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LA EDUCACION EN CONTEXTOS DE CARENCIA

SIMBOLICA
AUTOR: CANTEROS JORGE

Texto extraído de:


ALVAREZ MENDEZ, DE ALBA Y OTROS (2004)
“La Formación docente. Evaluaciones y Nuevas
prácticas en el debate contemporánea”. UNL.
Santa Fe

Texto extraído con fines exclusivamente didácticos

De las carencias que genera la pobreza, debemos destacar el daño a la


"trama social", la dificultad en sostener los vínculos sociales, laborales,
familiares, afectan en particular al sujeto humano. La importancia que el Otro
tiene en la constitución subjetiva torna muy significativo lo que este daño
puede ocasionar durante la infancia y la adolescencia de aquellos cuyas
familias han sufrido su impacto. Sin embargo, estas pérdidas no serán menos
significativas en otros períodos de la vida. A veces sólo la ruptura de esa trama
social hace evidente la contribución de ésta a hacer del sujeto alguien más o
menos saludable. Si esto a su vez es acompañado por carencias simbólicas
importantes, las rupturas, de ese sostén social precipitan en situaciones de
mayor gravedad, Que las pérdidas del lugar de residencia, del hogar, del
trabajo, pudieran no dejar a los sujetos del todo desprovistos de sus vínculos
sociales y afectivos, debiera ser una de nuestras prioridades.
El cimbronazo producido por los desenlaces de las pérdidas que
sacuden la trama social, familiar, personal, aparecen, así, en las vacilaciones
más o menos fuertes de la estabilidad del sujeto, que, puesto en crisis,
responderá con las defensas que pueda estructurar o, a veces, poniendo en
evidencia sus fallas más estructurales. Sin embargo, el impacto de estas
situaciones de carencia depende tanto de la brutalidad de sus acontecimientos,
de su carácter sorpresivo, incuestionable, dando lugar a lo que podríamos
considerar una situación traumática como, a su vez, del grado en que esos
acontecimientos encuentren o no suficiente soporte de significación en la
respuesta social, en los discursos, que hagan que ese episodio pueda ser
"significado".
Debemos, entonces, sumar a la carencia determinada por las pérdidas,
producto de ese contexto de pobreza, una carencia simbólica, no por menos-
recursos simbólicos de los sujetos afectados, sino porque es en el discurso
social donde más se da esa carencia simbólica, Es allí donde hay una pérdida
de lugar. El sin-trabajo es, a su vez, la pérdida de un lugar simbólico, un "no ha
lugar" en el discurso social. No ser necesario, no ser útil, no ser valioso.

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Situación que pone duramente a prueba al sujeto en su estabilidad emocional.
La dificultad de sustituir las pérdidas reales, conseguir otro trabajo, otra casa,
hace imposible no sumirse en una "escena" de desvalorización e indiferencia
del Otro hacia el sujeto.
Crisis de ansiedad generalizada, "ataques de pánico", dificultades en el
dormir, depresión, síntomas somáticos equivalentes de angustia y de
perplejidad, como mareos, vértigos, taquicardia, sensación de ahogo,
sudoración, anorexias, opresión precordial, trastornos neuromusculares como
contracturas, espasmos, hoy desfilan por los consultorios, por los hospitales,
cuando los sujetos pueden llegar hasta allí. Síntomas que atraviesan a todos
los sujetos que, con o sin trabajo, advierten su vulnerabilidad, su inestabilidad y
un Otro amenazante por su arbitrariedad, su "azarosidad", su indiferencia, por
su impudicia, por su Deseo obsceno, por su mirada vaciada de reconocimiento.
Por lo tanto, la incidencia sobre el ser psíquico no deviene solamente de la
"carencia económica", por lo que de privación podría actuar sobre las
necesidades, hasta las más básicas de los sujetos, sino que son las carencias
simbólicas concomitantes las que producen aún más daño.
Las "neurosis de guerra" mostraron en el pasado su efecto traumático,
no por el daño sobre el cuerpo en tanto superficie herida, sino como hiancia en
el sujeto, en su mente, en su "sistema nervioso", devenida de una efracción
anímica, sorpresa, dificultad de defensa, de elaboración de aquello que no
terminaba de encontrar explicación en el sujeto: "el mundo se había vuelto
loco".
El espanto de encontrarse con algo real, ya no de la Naturaleza, sino del
propio hombre, la violencia, la crueldad, la mezquindad. "Por fin nos
conocemos", se ha dicho, después de Auschwirz. Taparse con aquello Real del
Otro, de lo social, que había quedado oculto hasta entonces en el "vínculo
social" en la escuela, en la" empresa, en el grupo.
Cuando el sujeto se topa con estos rostros de lo Real se planteará cómo
podrá defenderse, hacer algo con aquel saber, con aquello que advierte,
aquello cuya mayor crueldad o violencia es sumirlo en una situación de
desamparo, de inermidad.
Si bien consideramos que el ser humano, por su estado biológico y
psíquico inicial, comienza en, lo que se ha llamado, un "estado de indefensión"
sin embargo, si las cosas van bien, ese desamparo será cubierto por la
asistencia que le brindan los "cuidados del otro", materno, paterno. "Alojado en
el Otro" el desamparo sólo será "vivido" por el sujeto en ciertos momentos,
dependiendo de los avatares de la vida de cada cual.
Será más adelante, en el mejor de los casos -y hoy no podemos no
hacer referencia a la infancia "desalojada" en la calle- que el sujeto advierte
que el cuidado materno, paterno no son suficientes ayuda para recubrirlo. La
pérdida temprana de este cuidado durante la infancia, en algunos casos, y
también el propio crecimiento, en otros, hacen notar las fallas de esa ilusoria
cobertura. Pero para entonces, el sujeto cuenta con recursos internos, su

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estructuración psíquica, su capacidad de simbolización y, a su vez, un apoyo
externo, la trama social, que aun atravesada por las diferencias, sostiene a los
sujetos. Especialmente si los sujetos logran inscribirse en esa trama, ser
alojados en ella, Inscripción que hoy se nos ha vuelto tan incierta, vacilante o
en muchos casos casi inexistente.
Algunos de los constituyentes de esa trama social, a veces los menos
advertidos, pueden resultar el soporte de nuestro ser. Son, por decirlo así,
herederos de aquello que constituyó algo esencial en la infancia, que todos
deberíamos cuidar. Aquello de lo que Winnicott señaló su valor, el de construir
la "ilusión", momento a quedar atrás, pero que fundamenta al sujeto y le otorga
un sostén interno, que deberá luego reencontrarse en sostenes reales en lo
social.
¿Con qué posibilidades cuenta el mismo contexto social para ofrecer
alternativas a esas pérdidas de hogar, de trabajo, de familia. Situaciones
provisorias para paliar la pérdida, pero también, para posibilitar el ponerle
palabras a las situaciones vividas, el permitir que los sujetos tomen la palabra
para evitar que queden sólo en posición de "objetos", objetos de esa acción de
"despido", de "rebajamiento", lo que aumenta su condición de vulnerabilidad
psíquica.
Como el acto real del "dejar afuera", de la "exclusión" ocurre, a su vez,
con un "no ha lugar" en el discurso, es menester que se produzcan situaciones
de "conversación ", de oferta a tomar la palabra, como un comienzo del trabajo
de elaboración, de significación. En estos "contextos de elaboración y de
participación", lo institucional debe estar siempre implicado, para que se
constituya allí una "trama social" donde el sujeto pueda encontrar un lugar en el
Otro.
Tomar la palabra, recorrer pasos como el "ser vulnerable", el "saberse
vulnerable", el "sentirse vulnerable", pero "con otros". Ya en esa toma de la
palabra será sujeto de sus propios enunciados, lo que dará lugar a la
producción de formas nuevas de subjetividad en estos nuevos contextos.
Aquí la escuela tiene una función que podríamos llamar "Alojar al
Desamparo", allí donde se encuentre, al presentarse ella misma como un rostro
del Otro; de lo social, asumiendo su responsabilidad.
Cómo aparecerán en cada uno, en cada subjetividad, los efectos de la
carencia. Cómo se da la singularidad de ese "ser afectado". Es tarea nuestra
ampliar, expandir, nuestra escucha y nuestra mirada, formas de lo sensible,
para registrar el desamparo en las distintas figuraciones en que pueda
aparecer.
La escucha, el registro, la mirada, esos modos de lo sensible, serán las
primeras formas de alojar al otro, a su desamparo, dar lugar, dar
reconocimiento, aunque tal vez no se sepa aún qué hacer. ¿Qué tipo de
"escucha" en un ambiente docente? ¿Qué es escuchar algo del "sujeto", si éste
está justamente en cuestión en esta época Interrogantes a plantearse.
Alojar al desamparo no se refiere especialmente -aunque obviamente

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podrá implicar- constituirse ·en un lugar de satisfacción de las necesidades
básicas, aunque tal vez este "dar lo que no se tiene" sea necesario para que
los sujetos puedan generar algún lugar posible de sostén al desamparo. Para
que esto ocurra será necesario producir "operaciones" tendientes a generar
confianza. Operaciones que tenderán a producir un cierto "desacople" en la
escucha de estas subjetividades, para no verlos o verse sólo como objeto de
exclusión, sino también como sujetos singulares, sin decretarlos carentes ahora
también de su particularidad, de sus anhelos, de sus deseos, de sus goces que
sustentan al ser aún en los peores contextos.
Cómo es la singularidad del padecer y, por lo tanto, el "cuidado" en la
escucha, el "tacto" en la acción, cualidades del albergar a aquello que puede
ser vivido como injuria, injusticia, pero también como generador de culpa, de
vergüenza, de humillación, de orfandad. Nombres tal vez muy generales que
pueden hacer referencia a la particularidad con que se es afectado.
A su vez, cuanto de esto que vive el sujeto es vivenciado o desmentido,
negado, pero cuya verdad emerge en tantas figuras con que, por ejemplo, en la
escuela se presenta el desamparo: silencio, ausencia, deserción, inhibiciones
en el aprendizaje, ansiedad, angustia y también conductas llamadas
"antisociales", que deben ser leídas y tratadas con sumo cuidado.
Especialmente desacoplar en ellas los actings -conductas disruptivas que
buscan convocar al Otro para hacerse oír y poder entrar en su trama- de los
"pasajes al acto" tendientes a salirse de todo lugar simbólico, ruptura, "viaje sin
retorno". Clivaje, sin embargo, no nítido que reclama especial atención a lo que
podríamos llamar "formas de recepción", implicando, por lo tanto, una gran
responsabilidad el poder "manejar" adecuadamente estos "llamados".
Se ha planteado frecuentemente en los últimos tiempos la convocatoria
al Padre, a la función fallida del Padre simbólico, en épocas donde se ha
señalado la muerte, la caída de todo fundamento. ¿Es realmente la "función
paterna" la convocada a ponerse en juego? ¿Qué tipo de Nombres del Padre
podrá dar la respuesta?
La pobreza, en tanto deprivación y desalojo, nos implica. Determina
tomas de posición subjetiva, tomas de posición que tienen una dimensión ética.
No es fácil, reconozcámoslo, ubicarse frente al dolor, frente a la herida, frente a
la falta del Otro. Tal vez este posicionamiento nos sea central en cuanto
sujetos. ¿Cómo nos ubicamos frente al dolor del otro y cómo nos ubicamos
también frente al propio) No creamos que es más fácil ubicarse frente a la
propia carencia o dolor.
El desconocimiento, la desmentida, la imposición de distancia, la
construcción de muros, la atribución de culpabilidad a los portadores de esas
desposesiones, como la adjudicación de responsabilidad a grupos expiatorios,
todo lo que pueda exculpar al sujeto de la falta. Des-responsabilizar o cargar
con una responsabilidad impotentizante, difícil clivaje entre lo posible e
imposible del hacer en nuestra "vida en común".
El desamparo inicial abre la constitución subjetiva a las determinaciones

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del Otro. Así también el desamparo adulto refuerza el sometimiento al Otro, a
ser instrumento de sus mandatos y medio de sus goces. La pobreza, la
carencia atraviesa todo el conjunto social como amenaza imaginaria y real. Una
sociedad que, a partir del discurso del Mercado, hace del "tener"-"no tener", del
tener o no tener capacidad de consumo, una condición determinante de
inclusión o de exclusión en el discurso social. El "no tener" esa capacidad de
compra hace de los sujetos "restos" en este sistema que obliga a oferentes y
adquirientes valorar las "capacidades de compra" y las "capacidades de venta",
quedando borrados otros rasgos en las subjetividades de esta época. El "no
tener" aparece como rasgo de desvalorización, de dolor, de resentimiento.
Además, entre el "tener" y el "no tener" aparece una barrera
infranqueable que no permite construir la ilusión del "proyecto", del "deseo". Es
el ataque del contexto actual a las utopías, a la ilusión, al deseo, lo que genera
mayor desvalimiento y de-subjetivación. El deseo y el proyecto son
constituyentes básicos en la subjetividad, al menos en algunas de sus
concepciones. Entonces el vacío del deseo se llena de "goce", de sufrimiento,
de goces parciales inmediatos.
También las discriminaciones, inclusiones y exclusiones en la trama
social, aparecen marcadas por rasgos no sólo económicos, sino también
raciales, religiosos y de género. Es en la carne propia donde cada cual vive o
puede vivir la discriminación, que genera, a su vez, también contextos de
"pobreza" y de "exclusión".
Una "falta" que no circula por igual en los sujetos sociales. Los pactos
conservan los privilegios aún en la forma que tenemos para planteamos la
constitución subjetiva del hombre y de la mujer. Allí mismo se alojan las
condiciones de la inclusión y de la adversión por lo que, fuera del pacto, queda
en exclusión.
Si “goce en el amor y en el trabajo” eran para Freud indicadores u
objetivos para desplegar la salud psíquica, la pérdida, la ruptura de los lazos
laborales y familiares se constituyen para el sujeto en un serio ataque a esas
condiciones, más cuando aparece marcada como imposible la realización de
sus deseos, quedando librado el sujeto a llenar su vacío con el goce inmediato.
La crisis, entonces, acopla la "carencia económica" con la "carencia psíquica"
de cualquier ser humano. La carencia económica amenaza hacer del sujeto un
"no ser nada”.
El alojar el desamparo", "cobijar", "dar lugar", diversas posiciones del
Otro frente al que soporta la indefensión del que está afuera, exterior, ajeno,
marginado. Aquí tenemos todas las figuras hoy tan trabajadas de "albergar al
extraño en nuestra “casa” que atraviesan la filosofía actual, sensible a los
fenómenos mundiales de las migraciones y de las discriminaciones
xenofóbicas.
Estas cuestiones actuales han permitido recuperar conceptos que
habían perdido lugar conceptual, que habían sufrido una descalificación en las
posiciones anti humanistas, devenidas del estructuralismo y de algunas

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posiciones pos estructuralistas. En particular, el concepto de "cuidado de sí" y
"cuidado del otro".
Así en Freud encontramos el cuidado al hilflosigkeit del infans como
condición de entrada del Otro y, como tal, como condición de la constitución
subjetiva, más aún, como una condición permanente en la vida del sujeto.
Religión, ciencia y arte son figuras de los otroras padres protectores en un ser
que requiere siempre del auxilio del Otro socio-cultural, donde alojar cierto
grado de desamparo estructural.
Foucault (1981-1982), en su Hermenéutica del sujeto, rescata roda una
serie de prácticas de lo que llama "cuidado de sí" o "inquietud de sí" (epimeleia
heautou) a lo largo de toda la tradición filosófica y que, según el autor fue en
cierto sentido desplazada del centro de la Filosofía desde Descartes al centrar
la dirección en las "prácticas de la verdad" del "conócete a tí mismo" (gnothi
seauton) que quedó sesgado como "prácticas de conocimiento" en la era
moderna, posponiéndose a la "prácticas de verdad" que implican, en cambio,
un trabajo de transformación del sujeto para acceder a la verdad, un trabajo de
producción de sí.
Tomo esta acentuación de Foucault para referida también al "ámbito
educativo" donde, evidentemente, las prácticas de producción de conocimiento
han desplazado a aquellas prácticas de producción del sujeto, del cuidado de
sí, dispositivos anticipados de inquietud de sí que se les puede aferrar a los
sujetos desde lo social y que nos señalan, a su vez, la concepción de
subjetividad imperante en esas prácticas. Desde hace tiempo, en una
investigación llevada adelante por la Cátedra a mi cargo en la carrera de
Ciencias de la Educación de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA,
propusimos las prácticas y dispositivos tutoriales, o al menos roda una
dimensión que podríamos llamar "tutorial" de la docencia, en los distintos
contextos de formación de los adolescentes," como lugares privilegiados para
poner en práctica el "cuidado del otro" y el "cuidado de sí", donde algo de la
subjetividad y de la construcción de la misma se pone en juego, lugar que
puede hacer más explícita la participación, no menor ni coyuntural, de la
educación en la producción de la subjetividad, que no se limita a la
construcción de un "sujeto cognoscente". En este sentido el
lugar de la escuela en contextos de carencia nos invita a puntuar esta
participación de alojamiento del ser en un Otro que presente caras diversas a
un Otro cognitivo. Dimensión que en realidad atravesará los diversos contextos
en que la práctica educativa ocurra.
Los clásicos ejemplos de hospitalismo y marasmo de Spitz, y más hoy
todo el avance de los estudios sobre Desarrollo Temprano, nos muestran la
diversidad de los aportes de un medio social que debe satisfacer no sólo a las
necesidades básicas, o sea, no hay un "sobrevivir" con carencias simbólicas
importantes, ya que éstas dejan marcas irreversibles en la constitución
subjetiva. Por lo tanto, los déficit que pueden acarrear los contextos
carenciados no deben ser leídos sólo desde las carencias biológicas y desde

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los déficit intelectuales, sino también desde los déficit simbólicos, sociales,
afectivos, verdaderos nutrientes en la formación de la subjetividad.
Debemos detectar las distintas "figuras de la carencia" que se presentan
en el mundo contemporáneo, a ser tenidas en cuenta en la escuela, que no
puede sino aportar su propia carencia, su "contexto carencial", si no logra
atraer sobre sí la confianza, la ilusión, el deseo, las expectativas de los niños y
de los padres. Y creo que sobre ellos, nuestra capacidad sensible, nuestra
capacidad participativa y nuestro deseo son constituyentes potentes.
La posibilidad que en este ámbito se logre poner en marcha el
movimiento del deseo es ya una protección frente a los efectos más lesivos del
desamparo.
Entre ellos, la pérdida del "lazo social", paradigma éste del cuidado
adulto en la medida en que este lazo es el que teje en lo social la malla que
sostiene el sujeto en la cultura y en la comunidad. Si se rompe, cuando el
sujeto es echado a la calle de la empresa, de la vivienda, de la escuela, a otro
espacio, a un "afuera " social, él, sin embargo, podrá con otros, tal vez, rearmar
nuevos "lazos sociales".
Fallas de contención, fallas de autoridad, fallas de presencia materna,
fallas de función paterna son argumentos escuchados frecuentemente en
nuestra época.
Como dijimos, durante la infancia estas funciones son primordiales para
la producción de! sujeto, que es puesta en riesgo por su vacancia. La sola
ausencia real del padre o de la madre no decreta la ausencia de la función que
puede haber tenido lugar, como tampoco su presencia nos garantiza que esté
cumplida su función. Esto fundamenta que la escuela esté atenta, registre su
vacancia y que pueda promover, a través de las vías que corresponda, la
construcción de suplencias y sustituciones. Si bien éstas no se pueden
decretar o elegir arbitrariamente, deben o pueden ser promovidas por las
transferencias del sujeto puesto en condiciones ahora de recuperar la
confianza. Las sustituciones forzadas no dan efecto.
¿Desde qué posición se adoptará el cuidado? ¿desde el que tiene,
desde el que sabe, desde el lugar de la Ley, o desde un Otro que debe mediar
la relación con el Código, con la Ley, para cada uno y para cada situación, que
si algo sabe es por haber sido él atravesado por esa misma tensión entre el "sí
mismo" y lo Simbólico, en su propia vida, es decir, que haya vivido su propia
limitación o carencia. Lo que le permitirá comprender la indefensión del otro es
el contacto con su propia indefensión, pero también con su propia capacidad de
generar recursos simbólicos para enfrentarla, invenciones, proyectos,
creatividad, lucha para arrojar lo imposible para salir de la impotencia.
Freud planteaba que la cura debía conducir desde la "miseria neurótica"
al "infortunio real" donde, si se quiere, la enfermedad psíquica implicaba un
cierto esquivar los avatares de lo Real. Bien, la pregunta podría ser ahora ¿qué
hacemos llegado al punto del "infortunio real"? El "encuentro" del sujeto con el
Ananké es esa condición humana del saber, de toparse con lo Real del cuerpo

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propio, con lo Real de las estructuras sociales, con lo Real del Otro, aquello
que está más allá del deseo, del inconsciente del sujeto. El encuentro con el
"prójimo" puede constituir un "nudo" (Vegh; 2001) para la desarticulación
interna producida en la subjetividad.
Hacer del "otro" un "prójimo" no es una problemática sencilla de resolver.
Las posiciones universalistas no lograron efectos en lo real de los sujetos y aún
de las políticas en el respeto a cada ser diferente. Que el "otro" actúe como
"prójimo" en el sentido de reciprocidad, de reconocimiento de la alteridad, pero
también como reconocimiento del "ser semejante" es un avatar. El recuperar la
presencia del "prójimo” que pueda anudar algo donde el desamparo puso en
crisis las articulaciones internas del sujeto, poniendo de relieve la "falla" en los
sujetos entre las representaciones que tejen del mundo, sus anclajes a los
sistemas sociales y simbólicos, y lo real de lo no dominado de sus pulsiones,
entre ellas, las que sustentan las prácticas de goce y de dominio.
Reconocimiento duro que nos sume en el desamparo al reconocer en el ser
humano causas tan diversas de su devenir, desde el amor y el lazo social hasta
el goce en el sometimiento y en el aniquilamiento. Ataque también a nuestras
utopías, desencanto que puede llevar, sin embargo, a un cambio de discurso,
no necesariamente al escepticismo, al captar y ayudar a captar las fisuras, las
grietas del "Otro".

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