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El Mito Biológico

Con la cita anterior, el distinguido biólogo evolutivo y genetista Richard Lewontin (figura 1)
resumía de forma metafórica la tesis central de su magistral obra "No Está en Los Genes",
publicación que constituye el principal soporte científico del presente artículo en materia de
biología y áreas cercanas. Lewontin ha sido un gran guía en mi travesía por estas turbulentas
polémicas, ayudándome no solo en calidad de científico a través de su acertado y potente
trabajo, sino también ofreciendo (para grata sorpresa mía) la afinidad moral e ideológica que
solo un colega ilustrado podría ofrecerme. Para campos adyacentes al de la biología o más
específicos de ella, me he basado principalmente en los trabajos de los brillantes antropólogos
Marvin Harris y Jared Diamonds, así como en los genetistas Lucio Cavalli-Sforza y el
paleontólogo Stephen Jay Gould. Conocí a Harris por recomendación del más caro de mis
intelectuales admirados, Mario Bunge, y a través de su obra tuve por primera vez mi contacto
con la ciencia antropológica, la cual considero ahora y gracias a él la más avanzada de las
ciencias del hombre. Hombre de penetrante visión filosófica e intereses humanistas, espero
haberle rendido un homenaje digno con mi presente texto, al menos para compensar la poca
presencia de citas y referencias a sus trabajo, que por motivos puramente académicos no
resulta tan pertinente para mis objetivos actuales. Caso contrario es el del señor Diamond, que
a pesar de desarrollar su carrera a la sombra del gigante Harris me ha resultado mucho más
útil para la 2da mitad del blog, hasta el punto de casi monopolizarla con sus interesantes
teorías. Sobre Cavalli-Sforza y Jay Gould las palabras sobran, pues su eminente fama dice todo
cuanto debe decirse de ellos, agradezco a mi compañero Ukko por hacerme conocida la obra
magna del 2do, la cual tuve la oportunidad de leer hace poco. Y agradezco también de
antemano a mis compañeros de Cultura Crítica, fuente inagotable de mis inspiraciones
intelectuales, sin ellos simplemente no escribiría.
Este artículo no es una mera opinión, ni el resultado de arbitrarias lucubraciones acaecidas en
mi tiempo libre. Como aprendiz de filosofía científica y entusiasta intelectual, he luchado por
mantener en alto el rigor y la transparencia a lo largo del escrito, intentando proveer una digna
introducción a uno de los debates más vivos y feroces de la ciencia contemporánea: el de la
naturaleza humana y sus orígenes biológicos y culturales. Para tal motivo, he decidido citar mis
fuentes bibliográficas desde un inicio, y a lo largo de la publicación según se haga necesario.
Una de las cualidades más distintivas de la ciencia y la investigación intelectual en general es la
organización social de su comunidad, y los profundos lazos que unen a sus miembros. No hay
ideas en un vacío social, y son las estrechas y omnipresentes relaciones de aprendizaje y
comunicación las que hacen posible el progreso. Todo científico está en deuda con las cientos
de generaciones que le preceden, y yo estoy particularmente en deuda con los autores que
aquí he mencionado, así como con mis compañeros.

Con las cartas sobre la mesa, es ahora oportuno especificar mis intenciones con esta
publicación, así como suministrar un esbozo de como pienso realizarlas. En líneas anteriores
alegué que sería una introducción al debate entre deterministas biológicos y sus detractores, y
esto es cierto en tanto se considere que una buena introducción no tiene por qué ser imparcial
mas sí transparente. Como podrán deducir por el título y por mis anteriores publicaciones,
personalmente soy uno de esos detractores, y este blog es por supuesto una defensa de mi
postura. Mi intención: ofrecer un análisis sobre uno de los mitos más extendidos y
perjudiciales en la historia de la humanidad, la del determinismo biológico y sus
manifestaciones racistas.

El fenómeno racista ha estado presente en la mayoría de sociedades bajo distintas formas e


intensidades, esta cuasi-universalidad unida a las inconmensurables desgracias que ha
originado, ha llevado a diversos estudiosos para hacerse del análisis científico para
comprender sus razones y modos de existencia. Sin embargo, los resultados han dejado lo
suyo que desear, la ciencia social está plagada por problemas inversos como este y progresa a
un ritmo más lento y torpe que sus homólogas naturales, por lo que actualmente solo
poseemos algunas hipótesis de débil soporte empírico sobre la génesis de la práctica racista.
Varias de estas hipótesis fueron recogidas por el mundialmente famoso genetista Luigi Luca
Cavalli-Sforza en su obra "Genes, Pueblos y Lenguas", la cual tuve la ocasión de leer hace tan
solo unas semanas.

Las tendencias racistas -diría Sforza- suelen manifestarse en períodos de éxito sociocultural.
Una vez las circunstancias han favorecido a un pueblo y despertado en él la prosperidad y el
triunfo, sus habitantes serían más propensos a reificar su suerte en una supuesta superioridad
intrínseca. Cuando individuos extraordinarios -sobretodo políticos debido a su influencia
superior- contribuyen al beneficio nacional, ya sea en forma de revolucionarias invenciones o
dirección brillante, la "consciencia nacional" se apodera de sus triunfos y les encuentra una
nueva base racial, en la cual se regocija en aparente superioridad. No hay que ir muy lejos para
encontrar casos como este, los europeístas y supremacistas blancos suelen sostener sus ideas
bajo la excusa del presunto éxito de la "raza blanca" y Europa por sobre el resto del mundo. Si
la mayoría de Premios Nobel y personalidades mundialmente admiradas pertenecen a dicha
raza y continente, ¿no es obvio que ha de haber algo superior en la misma? ¿Por qué Europa
conquistó América y no al revés? ¿No es acaso una prueba irrefutable de la inherente
superioridad de la primera? Abordaré estas curiosas interrogantes más adelante con la ayuda
del teórico Diamonds, pero primero considero necesario dilucidar un concepto que deberé
usar a lo largo del blog y que constituye uno de los puntos centrales del mismo: la raza.

La Raza
Está claro que cada persona es distinta de cualquier otra, y que una parte importante de las
diferencias físicas varían más entre determinados grupos humanos que entre los individuos del
mismo. Por norma general, cualquiera puede distinguir a un asiático de un europeo o un
africano, por lo que negar la existencia de las razas habrá de parecerle a muchos un disparate.
No es mi intención el decirle a mis lectores que palabras usar entre ellos para comunicarse, y
ya he dicho en muchas ocasiones que al ser las palabras meros constructos de fines
pragmáticos y comunicativos, cualquier término que facilite o que al menos no entorpezca la
comunicación es "válido" en ese sentido. Sin embargo, la ciencia -a pesar de que muchos
paladines del posmodernismo deseen negarlo- no es otro juego de palabras más. La taxonomía
es una ciencia, concretamente la de la clasificación biológica, por lo que a ella compete
cualquier intento de separar conceptualmente a los humanos en grupos bajo un paradigma
biológico, y no obstante vemos que tal intento encuentra gravísimas dificultades. A lo largo de
varios siglos numerosos profesionales han intentado realizar tal separación, resultando en
esquemas que describen entre 2 y 60 razas diferentes, el tema sigue candente aún hoy en día y
la comunidad científica no acepta ampliamente ninguno de estos numerosos intentos.

¿A qué se debe el fracaso científico de la clasificación racial? ¿Quizá los métodos utilizados en
épocas pasadas eran insuficientes? Eso sugeriría que con la actual cladística (la práctica
taxonómica más avanzada) es posible conseguir mejores resultados, pero la realidad ha
demostrado lo contrario: cualquier clasificación racial de nuestra especie está condenada al
más acientífico de los subjetivismos y la más profunda de las arbitrariedades. Darwin llegó a
decir que cualquier diferencia entre las razas humanas era cuestión de gusto, con esto no se
refería a la preferencia subjetiva del clasificador, sino al gusto sexual dentro de los propios
individuos de la raza, es decir, que los rasgos fenotípicos que caracterizan a cada raza serían el
producto una selección sexual. Así, en su colosal obra de madurez "El Origen del Hombre", el
príncipe de la biología moderna declaraba: «Ni una sola de las diferencias externas entre las
razas humanas cumplen una función directa ni específica».

Esta no es una tesis que la mayoría de expertos modernos suscriban, y la selección sexual es
tomada solo como un mecanismo contribuyente a las diferencias morfológicas, pero por lo
general secundario comparado a la adaptación climática. La mayor presencia de melanina
(sustancia que determina la pigmentación de la piel) es característica en grupos humanos
residentes de zonas soleadas como los trópicos y las cercanías del Ecuador, debido a que los
protegen de la radiación ultravioleta del astro rey. Por otro lado, la menor intensidad de la
radiación solar en las zonas septentrionales unida a factores culturales como la abundante
dieta de cereales en los grupos europeos, los hace a estos más propensos al raquitismo, un mal
causado por la falta de vitamina D. Para contrarrestar este hecho sus organismos presentan
una menor proporción de melanina, dejando pasar más fácilmente los rayos solares cargados
de vitamina D, y resultando así en un color de piel más claro. Incluso los distintivos ojos
«rasgados» de la mayoría de los habitantes de Asia Oriental encuentran una explicación
adaptativa plausible, ya que estos al estar cubiertos por amplios párpados permiten una mayor
protección contra el frío siberiano.

Desafortunadamente, el que pequeñas variaciones genéticas como estas tengan un


importante efecto en la morfología y aspecto exterior del cuerpo ha llevado a creer que las
diferencias totales entre estos grupos humanos son más profundas de lo que realmente son, y
que incluso pueden separarse en unidades taxonómicas de herencia "pura" bajo el nombre de
«razas». No es un secreto que como seres superficiales le damos demasiada importancia a la
apariencia física, y que poseemos una ignominiosa tendencia a separarnos lo más posible bajo
términos fetichistas como el estado y el mismo concepto racial. Los científicos más exigentes
por su parte, saben que esto no es así, su rigor metodológico los ha salvado de caer bajo el
hechizo de las apariencias y están conscientes de que la pureza racial, entendida como
homogeneidad genética, es un mito, y que cualquier distinción biológica entre grupos
humanos es insignificante o incluso ilusoria comparada a las semejanzas reales. Así, por
ejemplo, para alcanzar altos niveles de esa incomprendida homogeneidad sería necesaria la
práctica matrimonial entre parientes cercanos a lo largo de muchísimas generaciones, lo cual
no solo se ha dado en muy contadas ocasiones a lo largo de la historia, sino que también tiene
efectos gravemente nocivos para los niños nacido de estas uniones. Como concluye una de sus
cogitaciones Sforza, "la pureza de la raza es inexistente, imposible y totalmente indeseable."

Hasta ahora he tratado la cuestión de la raza desde un punto de vista taxonómico más cerrado,
pero si incluso le damos el sentido tan amplio con que se usa normalmente (tan amplio que
uno se preguntaría si no es inútil) vemos que no sale mejor parado. El comentario que formula
Sforza al respecto es muy acertado, hasta llegar a parecerme incluso la cima de su trabajo
anteriormente referido, por lo que me tomaré la libertad de citarlo completamente a pesar de
su relativamente extensa longitud, pues creo que nadie lo hubiese dicho mejor:

"Una raza es un grupo de individuos que se pueden reconocer como biológicamente distintos
de los demás. «Reconocer» asume, en la práctica, un solo significado: la diversidad entre una
población a la que se quiere llamar raza y las poblaciones cercanas tiene que estar demostrada
estadísticamente, es decir, debe ser estadísticamente significativa a cierto nivel de
probabilidad convencional. Este es un criterio clásico para asegurarnos de que realmente
existe una diversidad observada, y no se debe simplemente a los caprichos del azar.

Ahora bien, la significación estadística depende del número de individuos y genes tomados en
consideración. Hemos dicho que entre dos poblaciones, aunque estén muy próximas, siempre
se espera una diversidad. El número de individuos que se pueden examinar en un pueblo o una
ciudad tiene un límite superior, que coincide con el número de habitantes. Aunque tuviéramos
en cuenta a todos los individuos de dos pueblos, es posible que no dispusiéramos de datos
suficientes para encontrar que la diferencia genética entre ellos es significativa. Pero, por lo
menos en teoría, el número de genes que podemos estudiar es casi ilimitado. Si examinamos
bastantes genes, la distancia genética entre Milán y Bolonia, o entre Parma y Reggio Emilia, se
puede medir con gran precisión y de un modo estadísticamente significativo. Puede que a los
habitantes de Parma y de Reggio Emilia no les hiciera mucha gracia enterarse de que
pertenecen a dos «razas» distintas, eso sí, a una mínima distancia genética; o también que,
debido a alguna rencilla, estuvieran encantados de que la ciencia apoyara y justificara sus
pleitos, demostrando que son distintos. Pero está claro que una clasificación de la población
mundial en miles (o millones) de razas distintas sería algo completamente inútil. Entonces, ¿en
qué punto de divergencia genética hay que poner el límite para dar una definición de la
diferencia racial? Dado que la divergencia aumenta de un modo absolutamente continuo,
parece evidente que la definición siempre será arbitraria. En la práctica, se puede generalizar
diciendo que hay diferencias, muy pequeñas, incluso entre dos aldeas vecinas, pero que son
insignificantes; y que al aumentar la distancia geográfica, la distancia genética también
aumenta, pero sigue siendo insignificante con respecto a las distancias que se encuentran
entre individuos de la misma población. Si hallamos la diferencia entre (los individuos
escogidos al azar en Europa, repetimos la operación con muchas parejas y hacemos la media, y
luego la comparamos con la diferencia media entre un africano y un europeo, se encuentra un
aumento muy moderado (en el segundo caso). ¿Vale la pena que los nazis armen tanto jaleo
por esto?"

(Cavalli-Sforza; Genes, Pueblos y Lenguas)

Y ahora, permítanme coronar esta cima con otra igual de elevada, esta vez de "Historia y
Geografía de Los Genes Humanos", realizada en colaboración con Paolo Menozzi y Alberto
Piazza: «Desde un punto de vista científico, el concepto de raza no ha obtenido ningún
consenso; ninguno es adecuado, dada la variación gradual existente» (1994, p. 19). Dicho de
otra forma, el concepto de raza no tiene ningún sentido desde un punto de vista biológico.

Sin embargo, continuaré usando el término en el resto del escrito por fines pragmáticos,
adaptándolo al contexto y sin pretender rigor con ello. Debido a que el concepto de raza está
ya integrado en el lenguaje cotidiano, deshacerse del mismo sería una tarea complicada y
onerosa en cuotas de comunicabilidad y esfuerzo, por lo que su uso estaría parcialmente
justificado según el caso.

En vez de perderme más en discusiones terminológicas preferiría hacer un paréntesis para


clarificar algunas de las causas que contribuyen a la expansión exitosa del determinismo
biológico. Desde Hume sabemos que el deber no se deriva del ser, o dicho de otra forma, que
un situación sea real no la hace de forma alguna correcta moralmente hablando, ni a ella ni a
ninguna de sus derivadas. Sin embargo, numerosos individuos de marcada conciencia política y
en particular derechista, han intentado pasar por alto esta distinción usado el determinismo
biológico como una validación científica a sus ideas políticas, violando así el estatus neutral de
la ciencia y sembrando la desinformación. Ejemplo de estas tendencias pueden ser los
entusiastas del neoliberalismo y los enemigos del estado de bienestar, quienes apropiándose
de la pseudocientífica teoría sociobiológica han defendido el egoísmo social y el capitalismo
desenfrenado como su manifestación política necesaria. Richard Dawkins, biólogo famoso por
sus polémicas sensacionalistas es uno de los personajes que podrían encasillarse en esta
categoría. Como uno de los defensores más importantes de la teoría sociobiológica y
(paradójicamente) uno de los científicos más prolíficos en hipótesis pseudocientíficas (con
otras en su haber como la memética) atacó el estado de bienestar por considerarlo
«antinatural» en su conocida publicación "El Gen Egoísta", que ya nos encargaremos de
comentar más adelante junto a todo el programa en el que se ubica. No es mi intención
indagar en las convicciones sociopolíticas de Dawkins, pero está claro que que se posiciona en
un plano donde la mayoría de individuos no buscan sino el avasallar la ciencia para
aprovecharse de su prestigio, consagrando así sus prejuicios infundados y deseos subjetivos a
un nivel supraindividual, rompiendo de paso la importante máxima de no hacer de lo personal
algo político. La táctica de hacer pasar retórica ideológica por realidad objetiva en tan antigua
como la de valerse de voces poderosas para el propio beneficio. Hace un milenio eran los
padres de la iglesia quienes "interpretaban" la biblia para poner sus propias palabras en la
boca de Dios, y hoy en día con la caída que sufre la religión en el mundo occidental, la ciencia
cada vez más prestigiosa y avanzada es la nueva panacea que todos buscan aprovechar. Pero
la ciencia no es religión, no puede ser "interpretada" como si de un libro fantasioso se tratase,
y la palabra última no la posee el investigador, muchísimo menos el político, sino la realidad, y
por suerte para toda la humanidad moralmente saludable, las tonterías sociobiológicas y las
del determinismo biológico en general no son más que eso, y sus correlatos políticos son tan
dañinos ahora como lo eran antes del nacimiento de la ciencia biológica.

No me he siquiera molestado en retratar en el anterior pasaje el caso del supremacismo racial,


por ser un caso mucho más obvio y conocido. El que una raza sea intelectualmente inferior a
otra, y que esto a su vez sirva como justificación de su hostigamiento es tanto falso, como falaz
y detestable, pero a pesar de ello, es una idea quizá mucho más extendida y arraigada que la
del egoísmo social. La religión tuvo su momento como autoridad que soportaba estas ideas en
el pasado, era la era de los pueblos elegidos y de las bestias herejes, pero en el mundo actual
se le ha intentado dar un barniz moderno por medio de la ciencia, la insignia de la modernidad
por antonomasia. En estos intentos caen todas aquellas pseudo-demostraciones de la
superioridad intelectual blanca por medio de pruebas de CI, pruebas que como bien
demostraré más adelante no tienen nada que ver con la existencia de una inteligencia general,
y mucho menos con su medición. No niego que puedan existir diferencias entre las estadísticas
de estos resultados que favorezcan a una «raza» en específico, algo que es difícil de establecer
debido a las repetidas manipulaciones y fraudes que teóricos del racismo han perpetrado, pero
creo que incluso de existir tales diferencias es posible explicarlas de forma más satisfactoria en
términos de factores culturales. Relacionada a esta cuestión sobre las mediciones del CI está
otra que si bien no ha sido tan explotada políticamente, también posee muchas controversias
que planeo aclarar, y me refiero a la heredabilidad de la inteligencia, que de darse realmente
en un alto grado resultaría en una victoria para el de determinismo biológico. Por último,
cerraré el componente más biológico del escrito con unos comentarios críticos sobre la
supuestas diferencias innatas entre hombres y mujeres que los llevan a realizar distintas
prácticas y ocupar distintos lugares en la sociedad, explicaciones como esta han servido
ampliamente para justificar la discriminación sexual y no deben pasarse por alto. Cabe
mencionar que la estructura del blog no presentará necesariamente el mismo orden para los
temas como se han ido mencionando, más bien trataré de relacionarlos según sea posible para
lograr una mayor unidad y cohesión.
En resumen, como toda mi producción escrita esta publicación se constituye dentro de una
tradición intelectual que tiene sus orígenes en la Ilustración, y que haya su forma moderna
bajo el nombre del humanismo secular. Considero que el determinismo biológico
contemporáneo es un enemigo inevitable de dicha tradición, tal vez no desde un punto de
vista intelectual, mas indudablemente sí moral. La idea del hombre intrínsecamente egoísta y
en guerra permanente remonta sus raíces hacia los tratados de Hobbes, y combinado a su
siempre acompañante del "realismo político", que no es más que maquiavelismo puro,
promueve la insensibilidad y debilita la cohesión social, condiciones indispensables de todo
hombre de valores y toda sociedad deseable respectivamente. Personalmente, he tenido la
oportunidad de debatir con algunos de los más feroces defensores de este "realismo político",
mi antiguo compañero J lo llamaba "política pragmática", y mi actual compañero Perse la
refiere como "política sin romances", no dudo de las sorprendentes capacidades intelectuales
de ambos, pero sí lo hago de la legitimidad de sus conclusiones. Con todo así, este no será un
blog de ciencia social, sino uno de ciencia natural en una perspectiva humana, uno que busca
demostrar que la biología, no es el destino.

La Craneometría
Los primeros intentos modernos de la ciencia para validar las comunes creencias del
supremacismo blanco difícilmente podían provenir de una nación que no fuese Estado Unidos,
país notablemente afectado por un pronunciado retraso ideológico y marcados prejuicios.
Louis Agassiz, el unánimemente reconocido como el mayor naturalista norteamericano
(aunque era de origen sueco) del siglo XIX, fue también una de las máximas figuras del racismo
científico junto a George Morton, y el inmensamente famoso Arthur Gobineau. Los
antropólogos europeos no tardaron demasiado en seguirles el paso, con el vital apoyo de
Francis Galton y Paul Broca, quizá el científico más respetable dentro de este mejunje de
botarates. Todas estas eminentes personalidades realizaron su trabajo dentro de un mismo
paradigma, al cual ninguno se le ocurrió cuestionar a pesar de sus visiblemente dudosas bases,
hablo de la craneometría y su valor como medición de la inteligencia. Stephen Jay Gould ya
había dedicado las primeras partes de libro "La Falsa Medida del Hombre" a analizar
minuciosamente estas cuestiones, soy incapaz de igualar sus resultados por cuestiones de
preparación y espacio, pero permítanme utilizarlos para esta sección.

Son cuanto menos curiosas las anécdotas sobre los hábitos taxonómicos del mayor naturalista
norteamericano del siglo XIX, el solo mencionar algunas como cuando «afirmó la existencia de
tres géneros de peces fósiles basándose en dientes diferentes que un paleontólogo posterior
reconoció como la dentición variable de un solo individuo» bastaría para ilustrar la sorpresa
derivada de que Agassiz no fuera partidario de la popular teoría poligénica de su tiempo.
También cabe aclarar que Agassiz, a pesar de su pronunciadas creencias racistas no fue un
defensor de la esclavitud, situándose así dentro de un respetable marco de intelectuales de la
talla de Thomas Jefferson, Abraham Lincoln, o el mismísimo Charles Darwin; hombres que a
pesar de su a pesar de sus convicciones la mayoría respetamos y honramos. Por lo tanto, debe
entenderse que no es mi intención condenar absoluta y personalmente a ninguna de estas
notables figuras; no considero justo relegar toda la culpa en hombres que solo aceptaron
pasivamente algunas de las ideas más arraigadas de su época y sociedad, y que a pesar de esto
intentaron conciliarlas con otras más progresistas e infrecuentes en su entorno. Sean lo que
fuesen Broca y Darwin, está claro que no fueron «simples estúpidos racistas». Por otra parte,
como científicos y partidarios de la razón tenemos la obligación de la crítica; la clarificación de
los motivos sociales de una teoría puede ayudar a comprender su existencia y destino, pero
nunca su validez. Solo la crítica del método, las premisas y los datos puede ayudar a estimar o
desestimar válidamente su contenido.

En el caso de la craneometría dichos elementos estaban integrados por:

-La premisa de que el volumen del cráneo, el peso del cerebro, o una distribución interna del
mismo, tuviese una correlación positiva unívoca y omnipresente con la capacidad intelectual
bajo términos causales.

-Los métodos de medición de dichos valores mediante el empleo de semillas o perdigones de


plomo en el caso del volumen, así como el peso de los cerebros y los distintos ajustes
realizados.

-Los datos resultantes de los científicos que ejecutaron los métodos anteriores, con Morton y
Broca como las principales fuentes de datos en cuanto a medición de la capacidad craneal y
peso cerebral se refiere respectivamente.

Hoy sabemos con certeza que tanto la capacidad craneal como el peso del cerebro están
determinados por multitud de factores entre los que se cuenta principalmente la altura. Por
otra parte, sería ridículo establecer que estos valores tienen una importancia determinante
sobre la capacidad intelectual, a menos que desee admitirse que el hombre moderno es más
estúpido que el cromañón, y que ambos son retrasados mentales comparados con un
cachalote. Este hecho no era desconocido en el siglo XIX, pero los profundos prejuicios de la
época lo constriñeron al uso arbitrario en favor de ideas preconcebidas, como cuando Broca se
auxiliaba de ellos para defender la «raza» parisense a la vez que rehusaba abordar justamente
el caso de los africanos. Pero si la premisa fundamental e incuestionada resultaba estar errada,
los métodos usados bajo su amparo no lo fueron menos.

Samuel George Morton, un anatomista norteamericano, sería el principal encargado de llevar


a cabo las mediciones craneales de las distintas «razas» para otorgar la aprobación científica
que los racistas de su tiempo tanto ansiaban. Reunió una colección de centenares de cráneos
pertenecientes a numerosas etnias de todo el mundo, colección que atrajo exacerbadamente
a Agassiz y que aún se conserva. Del trabajo con esta colección surgieron sus famosos "Crania
Americana" y "Craneana Aegyptiaca". De nuevo, exhorto a mis lectores más interesados a
dirigirse a la obra de Jay Gould, donde está presente el justo y extensivo análisis que la labor
de Morton merece. Por mi parte, al no poder revisar de primera mano tales datos, me limito a
parafrasear las interesantes conclusiones del capítulo.
Las principales falencias de los datos de Morton se basan de manera general en la influencia de
sus ideas preconcebidas, y como estas manipularon -al menos- inconscientemente sus
resultados. Su objetivo inicial era el de establecer una jerarquía donde se ubicaran a las
«razas» tradicionales en una escala de capacidad intelectual, fundándose en los presuntos
promedios de capacidad craneal inherente a cada una de estas «razas». Para ello reunió los
cráneos de múltiples grupos biogeográficos, agrupándolos por el color de su piel en tres
grandes estamentos; los judíos, los nórdicos y los hindúes por ejemplo, pertenecerían a la raza
blanca, mientras que los hotentotes, los bosquimanos y cualquier otra infinidad de grupos
africanos se subsumirían en la raza negra. El resultado de este trabajo no sorprendió a nadie, la
raza blanca quedaba ubicada en la cima, con los negros al fondo y los indios en el medio, tal
visión coincidía plenamente con la osificada doctrina tradicional de la época, hecho que no
sorprende en absoluto. Morton pudo alcanzar estos resultados gracias a una combinación de
factores, entre los que se incluye una deliberadamente selectiva manera de recoger muestras
para su propio beneficio, convenientes errores de cálculo y mediciones subjetivas. Para ilustrar
los ejemplos, me he decidido a reproducir nuevamente largas citas, que espero mi lector sepa
valorar:

"(...)Morton decide incluir o eliminar muestras parciales numerosas para que los promedios de
grupo puedan ajustarse a las expectativas previas. Incluye a los incas para reducir el promedio
indio, pero elimina a los hindúes para elevar el promedio caucásico. También decide presentar
o bien no calcular los promedios de las muestras parciales, según criterios que se
corresponden notablemente con el tipo de resultados que desea obtener. En el caso de los
caucásicos, calcula dichos promedios para demostrar la superioridad de los teutones y los
anglosajones; pero nunca presenta los datos relativos a determinadas muestras parciales
indias cuyos promedios son igualmente elevados."

"(...) las mediciones realizadas por Morton con el método de las semillas eran lo bastante
imprecisas como para permitir un amplio margen de influencia subjetiva; en cambio, las
mediciones posteriores, realizadas con el método de los perdigones, eran repetibles y
supuestamente objetivas. Cuando se midieron los mismos cráneos con ambos métodos, los
valores obtenidos con los perdigones siempre fueron superiores a los obtenidos con las
semillas (más ligeras y de compactación más deficiente). Sin embargo, los grados de
discrepancia entre unos resultados y otros concuerdan con los prejuicios: un promedio de 88
cm3, en el caso de los negros, de 36, en el de los indios, y de 29, en el de los blancos. Dicho de
otro modo: cuando los resultados podían dirigirse para satisfacer las expectativas, los negros
se llevaban la peor parte y los blancos la mejor."

"(...)Redondeó el promedio negroide egipcio rebajándolo a 1.295 en lugar de elevarlo a 1.311.


Los promedios germánico y anglosajón que cita son de 1.475 cm3 cuando los valores correctos
son de 1.442 y 1.458. En su tabulación final de los datos relativos a los mongoloides excluyó un
cráneo grande chino y una muestra parcial esquimal, para que el promedio resultase inferior al
caucásico."
Sin embargo, lo más asombroso del asunto quizá sea el hecho de que al contrario de otros
deterministas biológicos que veremos más adelante, la obra de Morton nunca llegó a
considerarse producto de un fraude consciente y constante. Aún más de un siglo después de
su publicación solo podemos atribuir estos garrafales fallos a un incofeso sentimiento de
poseer la verdad antes de dedicarse a buscarla. Cuidado con los prejuicios, pues pueden
extraviarte incluso antes de empezar el viaje.

Inteligencia y Heredabilidad
Desde hace varias décadas los test de CI constituyen un auténtico fenómeno mundial capaz de
mover presupuestos nacionales y consagrar políticas al más puro estilo del darwinismo social.
Durante el siglo pasado por ejemplo, hubo en Gran Bretaña una fuerte campaña de grupos
derechistas como el denominado Frente Nacional para, como mencioné en la introducción,
intentar avasallar la ciencia en beneficio propio. Para esto buscaron la aprobación científica en
los trabajos de Hans Eysenck, psicólogo universitario y promotor de los susodichos test. De
esta forma, los agitadores políticos demandan sin vergüenza alguna restricciones en las leyes
migratorios y programas de asistencia social escudándose en una enfermiza y etnocentrista
idea de superioridad racial demostrada por los test de CI. Si los inmigrantes cuentan con altas
tasas de desempleo y pobreza, ¿para qué molestarse en realizar una investigación seria con el
objetivo de ayudarlos cuando puedes en cambio «deshacerte» de sus problemas aduciéndoles
una intrínseca inferioridad racial? Como citaría brillantemente Gould (he perdido el nombre
del titular original): "Convierten a la naturaleza misma en un cómplice del crimen de la
desigualdad política."

La mayoría de las personas sin embargo, poseen una escasa consciencia tanto de ese
maquiavélico uso del test como de sus orígenes o incluso su esencia, quizá debido a que tales
usos corresponden más a una desviación abusiva de las intenciones originales que a la función
real del test. El test de CI bajo su forma moderna fue inventado por el pedagogo francés Alfred
Binet, en la época en que Broca aún era admirado por su labor en la antropología francesa. El
desiderátum inicial era el de proveer un indicador más o menos fiable sobre que niños
necesitarían especial atención por parte de los instructores para no rezagarse frente a sus
compañeros. Así lo pidió el Ministerio de Educación francés, y así lo diseñó Binet. Es decir, el
test de CI fue concebido como un predictor de rendimiento académico, y nunca como una
examen para la medición de la inteligencia, esta función sería añadida arbitrariamente más
tarde por otros estudiosos que no comprendían la estructura teórica del test. De hecho,
cuando luego de la publicación del mismo los adalides de la discriminación y el catastrofismo
comenzaron a torcer su significado, Binet se les opuso enérgicamente, declarando: "Debemos
protestar y reaccionar contra este brutal pesimismo." Por desgracia, la resistencia de Binet no
duraría lo suficiente, y luego de su temprana muerte no había ya nada que impidiera a los
sofistas yanquis de volver a hacer de las suyas, apropiándose y corrompiendo el test de Binet
para intentar consagrar nuevamente su inherente racismo. Lewis Treman sería el principal
encargado de importar el trabajo de Binet para popularizarlo en su país, Spearman sería el
encargado de proporcionarle una nueva base teórica para interpretarlo según sus intereses, y
el infame Cyril Burt acabaría realizando lo que otros deterministas biológicos llamaron «el
intento más satisfactorio de calcular la heredabilidad del CI».

Solo para arrojar un poco de luz sobre la ridícula arbitrariedad con que fueron aplicados la
mayoría de estos test en el siglo pasado, me gustaría mencionar el diseñado por Yerkes para el
uso del Ejército estadounidense. Gould analiza este caso en los últimos capítulos de su texto,
pero preferiría citar a Lewontin por su mayor concisión:

"(...) durante la primera guerra mundial, el test Army Alpha pedía a los inmigrantes polacos,
italianos y judíos que identificaran el producto fabricado por Smith & Wesson y que dieran los
apodos de equipos profesionales de béisbol. El test Army Beta fue diseñado para efectuar una
medición «no verbal» de la «inteligencia innata» de los inmigrantes que no sabían hablar
inglés. El test pedía que se indicara qué faltaba en cada uno de una serie de dibujos. El
conjunto incluía un dibujo de una pista de tenis en la que faltaba la red. El inmigrante que no
era capaz de responder a semejante pregunta demostraba de ese modo ser genéticamente
inferior a los psicólogos tenistas que inventaban tales test para adultos."

Esto no es ni mucho menos un caso aislado, la mayoría de los teóricos defensores de esta
forma de biologismo disertan acorde a los mismos osificados presupuestos, lo que ayuda a
perpetuar sus básicos y flagrantes errores. Todos incurren en la falaz reificación, cosificando
una cualidad general (la inteligencia) que se percibe y admite acorde a circunstancias sociales
variadas en una función biológica localizable en el cerebro y medible de forma lineal y
equívoca, clasificando así a todas las personas en una única escala gradual de acuerdo a un
simple número. A su vez, solapan conceptos como los de heredabilidad e inmutabilidad con el
fin de no solo promover una interpretación más pesimista del test, sino también para
favorecer determinados programas de acción política, que como era de esperarse no destacan
particularmente por su humanismo.

Algunas de estas equivocaciones son más fáciles de esclarecer que otras, es sencillo desbaratar
las artimañas conceptuales de la heredabilidad y la inmutabilidad, pero no lo es tanto discutir
sobre el fundamento de aquello que entendemos por «inteligencia», un campo en el que aún
esperamos por avances teóricos significativos. Diciendo esto, me dispongo a realizar lo más
concisamente la primera tarea.

La idea básica de los fetichistas del CI es simple, si determinados grupos biológicos o sociales
obtienen una baja puntuación en un test exitosamente diseñado para medir objetivamente la
inteligencia, no hay más explicación que la inferioridad de sus genes. Esto a su vez explica el
como las nuevas generaciones de dichos grupos tienden mantenerse en el mismo en vez de
escalonar a posiciones más elevadas. «Los hijos de los magnates del petróleo tienden a
hacerse banqueros, mientras que los hijos de los obreros en la industria petrolífera tienden a
endeudarse con banqueros», solo Lewontin podría haberlo dicho tan ilustremente. Pero la
estrategma está lejos de detenerse ahí. Los biodeterministas se distinguen paradójicamente
por el repetido uso de un mito de objetividad infalible e imparcial encapsulada en una retórica
apologética y acusadora, se presentan ellos mismos como fríos científicos cuyo único objetivo
es la búsqueda de la verdad sin importar las consecuencias políticas de sus afirmaciones, a la
vez que denuncian a sus detractores de dejarse cegar por dichas consecuencias. Los
biodeterministas son los realistas desinteresados, mientras que sus críticos son infantiles
soñadores. Por supuesto, basta con echar un vistazo a las apariciones y contactos de estos
científicos con importantes grupos de la derecha política para desarmar esta ilusión, o de
forma más profunda el evaluar la defectuosa metodología latente en sus libros, pero nada de
esto hace que deje de ser un fenómeno curioso. Considero que dicho fenómeno debe en parte
su existencia a un extendido malentendido de la filosofía de la ciencia, que está a su vez
estrechamente relacionado con las ideas de objetividad e imparcialidad.

El científico, como cualquier otro intelectual en general, debería valorar la honestidad como
una las virtudes más caras a su trabajo. La honestidad intelectual implica tanto la transparencia
del método como de las aspiraciones, «la objetividad no consiste en la ausencia de
preferencias, sino en el justo tratamiento de los datos». La investigación científica es una de
las muchas empresas sociales que emprende el hombre, con sus propios métodos y objetivos,
y requiere más de sus participantes que el frío cálculo de datos. Los deterministas biológicos
modernos como los sociobiólogos y los defensores del CI no son en modo alguno honestos.
Deslizan significados errados bajo palabras aparentemente familiares (casi me recuerdan a
cierto individuo al que dediqué uno de mis anteriores post) para favorecer sus cuestionables
intereses. Retomando el ejemplo de las propiedades congénitas e inmutables, se puede
apreciar aquí el típico razonamiento falaz del biologista promedio. Si dada una población, las
mediciones establecen que los miembros de las clases altas poseen un promedio de CI más
elevado que sus contrapartes menos favorecidas, y que los hijos de ambas clases poseen
resultados similares a los de sus progenitores, entonces dan por probada la hipótesis del
origen genético del CI, y empiezan la promoción de las campañas políticas consecuentes. Si las
pruebas ya demostraron que el CI es totalmente heredable y por tanto congénito, ¿qué
sentido tiene intentar remediar la situación de estos favorecidos? es una idea que solo un
progresista cegado podría defender. La solución correcta es pues, disminuir los programas de
asistencia social, pues no es posible corregir un defecto genético.

El problema con el ejemplo anterior, es que fusiona 3 conceptos que en modo alguno son
equivalentes o consecuentes, la heredabilidad, la propiedad congénita, y la inmutabilidad. En
este caso, dado que los padres con alto CI tienden a tener hijos con valores igualmente altos,
decimos que para esta situación en concreto existe una alta heredabilidad del rasgo. Sin
embargo, la heredabilidad no entraña necesariamente orígenes genéticos, es un término
descriptivo y no causal. Los mayores resultados en las pruebas para los hijos de clase elevada
bien puede deberse a una educación de superior calidad, al no haber separado correctamente
las influencias sociales de las genéticas es imposible determinar en que grado es el CI
heredable genéticamente. Como diría Lewontin, «un cuidadoso examen de los estudios sobre
lá heredabilidad del CI sólo puede llevarnos a una conclusión: no sabemos cuál es la verdadera
heredabilidad del CI. Los datos simplemente no nos permiten hacer un cálculo razonable de la
variación genética del CI en una población dada. Por lo que sabemos, la heredabilidad puede
ser de cero o del 50 por 100. De hecho, a pesar de la enorme dedicación de la investigación
dirigida a estudiarla, la cuestión de la heredabilidad del CI es irrelevante para los temas en
debate». Y es irrelevante, tanto porque como hemos establecido, CI no significa «inteligencia»,
y heredable tampoco significa «incorregible». Muchos rasgos heredables, sean congénitos o
no, son perfectamente corregibles, y a veces de forma tan sencilla como llevando un par de
gafas en el caso de la miopía.

Siendo tan lamentable el panorama general de los biologistas de CI, analicemos pues, el que ha
sido alabado por muchos de sus partidarios como el más importante intento de calcular la
heredabilidad del CI. Lo que acabará pareciendo una ironía al final de la sección, pues su mayor
intento será también su mayor fracaso.

El Caso de Cyril Burt


A pesar de lo ridículo de sus afirmaciones y la estructura de su trabajo, debe entenderse que
Burt no fue de modo alguna una figura menor dentro del movimiento determinista de la
inteligencia y el CI. Como sucesor de Charles Spearman, famoso por la creación de una falaz
teoría de la inteligencia general que servía para justificar la interpretación sesgada de los test;
y que la mayoría de los profesores ignoraron por inútil, Cyril Burt llegaría a ocupar la cátedra
de psicología más prestigiosa en la Gran Bretaña de su tiempo, el Colegio de Londres. Desde
esta posición, influyó nociva y ampliamente sobre la vida de todos los escolares británicos,
literalmente determinando sus opciones educativas (y por tanto laborales) según sus
resultados en los dudosos test. Que la academia londinense encumbrara de esta manera a
tamaño sofista dice mucho del estado de las ciencias en las potencias occidentales en cuanto
aparecen los intereses políticos. Sin embargo, tal vez no sea justo ejercer una condena
demasiado severa por su actuación si consideramos que esta estaba afectado por varios
padecimientos mentales. Charlatanes y esquizofrénicos hay en casi todas las ramas del saber,
algunos llegan a ser reconocidos como los filósofos más importantes de un siglo, y en este caso
como las máximas autoridades de toda una escuela científica. Lo que sí es justo criticar es la
ingenua aceptación que su ignominiosa verborrea encuentra entre las mentes más
despabiladas, y más aún entre las mentes que se suponen nos protejan contra estos fraudes.
Durante el siglo pasado, varios científicos se dieron cuenta de la falsedad tras la obra de Burt,
algunos como Leon Kamin llegaron a denunciarlo y declarar que «las cifras legadas por el
profesor Burt sencillamente no merecen nuestra atención científica actual», pero la reacción
generalizada fue muy diferente. Resulta increíble que sus datos hayan sido aceptados con
tanta facilidad, lo que solo nos recuerda lo importante que es la labor crítica, y lo peligroso que
es dejarla de lado.

En concreto, la meta oficial de Burt era la de llegar a una conclusión, científicamente válida,
sobre los orígenes del CI y la influencia tanto genética como social en estos. Para ello se valió
del recurso investigativo más excepcional e interesante del debate, el caso de los gemelos
monocigóticos o univitelinos, seres humanos con idénticos genes capaces de compartir
ambientes diferentes. Por supuesto, Burt no es el único profesional que se ha interesado por el
estudio de gemelos MC (monocigóticos de ahora en adelante), pero sí el que ha declarado
llevar a cabo el estudio más amplio al respecto. Como el lector imaginará, no es
particularmente fácil reunir una muestra amplia de este tipo, los gemelos mc son realmente
raros y ningún investigador jamás había logrado conseguir más de 20 parejas para un estudio
pormenorizado, lo regular era como mucho de 12 a 18 parejas. A pesar de estas dificutades,
Burt afirmaba haber reunido nada menos que 53 parejas de gemelos mc, ¡el triple de lo que el
resto de investigadores había logrado! Extraño hecho, que incluso medio siglo de estos
supuestos estudios, no haya sido posible localizar a uno solo de estos 106 gemelos.

Luego de llevar a cabo su presunta trabajo y publicar los datos resultantes, Burt llegó a la
"conclusión" de que la heredabilidad del coeficiente intelectual tenía un valor de 0.771 (la
heredabilidad se calcula dividiendo la varianza genética sobre la varianza ambiental y
genética), valor que se mantuvo intacto hasta el 3er decimal a pesar de los múltiples aumentos
de la muestra, lo que revela sin duda cierta anomalía. Lewontin dice al respecto:

"(...)pretendió en 1955 haber estudiado veintiuna parejas de gemelos idénticos separados y


notificó que, en un innominado tipo de test de inteligencia, su correlación de CI era de 0,771.
Hacia 1958, el número de parejas se había elevado a «más de treinta»; sorprendentemente, la
correlación de Cí seguía siendo exactamente de 0,771. Hacia 1966, cuando la dimensión de la
muestra había aumentado hasta cincuenta y tres parejas, ¡la correlación era todavía de 0,771!"

Otras citas resultan igual de reveladoras, pero me limitaré a mencionar solo algunas para no
incomodar a mi lector:

"El hecho terminante es que los datos de Burt, que habían jugado un papel tan importante,
fueron expuestos y publicados de una manera verdaderamente escandalosa y sospechosa. La
inverosimilitud de las afirmaciones de Burt debería haber sido advertida inmediatamente por
cualquier lector científico razonablemente alerta y concienzudo. Para empezar, Burt nunca
proporcionó ni siquiera la más elemental descripción de cómo, cuándo o dónde había
obtenido sus «datos». Los cánones normales de los informes científicos fueron ignorados por
completo por Burt y por los editores de las revistas que publicaron sus artículos. Nunca
identificó siquiera el «test de CI» que supuestamente había aplicado a innumerables millares
de parejas de parientes. En muchos de sus documentos ni siquiera exponía el tamaño de sus
supuestas muestras de parientes. Expresaba las correlaciones sin dar detalles que las
apoyaran. El informe de 1943 que presentó por vez primera muchas de las correlaciones entre
parientes sólo había la siguiente referencia a los detalles de procedimiento: «.Algunas de las
investigaciones han sido publicadas en informes del LCC [London County Council] o en otras
partes; pero la mayoría permanecen enterradas en memorándums escritos a máquina o en
tesis de licenciatura». Los científicos concienzudos normalmente no remiten a los lectores
interesados a sus fuentes y documentación primarias de modo tan caballeroso. El lector no
debería sorprenderse por el hecho de que ninguno de los informes, memorándums
mecanografiados o tesis de licenciatura del London County Council citados por Burt haya salido
jamás a la luz."
Si bien la anterior esclarece bastante sobre la naturaleza de los experimentos de Burt, una más
detallada revela inconsistencias aún peores, como muestra la siguiente:

"Las muy escasas ocasiones en que Burt hizo afirmaciones concretas de su procedimiento
deberían haber provocado algunas dudas en sus lectores científicos. Por ejemplo, en un
artículo de 1955 Burt describió el procedimiento con que había obtenido los resultados del test
de CI para las relaciones padre-hijo, abuelo-nieto, tío-sobrino, etc. Los datos del CI de los niños
fueron supuestamente obtenidos revisando (sobre la base de los comentarios de los
profesores) los resultados de test de CI no especificados aplicados en la escuela. Pero ¿cómo
obtuvo Burt el «CI» de los adultos? «Para la valoración de los padres —escribió— confiamos
especialmente en las entrevistas personales; pero en casos dudosos o límites se empleó un
test abierto o uno encubierto.»16 Es decir, al medir el «CI» de los adultos, Burt ni siquiera
pretendió haber aplicado un test de CI objetivo y estandarizado. ¡El CI había sido adivinado
supuestamente durante una entrevista! El espectáculo del profesor Burt administrando test de
CI «encubiertos» mientras charlaba con abuelos londinenses es materia de farsa, no de ciencia.
Las correlaciones reportadas por Burt bajo esta base declarada fueron, sin embargo,
presentadas rutinariamente como verdades científicas consistentes en los libros de texto de
psicología genética y educación. El profesor Jensen calificó precisamente a este trabajo como
«el intento más satisfactorio» de calcular la heredabilidad del CI. Cuando se criticó
públicamente el procedimiento de Burt, Hans Eysenck fue capaz de escribir, en defensa de
Burt: «Sólo desearía que los trabajadores modernos siguieran su ejemplo»."

Y para terminar:

"Gillie intentó localizar a dos de los asociados de investigación de Burt, las señoritas Conway y
Howard, quienes supuestamente habían publicado artículos en una revista psicológica editada
por Burt. Según éste, ellas habían sido las responsables de la aplicación de los test de CI a los
gemelos idénticos separados y a otros tipos de parientes, y de muchos de los análisis de datos
publicados por Burt. Pero Gillie no pudo descubrir absolutamente ningún registro documental
de la existencia de estos asociados de investigación. Nunca habían sido vistas y eran
totalmente desconocidas para los colaboradores más íntimos de Burt. Cuando el ama de llaves
de Burt le preguntó sobre ellas, Burt respondió que habían emigrado a Australia o a Nueva
Zelanda, lo que había sucedido antes, de acuerdo con los documentos publicados de Burt, de
que ellas sometieran a test a los gemelos en Inglaterra. La secretaria de Burt señaló que, en
ocasiones, Burt había escrito artículos firmados por Conway o Howard. Estos hechos llevaron a
Gillie a sugerir, en un artículo de primera plana aparecido en 1976, que Conway y Howard
podían no haber existido nunca."

Como podemos ver, las investigaciones de Burt son cuanto menos dudosa e inaceptables
debido a su oscuridad. En su tiempo alabado por muchos otros de sus compañeros
deterministas como Eysenck o Jensen, quienes llegaron a clasificarlo como «uno de los más
grandes psicólogos del mundo» y defenderlo de las críticas que según ellos solo eran «la
urdimbre de un grupo ultraizquierdista de partidarios de la importancia de los factores
ambientales», hoy en día es vagamente recordado como un falsificador enfermo, insignia de
una época de una vergonzosa época para la psicología.

No es de extrañar entonces, que de todo este asunto del coeficiente intelectual solo se pueda
sentir uno a gusto con la conclusión de Lewontin, «nada demuestra con mayor claridad el
modo en que la metodología y las conclusiones científicas son manipuladas para sustentar los
fines ideológicos que la lamentable historia de la heredabilidad del CI».

Sociobiología
La sociobiología es una teoría "científica" reduccionista que propone explicar las maneras
sociales de los individuos recurriendo a argumentos adaptacionistas de origen genético. Sus
vertientes filosóficas son por tanto las del individualismo metodológico, la postura de que las
formas sociales son tan solo el resultado de la interacción de sus individuos, y el relacionado
reduccionismo ontológico, teoría anti-sistemista que intenta explicar conjuntos entrelazados
por medio exclusivo de sus componentes individuales. Ambas posturas son igual de
acientíficas, y animo a mis lectores a echar un vistazo a mis anteriores trabajos o aproximarse a
textos especializados para una crítica detallada y merecida de las mismas. Tampoco sorprende
el hecho de que la primera de ellas sea una creencia inseparable de la derecha política
neoliberal, que encuentra su máxima en la frase de Thatcher «no hay sociedad, solo
individuos». La unión entre la ideología económica pro-capitalista y la sociobiología se
extiende incluso un poco más allá, llegando a los casos de Dawkins y Wilson, dos de los
fundadores de la disciplina cuyas obras rebosan de jerga económica típicamente liberal como
los análisis de costo-beneficio y los costes de oportunidad de inversión. Para resumirlo más
concretamente, la sociobiología establece una relación estrictamente causal y lineal que va
desde el gen hasta los grupos sociales pasando por el individuo, por lo que bastaría con
estudiar los genes para comprender a estos dos últimos, como podremos ver más adelante, la
sociobiología es una teoría sumamente ambiciosa.

Tan ambiciosa que no puedo evitar compararla con el psicoanálisis freudiano, con el cual
también comparte las ingeniosas especulaciones de gimnasia mental, lo que permite explicar
toda clase de fenómenos mediante un pequeño artefacto conceptual. Si el psicoanálisis se
proponía tanto explicar la guerra como los sueños, recurriendo a estrategias elusivas como la
"represión" y la "latencia" en caso de que sus observaciones finales no concordasen con los
resultados esperados, la sociobiología se vale de pequeños cuentos adaptacionistas que
pueden moldear ad hoc para que encajen con cualquier hecho observado. Como establece
Lewontin:

"En la teoría sociobiológica tiene lugar un proceso de etimología retrospectiva, en el que las
instituciones sociales humanas son metafóricamente-equiparadas al mundo animal, para
después volver a derivar el comportamiento humano a partir del de los animales como si se
tratase de un caso especial de un fenómeno general que hubiese sido descubierto
independientemente en otras especies. Un caso anterior a la sociobiología pero que se ha
incorporado a ella es el de las castas en los insectos."

Por supuesto, en las hormigas no existen las castas, las cuales son una compleja forma
organizacional característica de sociedades particulares humanas. La sociobiología se evita esta
evidente problemática al presentar su razonamiento como una simple suposición sin
compromisos, que para al final de la oración acabará tratándose como un hecho establecido.
Esta deshonesta práctica elimina por tanto las barreras metodológicas entre el estudio de los
humanos y el resto de animales, ignorando por completo los factores culturales que
condicionan a los primeros y equiparándolos con meros autómatas programados por un
ordenador genético. Un caso que ilustra perfectamente esta tendencia es la ignominiosa
afirmación del sociobiólogo Robert Ardrey:

"Si defendemos el derecho a nuestra tierra o la soberanía de nuestro país, lo hacemos por
razones que no son diferentes, ni menos innatas, ni menos indelebles que las de los animales
inferiores. El perro que te ladra desde detrás de la valla de su amo actúa por motivos
indiscernibles de los de su amo cuando construyó la valla."

Sin embargo, los sociobiólogos no suelen admitir estas implicaciones para su teoría, e intentan
presentarse ante el lector lego y la comunidad científica ortodoxa como partidarios de un
interaccionismo entre genes y ambiente. Pero basta con presionarlos o analizar
minuciosamente sus afirmaciones para desenmascarar la treta.

Por ejemplo, los sociobiólogos suelen reemplazar términos y expresiones demasiado ridículas
a primera vista por otras aparentemente más flexibles, tan flexibles que muchas veces acaban
perdiendo su significado. Cuando hablan de la agresividad y la guerra afirman que esta es
innata en el hombre, por lo que esmerarse en el pacifismo y la ayuda desinteresada sería anti-
natural y contraproducente, pero está claro que la violencia y los conflictos bélicos solo
representan una fracción de la historia social de una nación, y que ninguna guerra se inicia
porque los hombres de un estado deseen fervientemente arriesgar sus vidas para arrebatar las
de otro, sino por complejos factores sociopolíticos, históricos y económicos. ¿En qué sentido
puede entonces ser la agresividad innata en el hombre? El sociobiólogo contestará al verse
arrinconado que es innata en el sentido de que aparece regularmente siempre que ciertas
condiciones se den, o incluso que es la biología la que lo posibilita, no sé como llamar a esto
sino como como una vulgar e inútil perogrullada. Si usamos «innato» en el sentido de
posibilidad biológica, está claro que todos los comportamientos humanos son «innatos», y el
término carece de sentido. La fraseología corriente de la sociobiología está abarrotada de
otros casos como este, expresiones como «los genes controlan la cultura» de E. O. Wilson
simplemente no poseen un sentido relevante o preciso para la genética, son confusas
metáforas que una vez se destejen solo contienen o falsedades inocuas, o tautologías
anodinas.
Esta estrategia va mucho más allá de este ejemplo, debido a que prácticamente ningún
profesional de campo afirma que el comportamiento humano es de origen absolutamente
cultural o genético, se puede decir que todos aceptan nominalmente una forma de
interaccionismo. Por supuesto, las versiones de este interaccionismo difieren lo suficiente una
de otras como para permitirnos calificar a una de las corrientes de deterministas biológicos,
como hemos hecho a lo largo del blog. Como expresa Jay Gould, a quien no he citado desde
hace un par de párrafos:

"Los errores del reduccionismo y del biodeterminismo prevalecen en afirmaciones como «La
inteligencia es en un 60 por 100 genética y en un 40 por 100 ambiental»."

Personalmente, encuentro cierta hilaridad en esta cita, pues por experiencia propia he leído
este tipo de comentarios en mi estadía por Amino, si alguno de mis compañeros más antiguos
está leyendo esto probablemente sepa a quien me refiero. Pero poniéndonos serios, este tipo
de afirmaciones pueden ser muy peligrosas en tanto parecen razonables y moderadas, cuando
en realidad no son más que una reificación arbitraria e ilusoria. En realidad, no es asunto en el
que se permita ese tipo de enfoque, ya que como continúa Gould el mismo pasaje, «cuando
los factores causales (más de dos, dicho sea de paso) interaccionan de forma tan compleja, y a
lo largo de todo el crecimiento, para producir un ser adulto intrincado, en principio no
podemos analizar el comportamiento de ese ser en porcentajes cuantitativos de las causas
originarias remotas.»

Cambiando de tema, estoy seguro de que a muchos de mis lectores les interesará saber
específicamente cual es la relación entre el material genético y el fenotipo de su portador, que
después de todo constituye el punto central del debate. Si no lo he abordado antes, es porque
no es ni mucho menos un área con avances sorprendentes, y porque claramente no estoy lo
suficientemente preparado para dirimir sobre ello. Mi única prerrogativa sería entonces traer
con la mayor transparencia posible lo que los profesionales saben con certeza, y es lo
siguiente:

"Hasta el momento nadie ha podido relacionar ningún aspecto del comportamiento social
humano con un gen particular o con un conjunto de genes, y nadie ha propuesto un plan
experimental para hacerlo. Por esta razón, todas las afirmaciones sobre el fundamento
genérico de los rasgos sociales humanos son por necesidad puramente especulativas,
independientemente de cuán positivas parezcan ser."

Simple, y quizá no muy emocionante, pero devastadora para las aspiraciones de la


sociobiología. Si uno se permite inventar genes hipotéticos y aducir sus supuestos efectos a
conveniencia a la vez que integra su fantasía en una historia adaptacionista incomprobable,
«entonces todos los fenómenos, reales e imaginarios, pueden ser explicados.» Pero dichas
explicaciones no tendrán mayor valor que las especulaciones de "ciencia" creacionista o el
psicoanálisis, todas son empíricamente nulas.
De hecho, la única manera de explicar correctamente los modos y causas de existencia de una
pauta comportamental o un rasgo fenotípico de una índole biológica no tan obvia es la que
menciona Lewontin, y que de una forma u otra suscriben todos los profesionales serios:

"Debemos insistir en que una comprensión plena de la condición humana exige una
integración de lo biológico y de lo social en la que ninguno obtenga primacía o prioridad
ontológica sobre el otro, sino en la que se les considere esferas relacionadas de modo
dialéctico, un modo que distinga epistemológicamente entre niveles, de explicación referidos
al individuo y niveles relativos a lo social, sin que se aplasten mutuamente o se niegue la
existencia de alguno de ellos."

Conclusión
Lo presentado hasta ahora no ha sido más que un primer vistazo a una problemática que se
extiende más allá de los ojos de cualquier ciudadano del mundo moderno. El mito biológico ha
estado presente en nuestra especie desde el nacimiento de la civilización, sino mucho antes,
con una existencia de sobra más antigua que la ciencia biológica, los daños que causó antes de
que esta pudiese combatirlo son inestimables. En épocas recientes tuvimos la craneometría, el
fraude del CI, y la "moderna" sociobiología, todas doctrinas deleznables cuyo éxito solo se
debe a su servil importancia para ideologías sociopolíticas anti-humanistas.

Por otra parte, estoy consciente de que han quedado pendientes muchas de las cuestiones
mencionadas en la introducción, justifico esto en el límite de caracteres de Amino, el cual
apenas me ha permitido publicar esta primera parte. No obstante, den por seguro que habrá
una 2da, esta vez de carácter más positivo y con más antropología que biología. En esta
segunda parte me gustaría tratar esas curiosas interrogantes que planteé en el pasaje sobre
Cavalli-Sforza y el concepto de raza, el origen de las desigualdades culturales entre los distintos
pueblos y continentes, y como estas llevaron al estatus actual del panorama internacional, que
si bien tiene unos orígenes tan profundos, empieza a cambiar cada vez más, Europa está
perdiendo su hegemonía en favor de Asia y América. Tampoco me olvido de las féminas,
insertar una sección su lucha contra el patriarcado en el plano científico me resultaba
imposible, pero espero verlo realizado en una 2da parte.

Fin

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