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RESPONSABILIDADES SOCIALES DEL EMPRESARIO

Dr. Sergio Canals L.

Hace algunas semanas, escribí un artículo donde proponía


que los empresarios antes de asumir en una empresa,
deberían realizar un juramento público, donde se
comprometieran a que el resultado final de su esfuerzo,
liderazgo y conducción, además de generar trabajos,
recursos, ganancias, bienes y servicios, estuviese dirigido
finalmente hacia el bien personal y público a la vez.
Y esto no por la acción empresarial en si misma, sino porque
cualquiera tarea que implica un impacto directo sobre otras
personas, en el ámbito social, económico y cultural, debiera
tener como brújula el sentido del bien. Más aun, cuando
esta actividad se asienta en el campo del trabajo, que más
que un derecho, es hoy una condición casi imprescindible,
para permitir un proyecto de vida personalizador individual,
familiar y comunitario.
Esto último, hace que la actividad empresarial, y por ende,
la del empresario, se vea revestida de un inmenso poder
sobre los demás, como es la de crear, otorgar, permitir,
mantener y quitar, la posibilidad de trabajar a otras
personas.
El ejercicio de este inmenso poder, como muchos otros,
puede humanizar o deshumanizar a quien lo ejerce, y a
sobre quien se ejerce, en un proceso de crecimiento o
destructivo para ambos a la vez.
Si favorezco la humanización, me humanizo.
Si personalizo, me personalizo.
Pero sin las otras personas, tampoco puede el empresario
trabajar, emprender y mantener su formidable tarea y rol
en el desarrollo y felicidad de las personas, la comunidad, la
del propio país, y hoy de muchos lugares y regiones en un
mundo globalizado.
Y sólo esto, que parece un simple hecho, adquiere una
complejidad abrumadora, generada en la aparición de la
otra persona como parte de una red de relaciones de
derechos y deberes contractuales, que indefectiblemente
terminan por involucrar al ser completo e íntimo de cada
uno de ellas, en el marco de una comunidad laboral y de
quienes se relacionan de diversas formas con ella.
Pero donde un tejido de vínculos y decisiones pueden
afectar profundamente el desarrollo y los proyectos de vida
entramados de unos con otros, afectando a las libertades
presentes y futuras asociadas a la menor o mayores
posibilidades de hacer el bien, inexorablemente se funda
esencial y definitivamente en lo ético.
¿Y cual es esa ética?
La ética empresarial del ganar (“win -win”), en la alteridad y
la acogida.
Es decir, la ética fundada en la presencia de alguien
definitivamente diferente, tan diferente como uno para el
otro. El otro como una persona que espera en la libertad de
su diferencia, que por el solo hecho de confiar mutuamente
en pos de un objetivo común, como es el laboral, ser
acogida. Acogida como una persona que al igual que todas y
como uno, siente, piensa, valora, y está llena de fantasías,
temores, esperanzas, sueños y proyectos de un futuro
mejor.
Esta acogida, donde anida la caridad, la bondad y la
compasión, siempre implica la difícil tarea de ponerse en el
lugar del otro, sin esperar que el otro lo haga antes que
uno.
En esta ética, el empresario siempre será el primer
responsable del otro y de todos los afectados y relacionados
con la acción empresarial (en el presente y el futuro),
siempre frente a todos (especialmente en el mundo de hoy,
poderosamente interconectado), antes que esa o esas
personas se hagan responsables de mi persona.
Es decir, hay una asimetría primordial e ineludible en este
extraordinario poder empresarial, en el más amplio sentido
de la palabra, encarnado en el hacer mismo de los
empresarios y la empresa en el mundo posmoderno de hoy.
El otro, donde radica el misterio del universo completo, (al
igual que en uno), primero que yo, en mi responsabilidad
(“amorosa” finalmente) con ese misterio maravilloso, el
misterio de su creación.
Es la ética donde la persona en la empresa no “es una
impertinencia”, sino que funda su propia esencia.
Y si es así, en el esfuerzo de su práctica, el empresario en la
búsqueda necesaria y legitima de la “maximización de
utilidades”, podrá también aspirar (como todos), a ser un
“hombre de bien”, y la empresa, “una empresa de bien”,
que maximizará así, su valor sustantivo y fundante de su
propia identidad, y “relato”.
Relato como frutos de la pasión y un sueño, de la hoy
necesaria, épica empresarial.
Una gesta épica empresarial, pero fundada en el bien.
Le quedará claro entonces, que cualquier actividad que se
enmarque en la corrupción, por el daño que genera pensar
primero sólo en el beneficio personal a costa del daño del
otro, vulnerará radicalmente esta ética profundamente
personalizadora.
Y así también, tendrá la profunda convicción, de que tendrá
siempre, una responsabilidad hacia al futuro de las
personas, que se encarnará en las acciones sobre el
medioambiente, la comunidad afectada y relacionada por el
hacer de la empresa, junto con la educación de las
personas trabajadoras o “colaboradoras”, sean o no futuros
o futuras trabajadoras, y también sobre el prójimo,
especialmente los que sufren y viven en las des libertades
de la pobreza.
Porque finalmente, “todos somos responsables de todos,
ante todos, pero uno tiene la primera responsabilidad,
antes que los otros” (especialmente empresarios y
empresas).

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