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YO ESTUVE AHÍ…

TESTIMONIOS SOBRE EL ROCK


EN CÓRDOBA
YO ESTUVE AHÍ…

Testimonios sobre el rock


en Córdoba

Carlos Rolando
(Compilador)
Autoridades UNC
Rector
Dr. Hugo Oscar Juri

Vicerrector
Dr. Ramón Pedro Yanzi Ferreira

Secretario General
Ing. Roberto Terzariol

Prosecretario General
Ing. Agr. Esp. Jorge Dutto

Directores de Editorial de la UNC


Dr. Marcelo Bernal
Mtr. José E. Ortega

Rolando, Carlos
Yo estuve ahí : testimonios sobre el rock en Córdoba / Carlos
Rolando ; prólogo de José Emilio Ortega. - 1a ed . - Córdoba:
Editorial de la UNC, 2019.
Libro digital, PDF
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-707-101-6
1. Música Rock. 2. Rock. 3. Música. I. Ortega, José Emilio,
prolog. II. Título.
CDD 781.66

Compilación y entrevistas: Carlos Rolando


Fotos de tapa e interior: Fernando Boschetti
Edición: Soledad Toledo /Juan Manuel Conforte
Diagramación: Marco J. Lío
Diseño de colección, portada y edición de arte:
Lorena Díaz

ISBN: 978-987-707-101-6
Impreso en Argentina.
Universidad Nacional de Córdoba, 2018
PREFACIO

Siendo un acostumbrado y ávido lector de publicaciones re-


lacionadas con la cultura rock, me ha costado aceptar que las
editoriales del medio cordobés –tercero en importancia de la
Argentina-, o aún las de cuerpo nacional, sólo presentaran en
los últimos años, ocasionales novedades relacionadas con al-
guna de las tantas puntas desde las que el fenómeno rockero,
en nuestra mediterránea provincia, puede abordarse.
Cuna viva de músicos, periodistas, pensadores, anima-
dores, productores o académicos muy vinculados con la es-
cena, tanto la ciudad capital como el interior –serrano y de
llanura- brindaron marcos excepcionales para tramar sucesos
o propiciar la difusión de artistas de los más diversos estilos,
se trate de autóctonos o de jurisdicción extraña. El público
respaldó a la movida rockera desde los tempranos 60, aún
antes de que comenzaran a trascender en nuestras ciudades
puerto –Rosario o la Ciudad Autónoma de Buenos Aires-
figuras cuyas primeras producciones ofician –convenciones
mediante- de hitos fundacionales. En aquella década y la si-
guiente, Córdoba siguió acompañando el desarrollo de estas
corrientes, entonces catalogadas como “música progresiva”, a
la par que se ratificaba como proscenio mayor del folklore
nacional e incubaba paralelamente el proto-mainstream de su
género más característico: el cuarteto.

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Cabe preguntarse cómo era esa Córdoba que daba y pe-
día oportunidades en la escena cultural popular argentina,
que alternaba el tango con el folklore, que traía del campo a
la ciudad ritmos de base inmigrante revolucionados y mixtu-
rados entre piano, acordeón y percusiones –que la urbe am-
plificaba y personalizaba-; y que en tanto se animaba a satu-
rar parlantes, distorsionar guitarras –o aflojarlas hasta arribar
a estaciones folk-, brindando cobijo modesto pero seguro, a
jóvenes artistas que hacían trayectoria y, de paso, se nutrían de
algunos pesos para seguir creyendo.
Entre los años 1960 y 1970, la ciudad capital pasó de
contar con 509.163 habitantes a sumar 798.663 vecinos:
una variación intercensal del 30,7%, cifra descomunal que ya
no se repetiría. Polos firmes atraerían semejante crecimiento
demográfico: amplia diversidad en fuentes de trabajo, don-
de sobresalían las industrias automotriz –que alguna vez, el
mismísimo Lula da Silva confesó haber mirado con interés
para pulirse como tornero- y metalmecánica, pero en la que
se destacaban con nitidez otros dinámicos sectores –desde el
alimentario hasta las cementeras-; más la tradicional y presti-
giosa oferta educativa –sumándose a la antigua Universidad
Nacional, el aporte de la Universidad Católica- y un conse-
cuente sector de servicios nutrido, en el que los graduados
de aquellas Casas de Estudio, cordobeses o no, encontraban
rápidamente clientela y la necesaria cercanía con la informa-
ción de vanguardia para mantenerse actualizados. Una clase
media ancha daba impulso a la sociedad local, que a pesar
de la dinámica moderna no resignaba tradiciones atávicas,
tan desconfiada como propensa a rivalizar con el Litoral y la
gran cabecera rioplatense, orgullosa de su ligazón genética a
las más antiguas incursiones hispánicas comandadas desde el
Alto Perú, como las que fundaron Salta, Catamarca, La Rioja

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o Santiago del Estero, hacia las que prefería mirar sosteniendo
su predominio.
Pero aquella enorme potencia cualitativa que daba a Cór-
doba su vertiginoso crecimiento cuantitativo, se proyectaba
de mil maneras en las cuestiones más diversas: así el progre-
sismo que hervía en talleres, fábricas, asociaciones gremiales,
universidades, círculos intelectuales, asociaciones profesiona-
les, medios de prensa orales escritos –incluso televisivos-, aún
con el contrapeso que ejercía esa tradición más conservadora,
emergió y pulseó con ésta: el desenlace de aquella contienda,
generó finalmente una onda expansiva que irradió bastante
más allá del perímetro de la ciudad, y aún de la provincia.
La pujante urbe de 1970, que fabricaba desde aparejos
agroindustriales hasta aviones, que formaba a los profesiona-
les del centro y norte del país –a medio siglo de haber revolu-
cionado el sentido y misión de la educación superior de buena
parte de América-, se había cargado un gobierno nacional, el
de Onganía; y segura de sí misma, se continuaba alimentando
de hombres y mujeres jóvenes, que apostaban por radicarse en
sus barriadas más vitales: se poblaban los suburbios, cerca de
las zonas fabriles. Revolucionaba el humor nacional con una
revista como Hortensia, en la que entre muchas cordobeses di-
rigidos por su mentor Alberto Cognini –Crist, Peiró, Ortiz-,
hacía sus primeras armas el rosarino Roberto Fontanarrosa o
se templaban figuras como Caloi y Hermenegildo Sábat.
En lo que nos interesa, el rock continúa su camino de
autonomía. Aún marginal, es demandado al punto de que las
radios cordobesas acusan recibo, y diseñan una oferta en AM
para un público que seguía creciendo –que se multiplicará
posteriormente en FM- y demandaba, en paralelo, espectá-
culos y discos. Pero sabemos que la década muestra claroscu-
ros dramáticos. El desastre socioeconómico y político de la
segunda mitad, influirá de modo significativo en el decenio

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siguiente. Pero los renovados trazos culturales pugnarán por
pervivir y entre los fenómenos aparecidos en la década an-
terior que se consolidan, está la diversificación de la cultura
rock. Y así, un salteño que se radicó en la Docta con la inten-
ción de recibirse de ingeniero, para –como tantos- nunca vol-
ver a su ciudad natal, llegará a la radio universitaria y animará
–canalizando su vocación profunda- el que quizá fue el mejor
varieté rockero de su tiempo. Y tras buenas experiencias como
productor de espectáculos, y un primer festival en la coscoína
plaza Próspero Molina (en febrero de 1976), se decidirá final-
mente, por la siguiente parada de la Ruta Nacional 38: La Fal-
da. Mario Luna, su troupe de colaboradores, y tantos artistas
consagrados o por consagrarse en aquel escenario difícil –lo
cuentan autores de este libro- habrá sellado entonces a fuego,
la identidad rockera que jamás abandonaría a la mediterránea
provincia argentina. Habrá otros que seguirán su ejemplo,
consolidando la Córdoba recepticia1: varios de ellos escriben
o son entrevistados en este libro.
La ciudad alcanzará 993.055 habitantes en 1980. La va-
riación entre registros sigue siendo importante, pero merma:
21,6%. Los suburbios empiezan a transformarse en márgenes.
Muchos dejan de trabajar, algunos comienzan a abandonar
–también- los estudios. Las oportunidades para la gran in-
dustria y para los sectores fabriles pequeños o medianos, se
retraen. Hay un primer vuelco de desempleados hacia ciertos
sectores de los servicios, que también se saturarán. La pers-

1 Otro ejemplo ilustra la influencia universitaria en ese carácter: la UNC gra-


duó a todos los intendentes que gobernaron Córdoba desde 1983. Tres de ellos
-la mitad- llegaron desde otras jurisdicciones para cursar estudios y se queda-
ron: Ramón Mestre (odontólogo, oriundo de San Juan), Germán Kammerath
(abogado, proveniente en La Rioja) y Daniel Giacomino (farmacéutico, nacido
en San Francisco). Los tres restantes, Rubén Américo Martí, Luis Juez y Ra-
món Bautista Mestre -hijo del antes mencionado-, son cordobeses capitalinos.

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pectiva de pleno empleo, el horizonte estable –trabajadores
permaneciendo por décadas en sus puestos o haciendo carre-
ra en el mismo establecimiento-, ya no es moneda corriente.
Pero todavía las zonas residenciales y la periferia encuentran
puntos de contacto: si bien las elites nunca dejaron de con-
formar círculos pequeños y relativamente estancos, que los
años de Proceso contribuyeron en concentrar; sobreviven
puentes entre amplios sectores de la clase media o media-alta
y los más populares. Preferentemente, por la contribución
del sistema público educativo.
Me tocó ser adolescente en ese período. Aunque el dra-
ma de crecer con Videla, como cantaba Charly en 1984, no me
había impedido empaparme de rock. Con once o doce años,
poseía una interesante colección de discos y revistas, y me co-
laba en excursiones de mayores por la Asociación Deportiva
Atenas, posiblemente el Obras cordobés –también por lo que
pasó a ser la divisa griega en el básquet nacional-, visitado en
ese lustro por consagrados como Serú…, García solista o Los
Jaivas hasta G.I.T o Miguel Mateos. O el Estadio del Centro
–estuve en su inauguración, en el concierto donde León Gie-
co presentaba Pensar en Nada (1981)-. Poco tiempo después,
fue el turno de Pedro y Pablo, Piero, Porchetto, en el mismo
escenario de avenida Santa Fe y el río –finalmente volcado
hacia el cuarteto-; o en clubes como General Paz Juniors –
históricos conciertos de Riff en el 83- y sus vecinos Redes
Cordobesas –luego Asociación Española de Socorros Mutuos,
a la postre adquirido por la Municipalidad de Córdoba- o
el Hindú Club –donde en 1984 fuimos testigos, junto a un
puñado de fans, de la enorme potencia de “Los Violadores”, a
medio camino entre su primer y segundo disco-.
Siempre razonablemente próximos al centro, hondona-
da profunda ribeteada por el Suquía y algunas avenidas, otros
espacios cubiertos o abiertos serán habitualmente inundados

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de rock: el Centro Cultural General Paz, el Instituto Atlético
Central Córdoba –recuerdo a Virus en plena explosión, año
86- o el teatro Griego en el corazón del Parque Sarmiento,
pulmón verde de la ciudad, sede de innumerables festivales,
y al tan divertido como trepidante Sumo. Habrá inolvidables
aventuras en las sierras, festivales en Alta Gracia o La Falda,
y luego los míticos Chateau Rock –la literatura local le debe
al hoy Estadio Mario Alberto Kempes un digno tributo-: de
todos se da cuenta en este libro. Pero un sinnúmero de espa-
cios pequeños o medianos afloran en el downtown, sus bordes,
y aún la periferia profunda. Salas de ensayos, improvisados
escenarios; recintos para fiestas o gimnasios que se acondicio-
naron como confiterías bailables, bares o boliches de diversa
categoría –desde la calaña más dudosa a los “conchetos” de
la zona norte-, bien rescatados y retratados por estas páginas.
Espacios a los que no era tan sencillo acceder siendo menor,
con una policía que aún después de 1983, seguía siendo parti-
cularmente mañosa. Escenarios más o menos precarios, en los
que músicos reconocidos o bandas en ascenso se mostraban,
conformando una plataforma local diversa e interesante, que
subsiste aun hoy.
Compartíamos estas aventuras con amigos, en general
condiscípulos. La escuela pública posibilitaba una provecho-
sa convivencia entre hijos de familias de diversa proceden-
cia, arraigo o extracción. Muchos, aún los de hogares más
modestos, finalizamos estudios universitarios, nos dedicamos
al comercio o la industria, o nos convertimos en perfectos
burócratas. Algunos se fueron rápido, otros protagonizaron
el previsible mal paso y no faltó quien lograra hacer de la
música su medio de vida, como implacable inspector de AA-
DI-CAPIF. Los que éramos raros, lo seguimos siendo. Casi
todos fluíamos –sin descartar incursiones en otros ritmos o
géneros- entre distintas capas de cultura rock, por entonces

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arraigada en amplios sectores urbanos, porque era patrimonio
de todas las clases; y todas ellas aún se esparcían por el toda-
vía aceptablemente conectado y expandido –sin desarmonías
drásticas- radio municipal.
La Córdoba que en 1991 acusa 1.179.372 almas, vol-
viendo a reducir su tasa de variación intercensal, ya revela los
costos de la desindustrialización, se resigna a la pauperización
y empieza a sufrir los vacíos, los repliegues, los enfrentamien-
tos. Rock ya es resistencia ante otras acechanzas. Terminando
la Facultad, el plano era otro. El género se hace definitivamen-
te masivo, de rankings y estadios; pero los “padres fundadores”
parecen sufrirlo. Los diálogos se empiezan a desdibujar. Viejos
contra nuevos. El sonido más eléctrico se encripta. El cuarteto
se repliega y solo sale de sus márgenes por generosidad, excen-
tricidad, o codicia. El pop se precipita, como los elementos
en un buen juego de química. El folklore se aleja y fosiliza, a
pesar del esfuerzo de artistas de renombre, así como también
de nuevos talentos. Nace el rock extrañamente categorizado
como “barrial”: ¿es que acaso Pappo, Spinetta, Charly, Fito
o Juanse fueron nacidos y criados en una torre de marfil? Es
un momento difícil para el hard o el blues, aunque surjan
nuevas bandas y cada tanto algún prócer pegue un pleno,
como el Carpo en el 92 con Blues Local. Domina la parada
una tensión incomprensible: Soda versus Los Redondos, que
adopta formas elípticas en la docta. Hay otras alternativas:
podemos ver a Duran Duran en el estadio mundialista, entre
otros espectáculos internacionales –también la vuelta de Serú
o a Bon Jovi-, pero ya no habrá “Chateau Rock” ni La Falda
–aun cuando se improvisaron ediciones de este festival con
otros productores-. Visto a la distancia, se entiende la imagen
propuesta por Gramsci: cierto es que la crisis consiste en que
muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo.

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El libro dedica medulosos capítulos a los años 80 y 90.
El rock se hace crisis, y la crisis se hace rock. Callejeros –su en-
tidad artística- y República de Cromañon, representan el acto
final de aquel tiempo penoso. El drama de 2001 no se agotó
con el recambio institucional provisorio implantado tras la
renuncia del presidente De la Rúa. Por entonces, una ciudad
sitiada, aquejada de problemas estructurales, que había cre-
cido en la década a un módico 8,9%, llegando a 1.284.582
habitantes, dejó de entenderse hacia adentro. La anomia, el
desacuerdo, fueron irreversibles. En 2010, crecería un 3,5%,
es decir, diez veces menos que en 1970. La intensidad de-
mográfica perdida se explica por las crisis. Se trata de una
Córdoba en la que sectores enteros, de zonas más y menos
desarrolladas, jamás interactuarán con el desarticulado resto.
Los tradicionales vehículos de promoción cultural y educati-
va, están perdiendo la batalla en este tramo de la historia. La
propia Universidad, aún prestigiosa hacia afuera de su juris-
dicción, hoy atiende predominantemente a ciertos sectores de
la ciudad y determinadas poblaciones del interior provincial.
Lo hemos demostrado en investigaciones publicadas, a las
que nos remitimos.
El libro acusa estos impactos. Hay ausencias: Pappo, el
Flaco, otros. Con las nuevas tendencias, ciertos maridajes se
renuevan. El mainstream impone negocios con formato de re-
greso. El ciberespacio, replanteos de los modos de convivencia
y consumo. Convive el rock de los ni-ni, con la hora magna
de Cerati: de Ahí Vamos a esa larga vuelta de solo que se lo
lleva, en Caracas. Muchas bandas y escenarios minimalistas
coexisten con los renovados modos de organización del es-
pectáculo: del último show de Los Redondos, a la notable
exportación de una marca: Cosquín Rock. De La Vieja Usina
al Orfeo Superdomo.

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La obra presenta excelentes crónicas para ilustrar los úl-
timos dos decenios, que definitivamente ya me tienen –vuel-
vo a García- siendo parte del mar. Posiblemente esa posición
me motivó a procurar el saldo, integrando la conducción de
un sello editorial, de aquel histórico faltante en los anaqueles
cada vez más dedicados a la cultura rock. Algunos amigos,
entre los que sobresale el talentoso sanfrancisqueño Carlos
Rolando –cuánto le dio aquella ciudad del este provincial a la
identidad rockera cordobesa- se interesaron en este empren-
dimiento. Todos colaboraron en la primera aproximación: un
ciclo realizado conjuntamente con la Subsecretaría de Cultura
de la UNC, conmemorativo de los cincuenta años de rock
en la Argentina, que nos permitió recorrer a lo largo de todo
2017 numerosas paradas, y cuya repercusión nos confirmó, a
la par de que había equipo para jugar el partido más impor-
tante, que existe un público interesado.
El compilador halló necesario este prefacio institucio-
nal, indicativo del contexto de la obra. Es una tarea a mi
juicio innecesaria: los autores, prestigiosos, entendidos, pro-
fundos, sensibles, artistas sin más, duchos en recorrer terre-
nos difíciles, salen airosos. Sí me complazco, en nombre del
sello, en prologar una obra digna, hecha a conciencia, que
ubica en el catálogo de nuestra Editorial un tiempo, un espa-
cio, ciertos códigos. Se enfoca en Córdoba, mientras refiere
bastante más lejos.
La Universidad Nacional de Córdoba sabe de esfuerzos
pioneros. Fuera de sus grandes realizaciones, en lo que nos
interesa, lo hizo en su estación de AM con Alternativa, cuya
alma mater concibió los festivales de La Falda. Ofreció éter
para la transmisión de tantos conciertos en vivo, en los 70 y 80
que aquilataron el amor a la música de tantos oyentes, como
quien escribe. Su señal de FM supo anticipar tendencias, al

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mejor estilo de los más emblemáticos medios argentinos. Sus
ámbitos físicos fueron aprovechados para magníficas expresio-
nes artísticas, a veces por el esfuerzo de actores locales, otras
por la concurrencia de figuras nacionales o internacionales.
Quizá de los aciertos o errores de este trabajo, surjan
propuestas más pulidas: los aportes autóctonos al sonido
argentino, el sentido de la lírica “hecha en Córdoba” y sus
conexiones con otras fuentes o usinas creativas, sus aproxima-
ciones a otros géneros, el medio cordobés –su urbe, su cam-
piña- como caldo de cultivo para desarrollar la experiencia
rockera, las grandes realizaciones artísticas que tributan inde-
fectiblemente a Córdoba, trascendentes historias contadas en
primera persona, las anécdotas más hilarantes o instructivas,
como algún autor plantea lúcidamente en este texto, todas y
cada una, todavía están por escribirse.

José Emilio Ortega


Codirector de la Editorial de la UNC

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INTRODUCCIÓN

Carlos Rolando

Es raro cuando uno disfruta de situaciones que a muchos mo-


lestan. Pero esto es el rock. Molestar y generar discusiones
en ámbitos que están vedados y a los que solo poca gente
puede acceder. En sus inicios, el rock ocupó espacios a los
que sólo la gente más grande accedía. No fueron el sonido ni
Elvis Presley los factores excluyentes del cambio: los jóvenes
se animaron a discutir, a demostrarle a sus progenitores -con
hechos- su capacidad de opinión; y su voluntad de sostenerla
de cualquier modo, aún sin aprobación.
Siempre se le busca el costado intelectual al rock. A Bob
Dylan le preguntaban y le preguntan en qué estaba pensando
cuando escribió “Like a Rolling Stone” y siempre respondió
que estaba borracho en la habitación de un hotel.
Lester Bangs, crítico y escritor de rock, decía que la
música es la que te elige, y no sólo el rock’n’roll: la música te
elige a vos.
Córdoba tiene historias de rock; posee críticos que po-
drían ser Lester Bangs, pero no son considerados como aquel
porque no hubo un libro de una editorial oficial que los legi-
timara. A la vez, hay relatos que se van perdiendo con el correr
de los días porque nadie los escribió. Hay una generación que
estuvo en lugares que podrían ser más importantes que Ce-
mento o el Luna Park, pero como no salieron en las crónicas

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de los diarios locales, ni ningún rockero guardó un panfleto o
registró con una cámara de rollos, pasaron al olvido.
La idea de este libro fue narrar que no sólo en Buenos
Aires o las principales capitales del mundo hay rock. En Cór-
doba, en cada barrio, el cuarteto dirime su territorio con el
rock e incluso hasta se podría decir que antes de “La Balsa”, en
esta ciudad ya había canciones cordobesas sobre ese género,
pero nadie las tuvo en cuenta. No había periodistas que les
prestaran atención.
Es tiempo de conocer a esos músicos como así también a
las historias que sucedieron y suceden en lugares legitimados
o en una playa de estacionamiento como una vez ocurrió a
finales de los 90 con La Gallina Degollada.
De manera subjetiva y arbitraria, teniendo como premi-
sa el famoso: “Y dónde estás vos y dónde estoy yo” de Sumo;
Raúl Dirty Ortiz, Humberto Sosa, Pablo Ramos, Rodrigo Ar-
tal, Martín Brizio, Elisa Robledo y Soledad Toledo, cuentan
lo que vivieron y sintieron en los 80, 90 y 2000.
Esto, lector, te va a generar tres sensaciones; de alegría si
estuviste en ese lugar, de deseo por haber estado, y de insul-
to si estabas en la vereda de enfrente. Somos periodistas, no
dioses; por lo tanto, no se puede estar bien con Dios y con el
diablo. Recalco lo de manera arbitraria y subjetiva, porque los
que escribieron e hicieron este libro, no tuvieron la intención
de hacer un anuario, ni un trabajo antropológico. Es un libro
de cultura rock, dónde la imposición de la agenda setting está
en los emisores.
En el caso de quien escribe y de Martín Carrizo, tuvi-
mos que recurrir al formato clásico de nota periodística; por
razones de edad, no estuvimos cuando en Córdoba se hacía
rock pionero y se armaban equipos de sonidos antes que en
otras provincias.

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Por lo tanto, este no es un libro de rock: es el rock conta-
do en primera persona1, sin ajustarnos a un patrón específico
de escritura. Hacia el final, te vas a encontrar con testimonios
de algunos de los personajes mencionados en los relatos.
Por último, es menester reconocer, que este material
no estaría en tus manos de no haber sido por el empuje de
Elisa Robledo. Aún retumba en mi cabeza, los intercambios
sobre criterios mantenidos por chat. Las chicas crecieron y
desde hace rato, aunque todavía muchos no lo ven, tienen
su lugar en la crítica y periodismo de rock. El que no lo con-
sidere, que abandone; de no hacerlo, el rock los expulsará
sin contemplación.

1 Al ser relatos en primera persona, se respetó el estilo y formato que cada uno
de los que escriben consideró.

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PRIMERA PARTE.
LOS 60’s – 70’s
LOS CORDOBESES DE LA CUEVA, QUE NO ES
LA DEL OSO

Carlos Rolando

Jimmy Arce, Lalo Ordaz, Daniel Omer, Alejandro


Baró y Carlos Avalos fueron la avanzada que hizo pie
en la Capital Federal, en los momentos en que se es-
taba poniendo la piedra inaugural de lo que lo luego
sería conocido como rock nacional.

Diálogos con dos históricos

A Carlos Avalos, es frecuente verlo en la peatonal cantando


a la gorra con la tapa de un disco de Los Bichos apoyada en
el estuche de su guitarra. Esa persona que está ahí, cantando
para los transeúntes cordobeses, es uno de los próceres del mal
llamado rock nacional argentino. Hijo de una familia prole-
taria de Barrio Juniors, padre relojero, madre ama de casa, se
dedicó a la música desde muy pequeño.
Su hoja de vida lo ubica entre los pioneros. En 1962, con
tan solo 12 años forma Los Relámpagos. Con este grupo toca
temas de Chuck Berry, Los Iracundos, del grupo italiano The
Rockets, y la canción de Johnny Holliday que más le gustaba
a la gente: “Black is Black”. Cuatro años después, forma Los
Bichos con Jimmy Arce (batería), Lalo Ordaz (voz y guitarra),
Alejandro Baró (organista) y él en bajo y voz. Con esta forma-
ción logran hacer famosos tres sencillos: “Tus pies descalzos en
la arena” (Avalos), “Lejos de aquí” (Baró – Avalo) y “No incli-
nes la cabeza” (Ordaz – Avalos). En 1968, Los Bichos graban
para el sello Music Hall -gracias a la gestión de Billy Bond y los
hermanos Fattorusso- dos temas propios: “Cuando te sientas
vieja” (Arce – Orgas) y “La amaré” (Ordas)

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En ese año “La Balsa” ya había salido, ellos la habían
escuchado, pero no les resultó una gran canción. Pensaban
que lo que estaban haciendo era muy bueno, pero como eran
muy jóvenes, nunca firmaron nada, tampoco registraron las
canciones porque no sabían cómo hacerlo ni que esa posibi-
lidad existía. Por suerte, este año (2018) viene la reedición de
esas canciones por parte del “Instituto Nacional de la Música”
que comanda Diego Boris y ya tienen los derechos de autor.
Entre 1968 y 69 tocan mucho en lugares bailables de la
Ciudad de Buenos Aires, en algunas ocasiones como backing
band de Billy Bond. En este último año, Los Bichos graban
su disco homónimo.
Durante 1970, cambian de nombre y de formación. Los
Bichos pasan a llamarse Sol y empiezan a hacer un rock más
pesado, más progresivo, en lugar de ese pop que los había
llevado a la capital de Argentina. Ese año, Sol, toca en el pri-
mer “B.A. Rock”, gracias a la gestión de Mónica Sokoloski,
mánager de Vox De y también de ellos en ese momento. Sol
eran: Jimmy Arce (batería), Alejandro Baró(organista), Na-
cho Smilari (guitarra) y Avalos (bajo).
En este festival, realizado en el Velódromo de la ciudad
de Buenos Aires, comparten programación con Los Gatos,
Pajarito Zaguri y Sanata y Clarificación de Rodolfo Alchu-
rrón, entre otros.
Ese mismo año, Sol participa en el “Primer Festival Beat
de la Canción” que se lleva a cabo en la Ciudad de Mar de
Plata. En este encuentro, se premia como mejor canción a
“Blues de Dana”, tema compuesto por Ara Tokatlian para su
esposa. En el festival lo interpreta el grupo Arco Iris, que esta-
ba liderado por Gustavo Santoalalla.
En la temporada siguiente, el grupo graba en el sello
Music Hall, con la producción de Billy Bond, el simple: “No
espere que llore” (Avalos).

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La influencia de Carlos Santana se hace presente en
la canción “Lo que me llaman suerte” (Arce – Avalos), una
suerte de conga, que Avalos recuerda con gran emoción por
cómo sonaba.
El mismo año con La Pesada del Rock graban: “Verdes
Prados” (Letra de Billy Bond) y “Buen día Sr. Presidente”
(Letra: Billy Bond, Pedro Pujol y Jorge Alvarez, el creador
del sello “Mandioca”). La música de las canciones es de Car-
los Avalos.
En este período hay un cambio en la formación: se va
Nacho Smilari y entra Daniel Omer como guitarrista.
En 1972 el grupo se atomiza; Carlos Avalos entra a Hair,
una comedia musical, que habla sobre la guerra de Vietnam,
muy conocida dentro del ambiente rockero de la época. En
ella participaron: Rubén Rada, El negro Fontova y Valeria
Lynch, para citar algunos famosos.
Tres años después, Avalos forma Abejorro. Un folk rock
muy particular y llamativo porque no tenía batería. En la for-
mación estaban: Popi Luna (guitarra), Gato Negrini (prime-
ra guitarra) y Avalos (bajo). Vale la pena destacar que, en la
actualidad, Negrini es un importante sonidista y técnico de
grabación de la Ciudad de Córdoba. Con esta integración la
canción que todos esperaban era “Ogo Islami”, un invento
que en la actualidad estaría en la mira de los servicios secretos
del mundo, a pesar de que no tenga nada que ver con el ISIS.
Ese año, Avalos conoce los textos de Prom Rawat, un líder
hindú que promovía la paz.
La llegada al poder, en marzo de 1976, de la junta mili-
tar que impuso el Proceso de Reorganización Nacional, hace
que Avalos se vaya a vivir a Bariloche. Deja los escenarios en
stand by. Se dedica a la enseñanza.
Si bien, en estos días, se lo puede ver tocando la guitarra,
toda su gloria musical estuvo ligada al bajo, instrumento que

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le regaló su papá y que aprendió a tocar con el profesor De la
Barca. Avalos se ríe porque el que le enseñó a leer las notas -es
decir, lo clásico-, era de apellido Paez. La gran pregunta que
Carlos se hace: ¿Habrá sido pariente de Fito?
Avalos recuerda que cuando tocaban en “La Cueva”, so-
naban bien porque llevaban sus equipos Alfizar (Alta Fideli-
dad Zárate), de un cordobés llamado Carlos Zárate, otro ig-
noto famoso de la Ciudad de Córdoba, que terminó andando
en bicicleta y con el dinero justo, después de que la mayoría
de los músicos que escribieron la historia de nuestro rock ar-
gentino tocaran con sus equipos.
Cuando me voy del bar en el que me encontré con Carlos
Avalos, le digo que le voy a llevar un cuaderno para que termi-
ne la historia que nunca cerró porque siempre se iba del hilo
conductor. No había forma de que el músico cierre una idea:
los recuerdos son muchos y como ya pasó un tiempo, no están
tan presentes, por lo que se dificulta pensar en fechas concretas.
La idea de ver la derrota antes mis ojos, la tuve en toda
la entrevista y en los pequeños encuentros que tuvimos antes
de hacerla. La del pobre rocker, como dice Neil Young, en
“Hey, Hey, my, my”. La de la estrella de rock que estuvo en
el momento que había que estar, pero que fisuró. Para decirlo
de otra manera, no aguantó las luces. En su mejor momento,
Carlos Avalos compartió algo más que charlas sobre actuación
con Mónica Sokoloski, la ex pareja de Ricardo Soulé y hasta
hace unos cinco años, no tengo la información actual y en mi
criterio periodístico -no es importante-, representante comer-
cial en nuestro país de Sai Baba. Pero reformulo mi mirada,
contradigo al maestro Neil y llego a la conclusión de que estoy
equivocado. Esto es el rock. Es decir: tocar en la peatonal a la
gorra con la misma actitud y prestancia como si lo estuviera
haciendo en un estadio lleno, sin tener esa aura de intocable
que ante la mínima crítica lo desmorona.

26
Me quedo con esa sensación, me tomo una semana para
chequear los datos que me aportó Avalos. Decido que voy a te-
ner que ir hasta la República de San Vicente, para entrevistar al
Chino Baró. Mi amistad con este músico data de 1994, cuan-
do nos conocimos por obra de un amigo en común, el artista
plástico uruguayo, Freddy Reimon. Durante mucho tiempo
nos encontrábamos todos los viernes en el taller del oriental
a comer un asado y el músico siempre evitaba hablar de ese
tiempo pasado en el que fue parte de la farándula rockera.
Pero esta vez, lo tuvo que hacer.

República de San Vicente

Me sumerjo en esa barriada cordobesa tan tradicional como


iconoclasta. Accedo sin rodeos a la sala de ensayo que el Chi-
no mantiene en su casa. Son las once. Mañana de agosto. No
hay nada para tomar, ni intención de prender unas brasas para
hacer una falda o tira de asado.
El entrevistado saca una carpeta con un montón de re-
cortes. En uno de ellos, de la revista Confirmado, del 10 de
julio de 1969, leo lo siguiente:

Los Bichos ofician como orquesta estable, pero,


generalmente, deben compartir su actuación con
sabrosas pizzas, se denomina así a la actuación conjunta
de intérpretes de diversos grupos. Por ejemplo, uno de
los lunes pasados, Sandro y Billy Bond, improvisaron un
dúo para entonar, causando un delirio general, algo que
denominaron, ‘Twist y gritos’”.

La historia cuenta que Billy Bond es Giuliano Canterini,


un italiano que vino con sus padres a nuestro país, en la déca-

27
da del 50, huyendo de la Segunda Guerra Mundial. Entre los
tantos pergaminos que tiene este señor, es haber descubierto
y grabado a los Sui Generis. “Canción para mi muerte” la
grabó él y fue su idea que Claudio Gabis hiciera el punteo
que se volvió famoso. “Canción para mi muerte” se grabó en
septiembre de 1972 y fue editada en formato simple un mes
después. Fue récord de ventas. Esta breve biografía es para
no decir que fue el hombre al que le adjudican haber dicho
“rompan todo” en el famoso recital del Luna Park y salir en
las noticias de los diarios de la época en la sección policiales.
Baró y compañía conocieron a Billy Bond y los hermanos
Fattorusso (Hugo y Osvaldo) en un show que compartieron
con ellos en club cordobés Atenas. Hugo estaba trabajando en
el sello Music Hall, les gustó Los Bichos y les preguntó si se
irían a Buenos Aires. Después del show, los locales invitaron a
los foráneos a un boliche (palabra que se me grabó hablando
con el entrevistado) que quedaba en el céntrico Boulevard
San Juan, dónde ellos hacían un segundo show. Como a la
una de la mañana, los invitados llegaron y qué pasó: “Se armó
un zapadón de la puta madre. No había forma de pararnos”.
Terminado ese show dónde el final lo dio la luz del día, Los
Bichos tocaron en los carnavales cordobeses, hicieron unos
pesos y se fueron a la gran urbe.

¿Cómo era Billy?


Billy era un loco lindo. No era un pelotudo, manejaba bien
el negocio. Nos bancó un montón cuando nosotros llega-
mos. Lo mejor es que al poco tiempo de estar en Buenos
Aires, empieza La Cueva. Nosotros vivíamos con él en una
pensión de la calle Hipólito Yrigoyen. Recuerdo que cuan-
do largamos como banda estable del lugar, hacíamos los te-
mas que acá en Córdoba eran éxitos, pero allá nos miraban
raro, como diciendo: “que están tocando estos tontos”. Pero

28
aprendimos y la rompimos. Encima, como te dijo Carlos
Avalos, los equipos ALFIZAR, sonaban impresionante, por
ende, todos los que subían a zapar, lo hacían con nuestros
equipos. Yo me acuerdo de haber tocado con Moris, Sandro,
que iba siempre, y Pappo.
Billy Bond se cansó hasta el hartazgo de decir que Ro-
berto Sánchez, no era dueño de La Cueva. En ese mismo
artículo de la revista “Confirmado” dice: “Billy Bond se ha
lanzado a este nuevo negocio sin ninguna publicidad… Está
seguro de que solo con la gente amiga su subsuelo se puede
convertir en un boom invernal y perdurar después o no…”.
Lo más interesante que dice Bond se puede tomar como un
vaticinio de lo que se iba a convertir el rock: “De música
para bailar, pasó a ser música para escuchar y ahora, música
para aglutinar…”

¿Qué pasó cuando grabaron?


Hubo cosas raras. Recuerdo que fuimos a lo que hoy sería
grabar un demo. Yo lo hice con mi organito, uno que no
era bueno, pero que lo hacía sonar. Nos dijeron que estaba
bien. Después volvimos a grabar el disco homónimo y cuan-
do sale el disco con una calidad de sonido impresionante,
al mismo tiempo aparecen los dos o tres temas de prueba.
Al disco lo grabó el hermano de Carlos Bisso (cantante de
Conexión Nro 5).

Lo importante es que siguen en Buenos Aires, ya con “Sol” y llegan


al primer B.A Rock.
Si. Mónica Sokoloski, a quien conocimos en el bar “Man-
zana”, hizo las gestiones para que “Los Gatos”, que venían
de Estados Unidos, nos prestaran los equipos. Sonamos de
la reputa que los parió. La gente nos recibió de primera. Lo
que tenía Sol, es que eran los 70, Santana había descollado

29
en Woodstock y el batero (Jimmy Arce) se tira para esa onda.
Recuerdo que cuando grabamos “Lo que me llaman suerte”,
Javier Martínez de Manal, le presta la batería, una Ludwig,
recién traída de los Estados Unidos.

Los Gatos le prestan los equipos, pero Carlos Avalos y vos no lo


nombran mucho. ¿No había onda?
Con Nebbia, cero trato. Es más, “La Balsa”, es toda de Tan-
guito, nada que ver con él.
La historia de malestar con el rosarino comenzó en el
Primer Festival Beat de la Canción que se llevó a cabo en
Mar del Plata. Tal vez, el compartir mucho tiempo con Billy
Bond, al quien tampoco le gusta mucho “La Balsa”, por lo
expresado en diversas entrevistas, puede haber influido en las
picazones en la piel cada vez que se les mencionaba a Litto a
los cordobeses.
Manzana, el bar dónde se reunían con un recién llegado
de Estados Unidos y que había vivido toda la beatlemanía en
el país del norte y cuyo nombre es David Lebón, funcionaba
como una continuación de La Cueva. Ahí Billy Bond pasaba
Rolling Stones, Beatles y Creedence.
Poco tiempo después algunos de los integrantes graba-
ban en los estudios Phonalex, el Volúmen 1 de La Pesada. En
este disco participan: Pappo, Javier Martínez, David Lebón,
Luis Alberto Spinetta, Vitico, Pomo, Nacho Smiliari (Sol),
Daniel Omer(Sol), Jimmy Arce (Sol), Alejandro Baró (Sol),
Luis Gambolini, Roizner y Alfredo Remus. Este disco tiene
como canción conocida: “Salgan al sol”.
Como dijo en el comienzo de la nota, Carlos Avalos, Sol
se atomizó. Cada uno buscó su propio camino. Lo llamativo
es que ninguno se quedó en Buenos Aires. Baró se peleó con
su mujer, Avalos buscó su camino en la meditación, la noche
había dejado de ser su amiga para convertirse en el lugar dón-

30
de los demonios la invitaban a transitarla de una manera que
no tenía que ver con la música.

Lo concreto es que te viniste, arrugaste. ¿Tenías todo para ser estrella


y terminaste en Barrio Pueyrredón en lo de tu viejo?
Yo no lo veo así. Yo no me considero una estrella de la música
beat. Fui y soy un trabajador de la música, que estuvo dónde
había que estar, en el momento que había que hacerlo. Vos
me ves ahora y tengo la misma postura que cuando tocaba en
La Cueva. Poneme al lado de un rockero de ahora y vamos a
ver quién tiene más postura.

Me convenciste. ¿Lo volviste a ver a Billy Bond después que retor-


naron?
Sí. Una vez tocan timbre, como a las 9 de la mañana, estaba
en la casa de mis viejos y cuando abro un ojo, lo veo al gordo,
que ahora era flaco. Era el loco que me venía a visitar.

Chau, nos estamos viendo.


Antes de que te vayas, te cuento que una vez estaba grabando
con el grupo Uno, que eran del sur, la canción “Venus”, de
unos holandeses, en los estudios CBS y antes de empezar a
hacerlo, alguien dijo que faltaba un pedal de distorsión. La
cuestión que empezamos y nadie escuchaba que golpeaban la
puerta. Cuando terminamos y abrimos, estaba Sandro. Él traía
lo que faltaba y era la persona a la que habíamos puteado por
no tener ese elemento. No sabés cómo se lamentó el loco. Se
había venido desde Banfield al centro. Un tipo muy humilde.

En recortes de la época que Baró guarda en su casa, di-


cen que Los Bichos formados con ex integrantes de Los Teen
Agers y Los Seims, lograron proyección nacional cuando se
instalaron en Buenos Aires para grabar con pioneros del rock
argentino como Los Gatos, Manal y Almendra.

31
Me voy de la casa de Baró con algo que tiene que ser el
credo para toda banda nueva en formación. Está en uno de los
comentarios que salió en Claudia Junior, una Oh la la actual:

La razón por la cual Sol suena perfectamente bien a


nuestros oídos hay que buscarla más allá del vibrar de
sus instrumentos. La armonía reside principalmente
en su relación de grupo. Son amigos dentro y fuera del
escenario. Sol cree en el desgaste, en la erosión masiva
que sufren los conjuntos musicales. Pero saben que
existe una fórmula para contrarrestar las inclemencias
de este tiempo y ellos la hallaron.

Palabra santa.
Muchas veces los amigos te cuentan algo y algunas veces,
uno les cree demasiado y otras, toma esos dichos como men-
tiras. Por eso, hay que ir a las fuentes. Nadie mejor que Billy
Bond para confirmar lo expresado.

Llamada a San Pablo

¿Qué podes decir de Los Bichos?


Que yo los vi, me los llevé a Buenos Aires, les produje el dis-
co y les di trabajos de músicos fijos en La Cueva de la calle
Rivadavia, para que se sustentaran. En ese lugar tocaban Pap-
po, Spinetta, Moris, Sandro y Alejandro Medina, entre otros.
Pero los fijos y estables eran ellos.

¿Sabés que Nacho Smilari, el ex guitarrista de Los Bichos está to-


cando como invitado de La Renga?
No, pero no me extraña. Nacho es un gran violero. Hace mu-
cho que no lo veo. Me saludó una vez por el Facebook, pero

32
nada más. Creo que La Renga, es de las bandas de la vieja
guardia, que están tocando rock, pero como no tengo muchos
datos, no opino. Es decir, no los escuché atentamente.

¿Cómo ves la evolución del rock?


Los tiempos cambian. Antes escribías con una máquina Re-
mington mecánica, hoy lo hacés con una computadora. Todo
evolucionó, pero la esencia y el talento son cosas que no tie-
nen que ver con la modernidad. El rock de los 70 contestaba,
el de los 80 y 90 se comercializó y el de hoy, no es rock, es
otra cosa. No le quiero quitar méritos, pero el rock de hoy es
pachanga. Muy respetable, pero es pachanga. En los 70, 80
y 90, tenías que tocar. En la actualidad, las máquinas tocan
por vos y estoy convencido de que no se puede hacer rock con
máquinas.

No hablaste de los 60 en la respuesta que me terminas de dar. ¿Los


Gatos, entonces no fueron los primeros en hacer rock?
Los Gatos no fueron pioneros en nada. En realidad, sí, fueron
los primeros en algo.

¿En qué?
En copiarles a los Rolling Stones. Nada más.

Billy Bond, fue contundente. Confirmó la hipótesis


planteada en el documental Radio Roquen Roll parte 1 de
Martín Carrizo: Los Teen Agers, una banda de Córdoba, fue
la primera en hacer rock en Argentina

33
“LOS TEEN AGERS” CORDOBESES Y LA
REBELDÍA QUE NOS QUEDARON DEBIENDO

Martín Carrizo

“Estábamos ahí arriba y cortamos de golpe en Mayo de


1966”. El dato que brinda Oscar Santacruz al cierre de la
participación de Teen Agers, en el documental Radio Roquen
Roll parte 1, no es irrelevante. Quizás fue el primer gran esco-
llo que encontró el rock cordobés para comenzar a remontar
vuelo definitivamente.
Atrás quedaba una historia de seis años para rescatar, que
incluía presentaciones en Buenos Aires, Canal 13, El Club
del Clan, Escala Musical, la filmación de algunos cortos para
noticieros de cine y actuaciones junto a estrellas de la época
como Juan Ramón y Leo Dan.
¿Qué hubiera pasado si Oscar Santacruz, Rino Surdo,
Guillermo Araujo, Julio Rampoldi y Buby Costerg se hubieran
cruzado con el náufrago Pajarito Zaguri, ¿por ejemplo? Quizás
el “Mago de los Vagos” les hubiera inyectado un poco de su
rebeldía, para comenzar a torcer la historia. Y esto hubiera
ocurrido antes de que el rock argentino adoptase a “La balsa”
como la señal de partida. Tampoco podemos menospreciar la
aparición de Rebelde, puñetazo de rock a cargo de Zaguri y
Los Beatniks en Junio del 66. A días del mencionado final de
los Teen Agers.
Pero para los cordobeses la exigencia era profesionali-
zarse. Ensayar todos los días, ir a la radio los siete días de la
semana, hacer entrevistas. “Lo hacíamos por hobby, porque

34
todos queríamos tener un título universitario”, rememora el
ya jubilado ingeniero Santacruz.
El Tano Rino, que vino desde Nápoles a Córdoba con
6 años, estudiaba Psicología e inglés, pero su amor a la mú-
sica lo llevó a seguir sólo ligado a ella. Tras la separación
formó Los Seims. Es decir “los mismos” en inglés, pero es-
crito en criollo. Bajo el sello Microfón dejó junto sus com-
pañeros de grupo -algunos ex Teen Agers, otros futuros Los
Bichos- un disco bastante desconocido llamado Guitarras
en swing, que atesora tremendos registros propios en tiempo
de surf-rock, sonidos de spaghetti western y baladas canta-
das en italiano.
Estamos hablando de años en los que convivieron mu-
chas propuestas beat en la ciudad. Tomando como base de
operaciones a la docta, estas formaciones animaron fiestas,
bailes y giras por provincias argentinas. También pudieron
llevar sus inquietudes musicales a la gran urbe. Hoy, Buenos
Aires, los tiene casi olvidados.
Los Crazy Boys fueron otra de ellas, pero no una más.
Ficharon para el sello Music Hall, para editar su long play Rit-
mos en Órbita. Allí, entre baladas, rocanroles y algunos twists
registrados con los arreglos y el aporte de Horacio Malvici-
no, aparece “El vago”. Esta canción puede tomarse como una
de las primeras en mostrar rebeldía dentro de las alumbradas
por el beat cordobés. Registrada en SADAIC, con fecha 12
de septiembre de 1963, bajo la autoría de Enrique Negrelli.
“Cuantas veces me dijeron deja ya de rocanrolear… que me
gustan las chamacas, los cigarros y bailar” puede leerse en la
partitura, disponible en audioteca y mediateca, de la Biblio-
teca Nacional Buenos Aires, archivada bajo el número de sis-
tema 813880.
“El vago” es una de las primeras canciones argentinas re-
beldes, hechas en Córdoba y con una marcada influencia del

35
mexicano Enrique Guzmán y sus Teen Tops. Sólo así pueden
entenderse los términos “chamaca” y “rocanrolear” utilizados
por estos pagos.
La historia de los Crazy Boys había comenzado muchos
años antes. Casi a finales de los 50 en los carnavales del Club
Municipal del Barrio Alta Córdoba. Al mencionado Negrelli,
se sumaban Carlos Farías, Ruben Pereyra, Roberto Rodriguez
y Horacio Varela.

Músicos de buen humor

El segundo (y último) long-play que los Teen Agers legaron


a las primeras canciones del rock en castellano, se llamó así:
De buen humor y apareció en 1964. Incluyó algunas compo-
siciones propias en tiempo de twist y rock (“Amor de verano”,
“Recuerdo caminando”, “Que buena es la vida”, “El sólo pen-
sar”), algunas versiones de clásicos norteamericanos y hasta
un surf rock a la cordobesa que bien podría considerarse un
puente directo con los discos que grabaron Los Frenéticos en-
tre 2013 –El playa- y 2015 –El sonido que perdura-: ese podría
considerarse surf city (Berry-Wilson).
Un año antes, en 1963 había aparecido el LP debut bau-
tizado como Club de Baile. Nunca mejor puesto ese nombre.
En este punto vale destacar el gran aporte realizado por tres
difusores radiales, devenidos en productores, que marcaron el
camino a seguir a los inquietos jóvenes rebeldes de comienzos
de la década del 60.
Enrique del Campo con su Resonancias musicales, Da-
río Martel El club del 33 y José González con sus Rondas
Juveniles. Ellos fueron los encargados de viralizar de manera
absolutamente eficaz esa primera rebeldía que floreció aquí
en la ciudad de Córdoba, al mismo tiempo y hasta quizás un
tiempo antes que en la gran city porteña.

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Bailes por el interior y grabaciones en Buenos Aires.
Clubes de barrio, Confitería La Oriental, en calle 25 de
Mayo, plena peatonal, y muchos otros lugares de la capital
cordobesa, tenían un escenario, siempre dispuesto, para darle
espacio a la música en vivo. Cabe destacar que los músicos
podían vivir de su trabajo, si asumían sus presentaciones de
esta forma.
Pero tampoco la tuvieron tan fácil. Por ejemplo, era
una época en la que no existía el bajo como una herramienta
disponible y al alcance de los músicos. Hoy es muy difícil
pensar una formación de rock, sin el aporte fundamental de
este instrumento. Los Teen Agers y los Crazy Boys hacían el
bajo con la cuerda más gruesa de las guitarras y Los Sanders
aparecen con un bajo. “Era algo de otro planeta”, recuerda
sonriente Enrique Re, músico integrante fundador de Los
Relámpagos junto a Carlos Avalos, entre otros adolescentes
de Barrio Juniors.
Los Relámpagos también fueron pioneros en algo no tan
agradable de recordar seguramente para ellos. Hoy, increíble-
mente después de 50 años, siguen siendo renombrados como
Los Refucilos por muchos colegas, ya que fueron depositarios
del mote de “mufas” y con solo nombrarlos, podría caer sobre
nuestras cabezas la maldición divina del dios criollo del Rock
& Roll.
Pero volviendo al debut discográfico de nuestros que-
ridos y recordados Teen Agers, aquel disco de 1963 puede
considerarse una gema que atesora entre los surcos del vinilo
las primeras composiciones de rock en castellano de nues-
tro país. Si bien la historia oficial insiste en aclarar que este
“blasón” es propiedad de los rosarinos The Wild Cats o Los
Gatos Salvajes con su disco de 1965, desde Córdoba tenemos
sobradas razones para rever esta historia y comunicar al país
lo que aquí ocurrió.

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Para esto escuchen “Matemáticas”, un auténtico rocan-
rol en castellano, con registro en SADAIC con fecha 27 de
septiembre de 1963, al igual que el primer twist en cordo-
bés “Twist del tren”. También podrán obtener el dato oficial
consultando por el “Twist en blue jeans”, con fecha 19 de
noviembre de 1963.
Oscar Santacruz nos regala una anécdota imperdible so-
bre cómo fue el origen del primer twist mediterráneo.

Con los Teen Agers siempre viajábamos a Buenos Aires


en el tren Rayo de Sol. Una vez en el camarote, Rino
comenzó a componer una canción recordando a su novia
Susana. La dejamos casi terminada y nos acostamos a
dormir plácidamente en el mejor tren del mundo. Ya
eran épocas en las que había paros y reclamos. Al otro
día nos despertamos y estábamos en la estación Mitre de
Córdoba, el tren no había salido nunca.

Lo que sí había nacido, era el “Twist del tren”. “En la


CBS nos pidieron que lo cantemos como hablábamos no-
sotros y fue el primer twist grabado en cordobés. Ellos no
querían canciones en inglés y terminamos metiendo algunas
letras ahí en el estudio”, relata Oscar para terminar de darle
forma a su recuerdo.

Una aventura valvular


Te cuento toda una aventura. En esa época todo eran
válvulas, decí que tenía una a favor: se conseguían. Los
transformadores de poder y salida de audio, ese  era el
calvario. Tenía que hacerlos yo personalmente. Los altos
parlantes eran Leea, lloré frente a su fábrica cuando
cerró. Era orgullo argentino. Había que hacer gabinetes,
chasis, frentes, etc.

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Oscar Rodiponte se entusiasma y no le vemos sus ojos a
la distancia, pero podemos intuir que tienen un brillo intenso
y húmedo debido a la emoción. Nos escribe desde Coronel
Pringles, los pagos de la canción de Celeste Carballo. Oscar
tiene 76 años y sigue trabajando en sonido. Comenzó en Cór-
doba hace más de 50 y acompañó a Del Campo, González y
Martell en la difusión de todos los conjuntos mencionados en
este relato.

El equipo de Los Violentos fue el último que armé, antes


de venirme desde Córdoba. Tengo una foto sentado
arriba de sus equipos que me sacaron por casualidad.
Aqui en Buenos Aires trabajé como loco instalando
boliches  bailables. Era la época que brotaban como la
mala hierba, me acuerdo en la zona de Recoleta instalé
uno de muy alto nivel. Calle Quintana 360, creo que lo
usaba Mirtha Legrand para los desfiles de moda.

Y si bien Rodiponte nunca se sentó a la mesa de la “diva


de los almuerzos”, tranquilamente, podría sentarse en el trono
de los adelantados del rock cordobés -y también en español-.
Su aporte fue fundamental en una época en la que no había
equipos para comprar, ni importar. Tampoco se conseguían
tan fácilmente los instrumentos.

Yo me compré una guitarra en un remate y, para mí, fue la


gloria. Aquí no se conseguían instrumentos importados
y había que contentarse con los nacionales. Y una vez
de gira por la provincia de Santa Fe, nos cruzamos con
Litto Nebbia, en Rosario. Me dijo: “tu guitarra es muy
fea” y me terminó vendiendo la suya. Ese instrumento
fue la guitarra original de los Teen Agers.
Aporta Oscar Santacruz.

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Muchos adolescentes curiosos que, luego terminarían
siendo músicos, se acercaban a los “bailes” de Teen Agers sólo
para apreciar ese extraño y endiablado instrumento musical.
Ellos fueron, prácticamente, los primeros en tener una guita-
rra eléctrica en Córdoba.
Los primeros acordes de Teen Agers habían sonado en
una casa de Parque Corema (barrio residencial de la zona
norte de la ciudad de Córdoba). Debutaron en las fiestas de
IICANA (Instituto norteamericano de enseñanza de inglés
que tenía a Rino como alumno) Allí fueron descubiertos por
Enrique del Campo, quien según palabras textuales del ex Los
Violentos, Mick Camaño: “el tipo era un Tinelli de esa época.
Si te descubría, tenías la posibilidad de triunfar a nivel nacio-
nal y también internacional”.
Los Teen Agers hicieron una prueba en Radio Univer-
sidad y de allí sacaron pasaje directo a la CBS (hoy Sony)
para comenzar a dejar registro de sus canciones. Eran cinco
adolescentes que nunca habían estudiado música y a los que,
de repente, se les abría un mundo nuevo.
Este relato que comienza paradójicamente con el final de
la banda más recordada del beat cordobés, cierra con la misma
voz. La del ingeniero Oscar Santacruz y su iniciación musical.

Yo tenía 16 años en 1960, 1961. Tocábamos música


sin haber estudiado. Estábamos influenciados por las
cintas de grabador que venían a través de familiares que
viajaban a Estados Unidos, con canciones de Johnny
Cash, Elvis Presley, Little Richard, Bill Haley. Nos
convocaron desde Canal 12 de Córdoba para grabar la
apertura, nos llamábamos Los Tigers. Pero nos pidieron
que adoptáramos un nombre más comercial y nos
pusimos Los Teen Agers.

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El Vago. Los Crazy Boys

Tus papás ya no me quieren, porque sé que veo mal


De bailar el rock y twist, he dejado de estudiar
Cuántas veces me dijeron “dejá de rocanrolear”
Cuántas veces me dijeron “dejá de rocanrolear”
Cuántas veces yo les dije “eso no lo haré jamás”
En la casa de mi novia ya no me dejan entrar
Pues dicen que soy un vago y que nunca he de trabajar
Que me gustan las chamacas, los cigarros y bailar
Que me gustan las chamacas, los cigarros y bailar
Ir al cine acompañado, divertirme y nada más
Esa vida deja ya, llena de lujo y champán
Vamos, vamos a gozar, vamos a rocanrolear
En la casa de mi novia, ya no me dejan entrar
Pues dicen que soy un vago y que nunca he de trabajar
Que me gustan las chamacas, los cigarros y bailar
Que me gustan las chamacas, los cigarros y bailar
Ir al cine acompañado, divertirme y nada más
Divertirme y nada más, divertirme y nada más.

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SEGUNDA PARTE.
LOS AÑOS 80
EL RELATOR DE SALTO EN LARGO

Dirty Ortiz

Charly, el jazz y The Police

Los ochenta empezaron en Córdoba el 22 de junio de 1979,


la noche en que Serú Girán vino por primera vez a Atenas.
Al Negro Audenino, mi mejor amigo del último año de la
secundaria, le gustaba el jazz y me insistía con que el rock no
me conducía a ninguna parte. Pero no le hice caso. Me tomé
el bondi a barrio General Bustos, que me dejaba en la calle Re-
pública de Siria. Caminando por Aguado, llegué hasta la pun-
ta de la cola de gente que desembocaba en la entrada del club.
Por esos días, Elton John giraba por un lugar donde
nunca antes había estado: la Unión Soviética. Y los cables de
las agencias internacionales detallaban cómo las cuatro mil
personas que asistieron al show en Leningrado bailaban y
saltaban sobre sus butacas, sin que la policía pudiera hacer
demasiado para contenerlos. El tour incluía una función en
Moscú y era un signo de apertura hacia Occidente por parte
de un régimen que consideraba peligroso que artistas rockeros
del mundo capitalista se presentaran en la URSS.
“Ring My Bell”, de Anita Ward, un tema que el tío Pepe
(José González) empezaba a difundir en el Discoshow VM,
había llegado al número uno en el Hot 100 de la Billboard,
como muestra del apogeo de la música disco. En el segundo
y el tercer lugar se apuntaban, respectivamente, dos hits del

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mismo género: “Bad Girls”, de Donna Summer, y “We Are
Family”, de las Sister Sledge, las hermanas que tenían por de-
trás la guitarrita infalible de Nile Rodgers. Y entre los diez
primeros aparecía también “Boogie Wonderland” de Earth,
Wind and Fire, para despejar toda duda acerca de cuál era el
estilo predominante.
Las entradas anticipadas para el recital en Atenas se ven-
dían en la jeanería “Facha’s”. Y el espectáculo era anunciado
como “Charly García con Serú Girán”, lo que deja expuesto
cuán poco se había escuchado el primer disco de la banda,
editado el año anterior. La marca “Serú Girán” era difícil de
asimilar porque unía dos palabras que no tenían ningún sen-
tido, producto del delirio de la convivencia del cuarteto roc-
kero en Buzios, antes de grabar el álbum. Charly, en cambio,
gozaba de la fama bien ganada con Sui Géneris y La Máquina
de Hacer Pájaros.
El marketing surtió efecto porque miles de cordobe-
ses asistimos a la convocatoria en una noche muy fría, en la
que los grupos de tareas rondaban por los barrios en busca
de nuevas presas. Muchos aprovechaban la excusa del show
para reencontrarse, después de haber estado sumergidos en
el anonimato. “Este invierno fue malo y creo que olvidé mi
sombra en un subterráneo”, decía la letra de “Eiti Leda”, que
en realidad era una vieja canción de Sui Géneris, “Nena”, con
el título cambiado y unos arreglos criminales de Pedro Aznar
en el bajo. No había forma de no identificarse con esa frase.
Para nosotros, los novatos en estas lides, la velada sirvió
también como muestrario de la resistencia que el rock seguía
ofreciendo en Córdoba a las inclemencias de la dictadura.
Abrió la noche aferrado a su guitarra acústica Sergio “Blues”
Barbosa, que ya era entonces la leyenda que después siguió
siendo. Y a continuación se sucedieron en escena “Abejorro”,
“Dibujos Animados” y “Transmutación”. La gente aplaudió

46
y defendió los colores locales, aunque cada tanto se llamaba
a los gritos a Charly, para que quedara en claro a qué había
venido el público. Por supuesto, no faltaba el clásico “¡Viva
Pappo!”, que conjugaba el fanatismo por el Carpo con la pi-
cardía cordobesa.
A la salida, volviendo con los hermanos Aizpeolea en el
160, discutimos acerca de lo mucho que me gustaba a mí The
Police y lo poco que les gustaba a ellos. El tiempo se encar-
garía de que esas diferencias musicales se fueran diluyendo:
unos meses después, The Police iba a ser el grupo favorito de
todos. Incluyendo a Charly.

Rockaria

El Festival de La Falda de 1983 fue, de todas las ediciones en


las que estuve, la que me encontró en el mejor de los aloja-
mientos. Ese año se había anunciado que serían dos los fines
de semana en que el escenario estaría ocupado por los núme-
ros centrales. Y que, durante las noches intermedias, habría
lugar en el anfiteatro (abierto, en ese entonces), para artistas
emergentes de todo el país. Pensé que había que quedarse ahí
por diez días y que no estaba dispuesto a repetir las experien-
cias demasiado hippies de años anteriores.
En la edición de 1980, que fue de apenas dos días, dormí
en el piso de la terminal, con uniformados que cada tanto nos
despertaban de una patada porque les molestaba que estuvié-
ramos ahí. En realidad, a la mayoría de los habitantes de La
Falda le incomodaba nuestra presencia, acostumbrados como
estaban los faldenses a ser sede de un encuentro tanguero en
el que no había barbas, ni melenas ni porros. Yo llevaba un
bolso con un radiograbador, una muda de ropa y un ejemplar
de Cien años de Soledad. Todavía, en esos años, usaba peine.

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En 1981 me hicieron un lugar en la casa de unos parien-
tes lejanos que vivían frente al anfiteatro. Me proveyeron de
comida, baño y un lugar en el living para desplegar mi bolsa
de dormir. Fueron muy amables, pero en todo momento me
hicieron saber la bronca que les daba tener que aguantar a las
tribus de invasores que deambulaban por la calle durante todos
esos días. Que les mearan y cagaran el jardín y que les usaran
permanentemente una canilla de agua externa, no ayudada en
la tarea de lograr que el festival les cayera simpático. Y tenían
una hija de mi edad a la que el rock le despertaba un interés
nulo. Yo llevaba el mismo bolso del año anterior. Y un casete
de temas varios, que abría con “Planet Claire” de los B-52’s.
Al año siguiente, mi amigo Coqué Luciano, con el que
éramos compañeros en la carrera de Ingeniería, me ofreció un
lugar en la carpa que iban a ocupar él, su novia y una prima
de ella. La madre de Coqué era docente en la Universidad y
por eso pudimos hacer base en Vaquerías. Había que caminar
bastante para ir a La Falda y volver, pero teníamos 20 años y
no sabíamos nada de pies hinchados, rodillas quejosas ni can-
sancio. Una mañana, nos despertó el ruido de una moto: era
Carlos Presman, que había venido a visitarnos. En el morral,
que me había comprado hacía poco, llevaba los apuntes para
el ingreso a Ciencias de la Información.
Con estos antecedentes, a fines de enero de 1983 me
puse en campaña para organizar mi estadía durante el festival.
Apenas volví de Necochea, adonde habíamos ido en un Fiat
600 con mi amigo Baco Pérez y con Enrique Españón al vo-
lante, hablé con mi primo Santiago. Yo sabía que la familia de
su mujer, Silvia, tenía una casa de veraneo en Huerta Grande.
Y que, si en esa fecha estaba desocupada, podía transformarse
en un excelente albergue.
Con lógicas recomendaciones sobre los cuidados que de-
bía tener, Silvia accedió a prestarme la casa, donde probable-

48
mente también dormirían algunos parientes de ella. Provisto
de un pintoresco molino, el chalecito fue el sitio ideal para
descansar después de las maratónicas noches, que se comple-
taban con un regreso a pie de cuatro kilómetros. A esa edición
del festival fuimos con mi compañero de facultad Néstor Sar-
giotto, con quien también asistimos a varias de las noches de
espectáculos entre un fin de semana y el otro. En mi mochila,
yo llevaba una libreta para anotar datos de lo que ocurría so-
bre el escenario, como me lo habían pedido desde el diario
Tiempo de Córdoba.
Mercedes Outumuro y María Rosa Grotti me habían
adoptado como “joven promesa periodística” en el suplemen-
to Tiempo Cotidiano que ellas editaban para el diario. Las
había conocido a través de Nora Borrás, otra de mis compa-
ñeras en Ciencias de la Información, y me empezaron a pe-
dir colaboraciones. La primera fue un cuento breve que salió
publicado con una ilustración de Crist. Yo no podía creer que
mi firma apareciera junto a la del tipo que había dibujado
“García y la Máquina de Hacer Pájaros”.
Para ese festival, ellas me pidieron que aportara mi pers-
pectiva juvenil a los dos periodistas destacados por el Tiempo
de Córdoba para la cobertura del evento: Manolo Lafuente
y Gabriel Ábalos. Con ellos iba el fotógrafo Fino Pizarro. Yo
no me daba cuenta, pero estaba conociendo a los tipos que
mayor influencia iban a tener después sobre mi desempeño
profesional; y con quienes íbamos a compartir una gran amis-
tad, mucho más allá del ámbito de trabajo.
La primera imagen que se me viene a la memoria de La
Falda 83 es la de un Fito Páez escuálido, que llevaba unos an-
teojos largamente más grandes que su cara y que andaba dan-
do vueltas por el anfiteatro, esperando la prueba de sonido.
Fito estaba en cueros y decía que le simpatizaba el MAS, ese
Movimiento al Socialismo que fue uno de los primeros par-

49
tidos de izquierda que se animó a asomar la cabeza apenas la
dictadura se vio obligada a convocar a elecciones, después de
la derrota en Malvinas. Él era apenas uno más de los muchos
que integraban la banda de Juan Carlos Baglietto, el cantante
rosarino que el año anterior se había consagrado como reve-
lación, con la ayuda de los coros de Silvina Garré y aferrado
apenas al acompañamiento de su guitarra.
Desde hacía tiempo, yo trabajaba para el organizador
del Festival, Mario Luna, en tareas como la redacción y el
reparto de gacetillas de prensa. Y también me encargaba de
una labor esencial: como los militares no permitían la pegati-
na de carteles en las calles, yo llevaba unos pequeños afiches
del tamaño de una hoja A4 y, tras pedir permiso, los pegaba
con cinta adhesiva en las vidrieras o en las puertas de los
negocios. Recorría kilómetros de veredas y entraba a cientos
de locales. Con eso me ganaba mi abono gratis para todas las
noches del festival.
Pero no sólo eso. Mi acreditación me permitía entrar an-
tes, ver las pruebas de sonido y acceder al backstage. Eso me
dio la posibilidad de observar, desde un lugar privilegiado, un
espectáculo que no tenía par en la Argentina de aquella época.
El Festival de Música Contemporánea de La Falda, tal como
lo había concebido Mario Luna, trascendía la actuación de los
músicos y se potenciaba como un verdadero polo magnético
de la cultura rock. Así lo había entendido yo desde la primera
edición, cuando escribí un relato titulado “Rockaria”, en el
que fantaseaba con que el público del festival no regresaba
nunca más a su casa y permanecía en La Falda como parte de
una comunidad autónoma.
Sin embargo, esas ilusiones de solidaridad rockera no
coincidían con el comportamiento que manifestaban mu-
chos de los que asistían al encuentro. Educados en la discri-
minación a la que se los sometía, los rockeros devolvían ojo

50
por ojo y diente por diente. Cuando sospechaban que alguno
de sus enemigos, identificados como los músicos “comercia-
les”, invadía su territorio, lo castigaban con silbatinas, abu-
cheos y el disparo de objetos contundentes hacia el escenario.
Y hacían gala de una homofobia que los llevaba a calificar de
“puto” a todo el que se mostrara distinto a los cánones del
hippismo imperante.
El festival había sido pródigo en este tipo de expresiones
de intolerancia. Hasta el propio Mario Luna era insultado
cuando tomaba el micrófono, porque se vestía de manera
formal y porque, como era el organizador, sólo podía estar
animado por un fin lucrativo. En las primeras ediciones ha-
bían sufrido este escarnio varios artistas, muchos de ellos in-
sospechados de cualquier falsedad artística. Pero la de 1983
iba a ser la edición que colmó el vaso. Y los episodios de
violencia iban a trasladarse fuera del predio, con el agravante
de una intervención policial que sólo consiguió incrementar
el escándalo.
En el verano de 1984, la bohemia universitaria y la mili-
tancia estudiantil me habían incitado a abjurar de ese confort
que caracterizaba la vida burguesa. Por eso, los preparativos
para las noches del festival se limitaron a los elementos bá-
sicos: la idea era llevar bolsas de dormir y echarse donde nos
agarrara la madrugada. Estábamos en el amanecer democrá-
tico y eso nos otorgaba permisos desconocidos, sobre todo
para quienes habíamos desandado nuestra adolescencia bajo
el estado de sitio.
Junto a Tincho Siboldi y Pilón Damicelli pasamos la pri-
mera noche bajo el toldo metálico de una pizzería en la ave-
nida Edén. La gente que iba por la vereda nos miraba como
bichos raros, pero por suerte no éramos los únicos. La ciudad
había sido tomada por miles de jóvenes como nosotros que,
sin tener noción de que se estaba terminando la etapa inau-

51
gural de los festivales serranos de rocanrol, sentíamos que, al
acudir por quinto año consecutivo a esta cita, teníamos dere-
cho a usurpar cualquier espacio público.
De hecho, al día siguiente pernoctamos en la galería de
la estación de trenes, donde el techo diseñado por vaya a saber
qué arquitecto inglés, sirvió de cobijo a decenas de personas,
que se pertrecharon allí para escaparle a la lluvia. Al desper-
tarnos, descubrimos que a un costado dormía con la boca
abierta otro conocido de la “Escuelita” (Facultad de Ciencias
de la Comunicación), Luichi Altamira. Y advertimos, diver-
tidos, que una mosca revoloteaba sobre sus fauces, dispuesta
a ingresar en ellas.
De tanto reírnos, Luichi se despertó antes de comerse
el moscardón, y se sumó a la tertulia. Pero el momento épico
llegó cuando, sin mediar ninguna frase introductoria, sacó de
su mochila un ejemplar de La filosofía en el tocador, del Mar-
qués de Sade, y comenzó a leernos sus párrafos favoritos. El
murmullo de su lectura despabiló a los que todavía dormían y
el auditorio fue creciendo, de modo que Luichi debió levantar
su voz para que todos oyeran. Y así fue como, mientras afue-
ra llovía, en la estación resonaron las ocurrencias del Divino
Marqués, acompañadas por aplausos e interjecciones de los
recién despiertos.
Dentro del anfiteatro, y en las calles adyacentes, el clima
se había vuelto cada vez más irrespirable. Las tribus rockeras
exhibían una irritabilidad manifiesta y la policía aplicaba mé-
todos que, se suponía, ya habían perdido vigencia. Desde el
escenario, los artistas percibían esa atmósfera pesada y hacían
esfuerzos para descomprimirla, pero no lo lograban. Miguel
Abuelo, que además de tocar con Los Abuelos de la Nada
brindó un concierto como solista, tuvo entredichos con el
público e increpó desde el micrófono a algunos de los ina-
daptados. “Esta puta democracia”, dijo en un rapto de ira,

52
no porque promoviera el regreso de los militares, sino porque
advertía que el nuevo régimen conservaba aún los rasgos de
una violencia que se resistía a ser erradicada.
Después de aquella vez, regresé a La Falda en muchas
ocasiones. Estuve en los festivales de 1986, 1987, 1992, 1996
y 2002. Y una vez, en los noventa, nos dimos una vida de
estrellas de rock durante varios días gracias a un amigo que
tenía una cámara de TV con el logo de ATC y que decía en
hoteles, boliches y restaurantes que trabajaba en el canal del
estado. Cuando se empezaron a dar cuenta de que el supuesto
camarógrafo era un charlatán, emprendimos el regreso, con
los bolsillos tan vacíos como los teníamos cuando llegamos.
Al festival del 2002, organizado por Héctor “el Perro”
Emaides, fui acreditado por la FM Cielo, donde hacíamos
un programa junto a Miguel Peirotti, Martín Toledo y Carlos
Rolando. Teníamos canje con el hotel Balcón del Sol, uno de
esos típicos establecimientos que vivieron su apogeo en otras
épocas, pero que siguen siendo acogedores más allá de una
indisimulable decadencia. Me gustó tanto el Balcón del Sol,
que volví en repetidas oportunidades, enamorado de su pileta
y de sus desayunos monumentales.
Y hasta me quedé atrapado una vez en las tinieblas del
jardín del Hotel Edén, cuando se me pinchó una goma vol-
viendo de la estancia La Candelaria. Mientras yo tomaba un
té adentro del hotel, la cubierta perdía su aire en el estaciona-
miento, de manera que al salir me di cuenta del inconvenien-
te. Por supuesto, como siempre ocurre en estos casos, la rueda
de auxilio también estaba desinflada. Así que tuve que llamar a
SOS y esperar hasta la una de la mañana la llegada del mecáni-
co. No sé si en el Edén habrá espíritus malignos que deambu-
lan por las madrugadas, pero permanecer allí en la soledad de
la medianoche difícilmente sea algo tranquilizador para nadie.

53
Lo único que puedo decir es que cada vez que paso por
La Falda o que voy de visita, las postales de aquellos festivales
de comienzos de los ochenta regresan a mi memoria con una
nitidez inusitada. La ciudad ha cambiado mucho y yo tam-
bién. Pero han sido demasiadas las vivencias como para que el
olvido se atreva a devorarlas y luego digerirlas sin dejar rastro.
La paradoja es que, tantos años después, el tango ha
vuelto a enseñorearse en el anfiteatro. Y así como más de tres
décadas atrás nos confesábamos ignorantes de las bondades
del dos por cuatro, ahora somos nosotros los que caemos en-
vueltos en las redes de la nostalgia. El eco de nuestras voces
juveniles sigue replicando allí ese canto de Woodstock al que
creíamos omnipotente. Como nuestra ilusión de cambiar el
mundo; ese mismo mundo que todavía se empecina en seguir
siendo indiferente a cualquier cambio.

La historia es circular

A mediados de los ochenta, ir a Buenos Aires era sinónimo


de comprar discos. Viajamos con Marcelo Franco y el Topo
Gregoratti para estar en el festival del aniversario de la Rock
& Pop, con la excusa de cubrirlo para LV3. Y Marcelo cayó
por el hotel con Gulp!, el primer disco de “Los Redondos”.
Cuando pasé la mano por la portada, me di cuenta de que
tenía relieve, de que en cada disco había una ilustración pare-
cida pero distinta, de que el tal Rocambole se había tomado
semejante laburo.
Ese fue mi primer contacto directo con el grupo, vía tác-
til, en octubre de 1985. Antes, había leído notas que hablaban
de ellos, y habíamos escuchado “La Bestia Pop” en el progra-
ma Laguna’s Rock -; pero seguían siendo una incógnita. Ya
habíamos resuelto otros intríngulis rockeros, como conseguir

54
un casete de Corpiños en la madrugada y un demo pirata de
Todos Tus Muertos. Y ahora ya teníamos a Los Redondos.
Hubo que volver a Córdoba para posar la púa sobre
“Barbazul” y escuchar por primera vez detenidamente la voz
del Indio. Me sonó tan rara que tardé como un mes en acos-
tumbrarme. El tiempo suficiente para que Gulp! apareciera en
su edición masiva. Fui a la disquería y lo compré, pero cuando
le pasé la mano comprobé, sin sorpresa, que la superficie era
lisa. Más allá de la previsible desilusión, me di cuenta de que
Los Redondos eran un grupo completamente distinto a todos
los que había conocido hasta entonces.
El 12 de diciembre de 1987, Patricio Rey y sus Redon-
ditos de Ricota llegaron a Córdoba para actuar en la Asocia-
ción Española (hoy Polideportivo General Paz). Un año antes
había salido Oktubre y el grupo se había convertido en uno
de los referentes del rock nacional, cubriendo las espaldas de
gente como Charly García, Fito Páez o Soda Stéreo, que ya
habían emprendido lo que la prensa llamaba “la conquista de
Latinoamérica”.
En 1987, yo trabajaba como productor del programa de
radio Después de hora, que conducía Fabián Falcón por la que
entonces era FM Líder. Según las mediciones de Mercados y
Tendencias, teníamos tan poca audiencia que nos podíamos
dar el lujo de pasar música alternativa y rock cordobés. Casi
sin pensarlo, nos convertimos en el lugar adonde podían acu-
dir los grupos nuevos para difundir lo que hacían.
Una tarde, nos llamó por el interno don Colautti, el re-
cepcionista, y nos dijo que nos buscaba un “señor Solari”.
Personalmente me encargué de traerlo al estudio para que Fa-
bián lo entrevistara. Cuando empezaron las preguntas, Fabián
me invitó al micrófono para que yo aportara algo que, por
supuesto, no me acuerdo qué fue. Lo que sí recuerdo perfec-
tamente es que el tipo no tenía para nada el perfil de una pop

55
star. Y que argumentó que tenía 38 años y que a esa edad no
podía hacer otra cosa sino cantar en un grupo de rock. “¿Dir-
ty te dicen? ¡Qué buen sobrenombre!”, me estampó el Indio
en aquella nota de la que no había pensado tomar parte.
Pocas veces en mi vida vi un show como aquel del 12 de
diciembre de 1987, en el que conociera tan pocas canciones.
Unas, porque eran muy viejas y no estaban grabadas, como
“Un tal Brigitte Bardot”. Y otras, la mayoría, porque recién
iban a ver la luz en el tercer disco del grupo, Un baión para
el ojo idiota. Sin embargo, mi atención no decayó en ningún
momento, porque cada tema nuevo de Los Redondos sonaba
mejor que los anteriores, los mismos que en su momento nos
habían parecido insuperables.
Para el día siguiente, con Fabián y Oscar Smith, del di-
rectorio de los SRT, habíamos organizado un festival con ban-
das de Córdoba en la explanada del Comedor Universitario.
Conseguimos a los conocidos, como Astroboy, Praxis, Proceso
a Ricutti, Seno de Beta, Descartables y Mousse. Pero también
habíamos decidido sumar a algunos “menos famosos”, como
Los Eternautas o Washington Canesú y Las Solapas.
El evento ocurrió el 13 de diciembre. Dos días antes,
Sting había llenado la cancha de River y el recital fue trans-
mitido en directo por Canal 10. Era la “Stingmanía”: en el
Rex II daban Bring On The Night y en el Teatro Córdoba,
Quadrophenia.
Pero la gente a la que le gustaba otro tipo de películas,
podía ir manejando hasta el Autocine IV Centenario para ver
De la China, con furor, con Bruce Lee. Una multitud asistió
al acto en el que Eduardo Angeloz juró por segunda vez como
gobernador de la Provincia y a la fiesta posterior en el Parque
Sarmiento con la actuación de los Chicos Orly. Y diez mil
Testigos de Jehová se congregaron para una Asamblea en el
Estadio Córdoba. El presidente Alfonsín estaba de gira por

56
Italia buscando inversiones, en tanto el dólar cerraba el vier-
nes a 3,49 australes para la compra y 4,36 para la venta.
El cuartetero Sebastián iniciaba su largo exilio de los
bailes cordobeses y anunciaba que iba a instalarse en Estados
Unidos. Al mismo tiempo, algunos de sus colegas de género,
como Chébere, La Mona Jiménez, Pelusa, La Leo, Santamari-
na, Carlitos Rolán, Heraldo Bosio y Fernando Bladys, prome-
tían juntarse para homenajear a Falucho Laciar en el Chateau.
Ese sábado a la noche en que actuaron Los Redondos,
hubo hogares que debieron optar entre “Gente como la gen-
te”, con Beatriz Taibo y Ricardo Lavié, por Canal 10, el Viaje
a lo inesperado de Natán Pinzón por Canal 12, y la Platea
preferencial de Jorgelina Lagos por Canal 8. Los privilegiados
que tenían cable pudieron ver La guerra del fuego de Jean-
Jacques Annaud. Y había muchos que estaban contentos por-
que esa tarde Belgrano le había ganado 3 a 1 a Los Andes
en el flamante Nacional B, con dos goles de Scatolaro y uno
de Parmigiani. También se habían sorteado las eliminatorias
sudamericanas del Mundial Italia 90. Pero la Argentina, por
ser el último campeón, no tenía que jugarlas.
Al día siguiente por la mañana, fui a la Ciudad Univer-
sitaria para ayudar a armar el escenario. El festival empezó a
media tarde con Praxis y terminó con Mousse a las 3 de la
mañana. La gente no tenía que pagar entrada. Se hizo en la ex-
planada del Comedor y se juntaron unos 400 chicos. A la ma-
drugada, cuando terminamos de cargar todos los equipos, le
pedimos al fletero si nos podía llevar hasta el centro. Y así vol-
vimos, sentados en la parte de atrás de la camioneta, tomando
una cerveza y pensando que el futuro ya llegó hace rato.
Pasaron muchos años, pero a veces pienso que nunca
me bajé de esa pick up. Que todavía no entramos al centro
de la ciudad, y que el sol va a tardar unas horas en salir. Que
Los Redondos actuaron la otra noche a pesar de que no fue

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a verlos casi nadie. Y que damos vueltas y vueltas en círculo.
Pero no es así. Los Redondos se separaron en 2001 después
de actuar en el Chateau, donde juntaron más gente que los
Testigos de Jehová. Ya nadie se acuerda de Bruce Lee y mucho
menos de su hijo Brandon. Los grupos que tocaron en Ciu-
dad Universitaria ya no existen. Y el futuro sigue llegando.
Hace rato.

Vitricidio

La década del ochenta se cerró con una crisis económica que


nubló el panorama de la incipiente democracia hasta pintarlo
de una oscuridad espeluznante. Apagones, saqueos y levanta-
mientos militares se combinaron en un cóctel que acabó con
las ilusiones de quienes pensaban que el país se encaminaba
en la senda del progreso. Y el rock cordobés, como tantos
otros sectores de la sociedad argentina, iba a sufrir las conse-
cuencias de este desmoronamiento institucional.
Algunas bandas como Posdata, Tamboor, Pasaporte,
Mousse y Proceso a Ricutti, habían concretado la hazaña que
en ese entonces obsesionaba a los músicos: habían publicado
discos. Álbumes que vendieron más o menos bien para los
parámetros de la época, pero que de ninguna manera posi-
cionaron a sus intérpretes en los umbrales del éxito. Por eso,
cuando las perspectivas de la industria discográfica se ensom-
brecieron, sus nombres fueron los primeros en ser borrados de
las prioridades de las compañías.
En medio de ese tembladeral, las formaciones de las
bandas de Córdoba sufrían constantes vaivenes y algunos em-
pezaban a otear el horizonte, pensando en la posibilidad de
radicarse en el exterior. Fue en esa circunstancia que recaló en
Córdoba el inefable Pierre Bayona, quien llegaba desde Bue-

58
nos Aires con la chapa de haber sido, alguna vez, el mánager
de Sui Generis. Y la anécdota de su mención en una canción
de Gulp!, el primer disco de Patricio Rey y sus Redonditos de
Ricota, que se titulaba “Pierre, el vitricida”.
Ante la ausencia de mentores locales que supieran orien-
tar la carrera de los grupos, el Gordo Pierre podía encontrar
en la escena cordobesa las posibilidades de trabajo que ya no
se le daban en Buenos Aires. Fueron Mousse y Proceso a Ri-
cutti sus conejillos de indias, con los que aplicó técnicas de
coaching sumamente novedosas. Por ejemplo, hacía que los
noctámbulos artistas se levantaran temprano para realizar
ejercicios físicos y los sometía a terapias colectivas en las que
pudieran expulsar los demonios que solían conducir a la sepa-
ración precoz de las bandas.
Pero todo conspiraba en su contra y la sospecha de que
se trataba de un simple vendedor de humo pendía sobre su
currículum. No pudo sacar adelante a ninguna de las dos for-
maciones de las que se hizo cargo en su raíd cordobés, pero lo
intentó de todas las formas posibles. Y de su vehemencia en la
búsqueda de escenarios dispuestos a recibir a sus protegidos,
me consta a través de una experiencia directa.
Como letrista de Proceso a Ricutti, fui invitado a par-
ticipar de una de las sesiones de terapia grupal, de la que hui
espantado. Percibí que escuchar cómo mis amigos se incre-
paban los unos a los otros en términos ofensivos no me iba a
ayudar para nada a la hora de redactar estrofas y estribillos, por
lo que, en el momento más álgido de la reunión, invoqué un
compromiso laboral inexistente y me retiré de la vetusta casa
que alquilaba Paco Ferranti en la zona del Mercado Norte.
Unos días después, tras un ensayo de Proceso a Ricutti,
el Gordo Pierre me sacó conversación acerca de mi trabajo.
Ante la crítica situación del país y frente a la escasez de puestos
vacantes en los medios de comunicación, yo me desempeñaba

59
como bibliotecario en un colegio privado de la zona norte de
la ciudad, que era el mismo al que yo había asistido desde
el jardín de infantes hasta terminar la secundaria. Después
de todo, era una labor bastante relajada, porque no abundan
estudiantes que ingresen a solicitar libros en una biblioteca.
Sin darme cuenta, le fui dando detalles a Bayona acerca
de cuáles eran las características de este colegio. Pero hubo
una que, sobre todo, le interesó especialmente. Le conté que
había un gimnasio de enormes dimensiones, donde, además
de las actividades deportivas, se desarrollaban los actos y las
puestas en escena de los propios chicos, sobre un escenario
que ocupaba todo el ancho del recinto y que hasta contaba
con telones y camarines.
De inmediato, “el Gordo” me planteó la posibilidad de
gestionar allí la realización de conciertos de rock, una idea
que me ocupé de descartar de cuajo. Se trataba de un género
que difícilmente podría ser tolerado por una institución que
tenía concepciones pedagógicas bastante estrictas. Además, al
pensarlo de manera egoísta, me parecía que el plan de Pierre
podía poner en peligro mi cargo en la biblioteca, sobre todo si
algo salía mal y el evento se descontrolaba.
Bayona simuló entender mis razones, una vez que ya ha-
bía obtenido la información necesaria para llevar adelante su
estrategia. Durante algunas semanas no volví a tener noticias
de él ni de Proceso a Ricutti, a los que supuse enfrascados en
esas prácticas terapéuticas que, según creía yo, no iban a desem-
bocar en nada bueno. Para mí, era atinado guardarse algunas
cosas negativas que uno pensaba de su compañero de banda,
a sabiendas de que verbalizarlas podía desatar un terremoto.
Hasta que un día, en el habitual momento de desayuno
que compartíamos con los preceptores y la secretaria antes del
primer recreo, el director se me acercó y me dijo: “Che, ayer
a la tarde vino este hombre, Bayona, a hablarme de tu parte.

60
¡Me hubieras avisado!”. Las piernas me temblaron y el pulso
ya casi no me dejó sostener la taza. “El Gordo” sabía que yo
me retiraba del colegio a las 14 y por eso había ido a la siesta.
Comprendí que estaba en problemas.
“Me dejó una carpeta con la propuesta de hacer un re-
cital de la banda esa Proceso a Ricutti en el gimnasio”, me
explicó el director. Con los nervios destrozados, puse mi me-
jor “cara de póker”, pensando cómo iba a salir de esta. Hasta
que el diálogo se cerró de una manera insólita: “Muy amable,
Bayona, me cayó bárbaro. Les voy a llevar la carpeta a los de la
comisión directiva, aunque no creo que le den bola”.
El chubasco pasó, de la misma forma que pasó “el Gor-
do” Pierre por Córdoba, sin lograr que los rockeros locales
adquiriesen hábitos un poco más profesionales. Yo seguí en la
biblioteca varios años más, hasta que mi chapa de periodista
me habilitó para ganarme el sustento trabajando en los me-
dios. Y, con el correr del tiempo, me di cuenta de que el rock
cordobés es así como es. Y que el disco, el reconocimiento
nacional, la difusión mundial y la vida de millonarios con
la que soñaban, no son nada al lado de las queridas cancio-
nes que compusieron y grabaron; y de las anécdotas que dan
cuenta de que hemos vivido a pleno lo que nos tocó en suer-
te. O en desgracia.

61
LOS OTROS OCHENTAS. UN POST POST-PUNK

Humberto Sosa

Experimentar la democracia, la libertad y sus posibilidades


definió “el espíritu de la época”.
Si había que desautorizar el límite construido por la so-
ciedad pacata de Córdoba y su tradicional idiosincrasia reli-
giosa y académica, “la fiesta” se convirtió en la herramienta.
Al privilegiar zambullirnos en la experiencia, la celebra-
ción que proponíamos era un vehículo profano que rompía
con la contemplación. La gente se liberaba y nadie sabía muy
bien que iba a pasar.
Para muchos de nosotros, la celebración de la genera-
ción “de los 80” renegó de la concepción elitista del arte, y
creyó ser capaz de gestar (ingenuamente) un plan con fuerza
revolucionaria, que cuestionara las categorías con las que vi-
venciamos el mundo. La intención era hacer “la revolución de
la vida cotidiana”, aquella loca consigna situacionista. Pero a
partir de experiencias fuera de cálculo, patinando por el hielo
delgado de la incertidumbre.
Bailemos.

Club Audax Córdoba, un domingo, junio del 1986.


En un recital de la banda de freerock 666, los músicos
se ubican en el centro del galpón vacío en medio de
una maraña de cables, iluminados a giorno por las luces
de mercurio del loca. El público debe ver el concierto

62
desde el escenario. Todo al revés. La música, una
escultura ruidosa de agresivas texturas instrumentales
va in crescendo, cuando entra al sitio un camión cargado
que arroja residuos patógenos en escena. Chicos de
la calle que pasaban (las puertas estaban abiertas)
terminan tirando botellas contra las paredes del lugar.
La música continúa.

En aquel clima posmoderno de individualidad intensifi-


cada y estéticas desbordadas; formas divergentes de expresión
(teatro, rock, video, militancia política, accionismo), dialoga-
ban o chocaban en una tensión inédita y esperanzada.
El efecto colateral de estos impactos y desacuerdos fue la
diversidad, una generosa escena de ideas y sonidos. Sin perci-
birlo abiertamente como tal, se había formado una contracul-
tura híbrida, creyente que música y arte, accionados política-
mente podrían cambiar al mundo.

Perdidos en un mapa

Una característica de la escena social entre 1984 y 1989 fue


la articulación de la calle como lugar de encuentro. Aque-
lla primavera democrática había abierto esa oportunidad de
confluencia, mediante festivales de teatro, grandes moviliza-
ciones políticas, protestas y celebración. A modo de territorio
recuperado, plazas, y calles céntricas, pabellones y parques de
la Ciudad Universitaria funcionaban como sede de una mul-
tifacética bohemia en estado de asamblea.
Cuando el día daba paso a la noche se encendía otro
escenario privilegiado de la movida. Y se armaba un nuevo
mapa de circulación y experiencia del deseo.
Los grupos en su variante mas radical, se procuraban
impunemente espacios alternativos: casas, baldíos, galpones,

63
sitios abandonados o playas de estacionamiento. De allí sur-
gieron eventos semiclandestinos que luego se fueron “profe-
sionalizando”: se gestionaron aulas universitarias (Pabellones
de la escuela de arte y aulas de Arquitectura), clubes y stands
de Ferias de arte.
Con la celebración como nave insignia, se organizaron
Las Fiestas contra la Asfixia, Fiesta Gris-a todo-culo, la Gárga-
ra, Bleff, La noche Blanca. Impredecibles happenings-concier-
tos-acciones-en vivo-y bailes, que ligaban alta y baja cultura,
sin linealidad ni lógica.

La Noche Blanca: viaje al más acá

Una de aquellas míticas fiestas fue en el Pabellón Gris


de la Escuela de Artes. Al show de Los Enviados del
Señor, de formato imprevisible, se había sumado una
acción de pintura en vivo. Con un grupo de performers
pintaríamos de blanco, a rodillo y pincel, el aula donde
transcurriría la fiesta, con los asistentes en medio de la
operación. Este tipo de eventos ya habían alcanzado una
relevancia y trascendían la escena under. Aquella noche
todo tipo de públicos abarrotó el lugar.
La tensión fue inmediata. Nadie quería mancharse y
protestaban contra los artistas.
En un momento, un baldazo de pintura arrojado por
Oscar Suarez, uno de los performers, atravesó la sala
atestada. Sacos con finas corbatas, largos sobretodos
negros y camperas de vinilo fueron atravesados por aquel
blanco navajazo. El descontrol violento se generalizó; el
público manchado de pintura reventó la barra, sillas y
botellas volaron en un desmadre infernal. El autor de la
acción desencadenante se refugió conmigo en el baño
del aula. Bramaban las patadas queriendo voltear la
puerta, buscando al autor de los hechos. A través de una

64
pequeña ventana del baño, lo ayudo a fugar y veo perder
su figura, empapada en látex blanco en la oscuridad del
pequeño bosque que rodea al pabellón.
“¿Donde está el hijo de puta?” Enardecidos asistentes
que buscaban a Suárez mascullaron su bronca manchada
al ver que se había fugado.
Mientras me limpiaba percibo que alguien llama de
afuera. Me asomo por la ventanita, y era Oscar que
había regresado de la oscuridad hacia el baño.
Antes de cruzar, me responde con una frase que define
una época:
“Bueno, esto es terrible, pero… ¿a dónde podemos ir?”
Volvimos a la fiesta.

Habemus Under

Mientras bares, discotecas, zonas rojas y ordenanzas muni-


cipales bosquejaban un difuso circuito para el rock, de este
entramado nocturno, dos lugares (llevados al nivel de mitos
urbanos) fueron la velada insignia de la escena underground
de “los otros ochentas”.
Angelus, en barrio Nueva Córdoba, y Lado Norte, en la
zona del Abasto.

¿Ya tenés tu equipo de sombra? Angelus. Dark en cba.

Ubicado en la entonces coqueta Nueva Córdoba,


previa a las transformaciones urbanas y las invasiones
estudiantiles de este siglo, fue el lugar de peregrinaje
para incipientes tribus urbanas.
Entrar al Templo (como también se lo llamaba) era dar
de lleno con un salón oscuro atravesado por luces azul-
violáceas. Las siluetas de los asistentes revelaban looks

65
vampíricos de sobretodo, medias de red y botas altas
de cuero; bailaban, a ritmos epilépticos con el peso del
mundo sobre los hombros. Junto a sacones y crestas,
la sombra de ojos y lápiz labial oscuros en hombres y
mujeres matizaban de ambigüedad sexual el ambiente.
Una imagen de urbe europea con humo de cigarrillos y
acentos de provincias.
La música era protagonista. Con un sonido potente
y claro desde la cabina Juan Martinez Rapalo hacía
sonar Tons on Tails, Bauhaus, Joy Division y Love and
Rockets. Canciones que hablaban de amor, muerte,
desesperación. En Angelus no había música en vivo.
El estilo afterpunk otorgaba gran libertad para la
expresión individual y a la vez fomentaba una identidad
tribal muy marcada. Punks, new romantics, y variadas
faunas le imponían el costado mas atractivo del glam:
la teatralidad; una suerte de drama representado con
colores fúnebres, y glamour literalmente sepulcral.
El énfasis que aquel estilo ponía en la apariencia exterior,
generaba una subcultura con una gran presencia
femenina. Córdoba tendría como secreto emblema un
grupo de darkrock (hoy de culto) integrada sólo por
mujeres: El Beso.
Angelus fue un espacio de contención, un mecanismo de
evasión apocalíptico frente a las urgencias del presente.
Miguel Baroni, su mentor, mantuvo el lugar abierto
entre 1987 y 1989. Con el paso del tiempo, pasó a ser
un lugar en el que todo el mundo dice haber estado.
Yo nunca me encontré con nadie. Quizá estábamos
irreconocibles por el maquillaje…

Insoportablemente Despiertos

Los artistas y rockers de aquellos años no siempre recurrían a


las tendencias, sino que podían retomar cualquier punto en

66
el recorrido de la Historia de la cultura, y revivirlas (una dosis
de punk del 77 por acá, una ración de Dadaísmo por allá,
mas un toque de Bukowsky). Esta hibridez no respondía a
un snobismo aislacionista: simplemente la información ¡nos
llegaba tarde!.
Los grupos de rock del under local como, Astroboy,
Seno de Beta, Sostén, El Final de los Árboles, manejaban, sin
duda, referencias anglosonoras, pero la mirada y el acento de
sus propuestas estaba “de este lado” de las cosas.
Los Enviados del Señor junto a otras sub-bandas como
los Viejos Putos o Washington Canesú y Las Solapas defen-
dían el desafío en enfrentar el abismo de tocar en vivo sin
ensayo, improvisar en el vértigo de la escena. Músicos sin for-
mación se prestaban de una banda a otra, y crear el nombre
para el grupo diseñar la imagen y el concepto, tenía mas rele-
vancia que la parte mas aburrida de buscar equipos y ensayar.
Como Pomo, subían al escenario a tocar sin ningún tipo de
conocimiento de sus instrumentos.
Otras agrupaciones mas arties, existían en el ambiente
sobre todo por el “boca a boca” y una buena dosis de exage-
ración. Un graffiti se reiteraba por distintos sitios: “Cofico
Boys”. Pocos sabían bien de que se trataba.
Todos parecíamos poder participar en bandas en vivo o
ser actores por una noche. La cuestión era adonde. Increíble-
mente, apareció el lugar preciso para estos delirios: era Lado
Norte.

Lado Norte. Del lado salvaje del Suquía

Ubicado en la hoy superpoblada Costanera del abasto,


en su tiempo fue un mojón solitario en un entorno
desolador de una ciudad que daba la espalda al río.

67
Era un taller mecánico adaptado a formato boliche. La
fosa para autos cumplía las funciones de una insólita
barra hundida en el piso. Este espacio (una creación de
Gladely Forti, Fito Ascencio y Pablo Boneu) albergó sin
pausa en sus pocos meses de existencia happenings, rock,
artes visuales, performances teatrales y allanamientos
policiales. Río de por medio estaba la comisaría: esto lo
convertía en objetivo improbable de razzias y controles,
que veían las faunas tardías del lugar como una amenaza.
Una noche en El Galpón (como también se lo conocía)
podía llevarnos de la gloria al desastre. Era toparse con
refinadas expresiones de art rock o algún desenfreno
escatológico en escena.
Claramente representó el choque del arte y el rock.
Pasaron (por arriba y abajo del escenario) El Final de
los Árboles, Los Violadores, El Beso, Los Viejos Putos,
Los Enviados del Señor, Washington Canesú y Las
Solapas, Sostén con escenografía de Cachi Fabre, junto
a performances de Jorge Castro, Ariel Dávila, Hernán
Rossi, entre muchos otros.

Final caja negra

Un testigo de aquellos vértigos, Gustavo Blázquez dice: “las


prácticas artísticas al fugarse e ir más allá de las barreras que
las significan, hacen tambalear las nociones heredadas que
forman parte de nuestra cosmovisión”.
Aquella época repleta de experimentos incompletos y
fracasos interesantes, fue portadora de una poderosa carga
utópica y contribuyó a una conversación colectiva inédita
que pretendía curarnos del pasado inmediato. Y, como hé-
roes accidentales, nos preguntábamos: ¿Que espera la socie-
dad para darse cuenta de que somos millonarios en vivencias

68
de integridad, donde el dinero o el éxito no son una variable
para lo imposible?
Las convicciones de aquella cruzada invisible, nos al-
canzan aún hoy para navegar en contextos de urgencia y ja-
quear las definiciones que tenemos de nuestra ciudad y de
nosotros mismos.

Lecturas

Una que se sepamos todos. Desvíos sobre los comienzos del arte con-
temporáneo en Córdoba. Autores varios. Ed. Unidad Básica.
2018
La producción plástica emergente en Córdoba. María Dolores Mo-
yano. Ediciones del Boulevard, 2005.
Postpunk. Simon Reynolds. Ed. Caja Negra. 2016.
Más allá del bien y del punk. Pil y Juan Carlos Kreimer.
Happening y Fluxus, catálogo de la muestra en Köln. Harald
Szeeman. 1971
Radio Roquenrroll parte 2. DVD Documental de Martín Carri-
zo. Córdoba. 2017
Insoportablemente Despiertos. La producción plástica en Córdoba.
Adriana García, Andrea López y Eugenia Fiorillo. 1985.

69
TERAPIA

Rodrigo Artal

Mi barrio

El Barrio Güemes, cuyas calles recorro seguido por miles de


motivos, vuelve a ser protagonista cuando leo en el diario a
gente hablando de su pasado y de su proyección. La sociolo-
gía y la arquitectura del barrio pasan a ser como un tester que
mide no solo abandono o progreso: también mide la emoción.
La cantidad de bares, restaurantes y galerías de costoso
diseño con ideas, en su mayoría, traídas de otros lugares como
Nueva York, Los Ángeles, India y Perú, entre tantos, ofrecen
un colorido especial relacionado en forma directa con la fa-
mosa palabra que solo el tiempo destruye hasta que queden
cenizas: “tendencia”.
Fuera de la zona nocturna de bares y el avance de edifi-
cios en altura, la mayoría del barrio se mantiene, pero Güe-
mes no es solo la Cañada desde la calle Julio A Roca hasta el
Bv San Juan, si no el “Pueblo”, como se lo conoce, recorre
distintos laberintos, con historias de gente laburante, locura,
desprecio, amor, sueños de cambiar algún destino, pero, sobre
todo, un gran sentido de pertenencia.
La mayoría de las personas de la zona, si se sacaran el
Quini 6 con 200 millones (menos el descuento de los im-
puestos), se quedaría allí con su gente, con sus amigos, con
los niños de los vecinos, a los que cuidan como propios. La

70
sonrisa de los ancianos sabios que nos empujan y los per-
sonajes característicos como de cualquier lugar, humoristas
de paso, artistas de teatro, acrobacia, galpones de arte, gim-
nasios de boxeo en algún garage improvisado y las queridas
escuelas públicas.
Los que no conocen al pasaje 11 que esta entre Arturo
M. Bas y la zona alta de Güemes, cerca de Paso de los Andes,
en una calle como las de Tilcara, dónde pasa un auto por vez y
las casas están frente a frente separadas por pocos metros. Allí,
los niños jugando en la calle no tienen más miedo que no lle-
gar a tiempo a pedir la pelota que se cayó en un patio de una
señora que gentilmente se las devuelve con algún caramelo.
El Güemes de la calle Ayacucho, cerca de Hospital Mise-
ricordia, se mantiene casi intacto. A pocas cuadras, en los jar-
dines de la Cárcel de Encausados, enchufábamos un equipito
de música y bailábamos break dance todos los días y, al final de
la jornada, jugábamos al fútbol, con arcos hechos con pedazos
de ladrillos de la calle.
En la esquina de Santiago Temple y Ayacucho, teníamos
el único amigo con radiograbador, la mayoría veníamos de
hogares extremadamente humildes. Ese loco de la barra nos
hizo escuchar por primera vez a Sumo. En aquel momento, y
después de la llegada de la democracia, sonaban bandas con
aire al nuevo rock argentino y de raros peinados nuevos. Se
escuchaban, Sopa Prebiótica, MFP FLUOR, Estrellas y Gu-
sanos -de Río Cuarto-, Pasaporte; algún tiempo después, se
sumaba Proceso a Ricutti. Y muchos más.
Antes de las elecciones de 1983, la sociedad cordobesa
-que no se caracteriza por ser abierta, educada y comprensible
con los que piensan diferente-, defenestraba al Partido Justi-
cialista, al Partido Intransigente y a cualquier partido dicien-
do que eran guerrilleros, matones y ladrones. Así sembraron
una imagen falsa de quiénes con distintas ideologías, trataban

71
de aportar sus ideas a la democracia. Para la sociedad cordo-
besa de ese tiempo, era mal visto ser un artista, un deportista
con estudios en el caso de los futbolistas, que eran tildados de
sucios e ignorantes.
La gente de Nueva Córdoba -barrio vecino- tildaba de
zona impenetrable al pueblo Güemes. “Barrio de choros, pu-
tas y villeros, de gente que no es como uno”, decían las señoras
en la puerta de algún café sobre la avenida Ambrosio Olmos.
En Güemes, nos prestábamos ropa para poder estar en
algún evento del barrio, fiestas, cumpleaños. Ahí, sin darnos
cuenta, se estaba gestando un grupo de grandes seguidores de
la música de rock nacional. Hablábamos todo el tiempo de lo
que se estaba por venir en materia de bandas. Sin querer nos
estábamos metiendo de lleno en la cultura popular de un país
tan enfermo que escupía sus raíces. Por eso acordate siempre:
“una persona que le da a sus críos lo que nunca tuvieron en
lo material y económico, enseñándoles que nunca tienen que
ser pobres y desconocer su lugar de origen, forman muertos
vivos en el futuro”.
Todos amamos nuestro barrio. Lo peor que le puede pa-
sar a una persona es ser desclasado, que niegue por vergüenza
de dónde vino. No hay peor idiota que el que nace en un
lugar, quiere aparentar y ser de otro.
La calle Arturo M. Bas, era mi recorrido cuando tiempo
después, en la década del 90, hicimos La Rocka FM. Camina-
ba casi desde la Plaza de las Américas hasta Corro y Montevi-
deo, para hacer uno de los programas de la señal más respeta-
dos por el público: Los Sospechosos de Siempre.
Soporté frío, lluvia, sol y no cobrábamos un mango,
porque creíamos en ese sueño. Por ahí tomaba atajos y me
mandaba por la calle Bolívar, donde el Gimnasio Güemes y
la escuela Adolfo Saldías, eran parte del paisaje urbano, con
señoras tirando agua de la ropa que acababan de lavar a la

72
calle. Los perros eran la compañía durante cuadras y algunos
se quedaban en la puerta de la radio.
La mala onda que generaban todos aquellos perfectos
inútiles, adinerados que no podían creer como este grupo de
pobres habían logrado ser estrellas masivas. Llevamos el rock a
distintos hogares. Éramos una mezcla de súper cool, atorran-
tes, poco leídos, sin un mango, logrando abrir la puerta de lo
que se conocería como lo “alternativo”. Esto último nació y
aunque les duela a muchos, con los cacos del barrio.
El día que quemaron la Casa Radical, durante 1995,
después de todo lo vergonzoso que sucedió con el gobernador
Angeloz, la llegada de su sucesor Mestre, los juicios políticos
lamentables y más delincuentes muy oscuros, la gente salió a
la calle, porque la falta de respeto era muy grande y Güemes
fue el centro del bardo.
Hice mi primario en la escuela pública Presidente Roque
Saenz Peña. Recuerdo especialmente a una maestra que luchó
muchísimo para que nos pudieran llevar al cercano Paseo de
las Artes, a conocer su historia, ya que había padres en la po-
breza que creían que sus hijos para tener futuro se tenían que
olvidar del barrio, de sus amistades y sobre todo de que les
dijeran “pobre” como si esto fuese un karma mortal. Para esta
gente, ver que su descendencia dibujara era cosa de putos, ar-
tistas y de hippies sucios. No solo que fuimos al Paseo: aquella
docente nos dio una lección de humanidad, de compartir, de
reírnos, aprender nuestra historia y respetar a los demás. Di-
bujamos con témperas sobre las paredes rosas con enredade-
ras del Paseo, lugar que había sido habitado por trabajadores,
cirujas e inmigrantes. Mi madre conserva, ese primer premio
del concurso que improvisó.
Hoy, hablando con amigos más jóvenes que de paso nun-
ca se toparon con familiares agresivos y llenos de ira, cuando
el nena o la nena se van a meter en el barrio, por miedo a que

73
los tilden de pobres como cuando ellos eran chicos, me co-
mentan que los lugares pequeños y casas se han vuelto sede de
una reunión artística, sin tener que estar como en un bar de
Punta del Este, dónde todos se mueren por tener una buena
imagen y no ser reventados, aunque, les encantaría serlo. Los
especialistas en marketing, imagen o lo que se te venga a la
cabeza dicen que el estilo de ser educados en la calle se puede
comprar, pero yo les digo a todos ellos que lo único que no se
puede adquirir es la dignidad de pertenecer.
He visto pasar muchas tendencias sobre el barrio como
dicen los clásicos conservadores que hablan todo el tiempo de
su historia, de su gente y que nunca pisaron más de dos tazas
de café en algún bar de la zona hablando de bellas pelotudeces
que quedan lindas.
Pienso y encumbro que otras tendencias buscarán ser
parte de esa mítica historia, pero también la experiencia me
enseñó que es gente que abandona el barco cuando todo se
pone medio out.
Cuando camino por sus calles, tengo una gran sonrisa en
mi cara, cuando me doy cuenta, que ahí sucedieron cosas que
me llevaron hasta el lugar donde estoy en la actualidad. Lo
demás es wikipedia del famoso conductor de radio de rock.

María Gabriela

Corrían los últimos años de los noventa y la radio más impor-


tante del rock alternativo mostraba sus sucias uñas una vez
más ante la conservadora y jodida Córdoba.
“La Rocka FM” volvía para quedarse y la posibilidad de
decirle NO a lo mediocre del cordobés medio, que funciona-
ba, porque gente de pocas luces pedían eso, según el punto
de vista pobre de los que tenían que brillar como ángeles a la

74
hora de renovar ideas nuevas en sus productos. Estoy hablan-
do de periodistas, locutores y productores, cuyos programas
están hechos con mucha gana, pero de baja calidad, porque
cada uno cree que lo que hace tiene un “ondón” bárbaro, y
no es tan así, la cosa, cuando se posee un toque de sentido
común. Tuvo un alto costo nuestra libertad de cagarnos en lo
que vende y funciona, factura y todo lo que les ocurra.
Se lo puedo contar a mis hijas y nos reímos de la barba-
rie, que tiene su lado cómico también. Se comparte la historia
que se repite en toda la humanidad. La idea de no pertenecer
porque si no estás frito y con miedo y otras tonteras más.
Cuando la radio le comentó a su público fiel de perdedo-
res hermosos, marginados de todas las clases sociales, dejados
de lado por ser libres de pensar distinto y no agachar la cabeza
y seguir con un mandato, que en breve volvía al aire, renacie-
ron y volvieron a ser felices.
Yo venía de hacer una temporada radial de verano en
Carlos paz, en la actual Más Rock 106.5 FM, de mi amigo
personal, el Turquito Chain. Ese verano me acompañó Mar-
celo Sánchez (ex Azul FM, Rock & Pop, DJ de París Bar,
actual musicalizador de Nuestra Radio 102.3 FM), Guille
Ruibal (ex productor del locutor y animador Gustavo Turco
Aquere) y Pablo Goris (ex DJ de Pétalos de Sol). Estuvimos
instalados dos meses en la casa del “Profe” en Bialet Masse. El
“Profe” es mi alocado y alucinógeno padre.
Cuando regresé de la temporada, tenía que empezar a
diagramar como sería la difusión de mi programa, Los Sos-
pechosos de Siempre, que saldría en la mañana más fuerte de
La Rocka FM.
En Carlos Paz, conocí a Josi García Moreno, peleada a
muerte con su hermano Charly García; nunca le pregunté el
motivo y tampoco me importó mucho. Ella, era la produc-
tora del programa Volver Rock que conducía Nicolás Pauls y

75
me invito a estar en el piso, en Canal 13, el mismo que queda
en Buenos Aires, por si alguno tiene una duda y les digo más:
en el programa en vivo.
Ese día estaban en el living, Ricardo Mollo, Javier Cala-
maro, quien escribe ahora, y apareció ella, la última invitada
de la noche. Conocí por primera vez en persona a una artista
que admiraba mucho por su obra: María Gabriela Epumer.
Su sola presencia imponía severas condiciones de respeto.
Cuando caminaba, generaba un silencio como si la gente hu-
biese visto un fantasma. Un ser distinto, silencioso, misterio-
so, que ponía en ridículo cualquier lucha egoísta. Un ser que
no brindaba amor sino respeto.
Por eso, hablar con ella era como un viaje a uno mismo y
revisar por qué se lucha en esta maravillosa vida que nos tocó.
Estar aquí por algo, reconociendo que no estamos solos y que
siempre interactuamos con mentalidades distintas.
Gente que, con solo recordar su nombre, nos empujan
hacia los abismos de descreer de nosotros mismos en algunos
momentos de plancha.
María Gabriela Epumer (1963 – 2003), un ser que dejó
su marca viva.

El director artístico

Siempre pienso en lo afortunado que soy, por haber sido parte


de la aventura, en los 90 con 20 y 21 años de La Rocka FM
y Rock and Pop, sino también años antes, de la Azul FM,
emisora que en poco tiempo se convirtió en la antena de lo
alternativo, en la voz de los suburbios del atacado arte.
En esa época, conocí a Carlos Rivarola, el director artís-
tico de la mayoría de las cosas que pasaron desde los 90 hasta
ahora, en lo que a rock en Córdoba me refiero.

76
Por eso, es bueno saber, que para que una radio fun-
cione, hay que entender cuáles son los roles de cada uno y
respetarlos; como así también, tener un concepto comparti-
do, buscar el éxito porque esto trae auspiciantes y al mismo
tiempo cumplir con la necesidad de no ser un producto con
las tendencias de turno. Por algo, la función del director artís-
tico es similar a la de un técnico de fútbol. Tiene que ordenar
al equipo para que cada uno juegue en el puesto indicado para
lograr la victoria. Sino está, todos corren para cualquier lado
y se pierde. Es mérito destacar, que el señor Carlos Rivarola
es un gran estratega, que no se mete con el concepto y estilo
que tiene el conductor de un programa, sino que le fascina
organizar para que el mismo logre lo mejor de sí.
En mi caso, siento que hay una admiración mutua por
lo que creamos. Siempre cuidó la línea y el detalle final de
sus trabajos, algo muy difícil en esta ciudad dónde los riesgos
artísticos están siempre mal vistos.
Vuelvo al caso del entrenador, porque esta persona debe
ganarse el respeto por su plan, por su seguridad de llevar-
lo a cabo y consolidar las relaciones humanas. Esto significa:
entender al grupo y ser uno de los primeros en empujar la
idea general de una comunicación directa lo que implica no
imponer ciegamente su idea sino consensuarla. Cada uno en
la radio cumplía una función y por más que la sociedad cor-
dobesa nos tenía como un mal ejemplo de moral, la radio en
su organización interna era un reloj suizo. Carlos Rivarola fue
fundamental en esto. Por algo, descansábamos en él. Era, al
mismo tiempo, nuestro hermano y director artístico.
A mí me tocó liderar varios proyectos y siempre que tuve
que consultarlo, apareció su voz humilde, a pesar de su expe-
riencia, para sacarme esa duda que estaba en mi cabeza. Aparte,
es una persona completa. Escribe unos separadores tremendos
con su pluma y forma tan filosa y sensible al mismo tiempo.

77
Él sigue con el mismo profesionalismo, sabiduría y el
tacto para tomar las decisiones que hacen falta. Obvio, que
tiene defectos como todos nosotros, pero eso no quita mi
admiración y respeto al director artístico de La Rocka, Rock
and Pop y Vorterix-Cba. Radios que marcaron, sobre toda la
primera, el salvajismo y la libertad de no ser como lo que im-
pone la estructurada sociedad cordobesa sino bancarse la bús-
queda eterna de aquello que siempre nos puede sorprender.

78
RESISTIR LA DECADENCIA

Pablo Ramos

Pasaje Brandsen

Los noventas fueron una década larga y ruinosa.


Ese ciclo comenzaría con el cascote del muro de Berlín que
barrió muchas certezas y cimentó un nuevo orden mundial,
con el presidente Carlos viajando a 170 km en una Ferrari
rumbo a Pinamar, con la improbable ecuación de un dólar,
un peso, una birra. Terminaría con la fisura y la erupción so-
cial del 2001, con Kirchner descolgando el cuadro de Videla,
con el enjambre comunicativo de computadoras y teléfonos
conectados en red.
Elijo empezar este relato sinuoso con una de las primeras
experiencias lisérgicas autogestionada por una banda que pro-
fetizaba desde hacía unos años el final de la corta primavera
ochentosa.
Pasaje Brandsen, Barrio San Martín. Más cerca de la cár-
cel que del oso polar. Descubrir una calle que se corta contra
un tapial desde donde ladran perros y con sordina metálica se
escucha un cataclismo. El galpón es un taller mecánico ates-
tado de vampirxs. Sobre la grasa de aceite, entre carcazas de
Fiat 125, frente a parlantes estrellados, los cuerpos están en
frenesí. Cuando tocaban Los Enviados del Señor siempre ha-
bía una puesta de arte y un cónclave de conspiradores de una
furiosa alegría. Era una conjunción multimedial y performá-

79
tica, con la banda improvisando sin parar, habitando un es-
pacio de foquismo cultural, con referencias de las vanguardias
del siglo XX, al punk, al noise y al rock industrial. Provenían
de una vanguardia anarco-artística, que experimentó el ha-
ppening apocalíptico de la Fura del Baus y que compartía con
otros experimentadores del under cordobés -como Washing-
ton Canesú, Astroboy, Las Solapas, Los Viejos Putos- no tener
un plan, sólo la idea concreta de crear situaciones alteradoras.
Podían abrir el Festival Latinoamericano de Teatro como to-
car en un baldío. El arte subversivo en estado de expansión de
Los Enviados del Señor no tiene muchos registros. El mismo
mal pesa sobre gran parte de la historia del rock cordobés,
pero que a pesar de eso continúa residualmente.
Al Pelado Cervetto, lo encontré en Mussnack. Me dijo
que tenía una banda. El Perro sonreía desde atrás. En realidad,
no sé si me lo dijo a mí, o lo comentó a varios. Rastrojero
Diesel, dijo con voz de AM. Era el único sobreviviente de
Los Enviados que quedó anclado en Córdoba, después de que
la banda probara la floja suerte en la meca porteña. Bulacio
abrió la Catedral, armó un conjunto de tango arrabalero y
siguió esporádicamente con Los Enviados. Rastrojero Diesel
continuaba la senda experimental, pero con un puñado de
canciones que vibraban desde el punk, invocando la impronta
de Sandro o el ritmo cuartetero. La banda más pulenta del
Fack Rock, o mejor publicitado como Nuevo Rock Argenti-
no I, fue la que hacía honor al sonido del emblema fábril de
IKA. Ese festival que duró dos días, y no juntó más de mil
personas, es hoy un eslabón mítico en el ADN rockero. Todos
tus Muertos, Los Brujos, Peligrosos Gorriones, Babasónicos,
entre esos pesos pesados que tomaron impulso en la nueva es-
cena, Rastrojero… la rompió y dejó a la prensa y los músicos
hipnotizados. El Palo Pandolfo los invitó a una gira nacional
con Los Visitantes. Pero tanto kilometraje delirante fue mi-

80
nando el poderoso motor del Rastrojero…, que quedó varado
en la banquina, cada tanto fue resucitado y vuelto a oxidar.
En aquellos noventas, Córdoba parecía más una aldea
cosmopolita que una metrópoli. La mejor manera de descu-
brirla era perderse. Había pocos nodos fijos en la travesía que
emprendíamos cada noche. Sin GPS, sin celulares, sin Inter-
net, sin redes sociales, salir era arrojarse a la precaria incerti-
dumbre. Toda ruta era posible, todo encuentro era caótico.
En Güemes, sobre Montevideo, funcionaba la FM a Ga-
lena, una usina cultural que alojaba a las tribus desclasificadas
del orden docto. Allí sonaba Nirvana, Frank Zappa, Las Pe-
lotas, Nick Cave, antes y más que en ninguna otra radio. Allí
tenías los programas de culto que jamás podrías explicar: La
Jaula de Los Burdos, El Sargento Sonders, El Eslabón Perdi-
do, Piso 24, Al Abordaje, entre varios más. La onda de La Ga-
lena se expandía en sociedad con pubs, productores, artistas,
y agitaba la adormecida modorra urbana.
Desde allí salíamos hasta alguna esquina para saciarnos
en el cordón con la primera bebida. Había muchos más alma-
cenes y kioscos que despachaban alcohol, que bares, y muchí-
simos más bebedores que priorizaban el porrón, la cajita, las
mezclas originales. Legiones de estudiantes y jóvenes laburan-
tes buscando perlas en el desierto nocturno. Incluso hasta acá
llego el mar. Y como sucede, inexorable, la última ola golpeó
contra las sierras y retrocedió, y retrocedió.
Papá Mestre prohibió tomar alcohol en la calle. De re-
pente estabas en el calicanto de la cañada, y caía un rati, o un
inspector de la Muni, y te comías una multa o un paseo en
patrullero y una noche en prisión.
El proyecto neoliberal cordobés se desplegó en el mapa
urbano. La Escuela Olmos convertida en Shopping. La dispu-
ta en el terreno nocturno. En la Plaza del oso aparecía todas
las noches el colectivo de la policía. Era un viejo Mercedes

81
Benz, esos con trompita. Lo llenaban con cuerpos dispuestos
contra la pared. Hacía varios recorridos por noche.
Pero más vueltas centrífugas dábamos nosotros.
En el clásico Bar Valiant, en Caseros casi Cañada, una
noche con Villa Rosita, esa mezcla original de estirpe rockera
y versos canyengues. El Goyo González, Beto Pesci y “el oso”
Mansilla animaban las almas sedientas con una calidad difícil
de olvidar.
En María María, “San Emiliano”, una de las primeras
bandas que incursionaba en el sonido electrorock y triphop,
tocaba detrás de un nylon, que se iba destruyendo progresi-
vamente. Juan Abrile y Carlos Sada habían sacado su disco
Almas Debil con un arte gráfico y un sonido alucinante, que
era casi una proeza para una banda, y aún más tratándose de
una experimental.
En Palo Borracho, La Zona Roja, fusionaba un funky
rock comechingón, comandada por Fernando Manguz, junto
al Aji Rivarola, Axel Mastronardi, Vivi Pozzebón, José Espa-
da, en un combo potente y psicodélico, que también fue parte
del primer Nuevo Rock Argentino.
Abuelas Mecánicas moviendo a Varsovia, con Karina
Mana como baterista y cantante, impronta sónica y pulso
hardcore. Representaba parte de la resistencia feminista en un
enclave dominado por machos rockeros, con otras formacio-
nes de mujeres como las aguerridas y ecléticas Caridad Cane-
lon, Las Tetas o El Beso.
En Puré, se armó una jam con la Marlon Blues Band,
Rolo Casas y la Crosstown Traffic exponentes local del revival
blusero nacional, todos bien regados espiritualmente.
Tierra de Nadie, La Rumba del Piano, Collage, Luca,
Cielo de Girasoles, Pizarrón, se intercalaban en el paisaje cul-
tural de Nueva Córdoba. A contramano del diseño urbano
que no quería una movida rockera entre las torres caretas que
crecían como hongos de cemento.

82
Algunos pubs sólo contrataban grupos de covers y la
escasez de espacios para tocar canciones propias se convirtió
en una condición fatal para varios proyectos. Algunos como
Los Navarros y Rita Mabel lograban cierto rédito interca-
lando propuestas.
El resto batallaba por sobrevivir, por usurpar el vacío y
poblarlo de ruidos viscerales y mensajes desesperados. Nunca
fue fácil. Y a esta ciudad siempre le faltó rock.
Por eso, tipos como el Ruly Reyna, eran capitanes de tor-
menta que marcaban caminos imposibles. Era un resistente de
los setentas, que a comienzos de los noventas con Reos y Su-
cios pateó cráneos. Recuerdo un recital en alguna parte que no
recuerdo, recuerdo el tema “El día que mataron al presidente”,
lo recuerdo en algún bar hablando de literatura, lo recuerdo
en una performance surrealista presentando un librito con sus
escritos ciberpunks. Algunos le decían “el Indio”, por esa pinta
de anarco aborigen que tenía. Respiraba cultura rock y expira-
ba autenticidad en cada acto creativo. Ruly caminaba despa-
cio y aguerrido, era un cosmonauta antes de Internet, danzaba
sobre un skater triper, un artista de la intemperie. Alguna vez
escribió: “La película que elegiste comienza esta noche en la
selva de cromo, vos bien podés vivir el guion equivocado”
A mediados de la década maldita el éxodo rockero co-
menzó a darse hacia la periferia. El Abasto, se convertiría en
la nueva trinchera de resistencia. La Galena, se reconvirtió en
FM X y se instaló frente al río, junto a uno de los escenarios
más históricos. En Plataforma se realizó el Nuevo Rock Ar-
gentino 2. Se sumaron los Illya Kuriaky, Massacre, Caballeros
de la Quema, 2 Minutos, los locales Hammer, y ese super
grupo santafesino que era Carne Viva. Pero esa es la parte que
recuperan los libros de rock.
La otra, era una deriva constante donde todo valía, los
clubes barriales, las casas okupadas, los bares clandestinos. En

83
cualquier lugar algo podía ocurrir. Huérfanas de instituciones
las tribus nomadizaban sus prácticas culturales.
La gran fiesta en el Hospital Neuropsiquiátrico de la
que evocamos, además de la saludable insania compartida, el
show de una banda digna de ser comandada por el Sgt. Pep-
per: Tambor de Tacuarí.
La noche en que atravesamos el norte de la ciudad en
un colectivo de La Quebrada para buscar una fiesta en Villa
Allende, donde tocaba Baila el Mono, propuesta de reggae y
new wave que nos fascinó hasta la madrugada.
El hard-rock de Bulldog en Tonos y Toneles, a metros del
Estadio del Centro, donde se cruzaban las huestes rockeras
con la cuarteteras, sin dramas ni explicaciones, en la mira de
los móviles policiales.
El punk bizarro de La Gallina Degollada tocando en la
calle ante la inocencia fosilizada del peatón medio, que no en-
tendía lo que gritaba el Ateo en medio de un ataque epiléptico.
Los festivales punks, trash, hardcore, reggae, las ferias de
demos y fanzines, se esparcían rizomáticamente sobre el mapa
urbano, a fuerza de volantes y afiches, con low fi, low cost, low
todo, fuerza y corazón para mantener vivo el ardor de una
escena que no se daba por vencida.
En esa mitad partida, las antenas de radio seguían pa-
sando la misma música berreta, salvo islas como la FM de
la UTN, un mosaico de múltiples programas alternativos de
música; la serie de sangre rockera de FM Azul, la primera ex-
periencia de Rock & Pop y finalmente la escena desquiciada
de La Rocka; o, en el Cerro de las Rosas, la Vox. Ninguna
llegaría con su grilla intacta al nuevo siglo.
Los fanzines crecían y morían con una rapidez pasmo-
sa. Podría destacar El Fauno, que desde Alta Gracia visibilizó
parte de la movida.

84
Los estudios y los sonidistas que podían destilar la fiebre
rockera eran pocos. El sempiterno “Gato” Negrini, desde las
consolas o en Tarkus. El ex-Mousse Gabriel Braceras con el
flamante estudio en Mendiolaza, Q2. O Juan Boogie en la
sala de Humberto Primo.
Pero cada vez había más bandas, el under se multiplica-
ba en estilos y propuestas. La convertibilidad permitía com-
prar equipos, instrumentos y discos importados a un precio
bajo. Era más fácil tener una viola y un amplificador que
conseguir trabajo.
Grabar un disco y difundirlo era un sueño titánico. Tal
vez la excepción haya sido Hammer, que con su disco A New
Damage, editado por el sello del Perro, logró traspasar fron-
teras, colando un clip y una entrevista en la MTV Latina. Es
que así de desequilibrado estaba el mercado global de la in-
dustria cultural. Tal vez vivías en barrio Residencial América,
te gustaba el heavy, y por la gran cadena de videos te enterabas
de que a unas cuadras ensayaba una banda como Hammer. El
arte de tapa lo hizo Pablo Boneu. Todavía me da escalofríos
mirar esa foto de tapa, para la que se engrampó la boca con
una abrochadora. El recital de presentación en Plataforma fue
una fiesta apoteótica para el rock pesado de Córdoba.
Hubo otra banda que grabó en el 97 un casete de culto.
Su paso fugaz de cometa fue sedimentando con el tiempo,
encarnando ciertas actitudes que hoy celebramos como nue-
vas. “Los Rústicos del Viejo Sueño”, pibes de apenas veinte
que mezclaban con frescura volcánica las mieles del reggae con
el fernet cuartetero. Una banda clashera que te hacía bailar
y luchar en armonía. Autogestivos por convicción, editaron
caseramente El Principio, hicieron shows memorables y se
disgregaron en varias formaciones relevantes. De esa matriz
rústica surgieron Los Cocineros, Palo y Mano, Sondclash

85
Army. Muchos recuerdan especialmente un recital en la vieja
estación Mitre que compartieron con Ego Non Fui.
Cuando Catupecu Machu debutó en Córdoba, en Río
Disco del Abasto, Ego Non Fui fue telonero. Cuentan que
la banda de los Ruiz Diaz sonaba flojita en comparación con
el caudal explosivo de los cordobeses. Muchas veces vimos
repetirse esa escena invertida, donde la banda soporte supe-
raba a la central. También por eso los porteños pedían ciertos
beneficios acústicos, que eran una manera de tirar a menos el
sonido de los exponentes de acá.
Pero los noventas, no pueden resumirse en la vieja antino-
mia federal o porteña. No pueden subsumirse al conservador
cordobesismo posdictadura. No pueden inferirse de la infamia
del neoliberalismo con patillas. No pueden, aunque arrastren
las heridas de todas esas batallas que perdimos hermosamente.
El juicio final de la década puede haber sido justamente la
caravana a contramano que pergeñó el enorme Jorge Cuello.
Con toda la basura creativa a cuestas, esos restos que la cultura
oficial nunca pudo digerir, desde las entrañas del centro muni-
cipal, la banda Armando Flores, montada sobre un remolque
empujado por una camioneta, arrastrando sueños de un arte
emergente, por Av. General Paz en sentido contrario.
El rock cruzaba el río, hacia los márgenes, en las vísperas
de un siglo nuevo, que nacía viejo, a días del colapso de di-
ciembre del 2001.
Allí en ese viejo enclave obrero del abasto, entre Babylon
y 9.90, las bandas rajaban del cielo, se calzaban el overol de
Tosco, la desfachatez de Vicente Luy, la iconoclastía del Ruly,
el hedonismo de Las Ponce, para resurgir de entre las cenizas
y las colillas de tantas noches que volvemos a recordar, pero
ya no están.

86
Epílogo

La memoria es difusa, pero orgullosa, por eso miente, engaña.


La mía como la de la mayoría de mis camaradas de ruta está
horadada por olas nocturnas. En ese pelear con los fantas-
mas me ayudaron: Marcelo Sanchez, Gonzalo Toledo, Carlos
Rivarola, Ricardo Cabral, Pau Candi, Iván Lomsacov, Emi-
lio Moyano, Héctor Emaides, Jaime Servent, Fabián Zurlo,
Martín Carrizo, Carlos Rolando, Andrés Oddone, Alfonso
Barbieri, Goyo Gonzalez.
Aunque no podría nombrar a todas las bandas, a modo
de playlist van algunas más:
Dentro del Pop: Beat Cairo, Bet O Santana, Ultrasuave,
Conejito Prietto, Los Nuevos Coleccionistas de Pasillos, Sue-
ño Valvular y Los Planetos.
En clave Reggae: Planta Madre, La Cartelera Ska.
Cerca del Post-rock: Chamanes, El Síndrome, Natasoi-
nomed, Nautas, Quema de Bienes, Mandril, Juan Terrenal.
Hardcoremente: Caos Represivo, Brutal Noise, Sayon,
Los bastardos, Sentencia. De Blues local: Elegantes Taunos,
Profundo Carmesí, La Gangosa.
En plan Crossover: La Uña, Savia Nueva, La Batata, Roc-
kalchaki.
Electrónicamente: Locotes, Yamil Burguener, Chelo
Scotti, Moire.
Experimentales: Zort, Cielo de Judas, Tomates Asesinos,
Mauricio Manchón, Golpe de Calor.

87
TERCERA PARTE.
LOS 2000 A LA ACTUALIDAD
A DOS MIL

Martín Brizio

La década del noventa había dejado una efervescencia im-


portante en la Ciudad de Córdoba. La zona del Abasto se
encontraba en su plenitud en el comienzo del nuevo milenio,
con un lugar específico a la cabeza que hoy ya es todo un
símbolo de época y, prácticamente el pionero en inaugurar
esa zona como el nuevo centro de entretenimiento nocturno:
El Mariscal. Por donde desfilarían desde Pappo hasta Charly
García pasando por Las Pelotas, Ratones Paranoicos, Caba-
lleros de la Quema y un largo etcétera. La múltiple variedad
de opciones incluía desde la ya instalada música electrónica
en lugares como La Sala (posteriormente La Belle), hasta el
Brit Pop representado en el Ultra Pop Bar o Coronado, bares
como Morado, El Cairo, El Bebedero o Kaifen, pasando por
los templos que comenzaron sus actividades con el nuevo si-
glo transformándose en los recintos casi obligados para la ac-
tividad en vivo: Casa Babylon, 990 Arte Club, Captain Blue
y algunos más.
Al poco tiempo otro recinto, pero del lado del puente
más cercano a la zona céntrica iba a dejar una huella imborra-
ble: El Ojo Bizarro, donde lo alternativo de lo alternativo se
daba cita albergando al pop rock más extremo y ambiguo que
proponían los incipientes 2000, con bandas como Adicta, A-
Tirador Laser o Los Látigos, los nuevos modernos.

91
Nueva Córdoba había dejado de marcar el pulso con res-
pecto a las actividades en vivo del rock local, como había sido
en el boom de los pubs de los noventas, debido a las presiones
sufridas por los vecinos y gobiernos de turno, y la paulatina
mudanza que, desde mediados de la década anterior, se fue
dando para el otro lado del río Suquía. Esto visto, claro está,
desde una óptica por demás positiva y subjetiva, ya que nun-
ca le fue fácil a la escena local abrirse camino en una ciudad
que casi siempre puso trabas a este tipo de expresiones. Los
condicionamientos de horarios, de lugares para tocar en vivo,
y de falta de apoyo real a una escena en ascenso, siempre se
hicieron sentir. En el año 2000, el titular del Palacio 6 de Ju-
lio era el riojano Germán Kammerath, tercer intendente post
democracia desde el 83 en adelante (Ramón Bautista Mestre
del 83 al 91 y Rubén Américo Martí del 91 al 99), cortando
la hegemonía radical de 16 años; hombre que provenía de la
UCD y estaba ligado al riñón más profundo del menemismo.
En la segunda mitad de la década del 90, se comienza a
generar un movimiento globalizado con varias puntas muy
visibles de un mismo iceberg. Mano Negra desde Francia
marcaba el camino a nivel mundial, Negu Gorriak en España
y Todos Tus Muertos con Los Fabulosos Cadillacs en Argen-
tina, eran los que mejor sintonizaban con este nuevo giro que
tenía a Latinoamérica como eje central desde lo ideológico y
cultural, removiendo las raíces de las músicas autóctonas de
ésta parte del globo, reivindicando a los pueblos originarios
con el disparador que habían significado los 500 años de la
Conquista de América en el año 92 con la correspondiente
incidencia directa en el rock argentino y latino. Punk Rock,
reggae, candombe, ritmos centroamericanos, ritmos tribales,
músicas étnicas de orígenes gitanas, africanas y de Europa del
Este con Emir Kusturica aportando lo suyo, hacían un coctel
explosivo que encajaba perfectamente con los tiempos que

92
corrían. La “movida alterlatina” iba a calar hondo en la ciudad
de Córdoba, fusionándose con nuestra música popular (léa-
se cuarteto). Manu Chao comienza a desembarcar seguido,
dando shows ultra masivos para 6000 personas y también en
lugares del under para audiencias reducidas como Casa Bab-
ylon, más allá de su compromiso social explícito demostrado
en, por ejemplo, su vinculación casi carnal con los chicos de
La Luciérnaga.
Artísticamente hablando, la proliferación de bandas iba
muy en ascenso. De la mano de Los Cocineros, con su mix-
tura que abarcaba desde el reggae al Rey Pelusa, pasando por
la salsa, ska, candombe y cuanto ritmo latino se cruzase, mar-
caban el camino a seguir en el rumbo del posteriormente lla-
mado “cuarterock”. Los Rusticos del Viejo Sueño habían he-
cho la punta, y la banda de por entonces Sol Pereyra, Alfonso
Barbieri y Mara Santucho se transformaba en la nueva gran
cosa de la escena local. La Cartelera Ska, La Coca Fernandez,
La Traktora y muchas bandas en el formato “big band” pu-
lulaban por la escena local dando buenos y convocantes con-
ciertos en el circuito de pubs (ex Abasto generalmente) con
una convocatoria que iba en ascenso. Con una impronta bien
cordobesa desde el reggae y haciendo hincapié en el localis-
mo, los Armando Flores marcaban a fuego su territorio y Don
Eufrasio con su grito de guerra che culiao era un nuevo hit de
la escena local. Pero los que más lejos llegarían (literalmente)
fueron Los Caligaris: tomando el eje Auténticos Decadentes
– Kapanga más su impronta circense característica, metían
un hit masivo con “Nadie es perfecto” y se transformaban en
la nueva carta de exportación cordobesa (México los esperaba
para ser el suceso que son actualmente).
La escena del hip hop de la mano de Locotes crecía a
pasos agigantados (Fede Flores iba a tener un lugar preponde-
rante en los años posteriores), el heavy metal gozaba de buena

93
salud manteniéndose con bandas históricas como Hammer,
Sentencia y Hierrock, y se sumaban Corsario Negro, Abismal,
Alquimia, y muchas más. Mandril se hacía de un nombre en
el hardcore local, y en la segunda mitad de la década aparecían
Eterna Agonía y GTX, bandas que alcanzarían su plenitud en
la década siguiente.
El blues con Crostown Traffic, La Gangosa, La Vagabun-
da, La Aceitosa y varios solistas también mantenían y hacían
crecer la escena. Los Búfalos Sedientos comenzaban a hacerse
sentir con su propuesta de rock and roll típicamente sureño
a 3 guitarras. Bandas que venían del circuito de pubs de los
’90, alternando su propuesta de covers con canciones propias
y ediciones discográficas como Los Navarros, se consolidaban
y apostaban por más.
La semilla sembrada en los noventas por el brit pop de la
mano de Stone Roses, Oasis, Blur, Radiohead, etc, comenzó
a ver sus frutos con bandas ya consolidadas como Enhola,
Rapsodia, Capuchas de Hop y Sullivan, y la aparición de so-
listas como el caso de Varicela. Más al final de la década el
rockabilly se iba a representar en los Chicken Faces, y el punk
también mostraba cambios generacionales. Los Bastardos ha-
bían sido la banda punkie por excelencia en los 90s, y la nueva
década traía a los 250 CENTAVOS y Herederos como sus
sucesores y Astenia en la segunda mitad de los 2000 iba a
mostrar su potencial para salir puertas afuera de la provincia.
El rock alternativo post grunge tenía buenos exponentes
como Hyperstatic (Karina Mana venía desde Australia con
este proyecto), y una banda con toques grunge, dark, y furia
punk empezaba a pisar fuerte: Juan Terrenal. Y en esa escena
de principio de siglo se destacaba una agrupación integrada
exclusivamente por mujeres, Lucila Cueva, con Marian Pelle-
grino al frente, y de la cual iban a desprenderse dos nombres
propios como Brenda Martin y Lula Bertoldi, que darían for-

94
ma a la banda de rock cordobesa que al fin y a la postre llegaría
a lo más alto en la escena nacional: Eruca Sativa. Lucila Cueva
no era la única banda de rock con presencia netamente feme-
nina, Caridad Canelón (posteriormente Siderama), ¡Que las
Parió! y varias más, marcaban el rumbo en la centuria acerca
de la inserción de la mujer en una escena históricamente do-
minada y asociada por la figura masculina.
Lo cierto es que muchos músicos surgidos en esta dé-
cada, más allá del claro ejemplo de Eruca Sativa, producto
de una escena que se consolidaba y alcanzaba identidad, se
mezclaron con los consagrados y pasaron a jugar “en prime-
ra”, como los casos de Lukas Ninci de 250 CENTAVOS to-
cando con A77AQUE, Fede Flores de Locotes en Karamelo
Santo, o Pablo Gonzales de Sur Oculto con Illya Kuryaki and
the Valderramas (actual baterista de la banda solista de Dante
Spinetta). Del 2010 en adelante, con las bandas enroladas en
los sellos independientes como Ringo o Discos del Bosque se
consolidaría esta escena y alcanzaría mayor trascendencia has-
ta internacional, con agrupaciones nominadas a los premios
más reconocidos por la industria.

De Cosquines, Ricotas y Cromañones

Tres acontecimientos iban a torcer el rumbo del camino mar-


cado para zambullirnos de lleno en la nueva centuria, y los
tres iban a tener a nuestra ciudad o provincia como protago-
nistas, directa o indirectamente.
En febrero del 2001, dos emprendedores locales se me-
ten en la producción del que sería el festival más importante
del país de tinte federal. Por sugerencia de Julio Maharbiz, la
Plaza Prospero Molina de la ciudad de Cosquín dejaba por
un rato las zambas y chacareras, y la distorsión se imponía.

95
El Cosquín Rock comenzaba como un juego, de una manera
casi amateur, con Divididos y Los Piojos como bandas centra-
les y algunas agrupaciones cordobesas que tenían su peso en
la escena: Armando Flores, Rastrojero Diesel, y Navarros. La
convocatoria superó los cálculos más optimistas, y se augura-
ban futuras ediciones.
El hecho más relevante para la escena local vinculado al
festival, lo iba a constituir la consolidación de los llamados
Pre Cosquín Rock, a la vieja usanza de los Pre La Falda Rock
o Pre Chateau Rock, principalmente para bandas locales -con
el tiempo se iban a llevar a cabo en distintos puntos del país-
, como fue el caso puntual el de Sur Oculto, banda surgida
de un Pre Cosquín (edición 2004) y que alcanzó prestigio y
notoriedad a nivel nacional, considerada como banda y sus
músicos individualmente.
Otro hecho de quiebre iba a suceder en octubre de ese
año, en el Estadio Córdoba. Los Redondos era el gran mons-
truo que pisaba cada vez más fuerte y del que nadie se quería
hacer cargo, entiéndase municipios, gobiernos o estado en
general. Shows con finales caóticos en Racing, River, Villa
María, y la suspensión del concierto en Olavarría, iban ce-
rrando todas las puertas posibles para que las misas ricoteras
se celebren. En una movida política de alto riesgo, la Ciudad
de Córdoba acogió a la banda de Skay y el Indio, y el 4 de
agosto del 2001. 45 mil personas de todo el país se dieron cita
para un concierto que terminaría siendo histórico. La banda
tenía programada una fecha más en Santa Fe para fines de
ese año, pero la ebullición política y social ya se hacía sentir.
En diciembre se iba a desatar uno de los estallidos más graves
de los últimos años en nuestro país, el horno no estaba para
bollos, y la santísima trinidad Poly – Skay – Solari lo sabían
perfectamente. Los Redondos paraban por un tiempo, y con
el correr de los meses ese parate transitorio se transformó en

96
definitivo, y el show de Córdoba terminó siendo la última vez
que la “la banda más grande de la historia del rock argentino”
pisaba un escenario.
La ausencia física del monstruo Patricio Rey generó que
La Renga, Los Piojos, y en menor medida Bersuit Vergarabat,
incorporen y ensanchen sus filas con los huérfanos ricoteros,
transformándose en las nuevas bandas de estadio, algo que
también caló hondo en la movida local. Todas esas bandas
hicieron pata ancha en Córdoba Capital, consolidando la se-
gunda plaza con mayor peso en el rock argentino, sumándole
un Cosquín Rock que cada año tomaba más fuerza. Y de esa
movida post Redondos, una banda iba a transformarse en de-
terminante e iba a ser crucial tiempo después marcando un
antes y un después en todo sentido: Callejeros.
Los de Villa Celina recalan en Córdoba Capital para dar
un concierto en Casa Babylon y ya llamaba la atención una
cosa: la convocatoria itinerante que provocaba la banda, que
al mejor estilo “Redondos – Renga” movilizaba cual fiel hin-
chada futbolera a sus seguidores hasta el punto más medite-
rráneo del país. Su convocatoria iba multiplicándose geomé-
tricamente, y en el año 2004 ya llenaban dos Vieja Usina (hoy
Plaza de la Música) con 6.000 personas cada una.
El 30 de Diciembre de ese año (2004), los tenía como
protagonista de la mayor tragedia del espectáculo público en
nuestro país. El desastre de Cromañón, con sus 194 pibes
muertos, un jefe de Gobierno removido, y una herida que ja-
más cicatrizará, modificaba todo lo hecho hasta el momento.
En ese verano, 2005, prácticamente no hubo un solo
show de rock en todo el país y la clausura de lugares fue ma-
siva como así también el retiro de permisos para espectáculos
públicos. Las condiciones para la reapertura de todos los loca-
les utilizados para shows se volvieron cada vez más exigentes,
pasó a ser obligatorio el tratamiento ignífugo de todos los

97
implementos en bares, pubs, salas, y teatros, la prohibición
tajante y estricta del ingreso de pirotecnia, y principalmente,
la reducción en la habilitación de público llegó hasta casi el
50% en algunos casos. El rock estaba herido de muerte, y
justamente el Cosquín Rock, el festival emblema del rock fe-
deral, sufría su mayor crisis.
La concesión de la Plaza Próspero Molina de la Ciudad
de Cosquín pasaba de manos, y la dupla Palazzo – “Perro”
Emaides era reemplazada por otra, conformada por Jorge
Guinzburg – Cristian Merchot (Manager de Bersuit Vergara-
bat). Lejos de amedrentarse, los “expulsados” buscaron nue-
vo predio y fue así como en el verano del 2005 tuvimos dos
Cosquín Rock: el Siempre Rock en la histórica plaza, y el de
la marca registrada, en el nuevo predio de la comuna San Ro-
que. Más allá de esto, el “efecto Cromañon” repercutió de tal
manera, que a muchas bandas de Capital Federal se les hacía
más fácil tocar en nuestra ciudad que en su lugar de origen, y
es por eso que muchas se desarrollaron con mayor facilidad en
nuestra ciudad, adoptándola casi como propia.

Rock And Roll Radio

Los primeros pasos de radios enfocadas al rock en nuestra


ciudad, se empezaron a dar en forma concreta en la década
del noventa, con antecedentes muy visibles desde los ochentas
en adelante en programas sueltos (como el clásico Alternativa
de Mario Luna, o Lagunas Rock de Leo Leonardi) y en radios
que si bien no eran consideradas plenamente “de rock” como
el caso de la A galena, o posteriormente la X FM o la UTN, si
tenían un perfil muy apuntado a ese nicho. El clásico de Mar-
celo Gomez Al Abordaje marcó los 90’s y se extendió durante

98
la década siguiente hasta nuestros días, con idas y vueltas con
respecto a horarios y dial.
En la última década del siglo XX (año ’94) desembarca
Rock & Pop y eso marcaría un antes y un después, sumados
a emprendimientos locales ambiciosos como VOX FM por
ejemplo. A mediados de los noventas (1996 para ser más
exactos) la Rock & Pop muta a La Rocka y ahí si la identidad
localista se manifiesta al 100%. Y en los 2000, el abanico
se expande y alcanza nuevos horizontes. En el 2001 regresa
para quedarse Rock & Pop en el formato “Net” alternando
programación local con la oficial que venía de Capital Fede-
ral en la frecuencia 95.5, y la misma metodología se aplica
para Mega en el 90.3 (actual frecuencia de Vorterix Córdo-
ba), que a nivel nacional había provocado una pequeña revo-
lución con la fórmula “puro rock nacional” y acá desembarcó
con un importante éxito, sobre todo en la primera época.
Esa misma fórmula es potenciada por Pobre Johnny con su
“solo rock en castellano”, y más la persistencia y resistencia
que mantenía La Rocka y sus cambios de nombre (Siempre
Rock, Mas Rock, 97.5 Rock) hicieron una década con una
presencia rockera radiofónica casi inimaginable poco tiempo
atrás. Pero lo relevante, es que algunas de esas radios fueron
mucho más que órganos difusores de música, se transforma-
ron en generadoras de contenidos y disparadoras de bandas
y escenas que de otra manera muy difícilmente hubieran
trascendido. Héroes del Silencio (Bunbury solista después),
Bersuit Vergarabat, Estelares, o Turf, por citar solo algunas,
formaron parte del paladar de los cordobeses gracias a su
difusión casi desde el under, e hicieron de Córdoba su lugar
en el mundo.

99
Epílogo

Los diez años comprendidos entre el 2000 y el 2010 fueron


muy intensos y abrasivos en muchos casos, como se ha trata-
do de expresar en éste escrito. Comenzaron con la crisis del
2001 con Germán Kamerath en el sillón del Palacio 6 de Ju-
lio, y terminaron con Daniel Giacomino en el mismo lugar.
En el medio la gestión de Luis Juez, con su intento de des-
embarco en la Casa de las Tejas impedido por un bochornoso
fraude electoral, y en casi todos los casos el apoyo a la escena
local fue de mediocre para abajo. La década de la consolida-
ción del rock barrial, del alumbramiento del Cosquín Rock,
de la muerte de Pappo, y principalmente de la tragedia de
República de Cromañón, marcó a fuego la cultura rock de
nuestro medio.
El cambio de siglo no pasó desapercibido y trajo apare-
jado un sinnúmero de acontecimientos que ayudarían a tratar
de esclarecer las cosas, o a oscurecerlas más en algunos casos.

100
ESTÁBAMOS AHÍ, SOLO QUE NO LO
SABÍAMOS

Elisa Robledo

El interior del interior: Villa María. Año posible: 2008

Utopians hacía su versión de “Estallando desde el Océano”


en un escenario de tablas flojas y mal cableado. Barbie usaba
una remera blanca hecha musculosa y le daba a la pandereta
con un histrionismo capaz de quebrar hasta la voluntad más
inmóvil. Esa misma versión quedó registrada años después en
la placa Freak. Momentos antes había tocado Gritar! con Juan
Ranco, Matías Ferreyra, Pablo Becerra Batán en la formación,
locales y anfitriones en el mítico Mundo° Bar. En la puerta me
recibió un pibe más parecido a un alien que a un ser huma-
no, después supe que era Fernando Mercadal y algo después
supe de Basura Records, la tira gráfica de Snif y la música de
Macroporno.
Era la primera vez en mi vida, en esa ciudad situada en
medio de la Ruta 9. Donde una corta mentalidad capitali-
na podría imaginar un montón de soja y vacas, yo encon-
tré un hermoso refugio punk. “Era un buen momento para
el punk”, me dijo Matías Ferreyra, creador del sitio Indie
Hoy. “El lugar era hermoso, todo pintado minimalista con
pocos cuadros”. Recuerdo la clásica tapa de disco de Blur con
arte pop, sonaban playlist de canciones que escuchábamos
en nuestras casas, hacíamos ferias de discos, cerveza de litro
que en los primeros meses se daba en vasos de vidrio (duro

101
poco, claro) ¿Qué más podíamos pedir? ¡Rock en vivo! Y así
fue como, entre algunos productores locales y los dueños, a
todo pulmón, empezaron a traer bandas alternativas, que no
sonaban en ninguna radio, pero que todos conocíamos. Ve-
nían bandas de Buenos Aires, pero antes tocaban una o dos
bandas locales, que muchas veces eran las que convocaban a
la gente. Todos convertían al lugar en un recinto único en la
ciudad, el único que lograba un quiebre generacional entre
los que ya sabíamos bajar discos en mp3 y podíamos escuchar
mucha más música; y los que no sabían lo que era Myspace ni
mucho menos Fotolog.
-¡Ustedes tienen algo que nosotros no! – le vociferé
la noche de Utopians + Gritar! a Pablo Becerra en el bar.
Alguien ya se había hecho cargo de la playlist y la música
ondulaba para que fuéramos felices y libres lo que quedaba
de la noche. Lo que ellos tenían y a mí me faltaba era un
espacio, tan simple como eso. Fue una especie de epifanía,
lo supe porque sentí el cerebro sacudirse adentro del cráneo.
UN LUGAR donde una comunidad productora pudiera ge-
nerar sus espacios de expresión, cada uno aportando desde
su talento y búsqueda. Gente gestionando y perteneciendo.
No es que en Córdoba capital no existiera eso, sucede que yo
no la conocía o no era protagonista. Acá la propuesta venía a
interpelar sin diplomacia.
Era una época en que pasábamos el rato con Fotolog,
también crecían los Blogs como otra versión de la literatura y
Facebook ya comenzaba a popularizarse. A esta altura Myspace
era una plataforma de bandas en donde se podía navegar por
horas y escuchar música de todo el mundo. Una discoteca in-
mensa a disposición del que tuviera tiempo y buena conexión.
Pero si algo tiene la globalización, es que, usada con inteligen-
cia, es una herramienta que juega a favor de las escenas locales.
La difusión de los discos vía internet fue fundamental para

102
que los cruces entre músicos de distintas ciudades fueran cada
vez más fluidos y sirvieran para autogestionar los recitales.
Mundo° aportó soluciones, era un espacio fijo donde en-
contrarse. Fer Mecadal fue quien llevó adelante el diseño del
bar y recuerda cuando entró con Pablo Becerra y Nicolás Ba-
rry, socios y propietarios, para comenzar a imaginar el espacio:

Durante las siguientes semanas, prácticamente, vivimos


ahí adentro, revocando, lijando, pintando sillas, mesas,
paredes hasta que llegó el día de la inauguración. Fue
el lugar que queríamos en ese momento, todo lo que
queríamos y cómo lo queríamos, algo así como intentar
poner en un lugar todo lo que nos había hecho falta
hasta entonces.

La existencia de Mundo° es más importante, mucho más


importante que los calendarios que se tacharon mientras du-
raron estos años felices. Te explico por qué:
Mundo° fue la punta de lanza que sirvió para cruzar ar-
tistas, productores y público cuando en Argentina todo pa-
recía derrumbarse con los escombros y cenizas de Repúbli-
ca de Cromañón. La mala combinación de bengalas y una
media sombra colgada dejaron 194 muertos en un recital y
la metrópolis del país sitiada. El rock en Argentina volvió,
una vez más, a ser sinónimo de peligro. Sin ningún apoyo
institucional y con todo en contra, hubo que buscar la mane-
ra de seguir existiendo. Fue entonces que la música cruzó la
Avenida General Paz con las manos en los bolsillos y silbando
bajito y se refugió en la pampa para hacer crecer en Rosario,
Villa María + Córdoba y La Plata el nuevo sonido del rock y
una nueva manera de producir: el indie. Capuchas de Hop,
Benigno Lunar, Chapasound, Alunacy, Macroporno, Juven-
tud Suicida, Marioneta Mundana, Varicela, Body Boo, Un
día perfecto para el pez banana, Paris Paris Musique, Funck´n

103
Flanders, Claravox, Smoke Sellers, Segundo Nova, Pequeño
Ser, Morbid dick, El Mató a un policía motorizado, Loquero,
Los reyes del falsete, Boom Boom Kid, Bochatón, Mataplan-
tas, Rosario Blefari, Los Natas, Bicicletas, Azafata, Norma,
Alfonso el Pintor, Billordo, Los Látigos, El perro diablo son
apenas algunas de las bandas que pasaron por el bar en ese
periodo mágico. Todavía hay un sitio en Facebook que da
cuenta de esto: mundo20052010.
Algunas bandas cumplieron su ciclo de vida, otras se
transformaron, pocas se consolidaron. Hubo quienes se de-
dicaron a organizar recitales, hacer programas de radio o pro-
ducir fanzines, revistas y sitios web que dieron soporte a esa
música y a la contracultura. Una incipiente Liga de la Justicia
del Rock se estaba formando; el resto de los hacedores no
tardaron en llegar.

Mostris aleatorios

A lo mejor no fuimos tan huérfanos y algunos hermanos ma-


yores tuvimos. Mi primer trabajo fue en el único terciario de
la Ciudad de Córdoba especializado en la comunicación au-
diovisual y el diseño. Como es de esperar, por esa puerta roja
vidriada pasaban todos los días profesionales que hoy encuen-
tro como referentes en sus disciplinas. No digo que hayan
sido todos, sólo digo que fue una época en donde se fueron
tejiendo los primeros vínculos. Sólo por mencionar a algunos,
y sin su permiso por supuesto, ahí conocí a Mariano García,
hoy presidente de APAC- Asociación de Productores Audio-
visuales de Córdoba, un grupo de profesionales que lograron
que se promulgue una ley de fomento y se reconozca el sector
como industria; o a Federico Guevara Olguín, presidente de

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SONAR Músicos Independientes, asociación que genera es-
pacios de formación y reflexión.
Recuerdo especialmente una reunión con Andrés Oddo-
ne: Nos juntamos en una oficina que parecía una pecera
triangular y empezó a hablar de un nuevo proyecto, un ciclo,
música que no se había difundido en Córdoba aun; enton-
ces dijo la palabra mágica: FICHINES. Estaban buscando al
nuevo público que deberían crear y ese lugar parecía ser un
buen aglutinante. Por supuesto que una de esas máquinas de
videojuegos terminó bajo la escalera del edificio para que los
pibes le dieran a morir al Pac-man e Islander. Así fue como el
sábado 17 de mayo del 2008 fue la primera noche de RAN-
DOM CLUB. Ok, sí, no estamos hablando de guitarras-bajo-
baterías. Pero si es rock o no, a esa discusión se la dejo a Pappo
Napolitano y Dj Deró. Cada sábado sonaba funk, dance hall,
cumbia electrónica, hip hop, balkan electronic, dub step y
otros tantos géneros que eran una propuesta fresca en la ciu-
dad que ofrecía como espectáculo principal el tunga tunga
y/o rock muy poco amigable para estos tiernitos veinteañeros
que nos amontonábamos en la pista.
RANDOM… funcionaba en calle Tillard, tenía una
mascota que era una especie de peluche azul con unas ga-
fas desproporcionadas, los fichines estaban por todo el lugar,
también la deco y el cotillón, la alfombra roja en el ingreso y
la cobertura de distintos fotógrafos fueron un sello del ciclo.
Otro refugio autogestionado que sirvió para cruzar gente y
armar un nuevo lenguaje. Acá entró en juego otra red so-
cial: Flickr. Con la incorporación de las visuales como parte
fundamental de la fiesta, la música compartía protagonismo
con el diseño. Muchas de estas cuentas de Flickr permane-
cen activas. Puede haber sido un signo de los tiempos que el
equipo supo interpretar, sin duda, los pioneros siempre son

105
visionarios, pero creo que tuvo más que ver con la necesidad
de articular distintas disciplinas para darle vida a un univer-
so genuino e innovador. La troupe de RANDOM era gran-
de: Andrés, Pedro D´Alessandro, Rafa Caivano y Fango Vsls
(Laureano Solis y Nicola) lideraban la grilla. Podría decirse
que gran parte de los Zizek Records pasaron por ese escenario:
los mendocinos de Fauna, Villa Diamante, El Remolón, los
mismísimos Frikstilers y otros artistas como Third World Or-
chestra, Princesa y, creo, que alguna vez vi a los colombianos
de La Bomba Estéreo.
En la pista de baile te encontrabas a los incipientes gra-
ffiteros, muchos de ellos se convirtieron en muralistas a medi-
da que perfeccionaron su técnica. Ahí lo conocí a Leonardo
Mansilla y me sumé a la organización del Festival ¡De-Acá!.
Un evento de varios días que combinaba diseño gráfico, in-
dustrial y de indumentaria, con bandas, DJs y, claro, que el
skate no podía faltar.
La última edición que se hizo del ¡De-Acá! fue en el
2009, en el pabellón amarillo del Complejo Ferial. La crew
estaba formada por las hermanas Sasa y Miru Brugmann, que
venían de organizar Arte x Kilo, una feria de diseño donde ha-
bía piezas desde $5. Jonathan Magario (Pupa) se hacía cargo
del área audiovisual y los vjs. Matías Gonzalez (DJ Mash) y
Luis Luchetti armaron tres escenarios con más de 20 artistas:
Carballo, Ezequiel Esley, Finlandia, Gustavo Sierra, Los Loo-
pers, Varicela, Chonza, DJ Rolex, Fede Flores, No-Alineados,
y de la troupe RANDOM… estuvieron Sandro de América
(Lisandro Sona), Pedro y Andres. Recuerdo que durante los
días que duró hubo artistas invitados que pintaban sobre figu-
ras de mdf de grandes dimensiones. Deben haber sido unos 20
muñecos de unos dos metros de alto con distintas formas que
fueron intervenidas. Mi preferido era el de Lucas Aguirre, la
cabeza de una niña asomada hasta la nariz, espiando. Eso está-

106
bamos haciendo todos en realidad, viendo que había más allá
de la medianera, averiguando hasta dónde se extendía nuestro
mundo. Cuando terminó el festival, iniciamos un intento de
muestra itinerante con todas estas figuras, que terminó por
abandonarse ante el enorme esfuerzo que significaba mover
esas piezas y montarlas con dignidad, sumado al presupues-
to siempre en rojo que teníamos. Esos monstruos durmieron
en el garaje de la casa de mis padres algunos años, hasta que
terminaron por decorar una de las sedes de Radio La Crema
después de que ninguno de los autores reclamara su obra.
Nunca entendí como logramos financiar esta tarea ti-
tánica, siendo que nadie nos tiraba una moneda. Sin embar-
go, la premisa era una e innegociable: No hay plan B. A Leo
lo seguí viendo en varias oportunidades, casi siempre en La
Crema. Nos regaló un cuadro de un mono que sostenía un
altoparlante entre sus manos, pieza que decoró el estudio de la
radio por dos años. Con Mash compartimos algunos años de
trabajo en una cadena de skateshop y mientras acomodábamos
los ochocientos pares de zapatillas Vans al último capricho
de la moda, él masticaba el proyecto al que le dedicó todo:
Nébula, un ciclo extraterrestre de drum ´n bass que sucedió
muchas veces en Casa Babylon y que lo llevó luego a vivir de
las baterías y los bajos en Nueva York.
Todo esto pasó entre 2008 y 2010. Fueron años de efer-
vescencia para una generación que experimentaba con todo, y
también con la música, que canalizaba la energía en crear con
una nueva actitud. Ok, sí, acá nadie salía a confrontar con ra-
bia el orden prestablecido. Ok, sí, acá se usaba ropa con dise-
ños lisérgicos y zapatillas, en lugar de borcegos y el monocro-
mo negro. Pero si discutimos que ese estereotipo es EL rock y
es EL dueño de decidir qué es y qué no es rock, entonces no
aprendimos nada. Porque todos estos pibes y pibas estaban
buscando un lugar en una ciudad donde el espacio público

107
estaba (y sigue estando) desbastado, con plazas y puentes in-
hóspitos y policiales. Donde el vigilante medio argentino son
tus propios compañeros de universidad, progres y fachos por
igual. No puedo dar cuenta que esto sucediera bajo un nivel
de conciencia, no puedo hablar por los procesos de identidad
de otras personas, algunos lo habrán hecho de manera más
espontánea o curiosa, otros con más inquietud que con con-
ceptos. A cada uno la revolución que le corresponda. Pasaba
que no teníamos a dónde ir a parar, así que corte de manga y
a inventarlo. Todo esto fue rock porque fue una generación
que, en vez de ponerse a gritar, se puso a bailar y no pidió
permiso, porque no lo necesitaba.

Música y cultura

Como cualquier otra banda, Radio La Crema se gestó en la


habitación de un pibe hablando cosas con sus amigos. En la
planta alta de un dúplex de barrio Alberdi, Javier Casartelli,
Slim Dee, Jay Carreras, Dan Luján, Ale Zuliani y Polo Fes-
ta agarraron unos micrófonos y un streaming. No tengo idea
sobre cómo fui a parar con semejante grupo de inadaptados.
No, en serio, no me acuerdo cómo los conocí, pero puedo
darme cuenta por qué compartí cinco años con algunos de
ellos. En 2009 hablé con Javier para que hicieran la transmi-
sión del escenario de hip hop del ¡De-Acá! Cayeron con una
consola Behringer de 4 canales y un banner de 2x2 impreso
con una letra C en color beige que llevaba una corona y cho-
rreaba pintura. Ese banner también terminó en el garaje de
mis padres hasta que nos reencontramos y pude devolvérselos.
Para junio del 2010 el equipo se había reformulado,
Slim y Ale se dedicaron a la producción musical. Y la tríada
radiofónica se consolido con Dan, Jay y yo. Lucas Aballay

108
nos cedió el altillo de su local de skate, El Garage, en la calle
Marcos Sastre. Era un triángulo de dos metros de ancho en
donde apenas entraban dos mesitas auxiliares y dos sillas. La
consolita Behringer estaba ahí, por supuesto. Decoramos una
pared con un collage pegado con plasticola que seguramente
al dueño del local le costó la yesería. Completaba el mobi-
liario un sillón roto y una barra del ancho preciso para que
entrara una computadora portátil. Con eso nos alcanzaba.
Menos de un mes antes de eso, pasamos por la casa del
Fede /Freshcore para pedirle que rediseñara el logo. Eran los
tiempos primigenios de la Bully Bass y su propuesta estética
llena de colores vibrantes, texturas o mil detalles eran otro
signo de la época. Lo necesitábamos. Por supuesto que el flaco
se colgó y entregó el logo unos días antes de la fiesta de lan-
zamiento, pero no había objeciones. Fue el logo más precioso
del que pude hacer gala en mi vida: circular, con dos puños ta-
tuados chocándose, en el centro las iniciales en estilo college.
Hubo versiones en naranja y fucsia, blanco y negro, verde y
algo más. Elegimos el amarillo y celeste. Ahora sí, era La Cre-
ma: música y cultura. Entonces hicimos una fiesta, en calle
Tillard, en una Random El único medio que cubrió el lanza-
miento fue El Vernáculo.com, con fotos de Octavio Cosacov.
Después fue laburar la propuesta de comunicación, la línea
editorial, el sitio web, las noticias. Como toda transmisión de
prueba, los primeros meses fueron de mucha música.
El año que Radio La Crema estuvo en el altillo de El Ga-
rage empezaron a llegar otras voces que ampliaron el espectro.
Así que no sólo sonaba hip hop. Con Migue Darsie llegó el
jazz y monólogos delirantes: Porca Madonna. Los Hipnótica
pasaron por ese estrechísimo estudio y como no entraban los
cinco que eran en ese momento, se quedaron Nahuel y Her-
nán haciendo Arrogante Rock. Lucas Bulacio, nuestro peque-
ño Bulah, no quería llevar su música en un pendrive porque

109
tenía que hacer una selección previa y sentía que se perdía de
cosas, entonces llevaba su compu con toda su discografía de
hardcore, montado en la patineta.
La Ciudad de Córdoba es un pozo, al menos topográ-
ficamente, es un pozo; culturalmente, podemos discutirlo.
Pero como todo pozo tiene subidas y bajadas, y una de esas
bajadas se convirtió en la meca de los longboarders. Los patos,
cerca de Brujas, en Ciudad Universitaria era el lugar donde
se juntaban los pibes que hacían este nuevo deporte. Para ese
entonces no había absolutamente nada, y me refiero a nada
de equipamiento, usaban guantes de amianto con pedazos de
telgopor pegados para frenar. Cuando todo comenzó a crecer
y a existir una industria, sucede que un pibe no frena y ter-
mina debajo de un auto con resultados fatales. Situación de
mierda, ánimo generalizado de mierda y un legislador conser-
vador con la brillante idea de prohibir el uso de patines, mo-
nopatines, skates y similares en toda la provincia. Mucho eno-
jo por Facebook y discusiones de textos muy largos, conceptos
mezclados, mientras la propuesta avanzaba en la Legislatura
y los medios hablaban burradas colosales en el horario prin-
cipal. La fantástica y siempre efectiva desinformación junto a
la acción coercitiva del Estado: combo infalible y largamen-
te testeado. Acá reafirmo y confirmo que el espacio público
de Córdoba es hostil e inhabitable. Pero si algo te hace feliz,
no queda más remedio que elegirlo y defenderlo, así que allá
partimos con Dan y Jay a contrarrestar la desinformación. El
resultado fue un video manifiesto que tuvo un buen recorri-
do y hubo pibes que entendieron que podía haber un medio
pensado especialmente para ellos, sin marketing ni careteada
simplemente porque lo hacían sus pares.
La Crema había sido diseñada para ser el contenedor y
el puente de todas estas movidas espontáneas y auténticas que
no tenían espacios de difusión en los medios tradicionales ni

110
en los espacios de rock ya consolidados, sucedía que esas dis-
cusiones no tenían lugar. Y como las comunidades comparten
causas, esta fue la salida a la cancha para La Crema. Después
del manifiesto vinieron reuniones en un departamento sobre
Bv. Illia, entre longboarders y skaters, en una batalla de egos y
un tono para nada conciliador. De algún modo, terminamos
todos sentados en el despacho de un reconocido basquetbo-
lista devenido en vicegobernador de la Provincia y el legisla-
dor de la brillante idea, exponiendo datos concretos y reales
sobre el deporte y la industria que había en torno a esas tablas
con rueditas. Proyecto cajoneado. A otra cosa butterfly. Años
después se fundó la ACS (“Asociación Cordobesa de Skate”),
que diseñó y construyó parques públicos en distintos puntos
de la provincia con fondos del Estado, bien por los pibes. Los
longboarders, por supuesto, desaparecieron de la bajada de Los
Patos, los deportistas de alto rendimiento terminaron siendo
unos pocos, y en los shoppings y jugueterías dejaron de ven-
der este tipo de tablas. Algunos aprendimos entonces que,
a las patadas, puteadas y pintadas se le pueden sumar otros
caminos para gestionar ese espacio que se reclama, usando un
poco de inteligencia y otro poco de habilidad cívica. Que la
cabeza está para pensar y no solo para usar gorrito, guacho.
Después del local en calle Marco Sastre, nos fuimos
medio de prestado y medio de ocupas a una casona en Villa
Belgrano, sobre Gobernador Olmos. Le decíamos El Ciruelo
y compartíamos ese espacio con las Hijas del Mal, un dúo
performático conformado por Pía Bertoldi y Sol Montaldo y
un estudio de comunicación visual y fotografía que se instaló
al fondo. No sé cómo nos salía hacer radio. Yo era la única que
tenía formación académica en comunicación y en realidad no
nos importaba eso. Las radios fórmula habían invadido todo
el espectro radiofónico, no había mensaje, no había refugio ni
identidad. Y si íbamos a estar online, sin organismos que re-

111
gularan lo que podíamos o no podíamos decir, entonces está-
bamos dispuestos a jugarle todo al contenido. Es por eso que
los que pasaron por los mics de La Crema eran pibes (varones
en su mayoría) que traían pedazos de sus vidas y de la forma
en la que decidieron vivirla para transformarla en radio. Las
herramientas se aprenden a usar, les decía y después explicaba
que era un separador, una apertura y un pisador. En medio
de toda esta escuela en la que todos aprendíamos de todos,
no sé si hacer radio nos salía bien, pero las fiestas siempre nos
salieron excelentes, y algunas fueron épicas.
En una fiesta primaveral de estilo feria de diseño a la
tarde, tocaron Frutilla Camarosa y Jacarandá, dos bandas que
después se hicieron Cintia Scotch y más tarde se multiplica-
ron en otros proyectos geniales. Migue Darsie seguía presente
con su trompeta y su inusitado talento para el exhibicionis-
mo; Lucas Aballay mantenía su espacio con El Garage Radio.
Con las Hijas del Mal y Maka Pratt ocupamos un espacio
desbordado de poder femenino. Para aumentar el lado de las
féminas, llegó a nosotros Flor Aquín con su programa Disco
Eterno, una incipiente semilla rockera que elevó la vara de
calidad en los contenidos. Aterrizaron en esa época Puro Bla
Black con Catriel Ruiz, por supuesto eran medianoches muy
funkys. Se incorporó Lucio Scelso con La Vieja Escuela, el
ala combatiente del skate punkrocker, que luego fundaría con
su equipo Cabezas de Tormenta, una experiencia colectiva de
vida y producción que aún se mantiene.
La Crema se mudó tres veces más: A un galpón aban-
donado en Alberdi, ahí construimos desde el contrapiso has-
ta la conexión eléctrica de la radio. Al equipo de arquitectos
lo lideraba Adolfo Delgadino, “el Fo” para nosotros, mente
brillante y manos ágiles que de toda la basura industrial que
había dando vueltas, hacía sillones hamacas y muebles. Vien-
do en perspectiva no entiendo por qué durábamos tan poco

112
en cada lugar, posiblemente por la falta de fondos y nuestro
pésimo talento para administrar el dinero. En Il Galponi se
sumaron varios programas más. En algún momento un grupo
de amigos bikers llevaron sus rampas. Y hubo un after colosal
después de una Bully Bass, con DJ Truth, que prefiero que
quede en la memoria de los muchos presentes para evitar bar-
do. Cuando se pudrió todo, nos esperó una casita en Cofico,
hasta que llegamos a un lugar legalmente alquilado de nuevo
en Villa Belgrano. Para entonces se sumó al equipo de Bur-
docracia, Guillermo Bawden y tiramos algunos ensayos ra-
diofónicos juntos, hasta nuestra última experiencia como Feel
The Oink – Llanto de Mudo- en Radio Eterogénea. En esta
última etapa también lo conocí a Juan Manuel Pairone, con
quien compartiría algunos años de El Servicio Postal, blog
devenido en programa de radio que fue emitido por Apolo
Fm y Radio Bicicleta, hoy es sello editorial y el Pai continúa
con su talento por muy fructíferos caminos.
Un rápido repaso por el peregrinaje y la historia de La
Crema, al menos de la parte que me incluye, sirven para po-
ner en evidencia algo que siempre me llamó la atención. Cada
año los programas cambiaban, algunos se mantenían, pero la
mayoría de las producciones externas al núcleo cremoso du-
raban eso: una temporada. Seguramente en el mundo de la
FM eso es un síntoma preocupante o señal de falta de profe-
sionalismo, pero acá nadie buscaba demostrar excelencia pe-
riodística o erudición en alguna materia. La inquietud pasaba
por otro lado, llego a haber un programa conformado por
tres abogados, incluso, no estoy muy segura de lo que signifi-
ca eso: que éramos abiertos, quizás; que estábamos jugando,
seguro; que nos divertíamos, que nos interesaba incorporar
otras perspectivas. No voy a arriesgar una hipótesis, porque
fue algo que sucedió de manera genuina, como pretendíamos
que fuera.

113
En medio de todo esto Vorterix apareció con un modelo
de negocios y de contenidos que claramente nos quedaba a
tres continentes de distancia. Pero la gran duda que nos mor-
día los talones en realidad era saber si los podcasts y las radios
por internet eran un ensayo tecnológico o traerían consigo
alguna transformación. Las opiniones eran varias, Ibope no
estaba dispuesto a perder ni un centímetro de su imperio,
tampoco. Todavía no lo sabemos, pero sí quedó confirmado
que un buen producto, con un público definido puede llegar
y pegar sin importar el canal por el que emita.
Después, simplemente, me quedé sin nada para decirle
a esta ciudad entonces, me fui. Cuando te agarra el silen-
cio es porque ya no tenés más preguntas para hacerte. El
producir por producir y mantenerse activo solo para soste-
ner un espacio de pertenencia, no aporta valor ni construye
nada. Por suerte, fuera de ese -mi- estudio-, seguían pasan-
do muchas otras cosas y otros medios alternativos tendían
puentes entre artistas y público. Voy a insistir hasta que se
me diluya la convicción, que los medios de comunicación
alternativos son vitales para una escena saludable y en creci-
miento permanente. No se trata si podés escuchar esa banda
en spotify o ver entrevistas en youtube cuando quieras. Se
trata de entender que hay vínculos para crear, que hay per-
sonas para cruzar y que de esos encuentros siempre surge
una nueva posibilidad de innovar. Que ante la apatía del
rating y los rankings, tu obra como comunicador es aportar
para que más artistas lleguen a más público. Que al mercado
le convenís aislado, entonces juntarse a escuchar música y
compartir reflexiones es revolucionario. Porque de nuevo,
toda la fascinación que quieras con el fenómeno de las redes
sociales y la eterna disponibilidad de contenidos en inter-
net, ¡sí! ok, todo está ahí, pero que alguien venga a decirte:
“mirá, descubrí esto” o “te traigo este pibe que hace unas

114
canciones hermosas”, eso no viene en un link, pichón. Y a
caso, todo lo que sucede alrededor de la música, y que tam-
bién es rock, es autogestión y es expresión de un movimien-
to, como pasa con la indumentaria, las disquerías, las edi-
toriales o los artistas visuales, ahí sí que no tenés algoritmo
que valga. Entonces, y de nuevo, que haya medios como La
Crema, como Radio Bicicleta, el ciclo de Prefiero Mi Arte,
El Sótano Rock (pionero en las radios online de Córdoba) o
Eterogénea mantienen esto funcionando.
Y acá te tiro la bomba: muchas veces los artistas se ol-
vidan de que los medios alternativos hacen de contenedor. Y
no se trata de rendir pleitesía a nadie, mucho menos a alguien
que se encierra a escribir o a hablar solo, pero decime vos si
sos capaz de olvidarte de la situación que te dio origen, por-
que entonces ahí está la diferencia. Una mano lava otra mano
y cuando el mercado te comió tu calidad humana, sorry not
sorry pero dejaste de ser rock. Si no es auténtico, no lo quie-
ro. Ensayando algunas respuestas a todo esto, me doy con
que son varios los agentes culturales que en algún momento
se cuestionan las formas de producir, el por qué de hacer lo
que hacen, para quiénes y sobre todo la trascendencia: ¿va a
quedar algo de todo esto? ¿Hace falta que quede algo? Si hay
que generar alguna discusión, a mí me gustaría que sea esta;
un poco para no andar haciendo boludeces y otro poco para
ver qué estamos dejando detrás de nosotros, qué le estamos
dando a los que vienen. Quizás pase que Córdoba tiene un
ritmo cíclico, que a veces obedece al recambio generacional
y otras veces a la energía o recursos disponibles que tenemos
para llevar adelante esto. No logramos consolidar la indus-
tria cultural como un modo de subsistencia que sea suficiente
para todos los talentos por un tiempo indeterminado. Hay
picos de actividad, después vienen las mesetas y las nuevas
propuestas, y puede estar bien así.

115
El rock de Córdoba actualmente está sólido y en expan-
sión. No sé qué viene después, me da mucha curiosidad por
averiguarlo. Siempre con la certeza de que donde encontre-
mos tierra quemada, podemos sembrar un nuevo bosque, y
eso en una provincia que se prende fuego todas las primave-
ras, no es poca cosa.

116
2009 O EL AÑO EN EL QUE ESTALLAMOS

Soledad Toledo

La primera noche en la que Belle Epoque abrió, estuvimos


ahí. Fue el sábado 11 de abril de la Semana Santa de 2009.
Hacía un calor inusual y nos habíamos enterado de que se
había una fiesta. La bola se había corrido tanto que algunos
de nosotros nos citamos con otros para encontrarnos allí. Solo
sabíamos la dirección, que el ingreso era gratuito y que no ha-
bía mucho más por hacer. Por aquel entonces, el Ojo Bizarro,
lugar de culto que funcionaba desde 2002, tenía una propues-
ta diferente y las reiteradas clausuras municipales anunciaban
cual presagio que la cosa estaba cambiando.
Claro, nadie tenía plena noción de esto. Sí, como habi-
tués del Ojo…, Dorian, París Bar y Casa Babylon, sentíamos
que faltaba algo nuevo. “Babylon” era y es legendaria, pero
íbamos para las inolvidables fiestas retro, además de tocar en
las recién estrenadas “Esos raros peinados nuevos”1 o a fechas
puntuales en las que tocara alguna banda de nuestro agrado.
Sin embargo, el mes tiene cuatro fines de semanas y nos que-
daban dos para llenar. Quiero hacer hincapié en que la noche
para aquellos que gustábamos más de una escena “alternativa”

1 “Fiesta peinadora, maquilladora de rock and roll para bailar” que se realizaba
en Casa Babylon y detrás de la cual estaba, Tebi y Hurón de Casa Babylon,
Diego Pigini que por entonces trabajaba en el Cineclub Municipal Hugo del
Carril, el periodista de rock Carlos Julio Carballo (A.k.a. CJ), entre otros.
https://myspace.com/esosrarospeinadosnuevos

117
(si se me permite el uso) no estaba ofreciendo algo nuevo más
que algunas propuestas puntuales de fechas en Dorian… o la
mencionada casa de bulevar Las Heras 48.
En ese estanque en el que se había convertido la noche
y, por ende, nuestra vida nocturna, el 2009 traería consigo el
aire de renovación necesario para aquellos que la vivíamos; a
largo plazo, y tomándome ciertas licencias, esa misma onda
expansiva fue fundamental para que en noviembre de 2017 se
dé un festival masivo como El Nueva Generación que se reali-
zó ante unas tres mil personas en el Hipódromo de Córdoba.
Una cosa no podría haber sido sin la otra y trataré de explicar
ese caldo de cultivo desde y como agente y público. Por razo-
nes de delimitación temporal y honestidad intelectual, llegaré
hasta fines de 2011. Sin embargo, eso que se comenzó a gestar
en tres años, fue tan rápido y tan congruente que en los años
siguientes no hizo otra cosa que complejizarse y expandirse.
Por suerte.
El 2007 y 2008 habían sido años raros. La mayoría ya
no íbamos al “viejo” Paris Bar, sobre Calle Independencia, y
alguna vez incursionamos en un lugar “raro” que funcionaba
en el Pasaje Benjamín Gould y San Luis. Facebook comenzaba
a desplazar al Fotolog, éramos pocos los que teníamos un perfil
y nos saludábamos en los respectivos muros cuando alguien
nos “aceptaba como amigo”. Ese era un canal para enterarnos
de lo que iba pasando y, si no había nada, “caíamos” al Ojo,
sitio por excelencia para encontrar a alguien conocido y pasar
un rato bailando.
Aunque esta no sea una reconstrucción desde lo musical,
es necesario hacer una excepción antes de seguir. Como ante-
cedente a lo que vino después y sólo a modo de ejemplificar
de que “la cosa” tenía que renovarse, de esos años previos al
que considero el punto de inflexión es menester rescatar la
formación de dos bandas pop. Una fue Bajale al Magenta, de

118
Alejo Juárez, Eduardo García y Mattu Rock. Y la otra es una
de la cual tuve el placer de formar parte: Pelopincho. Mo-
destia aparte, y aunque a muchos les cueste aceptarnos en la
escena local, el trío que formamos con Florencia Bernasconi y
Marcos Galliano tuvo un sólo leit motiv: la diversión. Y eso no
llevaba a otra cosa que la desfachatez. ¿Por qué las traigo a co-
lación? Porque esos años fueron solemnes y aburridos, chatos
y sin riesgo. No pretendo decir que nosotros (Pelopincho y
Bajale...) trajimos la diversión que faltaba, sino simplemente
reflejar que, en distintos aspectos, la necesidad de que algo
nuevo pasara era un sentimiento generalizado. Nos conocía-
mos todos, nos veíamos todos los fines de semana haciendo lo
mismo y ya no era divertido.

Un personaje villamariense

Villa María era más que una de las grandes ciudades de la


Provincia. Por aquel entonces, era parada obligada de bandas
que llegaban desde Buenos Aires y también era la plaza donde
tocaban sin subir a Córdoba. Fue también el sitio desde el
cual venían los Benigno Lunar, un pop prolijo y sensible toca-
do por chicos humildes y buenos. Y aunque en Córdoba ha-
bía pop, no era como ese. Villa María no era únicamente un
punto geográfico a mitad de camino de Buenos Aires, era una
ciudad donde estaban pasando más cosas que en la Capital2.
La Villa se veía como una vanguardia, como el faro que mar-
caba la novedad. Sin ir más lejos, a mediados de 2008 sur-
ge Indie hoy, un medio online cultural fundado por Rodri-
go Piedra y Matías Ferreyra, por entonces dos “sub20” que
supieron consolidar su propuesta digital enfocada en la es-
2 Para ampliar puede leerse: “Villa María: ¿capital federal del indie?”, 12 de
junio de 2013, rosarioindie.com

119
cena independiente tanto musical, como cinematográfica y
literaria. Hoy, nueve años después, es un sitio reconocido y
legitimado, fuente de información para muchos de nosotros.
Hacia el 2011 comenzaron a organizar fiestas en Córdoba, en
lo que se conoció como Planta Baja, cerca del Registro Civil
de Barrio Alberdi.
Por otro lado, desde allá, y por razones personales, como
siempre sucede, llegó “El Chulo”, Mariano Pérez para la ley.
El embajador del indie que empezó a armar fechas en Cór-
doba a principios de 2009. Algunos, los que formaban parte
de bandas que habían viajado a tocar a Mundo Bar en Villa
María, lo ubicaban, otros, lo conocimos ese año.
“El Chulo” había empezado a armar fechas en su ciudad
natal a mediados del 2002 por una necesidad personal: ver
lo que le gustaba. De hecho, cuando se le pregunta por el
“cómo”, asegura que era una búsqueda más personal que la
idea de producir algo y ganar dinero.
Los años pasaron, se afianzó en su rol, conoció más ban-
das y armó más fechas3. Para el 2009, era prácticamente su
trabajo y alternaba las propuestas con la ciudad capitalina,
donde vivía su novia. Un poco como excusa para venir a ver-
la, otro poco porque le permitía abaratar costos del traslado
de la banda y aumentar el cachet por hacer dos fechas, llegó
con sus primeras fiestas indies a la Docta.
Era un escenario nuevo. El indie platense ya tenía su
Laptra Discos4, el sello que nuclea a bandas como El mató
un policía motorizado, Javi Punga, Bestia bebé, 107 Faunos,
etecé, etecé. El Negro Pérez las empezó a subir a Córdoba.
Primeramente, fueron dos fechas en un local que estaba a la
vuelta del Ojo Bizarro, en la calle San Martín al 800. Entre

3 Registro de las fechas de aquel entonces pueden encontrarse en www.foto-


log.com/elchulo
4 Sitio oficial: http://www.laptra.com.ar/

120
esas primeras, trajo a Prietto Viaja al Cosmos con Mariano y
como sería una postura fija en sus fiestas, invitó a una banda
local que recién comenzaba: Los Frenéticos5. Era marzo del
2009 y ese “verano fatal” iba a durar unas semanas más.
La dinámica era traer una banda de Buenos Aires, que
tocara en Córdoba y Villa María junto a bandas locales. Eso
que a él le permitía tener que costear sólo el traslado de los
porteños comenzó a tender redes, a fomentar contactos, a co-
nocer -aunque sea de nombre- grupos que estaban haciendo
cosas nuevas. O así lo vivíamos desde el público.
Ese marzo, también trajo una novedad, las The Big
Bang Party6 que organizaba junto a Horacio Bevaqua y Alva-
ro Moyano (a.k.a. DJ Sonicnoise). Las TBBP fueron fiestas
itinerantes, comenzaron a hacerse en el tradicional Bar Royal
de Alta Córdoba, para luego yirar en sitios. Eran tiempos
MUY complicados y la clausura de lugares era moneda co-
rriente. Se organizaron unas seis, algunas se trasladaron tam-
bién a Villa María y Río Cuarto. Mariano se fue y entraron
nuevos miembros que continuaron. El blog de las TBBP, en
su descripción habla de un colectivo de gente formado por
DJs, músicos, artistas, gente que también necesitaba nove-
dad y renovación.
El 2009 fue, realmente, un año bisagra. De repente,
empezaron a pasar cosas, bandas indies que venían a tocar
a Córdoba por primera vez; nuevas fiestas en lugares a los
que no habíamos ido antes, como Royal; nuevas propuestas
en lugares ya conocidos, como las Raros Peinados Nuevos en
Babylon, y ya no éramos siempre los mismos. Nos conocía-
mos, sí, claro que nos conocíamos, Córdoba no es tan grande,
pero la novedad en las propuestas quizás nos volvía diferentes.

5 Para oir y conocer a esta banda de surf rock https://losfreneticos.bandcamp.


com/ Al momento de la redacción de este texto, estaban de gira por Europa.
6 http://thebigbangparty.blogspot.com.ar/

121
“El Chulo”, como un agente sobresaliente de ese panora-
ma, afirma que cuando empezó a organizar fechas en Córdo-
ba “había un vacío”; sus propuestas venían a llenar ese faltan-
te porque apuntaba a bandas nuevas que venían a tocar por
primera vez. El asegura que: “faltaban propuestas y, viéndolo
desde el presente, fue muy positivo. Aporté una semilla para
el crecimiento de la escena en Córdoba. De hecho, muchas
bandas siguen yendo por ese puntapié inicial que dí”.

Lo que hice fue desvirgar bandas, en las Fiestas Indie


buscaba acercar propuestas nuevas. Hoy están más
consolidadas, pero en ese entonces recién arrancaban.
Onda vaga, El mató, solistas como Antolín, Mataplantas,
por nombrar algunas, fueron bandas que llegaban a
través de las fiestas que organizaba. No iban a Córdoba
porque nadie les acercaba propuestas o porque las que
les acercaban no se podían concretar. Durante esos años,
también bajé bandas como Fantasmagoria, Peyotes, que
ya no tienen que ver con el indie si no con el rock. Otras
más crudas como Fútbol o la Patrulla espacial.

Como se mencionó anteriormente, cada Fiesta Indie,


tenía una banda de la localidad en la que se realizara. Así fue
que, de Córdoba, algunos de los que participaron fueron
Barro, Un día Perfecto para el Pez Banana7, Nina, Piquillín,
Los quemantes del amor, etecé, etecé. “Invité a participar
a muchos amigos como DJ Sonicnoise o Fer Sánchez, in-
vitaba a hacer propuestas alocadas a gente que me bancaba
y con la que teníamos feeling, para que la tomaran como
propia”, concluye.
Hacia el 2013, dejó de organizarlas en Córdoba pese a
que actualmente continúa haciéndolas en su Villa María na-

7 La banda fue finalista del Concurso “YPF Destino Rock” en 2011. Puede oir-
los en su bandcamp: https://undiaperfectoparaelpezbanana.bandcamp.com/

122
tal. El motivo no fue personal sino más bien operativo. La
escena se diversificó, apareció mucha más competencia y los
lugares donde las programaba ya no tenían espacio para su
propuesta. El desgaste de energía que implicaba ameritaba
replegarse, pero la enseñanza fue el crecimiento personal y la
agudeza para encarar el futuro cercano.
A título personal y como observadora, la semilla que,
entre otros, plantó el “Chulo” con sus fiestas fue mayor para
la incipiente escena. Podría mencionar desde la posibilidad
de generar vínculos entre las bandas locales con bandas de
escenas como la platense que desde aquí se la veía como un
colectivo consolidado; hasta, simplemente, bajar propuestas
nuevas que provocaron que el motor se pusiera a andar otra
vez y que atrajera nuevo público que, a la larga, terminó for-
mando sus propias bandas. Sin embargo, sería injusto pensar
que ese año fundacional es sólo responsabilidad del “Chulo”
y, por eso, amigos, llegó la hora de hablar del “club” de nues-
tros corazones.

La Belle Epoque en cordobé’

Si hay un espíritu que sobrevuela este relato, ese es el recuerdo


de la primera noche que Belle Epoque abrió. Desde ese día y
hasta que la vida diga “basta”, funciona en Lima 373, donde
otrora estaba el espacio de teatro María Castaña y antes de
éste, una sala velatoria. Desde ese día, todas esas fiestas, agen-
tes, bandas, inquietos en general y público que andaba suelto,
encontraron un lugar donde confluir.
La Belle…, surge de dos voluntades: la de Franco Gil
(también conocido como “El Turco”) y la de Alejandro Ruar-
te. Ambos tenían menos de treinta años cuando decidieron
gestar un lugar nuevo (25 y 27, respectivamente) y el motivo

123
inicial es un patrón que se repite: un lugar al que quisieran ir
como público.
Previo a ese sábado fundacional es menester explicar de
dónde venían ambos. Muy poco se ha escrito sobre su origen,
y puede que la nota8 que publicó Germán Arrascaeta en La
Voz del Interior en 2012, sea la única hasta ahora.
Alejandro estaba detrás de Valentina Bar, el lugar de calle
Belgrano cuya fachada evocaba a la película Yellow Submarine
de The Beatles y donde pasaban música psicodélica y latinoa-
mericana, famoso por lo accesible de su cerveza. El Turco, en
cambio, venía de organizar esas fiestas “raras” que habíamos
descubierto en el local de Pasaje Benjamín Gould y San Luis,
mencionadas en el inicio. Siempre el motor es personal y re-
fiere a un estancamiento general:

La época kitsch del Ojo ya no me representaba, iba a


Babylon a ver algunos shows y a 9909, eventualmente
para ver una jam de jazz. Había un nicho que nadie
estaba atendiendo y lo empecé a ver cuándo administraba
‘Gould pub’, ahí fue cuando me encontré con la
posibilidad de generar un espacio y canalizar lo que yo
veía que faltaba en la ciudad, lo que a mí me gustaba
musicalmente, el lugar al que me hubiera gustado ir.

En ese lugar nacieron fiestas como las Total Trash que fue-
ron las que les permitieron posicionarse. “Eran multidiscipli-
narias, había cine, videojuegos, performance, pintura en vivo,
shows, música”. El bar cerró y las TT siguieron la misma suerte
que las TBBP, fueron itinerantes, y el grupo que las organizaba
se fue disgregando. Franco, por su parte, del cierre de ese lugar,
recibió dinero en efectivo y un sistema de sonido básico con

8 “Belle Epoque. Taberna mutante”, 13 de marzo de 2012, vos.lavoz.com.ar


9 En Facebook: 990 arte club.

124
unas luces a tono. A través de un amigo conoció a Alejandro
Ruarte quien, según le habían comentado, buscaba a alguien
para abrir un nuevo lugar o ampliar Valentina Bar. Tras algunas
reuniones en las que hablaron sobre música, proyectos y pudie-
ron generar ideas, decidieron asociarse en partes iguales.
Era diciembre de 2008 cuando comenzó la búsqueda de
lugares que, según afirma el Turco, tenían que estar en la pe-
riferia del centro. Y remarca: “No en Nueva Córdoba, no en
el Abasto”. Por esas circunstancias mágicas que tiene la vida,
un día, luego de caminar y visitar varias propiedades, llegan
sin querer al ex María Castaña y su cartel de “Se alquila” se
convierte en la señal que estaban buscando. No figuraba en
la oferta de alquileres de los avisos clasificados, no lo habían
tenido en cuenta, pero en cuanto llamaron a la inmobiliaria y
pudieron ver el local, lo señaron y se pasaron el verano 2008-
9 trabajando para acondicionarlo.
“Abrimos el 11 de abril de 2009. Yo tenía puesto un
vestido”, evoca Franco.
Yo tenía una cita que terminó trunca, estábamos los
Pelopincho y mi hermano Gonzalo. Nos encontramos con
amigos como Álvaro que quizás aún no era DJ Sonicnoise
pero era amigote. También estaban Horacio Bevaqua, Nicolás
Cantarutti, y un montón de otra gente para la cual éramos
unos NN. Llegamos sin saber muy bien de qué se trataba, nos
encontramos con un sillón en la vereda y gente que entraba y
salía. A donde mirabas había gente. Como pudimos, salimos
al patio y a la Nere Pelopincho se le bajó la presión por el calor
que hacía. Era una pascua atípica, el calor y la humedad nos
invitaron a quedarnos en la vereda un rato. Fue una noche
distinta y volvimos con Marquitos Galliano, riéndonos del
destino de esa noche y unos sms para terminar comiendo waf-
fles en Nueva Córdoba, una parada que se volvería ritual cada
sábado post Belle Epoque.

125
“Turco” recuerda que tenían que abrir sí o sí porque ya
no tenían para pagar el alquiler y les habían concedido un
mes y medio de gracia. Pero como la historia iba a ser feliz,
con lo recaudado esa noche se pusieron al día y no cerraron
más. Sin embargo, recuerda que: “el primer año fue dificilí-
simo hacer espectáculos, había una razzia”. Otro patrón que
sobrevuela esta reconstrucción: la clausura de lugares.
En una época espantosa, la idea de un lugar que fuera la
bella época, fue tentadora. Su nombre, por supuesto, remite
al movimiento socio cultural francés del Siglo XIX. Un mo-
mento dominado por la visión de un futuro próspero debido
a la explosión de la industria europea. En Córdoba, los años
previos a nuestra Belle Epoque fueron años donde parecía-
mos estar estancados, era una época gris, apagada. “En ese
contexto, dijimos: ‘que este lugar sea la Bella Época’, que de
las puertas para adentro sea algo hermoso y libre y podamos
fomentar eso, libertad, amor y tolerancia”.

Ese año lo habilitamos como “bar artístico cultural”,


podíamos hacer espectáculos, pero no se podía bailar
y la capacidad era para muy poca gente, pero iba, la
gente iba. Presentamos lo que pudimos. En una época
sólo pasábamos videoclips en pantalla gigante y música
mientras metíamos papeles [en la Municipalidad] para
habilitarlo con otra figura. En 2010 hay un cambio
de ordenanza, aparece la figura de “resto pub con
espectáculo y baile” que era para proteger a todos esos
boliches de Nueva Córdoba que no tenían habilitación
para funcionar y era un polo económico enorme. Esa
habilitación nos salió recién en 2012. El día que me la
dieron me largué a llorar.

Lo cierto es que amén de su habilitación nosotros empe-


zamos a ir cada sábado. Cecilia Díaz, una de las amigas con

126
las que más noches pasamos ahí, todavía recuerda el cartel de
“Prohibido bailar”, cuando hablamos de esos años. A veces,
llegaban a inspeccionar y prendían las luces, bajaban la músi-
ca y había que dejar de bailar. No era algo que sucediera segui-
do, pero cuando pasaba te hacía sentir cómplice de estar bur-
lando la autoridad en pos del disfrute; los uniformados, sin
quererlo, le ponían un poco de condimento a la experiencia.
Esos primeros años fueron cruciales. En paralelo, en Cór-
doba se venía haciendo desde 2005 una revista digital cultural
que se llamó El Vernáculo10, dirigida por María José Liendro
y Andrés Garrott Beracochea. Por comienzos del 2010, la “in-
cipiente” escena era indisimulable así que la incorporación de
redactores como Juan Manuel Pairone y Facundo Miño y los
que ya estaban como Fernando Bordón, Santiago Pfleiderer,
Elisa Robledo,Octavio Cosacov, entre los 70 colaboradores
con los que contaba, permitió comenzar a reflejar, al menos
ese año, lo que era una realidad. Córdoba, musicalmente, ar-
tísticamente, vincularmente, estaba cambiando y en ese es-
cenario, todos sumaron. Esa fue una decisión editorial que
trató de mantenerse en tanto perviviera la publicación, hasta
entrado el 2011.

¿Por qué es tan importante la aparición de este CLUB?

En primera instancia, ellos se autodefinen en su blogspot


como: “un espacio de difusión artística y cultural de
Córdoba. Nuestra apuesta es tratar de desarrollar una
alternativa artístico/cultural en nuestra retrógrada
ciudad. Este mutante que surge de la fusión de dos
propuestas (Valentina bar y Gould pub) se propone

10 Para consultarla, se puede ingresar a http://es.calameo.com/ y en el busca-


dor ingresar “elvernaculo”, sin espacio.

127
como un espacio para que los artistas puedan mostrar
sus trabajos sin trabas de la ‘elite artística/mercenaria de
Cba’ y sin tener que pagar para poder expresarse; además
de integrar al público como agente activo inmerso en
una dinámica constante de producción e intercambio de
ideas”. En esa descripción tan del comienzo hay algunos
elementos que no son casuales. La escena pedía un lugar
nuevo y la gratuidad para expresarse era otra necesidad.
Asimismo, la noción de un público activo y no mero
receptor introducía una novedad. Incluso, hasta en
la actualidad, son comunes los posteos en Facebook
de fin de año donde la “taberna” pregunta qué banda
querríamos ver en el venidero.

Vamos por partes. Como público (agente activo), Belle


Epoque era el lugar que nos estaba faltando, donde ir cuando
no ibas a Babylon y que de a poco fue reemplazando al Ojo.
Un sitio en el que se escuchaba lo que nos gustaba bailar, la
gente no te molestaba, se respiraba un aire nuevo y podías ir
solo porque SIEMPRE te encontrabas con alguien conocido.
Nos acostumbró a ver bandas que no conocíamos, que de otra
forma no hubiéramos visto y también nos empoderó. Más de
uno que haya sido habitué recordará cuando se armó un gru-
po en Facebook pidiendo que el ingreso volviera a ser gratuito
y no se cobraran $10 de entrada. Eso tuvo dos lecturas. Por
un lado, el público se sentía con el derecho de recuperar las
condiciones de gratuidad, y por el otro, se había vuelto indis-
pensable en la noche.
Para la escena fue un poco más complejo. Por un lado,
las Fiestas Indie que organizaba el “Chulo” comenzaron a ha-
cerse ahí y una Big Bang Party se trasladó a Lima 373 a último
momento porque habían clausurado su lugar original. Belle
Epoque fue un bálsamo donde toda esa gente que quería ver
o hacer algo nuevo, encontramos el lugar. El 2009 fue un año

128
áspero, amigos. De hecho, B.E. no se salvó de la clausura. Era
mayo, llevaban poco más de un mes abiertos y Onda Vaga
venía por primera vez a Córdoba de la mano de ya sabemos
quién. La fecha se hizo igual, pero fuimos apenas unos 200 los
que nos enteramos y llegamos hasta la casa de calle Lima para
golpear la puerta y sentados en el piso disfrutar de un show
acústico de la banda que después se cansarían de llenar Cap-
tain Blue XL. Fueron esos pequeños momentos que hicieron
entrañable a la “taberna”.
Por otro, en su interior se gestó un ciclo formado por un
colectivo de bandas: El Ciclón.

La idea fue hacer un trabajo colaborativo, aunar


fuerzas, intercambiar ideas, armar redes y gestar un
ciclo. Después, por cuestiones particulares de cada
banda quedó en manos de Laura Torres (Fonez) y Javi
García (Los Monkys). Ellos lo llevaron solos mientras
pudieron, pero se cayó porque era a pulmón. Eso fue
un disparador para que se conocieran entre ellos en la
dinámica de laburo, la distribución de roles. De ahí
surgieron un montón de sellos como Lo Fi, Ringo
Discos, entre otros. Fue un proceso muy copado”),
recuerda Franco.

Para los músicos, propiamente dichos, fue algo más.


Franco, convencido de lo que han construido, asegura que

(su aparición) fue un punto de quiebre en tanto que


cambiamos las contrataciones musicales de las bandas.
Pateamos el tablero y terminamos con la política de
tener que vender una x cantidad de entradas o pagar el
espacio para tener una fecha. Nosotros teníamos bien
en claro lo que hacía falta en Córdoba, teníamos la
bebida barata y el ingreso liberado. Después de ocho
años tenemos la cortesía de liberar el ingreso hasta cierta

129
hora, es un guiño al público que, si no tiene guita,
puede venir temprano y pasar gratis y las producciones
son cada vez mejores”. A eso hay que sumarle que tienen
un buen sonido operado por gente responsable que ha
colaborado en la profesionalización que comenzó a ser
moneda corriente y hoy se afianza en otras propuestas.

Esas fueron las condiciones que ofrecieron y que lo


volvieron una meca de la escena independiente cordobesa.
Podías (y podés) tocar sin tener que pagar sonido o con la
posibilidad de que gente nueva te conociera. Puede que aún
no se haya reflexionado lo suficiente sobre eso, pero entrenó
a un público. Ya no ibas a ver una propuesta tal o cual, ibas a
un lugar a bailar, a verte con tus amigos y, de paso, a ver una
banda. Una banda que podría gustarte o no, pero que igual
observabas un rato, la conocías y te retirabas al patio si no
era de tu agrado. Muchas de las bandas que vinieron desde
el 2011 fueron y son público de B.E., y con seguridad han
tocado ahí al menos una vez.
Ocho años a la distancia, Franco no duda cuando repasa
el surgimiento:

cubrimos un montón de necesidades y fue una vidriera


fundamental para el crecimiento y mutación de la
escena actual. Tenemos repercusión en todo el país,
nos ganamos el respeto a nivel nacional; del segmento
underground y emergente es una de las mejores salas
del país.

En su comienzo se lo asoció al indie porque las fiestas


que organizaba el Chulo eran de ese género. Pero Franco y
Alejandro lo conciben de manera más heterogénea.

Es una sala de música en vivo donde también se han


realizado ciclos de cine y obras de teatro, aunque prime

130
la música. Hay un cronograma de propuestas mensuales,
pero no es rígido, “casi todas las producciones son
propias, no compramos producciones de afuera y si
armamos algo en co producción tiene que ser algo que
nos interese y tenga que ver con el concepto estético del
lugar”.

Sin ir más lejos, en 2014 tocó la banda de cuarteto Ca-


chumba en el marco de una fiesta “Varieté Valentina”. Cuan-
do se le pregunta a Franco el por qué, no duda: “Porque sí,
porque había que moverles el piso a los caretas”. ¿Y a qué otra
cosa vino la Belle si no?
De a poco el lugar se consolidó, los años venideros serían
más amables y las clausuras mermaron. El público se renovó,
a esas bandas iniciales le siguieron otras que profundizaron la
idea de una escena cordobesa que nada tenía que envidiarle a
Villa María. El periodismo local, amén de las mencionadas El
Vernaculo e Indie Hoy, fue acompañando de a poco.

El Negro Arrascaeta fue el único que se acercó desde un


medio legitimador como es La Voz, él y Gonzalo Toledo
de Día a día nos daban lugar, pero desde la radio u otros
medios, no. Ahora sí, los medios se han acercado solos,
pero en una época no pasaba.

Hoy B.E. tiene un responsable de la prensa y difusión


que es Danilo Castillo (A.k.a. DJ Danilove).
Párrafo aparte merecen los vínculos que se gestaron y se
mantienen con otros espacios como el hecho de armar pistas
retro en el salón bailable a cargo de Tebi, uno de los alma ma-
ter de Casa Babylon. “Fue un proceso que nos llevó a cono-
cernos, hoy somos amigos. Tendremos diferencias y puntos de
encuentros, pero hemos hecho cosas juntos. Babylon es un lu-
gar legendario que respetamos muchísimo”, concluye Franco.

131
En adelante, el fenómeno es otro y ojalá sea motivo de
análisis en próximas publicaciones. La profesionalización de
los músicos acompañada de chicas que comenzaron a cargarse
la prensa de las bandas al hombro como Natalia Fernández,
Romina Bocco, Rocío Paulizzi, Beatriz Carbel, María José
Liendro, Hebe Sosa, por nombrar algunas, el surgimiento de
una nueva movida pop, la posibilidad de contar con espacios
donde tocar y un público acostumbrado a nuevas propues-
tas hacen que hoy podamos hablar de una escena y que nos
planteemos nuevos dilemas. Pero para que eso sucediera, fue
necesario que hubiera un año como ese 2009 y que toda esa
gente que andaba inquieta buscando o queriendo gestar algo
nuevo, lo hiciera.

132
CUARTA PARTE.
ENTREVISTAS
TITO ACEVEDO. ME GUSTA EL BOLICHE

Extractos de una conversación entre Carlos Rolando y Tito


Acevedo en una larga sobremesa en la ciudad de Carlos Paz.

Tonos y Toneles

TA: Al boliche (no pronuncia otra palabra) lo abro el 18 de


abril de 1976. Plena dictadura. El nombre lo inventé yo, por-
que siempre iba en Rosario a un lugar que se llamaba Corchos
y Corcheas. Un día con eso dándome en la cabeza, se me
viene este nombre.
CR: Tito es bonaerense –de Bolívar-, estudió Medicina en
Rosario y un día pidió el cambio de facultad y así llega a Cór-
doba cursando hasta cuarto año. No se volvió más a la ciudad
de la que es oriundo. Entre su carrera como bolichero, nunca
como productor, nunca pronuncia esa palabra, estuvo al fren-
te del Auditorio de Radio Nacional, fue dos veces Director
de Cultura de la Ciudad de Villa Carlos Paz y estuvo como
Director en el área de Cultura Interior -valga la redundancia-
de la Provincia de Córdoba.
Tonos y Toneles fue el refugio de un grupo de estudian-
tes, intelectuales y gente que buscaba salir de la opresión que
había en ese momento. Empezó como un lugar folclórico y al
poco tiempo la programación se fue poniendo más ecléctica.

135
Tiene un libro que se llama La memoria de los boliches, en
la que cuenta la cantidad de allanamientos que tuvo.

TA: Te llevaban la gente, que es lo peor que te pueden hacer.


Te dejaban sin público. Para colmo vino el Mundial del 78.
Un día vinieron dos tipos impresentables y me dicen que van
a estar en el lugar todas las noches para que no se altere el or-
den durante este evento deportivo. Una noche, cae la policía
y nos meten presos a varios. En la redada caemos, quien te
habla, el actual conductor televisivo, Aldo Lagarto, Guizzar-
di, Juancito Herrera, un flautista de renombre y al maestro
Espidalieri, un concertista de guitarra, entre otros. Cuando
llegamos a la Jefatura de Policía, nos encontramos que las dos
personas que estaban a cargo de la guardia, eran los mismos
que habían estado sentados todas las noches del mundial en
el boliche. Lo bueno es que tuvieron la dignidad de decir que
éramos buenos y que no molestábamos. Después de ese día,
no los vi más.

Lo que sigue son pequeños “monodiálogos” de Tito Acevedo


a partir de distintos disparadores.

Luca. Tonos y Toneles


A esto me lo contó la Peperina. Me recordó que yo estaba
tomando un vino con unos amigos, seguro que estaba hablan-
do del disco nuevo de Los Chalchaleros (se ríe con ganas) y
viene Peperina (Patricia Perea Q.E.P.D) a decirme que el tano
quería cantar. Yo entendí gringo. Fueron tantas las veces que
ese gringo me rompió las pelotas, que al final le dije a uno de
los chicos que trabajaba conmigo que prenda los equipos. Esa
persona era Luca Prodan. Estaba con una una gringa que hizo
la percusión. Con el tiempo me di cuenta de que era Stepha-

136
nie Nuttal, la baterista inglesa que tocó en Sumo. Me lo perdí
enterito a Luca porque encima no le dí bola cuando cantó.

Remeras rockeras. La Falda Rock


Estábamos en una especie de reunión de producción y cae
Mario Luna con una gran noticia. Le habían regalado mil
remeras y un amigo que hacía serigrafía les estampó La Fal-
da Rock. Todos nos pusimos contentos. Íbamos a vender lo
que hoy se conoce como: merchandising. La historia termina
con las remeras prendidas fuego. La marca que las obsequió
(Pespsi) era la competencia de la gaseosa (Coca) que sponso-
reaba el predio del evento. Por ende, ni armando un mercado
clandestino se podían vender.

Miguel Abuelo y Charly


En la segunda edición del Festival de la Falda Rock no se po-
día vender cerveza al público. Entonces me dice Mario Luna
que me arme un kiosco atrás del escenario para venderles al-
cohol a los músicos. Así que lo tenía siempre en la barra a
Miguel Abuelo y Charly. Parte de lo que cobró por ese show,
el abuelo de la nada, lo dejó en esa barra.
Si bien la organización durante el festival les daba algo
de comer y beber a los músicos, eran tantos, que no hubiera
alcanzado la recaudación para pagar el catering. Por ende, si
querían beber y comer más, poniendo de su bolsillo estaban.

Cosas del destino


Julio Avegliano, fue el histórico manager Facundo Cabral,
Marian Farías Gómez y Cecilia Todd y para decirlo de otra
manera: el que lo llevó a la fama a Juan Carlos Baglietto. Con
él manteníamos una buena relación porque siempre traía a
Marián, Facundo y Cecilia a tocar a mi boliche.

137
La primera actuación de Juan (Baglietto) la hace en La
Nueva Trova, el boliche que tuve en Humberto Primo 871.
Hicimos diez días seguidos de presentaciones. Una vez me
saqué una foto con todo el dinero de la recaudación que ha-
bíamos hecho. Cuando termino de contar la plata, viene Julio
y me dice sino se la prestaba para hacer un Obras. Saqué para
pagar el alquiler, los gastos, los que trabajaban conmigo, me
guardé algunos pesos por las dudas y el resto se la llevó. Ba-
glietto en Obras fue un éxito y al poco tiempo me devolvió
mi dinero. Recuerdo, que fueron tres fines de semana de lleno
total, todos los días. Casi no viene, porque el manager tenía
miedo de fracasar…
La historia continúa de la siguiente manera. Un día cae
Mirta, la esposa de Julio, a mi casa con las dos hijitas. Le dice
a Lucía, mi mujer de ese momento, que andaban algo mal en
la pareja y que Julio la había invitado a ir a Bariloche porque
Baglietto tenía una serie de conciertos y de paso aprovechaba
ese paisaje para componer. Yo le dije que sí, con la condición
de ir con nuestras hijas. Lucía opina “… mejor vayan solos,
así tratan de recomponer el matrimonio”. Tanto él como Juan
habían comprado dos Peugeot nuevos. Por esas causalidades,
el auto de Julio sufre un desperfecto, sale del camino, tumba
y se matan los dos. Por suerte, le habían hecho caso a Lucía.
Las hijas habían quedado al cuidado de la suegra.

Mi casa
En ese momento, Juan Carlos Baglietto, Fito Paez, Silvina
Garré, María Rosa Yorio, el “Cuchi” es decir, todos los músi-
cos que venían a tocar paraban en mi casa. No se acostumbra-
ba pagar hoteles porque la plata no alcanzaba. Entonces, los
fines de semana, mis dos hijas dormían conmigo y mi mujer
y en la pieza de ellas, se tiraban colchones porque las camas

138
no alcanzaban para que duerman los músicos. Nadie se quejó
y todos estaban contentos. Eran otras épocas

Alejandro Lerner
Vino a Tonos y Toneles, María Rosa Yorio. Con ella había un
pianista que la rompía. Era Alejandro Lerner. Estaba dando
sus primeros pasos en la música y en se momento tenía un
grupo que se llamaba Solo Pororo, era por el pururú. Lerner
decía que cuando cobraba por algún show, lo único para lo
que le alcanzaba era para esa comida.

Luis Alberto Spinetta


Con Luis no recuerdo cómo nos conocimos, lo que si se, es
que fuimos dos veces a cenar. Lo que tengo en claro es trabajé
en la organización de la gira por Córdoba con la vuelta de
Almendra, vía Mario Luna, porque era como un colaborador
de él. Edelmiro Molinari, es santiagueño y un momento no
sabíamos dónde estaba. Se había ido a Santiago del Estero a
buscarse un monito. En ese tiempo se habían comprado los
cuatro, un Ford Fairlane cada uno para poder estirar los pies y
viajar tranquilo. Ahí lo conozco a Alberto Ohanian, su mana-
ger histórico, un personaje que andaba siempre con una cara
de traste, bien secote.

Alberto Ramón García


Cuando vino Pajarito Zaguri a tocar a Tonos y Toneles, yo no
tenía más nada que ver, pero tenía un boliche que se llamó
Gardel. Continuamente venía a visitarme y me cuenta que
tenía en su cabeza la idea de hacer un disco que se llamara Un
Pajarito a los pies del Zorzal. Me entusiasmó, entonces antes
de que tuviera las canciones, hicimos una sesión de fotos, en

139
la que está Pajarito en el monumento a Carlos Gardel en el
Parque Sarmiento. Quedaron las fotos, pero no el material
discográfico, porque al poco tiempo murió. Un amigo mío,
llamado Miguel Saravia me dice: “justo a vos te vino a tocar
el único pajarito que come carne y toma whisky en cantidad”.

Palabra del Polaco. Es palabra de tango


Una vez vino Roberto Goyeneche a tocar a Córdoba y el
Mono Marquini (Q.E.P.D- reconocido periodista deportivo
de esta ciudad), era íntimo amigo y me dice de irlo a escu-
char. Me lo presenta, nos ponemos a hablar, era una exqui-
sitez estar con él. Tenía un humor ácido que te hacía reír
mucho. Era la vida misma. En un momento de la charla, le
cuento que había traído a Salgán – De Lío y que no había ido
nadie. Terminó de escucharme y me dice: “Vos tenés la culpa,
porque a vos te gusta fabricar bombones y los caballos comen
pasto”. Me quedé mudo. Recuerdo que lo llevamos a cantar
al Colegio Médico. Ese tipo era un fuera de serie. Le iban a
dar un premio en Inglaterra y se volvió porque extrañaba a los
muchachos del taller.
La historia de Horacio Salgán y Ubaldo De Lío se re-
monta al 2 de abril de 1982, el día que Argentina recupera
las Islas Malvinas y entra en guerra con Gran Bretaña. Esa
noche, el dúo que hacía un tango para paladares exigentes
vino a nuestra ciudad y no fue nadie a verlos. Según Acevedo,
la gente tenía miedo por la situación que estaba atravesando
nuestro país. Tocaron para la gente que trabajaba en el lugar
y cuando finalizaron, les tuvo que decir que no había nada de
dinero en la caja. Arreglaron que les iba a pagar de a poco lo
pactado. Ellos estaban en Europa y se habían pagado el pasaje
para venir a nuestro país. Fue así, que en el transcurso de unas
semanas, la deuda quedó saldada.

140
Fito Páez
Se portó mal conmigo. Yo tengo una cinta inédita, que no
la tienen ni ellos, cuando Fito una noche grita: “Viva Perón,
carajo”. Terminando el show, me voy a ver a mi hija que vive
en Rosario y Fito a ver a las abuelas. Vamos juntos hablando
todo el viaje. A la noche voy al bar dónde él tocaba el piano
cuando estaba en su ciudad. Después viene el tiempo dónde
él estuvo muy mal y un día por esas casualidades me lo cruzo
en la calle y el trato fue otro. Luego el éxito. Andaba con dos
seguridad, que me corrieron cuando lo fui a saludar. Chau,
Fito, gracias por todo.

No a la violencia
Me acuerdo que siempre le rompía los kinotos a Mario Luna
por el tema de la seguridad cuando estábamos organizando el
primer festival de La Falda. Tanto lo hice, que en un momen-
to, decide contratar a Mario Luna. Aunque no lo creas, el jefe
de seguridad del Chateau Carreras se llamaba igual que él. En
ese entonces, Mario era la voz del estadio y tenía un trato cor-
dial con él. Lo raro para mí es que me tuve que ir a la ciudad
serrana en el colectivo con todos unos fornidos civiles. En el
viaje tuve una larga charla con el Mario seguridad, dónde le
expliqué como tenía que ser el trato con los chicos que iban
a esos espectáculos. Lo entendió muy rápido y se portó muy
bien. La idea fue clara: “seguridad es cuidar a los pibes, no
cagarlos a palos”. Después no lo vi nunca más.

Dino Saluzzi
Te voy a contar la verdad sobre la detención de Dino Saluzzi
en el Festival de La Falda. Se dijo cualquier cosa. La única ver-
dad es que sí tenía hojas de coca, porque como buen salteño,

141
¿qué va a tener? Pero va preso porque en un momento dice:
“Voy a hacer un tema del Cuchi Leguizamón y de Manuel
Castilla”. No termina de decir eso, que un grupito de pen-
dejos lo empiezan a chiflar. Entonces no tiene mejor idea que
responderle con la siguiente frase: “Déjenlos que chiflen esos
pelotuditos que son unos colonizados mentales”. Esa fue la
causa por la que termina entre rejas. Yo, en La Falda, era muy
amigo de Luis Fanchín, un abogado que hoy trabaja para DD
HH. Conclusión: yo le conseguí el abogado al Dino. Luis se
portó como un señor, no le cobró nada, pero lo único que no
se pudo lograr es que lo liberaran enseguida. Se comió un par
de días encerrado. Mi amistad con Saluzzi es gracias a Litto
Nebbia, porque venía a tocar con él.

Cierre

Hablar con Tito Acevedo demanda concentración y hay que


tener mucha información porque es un Wikipedia mental de
nombres, anécdotas y vivencias. El hombre habla del boliche,
no como un dancer, sino como algo bucólico, el del encuen-
tro con amigos, tomar un vino, comer una empanada o una
cazuela de mondongo y escuchar buena música. En un mo-
mento de la charla, narra sus viajes a Buenos Aires, con Aldo
Lagarto Guizzardi a escuchar jazz. También, sus encuentros a
almorzar o cenar con Juan Carlos Baglietto, los Copla y músi-
cos de Córdoba. Es un amante de la cocina como así también
de la música que hacía en su momento Daniel Giraudo con
“Tambor”. Utiliza la palabra exquisita cuando el arte de com-
binar los sonidos y silencios le gusta mucho.

142
MARÍA PÍA ARRIGONI. LA CHICA QUE ARMA
AL ROCK

¿Cómo llegaste a la producción de espectáculos?


Fue de casualidad. Por esas vueltas de la vida me pusieron a
trabajar en la Municipalidad de Córdoba, al día siguiente de
egresarme del cole. Comencé trabajando en los eventos del
municipio para hacer horas extras. De esta forma me convo-
ca Gustavo Carrara para asistir en producción del Chateau
Rock. Me pusieron de nexo local con la delegación de perio-
distas que traían desde Buenos Aires a cubrir el festival. Tam-
bién trabajaba en la sala de prensa, y en la coordinación de los
hoteles. Me sentí totalmente identificada con esta actividad, y
me di cuenta de que esto era lo mío.
Mi primer Chateau fue el ’86, la segunda edición. Así
conocí a quien fue mi marido, Gabriel Bursztyn, él en ese
momento era el dueño de Arteba, la empresa de Buenos Aires
que hacia la prensa de los Chateau Rock en Buenos Aires.

¿Los Chateau Rock te sirvieron para encontrar marido y hacer expe-


riencia como productora?
Sí. Estuve en todos los que se hicieron desde el ’86 hasta el Su-
per Chateau (1991). También tuve a mi cargo la organización
general del Pre Chateau Buenos Aires, el más grande de todos
los que hicimos, con récord de convocatoria en el Velódromo
Municipal y una duración de 3 jornadas. Por primera vez, el
público votó en forma democrática a la banda ganadora.

143
A esto tengo que sumarle la organización del tour Pre
Chateau Córdoba. A las 5 localidades cordobesas en las que
se realizaba, íbamos con Rouge and Roll como número de
cierre, y elegimos junto a referentes locales la banda ganadora.

Hay un comentario entre las bandas cordobesas, que las de Bs As


no querían que éstas tocaran con todo el equipamiento dispuesto
porque tenían miedo a ser opacadas. ¿Qué podés decir vos?
La verdad es que no lo creo. Tocaban muchas bandas por día,
entre locales o llegadas de certámenes de selección, y el equi-
pamiento era el mismo para todos. Lo que sí solía ocurrir es
que las bandas nuevas no tenían operador de sonido y eran
operadas por el provisto por la empresa. Muchas veces no co-
nocían a la banda previamente. Eso podría haber hecho que
no fuera explotado al máximo el sonido de la banda.

Alguna anécdota que te acuerdes de estos festivales.


No sé si son anécdotas, pero el Chateau era un festival ejem-
plo para la época, tenía una sala de prensa con fax, algo muy
moderno para entonces. En el hoy Estadio Mario Kempes, se
montaba una sala de fotografía, en la que los reporteros gráfi-
cos iban revelando las fotos apenas terminaba cada actuación,
y en un período breve llegaban las imágenes en blanco y negro
a la sala de prensa. Cada diario y revista, elegía la toma que
más le gustaba para ilustrar su nota.
Había máquinas de escribir eléctricas y teléfonos, donde
los periodistas podían sentarse a escribir sus notas, y luego
transmitirlas por fax o por teléfono.
En uno de los Chateau, a los periodistas se los trajo en tren
desde Buenos Aires y se los trasladaba desde el hotel al estadio
en un micro de transporte urbano. Muchas veces iban mezcla-
dos músicos, productores y periodistas en el mismo micro. Se
formó más de una pareja periodistas y músicos… antes de que
pidas nombres, advierto de que soy muy desmemoriada.

144
¿Cuál fue el primer show internacional que organizaste en Córdoba?
El primer concierto internacional grande fue Roxette en el
‘92. No se sabía si Córdoba acompañaría porque no había
antecedentes, se hizo una sociedad para hacer el show de la
banda sueca que estaba en la cresta de su carrera. Habíamos
hecho el Congreso Mundial de Intendentes para la Munici-
palidad de Córdoba y conocimos a Cristina Schwander, que
era la gerente del Hotel Dora, decidimos tomar como base de
operaciones este hotel.
Lo remodelamos temporalmente, hicimos canje con
mueblerías, y cambiamos los muebles de las suites que ocupa-
rían ellos, la pre-producción duró 3 meses. No había equipo
en esta ciudad para un recital de esa característica así que lo
formamos con los chicos que habían colaborado en el mon-
taje de la muestra de Soda Stéreo, muchos de ellos miem-
bros del fans club, y muchos otros que venían a ofrecerse para
aprender. Por día armaba listas interminables de tareas o com-
pras que debían hacer para ir preparando todo lo necesario
para el momento del show. Por suerte, pudimos cumplir con
todas las exigencias, el concierto fue un éxito, se vendieron,
prácticamente, la totalidad de las entradas y, por si fuera poco,
nos tocó un día estupendo.

Cuando vos empezaste en el rubro producción no había muchas


mujeres haciendo lo que vos hacías. ¿Quién te lo enseñó? ¿Cómo
lo aprendiste?
Cuando yo comencé, prácticamente, no había mujeres. De
hecho, yo conocía una sola que hiciera realmente producción
de campo, no de oficina, que fue quien me enseñó mucho de
este rubro. Estoy hablando de Monica Berge, una ex Rock &
Pop que era mi jefa en mi etapa de Buenos Aires.
Hoy, incluso, no hay muchas mujeres a cargo o como
cabeza de producción. Generalmente, lo lideran hombres,

145
pero creo que tiene que ver con que es muy sacrificado este
rubro, te tiene que gustar mucho y estar dispuesto a vivir para
esto. Los equipos técnicos de montaje son mayoritariamente
de hombres, hay que pasarse el día entero en los estadios, si-
guiendo los cronogramas de obra, hay que lograr el respeto
de los colaboradores, y hay que saber de todo. Creo que me
ayudaron mucho mis años de ingeniería.
Cada montaje significaba muchos días sin volver a mi
casa, viviendo con mi equipo de trabajo, mucho estrés. No
estar presente en acontecimientos familiares como, por ejem-
plo, estar en un estadio en el momento en el que mi hija cortó
su primer diente, que me lo cuenten por teléfono y no poder
salir para ir a verla.
Con respecto a qué decían y dicen los técnicos o gen-
te de armado al ver una mujer dándoles órdenes, creo que
el respeto se gana. Yo nunca pedí algo que yo no hiciera, al
momento de cargar un camión era la primera que cargaba, o
al momento de desmontar, era la primera en estar enrollando
cables, y podía corregir y enseñar.
Durante mucho tiempo mantuve una escuelita perma-
nente donde enseñé a muchos de los que hoy trabajan en esto,
cómo se hace, cómo hacer prensa hasta evaluación de los cos-
tos para medir la viabilidad.

¿Qué cosas creés que cambiaron en el armado de espectáculos en


Córdoba?
La actividad se profesionalizó. Antes, la actividad era muy in-
formal. No existía una carrera que te enseñe cómo ser produc-
tor. Uno se pegaba a los mejores y de cada uno aprendía algo.
Hoy existe la posibilidad de que lo que antes te llevaba años
de ensayo y error, lo podés aprender en un año.

146
¿Qué granito de arena aportaste vos para que estos cambios ocu-
rrieran y, a la vez, qué aprendiste con todos estos años dentro de la
producción de espectáculos?
Creo que esto lo tienen que decir los otros, no yo. Pienso
que ayudé a que la gente viva de esto, que no sea una changa,
como era antes que buscábamos a la gente yendo a barriadas
y viendo quién podía venir a trabajar un par de días. Hoy,
muchos se dedican a esto, haciendo de esto una profesión. Y
muchos de los profesionales que hay ahora comenzaron tra-
bajando conmigo.

147
PEPERINA. BREVE HISTORIA BREVE

Santiago Aguirre y Héctor Starc

Cuando se gestó esta canción no existía el movimiento “Ni


Una Menos” y la palabra bullying estaba por inventarse. Lo
concreto es que Patricia Perea vivió buena parte de su vida tra-
tando de sacarse el tatuaje que no llevaba coloreado en su piel
pero sí en su cabeza de ser la chica que: “… trabaja en los reci-
tales, vive escribiendo postales y duerme con los visitantes...”.
La canción se editó en el disco Peperina de Serú Girán y
fue tocada por primera vez en vivo en Obras, en septiembre
de 1981. Dos años más tarde, en diciembre, Charly García
presenta Clics Modernos en el Luna Park y dice: “Voy a tocar
un tema de una chica que le gustaba ir a habitaciones de mo-
teles, a ver si le daban algo. Y cuando no le daban, se enojaba.
Decía: ‘Ay, estos chicos, qué mal que tocan’. Ahora vienen
hasta periodistas hombres... ¡lo que es el destape, viejo!”, bro-
meó García en esa ocasión.
Una charla con Santiago Aguirre, productor del Show;
Héctor Starc, sonidista de Serú Giran y la crítica de la revista
imaginario, permiten ahondar en el recital que la banda dio
en Córdoba y sobre Peperina.
Aguirre: El recital se llevó a cabo el 16 de noviembre
de 1979 en el Club Municipal de Alta Córdoba. Vinieron
a hacer una remake de la presentación de “La grasa de las
Capitales”. Me contacté con ellos a través de Alfredo Rosso.
Fui a su casa de Belgrano y se trazó el recital. Fui muy cara-

148
dura porque solamente había organizado cosas muy chicas en
Córdoba. Pero él fue muy generoso conmigo en enseñarme
algunos trucos.
El sonido en los recitales de rock era habitualmente
malo, pero Héctor Starc era un estúpido y muy jetón, gene-
raba mala onda por donde pasaba. No le gustó el club, no le
gustó el escenario y se quejó todo el tiempo, pero al sonido
no lo mejoró.
Una semana antes, cuando estaba la publicidad en la ca-
lle y en el programa de Mario Luna, me entero de que una
organización de beneficencia para niños traía a Billy Preston,
el quinto beatle, un numerazo para la época. Fui a hablar con
los organizadores, para ver si podían cambiar la fecha, ya que
ellos no habían hecho publicidad y se negaron. Llegado el día,
estábamos armando para que subieran los del grupo soporte
y viene Grinbank a decirme que alquile un par de ómnibus
para traer gente desde Junior porque se había suspendido Bi-
lly Preston. Admirando la cintura de Grinbank, un empresa-
rio; yo, un neófito. Eso hice y se llenó el Municipal. La banda
soporte fue Fauno, no me acuerdo quien me la recomendó,
eran una especie de sacerdotes; sí, uno era cura.
Del recital, en términos económicos, salí hecho. No te-
nía sponsors, aprendí cosas gracias a Daniel Grinbank, sobre
todo, que los músicos en estas producciones son personas y
no hay que cholulear.
A Patricia Perea la conocía de verla en recitales, no era
bonita, pero tenía desparpajo y un enojo constante. Cayó al
asado que organizamos después del recital, por pedido de
Grinbank, y se peleó con Charly. Yo no estaba cuando ella lo
agredió. Solo vi a Charly diciéndole que lo dejara de molestar.
Patricia era jodida.
Con el único músico que charlé fue con Moro. García
muy amable y caballero, habló con mi mujer y con mi cuña-

149
da, todo muy bien y tranquilo. En mis gustos personales y
en lo profesional estaba lejos de la estética de Serú Girán, lo
revisé a partir de Charly García solista. Así me enteré lo de
Peperina mucho tiempo después. Mi mujer me comentaba
aquella discusión durante el asado, me contó que Patricia Pe-
rea lo agredió mucho a Charly y que él se comportó como un
caballero hasta que la paró en seco. Charly es un compositor
de fuste y Patricia Perea es una chica que la luchó mucho en
un espacio que, en ese momento, era muy machista. Nunca
tuve relación con ella, nada más que el saludo, así que no me
involucré mucho en saber lo de Peperina.
Patricia Perea, escribió una crítica sobre este recital para
la legendaria revista El Expreso Imaginario. Retomamos algu-
nas de sus líneas:

Por segunda vez en el año se presenta Serú Girán en


Córdoba. Esta vez la cita se concertó el día 16 de
noviembre en el Club Municipal. Asistieron 2.600
personas cada una de las cuales pagó $7.000 para entrar.
¿Valió la pena? Rotundamente, no. Participamos de un
espectáculo decadente (conste digo espectáculo y no
concierto) en el cual García empleó más su cotizado
tiempo en hacer híbridas cabriolas sobre el escenario
que en usar sus teclados.
Donde los temas “grasosos” fueron desprolijamente
ejecutados y en más de una oportunidad interrumpidos
y acortados. Las voces no se explotaron como en otras
oportunidades: se escucharon turbias y desafinadas.
El clima general no fue festivo sino histérico y
burlonesco (¿quién es el caradura que se anima a
llamar alegría a semejante farsa?): el público, promedio
general de 15 años, me recordó a los fans de Sandro o
cualquier otro “star”, consecuentemente se desenvolvió
sin aportar nada a la realidad sensible: sólo se

150
exaltaba poseído por su frenesí mítico en una postura
exacerbadamente idólatra.
Si Charly, a lo largo de su carrera, pretendió ser la Marilyn
Monroe del rock versión masculina francamente les
digo que en Córdoba ya la ha emulado.
Si lo que pretendió es hacer música y comprometerse
con la denuncia implícita en La Grasa de las Capitales
(¿o es sólo otro de los recursos lucrativos?) es mejor que
comience a rebobinarse un poco a sí mismo lo que ‘está
haciendo.
Lo mejor, por no decir lo único musical, fue una zapada
entre Moro y Pedro. También algunos punteos de
Lebón. ¿El resto? Una serie de tics musicales, de nuevos
temas interrumpidos continuamente por nostalgias muy
trilladas (cuando Charly tocó Fabricante de Mentiras un
sector del público gritó: estamos en la generación del
80, García) de saltos, contorsiones y movimiento a la
Presley por parte de García.
Síntesis: relajamiento e inconsistencia total, en fin...
Un punto aparte se merece el sonido: Starc, algo bastante
encolerizado por mi comentario sobre su sonido a los
grupos locales en la reunión anterior y en un elogiable
intento de reivindicación se lució esta vez con el sonido
para Fauno, grupo cordobés que secundó a Serú Girán.
Transcribo fidedignamente palabras de Héctor al
respecto: ‘Nosotros venimos preparados para una cosa
y sin previo aviso, en la misma fecha del concierto, nos
dicen que otros grupos tocan con Serú Girán. Como
te imaginás, un sonido en estas condiciones, sorpresivo
y probado a los apurones no puede ser correcto.
Lamentablemente después tergiversan las cosas y dicen
que uno tiene más la voluntad o boicotea el sonido
premeditadamente. Por eso es que prefiero negarme
a hacerle sonido a grupos con los que no trabajo, que
desconozco; insisto, el sonido sale mal y creen que lo
hacen a propósito’.

151
Por último y como un testimonio más para recuperar
aquella noche en el Club Municipal, esta es la versión de
Héctor Starc.

¿Cómo llegaste a ser sonidista de Serú Girán?


Muy simple. En el 75 me fui con los Aquelarre de gira a Es-
paña. Ahí quedé impresionado con el sonido de las bandas de
la madre patria. Cuando se disuelve la banda, decidí que toda
la plata que tenía la iba a invertir en equipos e iba a armar
mi propia empresa de sonido. Viajé a Londres a comprar la
consola y los amplificadores, y después a Nueva York a buscar
parlantes y bocinas. Daba comienzo a Starc Sistemas de Soni-
do, empresa que tuve con ese nombre hasta el 2001. Lo con-
creto es que un día me llamó David Lebón desde Buzios y me
dijo que estaba con Charly armando un conjuntito, que iba a
estar Morito y un pendejo nuevo que no lo conozco pero que
se llama Pedro Aznar. Le digo que no puedo porque estaba
armando los equipos y cuando vuelven de Brasil me llaman
para que les haga sonido. Por cuatro años fui su sonidista.

Patricia Perea, en su artículo en Expreso Imaginario, habla bien


de vos por el sonido que le hiciste al grupo local, cosa que no habías
hecho en ocasiones anteriores. ¿Qué recordás de ese show, en el que
surge Peperina?
Te digo la verdad, no recuerdo nada. Pero cuando tocaba un
grupo antes, Daniel Grinbank, arreglaba todo para que no se
modificara la ecualización que había armado y que no hubiera
movimientos de cables.

El productor habla de una discusión entre Patricia y Charly en el


asado post concierto. ¿Vos estuviste? ¿Sabés porque se pelearon?
Claro que me acuerdo. Estábamos en un quincho y de pronto
oigo que García le grita: “Por que sabés lo que sos vos. Vos

152
sos la peperina”. Entonces, cuando escucho esto, le pregunto
a Charly qué había pasado. Me contesta: “esta boluda viene
escribiendo notas de mierda desde Sui Generis”.
Te digo, si escuchás la letra, te darás cuenta de que García es
una persona muy gráfica y tiene una capacidad descriptiva
muy grande. Yo en esa época tomaba mucho alcohol por lo
que los recuerdos son esporádicos y no me acuerdo bien si
Daniel Grinbank se la quería levantar.

Después de ese show, la volviste a ver a Patricia?


Sí. Yo también quise tener algo amoroso con ella. Fue una vez
cuando toqué en Córdoba. Después del concierto fui a su casa
pero no pasó nada.

¿Qué se te vino a la cabeza cuando escuchaste la canción? ¿Cuál es


para vos la historia oculta detrás? ¿Una crítica pudo haber puesto
tan nervioso a García?
Yo me hubiera puesto contento si Charly me hacía una can-
ción. Es un buen tema, tiene mucha polenta. A pesar de que,
para García, es una canción más de las que tiene. Para mí, no
hay nada oculto en el mensaje. Él, desde muy chico, se tuvo
que hacer cargo de las críticas y, tal vez, en ese momento,
estaba cansado.

Nota del entrevistador: Durante esta charla con Starc


él se entera que Patricia Perea falleció. Hablamos de lo duro
que había sido para ella ser Peperina. Patricia Perea falleció el
domingo 18 de septiembre de 2016. Tenía 56 años.

153
JAIME SERVENT. THIS IS ROCK AND ROLL
RADIO

Cuando recién se empezaba a conocer la sigla FM, que no


significaba Fabricaciones Militares, sino Frecuencia Modula-
da, en Córdoba apareció una radio que hizo cultura rock. En
esta emisora, la FM A Galena, antes de que Mario Pergolini se
convirtiera en el líder absoluto de la mañana porteña con su
programa ¿Cuál es?, ya había uno acá, homónimo del que no
se reclamaron derechos de autor porque nadie piensa en que
se lo “tomaron prestado”. A continuación, una breve historia
de una radio que de A Galena pasó a ser X, para un día desa-
parecer, en la voz de Jaime Servent.

¿Cómo se te ocurrió armar una radio?


En el año 1987, tenía 23 años, estudiaba periodismo y Fran-
co, un vecino técnico en radiodifusión, armó un transmisor y
quería probarlo. De acuerdo con él, un grupo muy fluctuante
en sus inicios, generamos contenido y nos jugamos a ver qué
pasaba, para la época el hecho era supuestamente clandestino.
La Galena fue la segunda o tercera frecuencia modulada
en Córdoba y su nombre estuvo basado como un homenaje a
las primeras radios, a la piedra a galena.
La Galena fue la primera radio en ser reconocida por
su programación cultural, por dar cabida a múltiples voces.
De hecho, era bastante ecléctica, sonaron todos los géneros
musicales y estilos. No queríamos un solo porque hasta ese

154
momento, las que había eran monolíticas, elitistas e inacce-
sibles. Estaban pasando muchas cosas en Córdoba, había un
movimiento under muy fuerte y sentíamos que había que re-
flejarlo como válido. Era una respuesta cultural a la dictadura.
No solo como un movimiento político y militar sino cultural.
Nos amenazaron muchas veces y fuerte, éramos una amenaza
a “la normalidad”, poníamos en los primeros tiempos, Océa-
nos topográficos de Yes u otras rarezas absolutas. Estamos
hablando del año 1988, hacía cinco años que estábamos en
Democracia y todavía te miraban mal por usar remera negra
y tener el pelo largo.

Lo contracultural no siempre genera ganancia. ¿Cómo se financia-


ban?
En los primeros tiempos era un voluntariado absoluto. En
un momento, planeamos hacer una cooperativa. Nunca la
vimos con visión comercial, siempre lo sentimos como un
factor contracultural. Lo económico era secundario. Con los
conciertos que organizábamos y algunas pautas manteníamos
los gastos fijos.

Mencionabas las amenazas, pero estábamos en democracia. Por lo


visto, la mano de obra desocupada seguía en funciones.
Trabajaban a full y nosotros a pesar de no tener partidismo
político, con solo pasar rock and roll y no repetir las con-
signas hegemónicas, éramos amenazados permanentemente.
Una vez, llegamos a la radio y había un paquete envuelto para
regalo con dedicatoria y amenaza de bomba. Nos asustamos,
así que llamamos a la policía. Resultó ser una bolsa de ba-
sura, pero teníamos que ser precavidos porque era habitual
que, cuando terminábamos de decir algo al aire, iba música e,
inmediatamente, nos llamaran y nos hicieran escuchar la gra-
bación de lo que terminábamos de decir o cosas por el estilo.

155
Eras muy joven cuando empezaste con la radio. ¿Cómo hiciste para
tener la licencia?
No la teníamos. Regía una ley de radiodifusión de la dicta-
dura del año 1981, dónde las FM no estaban contempladas y
había un vacío legal. Igual nos combatían muy fuerte, sobre
todos de los grandes medios. Creíamos que pronto vendría el
decomiso de los equipos, entonces teníamos un cassette que
se llamaba: “Ojalá nunca” y, habíamos instruidos a los opera-
dores para que en caso de que viniera un oficial de justicia o la
policía, lo tenía que poner y comenzar a grabar. El principio
legal en el que nos basábamos para estar al aire era que todo lo
que no está prohibido, está permitido. La ley de radiodifusión
decía: “está permitido transmitir en AM”. No objetaba, en ese
año 1981, la transmisión en FM, por lo tanto, teníamos luz
verde para hacerlo. Por eso nunca fuimos presos.

¿Y cómo la lograste?
La sociedad nos trataba al principio como trucho, los de la
radio clandestina. Un día, alertas y preparados a resistir, re-
cibimos una citación a través de una carta documento del
COMFER, que en ese momento estaba en la calle Olmos.
Acompañado de mis amigos y socios, fuimos a enfrentar la
situación. Cuando llegamos había bocaditos, champán y nos
estaban esperando. León Guinsburg, un riojano que estaba
de interventor del organismo, nos entrega a nosotros y a otras
cuatro radios del interior del país, el primer Permiso Precario
y Provisorio (principio de licencia), para tener la frecuencia.
Es que había una instancia administrativa previa, al-
guien nos había denunciado que en un programa de la noche
se decían malas palabras. Ese envío era La Jaula de los Burdos.
Gracias a esos “improperios”, quedó en el registro oficial de
que estábamos al aire. Finalmente las radios alternativas fue-
ron aceptadas por la sociedad y nosotros obtuvimos la licencia
sin pagar un centavo ni ningún favor político.

156
¿Gracias a “Los Burdos”?
Sí. En esa primera FM A Galena, Horacio Aizpeolea, a quien
conocía de la facultad, me acerca un demo que le habían re-
chazado en los SRT. Cuando lo escuché, me encantó y les
dije que sí. Pero, las ocupaciones de ellos y la forma en que
insultaban (algo normal hoy, pero no en aquella época), hizo
que empezaran los martes a las 2 de la mañana. Como el pro-
grama andaba muy bien, los pasé a las 22hs y con repetición
los jueves. El único teléfono que había saturaba de llamados e
iba gente a verlos en vivo. Eran un verdadero fenómeno.

Tenías la frecuencia, los principales periodistas que hoy están en los


medios masivos de comunicación de Córdoba pasaron por la radio,
pero la A Galena cumple su ciclo y aparece la X.
A la X la armamos en Plataforma con una nueva sociedad que
se jugó fuerte por la propuesta. Antes de que Vorterix dijera
que es famosa por ser radio – teatro y transmitir los conciertos
en vivo, nosotros ya lo hacíamos. La emisora tenía vista direc-
ta al show y a la calle.
La X fue la única radio de rock en Córdoba, hasta que
apareció Rock and Pop y me llevara a la gente que estaba
trabajando en esa radio. Vino un empresario de medios, que
estaba en esta última emisora y, me propone llamarme como
su homónima de Buenos Aires, con la propuesta que el 70
por ciento de la pauta fuera de ellos, que los shows también
les pertenecerian y que a su vez los gastos de mantenimiento
correrian por cuenta mía. Imposible de aceptar. Eso fue en
noviembre del ‘94. En 1995 y después de remarla casi un
año, tuvimos que vender la frecuencia. La radio de Buenos
Aires nos sacó los shows, la principal fuente de financia-
miento nuestra.

157
Nota del entrevistado: La A Galena y la X formaron
parte de las emisoras denominadas “alternativas”. Cuando Jai-
me Servent habla en plural: “la armamos”, se refiere a Gabriel
Mahieu, Hernán Sonzini, Milkes Malakkian o Pedro Servent,
sus socios en la primera; y a Diego Redoni, Fernando Buo-
ra y Ernesto Montalvo, en la segunda. “Los Burdos” fue un
programa satírico- humorístico integrado por Sergio Zuliani,
Tincho Siboldi, Horacio Aizpeolea y Raúl Dirty Ortiz, en-
tre otros. La Galena fue distinguida con el “Premio Nacio-
nal Sin Anestesia”, por su labor y compromiso por los valores
democráticos y aporte a la multiplicidad de voces. Ese años
compartimos premio entre otros, con Antonio Gasalla y Jorge
Lanata, con quien subí a escenario a recibirlo (!).

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TINCHO SIBOLDI. YO PEGUÉ UN HIT

Cuenta la historia que en la despedida de soltero de un amigo,


Siboldi bebe de más y empieza a sentirse mal del estómago
pero eso no es impedimento para continuar con lo que hoy
se denomina caravana. El tour diagramado al azar tenía una
parada en un cabaret. Cuando la comitiva llega al lugar, el
hombre que integraba Proceso a Ricutti se detiene frente a un
árbol para anticipar el festejo de la pachamama. Mientras esto
se llevaba a cabo, en el lugar dónde las chicas te dicen que sos
el más lindo de todos, previo pago, sonaba a todo volumen
“Yo fui relator de salto en alto”.
El hombre no entró porque los amigos decidieron ir a un
bar. Se recompuso y unos días después lleva a sus chicos a la cale-
sita y entre la banda sonora estaba “Yo fui relator de salto en alto”.
Su fama se incrementó cuando firmó un autógrafo, lle-
gaba a un bar y lo invitaban a tomar cerveza gratis. Su peso
corporal se incrementó por los asados que lo tenían como
protagonista. El pago era cantar el hit del momento: “Yo fui
relator de salto en alto”. “Esto es ser una estrella de rock en
Córdoba”, me dice riendo Tincho Siboldi.

La elaboración del hit

Yo fui relator de salto en alto fue un hit grupal, que nació


principalmente con una línea de toque nuestra, sobre todo

159
de Paco Ferranti y mía a la que después Dirty Ortiz le agregó
letra. La forma de composición era rara. Nosotros hacíamos
la melodía y cantábamos en un inglés chapucero. Después
venía nuestro poeta y le decíamos cómo era la métrica, en qué
sílabas había que acentuarla, cuánto duraba el estribillo y que
estrofa era más larga y cuál la más corta. También, para no
ser menos, el título de la canción. Así de difícil era. Pero así
funcionaba nuestro letrista.
En este momento, el periodista le dice a Tincho Siboldi
de que Dirty Ortiz no sabe tocar ningún instrumento, lo que
aumenta aún más el valor de su función.
Tincho vuelve sobre la historia y dice que “Yo fui relator
de salto en alto”, era un título de él que tenía en un cuaderno,
lleno de supuestos rankings de grupos que sólo existían en
su imaginación y cuyos títulos eran absurdos como “Si fuera
menos chagásico” y “Desnudo en Siberia”, entre otros.
El día que Dirty trajo la letra estaba lista en un 90 por
ciento, si mal no recuerdo. Se le hizo un par de retoques,
pero en el momento de cantarla, sentí que algo iba a pasar
con este tema. Lo de este señor letrista, era de una eficiencia
alienígena, porque trabajaba en condiciones que cualquier
otra persona sin tanta creatividad como la de él, nos hubiera
mandado a sacar la basura. Pero a él le encantaba este método
de trabajo y era un desafío que se había puesto.

La letra
La misma narra la historia de un buscavidas que descubre
solamente la redención en el rock. Lo único que nosotros
habíamos descubierto era el rock. El resto era todo ficción.
Nosotros como banda, queríamos letras raras, diferentes y
Dirty cumplía con eso. Como funcionaba, nadie discutió
el mecanismo.

160
Pegar el hit
Significó un contrato discográfico con un sello de Buenos Ai-
res. Por ende, cumplimos el gran objetivo. En el 87, la histo-
ria era grabar demos en cassettes, distribuirlos por las radios
de Córdoba, hacer algunas notas y nada más. Con el disco,
el mercado se amplió. Pero antes de la grabación, nosotros
tuvimos un gran concierto en el Chateau Rock que coinci-
dió que justo había varios periodistas de Buenos Aires, que
fueron temprano a hacer su trabajo. Cuando termina nuestro
set, se nos acercan y nos piden material de prensa. Después
nos enteramos, porque nos llamaron dos o tres sellos, que
en Córdoba estaban buscando una banda para cubrir cierto
punto geográfico, como para ver que se estaba gestando en el
interior y “Yo fui relator de salto en alto” fue la llave que abrió
el estudio de grabación.
Cuando llegamos a grabar, estábamos re-aceitados. Nos
pusieron un director artístico simbólico que fue Julio Presas.
No habló nada. Lo único que me acuerdo: “Está todo bien.
Grabemos”.

Con el disco bajo el brazo


Tuvimos que empezar a trabajar con una agenda, que era muy
casera, armada por nosotros, pero que estaba buena. Alquilamos
un colectivo, llamamos al Gato Negrini como sonidista y al Cha-
cho Quiroga como iluminador, y salimos a tocar por los pueblos
de Córdoba, a los que nunca una banda de rock había ido. Com-
partimos algunas de esas giras con Pasaporte y los dueños de los
boliches nos decían que nos contrataban por el relator.

Buenos Aires estaba lejos


La primera sugerencia que recibimos después de grabar fue
que nos mudáramos allá. Pero como en Córdoba cada uno

161
tenía compromisos laborales y estábamos cómodos, a esa idea
la desechamos. De hecho, cuando a finales de los 80, se viene
la crisis económica, festejamos, por decirlo de alguna manera,
haber tomado esa decisión. Porque lo primero que hace la
compañía es dejarnos sin contrato. Por ende, nos tendríamos
que haber vuelto derrotados o tal vez no, pero creo que la pri-
mera opción es la correcta. En el caso nuestro, la estrella del
sello era Fito Páez y seguían Los Violadores.

Inspiración y transpiración
Se dio con Ricutti... esa alquimia. Cuando tuvimos el hit,
todos pensamos que íbamos a vivir de la música. Porque la
banda tenía buenas letras y encima un hit. Hay grupos muy
grosos que nunca tuvieron una canción que sonara en las ra-
dio como lo hizo “Yo fui relator de salto en alto”. Vos ibas a
otra provincia y estabas sonando.

Éxito si, plata la justa y necesaria


Económicamente no rindió a nivel derechos de autor y com-
positor porque los acuerdos eran leoninos a favor de las dis-
cográficas. Al artista le quedaban centavos. Pero, lo bueno es
que podíamos tocar mucho en vivo, lo que hacía que juntára-
mos dinero con la venta de las entradas.

Donante de esperma… Violador de ocasión


Hoy, “Yo fui relator de salto en alto” estaría en discusión. Fue
una canción adelantada para la época. La frase “donante de
esperma” es una frase muy atractiva para algunos comunica-
dores y público, pero nos cerró las puertas en colegios cató-
licos. Los chicos de quinto años hacían fiestas para recaudar
fondos para irse a Bariloche y contrataban a la banda del mo-

162
mento para que anime la misma. Tocamos en muchas pero
nunca en una de un colegio religioso.
En ese momento, “violador de ocasión”, era una cita
anecdótica que no reflejaba la historia de ninguno del grupo
ni del entorno. Obvio, que era una serie de vivencias que le
había tocado protagonizar al personaje de la canción.

Historias finales

Lo de Ricutti… fue una gran quijoteada. Sin manager ni es-


tructura marketinera, llegamos a grabar un disco en Buenos
Aires, con todas las comodidades de una banda mainstream
y nos dimos el lujo de telonear a Don Cornelio y La Zona en
un Obras. En esa misma fecha también tocó Divina Gloria
con su banda y en otra oportunidad tocamos con Fabiana
Cantilo. Visto hoy, fue demencial.
Una vez hablamos con Charly García porque “Chupa-
gansos”, otra letra, dice que cuando era chico yo quería ser
como el músico mencionado en el párrafo anterior. El único
objetivo era que nos autorizara a usar su nombre. Lo hizo y
fue para que el productor se quede tranquilo.
Lo más loco de Proceso… fue cuando llamamos a la
viuda de Ricutti para obtener su aprobación para llamar al
grupo. Raúl Ricutti, era un actor porteño, muy de tercera
línea. Nosotros con este nombre, homenajeamos no sólo a
su marido sino a todos los actores secundarios que nunca
tuvieron un protagónico ni la posibilidad de brillar con luz
propia. A la viuda le encantó y pudimos registrar el nombre
de la banda.
En el encuentro con Siboldi surge el nombre de Juan
Alberto Badía. El periodista le recuerda la charla que man-

163
tuvo al aire con el Hueso Horsmann (un ex Ricutti) cuando
falleció el conocido locutor y conductor sobre el poco apoyo
que hizo a bandas nuevas. Es decir, llevaba a su programa lo
establecido. Lo que los sellos y difusores disponían. El claro
ejemplo son Los Fabulosos Cadillacs que tocaron en su pro-
grama porque Marcelo Tinelli le dijo varias veces. Pero en ese
momento, la banda liderada por Vicentico no tenía disco, por
ende Badía no los quería.
Siboldi asiente y dice que Ricutti nunca tuvo un pa-
drino artístico. Recuerda la vez que llegaron a una entrevis-
ta con Lalo Mir porque la compañía discográfica tramitó la
misma. No hubo alguien externo a la banda y con llegada a
grandes medios y productores con actitud de jugársela. In-
cluso hubo gente que pidió la coautoría de algunos temas
para darnos una mano.
Al finalizar la entrevista, Siboldi se acuerda de Mario
Luna, Sergio Oro y Fabián Falcón por la mano que le dieron
a la banda en los programas radiales que conducían y a Luis
Gregoratti, en ese entonces periodista de La Voz del Interior. A
la vez se ríe porque había un mercado negro de cassettes con
“El relator” y “Cecilia no”.

Datos finales

Danza Mogo, el álbum que contiene “Yo fui relator de salto en


alto”, fue editado por el sello BMG y fue grabado durante 20
días, durante 12 horas, en un estudio de la ciudad de Buenos
Aires. A la banda además del lugar para realizarlo le dieron
alojamiento, comida, técnico y productor. Año 1988. Como
dijo Siboldi: “ era el sueño del pibe”.

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Yo fui relator de salto en alto

Yo fui relator de salto en alto


Yo fui bateador de béisbol
Yo fui campeador de mío cides
Yo fui catador de carlón

Donante de esperma, creyente de Alá


Flotante en cisternas, vidente en Bombay
Donante de esperma, creyente de Grybb
Votante en internas, vidente en Cosquín

Yo fui relator de salto en alto


Yo fui violador de ocasión
Yo fui adulador de paranoicos
Yo fui fregador del Galeón

Donante de esperma, creyente de Alá


Flotante en cisternas, vidente en Bombay
Donante de esperma, creyente de Grybb
Votante en internas, vidente en Cosquín

Pero sólo, solamente el rock


Me reventó la cabeza
Pero sólo, solamente el rock
Me reventó la cabeza

Yo fui relator de salto en alto


Yo fui ganador del pinball
Yo fui buceador del Titicaca
Yo fui cobrador de La Unión

Donante de esperma, creyente de Alá


Flotante en cisternas, vidente en Bombay
Donante de esperma, creyente de Grybb
Votante en internas, vidente en Cosquín

165
Pero sólo, solamente el rock
Me reventó la cabeza
Pero sólo, solamente el rock
Me reventó la cabeza

Pero sólo, solamente el rock


Me reventó la cabeza
Pero sólo, sólo el rocanrol
Me reventó la cabeza.

166
FERNANDO CABALLERO. MAESTRO, QUIERO
TOCAR. SPINETTA SINFÓNICO

Fernando Caballero es timbalista de la Orquesta Sinfónica de


Córdoba. En 1992 ensayaba en la Orquesta Sinfónica Juvenil.

Caballero: Carlos Giraudo, muy fanático de Luis Al-


berto Spinetta, nos había contado que quería hacer un show
con el Flaco. Un día viene y dice que se concretó el asunto.
El arreglo consistía en que Spinetta elegía los temas y que los
arreglos los hacía el Mono Fontana.
Fueron cinco canciones de Peluson of Milk. Nunca supe
que pasó con Fontana que no terminó de escribir las partes,
por eso el proyecto se demoró. Giraudo hace los arreglos or-
questales y una semana antes al día de la primavera, que era
la fecha de la grabación en el estudio de Telemanías, viene el
Flaco a ensayar con nosotros. Antes de que esto sucediera,
me entero, que no tenía partituras para timbal y percusión.
Al finalizar el ensayo, lo encaro y le digo que yo quería to-
car, que no me dejara afuera. Lo que él había escrito era
más para cuerdas y pequeña orquesta de vientos, es decir:
Orquesta de cámara.
Lo concreto es que el maestro Giraudo aceptó mi pedi-
do, me hizo unos arreglos de gong y platillos, ensayamos con
Spinetta y el 21 de septiembre grabamos.
Él había venido con su iluminador, sin su banda, y en
cada momento libre nos recordaba lo importantes que éra-

167
mos porque sabíamos leer partituras, tocábamos a los grandes
maestros sinfónicos, algo que no podía hacer porque no sabía
leer ni escribir por música.
Ese día, después de la grabación, nos enteramos de que
el proyecto incluía un concierto en un teatro en Mar del Pla-
ta; a pesar de que el músico le había dado cero difusión a
este evento. En este punto quiero destacar la visión del Payo
Giraudo. ¡Hacer sinfónica la obra de Spinetta! Fueron cinco
temas, pero para esa época fue innovador.
A la noche nos fuimos a cenar unas empanadas y a to-
mar unos vinos a la casa de Tomás Prato, en Barrio Jardín
Espinoza. Llegó “El Flaco” con la Caro Pizzani, que era la
flautista de la orquesta y chofer de él, en su estadía en nuestra
ciudad. Ahí nos cuenta que estaba haciendo la música de una
película surrealista de un director argentino que él no cono-
cía, que se llama Pablo César, que no iba a tener guión y que
iba a estar basada en su música. Estaba contando lo que sería
un tiempo más tarde, Fuego Gris. Apareció una guitarra y toca
“La Dama Azul”.
La historia con Spinetta y el maestro Carlos Giraudo,
no terminó de la mejor manera. El músico se enojó porque
el cheque pautado por la grabación demoró más de lo previs-
to en acreditarse a su cuenta. La actuación de Mar del Plata
quedó en el olvido y las entradas gratis prometidas para cada
integrante de la Sinfónica Juvenil en el lugar donde Spinetta
tocara, también claudicaron. Pero lo que no quedó en el baúl
de los objetos perdidos, fue el recuerdo de varios de los inte-
grantes de este organismo de haber terminado la noche senta-
do en un cordón de la vereda de una calle de Nueva Córdoba,
tomando cerveza con él. El encuentro terminó cuando llegó
la hora para llevar a Luis Alberto Spinetta al aeropuerto. Sa-
lud, Maestro.

168
Luis Alberto Spinetta junto a la Orquesta Sinfónica Ju-
venil hicieron cinco canciones: “Bomba azul”, “Cielo de ti”,
“Panacea”, “Jilguero” y “La montaña”.

Nota de entrevistador: Spinetta vuelve a hacer algo sin-


fónico recién el 19 de octubre de 2006 en el Teatro Colón. 14
años más tarde de la experiencia cordobesa. Carlos Giraudo,
murió el 25 de marzo de 2002 por una insuficiencia respira-
toria, luego de sufrir un grave cuadro gripal.

169
DANIEL MIRAGLIA. EL CUARTEROCK

¿Cómo llegaste a tocar con Rodrigo y con Muñeco Daniel? ¿Por


cuánto tiempo?
Venía tocando en varias bandas, como Evil (87), “Praxis”
(88/89), “Marilyn” (90) aparte de experiencias en otros pro-
yectos con distintos ritmos y sonidos.
En esos años, el cuarteto empezó a mirar con buenos
ojos a los músicos de rock, seducidos por la distorsión, la
imagen y el pelo largo. El cuarteto ofrecía al músico de rock
una estabilidad laboral. De hecho, tocar con Rodrigo fue mi
primer trabajo. Sin embargo, quiero destacar que el cuarteto
jamás pudo con Rafael Rimondino, bajista de Praxis.
Esto dio inicio a la sangría desde el rock hacia el cuarte-
to. Ejemplos claros de eso son: Cuerda Tarnavasio, Gustavo
Castelaro, Marcelo Decall y muchos más. “El Cuerda” hizo
la punta de lanza como para que los músicos de rock encon-
traran una fuente de trabajo en el cuarteto. Chébere se llevó
también a Alejandro Sivila, baterista de Praxis, por su estilo
para tocar y su imagen. Lo mío fue un poco más tarde, en el
91, después de tocar en Marilyn. De esta banda también se
fue Max Braun con Sebastián.
Por intermedio de mi amigo, Menduco (baterista de
Rita Mabel) y entonces baterista de Rodrigo, más Marcelo
Vaquero (ex Corte y Confección) me contactan, y allá pasé
sin escalas de ser estudiante en la Escuela de Ciencias de la

170
Información y músico de rock, a integrar una banda de cuar-
teto. Luego de 1 año, aproximadamente, dejé de tocar con
Rodrigo e inmediatamente ingreso a Jorge muñeco Daniel
en reemplazo de Gustavo Tarnavasio. Permanecí unos 5 años,
recorrimos el país.

¿Qué discos grabaste y cómo era tocar con ellos?

Con Rodrigo grabé un compilado que fue el Exageradísimo,


con canciones de varios artistas, tiene hits como el “Param-
pampan”, “María Chucena” y “El Solterito”, entre otros. La
grabación con Rodrigo fue en Polygram y duró casi una sola
toma, bien directa.
Con el Muñeco Daniel grabé 3 discos, varios hits,
pero creo que los de mayor rotación fueron: Córdoba es y
Fascinación.
Lo de Muñeco Daniel fue en estudios como Ion y Pan-
da. Era más profesional, ponía la guitarra los fines de semana
cuando tocábamos en Buenos Aires; con técnicos de prime-
ra línea, como Sergio Saba Chapur o el mismísimo Mario
Breuer.

¿Qué pensás que le aportaste a Rodrigo y a Jorge Muñeco Daniel


musicalmente hablando?
Creo que una guitarra atildada. De hecho, yo me formé como
músico en el cuarteto, me hice más profesional. Le aporté
buenos solos, a mi estilo, y la imagen: tenía 23 años y el pelo
hasta la cintura.

¿Cómo fue volver al heavy?


Particularmente, volví al heavy después de mucho tiempo. En
2002 con Praxis. Diría que volví al rock incursionando en
otros estilos, en los 90 con El grito, una banda punk; Tan-

171
dem, de funk rock; Rokalchaki y Anillos ganadores. Creo que
en esas bandas apliqué el profesionalismo del cuarteto y pude
aportar cosas.

¿Algo que te haya marcado de esa época o algo que recuerdes todo
los días?
Tuve la suerte de vivir grandes momentos: Buenos Aires, re-
citales, el grupo humano que formaba parte de la banda de
Muñeco Daniel. Muy divertido todo. También conocí a mi
pareja de entonces, con la que estuve varios años.

172
CARLOS “LA MONA” JIMÉNEZ. LA CUEVA DE
LA MONA

Esta entrevista, surgió con la idea de que el cuartetero más fa-


moso hablara sobre un lugar en el que tocaron muchas bandas
y solistas, pero al ser por mail, las respuestas giraron en torno
a su estudio de grabación. La confusión terminó siendo una
proclama a la independencia creativa y a la no presión de las
multinacionales.

La Mona: Para los que no fueron nunca a La Cueva de


la Mona, les puedo contar que tiene una historia muy rica. Se
construyó muy de abajo, sólo con mi sueño que era tener un
pequeño estudio, grabar sin presión de las multinacionales,
despertarme a cualquier hora, tener una idea y, sea la hora que
sea, ir y grabarla. Por eso terminó siendo mi gran refugio. La
idea loca de construirla fue solo mía, no la copié ni la saqué
de ningún músico.
Como tengo muy buena onda con todos los roqueros y
músicos en general, jamás me han dicho que ‘no’ cuando los
he llamado. Tengo miedo de olvidarme de alguno, pero los
que se me vienen a la cabeza son: Pappo, Willy Crook, Jor-
ge Rojas, Luciano Pereyra, Pity Alvarez, Palito Ortega, Manu
Chao, Pelado Cordera, el Mono de Kapanga, Raúl Lavié,
Peteco Carabajal, Los Tekis, Facundo Toro, Andrés Calama-
ro, Javier Calamaro, Juan Carlos Baglietto, Facundo Cabral,

173
Leonardo Favio, Pedro Favini, Raly Barrionuevo, Alejandro
Lerner, Carlitos Tévez, Gabriel Carámbula y muchos más.
La Cueva nunca estuvo cerrada. Solo se paró unos meses
para refaccionarla y, en la actualidad, está en plena actividad.
Jamás la dejaría porque después de 50 años de estar en esto,
sin interrupciones, no me gustaría que una discográfica me
haga hacer un disco en 15 días. Yo manejo mis tiempos. La
confusión de que está cerrada es porque no es de uso comer-
cial, sólo grabamos mis hijos y yo.

174
UN FLASH. NICOLÁS BRAVO.
FOTOGRAFÍA ROCK

¿Hay fotografía de rock o la fotografía es una sola?


Como todo arte, la fotografía tiene varias corrientes o rami-
ficaciones que muchas veces se entrecruzan. Con el tiempo
se han establecido algunas categorías generales. Creo que la
fotografía de rock es una mezcla de muchas de ellas, fotope-
riodismo, documentalismo, una parte de fotografía publici-
taria y seguramente algunas otras. Hay grandes fotos de rock,
fotos históricas hechas por varios fotógrafos de rock famosos,
como Bob Gruen que fotografió giras de Led Zeppelin y
Rolling Stones, o Mick Rock, que hizo la tapa de Queen II,
y también era amigo de David Bowie, o Annie Leibowitz que
hizo la última foto de John Lennon con vida, la mañana del
día que fue asesinado. Son fotos que a esta altura ya forman
parte de la historia. También hay varios argentinos, Andy
Cherniavsky, Nora Lezano, Eduardo Martí, muchos más, la
lista es larga.
A mi entender, es un género muy amplio, y tiene gran-
des fotos. Hay retratos de rockeros que son obras maestras
de la luz, de la composición, y a su vez son obras maestras
del fotoperiodismo, y hasta de la fotografía misma. Otras
se volvieron íconos de su época, como la pareja de Woods-
tock, y otras fueron tapa de discos, como London Calling
de The Clash.

175
Y como muchos artistas, algunos músicos son a su vez ac-
tores, o pintores, escritores o fotógrafos. Andy Summers, gui-
tarrista de The Police, por ejemplo, es un excelente fotógrafo.

Sos amante del rock, sos músico y fotógrafo. ¿Qué es lo primero


que se te viene a la cabeza cuando estás frente a una denominada
estrella de rock?
A todas las conocí en ocasión de laburo, así que no tengo
lugar para soltar al fan interior. Es mi trabajo, y tengo que
pensar en eso. Hay gente muy sencilla personalmente y que
en el escenario despiden fuego, y otra que son estrellas allí
donde estén. En general son buena gente, muy agradables,
y todos son profesionales. La diferencia está en cómo se para
frente a la cámara. El que es una estrella sabe posar muy bien.
Hay algunos a los que no les gusta mucho el tema foto, pero
lo entienden y saben que es algo que tienen que hacer. Otros,
por el contrario, les encanta, y lo disfrutan. Hay muchos que
saben posar tan bien que en cinco minutos terminaste la se-
sión y el resto del tiempo hablás de mil temas que no tienen
nada que ver con la nota.

En los recitales, los fotógrafos tienen tres temas para realizar su


trabajo. En que pensás en la previa. En los momentos en los que
estás en la fila para que te habiliten el corralito para retratar a la
banda o solista.
Todo depende del espacio que haya para trabajar delante del
escenario, y de cuántas personas tengan acceso. Eso influye
bastante en la forma de trabajar, y en las fotos que se obtie-
nen. Hay dos o tres lugares donde ubicarse para disparar, y
hay que compartir el espacio con algunos colegas. Si hay mu-
cha gente, a veces es imposible moverse. Eso se coordina en el
momento, y es mejor dejar que la cosa fluya y así todos traba-
jan mejor. También hay que tener buena onda con el personal

176
de seguridad. Ellos te pueden ayudar o impedir todo, hay que
llevarse bien. Además de eso, trato de ser parte del momento,
de sentir la energía del lugar. El resto del tiempo busco algu-
na otra foto que salga de lo normal. Hago fotos de la gente, o
de algún detalle que me llame la atención. Una vez que se han
hecho varios recitales, uno tiende a tener fotos parecidas en
lugares diferentes, así que hay que tratar de dirigir la mirada
en otras direcciones.

¿Sos de ver algún video o concierto de la banda que vas a tener que
sacarles foto o dejás que la escena y el sonido te lleve?
Si no los conozco, veo quiénes son, y en ese caso sí veo algún
video, pero en general, conozco a todos los que me toca cubrir.
Cuando es una banda que me gusta, disfruto el mo-
mento mientras trabajo. De muchas, tengo discos y videos,
y de algunas hasta soy fan. En eventos grandes, o festivales,
siempre hay bandas que no conozco y que me sorprenden.
Tengo una oreja atenta también, siempre ando escuchando
bandas nuevas.

¿Recordás alguna foto de una estrella de rock, que quedó en tu me-


moria? Puede ser por la forma en que la hiciste, las condiciones o
también porque te querés olvidar de ese momento.
Hay una foto que recuerdo, por una razón. La hice en el reci-
tal de los Redondos en el estadio Córdoba. Es una foto de la
tribuna, se ve un grupo de unas cien personas. En medio de
ellas, un joven con la remera de la selección de fútbol sostiene
con gesto tribunero, brazo en alto y saltando, una bengala
roja. Se destaca en el centro de la escena, su luz ilumina unas
pocas personas que lo rodean y el resto en sombras. Me gus-
taba esa foto, por la alegría que veía en ella, esa energía, ese
contacto con el fútbol que tiene el rock. Unos meses después

177
de ese show, en Diciembre de 2001, explotó una crisis social
y económica feroz, con consecuencias trágicas para el país.
Veía esa foto como una pequeña metáfora de la historia de
este país. Una Argentina rodeada de oscuridad, una cosa así.
Pero tres años después, ocurrió la tragedia de República Cro-
mañón, con centenares de muertos en un incendio causado
por una bengala. A partir de ahí, la bengala pasó de ser un
símbolo de alegría en un recital a ser el causante de una tra-
gedia. Se prohibió su uso por razones de seguridad. Y la foto
cambió inmediatamente de significado. Un joven con una
bengala pasó a ser un elemento imprudente y peligroso, en
vez de ser un símbolo de alegría. La foto era la misma, pero lo
que se leía en ella había cambiado. Donde antes había alegría,
ahora, además, había imprudencia, y la posibilidad de una
tragedia. Y me llamó la atención ese hecho. Cómo la historia
transformó, no la foto, sino nuestra manera de leerla y las
lecturas que de ella salían.

178
Además de esa foto, no tengo una foto en particular
que recuerde, más bien son muchas. De la tanda de fotos que
hago en algún evento, hay siempre una o dos que me gustan
más que el resto, pero no tengo ninguna favorita. General-
mente, más que fotos, recuerdo momentos. Esos instantes
mágicos donde una gran masa de personas siente lo mismo,
son imborrables.

¿Te preocupan los nuevos dispositivos electrónicos, llámese celular,


en las nuevas formas de captura?
Las fotos son buenas o malas independientemente del aparato
con que se la haga. Los teléfonos con cámara son herramien-
tas nuevas que se pueden utilizar para hacer excelentes fotos.
Tienen la ventaja de ser prácticos. Sin embargo, la calidad
de los equipos profesionales es muy superior, y la calidad del
fotógrafo profesional también. Eso quiere decir que no se ob-
tienen las mismas fotos con la cámara de un teléfono que con
una Nikon, o Canon, o la marca que sea, en manos de un
fotógrafo con años de experiencia.

Por último y en base a la pregunta anterior. ¿Qué es ser fotógrafo


hoy?
Los fotógrafos profesionales, sin distinguir si son free lance o
empleados de medios o agencias, deben tener algunas caracte-
rísticas comunes. Hoy un fotógrafo profesional debe ser muy
versátil. Debe poder lograr un nivel de calidad muy alto en
trabajos de diferentes características. Esto significa que siem-
pre debe estar informado y también actualizado en equipos,
tendencias, autores. Hay especializaciones, sociales, publici-
dad, prensa, científica. Pero el profesional debe poder adap-
tarse al encargo y a sus requerimientos.
Pero también debe ser parte de su lugar, y de su momen-
to histórico. Debe estar informado de temas de actualidad,

179
debe conocer de cultura general, de otras artes o disciplinas.
De música, de cine, de literatura, de historia. Esto también es
determinante de las fotos que haga. Sin embargo, también es
un trabajo como cualquier otro, con momentos iguales a los
de otros trabajos, cosas que te gustan y cosas que no, y situa-
ciones comunes a todas las profesiones.
Lo bueno es que a todos los fotógrafos nos gusta lo que
hacemos, y trabajamos de eso. No todos viven de lo que les
gustaría. Nosotros tenemos esa suerte. Llegar a vivir de la pro-
fesión que uno elige no es fácil, lleva años y como todo, es
dedicación, y moverse. Como siempre, un poco de suerte no
viene mal, pero cuando viene, hay que estar a la altura de las
circunstancias y hacer un buen trabajo y tener excelentes fo-
tos. Y además de ser un buen profesional, hay que ser buena
persona. Eso es lo que decide las cosas al final.

180
El 4 de diciembre de 1992 Serú Girán se presentó en el estadio Chateau Carreras de
Córdoba, abriendo la gira del regreso, después de haber pasado diez años sin tocar.

Norberto Aníbal Napolitano, popularmente Federico Moura, líder de


conocido como Pappo, al frente de Riff en el Virus, mostrando sus dotes de
Chateau Rock. frontman en el Chateau Rock.

181
La banda cordobesa Rouge and Roll en el Chateau Rock.

Patricia Sosa, líder de La


Torre, en el Chateau Rock.
Luis Alberto Spinetta, Chateau
Rock. 

182
La historia de amor entre Os Paralamas do Sucesso y Argentina
empezó un 28 de febrero de 1986, en el festival Chateau Rock. Allí
los Paralamas hicieron el primer show de su historia en nuestro país.

Paco Ferranti, bajista de la


banda cordobesa Proceso a
Ricutti, en el Chateau Rock.
David Lebón, Chateau Rock.

183
Izq.: Gustavo Bazterrica –guitarrista, en ese momento, de Los Abuelos de la Nada-;
Sandra Mihanovich, Andrés Calamaro, y Celeste Carballo en la antesala del Chateau
Rock. | Der.: Luca Prodan, al frente de Sumo, en el Chateau Rock.

Mario Luna, organizador del Chateau Rock, con Los Intocables, antes de su show en
este festival.

184
Raúl Porchetto, Charly García y León Gieco –PorSuiGieco- en La
Falda Rock.

Roberto Pettinato, saxofonis-


ta de Sumo, en Chateau Rock.
Rubén Juárez, bandeononista y
cantautor de tango, en el Cha-
teau Rock.

185
Izq.: Simon Le Bon, líder de Duran Duran, en el concierto que los británicos brinda-
ron el 5 de mayo del 93, en el Estadio Córdoba.
Der.: Fito Paez en el Chateau Rock.

Nemo y La Invasion, grupo cordobés, tocando El rosarino Manuel Wirtz,


en el Chateau Rock. mostrando sus dotes de cantan-
te y mimo en el Chateau Rock.

186
Viudas e Hijas de Roque Enroll en el Chateau
Rock. | Soda Stéreo en el Estadio Córdoba. 

187
4 de agosto del 2001: Los Redondos daban, en el Estadio Córdoba, el que sería su
último concierto.

Víctor Bereciartúa, más conocido como Vitico, Gabriel Braceras, teclados y


bajista de Riff en un Chateau Rock. voz de Mousse, en el Chateau
Rock.

188
Los Violadores en el Chateau Rock.

Santiago “Hueso” Horsmann,


ex tecladista de Proceso a
Ricutti y La batata, actualmente
radicado en México, en el Cha-
teau Rock.
Pancho Alvarellos, integrante
de Posdata, banda de Córdoba,
en un Chateau Rock.

189
Carlos “el Indio” Solari, en el último concierto de Los Redondos en
el Estadio Córdoba.

Pitufo, reconocido stage (en


el centro de la imagen), junto
a músicos de La Torre, en el
Chateau Rock.
Mario Luna, organizador y
productor del Chateau Rock,
viendo uno de los conciertos. 

190
Fabiana Cantilo y otros músicos en el lanzamiento de la filial cordobesa de la radio
Rock and Pop, en una fiesta organizada en Factory, una reconocida disco ubicada sobre
Av. Rafael Nuñez (Córdoba).

José Palazzo, en ese momen- Alejandro “Bocha” Sokol,


to conductor de un programa participante en las formaciones
televisivo local, junto a Jon Bon iniciales de Sumo y ex cantante
Jovi. El grupo norteamericano de Las Pelotas, en una de sus
se presentó en Córdoba el 11 de actuaciones en Córdoba.
noviembre de 1993.

191
Público en el recital de los
Redondos. La muerte del santa-
fesino Jorge Felippi, que murió
al caer desde una baranda, fue
el saldo indeseado de ese 4 de
agosto del 2001, en el Chateau
Carreras, en lo que sería el
último show de la banda.
Fernando Boschetti, autor de
estas fotos, en el Chateau Rock
1987. 

192
ROCK Y FOTOGRAFÍA: ESA APROXIMACIÓN
RESULTA NORMAL ACTUALMENTE

Martín Toledo Brisuela

Cuando Fernando Boschetti tomó las imágenes que integran


este libro, no era tan natural esa fusión en nuestra ciudad.
En los lejanos (y actuales) años ochenta, la Municipalidad de
Córdoba organizaba el festival Chateau Rock y allí fue donde
él consiguió algunas de las fotos.
Boschetti, se desempeña como foto reportero del muni-
cipio y posa sus cámaras y sus ojos en la cultura del rock desde
los añejos conciertos de La Falda Rock.
En las últimas cuatro décadas los fotografió a casi todos:
Spinetta, El Carpo, Moura, Luca, Pil Trafa y a músicos loca-
les, por lo cual no es extraño toparse con un José Palazzo post
puber y pelilargo subido a un bajo o al Hueso Horssman co-
mandando el espíritu de la juventud iconoclasta mediterránea
que estuvo a punto de tomar La Bastilla.
Boschetti alternó extensos trayectos documentando di-
versas renovaciones de la arquitectura de la ciudad de Córdo-
ba, con su otra pasión: capturar la potencia sonora y aventurera
de la música que diseñó los oídos de las últimas generaciones.
A esto último, lo hizo por placer y dinero (no fue tan-
to). Se equipó cada vez que los formatos tecnológicos lo re-
quirieron, pero siempre mantuvo el mismo pulso con la idea
de seguir siendo aquel adolescente que pescó de incógnito a
PorSuiGieco (saquen la cuenta de cuánto tiempo y busquen
la fecha en Internet).

193
En este libro, el lector será interpelado por las quietu-
des que atrapó Fernando en los conciertos que la comuna
diagramaba para juntar fondos en apoyo de las escuelas mu-
nicipales creadas por la democracia, en lo que fue una idea
que nos revela la libertad que significó para la ciudad, que un
intendente ofreciera el Coliseo Mayor para que los rockeros
difundieran su arte y la gente pudiera verlos sin temer a las
tenebrosas razzias que perseguían a ese estilo musical en cada
recital brindado durante la dictadura.
En el 2017, la Editorial de la Universidad Nacional
de Córdoba, dentro del ciclo 50 Años de Rock, organizó
una muestra en el Pabellón Argentina, dónde las fotografías
de Fernando Boschetti, nos llevó a pasear en la máquina del
tiempo rocker.
Además, su material fue utilizado por revistas como Ro-
lling Stone, documentales y otras experiencias.
La familia de Federico Moura usó uno de sus trabajos para
una muestra que homenajeó al cantante de Virus y hasta se dio
el lujo de filtrar en su saga sobre el bacheo local la influencia
que ejercieron sobre él los cineastas clásicos que admira.
Integró la exhibición que se desarrolló en 220 Cultura
Contemporánea sobre Charly García retratado por cordobe-
ses y trabajó en el show que ofrecieron por última vez Los
Redonditos de Ricota.
Producto de su bajo perfil, su labor artística permane-
ció incógnita. Ahora, que decidió descubrirnos su produc-
ción, es una buena ocasión para conocer su trayecto múlti-
ple y desprejuiciado.
Él ya se divirtió con sus cámaras, nos queda a nosotros
aprovechar nuestro turno.
Si bien su humor sereno y caballeroso se trasluce en sus
composiciones, su mejor broma fue esconderse detrás del len-
te para luego abrirnos su inmenso archivo.

194
RICARDO SUED. EL SUBSUELO DE LA
CAÑADA

Muchas conferencias de prensa en los ‘90 se llevaban a cabo


en Pétalos de Sol y era el lugar para encontrarse con músicos
y gente de la cultura, los domingos a la noche, para escuchar
buena música y beber una cerveza tranquilos. Esta leyenda
de la noche cordobesa, todavía está ubicada en la Cañada, a
metros del bulevar San Juan.

¿Cómo surge la idea de Pétalos de Sol?


Sued: -La idea de poner un bar surge como una cuestión bo-
hemia, en primera instancia, y también, como medio de sub-
sistencia ya que el teatro independiente no generaba recursos.

¿Quién vio o cómo viste ese subsuelo?


Mi primer bar se llamó Arte Bar y abajo de aquel había un
garage que daba a Pétalos. Un día, cuando entraba el dueño,
pedí verlo y era un depósito de basura. A pesar de esa primera
impresión, me enamoré del lugar y el dueño me lo alquiló.
Durante 20 años fui su propietario.

En ese lugar sonaban siempre Los Piojos y La Renga. ¿Eso fue lo


que te motivó a traerlos a Córdoba? Es decir, fuiste el primero en
hacerlo.
Sí, fui el primero. Hacíamos producción de artistas musicales
y nos relacionamos con ellos a través de distintos contactos.

195
No recuerdo las fechas pero trajimos a Los Piojos unas 7 u 8
veces y, a La Renga, unas 2 o 3 veces. Los Piojos fueron varias
veces a la estación Mitre y La Renga al Club Hindú.

Después de un concierto de Los Piojos, te robaron la recaudación.


Lejos del momento que nadie quiere recordar, me interesa saber,
¿Cómo lo solucionaste?
Trabajábamos, prácticamente, como socios (con la banda),
éramos amigos y estábamos juntos en mi departamento cuan-
do nos robaron. Fue muy triste y mi despedida como produc-
tor musical.

196
HÉCTOR “PERRO” EMAIDES. PERRO QUE
LADRA

El “Perro” hoy es estudiante en el último año de la carrera de


Antropología, en la Universidad Nacional de Córdoba. En
uno de los tantos diálogos que mantuvimos, habló sobre el
rock, la periferia y otros conceptos que maravillaban y que
iban a formar parte de su tesis. Le solicité un resumen para
este compendio, pero como está escribiendo un libro sobre su
historia como productor, disquero, intelectual y viajero por
el mundo, llegamos a un acuerdo de grabar algunas historias
disparatadas, como las que van a leer a continuación.

David Byrne – 1994

Emaides: Necesitaba 900 entradas para salir hecho y vendí


900. No salí hecho pero me di el lujo de traer a un ex Talking
Heads a Córdoba. La anécdota tiene que ver con Vicente Luy
(Q.E.P.D). El poeta cordobés inventó que un chico rockero
había muerto y el hermano le había escrito un poema, lo que
originó en su cabeza, y en la realidad, un concurso en el que
toda la gente tenía que escribirle un poema dedicado a esta
persona y ganaba 500 dólares. El título: “Un regalo para Javi”.
Un día me llegan unos afiches gigantes de tela, anuncian-
do esto y yo sin saber de qué se trataba. Pero el que tenía que

197
hacer el concurso y poner la plata era yo. No obstante, lo hago,
y al otro día, supuestamente, me tenían que llegar los dólares
para el ganador. Lo cierto es que Luy agarra los dólares, los
mete en un sobre y los pasa por debajo de la puerta de un de-
partamento en una dirección que tenía la misma numeración
de mi casa, pero a cien cuadras de diferencia. Pasan unos días
y como yo no comentaba nada se da el siguiente diálogo:

Luy: Perro, ¿no recibiste un sobre, no tenés unos dólares


en tu bolsillo?
Perro: No, Vicente. No recibí nada, no tengo dólares.
Luy: 500 dólares, “Perro”, ¿no te llegaron?
Perro: No, Vicente. Estás totalmente bambeado.

Vicente cambia la cara, me dice que había dejado la pla-


ta, pero ahí le digo: “Pelotudo, esa no es mi casa. Estás loco,
lo dejaste en otro lado. Es 774, pero yo vivo en Libertad y
General Deheza y vos lo dejaste en la Avenida Colón”.
La charla termina ahí. Vicente se va al departamento
donde dejó el sobre. En esa morada, vivía una chica, que te-
nía un amante. Cuando vió el sobre con los dólares, pensó
que era un regalo de él, se asustó por miedo a que su pareja
se diera cuenta y lo tiró a la basura. Cuando se entera de la
historia, le dice que busque al encargado y que vean sino está
en las bolsas de consorcio que sacan a la calle. El inventor del
concurso revolvió toda la basura, hasta que lo encontró y lo
trajo contento a la disquería.

ReggaePunkyParty – Capilla del Monte – 2007

Emaides: Evelyn, mi jefa de prensa, y Keru, mi sonidista, en


ese momento, estaban tomando una bebida en la noche del

198
party, que era de dee jay. No había casi nadie. Yo estaba rela-
jado, había tenido las dos noches anteriores con mucha gente
y me sumo a ellos.

Keru: Tomate un trago, Perro.


Le doy a unos tragos como si fueran leche chocolatada.
Keru: Fumate una seca, Perro.
Le doy una seca.

El trago que me tomé tenía un aditivo que las bebidas no


poseían y el cigarro que fumé, no era el clásico habano. Por
lo tanto, me desmayé. Me caí. La gente me pateaba y cuando
me levanté, mi hija más chiquita, me vio correr en bolas para
todos lados. Fue una cosa de locos. Un delirio total. No soy el
tipo serio que todos creen.

Nuevo Rock Argentino – Primera edición

Emaides: Mi amigo, Marcelo Franco, en ese momento, edi-


tor del Suplemento Sí, del diario Clarín, me dice que un chi-
co, Alejandro Almada, quería hacer un festival con bandas
nuevas, que me contacte con él. Lo llamo, nos juntamos en
Buenos Aires y terminamos armando este evento.
En esa charla, Almada, me dice que había que poner
mucha seguridad para cuidar, que la gente no se subiera al
escenario, que era una moda de ese momento. Yo venía de ar-
mar escenarios con cajones de cervezas, manzanas, como el de
los Ratones Paranoicos, así que cuando pienso en el armado,
le digo al que lo hacía: altura 2, 10 mts.
En la calle me los encuentro al Colo y al Largo (Q.E.P.D)
que, en esos momentos, eran seguridad en un boliche en la
calle 27 de abril; les ofrecí ser seguridad mía.

199
Armé el escenario, y puse al Largo y al Colo abajo. Fue
un éxito. Estaba alto y el que se quería subir, los chicos, lo
agarraban del pantalón, campera o de dónde sea y los ter-
minaban de bajar. Lo loco es que había como cinco metros
vacíos adelante porque el público tenía que estar alejado para
poder ver.
Esa noche, el maestro de ceremonias en la Asociación
Española, fue Daniel Araoz. Todavía hoy, recuerda la cantidad
de escupitajos recibidos en cada presentación. No entiendo
por qué en esos momentos se salivaba tanto a las bandas. A
pesar de esto, estuvo lindo. Fue mi primera experiencia como
organizador de un festival.

Sumo – 1985

Emaides: Mi historia es más con Las Pelotas que con Sumo.


Pero yo a Luca, lo conocí en Nono. Era un pelado que estaba
ahí, hacía música, pero yo no sabía quién era.
Después, Mario Luna, o alguien, me dice que iba a
hacer Sumo y que necesitaba una mano. Así que le digo que
sí y organizamos el concierto en el Teatro Griego del Parque
Sarmiento.
Suben los Sumo, tocan dos temas y se corta la luz. Por
suerte era de día. Superman Troglio y Luca, los únicos que
podían tocar sin energía, hacen cuatro canciones. Vuelve la
energía y todo vuelve a la normalidad. Nunca vi a un tipo con
tantos huevos como Luca.
Ese concierto me impresionó: fue la primera vez que vi a la
gente bailar, saltar. Festejaban, corrían. Eran como dos mil per-
sonas, viendo a esta banda que se estaba haciendo famosa, pero
que no tenía idea de la magnitud. Tengan en cuentan que esa
noche presentaban Divididos por la Felicidad, el primer disco.

200
Redondos

Emaides: A los dos Redondos, no los traje yo. Lo organizaron


dos chicos: Duilio Di Bella y Fito Ascencio. Pero, el día ante-
rior del show, me dicen que no tenían hotel, que les diera una
mano. Así que pararon en mi casa. En ese entonces estaba “El
soldado” (Rodolfo González) como stage manager y no Willy
Crook en la formación.
Yo tenía una pieza extra, así que tiré colchones, les di
sábanas y se ubicaron todos. Al día siguiente, los llevé en
mi auto al Indio, Skay y Poli a la casa de mi hermana para
que conocieran a mis sobrinas que tenían 8 y 9 años. Una
cosa de locos. Los Redondos habían sacado Gulp!, Oktubre
y tenían listo Un baión para el ojo de idiota, el disco que
los lleva a la fama y que coincide con la muerte de Luca
Prodan. En realidad, Los Redonditos ocupan el lugar que
deja Sumo. Yo no sé si hubieran sido tan famosos con Sumo
en escena.
Volviendo al show, al escenario lo armamos en el centro
de la Asociación Española. No teníamos anticipadas y sabía-
mos que no iba a ir mucha gente. Con decirte, que fueron
200 personas, pero siempre hago un ejercicio de mente de
preguntarle a clientes y amigos rockeros si fueron y todos me
dicen que sí, aun sabiendo que me están mintiendo.
Un recuerdo de esa venida de Los Redondos, es que pa-
gué toda la comida para la banda en un bar de la esquina del
bulevar San Juan y La Cañada. Al lado de la mesa, había tres
fans que se habían venido desde Buenos Aires y pusieron la
cuenta a nombre mío. El Indio, Poli y Skay se dan cuenta de
eso y se hacen cargo de esa mesa. Hubo 3 porteños en ese re-
cital. Pensar que después eso se convirtió en cientos de gente
que viajaba a verlos.

201
Indio Solari

Emaides: Yo soy amigo del Indio Solari. Cuando iba a Bue-


nos Aires a El Agujerito a comprar discos, me lo encontraba
ahí. Una vez, fue después de la muerte de Walter Bulacio, es-
taba muy nervioso porque todos en la disquería le decían que
era culpable. Se cansó de la discusión, me dijo: “Perro vamos a
dar una vuelta”. Salimos del lugar, había un Peugeot 504 con
vidrios polarizados y chofer, esperándolo así que nos subimos
y dimos un montón de vueltas a la manzana por Florida ha-
blando de cualquier cosa.

Rock nacional

Emaides: En realidad, yo dejé al rock nacional. No me inte-


resa mucho. Se reitera hace 15 años. Hay 4 o 5 bandas que
manejan todo y lo demás se acabó.

Charly García – Cosquín Rock 2004

Emaides: A la mañana, José Palazzo, sufre una baja de tensión


y lo hospitalizan. Constantino Carrara, que era un socio ocul-
to, se va a buscar a los hijos y me dejan a mí solo. Serían las 4,
4:30 de la mañana. Estaba tocando Fito Páez y después venía
Charly. Había llovido, se había atrasado todo. La cuestión es
que eran las 5:30 de la mañana, amanecía y bajo al camarín
a decirle que tenía que salir a tocar. Estaba tomando algunas
sustancias extrañas y dice que está listo. El operador de sonido
de escenario estaba totalmente drogado; menos mal que los
del frente estaban bien. Con José habíamos armado una pasa-

202
rela para que pudiera desplazarse un poco más del escenario,
así la gente le podía tocar por lo menos los pies. Agarra un mi-
crófono, empieza a correr por la pasarela y no se le escuchaba
lo que cantaba, así que lo rompe. Vuelve al escenario, agarra
el que estaba en el piano, pero como tenía cable, se le sale, lo
rompe también. Se enoja, rompe una guitarra, tira el piano y
se vuelve al camarín. La gente se puso reloca y yo no sabía qué
hacer. Era sábado, para decirlo mejor, domingo y ese mismo
día, en pocas horas cerraban Los Piojos. Voy al camarín y le
digo: “culiado, por favor, volvé a tocar”. Me responde: “si me
das diez lucas”. Yo creo que, por ese show, él pidió 15.

Perro: Pero vos no me podés hacer eso.


Charly: Si vos querés que suba, dame esa plata.- Nos
había ido muy bien ese año, yo manejaba la plata, así
que subí dónde estaba la caja fuerte y le llevé lo que me
pidió.
Perro: Anunciá que salís a tocar.
Charly: La nave Enterprise ha sufrido un desperfecto,
pero Spock y el capitán Kirk ya la han arreglado, por lo
que el viaje puede continuar.-

Mientras él decía eso, yo subí de nuevo y el público se


había apoderado del predio. Estaba actuando la policía, así
que bajo y le digo que no salga porque lo van a matar.

Perro: Devolveme las diez lucas que te dí.


Charly: ¿Qué diez lucas?
Perro: La que te acabo de dar.
Charly: Ya me las gasté.
Perro: Te las di hace cinco minutos. ¿Adónde te la gas-
taste? -

203
Como no me las quería devolver, me le tiré encima, al-
cancé a pegarle un par de trompadas. Me separó Fito Páez y
no sé quién más. Charly lloraba y Fito me decía: “cómo le vas
a pegar a García”.
Subo y estaban todos los canales de televisión. Estaba
solo. José y Constantino no estaban, así que me comí todo el
fardo yo.
Ya era domingo, cerca de las 10 de la mañana, estaba es-
tresado, mal humorado y cuando me voy a acostar, el Pocho,
manager de Los Piojos, me estaba buscando porque tenían
que probar sonido. Fue horrible ese fin de semana. No sólo
porque García no me devolvió la plata, todos los medios ha-
blaban de los incidentes, sino que el manager de ese momento
del músico, me pide el lunes 17 mil pesos. Yo le respondo,
que se lo pida a García. Yo, ya se los entregué. Ese fue el inicio
de una serie de cosas que me pasaron después.

Andy Summers

En un momento de la charla mantenida con Héctor Emaides,


en su nuevo local céntrico, aparecen Raúl Dirty Ortiz y Mi-
guel Peirotti que hizo que se desviara hacia libros, películas,
discos y escenas de la vida cotidiana.
Peirotti: ¿Vos trajiste a Andy Summers? Sabés que leí en
una biografía de él, que le pega un palo terrible a Córdoba. Dos
renglones, pero fueron suficientes. Habla de una ciudad chata.
Emaides: No me hablés de Andy Summers1. Lo traje
al Centro Cultural General Paz. Ni bien se bajó del avión, lo

1 Emaides hace alguna referencia a esta anécdota, en una nota publicada por La
Voz del Interior, firmada por Germán Arrascaeta, el sábado 1/12/2007 (“Cuan-
do Andy Summers estuvo aquí” archivo.lavoz.com.ar/07/12/01/secciones/es-
pectáculos/nota.asp?nota_id139638)

204
primero que me pidió fueron mujeres. Le dije que yo era pro-
ductor, no fiolo. Después vinieron un par de fans de The Po-
lice al show, que en todo momento pedían canciones de esta
banda, menos mal que al final hizo un par, porque si no me
iban a matar. Hasta acá todo bien. Después del show, sabien-
do que, si quería mujeres, se las iba a tener que conseguir él,
lo dejo en el hotel y con Horacio Sairafi (músico y conexión
de su venida a nuestra ciudad), le decimos que lo pasamos a
buscar a tal hora para llevarlo al aeropuerto. Cuando vamos
por él, no estaba, nadie sabía nada, el vuelo se perdió y todos
buscando a Andy Summers. El demente se levantó, agarró la
cámara de fotos y no tuvo la mejor idea que tomar imágenes
del Banco Nación que está enfrente de la Plaza San Martín.
Dos policías que pasaban por ahí lo vieron, pensaron que
estaba haciendo inteligencia para un robo y se lo llevaron
preso. En la comisaría, decía “soy un pólice”, por ende, se le
reían más todavía. Por suerte, un oficial, lo conoció, sabía
quién era, llamó a Sairafi, lo buscamos y lo llevamos a tomar
el vuelo.

205
PABLO MAURICIO YUAN. YO SOY, LA
SEGURIDAD. EL COLORADO, SOCIO
GERENTE DE LARGO-ROJO SRL

¿Cómo se conocieron con el Largo y en qué momento decidieron


armar la empresa de seguridad para recitales?
Yuan: -Al Largo1 lo conocí en la época de Port Neuf. Él, era
el encargado el turno noche de Estación 27, que era el único
lugar abierto las 24 horas, donde uno podía comer algo y de-
sayunar en la madrugada. De tanto vernos, empezó una amis-
tad que también incluía a Daniel Enrico (Cove) que después
fue el dueño de Puré, Jorge Monselesky (el gordo Monse) y
algunos otros.
Al tiempo, Cove, organiza un recital con Jaime Servent
(FM A Galena), año 90, si mal no recuerdo. Tocaban Hie-
rrock, Hammer y Lethal, en el Club 25 de mayo (Cañada y
Ruta 20) un domingo a la noche. Acá, Cove, nos pregunta si
queríamos estar en la puerta, para cortar entradas y controlar
a la gente. Ahí, fuimos con Largo. Éramos sólo nosotros dos,
sin policías ni nadie de apoyo. Nos pareció divertido. Los
shows continuaron, hasta que un día apareció el Perro Emai-
des, que hacía el Nuevo Rock Argentino, se había enterado
de que hacíamos eso y nos llamó. Empezamos a trabajar con
él y, de alguna manera, nuestra historia con los recitales.

1 Dino Virgil Ariel Juarez. n del e.

206
¿Tuviste algún referente o alguien te enseñó el trato con la gente que
ustedes tienen?
Siempre tratamos de ser diferente a un guardia. Nosotros sa-
limos de ese palo -rock-, nos gusta y le ponemos la mejor.
Era totalmente diferente a lo organizado que es todo hoy, sin
vallados entre escenario y público. Nosotros parados allí, con
la gente encima, te quedaba marcado el escenario en la espal-
da. Después se empezaron a usar vallados, caños, hasta que se
logró lo que hoy es un free standing.
Ídem con la policía, se contrataba en la seccional del
lugar y te mandaban los que estaban ahí. Una vez, en Hindú,
en un show de Hermética, un uniformado saca el arma y tiró
al aire, casi lo matamos. Eran tiempos de mucho descontrol,
las puertas eran heavies, la mitad del público iba sin entrada,
a reventar la puerta y había que bancar.
Hoy, se hace un contrato en la Jefatura y te aseguran
personal policial. Igual, ya casi no va gente sin entradas a los
shows normales (entiéndase por anormales a los del Indio, La
Renga y otras bandas para las cuáles el público viaja).

¿Cómo es el trato con una estrella de rock? ¿Qué miedos tienen?


¿Qué les molesta?
Hay diferentes tipos de artistas. Están los que no quieren ni
que los mires y también hay señores artistas, amigos artistas,
de todo. Hemos logrado tener una buena relación con varios.
Con La Renga, que son, con quiénes más viajamos, es verda-
deramente una familia y así te hacen sentir. También compar-
timos muchos con Las Pelotas (salidas inolvidables con Ale
Sokol), con Pity Alvarez, con los Rata Blanca (muy amigos de
Hugo Bistolfi) y trabajamos con casi todas las bandas de acá
y tuvimos la suerte de hacerlo con muchas de afuera como:
Deep Purple, Iron Maiden, King Crimson, Dream Theater,
David Byrne y Sepultura, entre otras.

207
Nosotros hicimos el último show de Los Redondos en el
Kempes. Ahí nos conoció la Negra Poli y quiso que siguiéra-
mos trabajando con ellos. Nos contrataron para lo que seguía,
que era en Santa Fe, pero que no se hizo.
Cuando vuelve el Indio solista nos contacta la produc-
tora y nos dice que nos quería trabajando con ellos. Como
la gente nuestra tiene mucha experiencia, nos dan la puerta,
el lugar más bravo en este tipo de eventos, porque desde la
época de Walter Bulacio, ellos no querían trabajar con po-
licías; por lo tanto, éramos todos civiles. Esto fue creciendo
hasta el de Gualeguaychú, dónde el productor me dice que
solo tengamos control visual de entradas, que había vendi-
do 185 mil tickets y que no quería problemas. No quiero
agrandar las cifras, pero habrán entrado a ese hipódromo
unas 210 mil personas. Ahí, hablamos de que eso era inma-
nejable, que había que organizar de otra manera, volvimos a
hacer San Martín en Mendoza y fue mi última advertencia.
Fui claro: en estas condiciones, nosotros no trabajamos más,
no tiene sentido. Les propuse que vinieran a Córdoba y que
armábamos un show como lo hacemos acá, con las condi-
ciones de seguridad tomadas como deben ser. No quisieron,
pasó lo de Olavarría.

¿Cómo ves la evolución del público del rock?


Creo que el público de rock se fue educando con el tiempo.
Entiendo que si pagás una entrada para ver un espectáculo
artístico, no es necesario entrar a los empujones, entre lluvias
de botellas, sino todo lo contrario. Por eso, siempre tratamos
de tener buen trato con el público y creo que eso se siente.
Larga vida al rock and roll.

Nota del entrevistador: Ariel “Largo” Juárez, de 38


años, falleció el 5 de noviembre del 2006, en un accidente

208
en la ruta provincial 6, cerca de Almafuerte, 100 kilómetros
al sur de Córdoba. Su grupo, La 66, en el que tocaba el bajo,
posibilitó a Callejeros volver a un escenario cuando el 28 de
julio de ese año, mientras grababa un videoclip en una disco,
invitó a tocar a la banda de “Pato” Fontanet. A su velorio asis-
tieron fans y el baterista “callejero” Edu Vázquez.

209
DJ VOLUMEN. ESTEBAN TAZZIOLI

¿Cómo se te viene a la cabeza hacer Casa Babylon?


La idea de Casa Babylon Club surge de la necesidad de tener
un lugar para tocar seguido en vivo con nuestra banda: Los
Rústicos del Viejo Sueño. Y desde allí se abrió la posibilidad
a amigos de otras bandas de Córdoba, el interior y también
de Buenos Aires con las que teníamos contacto diario y vía
correo. A esto se le sumó la necesidad de DJs y músicos elec-
trónicos que buscaban espacios de expresión. Y también la
falta de ambientes de experimentación interdisciplinaria para
la percusión, la danza, el teatro, la fotografía, el diseño gráfi-
co, el periodismo, el videoarte y otras corrientes artísticas que
acercaron propuestas. La idea surge desde las necesidades co-
lectivas para desarrollar expresiones artísticas múltiples, que
coexistían en la ciudad a fines de la década del 90.

¿Te inspiró algún bar similar?


Los modelos siempre aparecieron desde las experiencias en
fiestas o recitales que produjimos o a los que asistíamos en
clubes de barrio o casas privadas o aulas de Ciudad Univer-
sitaria y luego en el circuito tradicional de bares de Nueva
Córdoba y el Ex Abasto. También encontramos inspiración
en los espacios donde era sencillo entrar, por ejemplo: Han-
gar 18 (ahí vimos en su semana de inauguración un docu-
mental de Mano Negra con entrada gratis, además de mu-

210
chos DJs. El Galpón (hoy “990”), Bola 8, El Cairo o El bar
del enano. Luego, con internet o en conversaciones con es-
tudiosos periodistas vimos que había ciertas similitudes con
otros lugares, que eran íconos para ciertas subculturas en el
resto del mundo.

¿Alguna anécdota que recuerdes seguido?


Hay pilas de historias, una de las más recordadas es la del
penúltimo show de Flema. En el escenario no solo había
músicos tocando sino que se podía disfrutar en vivo de una
auténtica orgía ultrapunk entre camisetas de fútbol tras los
amplificadores, un todo contra todo entre fans y plomos que
luego siguieron con la magia hasta abajo del escenario.

¿En qué fecha abrió Babylon y con qué evento?


El primer recibo de alquiler de “la casa” es de Julio de 1999.
Durante el 2000, mientras construíamos hicimos fiestas clan-
destinas con los Rústicos donde tocaban Palo y Mano, La
Cartelera Ska e Inauditos. Y cuando comenzaba marzo, en el
2001, inauguramos El club social y cultural (con casi todos
los permisos legales) con Karamelo Santo, La Cartelera Ska,
Kameleba y Dj G-one.

¿Pensás que Casa Babylon tiene el reconocimiento que se merece?


Estamos conformes y felices de estos casi veinte años de tra-
bajo, alegrías y experimentaciones. Sentimos muy buena
onda desde muchos lugares y también somos conscientes de
que siempre podemos mejorar. Esta sensación de crecimien-
to es uno de nuestros motores para seguir pechando. Asimis-
mo sabemos que muchas veces tuvimos reveses de todo tipo,
que mirando hacia atrás, nos fortalecieron y abrieron hacia
otros caminos.

211
PABLO AYMAL. CHE-LOCO.COM, EL SITIO DE
LAS ESTADÍSTICAS

¿Cómo surge la idea de incorporar estadísticas al sitio?


En realidad es algo que siempre quise hacer desde que arran-
qué allá por febrero del 2012. Pero lo empecé a implementar
recién en los últimos dos años. Al principio quería mostrar
más que todo la escena del rock y el pop en Córdoba, como
no lo hacen los medios habitualmente y aunque no dejé de
hacerlo en la actualidad, le agregué números, como una forma
también de mostrar mediciones mediante encuestas y estadís-
ticas con una base de datos que se fue armando de a poco.

¿Eras lector de la revista Billboard, una de las pioneras en este rubro?


La Billboard fue mi musa inspiradora, la compré semanal-
mente durante ocho años en los noventa a pesar que no en-
tendía ni jota, porque venía en inglés. Solo lo hacía por los
rankings, me seducía eso de las listas específicas por géneros
y obviamente los rankings principales, el Top 100 Singles y el
Top 200 Álbums. También me sirvió para conocer canciones
que aún no sonaban por acá, entonces las anotaba y las hacía
grabar en cassettes en unas disquerías que traían novedades.

¿Sos de escuchar los rankings de las radios, para chequear, si los likes
ayudan a un artista? ¿Sucede esto o en raras ocasiones?
No estoy escuchando radio actualmente así que no sabría de-
cirte si los artistas están siendo beneficiados con su difusión.

212
Estoy más volcado a las plataformas digitales, que me parece,
son las más escuchadas hoy en día. Al menos en una encuesta
que supe realizar hace unos meses por twitter, arrojó que se
escuchaba más Spotify que Youtube y las radios quedaban bas-
tante lejos en un tercer lugar.

¿Cada cuanto actualizás las estadísticas?


Últimamente me dedico a elaborar listas generales (sin
importar el género) tanto de Córdoba como de Argentina en
general. Artistas/bandas en actividad por un lado y los que no
lo están por el otro, pero solamente un Top 10. Próximamente
la idea es ampliar esos listados a 25 o 50 artistas o bandas. Lo
hago semanalmente y las voy subiendo en la página principal
de Che Loco!.

Por último: ¿Cómo ves el fenómeno Paulo Londra en base a lo que


logró en las redes?
Lo de Paulo es un fenómeno sin precedentes en la música
de Córdoba desde que están las plataformas digitales. Es el
artista argentino con más oyentes en Spotify y el más visto de
los cordobeses en Youtube. Te puede gustar o no la música
que hace, pero termina siendo un gran referente mediterrá-
neo dentro de esta nueva generación de adolescentes que se
han volcado al Trap en las redes, a pesar de que aún no ha
conquistado plenamente a Córdoba y que la masa de oyentes
cosechada se concentra más que todo en Santiago de Chile,
Ciudad de México, Lima y Madrid. De acá, donde está pe-
gando fuerte, es en Buenos Aires.

213
QUINTA PARTE.
VARIACIONES
ROSSANA VANADÍA: SI NO HAY GALOPE, SE
NOS PARA EL CORAZÓN

Mis ingresos fueron siempre magros hasta que pegué un tra-


bajo fijo. Una vocación de laburante más cierta inconciencia
innata, me han llevado a vivir una vida absurdamente derro-
chona y a darme gustos ricos en experiencia. Digo absurda
porque ni mis gustos ni mis ingresos dieron para autos im-
portados o viajes extravagantes. Por eso, apenas cobrado mi
salario (que era todo lo material para mí), hace unos cuantos
años, partía raudamente a disquerías y librerías para derro-
char. Cuatro, cinco o más cedés en mano, eran la delicia para
una semana con diversión auditiva asegurada que incluía jo-
yitas inconseguibles de Peter Gabriel, bandas sonoras, Lou
Reed, tal vez B ‘52, Talking Heads o PJ Harvey.
El negocio del Perro era el sitio elegido, allí mi cuenta
corriente no tenía ninguna garantía más que el dueño viera
mi cara a menudo. El sitio ha mutado de domicilio pero el
carácter refunfuñón de su dueño (mote merecido me imagi-
no, nunca supe el porqué) nunca pudo conmigo. Allí era la
tertulia de selección de novios y discos. De cafés, músicos pa-
seantes y a la vista en la mismísima vidriera. El grunge había
distorsionado las guitarras y la indumentaria de los rockers
de los tempranos 90. El negocio se inundaba de bermudas
XXL, camisas de franela a cuadros mientras nosotras vestía-
mos irremediablemente vestidos con borceguíes, pelos des-

217
cuidadamente aseados y peinados y no nos perdíamos ningún
concierto que tuviera como inspiración lo “alternativo”.
El Perro merodeaba las bateas en ojotas (no me lo expli-
co, pero también circulaba en ojotas en un ciclomotor des-
tartalado), los empleados recomendaban discos que les gus-
taba sólo a ellos. Mi amigo Sergio Mino, del otro lado del
mostrador, escuchaba a full la “Cumbia del Cucumelo” de
Las Manos de Fillipi mientras armábamos y desarmábamos el
mundo en una tarde. Íbamos a comer a Estación 27 después
de los recitales, paseábamos a músicos reñidos a muerte con
el peine y que intentaban imitar inútilmente nuestra tonada.
Era una chica rocker que hacía periodismo en un espacio
donde los chicos tenían la primicia. Pero no acusé recibo de
alguna diferencia. Me movía en el ambiente como una sirena
mediterránea de aguas dulces. A muchos sitios los vi nacer,
florecer y decaer.
Hice entrevistas maravillosas, vi espectáculos geniales y
otros no tanto. Esperé por más de cuatro horas para que To-
dos Tus Muertos subiera a escena porque no lograban cuórum
en la banda. Fidel divagaba entre sus fans. Charlé con Mollo
más de tres horas en una entrevista en plena Era de la boludez,
vi a los Fabulosos… en el Griego y en un estupendo concierto
en la Sala de las Américas de la UNC mientras danzaba con
bebé en la panza el emotivo “Vos sabés”. Entrevisté a Peter
Hammill y Michael Hutchance me firmó un disco. Los roles
de fan y periodista muchas veces y en estos casos, se entre-
mezclan.
Por fortuna me ha tocado “ser parte del rock” sucio de
imperfecciones y limpio de mainstream, etapa que abordé
sólo como espectadora. Colgué el grabador, los cedés y las pu-
blicaciones rockeras cuando profesionalizarse en este oficio
no dió ni para un pase a un concierto.

218
Conservo en mi corazón cientos de recuerdos y como 10
dispositivos que guardan canciones en mp3 que bien podrían
llenar el universo de música. Porque sin Fito, Charly, el Flaco
no se puede vivir. Porque Los Visitantes, Los Brujos, Catupe-
cu, Lizarazu, Fabi Cantilo, y muchos muchos, me han dado y
siguen dando tanto que resulta inabarcable.
La fauna cosechada en esos años “mozos” tiene un tierno
lugar exclusivo en la enciclopedia de ésta, mi vida. Es más, a ve-
ces me acuerdo de algunas anécdotas e inesperadamente son-
río o me río a carcajadas y me pone exquisitamente muy bien.

219
ALDO “LAGARTO” GUIZZARDI Y ALEJANDRO
“TOTO” COLOMBO. VENDEME UN
CHORIPÁN

El conocido conductor televisivo, que anima todas las maña-


nas de Canal 12 con su programa El show de la mañana, tuvo
en la primera edición del Festival de La Falda Rock, un puesto
de choripanes, junto a Alejandro Toto Colombo, otra figura
de los medios, en este caso, de Radio Universidad. La historia
jamás contada en la voz de sus protagonistas.
Lagarto: Como lo ayudamos a Mario Luna en la orga-
nización y difusión del primer La Falda Rock, como siempre,
la buena onda y calidad humana de Mario, convirtió la mo-
neda de pago en un puesto donde con Alejandro Colombo,
también locutor de Universidad, vendíamos choripanes. Fue
un gran éxito de ventas y yo terminé siendo atendido por el
Dr. Montoya, quien me realizó una limpieza ocular debido
a la grasitud acumulada en mis ojos, producto del humo de
los choris. Recuerdo que vendimos más de tres mil chorizos,
agotamos el pan de la zona.
Toto Colombo: En realidad, los que le pedimos a Mario
poner el puestito, fuimos nosotros. El tema es que no nos co-
bró un canon como debía y fue un éxito, como dice Lagarto.
Cuando se terminó, hicimos cuentas, después de los gastos, la
utilidad la dividimos en tres, una parte la pusimos en una caja
de zapatos y se la dimos a Mario. Le dijimos: “esto es tuyo”.
Me mira y me dice: ¿qué es? Le digo: “abrila”. Había mucha
plata. Me pregunta qué era eso, yo le respondo: “tu parte

220
del kiosco”. No la quería aceptar, por ende, lo tuvimos que
obligar. Era lo justo. Al puesto venían muchos músicos para
comprar choripanes. Recuerdo a Patricia Sosa, León Gieco,
Rubén Rada, el Cuarteto Zupay, David Lebón y muchos más.
Asábamos todos, hasta un hermano mío; por ende, fuimos
varios los que tuvimos que ir a un oftalmólogo para que nos
sacaran la grasa acumulada en los ojos. Recuerdo que una no-
che se empezó a vender mucho y no se conseguían más cho-
rizos, así que, de común acuerdo con los clientes, cortábamos
los chorizos a lo largo y lo cobrábamos la mitad de su valor.

221
MARCELO GÓMEZ. AL ABORDAJE. 29 AÑOS
PASANDO ROCK

Al Abordaje nace como un proyecto de estudiantes ociosos y


deseosos de compartir sus discos de vinilo con alguien más.
Los sujetos en cuestión, Marcelo Gómez y Jorge Coro, am-
bos jujeños, ya veníamos de una experiencia radial intensa en
nuestra provincia natal, donde, desde 1981, poníamos al aire
en AM 630 un pequeño programa llamado La Isla, donde
nos dábamos el gusto de pasar nuestros discos de Led Zep-
pelin, Queen y Riff (entre muchos otros) ante el horror de
operadores, locutores y una buena parte de la población, que
no podía entender que nos gustara “eso”. Nuestros propios
compañeros de colegio (estábamos en el secundario) nos re-
probaban ruidosamente en el recreo, cuando habíamos trata-
do de destrozar algunas de las cancioncillas en boga que tanto
detestábamos. Con ese bagaje a cuestas, más un paso por Ra-
dio Nacional Jujuy, donde fuimos echados por no respetar los
guiones que de antemano había que presentar (y respetar con
punto y coma), recalamos en la Docta.
Corría el año 1989 y aparecía en el desértico éter cor-
dobés (solo había tres o cuatro FMs) una radio que hoy es
de culto: “FM A Galena”. Allí recalamos un domingo a la
noche, con un programa llamado Debajo del Puente, inspira-
do en la canción homónima de Ariel Rot. Cuando terminó
el programa, nos ofrecieron hacer tres horas diarias y aunque
nos parecía una barbaridad, ¡¡aceptamos!!

222
Así nació Al Abordaje, un 1º de mayo del primer año
del menemato. Nunca imaginamos que aquellas tardes en la
calle Santa Rosa, con solo una bandeja giradiscos y el graba-
dor stereo del “gordo Sampik” (que hacía las veces de ope-
rador), sin vidrio de por medio, en un localcito que antes
había sido la sala de partos de una clínica, sería el comienzo
de algo que involucraría a muchísimas personas. Y ahí no-
más apareció Fabián Zurlo, atraído por un disco de Rush, y
una audiencia que creció de una manera exponencial; y que
se mantuvo pese a las mudanzas de radio, con un año en la
FM Acuario, la vuelta de la A Galena que después mutó a
FM X. Aquella que tenía los estudios en la mítica disco Pla-
taforma, donde trasmitíamos en vivo los shows como aquel
de David Byrne o el Nuevo Rock ‘94. Hasta que pasamos a
la UTN en 1995.
Pudimos entrevistar en el estudio a muchísimos músicos,
con algunos hitos, como la nota que hicimos con Spinetta
cuando vino a presentar Peluson of Milk, o la exclusiva con
Pappo antes de presentar Blues Local. Pero también estuvieron
los Divididos, Los Guarros, ANIMAL, Todos Tus Muertos,
La Memphis, La Mississippi, Almafuerte, Los Piojos, La Ren-
ga, Andres Calamaro, Botafogo, Massacre, Los Caballeros de
la Quema, Babasonicos, Las Pelotas y un largo ecterera.
En estos años, además de ser uno de los programas más
escuchados de la radio, editamos una revista, un cassette y
un CD con grupos de rock locales. Hicimos un ciclo que lla-
mamos “Al Abordaje in Session”, que nació como un espacio
pensado en conjunto con la dirección de la radio y la Secreta-
ria de Extensión Universitaria de la Universidad Tecnológica
Nacional (sede Córdoba).
Ese espacio comenzó como una serie de eventos musi-
cales que se realizaron en el Aula Magna de la UTN y se tras-
mitían simultáneamente por la 94.3. Pasaron por allí bandas

223
locales, como Crosstown Traffic, Los Búfalos Sedientos, La
Vagabunda, Roko y el Turco Sairafi, más algunos artistas na-
cionales como Ricardo Tapia de La Mississippi, Black Amaya
Quinteto y Motorama. Después el ciclo salió a la calle y lle-
garon Viticus, Los Natas, Massacre, Pez, Historia del Crimen
y un largo etcétera.
En el 2008 creamos otro ciclo, “Rock this town”, copro-
ducido con el Centro Cultural España Córdoba, por el que
pasaron Los Alamos, Tormentos, Tandooris y Motorama.
En el año 2010 recalamos en los míticos estudios de la
calle Corro, la ex Rocka, que fue mutando de nombres (Mas
Rock, Siempre Rock y Mega) pero con el espíritu que siempre
tuvo esa emisora. La combinación de nuestra marca con la de
la ex Rocka hizo explotar la audiencia y ganamos dos premios
ELIC: Premio a la Trayectoria por el programa en el 2011 y
Premio a la mejor Programación Rock por la Radio en 2012.
La intención del programa fue y seguirá siendo mostrar
el rock que nadie pasa, el inmenso abanico de bandas y estilos
(como el gothic, el stoner, el garage) que existen en las esce-
nas principalmente europeas, de donde proviene lo mejor del
rock hoy en día. El lema es “el otro rock”.
Además, seguimos dándole mucha preponderancia a los
clásicos internacionales, al rock de los ‘60, ‘70 y ‘80, mucho
blues, mucha guitarra. A nivel nacional, tratamos de rescatar
aquellas bandas que no han sido fagocitadas por el establish-
ment rockero criollo más los clásicos inoxidables.
A nivel local, si de bandas de Córdoba hablamos, po-
dríamos hacer un documental radial con todo el material que
ha pasado, sigue y seguirá pasando por nuestro programa en
el transcurso de más de 2 décadas de música y vivencias.
Actualmente estamos por cumplir 29 años ininterrum-
pidos, esta vez en el aire de Radio Rivadavia Cordoba, 99.5
FM y www.rivadaviacordoba.com.ar

224
CLAUDIA SAWKA. VAMOS QUE NO NOS
VAMOS. 990 ARTE CLUB

Cuando era una niña, siempre me preguntaba, cómo sería


todo con la llegada del año 2000. Pensaba en cuántos años
iba a tener y cómo serían las cosas. Con 32 años, ese día, el
31 de diciembre de 1999, recibimos el nuevo milenio con
mi socio, Eduardo “Indio” Escudero, en la terraza del 990
Arte Club. Ese mismo día, abríamos al público las puertas
por el pasaje Las Heras, y 6 meses después, la entrada por el
Boulevard Los Andes.
En setiembre del 2017, las redes se llenaron de mensajes
de apoyo al 9-90. “Vamos que nos vamos”, fue la frase que
hizo alarmar a músicos, gestores culturales y público de la
cultura rock. Eran los últimos días de este lugar. Un mensa-
je de Hernán Tazzioli (Casa Babylon) publicado en Facebook
daba una clara señal de lo que es el público que concurre a
estos lugares:

Todos muy preocupados porque cierra 990 y se cansaron


de no pagar la entrada y tratar de colar.
Todos muy preocupados porque cierra 990 y estaban
viendo si les invitaban una birra.
Todos muy preocupados porque cierra 990 y ayer te
sacaban el cuero.
Todos muy preocupados porque cierra 990 y yo diría...
¡cómo mierda aguantaste tantos años!

225
Brindo por 990 que siempre dio amor, aunque le cueste
la vida,
Gracias por compartir todos estos años.

El sábado 14 de octubre del 2017, en el Cine Club Mu-


nicipal Hugo del Carril se estrenaba el documental, 990 Arte
Club. La Historia de Silvina “Picchu” Cortés.

226
RICARDO CABRAL. POESÍA ROCK

Esta Vida No Otra es una plataforma de cruce de experiencias


creativas y un lugar de comunión entre artistas de diferentes
disciplinas. El único principio que rige estas relaciones es el de
la empatía emocional, no importa la currícula de las personas,
sino su disposición a compartir una obra en un marco de tra-
bajo afectivo. Desde noviembre 2010, las acciones se cristali-
zan en pósters, libros y celebraciones que reúnen spoken word,
canciones o piezas sonoras, intervenciones y proyecciones. Al-
gunos de los artistas que dejaron su seña: Cristian Trincado, el
poeta Gustavo Álvarez Núñez, las bandas Tomates Asesinos,
Los Loopers y un centenar más.
“Club Del Logro” fue un ciclo de conciertos breves que
realizamos entre 2010 y 2012. En cada velada convocábamos
a un tándem de artistas para tocar con formaciones y reper-
torio especial durante 30 minutos. Pasaron Fanfarrón (del
Brujo Fabio Rey), Sur Oculto, Jerónimo Escajal y bandas vin-
culadas a Ringo Discos.
El núcleo creativo que inició sendos proyectos estaba in-
tegrado por Martín Rigatuso (Claravox), Santi Guerrero (To-
mates Asesinos), Martín Figueroa (también compañero en el
colectivo Bistró Casares) y yo. También se sumaron al toque
Pablo Mariño (Esencia, Los Jóvenes), Sol Mosquera y Daniel
Antonio Martínez. Promediando 2011 me mudé a Buenos
Aires y seguimos esporádicamente en actividad entre ambas
ciudades. Hoy Esta Vida No Otra está un receso pero en cual-
quier momento regresamos con todo el vigor.

227
CECILIA CHUX PICCO. DIAGRAMANDO LA
CULTURA ROCK

Me entero tarde -y colgada, como siempre- del deadline de


esta nota, pero no puedo más que emocionarme por la convo-
catoria y decir que sí, aunque por dentro grite y esté aterrada.
¿Cómo lo voy a hacer? Tipear, tipea cualquiera, pero escribir
es otra cosa.
¿Cómo hablar de una época (2000), en la que sólo
conocía a gente que escribía -y escribe- TAN bien? Siempre
admiré la capacidad de los demás de plasmar en palabras
aquello que tan nítidamente estaba sintiendo en determinado
momento, ya sea a través de relatos nocturnos en un blog, un
fanzine, una nota periodística o una canción. ¿Cómo animar-
me a escribir después de leerlos?
Hasta esta oportunidad, nadie me había vuelto a enfren-
tar con la tarea de escribir desde que Mario Rivas me dijo:
“Vos tenés que hacer una columna de sexo con el seudónimo
de Sexilia ¿Te animás?” Así empezó mi primera reunión edi-
torial en La Escondida, donde se gestaba El Ojo con Dientes,
una revista independiente que sobrevivió en formato papel
hasta el 2001, para un par de años después reinventarse en
formato afiche/intervención callejera. De más está decir que
nunca me animé a hacer esa columna, pero encantada diseñé
cuanto pude.
El staff era, como muchos otros que conocí con el tiem-
po, un grupo multidisciplinario de gente que no se confor-

228
maba con las clásicas opciones de la Córdoba del momento
y creaban alternativas, generaban sus propios espacios -más
o menos oficiales-, sin dimensionar cuánto, la enriquecían.
Y era emocionante sentirse parte de eso, aportar un grano de
arena, un flyer, aunque sea por un rato.
Para alguien que hasta hace poco antes no conocía más
música que los hits en la FM del pueblo, las noches eran un
mundo deslumbrante de variedad. Recién llegada de la pro-
vincia, el primer lugar al que fui a bailar fue Hangar 18. Apar-
te de la jaula de bailarines, el tobogán a la pista y las pasarelas,
lo mejor fue descubrir esta masa entera de gente que, como
yo, amaba bailar hasta morir y hacer lip syncs furiosos con
cualquier tema de Madonna. No existía el ridículo, la expre-
sión artística personal era bienvenida, alentada en la pista y
celebrada on stage. Vivir esta nueva posibilidad de transfor-
mación y tolerancia era refrescante. Desde entonces y hasta
su ocaso, el Ex Abasto se transformó en uno de mis lugares
favoritos.
Esa zona tenía su propia biósfera, formada por el aire
fresco del río, pésima urbanización y una fauna de persona-
jes exóticos conviviendo -casi siempre de manera pacífica- en
cuestión de cuadras: una mezcla inusual de rockers, indies, ji-
pis, electrónicos, punks, metaleros y drag queens.
La música dejaba de ser un abstracto para convertirse en
presencias cotidianas, ya fueran las que surgían de la Docta
misma o llegadas de Capital, bandas o Dj’s. Muchas vinieron
de la mano del “Colectivo Bistró Casares”, grupo que aporta-
ba a la grilla de eventos culturales un aire de ingenua sofistica-
ción. Con un alto valor estético y una selección cuidadísima
de gráfica, textos y música, este puñado de personas -del que
más tarde pasé a ser parte-, traían lo mejor del indie nacional
en producciones austeras y poéticamente bellas. Las postales

229
polaroid con que anunciaban sus ciclos, las entradas, los afi-
ches aún resisten y siguen conmigo, mudanza tras mudanza.
Estas veladas tenían lugar en diversos centros culturales,
aunque las primeras que recuerdo me tuvieron por especta-
dora en Ultra Pop Bar. Otras tenían por escenario El Ojo
Bizarro, una casona antigua con patio en la calle Libertad.
Esas noches tempranas, con velitas en las mesas y una con-
vocatoria mínima, lentamente se convirtieron en destino
de muchos cuando a la hora de cierre de los boliches, una
espontánea procesión cruzaba el Suquía. Ya fuéramos habi-
tués de La Belle, Casa Babylon, Club 990 o Coronado, mar-
chábamos hacia El Ojo, dando cabida a todos los huérfanos
nocturnos. Las lecturas y los shows de drags dieron paso a
las bandas de rock, el pop siempre presente en los ciclos de
Superclima, y más tarde el patio electrónico se armó como
algo permanente.
Unas horas después, cuando los pies no daban más y
la crueldad el día era innegable, te ibas a casa feliz, un poco
borracha, previa choripán-con-todo en los carritos de la cos-
tanera y un fanzine Japón en la cartera.
Algo de toda esa energía sedimentó y alimentó los últi-
mos años que pasé en Córdoba, colaborando con más ciclos
musicales, nuevos espacios y proyectos editoriales de toda ín-
dole. 31 Grados ofrecía panchos electrónicos para disfrutar
en mesas ratonas y puffs. A través del Centro Cultural España
Córdoba, Daniel Salzano me dió el voto de confianza para
rediseñar Metrópolis, la revista del Cineclub Municipal Hugo
del Carril adoptando el formato apaisado, de pantalla de cine.
Miguel Peirotti publicó Directos al Infierno, su libro sobre ac-
tores malditos, con tapa de Costhanzo. Cuello ilustraba cuen-
tos para niños y los 20 años del Teatro La Cochera. Dorian
Gray abrió sus puertas, sumando propuestas nuevas para el

230
ambiente gay y la electrónica. Una mini colección de libros/
objeto vió la luz con MaraddonPress, dando notas en diarios,
boliches y bares.
Ahora, lejos de la ebullición de esos años tengo que ad-
mitir: nunca fue por trabajo, todo fue placer.

231
MARTÍN TOLEDO. CONTRADICCIONES EN LA
CULTURA ROCK

Antes que nada, conviene dejar establecido que la nostalgia


no debe ser un ejercicio permanente y que la memoria realiza
su propia selección.
Entre otras situaciones que recuerdo, me invade un tema
de Talking Heads que se llama The Overload. Como mi in-
troducción al mundo de la cultura del rock ocurrió a través de
la lectura, la referencia cobra validez en este caso.
Los neoyorquinos conocían a Joy Division por las no-
tas que leyeron sobre esa banda inglesa. Entonces, sin haber
escuchado su música, decidieron componer una canción en
base a las críticas periodísticas. Les salió asfixiante y llena de
penumbras. Casi que le acertaron.
En mi tierna infancia, tenía información sobre grupos
históricos y también acerca del punk. Mis experiencias so-
noras eran escasas y sólo era un rocker que incorporaba lec-
turas sobre el tema, mientras apenas imaginaba como serían
las canciones.
Mi manera de rebelarme era adoptando, desde la peri-
feria mundial y etaria, como propias las tendencias de otras
latitudes.
Incluso hallaba un goce en mis interpretaciones erróneas
y estaba enterado de la situación judicial de Keith Richards
por los artículos que publicaba la prensa gráfica local.

232
Cuando accedí a la revista Pelo ya poseía una pequeña
colección de cintas (el vinilo me llegó tardíamente en la dé-
cada del 90, cuando el compacto empezaba a predominar).
Para ofrecer una idea de anacronía con relación a los so-
portes físicos, el primer disco contemporáneo que adquirí en
mi periplo como oyente fue de Stones Roses, en 1990. Mi
aventura se inició en 1982 o 1983. No cuento con precisión
en torno a eso.
Amé a los Stones cuando vi el clip de “Start Me Up”,
presentado en carácter de estreno en Música Total.
Para los inicios del actual siglo, cuando ya había aban-
donado la idea de estar en bandas (participé de Viejos Putos-
86-87-, Perdedores Hermosos -91-95- y de un proyecto tecno
del cual sólo superviven unas malas maquetas) fui parte de un
viaje placentero y sin objetivos.
Junto a mi hermano Gonzalo, Dirty Ortíz, Carlos Ro-
lando, Horacio Bevaqua y varios más, integré varios progra-
mas radiales, un fanzine, un colectivo de disc jockeys donde
mi pericia técnica arruinaba mis buenas selecciones y hasta
organicé fiestas siendo que nunca pude llevar adelante ni un
festejo de mi cumpleaños por mi pereza social.
En ese contexto, tal vez influido por el ímpetu de Ro-
lando y la paciencia de Dirty, fui parte activa de un ciclo de
charlas que se ofrecieron bajo la pretenciosa etiqueta de Con-
tradicciones en la cultura Rock.
No se trató de una aventura normativa ni científica.
Y tampoco puedo asegurar que el fin era ser gratificado o
interpelado.
Me gratificó invitar a amigos y a periodistas locales que
tenían al rock como materia prima, lo que permitió conocer-
los y hablar con ellos.

233
Logré compartir un espacio con sujetos que admiraba
como Germán Arrascaeta, el cual en mi tierna adolescencia
me llevó a ver a Spinetta al Pabellón Argentina y me otorgó
la dicha de verlo cantar en vivo con El Final de los Árboles,
una noche donde verdaderamente tomé contacto con el lado
salvaje de la música que amo desde hace más de tres décadas
y medias.
Me senté en la misma mesa que difusores y activistas de
la causa como Martín Brizio, CJ Carballo y Marcelo Gómez,
a quien escuchaba debido al impacto que me ocasionó leer su
revista Darkness cuando iba al secundario.
Honestamente, busqué insertarme en un universo al
cual quería pertenecer. Creía que contaba con argumentos
para hacerlo.
Además, como mi rol más placentero es ser parte del
público, junto a mis compañeros de aventuras los obligamos
a hablar de lo queríamos escuchar de ellos.
Disfruté sus exposiciones y las de otros periodistas que
lamento no contar con espacio para mencionar.
Varios escribieron para Horrible, un pequeño fanzine
que Horacio Bevaqua se empeñó en llevar adelante hasta que
publicamos el número 12.
Y ahora, que volvimos a constituir un dúo, proyectamos
lanzar un sello editorial con novelas breves y ensayos apresu-
rados donde el formato será cómodo y con una gran carga
estética en sus portadas, contratapas y las demás partes.
De aquel periplo que está cumpliendo 15 años o más,
sólo queda el recuerdo de su rápida extinción. Retomamos el
espíritu y el vértigo, con la idea de autopublicarnos y exhibir
a otros que respetamos. Por más punk que haya pretendido
ser, ya sea por espíritu o look juvenil, hoy, la canción sigue
siendo la misma.

234
Para saber más

Contradicciones tuvo lugar en el Centro Cultural España


Córdoba.
Las conferencias fueron entre 2003 y 2004.
Vértigo se transmitió, entre 2001 y 2003, por FM Cielo.
La idea de las charlas nació en las veladas posteriores a ese
programa.
Éramos tan Punks pasó por Radio Revés (2002) y La
Rocka (2003). La música transitó por el proto punk, la new
wave, el rock básico, la electrónica menos bailable, el post
punk, las bandas locales de ese período y demás. Los bloques
estaban a cargo de personajes ficticios que, en muchas ocasio-
nes, eran rockers mediterráneos o rosarinos. Aunque daban
gracia, el fin no era humorístico.
Miguel Peirotti abrió la puerta del Cineclub Hugo del
Carril para que la mayoría de los involucrados en esa etapa pre-
sentaran películas musicales junto a críticos de Buenos Aires.
Para más datos, se puede consultar a quienes asistieron o
intervinieron en esas actividades. En Google o en enciclope-
dias no hay mucho material para consultar.

235
LUCIANA MORA. LAS NOCHES QUE NOS
ROMPIERON EL CORAZÓN EN “EL OJO
BIZARRO”

Un lugar en calle Igualdad, la única referencia. Igualdad es


una palabra que en esa época no tenía la importancia que hoy
tiene. Es el año 2001 y toca una banda. Llegamos y no enten-
demos mucho: entrar a lo que va a ser el lugar que nos va a
acobijar sin saberlo, sin tener la más mínima intuición de que
lo que estamos presenciando es vanguardista para la ciudad y
sobre todo para nosotros.
Momento 0: entrar por esas puertas altas, un televisor
con señal fallida y el logo de MTV sobre la barra en la que
hay objetos de toda índole. Está por empezar un show de
drag queens, la música es rara y conocida a la vez. Tengo la
sensación extraña de que es un mundo más que bizarro, aun-
que no tengo mucha idea de lo que es ser bizarro. La atmós-
fera atrapa, a decir por la gente que va entrando, y nosotros
que nos vamos aggiornando al compás de Blur, Björk, Moby
y Beck. ¿Sabrá tu novio que fuimos al Ojo? Más adelante el
vendrá también. Empieza a tocar una banda de noise y nos
aturde, pero también nos encanta. Hay un pibe que baila, se
balancea y vuelca parte de su cerveza. Lxs chicxs visten esas
prendas que venden en la Galería San Francisco: ropa usada
combinada con pins y remeras estampadas con las caras de
los ídolos.
Momento 1: volvemos, para asegurarnos que todo va a
ser más o menos ecléctico que la vez anterior. No tenemos

236
la certeza de que va a ser algo así como nuestra casa. Es una
casa: tiene un pasillo, un saloncito a la izquierda, la barra a la
derecha y una galería que desemboca en un pequeño patio.
Tomamos vodka, cerveza y fernet, no hay muchas opciones.
Los temas ya son clásicos y el DJ apuntala con una artillería
que incluye el pop más underground, el rock y sus variables:
post/new wave/clash. Electro pop y nuevo rock, sí, aquel que
ya venía pisteando desde los 90 y que coqueteaba con el glam
de los 80. La Pequeña Pista Pop de la mano de Rodri Ulloa al-
bergó los ciclos más prometedores para la escena que surgiría
luego. Pero estamos acá, bailando un hit tras otro y sobrelle-
vando una crisis social, política y económica sin ser del todo
conscientes de la cantidad de malos tragos que nuestro país
se va a tomar.
Momento 2: ya somos habitués. Las caras se repiten no-
che tras noche. La secuencia de baile es imitada por los que
llegan. A veces vamos los miércoles, a veces los jueves, pero los
viernes y los sábados estamos ahí. En los sillones están los que
observan detenidamente esa mansa ola de gente que llega y
se transporta con la música, recorriendo desde la pistita hasta
el patio, charlando en la galería sobre “el último disco de”,
sobre las fechas que se vienen, sobre los sonidos del futuro.
Hay sinergia entre distintos grupos. Hay chicos que se besan
con chicos, chicas que se besan con chicas, chicos y chicas que
después de besarse con chicas y chicos vuelven a sus casas con
fuego en el corazón y el cuerpo. Hay chicxs que vuelven con
desazón. Corazones rotos, estrechez y egoísmo, canciones que
hablan de eso y bailan desatados. Bailamos a Los Prisioneros,
sudamerican rockers chilenos que nos cantaban en tono pop
canciones sobre amores no correspondidos. Esperamos que el
DJ tire un tema de Adicta y así sacar nuestro lipsync más his-
triónico a brillar. Vemos a nuestro amor irse por la tangente,
mi amiga está llorando y no hace nada.

237
Momento 3: como satélites del Ojo existen primero
“Plan B”, con una corta y frenética vida en la avenida princi-
pal de Nueva Córdoba parece prometedor, pero no lo es. Ahí
me doy con el glitter de unos jóvenes. Miranda que hacen su
perfo con tabla de planchar y temas de Pimpinela. También
en el piso queda grabado un paso certero, la sensación de la
extinción de un romance. El otro satélite es “Dorian Gray”,
un espejo en el que nos empezamos a mirar con la esperanza
de ser forever youngs. Después vamos a ir al ojo, no dejamos
de elegirlo como el lugar donde va a terminar la noche. Me
encuentro con un antiguo amor y nos decimos algunas cosas
que quedaron guardadas, nos reímos y nos acordamos de un
tema que bailamos tiempo atrás. Qué manera de reírnos de
los estados, avanzar dos casilleros y encarar. Encarar a esos
baños del demonio, acompañar a alguien y quedar mirándote
la cara en el espejo, las pupilas danzantes y ese gestito de estar
pasándola bien. Suerte o azar, no es lo mismo, el amor va a lle-
gar mientras estás buscando otra cosa. Con el paso de los años
voy con menos frecuencia, no es lo mismo dicen algunos.
Ha perdido brillo, ya no estamos perteneciendo a esta épo-
ca, dicen otros. ¿A dónde iremos con el corazón roto? Nunca
nos preguntamos qué iba a pasar el día que no esté más. Las
clausuras, los cierres inesperados cada vez más frecuentes. La
noche nunca muestra toda la verdad, el único placer en mí es
mi soledad, aunque quiero ir y llegar a vos, no puedo. Queda-
mos en que no íbamos a volver, pensamos que no daba para
más. Un día haciendo cola para entrar me arrepentí, tomé el
taxi hasta mi casa sin saber que esa iba a ser la última vez que
abría. Cuando paso por la puerta (muy rara vez) hologrameo
la fachada con gente, gente sin celular, hablando y haciendo
tiempo para entrar, anoto mentalmente el celular del cartel
que dice “Se Alquila” y me lo olvido apenas cruzo la calle.

238
EPÍLOGO. UNA CERVEZA CON TU DIABLO

Elisa Robledo

¡Necesitamos pensar! Recuperar el pensamiento crítico, que


las canciones vengan con cerveza y conversaciones. Extraño
un montón encontrarme con algunos seres, con todos sus
conflictos y los míos, pero poder reunirnos. Ser humanos.
Mirarnos a la cara y contarnos las miserias, las cotidianeida-
des para contrarrestar esta vida con tanto filtro de instagram y
felicidad publicitada. Necesitamos reconocer nuestros diablos
personales e invitarlos a caminar una vuelta a casa después de
un recital, para reconciliarnos después con nuestros infiernos
personales. Necesitamos no perder el pulso, más allá de lo que
hayamos entendido sobre la producción, las fechas, el marke-
ting y como llenar la heladera viviendo de esto que somos, o
usando los espacios que quedan entre la vida adulta sin que
nos contradiga la supervivencia que hemos construido. Seguir
jugando, rompiendo los moldes de los pensamientos.
¿Sabes qué? El rock no necesita que lo quieran, lo acep-
ten o lo validen. En definitiva, nadie puede hacerlo. Simple-
mente está, acontece, más allá de un montón de cosas que
forman parte del entramado de una ciudad conservadora. El
rock es el refugio cuando todos los demás, te dicen que sos el
producto defectuoso en la línea de montaje de seres humanos
que nacerán, crecerán, producirán y se morirán. Dame algo
con más alma porque entonces no entiendo qué hacemos ca-
minando todavía.

239
Traer a este libro algunas experiencias y registrarlas para
que sean parte de nuestra historia me puso varias veces en
jaque. En primer lugar, tuve que reconocer que había pasado
una década entera en el medio de algo. Tomar distancia y mi-
rar en perspectiva suele ser una tarea difícil, se mezclan cosas,
el tiempo se vuelve confuso y, sobre todo, hay que reconocer
que la memoria es editable. Hace falta chequear que pasó y
reconstruir hechos. Todo eso es volver a pasar por algo que ya
se vivió. Sorprende, incomoda y genera muchas risas, sobre
todo. Moví los muebles del living de lugar y usé una pared en-
tera para hacer mapas de ideas y de tiempo con flyers, afiches,
calcos y otros elementos de soporte físico que tenía desparra-
mados por casa y sobrevivieron a las muchas mudanzas. Usé
un fibrón azul sobre la pared. El precio de semejante arrebato
fue un fin de semana completo dedicado a pintar la pared con
un amarillo más fuerte todavía, para tapar las rayas que que-
daron de esa expedición consciente al pasado. El primer lla-
mado que hice fue a Lucio Scelso, de él tomé prestado dos o
tres conceptos. Después acudí a Nicolás Rizzo y Juan Manuel
Pairone. De ellos me guardé esta idea: a la profesionalización
se llega después de un camino y todo lo que pasa en el medio
es totalmente necesario, el desafío es no quedar preso de uno
mismo, pero sobre todas las cosas hacer lo que quieras hacer,
no lo que hay que hacer. Si esa es tu base y está firme, todo lo
demás va a estar bien de cualquier manera.
Pasar otra vez por acá fue una experiencia antropo-
lógica y psicoanalítica. Todos construimos un ser que nos
permite interactuar afuera de nosotros mismos. Contando
los personajes que conocí y los diablos que bailan en los
camarines interiores, no dudo que tuve mucho más de lo
que podría haber pedido alguna vez. A todos nos duele algo.
Pero estoy segura de que somos un enorme puñado, los que

240
encontramos en el rock una manera de sobrevivir primero,
y vibrar después.
En una ciudad cruzada por un río indómito e imprede-
cible, a mí me alegra encontrarlos en esta orilla. Y a los que
están en el camino, bienvenidos al tren.

241
SOBRE LOS AUTORES

Rodrigo Artal
Conductor radial. Su voz se escuchó en las FM Azul, Rock
and Pop Córdoba, La Rocka, FM Cielo, Las Rosas, Pobre
Johnny, Sucesos y en la actualidad conduce El daño ya está
hecho por Vorterix Córdoba. Además, fue director artístico de
las FM Dínamo y Glam de la ciudad de Salta. Movilero para
el interior de nuestro país del programa Volver Rock y actuó
en cortos como así también llevó al teatro a los personajes que
hace en la radio. En los primeros meses de 2018 prepara dos
obras de teatro para ponerlas en escena.

Martín Brizio
Con 30 años de actividad radial ininterrumpida, comenzó
su carrera en el año 1988 en la emisora FM Joven 88.5 con
el primer programa dedicado al género “metal pesado” en la
Ciudad de Córdoba, Encrucijada de Metal. En la actualidad
conduce Nadie es Inocente por Vorterix Córdoba y por la mis-
ma emisora, pero a nivel nacional e internacional, participa
como conductor del Cosquín Rock, desde el 2013 hasta la úl-
tima edición 2018; de la ediciones del Monster of Rock 2015
y del Maximus Festival 2016 y 2017. En febrero del año 2017
durante dos semanas en la previa del Cosquín Rock de ese
año, condujo el programa de alcance nacional reemplazando
a Mario Pergolini.

243
Martín Carrizo
Melómano y coleccionista de discos de rock argentino. En
2007, por una búsqueda personal, alumbró un blog (www.
rockdecba.blogspot.com y luego www.cordoba.rock.com.ar)
que en poco tiempo se volvió material de consulta e informa-
ción sobre la historia del rock cordobés.
Como realizador audiovisual presentó un especial para
Canal 10 sobre un disco emblemático de Fito Paez: “20 años
de El Amor después del Amor en Córdoba” (2012) y 3 docu-
mentales: Radio Roquen Roll #1 (2014), La Falda, El Festival
que hizo historia en la música argentina (2017) y Radio Ro-
quen Roll #2 (2017).
En la actualidad conduce Somos Potencia por la 94.3
FM UTN Córdoba y trabaja en la realización sobre un do-
cumental que refleja la historia del Festival de Tango de La
Falda.

Raúl Dirty Ortiz


Trabajó en medios gráficos como revistas Hortensia, Satiricón
y diarios Córdoba, Página/12 Córdoba, La Voz del Interior y ra-
diales de la talla de SRT, LV2, Radio Nacional Córdoba y FM
Cielo, televisivos (Canal 10) y digitales (Cadena3.com). Ha
publicado los libros Yo también fui un boludo (Diálogo Beat,
2006) y El lado luna de lo oscuro (MaraddónPress, 2008). Ac-
tualmente escribe en el diario Alfil y trabaja en la radio Pulxo.

Pablo Ramos
Hijo de un militante sindical, pasó los duros años de la dicta-
dura recluido junto a su familia en un pueblo de las sierras cor-
dobesas. Es docente e investigador de la Universidad Nacional
de Córdoba. Trabaja en diversas radios y medios gráficos.

244
Elisa Robledo
Desde hace una década se dedica a la gestión y comunicación
relacionadas con la música, el arte y la cultura. En los medios
de comunicación se especializó en marketing de producto y
medios digitales. Durante 5 años desarrolló y dirigió el pro-
yecto comunicacional de Radio La Crema. En 2015 desarro-
lló en simultáneo distintos productos de experimentación ra-
diofónica vinculados al mundo editorial con Llanto de mudo
y Editorial Nudista. Actualmente, diseña nuevos mensajes y
formatos para compartir.

Carlos Rolando
Autor de Nosoyrock, el primer libro de digital de Córdoba.
Trabajó en las FM 99,7, Open, Vox, La Rocka y Cielo. Es-
cribió en diferentes medios gráficos. Autor junto a Martín
Toledo del ciclo Contradicciones en la Cultura Rock que se
llevó a cabo en el Centro Cultural España Córdoba y en el
2017 fue el coordinador del ciclo 50 años de Rock que orga-
nizaron la Editorial de la UNC y la Subsecretaría de Cultura
de Extensión Universitaria. En la actualidad forma parte del
sitio www.otrasyerbasrock.com y trabaja para poner en la web
entrevistas que realizó a bandas como New Order y solistas
como Marilyn Manson.

Humberto Sosa
En los 80s Fue guitarrista del grupo Washington Canesú y
Las Solapas. Dibujó cómics y realizó diseñó gráfico para la
escena under de Córdoba.
En aquellos años fue parte del Zzzchchrrrmmm, movi-
miento de base anarcodadaísta gestado en la Facultad de Ar-
quitectura, junto a Mario Bulacio de los Enviados del Señor.
En la actualidad cura y escribe sobre arte contemporáneo.

245
Soledad Toledo
Editó junto a Julieta Fantini el fanzine Japón (2005-6). El
dúo luego siguió con la columna radial “Vos no sos under”
en el programa Cualquiera de Carlitos Julio Carballo en La
Rocka, Las Rosas y Radio Sucesos. Compilaron las columnas
en el libro Pánico! Guía para vivir la vida moderna (2008).
Formó junto a Marcos Galliano y Florencia Bernascop la ban-
da Pelopincho y la pasaron estupendo.
Fue jefa de redacción y miembro del consejo editorial de
la revista digital de cultura El Vernáculo. En ese proyecto, co-
laboró en la edición, junto a María Antonella Cozzi, del libro
NoSoyRock de Carlos Rolando. Participó del libro Esto es una
escena (2016), compilado y editado por Juan Manuel Pairone,
19 críticas discográficas que dan cuenta de la ebullición creativa
en la movida del rock y el pop de los últimos años, en Córdoba.
Actualmente, piensa en la vejez como proceso vital y cola-
bora en los contenidos de Porota Vida, proyecto comuni-
cacional dirigido por Sol Rodríguez Maiztegui para y sobre
adultos mayores.

246
ÍNDICE

Prefacio 7
Introducción 17
Primera parte. Los 60’s – 70’s 21
Los cordobeses de La Cueva, que no es la del Oso 23
“Los Teen Agers” cordobeses y la rebeldía que nos quedaron
debiendo 34
Segunda parte. Los Años 80 43
El relator de salto en largo 45
Los otros ochentas. Un post post-punk 62
Terapia 70
Resistir la decadencia 79
Tercera parte. Los 2000 a la actualidad 89
A dos mil 91
Estábamos ahí, solo que no lo sabíamos 101
2009 o el año en el que estallamos 117
Cuarta parte. Entrevistas 133
Tito Acevedo. Me gusta el boliche 135
María Pía Arrigoni. La chica que arma al rock 143
Peperina. Breve historia breve 148
Jaime Servent. This is rock and roll radio 154
Tincho Siboldi. Yo pegué un hit 159
Fernando Caballero. Maestro, quiero tocar. Spinetta Sinfónico 167
Daniel Miraglia. El cuarterock 170
Carlos “La Mona” Jiménez. La cueva de La Mona 173
Un flash. Nicolás Bravo. Fotografía rock 175
Rock y fotografía: esa aproximación resulta normal
actualmente 193
Ricardo Sued. El subsuelo de la cañada 195
Héctor “Perro” Emaides. Perro que ladra 197
Pablo Mauricio Yuan. Yo soy, la seguridad. El colorado, socio
gerente de Largo-Rojo SRL 206
DJ Volumen. Esteban Tazzioli 210
Pablo Aymal. Che-loco.com, el sitio de las estadísticas 212
Quinta parte. Variaciones 215
Rossana Vanadía : Si no hay galope, se nos para el corazón 217
Aldo “Lagarto” Guizzardi y Alejandro “Toto” Colombo.
Vendeme un choripán 220
Marcelo Gómez. Al Abordaje. 29 años pasando rock 222
Claudia Sawka. Vamos que no nos vamos. 990 Arte Club 225
Ricardo Cabral. Poesía rock 227
Cecilia Chux Picco. Diagramando la cultura rock 228
Martín Toledo. Contradicciones en la cultura Rock 232
Luciana Mora. Las noches que nos rompieron el corazón en
“El Ojo Bizarro” 236
Epílogo. Una cerveza con tu diablo 239
Sobre los autores 243
Se terminó de imprimir
en agosto de 2018
Córdoba | Argentina

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