Si a alguien cabe atribuir la llegada de la República y también su destrucción, es a Niceto
Alcalá-Zamora. Nacido en Priego de Córdoba en 1877, este político conservador y católico tuvo una importante participación durante la monarquía de Alfonso XIII, en la que se encargó del Ministerio de Fomento (1917-1918) y de Guerra (1922-1923), antecedentes que no impedirían que se convirtiese en la máxima jerarquía de la República, como jefe del gobierno provisional primero y a continuación como jefe del Estado. Fue también el político más duradero en el poder. Influyente siempre, su papel fue decisivo en, al menos, dos momentos clave: entre 1930 y 1931, para traer la República; entre 1935 y 1936, al desahuciar del poder a la derecha moderada y allanar el camino para el Frente Popular, una coalición electoral de partidos de izquierda. A pesar de haber sido diputado y ministro de la Restauración monárquica, Alcalá-Zamora se alejó del gobierno durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930). Con el término de dicha dictadura, se pasó al bando republicano y, junto con Miguel Maura (otro ex político monárquico), fue uno de los organizadores del Pacto de San Sebastián, reunión que tuvo lugar el 17 de agosto de 1930 y en la que se acordó poner fin a la monarquía y proclamar la Segunda República. Si bien el levantamiento militar promovido aquel diciembre por los republicanos fracasó, el Gobierno Provisional Revolucionario, presidido por Alcalá-Zamora, se estableció el 14 de abril de 1931 sin ninguna resistencia por parte de la monarquía. Los ministros de Alfonso XIII carecían de voluntad de lucha, de modo que el rey abandonó ese mismo día España rumbo a Francia. Así y contra una idea extendida, la República nació bajo el impulso y dirección de unos monárquicos de la víspera, católicos y fundamentalmente conservadores: Alcalá-Zamora y Maura. Y nació en paz, gracias no a los republicanos, resueltos a la violencia desde el principio, sino a la decisión monárquica de no oponerles resistencia. Sin embargo, en palabras de Maura, Alcalá-Zamora resultó “una verdadera calamidad presidencial en momentos difíciles”. Si bien su plan era dirigir una amplia opinión conservadora capaz de contrarrestar los extremismos, ni siquiera pasó un mes cuando el 11 de mayo grupos de fanáticos anticlericales lanzaron una oleada de incendios por varias provincias. Más de cien edificios fueron pasto de las llamas: bibliotecas, laboratorios, centros de formación profesional, templos de gran valor artístico, esculturas, pinturas, etc. Las izquierdas, en general, justificaron los desmanes como provenientes del pueblo y supuestamente provocados por las derechas, y presionaron para que el gobierno tomase una actitud radical. Alcalá-Zamora aceptó las medidas de castigo, pero no contra los incendiarios, sino contra las víctimas. Esto provocó que la opinión católica retirará su apoyo al régimen y que algunos sectores conservadores se radicalizarán contra la República: los carlistas decidieron prepararse para la acción armada, mientras que los monárquicos alfonsinos pasaron a una oposición frontal, conspirando en el Ejército como antes lo habían hecho los mismos republicanos. Durante los debates sobre la Constitución en 1931, Alcalá-Zamora dimitió a su puesto el 13 de octubre, debido al sectarismo antirreligioso de la ley fundamental. No obstante, a finales de ese mismo año, se le ofreció la presidencia de la República, la cual juró el 11 de diciembre. Los dos años siguientes la coalición de izquierdas de Manuel Azaña gobernó sin injerencia del presidente. En noviembre de 1933, cuando el Partido Radical de Alejandro Lerroux, de derecha moderada, y la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) triunfaron sobre la izquierda, se estableció en el poder una coalición ideológicamente más cercana al pensamiento del conservador Alcalá-Zamora; sin embargo, este interfirió constantemente durante los dos siguientes años de dicho gobierno, al punto que favoreció la destrucción política del partido de Lerroux y expulsó a la CEDA del poder. La razón para ello era que, si bien el presidente era católico y conservador, el mismo se definía como un católico progresista y no reaccionario. Por ello, mostraba cierta complacencia hacia las izquierdas, por las que sentía una mezcla de temor y simpatía; en cambio, tales sentimientos se trocaban en desdén hacia las derechas conservadoras, las cuales había aspirado a dirigir, pero que, a su parecer, lo habían traicionado en 1931. Por lo mismo, le irritaba especialmente que la CEDA, además de no colocarse bajo su tutela, se rehusase hasta el final a reconocerse como republicana. En todo caso, el proyecto de Alcalá-Zamora para las elecciones del 16 de febrero de 1936 era imponerse mediante un partido de centro. En dichas elecciones el proyecto centrista del presidente naufragó y, gracias al desprestigio del Partido Radical y la CEDA, causado por Alcalá-Zamora, resultó triunfador el Frente Popular, una coalición de partidos de izquierda todavía más radicales e incontrolables que los del primer bienio. Aunque eran conscientes que debían su éxito a las maniobras de Alcalá-Zamora, no estaban dispuestos a mantener como presidente a un conservador con las prerrogativas necesarias para ponerles en apuros o hasta para arrojarlos del gobierno como había sucedido antes con la CEDA. Por ello, urdieron una maniobra para retirarlo de la presidencia, lo que consiguieron ese mismo año al acusarlo de haber disuelto injustificadamente el parlamento anterior. Ya no es posible seguir sosteniendo que Alcalá-Zamora se limitó a un papel de consejero y que intentó impedir los despropósitos de los extremistas de uno y otro signo. Aunque conservador y católico, contribuyó a hundir al centro políticamente, a radicalizar a la derecha moderada y a abrir paso a una izquierda dispuesta a tomarse la revancha por la derrota de 1934, provocando un brusco bandazo político en el apogeo de los odios y los miedos. Obró así pensando que había llegado el momento de centrar y moderar definitivamente la República para su orientación personal. Tan craso error precipitó una guerra quizá (aunque difícilmente) evitable. Poco más de tres meses después de la destitución presidencial, la derecha se sublevó. Establecido en Francia, ahí sorprendió al ex presidente de la República la Segunda Guerra Mundial. Debido a la ocupación alemana y a la actitud colaboracionista del Gobierno de Vichy, Alcalá-Zamora se embarcó a Argentina, a donde arribó en enero de 1942. Falleció en Buenos Aires el 18 de febrero de 1949. Adaptado de Pío Moa, Los mitos de la Guerra Civil, Madrid, La Esfera de los Libros, 2003.