya no hace falta que
vaya a la escuela de hadas porque sin mi varita nunca
podré ser un hada.
Y mientras las lágrimas le caen por las mejillas se
pregunta:
- Y ahora, ¿cómo voy a ayudar a la gente? ¿Cómo haré
realidad los deseos sin la magia de una varita?
Y llora, llora sin parar... y su tristeza se esparce por todo
su cuerpo, y poco a poco sus alas van dejando de brillar.
Pero, en la escuela, la maestra de las hadas lo ha visto y lo
ha oído todo. Ella conoce a Celeste y sabe que sería un

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hada fantástica, porque tiene lo más importante que un
hada debe tener: un gran deseo de ayudar a los demás.
Entonces, abre un cajón y coge una cajita dorada. Dentro,
acurrucadas unas contra las otras duermen un montón de
luciérnagas. Con mucho cuidado toma una, y soplando
muy suavemente la llena con la magia de su aliento.
- ¡Despierta, Luci! - le dice. - Ve y di a Celeste que no
deje de buscar. ¡Acompáñala y ayúdala a descubrir el
secreto de las hadas!
La pequeña hada Celeste se ha quedado medio dormida
después de llorar tanto. Cuando abre los ojos continúa
pensando en lo que han dicho sus compañeras y cada vez
está más convencida: nunca podrá ser un hada.
Pero de pronto oye una vocecita que le dice:
- Sigue buscando, Celeste, sigue buscando...
- ¿Quién habla?- pregunta mirando a todas partes. -
¿Quién está ahí?
Pero no ve a nadie, porque la luciérnaga es muy pequeñita
y se esconde detrás de ella.
- Sigue buscando, Celeste, sigue buscando... - vuelve a oír.
No sabe de dónde sale aquella voz. Mira a su alrededor
pero ¡no hay nadie!
Y de pronto se da cuenta de que quizá debería hacer caso
de la vocecita.
- No sé quién eres, pero a lo mejor tienes razón - dice. - Mi
varita está en alguna parte y, esté donde esté, voy a

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encontrarla. ¡Y entonces podré ir a la escuela y aprender a
ser un hada de verdad!

Y poquito a poco sus pequeñas alas vuelven a brillar, y las


lágrimas que han caído en su vestido se han convertido en
chispas de colores que lo adornan. Con una sonrisa en los
labios la pequeña aprendiza de hada se prepara para
comenzar su viaje; un viaje que la llevará por todo el
mundo, donde encontrará un montón de amigos que la
ayudarán a encontrar su varita.
¿Querrás acompañar a tu nueva amiguita?

Lo importante es lo que tú piensas de ti mismo o misma,


no lo que piensan los demás. Si deseas hacer una cosa,
piensa que lo conseguirás aunque te digan que es

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demasiado difícil o que tú no podrás... Si tú crees con
todo tu corazón que puedes hacerla, ¡seguro que lo
conseguirás aunque te cueste!
Celeste quiere ir a la escuela de hadas para convertirse en
un hada de verdad. Pero hace caso a sus amigas, cree que
ya no puede ir y se pone muy triste porque piensa que ya
no puede hacer realidad su deseo. Si no les hubiera hecho
caso, ¿crees que habría llorado tanto? Quizás se hubiera
puesto un poco triste por haber perdido la varita, pero
habría ido igualmente a la escuela.
Tú también tienes una vocecita que te acompaña. No es
una luciérnaga de verdad. Es eso que, muy dentro de ti,
te dice qué tienes que hacer y te ayuda a encontrar
soluciones a tus problemas. Para oírla quédate en
silencio y pregúntale lo que quieras saber. No la oirás
como una voz distinta de la tuya, ni la oirás con los
oídos. La notarás como un pensamiento, como si lo
pensaras tú. Pero sabrás que es ella, porque no tendrás
ninguna duda de que esa es la respuesta que necesitabas.

Celeste se queda muy triste porque cree que ya no podrá


ser un hada, pero cuando escucha la vocecita, que le dice
que siga buscando su varita, vuelve a creer que algún día
podrá ir a la escuela. La vocecita le da una solución para
poder conseguir lo que más desea.

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2. ¡Más deprisa, caracolito!
Para aprender a respetar el ritmo de los demás y el propio. Para
aprender a tener paciencia.

Ha llovido toda la noche. La pequeña hada Celeste sale de


la madriguera de la ardilla que ha compartido con ella su
cama de hojas secas. De pronto, un golpecito en la cabeza
hace que mire hacia arriba. La ardilla está en la rama más
alta recogiendo bellotas para desayunar.
–- ¿Quieres una?- le pregunta señalando un montoncito
que ha apilado sobre una hoja.
- No, muchas gracias -, responde Celeste. -Tomaré un
poco de néctar de aquellas flores tan bonitas.
Y, despidiéndose de ella con la mano, Celeste vuela hacia
una planta de campanillas blancas.
Tras llenar su barriguita, Celeste se lava la cara con una
gota de agua que cae de una hoja. Después se estira el
vestido y se pasa la mano por el pelo para peinarse.
- ¡Ya estoy lista! - exclama contenta. - ¡A ver si hoy tengo
suerte y encuentro mi varita!
Y dando una voltereta salta al suelo, con tan mala suerte
que tropieza y cae encima de una cosa pegajosa.
- Pero ¿qué es esto tan asqueroso? - dice limpiándose las
manos y sacudiéndose el vestido.
- Escucha bonita -, oye que alguien le dice. - Esto tan
asqueroso son mis babas, que hacen que pueda deslizarme
mejor por el suelo.
Y entonces Celeste lo ve. ¡Es un caracol!

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- Perdona caracolito -, le dice avergonzada. - No quería
molestarte. ¿A dónde vas tan despacio?
- Voy hasta aquel campo de lechugas, a ver si desayuno un
poco - contesta él.
- ¡Pues si no te espabilas llegarás a la hora de cenar!-
exclama Celeste divertida.
- Para mí, el desayuno es lo primero que como cuando me
despierto, sea cual sea la hora y tanto si es de día como de
noche - contesta el caracol.
- Yo estoy buscando mi varita - sigue Celeste. - ¿La has
visto por aquí?
- Pues no, lo siento, pero si quieres, después de desayunar,
te ayudo a buscarla - le dice el caracol.
La pequeña hada Celeste cree que está muy bien que el
caracol quiera ayudarla, pero piensa:

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- Si va tan despacio se hará de noche antes de que
podamos empezar a buscarla.
Y con ganas de ayudar decide hacer algo para que el
caracol vaya más deprisa.
- ¡Venga, más rápido! - grita empujándolo por detrás con
todas sus fuerzas.

Y de golpe, el pobre caracol pierde el equilibrio y cae de


lado con el caparazón al revés...
- Mira, bonita, más vale que no me ayudes. Yo no tengo
ninguna prisa, y además me gusta ir despacito sintiendo el
frescor de la tierra mojada.
Pero Celeste se impacienta. Ella ha volado hasta el campo
de lechugas cuatro veces y ha vuelto, y el caracol parece
no haberse movido de sitio.
- ¡ Ya lo tengo! - exclama decidida. - ¡Si dejas aquí tu
caparazón podrás ir más rápido, y después ya volveremos
a buscarlo!
Y antes de que el caracol tenga tiempo de darse cuenta,
Celeste le saca el caparazón y lo deja a un lado.
- ¿Lo ves? ¡Ahora ya puedes correr!

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El pobre caracol se siente desnudo. Toda la vida ha
llevado su caparazón, que lo protege y le sirve de casa.
Ahora parece una babosa, y no es que no le gusten sus
amigas babosas, pero él quiere ser un caracol.
- Por favor, pequeña hada, vuélvemelo a poner - le pide.
- Tengo frío.
Celeste no lo entiende. Ella quiere ayudarle a ir más
rápido, pero él no quiere. ¿Qué puede hacer? Y entonces,
Luci, que hace rato que le está haciendo señales para que
la escuche, le dice al oído:
- Déjalo que vaya a su ritmo. Si quieres ayudarle hazle el
camino más divertido...
Y la pequeña hada Celeste oye la vocecita. Y de da cuenta
de que tiene razón. Sigue sin saber de quién es esta voz,
pero está aprendiendo a escucharla. Entonces decide
contar cuentos al caracol y cantarle canciones para que el
camino no sea tan largo y aburrido.
Por fin, cuando el sol empieza a esconderse tras las
montañas, llegan al campo de lechugas y el caracol se
mete entre las hojas para desayunar. La pequeña hada se
da cuenta de que ya no les queda tiempo para buscar la

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varita, pero está contenta de haber pasado el día con su
nuevo amigo.
- Ya la buscaré mañana - piensa. - En realidad tengo
mucho tiempo antes de que empiece el próximo curso en
la escuela de hadas.
Y, sin darse cuenta, ayudando al caracol, la pequeña hada
Celeste ha dejado de pensar todo el día en su varita. Lo
que no imagina es que ahora la tiene un poquito más cerca,
pero esto tardará mucho, mucho tiempo en descubrirlo. Su
viaje sólo acaba de empezar...
¿Tú también quieres viajar?...

Respeta el ritmo de los demás. Para hacer una misma


cosa, hay personas que necesitan más tiempo que otras.

Celeste cree que el caracol va demasiado despacio, porque


ella puede volar muy rápido. Pero el caracol no tiene prisa,
porque toda su vida ha caminado a su ritmo y sabe que
necesita más tiempo. Al final llega igualmente al campo
de lechugas, que es donde quería ir, y disfruta de un buen
"desayuno-cena".

Aprende a esperar cuando quieras hacer algo y no


puedas hacerlo enseguida. Si te enfadas, te pones triste o
nervioso o nerviosa, quizás no te salgan las cosas como
tú querías.

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Con las prisas para ayudar al caracol a ir más rápido,
Celeste hace cosas que al pobre no le van demasiado bien.
Ella quiere ir más deprisa, y no se da cuenta de que el
caracol no puede correr más. Por suerte escucha a Luci y
pasa un buen rato en lugar de estar nerviosa.

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3. La vieja muñeca de Raquel
Para aprender a disfrutar de lo que tenemos y a compartir. Para
aprender a valorar las cosas que no pueden comprarse con dinero,
como la amistad.

- ¡Despierta, pequeña hada! ¡Me parece que estamos


llegando!

La pequeña hada Celeste abre los ojos medio dormida. La


cigüeña la ha despertado mientras estaba soñando que
jugaba con sus amigas a cambiar el color de sus vestidos
con sus varitas. Hace muchos días que ella y la cigüeña
vuelan juntas cruzando el mar, y de vez en cuando la
pequeña hada ha descansado encima suyo. Cuando saca la
cabeza de entre las plumas, mira hacia abajo y sólo ve el
mar.
- Yo no veo nada - le dice, y cansada de ver siempre lo
mismo vuelve a taparse con las plumas e intenta seguir
con aquel sueño tan divertido.
Pero de pronto nota unos pinchazos en la pierna, y un
golpecito de pico hace que salga disparada hacia arriba.
- ¡Venga, espabila dormilona! - le grita riendo la cigüeña.
- ¡Y mira hacia allí!
Celeste se frota los ojos y mira por encima de la cabeza de
la cigüeña.
-¡Por fin hemos llegado! - exclama contenta. - Pero,
¿dónde estamos?
Delante de ella aparece una ciudad con los edificios más
grandes que ha visto nunca... una ciudad de rascacielos.

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Cuando llegan, empiezan a recorrer las calles, y la
pequeña hada se queda con la boca abierta con todo lo que
ve: por todas partes hay carteles con lucecitas que
anuncian miles de cosas; las aceras están llenas de gente
que anda de prisa; hay tantos coches que no tienen sitio
para moverse... En una esquina, un grupo de chicos con
gorras y gafas de sol bailan haciendo piruetas y volteretas
con la cabeza en el suelo.

A Celeste también empieza a darle vueltas la cabeza. Hay


demasiado ruido, y al cabo de un rato comienza a tener
ganas de salir de allí.
Después de cruzar volando unas cuantas calles, pasan por
delante del campanario de una iglesia, y la cigüeña se
acerca a él, diciéndole a Celeste:
- Amiga mía, aquí se acaba mi viaje. Este sitio no está
nada mal para hacer un nido, ¿no te parece?

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La pequeña hada le da un abrazo.
- Muchas gracias por haberme dejado volar contigo. Yo
tengo que seguir buscando mi varita. A lo mejor un día
volvemos a encontrarnos.
Y después de darle un besito en el pico, Celeste levanta el
vuelo y continúa su camino.
De pronto se da cuenta de que las calles han cambiado.
Las casas son más viejas y todo parece muy triste, pero se
oyen las risas de unos niños que juegan al fútbol con una
botella de plástico vacía...
Este sitio le da mucha pena, porque la gente que vive ahí
es pobre, y a veces no tiene dinero ni para comprar
comida...
Pero después de volar un rato, las calles vuelven a
cambiar. Ahora se ven casitas más bajas, con un jardín
delante y rodeadas de árboles y flores.
De pronto ve pasar un globo rojo... y luego uno amarillo...
y uno azul... y uno verde... Delante suyo el cielo se llena
de globos de colores, y la pequeña hada se divierte
dándoles golpecitos con las manos. Abajo, en el jardín de
una casa hay una fiesta de cumpleaños, y decide acercarse.
Hay una niña que lleva una corona con el nombre
"Raquel" escrito con purpurina, y está rodeada de niños y
niñas que la felicitan y le dan regalos.
Sentada en la rama de un árbol que hay al lado de la casa,
Celeste ve cómo la niña abre deprisa los regalos y los va
metiendo en una bolsa muy grande.

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- ¿Me dejas jugar con una muñeca? - le pregunta una de
las niñas.
- Lo siento, pero no puedo, porque es nueva y se
estropearía
- le responde ella.
Y cuando acaba de abrir el último paquete se levanta y
arrastra la bolsa con todas sus fuerzas hacia dentro de la
casa.
- ¿Y si pintamos un rato? - pregunta un niño con la cara
llena de pecas.
- Es que no quiero que gasten mis colores nuevos - dice
Raquel.
- Pues juguemos a pelota - dice otro.
- No, que podría pincharse - vuelve a responder ella.
Así que los niños deciden jugar al escondite, pero Raquel
no tiene ganas, y sentada en un escalón mirando cómo
juegan, piensa:
- Ya tengo ganas de que se marchen todos para poder ir a
jugar con mis juguetes nuevos.
Mientras tanto, Celeste ha entrado en la casa por una
ventana abierta.
- Esta debe ser la habitación de Raquel - dice.
Hay juguetes por todas partes: estanterías llenas de
muñecas, una montaña de peluches encima de la cama,
una caja con todo tipo de disfraces y cajones llenos de
cosas para pintar y hacer manualidades.

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- ¡Pero si no tendrá sitio para guardar todos los regalos que
le han hecho hoy! - dice en voz alta.
Y, cuando se acerca a la ventana para volver fuera, ve las
piernecitas de una muñeca de trapo asomando de un baúl a
medio cerrar.

- Y ¿tú qué haces aquí dentro? - le pregunta abriendo la


tapa. - ¿Por qué no estás en una estantería como las demás
muñecas?
- Yo soy la primera muñeca que le regalaron a
Raquel - responde la muñeca. - Me quería mucho, y
jugábamos cada día, pero cuando empezó a tener muñecas
nuevas a mí me arrinconó y ni siquiera se acuerda de que
estoy aquí. Cualquier día me tirará a la basura.
- Pues yo creo que eres la más bonita de todas - le dice la
pequeña hada. - Quizá algún día Raquel vuelve a jugar
contigo.

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Pero, en el fondo, Celeste sabe que eso es muy difícil. Hoy
Raquel tiene un montón de regalos y muñecas nuevas para
jugar.
De pronto, mientras piensa cómo podría ayudar a la
muñeca, oye a alguien subiendo por las escaleras y se
esconde a su lado en el baúl. Se abre la puerta y entra
Raquel con los regalos.
-–Por fin se han ido todos y puedo jugar sin que nadie
toque mis cosas!
Y, sentada en el suelo los esparce todos y se pone a jugar.
Dentro del baúl, Celeste espera a que Raquel se vaya a
dormir, y entonces, cuando sale, oye a sus padres hablando
en la otra habitación:
- Lo siento mucho - le dice el padre a la madre - pero me
he quedado sin trabajo, y si sólo trabajas tú no podemos
seguir viviendo en esta casa tan cara. Mañana tendremos
que recoger las cosas e irnos a vivir a un sitio más
pequeño.
La pequeña hada se pone muy triste.
- Pobre gente - piensa. - Quizás debería quedarme hasta
mañana a ver si puedo ayudarles.
Y vuelve a meterse en el baúl, para dormir al lado de la
muñeca.
La mañana siguiente, cuando Raquel se despierta, ya hace
rato que sus padres están haciendo las maletas y
desmontando los muebles. En la calle hay un camión que
lo llevará todo a su nueva casa. Su madre entra en su

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habitación y le cuenta qué ha ocurrido; le dice que elija un
juguete para llevarse, porque en su nueva casa no hay
suficiente sitio para todo.
- ¡No mamá, yo los quiero todos! ¡Son míos y quiero
llevármelos! - grita enfadada.
Y con los ojos llenos de lágrimas sale corriendo de la
habitación sin coger ninguno...

Cuando se queda sola, Celeste sale del baúl.


- Pobre Raquel - piensa - lo quiere todo y ahora se va a
quedar sin nada.
Entonces oye la vocecita de Luci:
- Pon la muñeca de trapo en una caja - le dice.
Y la pequeña hada, que sabe que esta vocecita siempre
acierta, coge la muñeca y, sin que nadie la vea, la guarda
en una de las cajas que aún está abierta.
Al cabo de unas horas el camión ya está cargado. La
pequeña hada ve desde la ventana cómo Raquel y sus
padres suben al coche y se van detrás del camión. Y
entonces decide seguirles. De un saltito empieza a volar
hasta llegar al camión y se sienta encima.
Enseguida llegan a aquellas calles con casas viejas donde
vive la gente que no tiene mucho dinero. Se paran delante
de una casa pequeña y empiezan a descargar el camión. Es
una casa de tres pisos donde viven más familias. En los
escalones de la entrada hay un grupo de niños y niñas que
miran cómo los hombres del camión van y vienen
llevando dentro muebles y cajas.

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Raquel pasa por su lado sin ni siquiera mirarlos y entra
muy rápido en la casa. Cuando han terminado de montar
su habitación se encierra dentro y empieza a llorar tirada
en la cama.
Entonces Celeste, que la ha seguido sin que la viera,
empieza a hablarle:
- No llores, Raquel. Seguro que aquí harás un montón de
amigos, y verás cómo te lo pasarás bien.
- Y ¿tú qué sabes? - le dice sin levantar la cabeza de la
almohada.
Pero al cabo de un momento, Raquel se levanta y descubre
que quien le está hablando es la pequeña hada...

- ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? - le pregunta sin parar de


llorar.

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- Soy Celeste, y mientras estaba buscando mi varita he
llegado a tu casa y he visto lo que ha pasado. Si quieres
podemos ser amigas - le responde ella.
- ¡Yo no necesito amigas! - dice Raquel. - A mí me gusta
jugar sola con mis juguetes, pero ahora no tengo ninguno,
y estoy triste y enfadada, porque he tenido que dejarlos
todos en la otra casa.
- ¿Sabes qué? - le dice Celeste. - Una vez me dijo un
duende del bosque que todo lo que nos pasa es por algún
motivo, porque a lo mejor tenemos que aprender algo.
- ¡Déjame en paz! - responde ella. - ¿Cómo quieres que
aprenda algo de todo esto?
La pequeña hada ve que no conseguirá convencer a
Raquel. Le dice adiós y se va volando hacia la calle. Pero
entonces ve a unas niñas jugando en la acera. Cada una
lleva una muñeca de trapo medio rota, pero se lo están
pasando la mar de bien y no paran de reírse. Y en ese
momento oye la voz de Luci:
- Dale su muñeca de trapo y haz que salga a la calle.
Y Celeste da media vuelta y entra de nuevo en la casa.
Echa un vistazo y enseguida ve la caja donde puso la
muñeca.
- ¡Ven Raquel! ¡Mira esto! - grita.
Raquel se acerca, y cuando ve la muñeca dice:
- Esta muñeca no la quiero; es vieja y no me gusta.
- Anda, cógela y ven conmigo, por favor... - insiste
Celeste.

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Raquel decide hacerle caso; coge la muñeca y sigue a
Celeste hasta la calle. Cuando ve a las niñas jugando se las
queda mirando desde la puerta, pero entonces una de ellas
la ve y le pregunta:
- ¿Quieres jugar?
Raquel mira a Celeste y, sin decir nada, dice que sí con la
cabeza y se acerca despacio a las niñas. Enseguida
empiezan a hablar con ella y le prestan sus muñecas, que
se parecen mucho a su muñeca vieja. Al cabo de poco
rato, Raquel está jugando con sus nuevas amigas y parece
que se lo está pasando bien. Su muñeca está muy contenta
de poder jugar con ella otra vez.
Y Celeste, viendo que ya no la necesitan, se aleja volando
despacio por encima de las casas con una sonrisa. Ha
podido ayudar a la muñeca, y también ha ayudado a
Raquel a darse cuenta de que no necesita tantos juguetes
para divertirse; que no hay nada mejor que jugar con otros
niños y niñas y compartir lo poco que se tiene, aunque
sólo sea una muñeca vieja o una botella de plástico para
jugar al fútbol.
Se está haciendo de noche, y la pequeña hada decide ir a
ver a su amiga cigüeña para dormir con ella en el
campanario.
- Mañana me levantaré temprano para seguir buscando mi
varita - piensa.
Y, una vez más, no se da cuenta de que se ha vuelto a
acercar.
Y mañana, ¿la querrás acompañar?

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Aprende a disfrutar de lo que tienes. Si siempre quieres
las cosas que no tienes nunca serás feliz. Es normal que
quieras cosas nuevas, porque las tiendas cada vez están
más llenas de cosas que nos gustan. No hay nada malo
en querer juguetes nuevos, pero antes tendríamos que
pensar si estamos seguros de quererlos y si no nos vamos
a cansar de ellos enseguida.

Raquel tiene muchos juguetes, pero cuando tiene juguetes


nuevos ya no juega con los otros.

Aprende a compartir. Si compartes algo con alguien,


harás que se sienta feliz, y otro día a ti también te
gustará que esta persona comparta algo contigo. Es
normal que a veces te cueste, porque no quieres que eso
se estropee o porque lo aprecias mucho, pero piensa que
lo importante de las cosas
es que sirvan para que nos sintamos mejor, ¿y no crees
que jugar con amigos y/o amigas te hace pasar un buen
rato?

Raquel no quiere compartir sus juguetes, pero cuando


conoce a las niñas de su nueva casa se lo pasa muy bien
jugando con ellas y compartiendo sus muñecas. Sólo tiene
su vieja muñeca de trapo, pero al compartir las muñecas
entre ellas, es como si las niñas tuvieran muchas más.

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Las cosas que podemos comprar con dinero, como los
juguetes, las chuches, la comida que más nos gusta, etc.,
nos hacen felices sólo un rato, unos días, o quizás
algunos meses.
Pero a medida que pasa el tiempo, la felicidad que nos
daban al principio ya no es tan grande. En cambio, la
felicidad que sentimos al tener amigos puede durar toda
la vida, incluso aunque no les veamos tan a menudo.

Raquel se ha quedado sin juguetes y cree que ahora ya no


podrá divertirse. Pero aunque sólo le queda su vieja
muñeca ha hecho nuevas amigas, y con ellas podrá hacer
muchas más divertidas además de jugar a muñecas.

Siempre podemos aprender alguna cosa de lo que nos


pasa, sobre todo de las cosas desagradables. Cuando
tenemos un problema o pasamos un mal momento, sin
darnos cuenta nos esforzamos por encontrar una
solución, nos miramos a nosotros mismos para ver si
hemos hecho algo para que eso ocurriera, e incluso,
cuando todo ha pasado, nos damos cuenta que las cosas
son mejor que antes. Y siempre, toda la vida, estamos
aprendiendo y creciendo...

Con el cambio de casa Raquel ha aprendido que no


necesita tantos juguetes para pasárselo bien. Ha hecho
nuevas amigas y se divierte jugando con su vieja muñeca,
que hacía mucho tiempo que tenía abandonada. Además,
ha aprendido que compartir hace que todo el mundo
disfrute de más cosas: de las suyas y de las de los demás.

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4. ¡Tú puedes, Lyco!
Para aprender a aceptarse a uno mismo y a confiar en las propias
capacidades.

Esta noche, la pequeña hada Celeste ha soñado con su


varita y se ha despertado antes que salga el sol con muchas
ganas de seguir buscándola. Ya hace rato que vuela por el
bosque con los ojos bien abiertos, metiendo su cuerpecito
de hada en todas las madrigueras que encuentra.
Pero quiere ir tan rápido que a veces se olvida de mirar
antes si hay alguien dentro.
- ¡Uy, me he pinchado! - grita saliendo de la madriguera
de un puerco-espín.
Y después de meter el brazo en un hormiguero lo saca
enseguida lleno de hormigas:
- ¡Ya basta, dejad de hacerme cosquillas! - grita saltando y
sacudiéndoselas con las manos...
Aunque lo peor llega cuando mete la cabeza en un
enjambre lleno de abejas, que la persiguen un buen rato
hasta que se tira de un salto al río...
Allí, sentada en el agua, con el pelo chorreando y la cara
llena de picaduras la perqueña hada Celeste se da cuenta
de que está muy, muy cansada y de que todavía no ha
desayunado. Mientras se sacude el agua de las alas
descubre bajo un árbol un arbusto lleno de flores azules
como su vestido. Y allí, sintiendo el calor del sol que va
secando su cuerpecito de hada, disfruta llenándose la boca
con su dulce néctar.
Pero de pronto oye un ruido que la distrae.

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- Parece alguien que llora -, dice aguzando el oído.
Y, limpiándose la boca con la mano, gira la cabeza
buscando de dónde vienen los llantos.
- ¿Quién llora? - pregunta en voz alta.
- Soy yo, Lyco - oye que alguien responde desde lo alto
del árbol.
Y Celeste sube volando hasta una de las ramas donde
encuentra un pajarito en un nido.

-–¿Tú eres Lyco? - le pregunta sentándose a su lado.


- Sí - dice el pajarito sin dejar de llorar.
-–¿Por qué lloras? - le pregunta Celeste acariciándole.
El pajarito, secándose las lágrimas con un ala le responde:
- Todos mis hermanos se han ido volando con mis padres
a buscar comida, pero yo no puedo volar.
- ¿Por qué no? - pregunta Celeste.

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- Pues porque mis alas son demasiado pequeñas y no
tienen fuerza - dice estirándolas para enseñarlas a la
pequeña hada.
- A mí me parecen lo bastante grandes para ti - dice ella.
- Tú eres pequeñito y con unas alas más grandes harías
reir. Mírame a mí. Mis alas también son pequeñas y me
llevan a todas partes.
Lyco se la queda mirando y piensa que tiene razón, pero
de golpe empieza a llorar otra vez:
- ¡No puedo! ¡No puedo volar!
La pequeña hada Celeste no sabe qué decirle al pajarito.
Se va poniendo triste porque no sabe cómo ayudarle. Le
gustaría tener su varita para usar un poco de magia. Y de
pronto oye aquella vocecita que siempre la acompaña, que
le dice:
- Dale un empujón, dale un empujón... .
- ¿Un empujón? - piensa Celeste. - Pero, ¿y si es vedad
que no puede volar y cuando le empujo se cae y se hace
daño?
Y vuelve a oir la vocecita, que le dice:
- No hace falta un empujón de verdad. Ayúdale a perder el
miedo. Dale la mano...
Y entonces se le ocurre una idea:
- ¡Ya sé qué vamos a hacer, Lyco! Yo volaré contigo y así
verás que no pasa nada...

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Y de golpe, antes que el pajarito pueda pensárselo, Celeste
lo agarra de un ala y lo hace saltar con ella del árbol.
-–¡Suéltame! - grita Lyco. - ¡Si me coges el ala no puedo
volar!
Y entonces, cuando Celeste lo suelta, Lyco se eleva
moviendo rápido sus alitas.
- ¡Puedo volar! - grita. - ¡Puedo volar!
Pero sus alas se cansan enseguida y el pajarito cae sobre la
hierba.
- ¿Lo ves? - le dice a Celeste a punto de ponerse a llorar. -
¡No me sale bien! ¡Ya te he dicho que no podía!
- ¡Venga, vuelve a intentarlo! - dice ella. - ¡Tienes que
volver a probar! Ya verás como cada vez llegarás un poco
más lejos. ¡Tú puedes, Lyco!

Y, dando un saltito, Lyco vuelve a elevarse. Esta vez vuela


un trocito más. Poco a poco va animándose y, aunque se

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cae unas cuantas veces sigue probando hasta que, con
Celeste detrás suyo, aprende a subir y bajar, a dar vueltas,
incluso a hacer una voltereta antes de bajar a tierra.
Lyco está muy contento, y Celeste se siente feliz por
haberlo ayudado. Pero de pronto, el pajarito deja de
sonreir y empieza otra vez a llorar.
- ¿Y ahora qué te pasa? - le pregunta Celeste sorprendida.
- Ya has aprendido a volar, ¿ahora por qué lloras?
- Tengo hambre - responde Lyco, - y no sé cazar gusanos.
Seguro que cuando los quiera atrapar se me escapan,
porque mi pico es muy pequeñito...
Y llora y llora sin parar.
- ¿Otra vez? - exclama Celeste. - ¿Y tú qué harías con un
pico más grande? Te pesaría tanto que no podrías levantar
la cabeza del suelo! - le dice.
Y entonces Lyco se da cuenta de que quizás Celeste
vuelve a tener razón y piensa:
- Si he podido volar con estas alitas seguro que puedo
atrapar gusanos con mi pico aunque sea pequeño.
Y dando cuatro saltitos se acerca a un montón de piedras y
empieza a remover la tierra con el pico. Enseguida
encuentra un gusano y, antes de que se escape lo atrapa y
se lo traga enterito.
- ¡Lo he conseguido! - grita contento. - ¡He atrapado uno
yo solo! ¡He atrapado uno yo solo!.
La pequeña hada Celeste lo mira sonriente. Lyco ya no
tiene miedo de no poder hacer las cosas. Y ,feliz, se da

28
cuenta de que le ha podido ayudar aunque no tuviera su
varita.
- De todos modos tengo que seguir buscándola - piensa. -
Un hada de verdad necesita su magia para ayudar a los
demás.
Y tras despedirse de su amigo, que come gusanos sin
parar, Celeste se eleva moviendo sus alitas para seguir su
viaje. Aún no sabe que cada día que pasa se acerca acerca
a su varita un poquito más...
¿Quieres saber qué pasará?

Quiérete tal y como eres. Quizás hay cosas que no


puedes hacer, pero muchas otras sí. Muchas veces
desearíamos ser más altos o altas, más inteligentes, con
el pelo más largo o de otro color...
o creemos que seríamos mejores si supiéramos hacer las
cosas que hacen otros... ¡Tú ya eres perfecto o perfecta
como eres!
¡Piensa que en todo el mundo no hay nadie igual que tú!
¡Eres especial!

Lyco piensa que tiene las alas demasiado pequeñas para


volar. Pensar en eso le pone triste, e incluso hace que ni
siquiera lo intente. Si Celeste no lo hubiera ayudado,
nunca habría volado...

29
No dejes de hacer algo sólo porque crees que no te va a
salir bien. Inténtalo las veces que haga falta, y
seguramente poco a poco te irá saliendo mejor. Piensa
en los niños pequeños que aprenden a andar. ¿Verdad
que se caen muchas veces y lo siguen intentando? ¡Todo
el mundo aprende a andar! Unos tardamos más y otros
menos, pero TODOS necesitamos un tiempo para
aprender. ¡Lo importante es que tengamos ganas de
hacerlo y no dejemos de intentarlo cuando no nos salga
bien!

Lyco se cae unas cuantas veces, pero a medida que sigue


probando cada vez vuela mejor. Si no lo hubiese intentado
seguiría pensando que no puede volar. Sólo ha necesitado
un poco de práctica.

30
5. Los ojos tristes de Iris
Para aprender a respetar el espacio y la libertad de aquellos a
quienes queremos.

Hace mucho viento. Sentada dentro del tronco de un árbol,


la pequeña hada Celeste espera que deje de soplar tan
fuerte para poder seguir buscando su varita. Fuera, las
plantas y las ramas de los árboles se mueven de un lado
para otro y parece que en cualquier momento vayan a salir
volando.
- ¡Si salgo ahora, el viento se me llevará! - piensa, sacando
la cabeza por el agujero y metiéndola de nuevo enseguida.
Y poco a poco, oyendo el ruido del viento y las hojas que
se mueven, Celeste se va quedando dormida.
Al cabo de un rato el viento deja de soplar con tanta
fuerza, y Celeste, que se ha despertado, sale de su
escondrijo.
- ¡Uf, ya empezaban a dolerme las piernas de estar tanto
rato aquí dentro! - dice estirándose y sacudiendo las alas.
Y mientras levanta el vuelo se pregunta hacia dónde ir.
¡Pero cuando empieza a volar se da cuenta de que no le
hace falta mover las alas! El suave viento que aún sopla la
lleva sin que tenga que hacer ningún esfuerzo, y Celeste se
deja llevar como si fuera una pluma.
- ¡Qué divertido! - exclama.
Y mientras sube y baja y da volteretas, el viento la va
llevando más y más lejos.

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De pronto, Celeste mira hacia abajo y ve a una niña
montada en un caballo blanco que corre rápido por el
campo.
- ¡A lo mejor ha visto mi varita! - dice, y moviendo las
alas para que el viento no la lleve hacia otra parte, Celeste
empieza a volar detrás de ella.
Al cabo de un rato llegan a una granja, y cuando la niña
baja del caballo ve a Celeste, que resoplando por haber
volado tan rápido, se ha sentado en la valla.

- ¿Y tú quién eres? - le pregunta con cara de sorpresa.


- ¡Uf, sí que corre tu caballo!... Me llamo Celeste -, le
contesta - y estoy buscando mi varita. ¿La has visto por
aquí?
- No, no la he visto - responde la niña. - ¿Eres un hada? -
le vuelve a preguntar.
- Sí,... bueno,... no,... no lo sé... es que he perdido mi varita
y ya no puedo ir a la escuela de hadas... - responde
Celeste.

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- Pues a mí me parece que sí lo eres, porque pareces una
niña pero eres muy pequeñita, y tienes alas pero no eres un
pájaro - dice entonces la niña.
- Tienes un caballo precioso - dice Celeste mientras se
acerca a él revoloteando para acariciarlo.
-–Es una yegua, y se llama Iris. Me la regaló mi abuelo
cuando cumplí cinco años. Ahora tengo diez, y como ya
soy mayor puedo salir a pasear con ella cuando quiero.
Nos lo pasamos muy bien juntas. Nos queremos mucho... -
le cuenta la niña.
Pero Celeste mira los ojos de Iris y se da cuenta de que
está triste.
- Me parece que le pasa algo - le dice a la niña. - ¿No ves
qué ojos más tristes?
La niña afirma con la cabeza.
- Hace unos días que está así, pero no sé por qué... Intento
hacer todo lo que le gusta: le doy manzanas y zanahorias,
me paso mucho rato cepillándola, la acaricio, juego con
ella y la saco a pasear siempre que puedo, y cuando mamá
me da dinero le compro caramelos duros de menta, que le
encantan, pero parece que no es tan feliz como antes... No
sé qué le pasa...
Mientras la pequeña hada y la niña están hablando, Iris se
acerca a la puerta de la valla y se queda quieta mirando
hacia el prado. Cuando Celeste la ve se acerca a ella, y con
sus ojos de hada, que ven más que los de las personas,
mira hacia el mismo sitio que ella. Y entonces los ve.
Lejos, al otro lado del prado, una manada de caballos está
comiendo hierba al lado de un riachuelo.

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- ¡Ya sé qué le pasa! - exclama volando hacia la niña. -
Está triste porque le gustaría ir con los caballos que están
allí en el prado.

La niña mira pero no los ve.


- ¿Caballos? - pregunta. - ¿Dónde hay caballos? Yo no los
veo.
Celeste le cuenta que están demasiado lejos para que ella
pueda verlos, pero que Iris los puede oler.
- Y ¿por qué quiere irse con ellos? ¿Es que no está bien
aquí conmigo? ¿Que no me quiere? - pregunta la niña a
punto de romper a llorar.
-– Y tanto que te quiere - le dice Celeste -, pero a veces a
los animales les gusta estar con quienes son como ellos.
¿Verdad que a ti también te gusta estar con tus amigos y
no por eso dejas de querer a Iris?

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Pero la niña no quiere escucharla. Sale corriendo, coge a
Iris y la encierra en la cuadra.
- ¡Tú ya me tienes a mí, que te quiero mucho, y no
necesitas a nadie más! ¿Qué haría yo sin ti? ¡Te echaría de
menos! - le dice con los ojos llenos de lágrimas.
Los ojos de Iris se van poniendo cada vez más tristes. Por
una lado quiere irse con los caballos, pero por otro no le
gusta ver llorar a su amiga, porque la quiere.
Celeste lleva rato pensando en cómo ayudarlas, pero no
sabe qué hacer.
- Si la quiere tanto tendría que querer que sea feliz. ¿Qué
puedo hacer para que la deje marchar? - se pregunta.
Y entonces Luci, que siempre la acompaña aunque ella no
se dé cuenta, le dice:
- Ir las tres... Ir las tres...
Cuando oye su vocecita, Celeste piensa contenta:
- ¡Ya lo tengo! ¡Tenemos que acompañar a Iris a ver a los
caballos!
Y con muchas ganas de que su idea salga bien le dice a la
niña:
- ¡A lo mejor, si vamos las tres juntas a ver a los caballos
un rato, Iris se pone contenta!
Y la niña, que quiere tanto a su yegua, piensa que quizás
así la hará feliz.
- ¡Sí, vamos! Seguro que le gustará pasar un rato con ellos.

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Y las dos suben a lomos de Iris, que cuando ve hacia
dónde van empieza a correr contenta por el prado.
Tras haber pasado un rato con la manada, la niña mira los
ojos de Iris y ve que ya no están tristes. Entonces se da
cuenta de que la yegua a la que tanto quiere es feliz con
aquellos caballos, y aunque la echará de menos decide
dejar que se quede con ellos.
- ¡Te quiero Iris! - le dice muy triste mientras le llena la
cara de besos. - ¡No lo olvides nunca!
Y sin mirar hacia atrás, para que la yegua no la vea llorar,
empieza a andar hacia la granja, con Celeste volando a su
lado.
La pequeña hada se queda unos días con ella para hacerle
compañía, y una mañana, al despertarse, oyen un ruido
que la niña conoce muy bien.
- ¡Es Iris! ¡Es Iris! - grita contenta mientras sale corriendo
a fuera.
Iris ha venido a verla, pero no está sola. Todos los caballos
de la manada la han acompañado hasta la granja.
- ¡Ahora tienes muchos más amigos! - le dice Celeste. -
¡Seguro que vendrán a verte de vez en cuando!
Iris está feliz, y la niña también, porque la ve contenta.

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Celeste sonríe viéndolas, y decide que ya es hora de irse.
Aún le queda mucho camino por recorrer si quiere
encontrar su varita. Ella no lo sabe, pero como las otras
veces en que ha ayudado a alguien, está un poco más
cerquita...
¿Quieres seguir el viaje con tu amiguita?

Tenemos que respetar la libertad de las personas que


queremos, para que puedan elegir en todo momento lo
que quieren hacer sin miedo a que nosotros pensemos
que nos dejan de lado o incluso que dejan de querernos.
El amor es como el viento: tiene mucha fuerza, llega a
todas partes y no podemos encerrarlo en ningún sitio. A
veces pensamos que si alguien a quien queremos quiere
hacer algo sin nosotroses porque no nos quiere lo
suficiente,pues prefiere hacer cualquier otra cosasque
estar a nuestro lado todo el tiempo.

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Tenemos que aprender que todo el mundo necesita su
espacio y su libertad para hacer lo que quiera, y muchas
veces las personas necesitamos estar solas un rato,
disfrutar de alguna actividad sin compañíao
encontrarnos con otra gente. Quien nos quiere lo seguirá
haciendo, haga lo que haga,
y tanto si está solo o sola como con otra gente. ¡E incluso
nos querrá más si ve que dejamos que haga lo que quiere
sin estar todo el día "pegados" a su lado!

Iris quiere mucho a la niña, pero también le gusta estar con


otros caballos. Y la niña se pone triste porque cree que si
se quiere ir es porque no la quiere. Luego se cuenta de que
esto no ocurre y se alegra de verla feliz.

Aquellos a quienes queremos no siempre están toda la


vida con nosotros, pero unos por una cosa y otros por
otra, todos están por algún motivo. A veces hay personas
que aparecen en nuestra vida y al cabo de un tiempo ya
no les vemos más. Somos muy amigos o amigas,
compartimos muchas cosas, y de pronto ya no sabemos
nada de ellos, porque se van a vivir a otra parte, se
cambian de teléfono y ya no podemos llamarles o, en el
peor de los casos, se mueren.
¡Claro que los vamos a echar de menos, sobre todo al
principio! Pero tenemos que aprender a guardar con
nosotros los recuerdos de todo lo que compartimos.
Seguramente mientras estábamos juntos nos enseñaron
algo o aprendieron algo de nosostros, o nos ayudaron de
alguna forma o nosotros a ellos... ¡o simplemente nos
divertimos! Unas personas se van, pero llegan otras

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nuevas ¡con las que también compartiremos buenos
momentos!

La niña echa de menos a Iris, y eso es normal, porque con


ella lo pasaba muy bien. Ahora que no está con ella ya no
pueden hacer las mismas cosas, pero a cambio, de vez en
cuando puede disfrutar de estar un rato con toda la manada
de caballos, y eso antes no lo tenía.

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6. Un dibujo muy especial
Para entender el miedo y aprender a superarlo.

Hace un día precioso. Los árboles se están empezando a


vestir con los colores del otoño y llenan el paisaje con
todo tipo de amarillos, marrones y rojos. La pequeña hada
Celeste vuela siguiendo el curso de un riachuelo que corre
por en medio de un valle. Poco a poco el sol empieza a
calentar y seca el rocío que cubre las flores y las hojas.
- Estoy empezando a tener calor - dice pasándose una
mano por la frente. - Creo que iré a refrescarme y a beber
un poco de agua.
Y cuando llega abajo se sienta en una piedra, estira los
brazos y mete las manos en el agua.
De pronto se queda mirando unas hojas que bajan por el
río dando vueltas, y de un salto se levanta y exclama:
- ¡Ahora sí que voy a divertirme! ¡Qué idea acabo de
tener!
Y dándose impulso con las alas da una voltereta y va a
caer encima de una hoja que se desliza por el agua.
- ¡Uauuu, qué divertido! - grita mientras su barquita la
lleva río abajo.
Mientras el agua la arrastra, la pequeña hada descansa
mirando el cielo y disfrutando del frescor de las gotitas
que la salpican de vez en cuando.
Pero de pronto, la hoja choca contra una piedra y Celeste
cae al río. Enseguida saca la cabeza, pero con las alas

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mojadas no puede volar, y el agua tiene tanta fuerza que
no la deja acercarse a la orilla.
- ¡Socorro! - grita - ¡Que alguien me ayude!
Pero no hay nadie, y al cabo de un rato Celeste deja de
gritar y empieza a sentirse muy cansada.
- ¿Cómo voy a salir de aquí? - piensa cerrando los ojos. -
No sé cuánto rato podré aguantar...
Entonces siente que una mano la agarra, la saca del agua y
la tumba en la hierba con mucho cuidado. Celeste abre los
ojos y ve a un niño de piel oscura que lleva una pluma
atada en la cabeza con una cinta. Pero los ojos se le
vuelven a cerrar y se queda dormida de tan cansada que
está.
Al cabo de un rato se despierta y, sin levantarse, ve al niño
que la ha sacado del agua. Está sentado a la orilla del río,
sacando punta a un palo con un cuchillo. La pequeña hada
comprueba que sus alas están secas y se acerca al niño
volando.

- Muchas gracias por ayudarme -, le dice sentándose a su


lado.

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- ¿Puedes volar? - le pregunta él con cara de sorpresa.
- Pues claro, soy un hada - le responde ella. - Bueno, eso
es lo que me gustaría, pero he perdido mi varita y no
puedo ir a la escuela. ¿La has visto por aquí?
- Pues no - le contesta él - pero si quieres te hago una. Se
me da muy bien hacer cosas con los palos.
- Gracias, pero creo que no serviría. Las varitas se hacen
con una madera muy especial y tienen magia - le explica
ella. - ¿Qué estás haciendo?
- Es una flecha para mi arco, que también lo he hecho yo -
le dice el niño.
- Y ¿esto qué es? - le pregunta Celeste señalando una
especie de bolsa larga y estrecha de piel.
- Es un carcaj, y sirve para guardar las flechas. También lo
he hecho yo - le cuenta él.
- Ah - dice Celeste - pues aún te queda mucho trabajo si
quieres llenarlo. ¿Sólo tienes una flecha?
Haciendo que sí con la cabeza, el niño le contesta:
- Es que hace días que no hay tormenta y el río no lleva
muchos palos ni maderas, y además, a veces cuando los
cojo del agua están podridos y se rompen.
- Y ¿por qué no vas a cogerlos al bosque? - le pregunta
ella.
- Seguro que allí encontrarías los que necesitas.
- ¡Al bosque! - exclama el niño con cara de asustado. -
¡Uy, no! ¡El bosque es muy peligroso!

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- ¿Que el bosque es peligroso? - dice Celeste con cara de
extrañada. - ¿Por qué dices eso? Los bosques son
preciosos, y allí sólo viven animalitos...
- ¡Sí, eso mismo, animales grandes y malos que hacen
daño a la gente que se les acerca! - le dice el niño con cara
triste.
-¿Qué quieres decir? - pregunta ella. - ¡Si no hay ningún
animal que sea malo! Sólo matan para comer o para
defenderse.
Entonces el niño se queda callado mirando el bosque, y
una lágrima le resbala por la mejilla.

- ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? - le pregunta Celeste


preocupada.
- Hace dos lunas el brujo de la tribu se fue a buscar plantas
para sus pociones y aún no ha vuelto. Lo fueron a buscar
pero no lo encontraron. Y esa misma noche se oyeron
unos ruidos muy raros, como si fueran gritos de una bestia
enfadada. Desde entonces nadie ha vuelto a entrar ahí.
- Qué raro - le dice Celeste. - Yo conozco muchos bosques
y nunca ha pasado nada así. Los bosques son parte de la

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naturaleza, y la naturaleza no es mala... Seguro que hay
una explicación.
En ese momento Celeste oye a Lucy:
- Él te ha ayudado a salir del río. Ayúdale a superar su
miedo.
- ¿Y cómo lo hago? - piensa.
- Acompáñale y dile que un hada es mágica y que no os
puede pasar nada.
- Sí, pero no tengo mi varita - responde a la vocecita.
- No la necesitas. Pero así él se sentirá más seguro.
Así pues la pequeña hada le dice al niño decidida que lo
acompañará y que no le pasará nada porque su magia les
protegerá.
- ¡Venga, sé más fuerte que tu miedo! - le dice viendo que
no se decide. - A lo mejor ahí dentro encuentras los
mejores palos para hacer flechas. ¡Si no vas tardarás
mucho tiempo en llenar tu carcaj!
Y, poco a poco, el niño se levanta y empieza a caminar.
Celeste se sienta en su hombro para que se sienta
protegido.
Pero justo antes de entrar en el bosque el niño se da media
vuelta y vuelve hacia atrás.
- ¿Qué haces? - exclama Celeste. - Si no te atreves, nunca
descubrirás qué hay ahí dentro. Quizás te perderás alguna
cosa bonita. ¿Verdad que te gusta hacer flechas? ¡Pues
venga, sé más fuerte que tu miedo, no dejes que te gane!

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Al final el niño entra decidido en el bosque sin pensárselo.
- ¿Qué es ese ruido? - grita de pronto asustado.
- Tranquilo, es un pájaro que avisa a los demás de que
estamos aquí - le dice ella.
- ¿Qué ha sido eso que se ha movido detrás de aquella
planta? - vuelve a gritar al cabo de un momento.
- Pues un conejito que se ha asustado al vernos, como la
mayoría de animales, que se asustan al ver a una persona...
- Aaaaah - dice el niño algo más tranquilo.
Cuando hace un rato que caminan, parece que el niño ya
no tiene miedo, y va recogiendo palos del suelo mientras
Celeste vuela detrás suyo, parando de vez en cuando a
tomar un poco de néctar de alguna flor.
De pronto se oye un rugido muy fuerte y todos los pájaros
dejan de cantar de golpe:
- Grrrrrr! Grrrrrr!
- Estate tranquilo y no te muevas - le dice Celeste al niño.
El pobre no podría moverse ni aunque quisiera. Está tan
asustado que no puede ni hablar.
Delante suyo empiezan a moverse unos arbustos y de
detrás de un árbol aparece un oso enorme. Celeste no sabe
qué hacer, y entonces cierra los ojos y desea de todo
corazón que la magia de los bosques les traiga ayuda de
alguna parte. El oso está ahí delante, de pie y enseñándoles

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las garras, y el pobre niño en el suelo, sin atreverse casi ni
a respirar.
De repente se oye un grito:
- ¡Quieta!
Celeste y el niño giran la cabeza y ven a un hombre que se
acerca al oso y empieza a acariciarlo.
- Tranquila, no quieren hacerte daño. Son amigos - oyen
que el hombre le dice al oso.
Poco a poco el animal se va calmando, y después de oler
la mano del hombre se da media vuelta y se va por donde
había venido.
- Y ¿tú quién eres? - le pregunta Celeste al hombre. -
¿Cómo lo has hecho para que el oso se vaya?

- Es una osa. Cuando vine al bosque a buscar plantas la


encontré en el suelo cerca de una cueva. Se encontraba
muy mal, porque su bebé no podía salir de su barriga.
Debía hacer mucho que estaba de parto y la pobre ya no
tenía fuerzas, así que la ayudé y decidí quedarme unos

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días hasta que se encontrara mejor. Os debe haber oído y
sólo quería proteger a su cachorro.
- ¡Pues nos ha dado un buen susto! - le dice Celeste
sonriendo. - Éste debe ser el brujo, ¿no? ¿Ves como no le
había pasado nada? - dice Celeste mirando hacia el niño.
Y de golpe éste se levanta y empieza a gritar:
- Pero ¿por qué no volviste? ¡Todo el mundo estaba
preocupado! ¡Te estuvieron buscando y no te encontraron!
- Mira - le responde el brujo - cuando vinieron a buscarme
me encontré a tu padre, el jefe de la tribu, y estuve
hablando con él. Le pedí por favor que no le dijera a nadie
que me había visto, porque necesitaba descansar un
tiempo, y si la gente sabía que estaba aquí vendrían a
buscarme cada dos por tres para algo. Como en el poblado
está mi ayudante, que ya ha aprendido a preparar pociones
para curar a la gente, a él le pareció bien, y por lo que veo
ha guardado muy bien mi secreto. De todos modos, creo
que ya he tenido tiempo suficiente para descansar y puedo
volver con vosotros.
El niño empieza a recoger los palos que se le han caído
con el susto, y cuando está a punto de coger el último ve
un pajarito en el suelo con un ala rota.
- Pobrecito, debe haberse caído del nido - le dice el brujo
cogiéndolo con cuidado. - Nos lo llevaremos a ver si
podemos arreglarle el ala. ¿Querrás ayudarme?
El niño hace que sí con la cabeza, y entonces se da cuenta
de que en el suelo ha quedado una pluma del pájaro.
- ¿Me la puedo quedar? - le pregunta al brujo.

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- ¡Pues claro que sí! Seguro que el pajarito te la regala por
haberlo encontrado. Si la llevas siempre encima te
recordará que si te atreves a hacer una cosa puedes
descubrir otras que si no te perderías.
Y, atándose la pluma a la cabeza con la cinta, el niño sale
del bosque contento de haber entrado en él. Ha conseguido
un montón de palos para sus flechas, ha encontrado al
brujo y ahora podrá ayudar al pajarito curándole el ala.

Esa noche en el poblado, todos celebran la vuelta del brujo


con una gran cena y una fiesta con música y danzas
alrededor del fuego. Se han pintado la cara y el cuerpo con
dibujos y rayas de colores. Pero hay alguien que lleva un
dibujo muy especial... El brujo ha pintado una pequeña
hada en la espalda de un niño, para que no deje nunca de
creer en la magia que lo acompaña y que le da fuerzas para
no volver a tener miedo.

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A la mañana siguiente Celeste se despide de sus amigos
para seguir con su viaje. La varita la espera en algún lugar
y, como siempre, sin saberlo, poco a poco se va
acercando...
¿Quieres seguir viajando?

Todo el mundo tiene miedo de algo, incluso los adultos.


El miedo nace cuando vemos o imaginamos cosas que
pensamos que nos pueden hacer daño o que nos traerán
problemas. El miedo no es una emoción mala, y tenerlo
no significa ser “pequeño” o un “gallina”. Nos ayuda a
poder escapar ante un peligro y así no hacernos daño o
morir. Pero a veces el miedo hace que dejemos de hacer
cosas sólo porque no las hemos hecho nunca y no
sabemos cómo nos saldrán.
Cuando tengas miedo de algo piensa: Este miedo, ¿sirve
para protegerme y no hacerme daño o sólo lo tengo
porque imagino cosas que quizás no existen? Si te das
cuenta de que el peligro sólo te lo estás imaginando y no
existe de verdad, intenta vencer tu miedo. Si no te
atreves, nunca sabrás qué podrías haber conseguido.
¿No te ha sucedido nunca que te ha dado miedo subir a
una atracción o en una bici más grande y luego te lo has
pasado muy bien?

Si el niño no hubiera entrado en el bosque no habría


encontrado tantos palos, todavía pensaría que los animales
son malos, no habría encontrado al brujo y el pajarito no

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habría tenido la suerte de que alguien lo curara (¡y podría
haber muerto!). Gracias a que él fue más fuerte que su
miedo ganó todas estas cosas.

No hay animales malos. Si a veces hacen daño a una


persona es porque están asustados o se sienten
amenazados, o porque precisamente una persona se lo
ha enseñado. A veces, si una persona ha hecho daño a
un animal, él cree que todas las personas son iguales y
todas quieren hacerle daño, y entonces ataca para
defenderse.

La osa sólo está protegiendo a su cachorro. Si en lugar de


Celeste y su amigo se hubiera acercado cualquier animal
habría hecho lo mismo: asustarlo para que se fuera.

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7. La tierra de hielo
Para aprender a confiar en la vida y en que a menudo los obstáculos
se transforman en un paso hacia adelante.

Un copo de nieve en la nariz hace que la pequeña hada


Celeste abra los ojos y mire hacia arriba. Poco a poco el
aire se va llenando de bolitas blancas que van cubriendo el
paisaje, y se da cuenta de que se ha quedado sola en el
nido de unos pájaros que la han invitado a pasar ahí la
noche.
- ¿Dónde están? - pregunta en voz alta.
- Siempre hacen lo mismo - oye que alguien le contesta -.
Cuando empieza el frío se van a otra parte donde haga más
calor.
Celeste asoma la cabeza desde el nido, mira hacia abajo y
ve a un ciervo que la está mirando con la boca llena de
hierba.
- Y ¿tú por qué no te vas? - le pregunta ella.
- Yo ya estoy acostumbrado - responde él - y sé cómo
encontrar hierba debajo de la nieve. ¿Tú quién eres?
Celeste da un saltito y baja volando al lado del ciervo.

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- Soy Celeste - le dice sacudiéndose la nieve que le va
cayendo sobre las alas - y estoy buscando mi varita. ¿La
has visto por aquí?
- Pues no, no la he visto - le dice el ciervo sin dejar de
comer -. Si sigues volando hacia el Norte pronto llegarás a
la tierra de hielo y quizás allí tengas más suerte.
Y la pequeña hada decide hacer caso a su nuevo amigo. Le
da un abrazo para despedirse y se eleva moviendo las alas
con fuerza para volar entre los copos que continúan
cayendo.
Pero el frío y la nieve hacen que cada vez le cueste más
avanzar y al cabo de unas horas Celeste empieza a estar
muy cansada. Está nevando tan fuerte que casi no ve nada,
así que decide bajar y descansar un rato. Por suerte
descubre un pequeño agujero entre unas rocas escondidas

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por la nieve y, encogida para mantener el calor, se duerme
esperando que pase la tormenta.
- ¡Venga, apartaos, que ahora me toca a mí! ¡Que
vooooooy!
Con esos gritos, la pequeña hada Celeste se despierta de
golpe.
- ¿Qué pasa ahí fuera? - se pregunta saliendo de su
refugio.
Ha parado de nevar y un grupo de pingüinos se lo pasa
pipa tirándose al agua desde un tobogán de hielo.
- ¡Uauuuu! ¡Ahora sí que he llegado lejos! - grita uno de
los más pequeños.
Celeste se los queda mirando divertida y se da cuenta de
que ahí al lado un grupo de niños rompen a aplaudir cada
vez que uno de los animalitos cae al agua.
- Me parece que ya he llegado a la tierra de hielo que me
ha dicho el ciervo - dice mirando a su alrededor.

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El paisaje es todo blanco y no se ven árboles ni plantas por
ninguna parte. ¡Incluso esas casas redondas que se ven
detrás de los niños están hechas de hielo!

Durante un buen rato los pingüinos siguen saltando al


agua mientras los niños los miran y juegan a adivinar cuál
de ellos llegará más lejos. Todos parecen estar
pasándoselo bien, pero al girar la cabeza la pequeña hada
ve a un chico que está sentado mirando el mar. Y, sin
pensárselo, decide acercarse a él.
- ¿Que no te gusta el espectáculo de los pingüinos? Tus
amigos se están divirtiendo mucho - le dice, acercándose a
él por detrás.
El chico, sin ni siquiera girarse, le responde:
- Sí, es muy divertido, pero ya los he visto demasiadas
veces. Desde que era pequeño me he pasado las tardes

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viéndolos saltar. De hecho, aquí no hay demasiadas cosas
para entretenerse.
- Entonces ¿por qué ellos no se cansan de mirarlos? - le
pregunta ella.
- Supongo que están convencidos de que es lo único que
pueden hacer - le contesta el niño -. Aquí siempre hace
frío, los inviernos son muy largos y los días muy cortos, y
nos pasamos meses enteros sin ver el sol. Yo ya estoy
harto, por eso quiero irme.
- ¿Irte? - pregunta la pequeña hada -. Y ¿a dónde quieres
ir?
- Quiero ir hacia el sol, a algún lugar donde no haga
siempre este frío y donde todo esté lleno de colores, no
sólo el blanco de la nieve y el hielo... - le explica él con
los ojos brillando de ilusión.
- ¡Pues venga! ¿A qué esperas? ¿Por qué no te vas ya? - le
dice Celeste.
- Todos dicen que estoy loco, que es muy peligroso, que
quizás no lo consigo... ¿Cómo voy a hacerlo yo solo?
Aquí están mi familia y mis amigos... Además ¿de qué
viviría? Mis padres tienen una barca de pesca y gracias al
dinero que ganan con la venta de pescado nunca nos ha
faltado nada. A veces les ayudo cuando salen a pescar, y
dentro de un tiempo, cuando sean demasiado mayores para
trabajar, la barca será para mí y entonces tendré trabajo
para toda la vida... - responde él.
- Sí, pero ¿esto te gustaría? ¿Serías feliz? - pregunta ella
convencida de saber la respuesta.

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El chico no contesta, pero Celeste ve que una lágrima le
cae por la mejilla y piensa que se ha puesto triste porque
se ha dado cuenta de que eso no es lo que quiere.
Como siempre que ve sufrir a alguien, la pequeña hada
Celeste se preocupa y quiere intentar ayudarle, aunque
todavía no sabe muy bien cómo hacerlo.
Pero ahora ya sabe dónde buscar ayuda. Cierra los ojos y
llama a "Lucy", porque sabe que aunque no la vea ella
siempre está a su lado y le aconseja qué hacer. Enseguida
oye la vocecita, que le dice:
- Háblale de ti y de tu varita, y de tu deseo de ser un hada
de verdad.
- ¡Buena idea! - exclama Celeste en voz baja. Y, sentada a
su lado, empieza a contarle:
- Mira, lo que a mí me hacía feliz era poder ir a la escuela
de hadas para aprender a ser un hada de verdad, pero el
primer día de clase perdí mi varita y no la encontré por
ninguna parte.
"Primero pensé que ya no podría ser nunca un hada y me
puse muy triste, pero entonces oí una vocecita que me dijo
que la siguiera buscando y decidí hacerle caso. Si me
hubiera quedado en casa pensando que ya no podría ser
nunca un hada estaría tan triste que no podría disfrutar de
nada, y siempre estaría pensando en que quería ser un
hada y no pude serlo.
"Todavía no la he encontrado, pero en mi viaje he hecho
un montón de amigos y he aprendido muchas cosas.
Además, ser un hada es mi mayor deseo, es lo que me
hace feliz, y por eso no pienso en los problemas que puedo

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encontrar en el camino, ni en si es peligroso. Estoy tan
segura de que eso es lo que quiero, que no tengo miedo.
"Creo que cuando la vocecita nos dice que tenemos que
hacer algo tenemos que hacerle caso. A mí siempre me
ayuda, y no sé por qué, pero si tengo algún problema
siempre encuentra la forma de solucionarlo.
Mientras la escucha, el chico siente que el corazón le late
cada vez más fuerte, y de pronto oye una vocecita que le
dice:
- ¡Hazlo, no dejes que el miedo sea más fuerte que tú! Si
no lo haces nunca podrás ser feliz, porque siempre te
preguntarás cómo hubiera sido tu vida si lo hubieses
hecho.
- ¡Gracias Celeste! ¡Lo he decidido! ¡Mañana mismo me
iré! ¡Voy a contárselo a todos!

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Y, levantándose de un salto, el chico corre hacia el pueblo
para darles a todos la noticia.
- ¡Estás loco, no lo conseguirás! ¿No ves que eso son
tonterías? ¡Aquí todos vivimos sin sol! ¿Es que tú no
puedes hacer lo mismo que los demás? - le dice su padre
sin entender nada.
Al día siguiente se levanta muy temprano y le da un beso a
su madre, que le ha preparado una bolsa de comida para el
viaje.
- Yo tampoco te entiendo - le dice ella - pero te quiero y
quiero que seas feliz. Tu padre también te quiere, pero
tiene miedo de que te pase algo y no sabe cómo decírtelo.
Su padre se ha ido a pescar y no puede despedirse de él.
Un poco triste pero lleno de ilusión, el chico sale de casa y
empieza a andar hacia el mar. Cerca de la orilla se
encuentra a Celeste jugando con dos focas, que se
divierten intentando atraparla mientras ella vuela de una a
la otra tocándoles los bigotes y escapando enseguida para
que no la atrapen.
Cuando el chico llega a su lado deja la bolsa en el suelo y
se queda mirando el mar.
- Y ¿ahora qué? - le pregunta a la pequeña hada -. ¿Cómo
voy a cruzar el mar?
- No te preocupes, dice ella. Seguro que encontrarás la
solución. Cuando hacemos caso de la vocecita, la magia
nos acompaña para que consigamos lo que deseamos.
De repente, el hielo del suelo alrededor del chico empieza
a romperse, y antes que tenga tiempo de saltar hacia atrás,

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el trozo de hielo se desprende y empieza a flotar mar
adentro.
- ¿Lo ves? - grita Celeste divertida -. ¡Ya tienes barca! ¡La
magia te está ayudando!
Y antes de darse cuenta, sus alas empiezan a batir con
fuerza para llegar hasta el chico.
- ¡Voy contigo! ¡Aquí no he encontrado la varita y tengo
que buscarla en otra parte!
El chico sonríe feliz, y la pequeña hada está contenta de
haberle ayudado.
Durante unos días navegan encima del trozo de hielo, pero
una mañana el chico grita asustado:
- ¡Mira Celeste! ¡El hielo se está derritiendo! ¡Nos
estamos quedando sin barca! ¡Nos vamos a hundir!

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- Tranquilo - le dice ella -. ¿No te has dado cuenta de que
aquí ya no hace tanto frío? Por eso se derrite. Mira hacia
allí - le dice, señalando hacia adelante -. ¡Ya empieza a
haber árboles! Tú confía en la magia y verás cómo
encontramos una solución.
Y al cabo de un rato, cuando ya casi sólo les queda sitio
para estar de pie encima del hielo, una ola los empuja
hasta la orilla, justo delante de un bosque.
- ¡Qué suerte! - exclama el chico -. ¡Esto está lleno de
troncos! ¡Ahora sí que podremos construir una balsa!
- ¿Lo ves?- le dice Celeste sonriendo -. Cuando necesitas
ayuda y confías en la magia, la ayuda siempre te llega.
Y mientras el chico empieza a atar unos troncos con raíces
y tallos de plantas, la pequeña hada aprovecha para buscar
alguna flor y comer un poco de néctar antes de seguir el
viaje.
Con su nueva balsa continúan navegando hacia la tierra
del sol. Van pasando los días y, poco a poco, el paisaje va
cambiando. En lugar de bosques, ahora hay playas de
arena blanca y palmeras.
- Debemos estar a punto de llegar - le dice Celeste al chico
-. ¡Está haciendo cada vez más calor!
- ¡Mira! - grita él de repente señalando a un lado de la
balsa y después al otro.
Una manada de delfines está nadando a su lado.

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- ¡Qué animales más bonitos! ¡No había visto nunca
ninguno! - vuelve a gritar yendo de un lado al otro sin
parar.
Los troncos no paran de moverse, y antes de que Celeste
tenga tiempo de avisarle, el chico tropieza, se cae y
desaparece bajo el agua. Celeste mira por todas partes pero
no lo ve.
- ¡Estate tranquilo! - le grita sin saber si puede oírla. - ¡La
magia te ayudará!

Y de pronto, en medio de miles de burbujas, ve al chico


saliendo del agua cogido a la aleta de uno de los delfines
que va nadando hacia la playa. El resto de la manada lo
sigue empujando la balsa por detrás, y en un periquete el
chico y Celeste se encuentran en la arena.
- Diría que ya hemos llegado - le dice la pequeña hada -.
Me parece que los delfines quieren que te quedes aquí.

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Y echando un vistazo a su alrededor, descubren que han
ido a parar a un pueblo de pescadores.
- ¡Pues claro que me quedo! - exclama el chico contento -.
Este sitio es precioso.
Y al girar la cabeza ve una barca de pesca con un cartel
colgado, donde pone: "Se necesita ayudante".
Se levanta de un salto y empieza a correr hacia la barca.
Al cabo de poco rato vuelve gritando y sin dejar de
sonreír:
- ¡Ya tengo trabajo! ¡Ya tengo trabajo! ¡Tienes razón, la
magia nos ayuda! ¡Ya tengo trabajo!
La pequeña hada Celeste se alegra de que el chico haya
conseguido hacer realidad su sueño. Ahora ella debe
seguir con el suyo: convertirse en un hada de verdad para
poder ayudar a la gente, y para ello tiene que seguir
buscando su varita...
En el fondo de su corazón sabe que la magia también la
está ayudando.
¿Tú también la quieres seguir buscando?

Imagínate algo que te gustaría hacer cuando seas mayor.


Quizás ahora te parecerá muy difícil conseguirlo o
alguien te dirá que es imposible o una locura. Si de
verdad lo deseas confía en que poco a poco irás
descubriendo qué pasos debes ir haciendo para llegar.

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Quizás a veces te costará y habrá cosas que no te saldrán
como esperabas, pero si tienes confianza y sigues
adelante al final lo conseguirás.

El niño decide hacer caso de Celeste y cuando oye su


vocecita se anima a salir de la tierra de hielo. No sabe
cómo hará el viaje, pero a medida que necesita cosas en el
camino, éstas van apareciendo y lo acercan poco a poco al
país del sol.

Muchas veces nos pasan cosas que nos parecen un


problema, pero a menudo es precisamente este problema
el que nos acerca más a lo que deseamos. Lo que parece
un obstáculo se convierte en un paso adelante. Quizás al
principio no lo podemos ver, pero después nos damos
cuenta de que gracias al problema hemos hecho algo o
hemos tomado una decisión que nos ha traído cosas
buenas. Además, de todo lo que nos pasa siempre
podemos aprender algo que nos puede servir en un
momento u otro.

Cuando el chico por fin decide marcharse todos los


problemas que encuentra se solucionan: el hielo se agrieta
para que tenga una barquita, cuando se empieza a fundir
encuentran los troncos del bosque y cuando cae al agua el
salvan los delfines y lo llevan a la playa.

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