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III.

Crítica del concepto foucaultiano de resistencia

¿Por qué este concepto de resistencia ha reemplazado en gran medida a algunos precedentes
como emancipación, liberación, sociedad libre de explotación/alienación, y otros similares, y a
qué coste?

A nivel del activismo político, un coste obvio de adoptar o eventualmente ajustar este término
está relacionado con el hecho de que no todas las formas de resistencia son equivalentes. ¿Es
la resistencia al poder desde la derecha lo mismo que desde el marxismo o el anarquismo? ¿Es
la resistencia al imperialismo de Occidente desde el fundamentalismo religioso lo mismo que
desde los movimientos de liberación nacional? ¿Es la resistencia de la iglesia católica a las
campañas oficiales de control de la natalidad en EEUU lo mismo que desde el movimiento
obrero? ¿Son las fundamentalistas religiosas que ocuparon la Mezquita Roja en Islambad
(Pakistán, 2007), con el fin de aniquilar la libre expresión, equivalentes a las feministas
socialistas también de Pakistán como Malala Youzafrai, quien sufrió un intento de asesinato
por causas similares? (4).

Este tipo de cuestiones subyacen al embarazoso apoyo de Foucault al liderazgo del Ayatollah
Khomeini durante la Revolución Iraní de 1978-9, durante la cual desestimó las preocupaciones
expresadas por las feministas iraníes. Al asumir el poder Khomeini en 1979, Foucault escribió
sobre la resistencia islámica al imperialismo, después de referirse de forma burlona a nociones
marxistas-leninistas del tipo “lucha de clases, destacamentos armados” por estar fuera de
tiempo y lugar (5): “De tal manera, es cierto que como un movimiento islámico, puede
encender la región, haciendo tambalear los regímenes más inestables y alborotar a los más
sólidos. El Islam -que no es solamente una religión sino un modo de vida, la adhesión a una
historia y a una civilización- tiene buenas posibilidades de convertirse en un barril de pólvora
afectando a cientos de millones de personas. Desde ayer, todo Estado musulmán puede ser
revolucionado desde su interior, basándose en sus tradiciones consagradas” (6).

Un segundo problema es que el concepto foucaultiano de resistencia carece de la noción de


emancipación. Como John Holloway argumenta, “en el análisis de Foucault existe una inmensa
multitud de resistencias que son esenciales al poder, pero no existe posibilidad de
emancipación. La única posibilidad es una cambiante constelación de poder-y-resistencia sin
fin” (7).

En su introducción a una selección de escritos de Marcuse, D. Kellner, C. Pierce y T. Lewis


(2011) sostienen un argumento similar, en una vena más filosófica: “con el surgimiento del
posmodernismo y el discurso del poder -en particular, Foucault y su crítica del Gran Rechazo-,
se puso de moda el reemplazo de la revolución por la resistencia (o micro-resistencia). La
resistencia es aquí interna al poder y en última instancia producida por el poder; por lo tanto,
desafía al poder desde adentro”. Kellner y sus colegas continúan citando la crítica en la que S.
Zizek dice que tal concepto de resistencia “no da lugar a la postura radical de la
reestructuración del orden simbólico hegemónico, consumada en su totalidad”(8).

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