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VI. 5.

DURKHEIM y la sociología funcionalista desde los conceptos de delito y castigo

Ciertamente fue Emile DURKHEIM (1858-1917) el creador, en gran medida, del


pensamiento sociológico moderno. Al innovar sobre los postulados de los fundadores de la
sociología, iniciaría una determinada aproximación a lo social que recibiría el nombre de
“funcionalismo”.
DURKHEIM continuaría con la creencia en un enfoque racional de la ciencia
sociológica, basada en la posibilidad de reducir los comportamientos humanos y las
realidades sociales a causas y efectos. Estas relaciones, se podían observar en los efectos
sociales concretos. Esto es, no de las motivaciones de los individuos sino de ciertos hechos,
“cosas” o fuerzas sociales que de alguna manera se aplican sobre los individuos desde
fuera.
Produciría, así una evidente polémica con los criminólogos positivistas y con los
sociólogos que, como TARDE estaban más interesados en los comportamientos
individuales. Aquellos sociólogos a los que DURKHEIM señalaría otra línea, se
interesarían en los hechos sociales. El individualismo analítico no podía explicar según
DURKHEIM, la realidad de las nuevas sociedades industriales. En éstas, los individuos no
pueden ejercer libremente elecciones sobre su vida, sino que ellas están condicionadas por
las diferentes circunstancias sociales que los compelen a adoptar determinadas conductas.
La suma de individualidades genera una realidad social diferente a lo individual, pero que
puede representarse con una “conciencia”, humanización que en parte remite a la
concepción organicista.
Es en Las reglas del método sociológico de 1895, donde se detallan con
particularidad lo que serían los “principios” de la epistemología sociológica funcionalista
una vez que, en 1950, se tradujo al inglés. Antes de esa fecha, ya iba a ser material común
de los pensadores estadounidense la pretensión de objetividad del método, el tratamiento de
los hechos sociales como cosas, y la afirmación de lo “normal” como sinónimo de general.
El concepto de “hecho social” es el que claramente define su enfoque. La
objetividad quedaba asegurada si se consideraba a esos hechos sociales como objetos
empíricamente identificables y observables. La observación debía hacerse desde el todo
social y en forma aislada de los hechos individuales. De esta forma, los hechos morales
debían ser tomados como cosas, como normas de acción reconocibles, clasificables y que
obedecen a reglas y por lo tanto son observables. Observar tales hechos permitirá el
efectivo acercamiento a la naturaleza del orden social que por sí no puede verse pero se
refleja en sus valores morales y jurídicos.
El delito fue entonces uno de los objetos principales de atención de DURKHEIM.
No planteaba DURKHEIM el fin de la distinción entre lo normal y lo patológico sino que,
por el contrario, identificaba a lo normal con lo general, con lo que se produce con mayor
asiduidad en una sociedad determinada, y a los hechos menos habituales con los
“patológicos”. Es así que consideraba al delito un hecho social normal, siempre y cuando
no alcance índices exagerados: “El delito no se observa solamente en la mayoría de las
sociedades de tal o cual especie, sino en las sociedades de todos los tipos. No hay una en la
que no haya criminalidad…no hay fenómeno que presente de manera más irrecusable todos
los síntomas de la normalidad, puesto que aparece estrechamente ligado a las condiciones
de toda vida colectiva. Hacer del delito una enfermedad social, sería admitir que la
enfermedad no es una cosa accidental, sino una cosa derivada de ciertos casos de la
constitución fundamental del ser vivo; sería borrar toda distinción entre lo fisiológico y lo
patológico”.
Fue DURKHEIM el primero que le dio la actual importancia al concepto de función
(de allí el nombre de toda la concepción teórica) y lo separo claramente de la intención, que
por ser un problema subjetivo no puede ser tratado sociológicamente con su método. No
importa que el comportamiento individual, por ejemplo el suicidio, sea egoísta, altruista o
anómico, lo importante es descubrir los condicionamientos sociales profundos que lo
determinan, y que no son visibles sino a través de esos comportamientos.
“La causa determinante de un hecho social debe buscarse entre los hechos sociales
antecedentes y no entre los estados de conciencia individual. La función de un hecho social
no puede ser más que social, es decir, que consiste en la producción de efectos útiles
socialmente. Sin duda, puede ocurrir y sucede en realidad que de paso sirva también al
individuo. Pero este resultado feliz no es su razón de ser inmediata. La función de un hecho
social debe buscarse siempre en la relación que tiene con algún fin social”. Este fin social
es siempre reducible al propio “medio social interno”.
Para DURKHEIM las normas de costumbre y, en las modernas sociedades, las del
derecho, serían el “cemento” de la sociedad, lo que la mantiene unida. Son quizás el reflejo
mas acabado de lo que es la “conciencia colectiva”.
Su teoría funcionalista del delito y de la pena aparece expuesta en la que fue su tesis
doctoral La división del trabajo social publicada en 1893. En esta obra se ocupo del delito y
del castigo como ejemplos de hechos sociales que le permitían indagar sobre el
funcionamiento de la sociedad y los vínculos sociales necesarios para su conservación, lo
que él denominó la “solidaridad social”. Esta solidaridad social encontraría su más clara
fuente en la división del trabajo, término con el cual dejaría claramente expuesta su
oposición a la teoría de MARX.
DURKHEIM llamaría a este nuevo tipo de solidaridad, orgánica. Y era ella la que
reemplazaba en su momento al tipo de solidaridad en la que se basada el orden del Antiguo
Régimen y de las sociedades primitivas, la solidaridad mecánica. En este último tipo de
sociedad devenía fundamental su análisis de la función social del delito y de la pena. Para
DURKHEIM la solidaridad mecánica se encontraba asentada y reflejada en el derecho
represivo. Por el contrario, las sociedades modernas, unidas por la solidaridad orgánica,
encontrarían su reflejo en el derecho restitutivo.
DURKHEIM vivía en un momento de pleno desarrollo capitalista industrial, en el
que los modos de vida tradicionales cambiaban rápidamente. Además él había nacido en la
zona más compleja geopolíticamente de Europa, aquella que oscilaba entre el universo
cultural alemán y francés. La preocupación fundamental de este autor era descubrir los
orígenes de la solidaridad social, que eran las condiciones fundamentales de la vida
colectiva y de la cohesión social.
En lo que hacía al análisis del delito, este autor se separaba del positivismo
criminológico que consideraba que el delito tenía carácter patológico, puesto que para él el
delito es un fenómeno de sociología normal. DURKHEIM discutía con GARÓFALO al
negar que pueda existir una naturaleza criminal en el acto delictivo y, de este modo, le
cuestionaba su concepto de “delito natural”. Si el delito no tiene una entidad ontológica
significaba que es producto de las normas y convenciones sociales en cada momento y
tiempo determinado, y ello lo reconocía al observar que el delito cambia de formas en las
diferentes sociedades y que si las actuales conductas que conllevan un castigo no se
realizaran, se cometerían otras con esa consecuencia.
Indagaría lo que tienen en común todas esas conductas reprimidas como delitos. En
una primera aproximación, señalaría que lo que caracteriza al crimen es que determina la
pena. Lo que tienen en común conductas tan distintas es que son reprimidas. Al preguntarse
el porqué de la pena, el sociólogo francés respondía que la única característica común de
todos los delitos es que consisten en actos universalmente reprobados por los miembros de
cada sociedad. Indicaba DURKHEIM que un acto es criminal cuando ofende los estados
fuertes y definidos de la conciencia colectiva, entendiendo por conciencia colectiva al
conjunto de las creencias y de los sentimientos comunes al término medio de los miembros
de una misma sociedad.
DURKHEIM advertía que hay delitos que no son considerados como una afrenta
por las “conciencias sanas”. Ello lo explicaba en tanto son ofensas contra el Estado y, al ser
éste el guardián de los sentimientos colectivos, deben ser considerados ofensas contra la
conciencia colectiva y, por lo tanto, deben tener una respuesta punitiva aunque no afecten al
“alma común”.
Este autor, además de afirmar la normalidad del delito, dijo que éste es necesario y
útil desde un punto de vista social. Una sociedad exenta de delito es totalmente imposible, e
incluso en una hipotética sociedad de santos, las faltas más veniales y vulgares se juzgarían
y castigarían como actos criminales. Llegaba a la conclusión de que el delito es
indispensable para la evolución normal de la moral y del derecho en una sociedad. Las
relaciones de solidaridad mecánica se basan principalmente en la autoridad moral o, en su
caso, del derecho represivo, reflejadas siempre en prohibiciones.
A partir de esta concepción del delito, DURKHEIM analizaría las características de
la pena relacionada, y la función que tiene el castigo en la sociedad. Rebatiría la idea según
la cual en las sociedades civilizadas la pena ha dejado de ser un acto de venganza para
pasar a ser un instrumento de defensa de la sociedad. La pena se sustenta en fundamentos
de moralidad colectiva, y en tal sentido es una venganza en virtud de la afectación de esos
valores morales. Todas las conductas que generan reproche son un atentado contra la
sensibilidad colectiva y justifican la necesidad del castigo a las violaciones de esos
sentimientos colectivos por el hecho que se generan fuertes sentimientos de indignación y
deseos de venganza por parte del público que exige el castigo del infractor. Afirmo que “la
pasión constituye el alma de la pena” y la venganza su motivación principal, tanto en los
sistemas penales de las sociedades primitivas como de las modernas. En el fondo, la
venganza se mantiene como pasión motivadora del castigo.
DURKHEIM describió el castigo como una institución expresiva. Las pasiones
provocadas por el crimen, si bien tienen un origen individual, se expresan de manera
colectiva. De este modo, el delito es una ocasión para la expresión colectiva de pasiones
morales compartidas que sirve para fortalecer las mismas mediante el reforzamiento y la
seguridad mutuas.
La pena consiste básicamente en una reacción pasional que la sociedad ejerce por
intermedio de un cuerpo constituido sobre aquellos de sus miembros que han violado
ciertas reglas de conducta. La naturaleza y las funciones de la pena son las mismas tanto en
las sociedades primitivas como en las más evolucionadas. Lo que cambia es la cantidad y la
calidad del castigo.
Al explicar la función del castigo, DURKHEIM justificaba la necesidad del mismo
por el hecho que las violaciones de la conciencia colectiva -el delito- generan en la
sociedad fuertes sentimientos de indignación y deseos de venganza que exige la aplicación
del castigo al infractor. De este modo, para DURKHEIM, el crimen y el castigo
desencadenan un circuito moral que tiene un desenlace funcional: la comisión de un crimen
debilita las normas de la vida social al mostrarlas menos universales. El hecho de que surja
una pasión colectiva como reacción al delito que exija el castigo del infractor, demuestra la
fuerza real que apoya las normas sociales y las reafirma en la conciencia de cada individuo.
Por lo tanto, si bien el castigo tiene una raíz pasional y no utilitaria, logra un efecto
funcional espontáneo: el de la reafirmación de las creencias y relaciones mutuas que sirven
para reforzar los vínculos sociales, la cohesión social.
Para DURKHEIM, el delito cumple una función social muy precisa, pues provoca
una reacción social que estabiliza a la sociedad y mantiene vivo el sentimiento colectivo de
conformidad a las normas. Es por tanto un factor de cohesión y estabilización social. El
delito y la posterior reacción institucional -la pena- refuerzan la adhesión de la colectividad
a los valores dominantes, por eso es funcional.
DURKHEIM insistiría en que la reafirmación del orden moral es la función
primordial del castigo, y que este efecto funcional debería ser el principal objetivo del
castigo.
Toda la obra durkheiminiana es un claro esfuerzo por encontrar sustitutos racionales
a las ideas religiosas que mantenían unidas a las sociedades. La religión era valorada por
este pensador agnóstico porque permite encontrar una referencia de donde se formaría una
“conciencia colectiva”, que es ese conjunto de valores sociales que va más allá de las
posturas o elecciones individuales. La conciencia colectiva, que antes se reflejaba en
valores religiosas, debe encontrar su nueva moral.
La falta o anormalidad en esa conciencia colectiva puede generar un estado social
de anomia. Con el concepto de anomia se quiere señalar una situación en la que se verifica
una ausencia de normatividad de toda índole: moral, jurídica, económica, política o
religiosa. En realidad, es una situación de confusión por la existencia de pluralidad de
normativas y por desacuerdos básicos entre ellas, que por tanto será una situación especial
y que tenderá a normalizarse con la afirmación de unos valores por sobre otros.

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