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UNIVERSIDAD NACIONAL SAN ANTONIO ABAD DEL CUSCO

ESCUELA DE POSGRADO

TEMA: CASO CHARLES GHANKAY TAYLOR PRIMER JEFE DE ESTADO


CONDENADO POR UN TRIBUNAL INTERNACIONAL - INMUNIDAD
JURISDICCIONAL RECONOCIDA POR EL DERECHO INTERNACIONAL Y LA
CONDUCTA DELICTIVA DESPLEGADA SEGÚN ACUSACIÓN FISCAL

CURSO : DERECHO INTERNACIONAL PENAL.


DOCENTE : DR. ROBERT CHAVEZ HURTADO

Presentado por: SANDRA HUACAC VALERIANO.


MIRIAN HUACAC CARRILLO

1
INTRODUCCIÓN

En el presente caso se analiza la responsabilidad penal en el Tribunal Especial para


Sierra Leona a partir de la revisión del fallo contra el expresidente de Liberia Charles Taylor
quien, a pesar de gozar de la inmunidad propia de los jefes de Estado, fue condenado por
complicidad y planeación de los crímenes cometidos por los grupos insurgentes en Sierra
Leona.

El propósito del presente trabajo consiste en estudiar cómo ha sido analizada la


responsabilidad penal en el Tribunal Especial para Sierra Leona. En el campo doctrinal, y a
nivel internacional, respecto a la condena de CHARLES TAYLOR pese de gozar de la
inmunidad propia de los representantes del Estado, se condenó al presidente de Liberia,
Charles Taylor, por complicidad y planeación de los crímenes cometidos por los insurgentes
en Sierra Leona.

2
CASO CHARLES GHANKAY TAYLOR, PRIMER JEFE DE ESTADO
CONDENADO POR UN TRIBUNAL INTERNACIONAL

I. ANTECEDENTES

Liberia y Sierra Leona son dos estados situados al oeste del continente africano,
bañados por las aguas del Golfo de Guinea, que comparten más de 300 kms de frontera
común. Durante los siglos XVI, XVII y XVIII, fueron zonas que sufrieron la acción de los
traficantes de esclavos, que capturaban hombres, mujeres y niños y los enviaban a América
para su venta. Desde finales del XVIII, y a lo largo del XIX, por el contrario, se convirtieron
en la tierra de asentamiento de esclavos libertos que deseaban regresar a sus orígenes y a los
que las asociaciones abolicionistas norteamericanas ayudaban a regresar e instalarse.

La República de Liberia tiene su origen en esos nuevos asentamientos de libertos, que


decidieron establecer una república a imagen de la norteamericana. En 1847, se convierte en
el primer estado negro africano libre e independiente. Sería reconocido por los Estados
Unidos y otros países en 1862, y más tarde, en 1920, es aceptado como miembro de pleno
derecho de la Sociedad de Naciones. Sierra Leona, por el contrario, ha sido colonia británica
desde 1799 hasta su independencia el 27 de abril de 1961. LIBERIA Tiene una superficie de
111.370 km, y una población de 3.888.000 habitantes, de los cuales 882.000 viven en su
capital Monrovia. Desde antes de su independencia, se han producido tensiones entre los
descendientes de aquellos esclavos libertos, “los americanos”, y “los nativos”, como se
denominan ellos mismos. Los primeros se asentaron en la franja costera y consideraban sin
civilizar a los segundos, que habitaban en el interior. A pesar de no representar más del 5% de
la población, se convirtieron en la clase dirigente. El candidato que elegía el partido de los
“americanos” era siempre el que ganaba las elecciones, llegando a decirse que habían
establecido un régimen de apartheid respecto de las etnias nativas. Esta situación va a
continuar hasta 1980, cuando un golpe de Estado, liderado por un suboficial “nativo”, semi
analfabeto de 28 años, Samuel Doe, acaba con este sistema, al liderar un golpe de estado y
ejecutar al presidente del gobierno, “americano”, llevando a Liberia a una década de
autoritarismo.

3
En diciembre de 1989, al frente de las fuerzas del Frente Patriótico Nacional de
Liberia (FPNL) Charles Taylor1 encabeza una rebelión contra el régimen de Samuel Doe, que
va a desencadenar una larga guerra civil.

Durante un período de paz relativa, en 1997, se celebran elecciones generales que


llevan a Taylor al poder. Pero el conflicto vuelve a reanudarse en 1999, con nuevos y graves
enfrentamientos. En 2003, gracias a la presión internacional, se alcanza un acuerdo de paz que
pone fin al conflicto que había durado más de 20 años, causado más de 200.000 muertos y
1.000.000 de desplazados. Taylor, acusado de haber dirigido, formado y armado -a cambio de
dinero y diamantes- a los grupos rebeldes de Sierra Leona, es presionado para que dimita, lo
que hace previo acuerdo con las autoridades nigerianas para disfrutar de un exilio de lujo en
ese país

SIERRA LEONA Con una superficie de 71.740 km², cuenta con una población
de 5.486.000 habitantes de los cuales, 875.000 viven en la capital Freetown. Entre
1991 y 2002, se desarrolló una sangrienta guerra civil, que produjo más de 120.000
muertos y 2.500.000 desplazados.

Esta guerra la había iniciado el Frente Revolucionario Unido (FRU), liderado por
Foday Sankoh con el apoyo de las fuerzas del FPNL de Charles Taylor, ambos viejos
conocidos de los campos de entrenamiento libios. Intervienen en Sierra Leona para intentar
derrocar al gobierno legítimo. Otras facciones que participan en esta guerra civil son las
llamadas Fuerzas de Defensa Civil (FDC) y el denominado Consejo Revolucionario de las
Fuerzas Armadas (CRFAS). La guerra atraviesa por diferentes vicisitudes3 . En ella
intervienen, bajo mandato de la ONU, las fuerzas de la Comunidad Económica de los Estados
del África Occidental (CEDEAO).

1
Liberiano “americano”, nacido en 1948, dirigente estudiantil educado en los EEUU. Colaborador de Doe y
miembro de su gobierno entre 1983-85. Luego huye a los EEUU y es acusado de haberse apropiado de un
millón de dólares de las arcas liberianas. Monrovia solicitó su extradición, siendo detenido por las autoridades
norteamericanas, en donde tras permanecer un año en prisión escapó y huyó a Libia a través de Sudamérica y
Europa. Entre 1986-89, acogido y formado militarmente en Libia y apoyado económicamente por Muammar-al
Gadafi, funda y lidera el grupo rebelde FPNL que inicialmente apenas lo formaban 200 hombres.
4
Finalmente, con la ayuda de un renovado mandato de la ONU, y el apoyo aéreo de
Guinea, desembarcan tropas británicas para proteger una operación de evacuación de
residentes, involucrándose directamente en el conflicto y derrotando finalmente al
FRU/CRFAS. Gracias a ello, el presidente Kabbah declara oficialmente el fin del conflicto en
Sierra Leona, el 18 de enero de 2002.

II. EL TRIBUNAL ESPECIAL PARA SIERRA LEONA

La extrema crueldad de los crímenes cometidos en la guerra civil de Sierra Leona


llevó al gobierno legítimo, con el apoyo de la Comunidad Internacional, a solicitar de la ONU
la constitución de un Tribunal Especial semejante a los Tribunales Penales Internacionales
para la Antigua Yugoslavia (ICTY) y Ruanda (ICTR), para poder juzgar a los mayores
responsables de los crímenes más graves cometidos durante dicho conflicto 2. De conformidad
con dicha solicitud el Consejo de Seguridad (CdS), aprueba la Resolución 1315 de 14 agosto
2000, en la que “pide al Secretario General de la ONU que negocie un Acuerdo con Sierra
Leona para crear un tribunal especial independiente”… “con competencia para juzgar los
crímenes de lesa humanidad, crímenes de guerra y otras violaciones graves del derecho
internacional humanitario, así como algunos delitos tipificados en el derecho de Sierra Leona
cometidos dentro de su territorio”… “respecto de aquellas personas a quienes cabe la mayor
responsabilidad por la comisión de los delitos antes referidos, incluso los dirigentes que han
puesto en peligro el inicio y la aplicación del proceso de paz en Sierra Leona”.

El 16 de enero de 2002 se firma el Acuerdo entre dicho país y la ONU para el


establecimiento del Tribunal Especial para Sierra Leona (TESL), en cuyo Anexo figura el
Estatuto del TESL (ETE), así como sus Reglas de Procedimiento y Pruebas. Más tarde, el 7
de marzo de 2003, se adoptan las Reglas de Detención. Está compuesto por tres órganos: las
Salas, la Secretaría y la Fiscalía. Cuenta con tres Salas, dos para el enjuiciamiento de los
crímenes de su competencia y otra de Apelaciones; la Secretaría, bajo la autoridad del
presidente del TESL, gestiona el registro, la documentación y el archivo, las citaciones,
notificaciones, traslados y custodia de inculpados y testigos, todo lo referente a la
organización y celebración de los juicios. De ella dependen las Oficinas de Defensa y Prensa;

2
El trasfondo de dicho conflicto, una guerra civil, era una lucha por el poder y obedecía a los inconfesables
intereses de las facciones rebeldes para lucrarse directamente del comercio de diamantes, que les servía para
financiar la rebelión. Hay que tener presente que su explotación y venta genera cientos de millones de dólares
anuales, en un país donde más del 70% de la población vive por debajo del umbral de pobreza.
5
en cuanto a la Fiscalía, es la encargada de dirigir la instrucción del proceso y de recabar las
pruebas necesarias para la inculpación y enjuiciamiento de los acusados.

El ETE establece sus competencias para enjuiciar, por razón de la materia, crímenes
de guerra y de lesa humanidad, así como algunos de los previstos en las leyes de Sierra
Leona, cometidos en dicho país durante la guerra civil; y por razón de la persona, su
jurisdicción alcanza a los máximos responsables de los mismos, independientemente de su
estatuto o su nacionalidad. Pese a que el ETE incorporaba también como aplicables algunas
leyes nacionales, no se ha llegado a inculpar a nadie por tales delitos. Existe cierta
controversia jurídica respecto a la auténtica naturaleza del TESL, como consecuencia de su
carácter mixto. Se trata de un órgano judicial especial, como su propio nombre indica, que
proviene de un Acuerdo Internacional suscrito entre Sierra Leona y la ONU, y cuya creación
se debe a una Resolución del CdS. Tiene por ello una doble raíz o condición: se trata de un
Tribunal Especial nacional e internacional, en su composición, competencia y jurisdicción. Lo
componen magistrados y fiscales internacionales y sierraleoneses que designan
respectivamente el Secretario General de la ONU y el gobierno de Sierra Leona; su
jurisdicción alcanza a los máximos responsables, sin que exista ninguna limitación en tal
sentido. Sin embargo, por razón de su mandato, es independiente de la administración de
justicia de dicho país; y, como hemos visto, se rige por su propio Estatuto y sus Reglas.

El TESL se declara y reconoce él mismo, como un Tribunal Penal Internacional


facultado para juzgar a cualquier persona, aún a los Jefes de Estado de terceros países, en
cuanto su conducta resulte constitutiva de alguno de los crímenes previstos en el ETE.

LOS PROCESOS ANTE EL TESL:

Ha inculpado hasta ahora a un total de 13 personas, habiendo juzgado y condenado a


ocho de ellas, con penas que van de los 25 a los 52 años de prisión. Estos juicios se han
celebrado en Freetown. Concretamente, contra tres antiguos líderes del FRU, Morris Kallon,
Issa Sesay y Augustine Gbao; tres del CRFAS, Alex Brima, Brima Kamara, y Santigie Kanu;
y dos del FDC, Moinina Fofana y Allieu Kondewa. Todos ellos operaban en Sierra Leona
durante la guerra civil y actualmente cumplen sus condenas en la cárcel de Mpanga en
Ruanda. De los cinco restantes, tres han muerto, Hinga Norman, Foday Sankoh y Sam

6
Bockarie (Moskito). Estos dos últimos del FRU, antiguos camaradas de Taylor durante su
estancia en Libia, y más tarde sus cómplices en el conflicto de Sierra Leona.

El cuarto, Johnny Paul Koroma, líder del CRFAS y antiguo presidente golpista de
Sierra Leona(Mayo de 1997-febrero 1998), está en ignorado paradero.

El juicio contra Charles Taylor es el que ha concitado una mayor atención


internacional, por su condición de antiguo Jefe de Estado y Presidente de Liberia. Además, se
juzgaron crímenes cometidos durante el ejercicio de su cargo, cometidos en un país que nunca
pisó.

2.1 EL PROCESO CONTRA TAYLOR Charles Ghankay Taylor fue elegido Jefe de Estado y
Presidente de Liberia. Desempeñó dichos cargos desde el 2 de agosto de 1997 al 11 de
agosto de 2003, cuando dimitió. Pero, antes de cesar en el cargo, el 4 de junio de 2003,
fue inculpado por el TESL por crímenes de guerra y de lesa humanidad, dictándose orden
de detención contra él.
El acusado, ya desde su exilio en Nigeria, recurrió ante dicho Tribunal solicitando la
anulación de su inculpación y que se dejara sin efecto su orden de detención; alegando
que, cuando se le imputó, era Jefe de Estado en ejercicio, por lo que gozaba de inmunidad
de jurisdicción reconocida por el derecho internacional. Su solicitud fue rechazada. Con el
argumento, entre otros, de que la igualdad soberana de los estados no impide que un Jefe
de Estado en ejercicio sea inculpado por una corte o un tribunal penal internacional.
III. RESOLUCIÓN DEL TESL QUE RESUELVE APELACIÓN:

La Resolución de 31 de mayo de 2004 del TESL que desestima el recurso de


apelación de Charles Taylor contra su inculpación invocando su inmunidad de
jurisdicción como Jefe de Estado en ejercicio (SCSL-03-01-I059), citaba el caso Yerodia
(República Democrática del Congo (RDC) vs. Bélgica) visto ante la Corte Internacional
de Justicia (CIJ), en el que la CIJ resolvió que un tribunal nacional de un tercer Estado
(Bélgica) carecía de jurisdicción para procesar a un ministro de otro país (RDC) acusado
de la comisión de crímenes internacionales, al no tratarse de un Tribunal Internacional.

Por el contrario, argumenta la Resolución, el TESL, como consecuencia de un Tratado


Internacional firmado entre la ONU y Sierra Leona, no forma parte de la administración
de justicia de dicho país, tiene su propio ETE y sus Reglas de procedimiento y Prueba, así
7
como de Detención. Y de acuerdo con el artículo 6.2 del mencionado ETE tiene
jurisdicción sobre los Jefes de Estado, con unas competencias similares a las de ICTY y
ICTR, por lo que se trata de un tribunal penal internacional. De modo que el hecho de
estar en el ejercicio del cargo de Jefe de Estado de Liberia no le exime de responsabilidad
criminal ni atenúa su castigo, ni supone ninguna limitación para su imputación.

Gracias a la obstinación y a las presiones ejercidas por la Jefe de Estado y Presidenta


del Gobierno liberiano actual, Ellen Johnson Sirleaf, se consigue finalmente la detención
y entrega de Charles Taylor por las autoridades nigerianas al TESL y su posterior
enjuiciamiento.

IV. LA INMUNIDAD DE JURISDICCIÓN PENAL POR CRÍMENES


INTERNACIONALES DE LOS JEFES DE ESTADO, LOS JEFES DE
GOBIERNO Y LOS MINISTROS DE ASUNTOS EXTERIORES

La inmunidad de jurisdicción penal frente a crímenes internacionales de los Jefes de


Estado, el Jefes de Gobierno y Ministros de Asuntos Exteriores.

La reconstrucción del derecho internacional sobre la base del concepto de persona


humana supone la alteración esencial de un modelo de ordenamiento jurídico
tradicionalmente basado en el concepto de Estado, entendido como forma de organización
políticojurídica, caracterizada por el poder de imponer sus mandatos a los sujetos que
habitan dentro de un determinado espacio físico, y de desarrollar independientemente sus
relaciones con otras entidades jurídico-políticas que respondan a sus mismas
características.

La envergadura del cambio es de tal magnitud que el inicio de este proceso solo fue
posible cuando el modelo ético material y jurídico formal anterior propició la completa
destrucción del continente europeo y de importantes partes de Asia y África, y el recurso
al arma más mortífera jamás conocida en la historia: la bomba atómica. Ante esta
situación, al término de la II Guerra Mundial se hizo necesario un cambio radical en la
praxis de los miembros de la sociedad internacional y en su regulación.

Se reconoció con un alcance universal, la naturaleza singular y única del ser humano,
de la que emanan ciertos derechos inalienables que todo Estado miembro de la sociedad
internacional tiene la obligación de respetar y garantizar, simultáneamente, y a la luz de la
8
grave insuficiencia mostrada por las normas que regulaban el comportamiento de las
partes en un conflicto armado, se aprobaron en 1949 las cuatro convenciones de Ginebra,
cuyo sistema de infracciones graves prevé la responsabilidad internacional penal frente al
conjunto de la sociedad internacional de quienes incurran en ellas. Igualmente, se puso en
marcha un mecanismo centralizado de declaración y realización de la responsabilidad
internacional penal frente a aquellos dirigentes que con su comportamiento habían
generado una guerra de agresión y campañas de violencia sistemática y generalizada
contra la población civil. El fracasado intento de enjuiciamiento del káiser Guillermo II de
Alemania al término de la Primera Guerra Mundial dio paso a los procesos de Núremberg
y Tokio para juzgar a los dirigentes políticos, militares y económicos de los regímenes
alemán y japonés responsables por tales comportamientos.

El mensaje era claro: “quienes desde los resortes del poder recurren a una guerra de
agresión contra terceros Estados, y utilizan la fuerza armada contra su propia población,
no solo pierden la legitimidad ética necesaria para seguir dirigiendo sus respectivas
sociedades, sino que, debido al daño que han causado a la sociedad internacional, incurren
jurídicamente frente a ella en responsabilidad penal individual”. Ha sido en este contexto
en el que se han desarrollado los deberes de los Estados de no incurrir a través de sus
agentes en graves violaciones de derechos humanos (en particular, aquellas constitutivas
de crímenes internacionales) frente a quienes se encuentren bajo su jurisdicción, así como
a adoptar todas las medidas que estén a su disposición para prevenirlos, y, en caso de que
finalmente lleguen a producirse, investigarlos, declarar y realizar la responsabilidad
internacional penal derivada de los mismos, y reparar a las víctimas. Correlativamente a
estas obligaciones estatales, se han desarrollado también los derechos de estas últimas a la
verdad, la justicia y la reparación. El proceso de “humanización” del derecho
internacional no se ha desarrollado pacíficamente, y se encuentra lejos de haberse
completado. Sin embargo, es cierto que el mismo ha permeado las estructuras de la
sociedad internacional, y los principios normativos del derecho internacional, de manera
que en la actualidad se reconoce la existencia de una dimensión comunitaria en la
sociedad internacional, y de normas imperativas o de ius cogens que protegen sus valores
esenciales, vinculando a todos sus miembros y privando de eficacia a todo acuerdo o
práctica en contrario.

9
Si bien no existe un compendio oficial de normas imperativas, existe un cierto grado
de consenso en que, cuando menos tiene esta naturaleza las normas relativas a la
prohibición del uso de la fuerza, la prohibición del genocidio, la prohibición de la tortura,
la prohibición del racismo y el apartheid, el derecho de autodeterminación de los pueblos,
y las normas fundamentales del derecho internacional de los derechos humanos y del
derecho internacional humanitario.

No son pocos los indicadores que parecen mostrar que el paradigma de la dignidad
humana como finalidad ético-material de la sociedad internacional y el proceso de
humanización de su ordenamiento jurídico no solo no terminan de consolidarse sino que
puede encontrarse en un momento de crisis y franco retroceso.

La verificación de esta afirmación requiere sin duda un estudio mucho más


comprensivo del que nos proponemos en el presente trabajo. Sin embargo, creemos
adecuado comenzar por una institución que desde mediados del siglo XX se ha convertido
en un auténtico caballo de batalla en el desarrollo de dicho proceso: la inmunidad del
Estado y de sus representantes.

No en vano, en 2012, el juez Cancado Trindade, en su voto particular a la sentencia de


la Corte Internacional de Justicia (“CIJ”) en el caso sobre las Inmunidades
Jurisdiccionales del Estado, expresaba esta situación con toda su crudeza al rechazar las
alegaciones de Alemania que afirmaban que el mayor elemento desestabilizador para el
ordenamiento jurídico internacional es la aceptación por los tribunales nacionales de las
demandas de reparación contra Estados extranjeros presentadas por las víctimas de delitos
internacionales de ius cogens. En su opinión, el mayor factor de desestabilización es la
propia comisión de tales delitos y no la búsqueda de justicia por las víctimas.

Desarrollaremos nuestra exposición abordando en primer lugar el fundamento y las


manifestaciones de la inmunidad del Estado y de sus representantes, para posteriormente
centrarnos en el aspecto que más ha evolucionado en los últimos años: la inmunidad de
jurisdicción penal frente a crímenes internacionales de los órganos centrales del Estado
con competencia en materia de acción exterior (el Jefe de Estado, el Jefe de Gobierno y el
Ministro de Asuntos Exteriores)16. Finalizaremos, nuestra exposición, con un análisis del
significado de la evolución del principio de inmunidad desde la perspectiva de la finalidad

10
ético-material de la sociedad internacional y el mencionado proceso de humanización de
su ordenamiento jurídico.

V. CONCEPTO Y MANIFESTACIONES DE LA INMUNIDAD DEL ESTADO


EN CUANTO INSTITUCIÓN.

El principio de inmunidad por el que se impide a un Estado que ejerza jurisdicción


sobre otro sin su consentimiento tiene dos manifestaciones: la inmunidad del Estado como
institución y la inmunidad de algunos de sus órganos. A pesar de ser dos realidades
distintas, puesto que la primera corresponde al ámbito de la responsabilidad estatal,
mientras que la segunda pertenece al ámbito de la responsabilidad individual, ambas
tienen como fundamento el principio de igualdad soberana de los Estados, y se dirigen a
preservar el ejercicio libre e independiente de sus funciones soberanas y la conducción
pacífica de las relaciones internacionales3.

La inmunidad del Estado es regulada en la actualidad a través de normas


consuetudinarias, a la espera de la entrada en vigor del Convenio sobre Inmunidades
Jurisdiccionales de los Estados de 2004. Si bien la inmunidad de jurisdicción de la que
goza un Estado para sí y para sus bienes, era originalmente absoluta, el Convenio de 2004
refleja que hoy en día se concibe de una manera más restringida sobre la base de una
división material entre actos iure gestiones y actos iure imperii. Asimismo, desde
principios del siglo XXI surge con autores como Espósito Massini, Focarelli o Cervell
Hortal una incipiente tendencia a abolir la inmunidad de jurisdicción frente a actos iure
imperi que infrinjan normas de ius cogens. Sin embargo, esta tendencia se encuentra por
el momento lejos de cristalizar. Así lo refleja la jurisprudencia de la Corte Europea de
Derechos Humanos (“CEDH”) en el caso Al-Adsani c. Reino Unido (2001), en el que
rechazó la posibilidad de que los tribunales nacionales del Reino Unido investigaran la
responsabilidad civil del Estado de Kuwait por actos de tortura. Del mismo modo, en el
caso Karagoleropoulus y otros c. Grecia y Alemania (2002), la propia CEDH afirmó que
no se encuentra todavía establecido en Derecho Internacional que los Estados no puedan

3
Cervell (2013) p. 136.
11
pretender gozar de inmunidad en caso de acciones civiles por daños-intereses contra la
humanidad que se presenten en el territorio de un tercer Estado.

No obstante lo anterior, la CEDH reconoció en este último caso que la actual situación
no excluye la posibilidad de que en un futuro, el Derecho internacional consuetudinario se
desarrolle en otra dirección.

Esta línea jurisprudencial de la CEDH ha sido recientemente ratificada por la CIJ en


su sentencia de 3 de febrero de 2012 en el caso sobre las Inmunidades Jurisdiccionales del
Estado, en el que Alemania alegó conforme al derecho internacional consuetudinario tener
su inmunidad de jurisdicción frente a reclamaciones civiles de particulares ante los
tribunales italianos por daños producidos por las fuerzas armadas alemanas durante la II
Guerra Mundial. Para la CIJ, “aun de admitir que las acciones intentadas ante las
jurisdicciones italianas implicaban violaciones del ius cogens, la aplicación del derecho
internacional consuetudinario relativo a la inmunidad de los Estados no resultó afectada”.
Esto privaba a las víctimas de la posibilidad de reclamar una indemnización ante los
tribunales italianos.

A nivel nacional, los tribunales franceses han adoptado la misma posición que la CIJ
afirmando la inmunidad de jurisdicción planteada por Alemania ante las reclamaciones
presentadas por particulares por daños ocasionados durante la II Guerra Mundial.
Igualmente, los tribunales de Canadá, Reino Unido, Nueva Zelanda y Polonia han acogido
la misma posición frente violaciones de ius cogens de terceros Estados. Solamente las
decisiones de las Cortes Supremas de Grecia e Italia en los casos Distomo (2000) y Ferrini
(2004) han negado la aplicación de la inmunidad de jurisdicción alegada por Alemania,
afirmando que si la comisión de delitos internacionales de ius cogens constituye una
excepción al principio de inmunidad en relación con la responsabilidad del individuo, lo
mismo debería ocurrir frente a la responsabilidad del Estado.

Se puede afirmar que a pesar de los atisbos de apertura generados por estas dos
últimas decisiones nacionales, lo cierto es que tras siete décadas de proceso de
humanización del derecho internacional, el tradicional escudo de protección con que el
Estado ha contado para no responder ante tribunales nacionales extranjeros por los daños
causados por sus actos de iure imperii permanece inalterado, con independencia de los

12
efectos que esto pueda estar generando en el proceso de consolidación de la persona
humana como principio de unidad del ordenamiento jurídico internacional. Para los jueces
de la CIJ, Keith y Benouna, esto es resultado de su convencimiento de que es necesario
tratar de proteger en la mayor medida posible el principio de soberanía de los Estados.

VI. CONCEPTO Y MANIFESTACIONES DE LA INMUNIDAD DE LOS


REPRESENTANTES DEL ESTADO

La inmunidad de jurisdicción de quienes actúan como agentes de un Estado deriva de


la inmunidad del propio Estado al que representan, en tanto que órganos del mismo. Al ser
las funciones principales de este tipo de inmunidad garantizar la efectividad del principio
par in parem non habet imperium, y evitar interferencias indebidas por los tribunales
extranjeros en los asuntos internos de los Estados mediante el respeto al ejercicio por sus
representantes de funciones soberanas, son los propios Estados los que se constituyen en
sus beneficiarios reales. En consecuencia, es a estos últimos a los que corresponde
exclusivamente la facultad de renunciar a la inmunidad. Con ello se garantiza además el
normal desarrollo de las relaciones internacionales.

La evolución en el derecho internacional de las reglas sobre la inmunidad de


jurisdicción de los agentes del Estado ha tenido una naturaleza exclusivamente
consuetudinaria en relación con los órganos centrales del Estado con competencia en
materia de acción exterior4. La CIJ en el caso Yerodia (2002) consideró que tales órganos
se encuentran conformados por el Jefe de Estado, el Jefe de Gobierno y el Ministro de
Relaciones Exteriores.

El artículo 3 de la versión más reciente del texto sobre los proyectos de artículo sobre
la inmunidad de jurisdicción penal extranjera de los funcionarios del Estado aprobados
hasta el momento por la CDI (“Proyecto de Artículos”) se refiere también a estos tres
altos representantes del Estado al delimitar el grupo de beneficiarios de inmunidad
personal. Sin embargo, la propia CIJ al utilizar en el caso Yerodia la expresión
“determinados altos funcionarios como”, parece haber dejado la lista abierta, lo que ha
sido utilizado por algunos tribunales nacionales para incluir en ocasiones a los ministros
de Defensa y Comercio, cuyas actividades pueden tener que desarrollarse en buena

4
Cervell (2013) p. 534.
13
medida fuera del territorio nacional. No obstante lo anterior, la CIJ en el caso sobre
Ciertas Cuestiones de Asistencia Mutua en Materia Penal (2005), ha puesto límites a esta
lista subrayando que el Fiscal General del Estado y el Jefe de la Seguridad Nacional no
forman parte de la misma. Debido a la retirada de la demanda, por parte de República del
Congo, no pudo sin embargo pronunciarse sobre si el Ministro de Interior se encontraría
dentro o fuera de esta lista.

La inmunidad de jurisdicción de los órganos específicos de la Administración Exterior


del Estado como las misiones diplomáticas, las oficinas consulares, las misiones
especiales y las representaciones permanentes ante Organizaciones o Conferencias
internacionales, ha tenido un desarrollo convencional a través del Convenio de Viena
sobre Relaciones Diplomáticas (1961), el Convenio sobre Relaciones Consulares (1963),
la Convención sobre Misiones Especiales (1969) y el Convenio sobre las representaciones
permanentes de los Estados ante las organizaciones internacionales de carácter universal
(1975). De ahí, que su régimen jurídico no venga exclusivamente conformado por el
derecho internacional consuetudinario.

Ante esta situación, no es de extrañar que desde la aprobación del Convenio sobre
Inmunidades Jurisdiccionales de los Estados en 2004, el principal desarrollo en materia de
inmunidad se haya producido en relación con el contenido y alcance de la inmunidad de
jurisdicción de los Jefes de Estado, los Jefes de Gobierno y los Ministros de Asuntos
Exteriores por su presunta responsabilidad en la comisión de crímenes internacionales de
ius cogens. En el ámbito civil han sido numerosos los casos, particularmente en EE.UU. a
partir del caso Filartiga v. Peña-Irala (1980), en que se han presentado demandas por
crímenes internacionales de ius cogens, sobre todo actos de tortura. Sin embargo, todas
aquellas demandas presentadas frente a Jefes de Estado, Jefes de Gobierno y Ministros de
Asuntos Exteriores en ejercicio han sido rechazadas, con base en su inmunidad personal

Pero sin duda que los principales desarrollos se han producido en materia de
inmunidad de jurisdicción penal tanto frente a tribunales nacionales extranjeros como
frente a tribunales internacionales penales, lo que ha ocasionado que la Comisión de
Derecho Internacional se encuentre preparando desde 2007 un comprensivo Proyecto de
Artículos sobre la inmunidad de jurisdicción penal frente a los primeros.

14
Por su parte, el Instituto de Derecho Internacional (IDI) ha aprobado sendas
resoluciones en sus sesiones de Vancouver (2001) y Nápoles (2009) incluyendo también a
los tribunales internacionales penales. El desarrollo del contenido y alcance de la
inmunidad de jurisdicción penal de los Jefes de Estado, los Jefes de Gobierno y los
Ministros de Asuntos Exteriores se ha debido a tres factores principales. En primer lugar,
es un hecho constatado que los crímenes internacionales de ius cogens son normalmente
cometidos con el apoyo o consentimiento de los Estados5.

En segundo lugar, la implementación del principio del jurisdicción universal a nivel


nacional ha permitido la presentación, desde el caso Pinochet a finales de los años
noventa, de decenas de querellas en tribunales extranjeros contra altos representantes de
los Estados, incluyendo los siguientes Jefes de Estado: Eric Honecker de la República
Democrática Alemana (en la República Federal de Alemania), Muammar Gaddaffi de
Libia (en Francia), Hassan II de Marruecos (en España), Fidel Castro de Cuba (en
España), Paul Kagame de Ruanda (en España), Hugo Chávez de Venezuela (en España),
Augusto Pinochet de Chile (en España), y Jiang Zemin de China (en Argentina y España).
En tercer lugar, numerosos altos representantes de los Estados han sido enjuiciados en
tribunales internacionales penales, incluyendo los siguientes Jefes de Estado: Slobodan
Milosevic en el Tribunal Internacional Penal para la ex Yugoslavia, (“TPIY”), Charles
Taylor en la Corte Especial para Sierra Leona, (“CESL”), Khieu Samphan en las Salas
Especiales de las Cortes de Cambodia, (“SECC”) y Omar Al Bashir, Muammar Gaddafi,
Laurent Ngagbo y Urumu Kenyatta en la Corte Penal Internacional, (“CPI”).

Sobre la base de la tradicional distinción entre inmunidad personal o ratione personae


e inmunidad funcional o ratione materiae, estudiaremos el tratamiento que se ha dado a
esta cuestión dependiendo de si se pretende declarar su responsabilidad internacional
penal ante tribunales nacionales extranjeros o ante tribunales internacionales penales.

Con ello abordaremos los dos modelos existentes (directo o centralizado, e indirecto o
descentralizado) para la aplicación del derecho internacional penal, cuya eficacia es
5
El propio artículo 1 de la Convención contra la Tortura de 1984 refleja esta situación al exigir como requisito
para la constitución de un acto de tortura que “(…) dichos dolores o sufrimientos sean infligidos por un
funcionario público u otra persona en el ejercicio de funciones públicas, a instigación suya o con su
consentimiento o aquiescencia.(…)”. Del mismo modo, el artículo 7(2) del ECPI afirma que para la existencia de
un crimen contra la humanidad es necesario que los actos de violencia contra la población civil se desarrollen
en ejecución de la política de un Estado o de una organización.
15
complementaria a la hora de proteger los bienes jurídicos tutelados por los crímenes
internacionales de ius cogens.

VII. LA INMUNIDAD DE LOS JEFES DE ESTADO, JEFES DE GOBIERNO Y


MINISTROS DE ASUNTOS EXTERIORES FRENTE A LAS
ACTUACIONES PENALES DE LOS TRIBUNALES NACIONALES
EXTRANJEROS
A. IMMUNDIAD PERSONAL. –
El derecho internacional consuetudinario distingue entre inmunidad personal e
inmunidad funcional
La primera, conocida como inmunidad personal o ratione personae, otorga protección
frente a los tribunales nacionales extranjeros en relación con todos los actos tanto de
carácter oficial como de naturaleza privada realizados durante el desempeño del cargo, o
con anterioridad al mismo. De esta manera, la inmunidad personal asegura la plena
inviolabilidad del Jefe de Estado, el Jefe de Gobierno y el Ministro de Asuntos Exteriores
para que puedan desempeñar sus funciones sin interferencias de ningún tipo, garantizando
con ello la conducción pacífica de las relaciones internacionales.
La protección ofrecida por la inmunidad personal se extiende a todos los actos de los
tribunales nacionales extranjeros que puedan impedir al Jefe de Estado, Jefe de Gobierno
y Ministro de Asuntos Exteriores el desarrollo efectivo de sus funciones. Esto se produce
cuando, como en el caso Yerodia (2002) ante la CIJ, un Ministro de Relaciones Exteriores
es arrestado en otro Estado para enfrentar una acusación penal.
Sin embargo, la propia CIJ ha subrayado que la protección no se extiende a aquellas
actuaciones de los tribunales nacionales extranjeros que no afecten al desempeño de las
funciones.
Esta fue precisamente la situación que se planteó en el caso sobre Ciertas Cuestiones
de Asistencia Mutua en Asuntos Penales (2008), en el que un tribunal francés envió una
notificación invitando a testificar al Presidente de la República de Djibuti en relación con
la muerte de uno de sus asesores, dejando en última instancia a aquel en libertad para
aceptar o declinar la invitación.
La inmunidad personal tiene un carácter temporal, porque cesa en el momento en que
se deja de desempeñar el cargo, de ahí su configuración como un obstáculo de naturaleza

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exclusivamente procesal al ejercicio de la jurisdicción penal. Esto significa también que,
una vez dejado el cargo, un Jefe del Estado, un Jefe de Gobierno o un Ministro de Asuntos
Exteriores puede ser enjuiciado por un tribunal nacional extranjero por todo delito
cometido antes o durante el desempeño del mismo, siempre y cuando no se encuentre
amparado por la inmunidad funcional que protege los actos de carácter oficial. El carácter
absoluto de la inmunidad personal hace que no pueda ser objeto de excepción con base en
la seriedad del delito cometido.
Sin embargo, no existiendo controversia sobre esta regla en relación con los delitos
ordinarios, surge la pregunta sobre su aplicación con respecto a los delitos internacionales
de ius cogens. En otras palabras, ¿pueden los tribunales nacionales extranjeros entrar a
juzgar a Jefes de Estado, Jefes de Gobierno o Ministros de Relaciones Exteriores en
ejercicio, cuando se trata de aquellos delitos que afectan más gravemente a la dignidad
humana como criterio de unidad del ordenamiento jurídico internacional? Para autores
como Ambos, el mero planteamiento de esta pregunta ya resulta en sí problemático ante la
dificultad de especificar cuáles son aquellos crímenes internacionales que han sido
prohibidos por normas de ius cogens. Sin embargo, lo cierto es que existe un amplio
consenso sobre el hecho de que, al menos, el de genocidio, los delitos centrales del
fenómeno de la lesa humanidad, las infracciones graves a los cuatro Convenios de
Ginebra de 1949, y la tortura entrarían en esta categoría.
Con anterioridad al año 2002, varios tribunales nacionales en Alemania, España y
Francia habían rechazado los casos por crímenes internacionales de ius cogens contra Eric
Honecker (1984)63, Hassan II (1998)64, Fidel Castro (1999)65 y Muammar Gaddafi
(2001)66 –todos ellos Jefes de Estado en ejercicio al abrirse las actuaciones penales–
debido a su inmunidad personal.
Esta línea jurisprudencial ha sido confirmada por la sentencia de la CIJ de 14 de
febrero de 2002 en el caso Yerodia, en el que la República Democrática del Congo
demandó a Bélgica por haber violado la normativa internacional sobre inmunidad
personal al dictar un juez belga una orden de arresto contra su entonces Ministro de
Relaciones Exteriores por su presunta responsabilidad en la comisión de crímenes de lesa
humanidad y de guerra. Para la CIJ, así como la gravedad del delito no afecta al contenido
de la inmunidad personal, esta tampoco se ve afectada porque los crímenes imputados
hayan sido prohibidos por una norma de ius cogens. Con posterioridad a esta sentencia, se
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han adoptado nuevas decisiones a nivel nacional cerrando los procedimientos penales
abiertos contra los Jefes de Estado en ejercicio Paul Kagame (2006)68 y Fidel Castro
(2007) en aplicación de su inmunidad personal.
La exclusión de toda excepción por razón de la naturaleza de ius cogens de los
crímenes internacionales imputados, también parece ser la posición asumida por la CDI en
la última versión de su Proyecto de Artículos. Igualmente, el IDI, en los artículo 13 y II de
sus resoluciones de 2001 y 2009 ha acogido esta misma posición. En consecuencia, se
puede concluir que desde la finalización de la II Guerra Mundial no se ha producido ni la
más mínima grieta en la inviolabilidad proporcionada por la inmunidad personal a los
Jefes de Estado, Jefes de Gobierno y Ministros de Asuntos Exteriores en ejercicio. Con
ello, se prima la igualdad soberana de los Estados, la preservación del ejercicio de sus
funciones por sus más altos representantes y la conducción pacífica de las relaciones
internacionales. Al mismo tiempo, se relega a un segundo plano el interés de la sociedad
internacional en recurrir a su sistema descentralizado (a través de las jurisdicciones
nacionales) de aplicación del derecho internacional penal, para garantizar la investigación
y el enjuiciamiento de los máximos responsables de aquellos crímenes internacionales que
afecta gravemente a la persona humana como criterio de unidad del ordenamiento jurídico
internacional.

B. INMUNIDAD FUNCIONAL:

El derecho internacional consuetudinario reconoce un segundo tipo de inmunidad,


denominada funcional o ratione materiae, que cubre los actos llevados a cabo con carácter
oficial y en nombre del Estado que se representa.

Se define por la naturaleza de los actos realizados, y no por la condición personal de


los agentes estatales que los llevan a cabo. Tiene una naturaleza parcial puesto que solo
cubre los actos de carácter oficial, y por tanto no se extiende a los actos privados.
Además, debido a que la inmunidad funcional se encuentra ligada al acto oficial y no a la
persona, no tiene límite temporal, permaneciendo aún después de que se haya dejado el
cargo. Algunos autores como Cassese, Werle, Akande y Shah han afirmado la naturaleza
sustantiva de este tipo de inmunidad porque, en su opinión, los actos que son propios del
Estado no pueden ser atribuibles al agente estatal que los realiza.

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En consecuencia, su intervención en los mismos no le genera responsabilidad
internacional penal. Sin embargo, esta posición ha sido rechazada por autores como
Ambos y Cryer, al afirmar que no solo no es necesario reconocer a la inmunidad funcional
una naturaleza sustantiva para que sea efectiva, sino que además las consecuencias de
afirmar tal naturaleza son inaceptables. Para estos autores, si el autor del delito no es
penalmente responsable porque el hecho punible no le es atribuible al ser un acto del
Estado, tampoco las terceras personas que hayan participado a título de partícipes
incurrirán en responsabilidad, puesto que la responsabilidad de partícipe es dependiente
de la responsabilidad del autor.

En consecuencia, afirmar la naturaleza sustantiva de la inmunidad funcional supone


excluir la responsabilidad penal de todos aquellos partícipes (ya sean o no agentes del
estado) que actúen sin encontrarse protegidos por algún tipo de inmunidad. Esta última
circunstancia resulta a nuestro parecer decisiva, en cuanto que acoger la naturaleza
sustantiva de la inmunidad funcional supondría su injustificada extensión por vía
indirecta.

Además, de no aceptarse su configuración como un obstáculo procesal, su mera


invocación exigiría entrar a realizar juicios de valor sobre la antijuridicidad y la
culpabilidad de la conducta del agente estatal. Es por ello reseñable que la CIJ en sus
sentencias en el caso Yerodia y en el caso sobre Inmunidades Jurisdiccionales del Estado
haya rechazado la naturaleza sustantiva de la inmunidad funcional al afirmar que la
inmunidad (con independencia de que sea personal o funcional) y la responsabilidad
internacional penal son dos conceptos notablemente distintos, debido a la naturaleza
procesal de la primera. La aplicación ante tribunales nacionales extranjeros de la
inmunidad funcional por crímenes internacionales de ius cogens, es ciertamente más
controvertida que en el caso de la inmunidad personal.

Por una parte, como Cassese ha señalado, existen numerosos tribunales nacionales que
han negado la aplicación de la inmunidad funcional de agentes estatales extranjeros
cuando de crímenes internacionales de ius cogens se ha tratado. Esta es la situación en los
casos Eichman en Israel, Barbie en Francia, Kappler y Priebke en Italia, Rauter, Albrecht
y Bouterse en Paises Bajos, Kesserling ante una corte militar británica en Italia, Von
Lewinski ante una corte militar británica en Hamburgo, Pinochet en España y el Reino
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Unido, Yamashita en los Estados Unidos, Buhler en Polonia y Miguel Cavallo en Mexico.
En el mismo sentido, la temprana jurisprudencia del Tribunal Internacional Penal para la
ex Yugoslavia en los casos Blaskic, Furundzija, Karadzic y Milosevic ha afirmado
también la improcedencia frente a tribunales nacionales extranjeros de la inmunidad
funcional por crímenes internacionales. Esta misma posición ha sido sostenida por el IDI
en sus resoluciones de 2001 y 2009 al afirmar que “aparte de la inmunidad personal de la
que se beneficia un individuo en virtud del Derecho internacional, ninguna inmunidad se
aplica al caso de crímenes internacionales”.

Del mismo modo, la Asociación de Derecho Internacional, en su conclusión del


informe de 2000 sobre “el ejercicio de la jurisdicción universal respecto de violaciones
graves de Derechos Humanos”, ha subrayado que “ninguna inmunidad respecto de
lesiones graves de derechos humanos sujetas a jurisdicción universal se aplicará en caso
de que los crímenes se llevaran a cabo en el ejercicio de potestades oficiales”. Sin
embargo, en 2002, la CIJ en el caso Yerodia adoptaba la posición contraria al afirmar que
la norma consuetudinaria sobre inmunidad funcional no estaba sujeta a ninguna excepción
por razón de ius cogens de los crímenes internacionales imputados.

En consecuencia, subrayaba la CIJ, la inmunidad funcional es aplicable incluso en


aquellos casos en los que un Jefe de Estado, un Jefe de Gobierno o un Ministro de
Relaciones Exteriores haya cesado en su cargo, y por lo tanto no podrá ser enjuiciado ante
un tribunal de un país extranjero a menos que se trate de actos de naturaleza privada.
Sobre esta base, la cumbre de expertos de la Unión Africana y la Unión Europea y que
tuvo lugar en 2009 sobre el principio de jurisdicción universal concluyó afirmando que
“aquellas autoridades nacionales de justicia penal que consideren el ejercicio de la
jurisdicción universal sobre personas sospechosas de graves crímenes de ámbito
internacional están jurídicamente obligadas a tener en cuenta todas las inmunidades que
poseen los agentes estatales y deben, por tanto, abstenerse de enjuiciarles”.

Con posterioridad, el último debate sostenido sobre esta cuestión en 2011 en el seno
de la CDI ha mostrado que las posiciones se encuentran completamente divididas entre (i)
quienes abogaban por la existencia de un norma consuetudinaria que no admite
excepciones a la inmunidad funcional, pues de lo contrario se podría “socavar el
fundamento de las relaciones internacionales, inducir a la formulación de acusaciones
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basadas en motivos políticos y plantear dudas en cuanto al respeto de las garantías
procesales” y (ii) quienes afirmaban la cristalización de una excepción consuetudinaria a
dicha norma que haría inaplicable la inmunidad funcional en caso de crímenes
internacionales de ius cogens. Ante esta situación, no es posible afirmar en este momento
que la tendencia observada en la práctica internacional hacia el establecimiento de una
excepción consuetudinaria a la inmunidad funcional con respecto a crímenes
internacionales haya cristalizado. Por el contrario, parece que nos encontremos más bien
en un punto muerto, donde lo divisiones son ostensibles.

Lo mismo acontece en relación con los varios argumentos que se han utilizado para
justificar la mencionada excepción. Así, en primer lugar, se ha afirmado que la comisión
de este tipo de crímenes no puede ser nunca parte de las funciones oficiales del cargo.
Este argumento fue acogido por los varios de los magistrados de la Cámara de los Lores,
máxima instancia judicial de Inglaterra, que dictó la sentencia de 24 de marzo de 1999 en
el caso contra el ex Jefe de Estado de Chile Augusto Pinochet. También ha sido sostenido
por los jueces Higgings, Kooijmans y Buergenthal en su voto particular a la sentencia de
la CIJ en el caso Yerodia .

Además, algunos autores como Bianchi han defendido esta posición sobre la base de
que el derecho internacional no puede considerar como actos soberanos aquellos no solo
son una violación del propio derecho internacional, sino que constituyen un ataque contra
su fundamento y valores constitutivos.

Sin embargo, este argumento plantea varios problemas. En primer lugar, tal y como
Akande y Shah señalan, el carácter oficial de un acto no puede depender de que constituya
o no un crimen internacional, ni tan siquiera de su legalidad o ilegalidad, sino del
propósito y los medios mediante los cuales los agentes estatales lo llevaron a cabo. En
segundo lugar, el argumento no se corresponde con el hecho constatado de que los
crímenes internacionales de ius cogens son normalmente cometidos con el apoyo o
consentimiento de los Estados, lo que supone la intervención por acción u omisión de sus
fuerzas policiales, militares o de inteligencia. En tercer lugar, como Cassese ha señalado,
es la capacidad que atribuye el cargo de agentes estatales, particularmente en el caso de
los Jefes de Estado, los Jefes de Gobierno y los Ministros de Relaciones Exteriores, lo que
les coloca en situación de ordenar, instigar, asistir o tolerar la comisión de crímenes
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internacionales. En consecuencia, si no abusaran de las facultades que les atribuye su
cargo oficial, no tendrían ni la capacidad ni los medios para llevarlos a cabo.

Finalmente, tal y como afirma Ambos, si se aceptara que ningún crimen internacional
pudiera ser cometido como parte de las funciones oficiales, entonces todos ellos tendrían
que ser considerados como actos privados, y no podrían ser tampoco atribuidos al Estado
en cuyo nombre actuaron los agentes estatales.

En consecuencia, el Estado no sería responsable, ni tendría que proceder a la


reparación integral de las víctimas. Ante esta situación, autores como Bianchi han
recurrido a un segundo argumento para afirmar la inexistencia de inmunidad funcional
ante tribunales nacionales extranjeros por crímenes internacionales de ius cogens.

Conforme al mismo, al recogerse la prohibición de incurrir en tales crímenes en


normas internacionales del máximo rango jerárquico, estas, desde una perspectiva
normativa, deberían prevalecer sobre aquellas otras normas de derecho internacional que
tienen un rango inferior como es el caso de la norma consuetudinaria en la que se
establece la inmunidad funcional.

En definitiva, como Cervell Hortal se pregunta, “si la norma de ius cogens es la


aceptada y reconocida por la comunidad internacional de Estados en su conjunto como
que no admite acuerdo en contrario y que solo puede modificarse por una norma ulterior
del mismo carácter, si son normas que por su propia naturaleza deben primar sobre las
demás y obligarlas por tanto a retroceder, ¿por qué no habrían de prevalecer entonces
incluso la inmunidad de jurisdicción, que no tiene ese carácter?”. Sin embargo, este
segundo argumento tampoco se encuentra exento de problemas tal y como han apuntado
Cryer, Ambos, Hazel Fox, Akande y Shah. Estos autores subrayan que, mientras las
normas de ius cogens que prohíben los crímenes internacionales y hacen nacer la
responsabilidad internacional penal operan en un plano sustantivo, las normas
convencionales y consuetudinarias que reconocen la inmunidad funcional operan en un
ámbito estrictamente procesal para impedir en el caso concreto las actuaciones contra
agentes estatales extranjeros.

En consecuencia, tal y como señala Hazel Fox, la norma sobre inmunidad funcional no
contradice ninguna prohibición contenida en las normas de ius cogens, sino que se limita a
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remitir sus infracciones a un mecanismo distinto de resolución de controversias. Esta
posición encuentra apoyo en la sentencia de la CIJ en el caso Yerodia, que, como hemos
visto, afirma que la prohibición de ciertos crímenes por normas de ius cogens no deroga
automáticamente la regulación sobre inmunidad personal.

En consecuencia, si la norma sobre inmunidad personal permanece, ¿por qué ha


derogarse la norma sobre inmunidad funcional, siendo su naturaleza la misma?.

También se mencionan a este respecto algunas decisiones de la CIJ y la CEDH en


material de responsabilidad civil del Estado. En particular se hace referencia al caso sobre
las Inmunidades Jurisdiccionales de los Estados, en el que la CIJ ha afirmado que el hecho
de que se reconozca la inmunidad de jurisdicción frente a los tribunales nacionales
extranjeros, no significa que se esté considerando como lícita la situación generada por la
violación de una norma de ius cogens1.

En este mismo sentido, se ha pronunciado la CEDH en el caso Al-Adsani c. Reino


Unido, al rechazar la posibilidad de que los tribunales nacionales del Reino Unido
investigaran la responsabilidad civil del Estado de Kuwait por cometer crímenes de ius
cogens como la tortura. Es en este contexto que Akande y Shah han recurrido a un tercer
argumento para afirmar la excepción a la norma de inmunidad funcional en caso de
delitos internacionales.

Según estos autores, el verdadero conflicto se plantea entre dos normas internacionales
de naturaleza procesal (ninguna de las cuales tiene rango de ius cogens): (i) la norma que
otorga jurisdicción extraterritorial a los Estados y les impone la obligación de investigar y
enjuiciar a los agentes estatales extranjeros que hayan cometido este tipo de delitos; y (ii)
la norma que atribuye a tales agentes estatales inmunidad funcional frente a los tribunales
nacionales extranjeros.

Para resolver este conflicto, Akende y Shah, en lugar de acudir a la prevalencia


jerárquica entre normas internacionales, acuden al principio lex posterior derogat lex
anterior, que, en su opinión, hace que prevalezca la regla que exige el ejercicio de la
jurisdicción extraterritorial por ser más nueva.

Sin embargo, autores como Ambos han subrayado que este argumento tiene el
problema de basarse en una secuencia temporal de las normas procesales de derecho
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internacional sobre la que no existe ninguna certeza. Finalmente, el propio Ambos plantea
un cuarto argumento derivado de la ponderación de los intereses en juego. A diferencia de
los tres anteriores, este argumento no afirma de manera absoluta la excepción a la norma
de inmunidad funcional en caso de delitos internacionales, sino que analiza caso por caso
cual es el interés prevalente en juego. En otras palabras, la cuestión es determinar a la luz
de los hechos del caso concreto si el interés prevalente de la sociedad internacional es la
satisfacción de las víctimas, y la prevención general y especial derivada del castigo de
quienes cometen los delitos más graves para la sociedad internacional en su conjunto; o si
por el contrario, resulta más importante en el caso concreto garantizar el principio de
igualdad soberana de los Estados, la no injerencia de tribunales nacionales extranjeros en
el ejercicio de sus competencias soberanas y la conducción pacífica de las relaciones
internacionales. Sin embargo, si bien este modelo de equilibrio de intereses nos permite
resolver alguno de los problemas presentados por los otros argumentos, lo cierto es que no
está exento de dificultades.

Así, es razonable admitir que la posición jerárquica del agente estatal extranjero ha de
ser un factor importante a la hora de decantar la balanza a favor de la aplicación de la
inmunidad funcional, puesto que a mayor rango jerárquico de aquel, mayor grado de
injerencia en los asuntos internos del Estado al que representa y mayor nivel de
desestabilización en las relaciones internacionales.

En consecuencia, aquellos considerados como máximos responsables, tenderían a


disfrutar de un mayor ámbito de inmunidad funcional, a pesar de que el derecho
internacional penal centra en los mismos la obligación de los Estados de investigar y
enjuiciar los crímenes internacionales de ius cogens.

C. LA INMUNIDAD FUNCIONAL Y LA INMUNIDAD PERSONAL ANTE


TRIBUNALES INTERNACIONALES PENALES.

A tribunales internacionales penales distintos de la CPI La ausencia de actuaciones


penales a nivel nacional frente a quienes desde la más alta representación del Estado
promovieron a lo largo del siglo XX la comisión de delitos interacionales contra decenas
de millones de víctimas, llevó a la sociedad internacional a crear tribunales
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internacionales penales para su investigación y enjuiciamiento. El primer intento en este
sentido se recogió en la recomendaciones de la Comisión de Responsabilidades creada en
1918 por la Conferencia Preliminar de Paz de París113, que cristalizaron en el artículo
227 del Tratado de Versales de 1919, donde los aliados acusaron al Kaiser Guillermo II de
Alemania de cometer una ofensa suprema contra la moral internacional y la santidad de
los Tratados y previeron la creación de un tribunal especial para su juzgamiento. Sin
embargo, todo se quedó en un intento frustrado porque el Kaiser Guillermo II, tras abdicar
en noviembre de 1918, se refugió en Holanda, que se había mantenido neutral durante la I
Guerra Mundial, negándose la reina Guillermina a entregarlo a los aliados. Hubo por tanto
que esperar hasta el Acuerdo de Londres de 8 de agosto de 1945 para que, al término de la
II Guerra Mundial, se creara el primer tribunal internacional penal: el Tribunal Militar
Internacional con sede en Nuremberg. Para evitar la invocación de inmunidad por parte de
los ex altos cargo del gobierno y del ejército alemán, el artículo 7 del Acuerdo de Londres
estableció que “[e]l cargo oficial de los acusados, ya sean Jefes de Estado o funcionarios a
cargo de Departamentos del Gobierno no les exonerará de las responsabilidades ni servirá
para atenuar la pena”. Idéntica disposición se incluyó en el artículo 6 del Estatuto del
Tribunal Militar Internacional para el Lejano Oriente, con sede en Tokio, que fue creado
en 1946 para juzgar a los ex altos miembros del gobierno y del ejército japonés durante la
II Guerra Mundial. El principio de improcedencia del cargo oficial como motivo de
exoneración de responsabilidad o atenuación de la pena se incluyó dos años después en la
Convención contra el Genocidio, y en 1950 entró a formar parte de los Principios de
Nuremberg aprobados por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Con ello se
consolidó su carácter consuetudinario, que se vio reforzado con su inclusión en la
Convención sobre el Apartheid de 1979118, los Proyectos de Código de Crímenes
Internacionales contra la Paz y Seguridad Internacional elaborados por la CDI en 1991119
y 1996120 y los artículos 7(2) del ETIPY (1993)121, 6(2) del ETIPR (1994)122, 6(2) del
ECESL (2002)123 y 29 de ESECC (2004)124.

Es de observar que todas estas disposiciones parecen tener una naturaleza sustantiva
en cuanto que rechazan la configuración del cargo oficial como una causal de exoneración
de responsabilidad o de atenuación de la pena. Sin embargo, como ya hemos visto, tanto
la inmunidad personal como la inmunidad funcional son obstáculos de naturaleza procesal

25
para el ejercicio de la jurisdicción penal. En consecuencia, surge la pregunta de si tales
disposiciones establecen una auténtica excepción consuetudinaria al principio de
inmunidad, o si por el contrario no hacen sino recoger una norma autónoma de carácter
sustantivo. Además, en el primer caso, surge una segunda cuestión relativa a si dicha
excepción afecta tanto a la inmunidad personal como a la funcional, o solamente a esta
última.

Con respecto a la primera cuestión, a pesar de que la redacción utilizada para definir el
principio de improcedencia del cargo oficial parece referirse a una causal de exoneración
de responsabilidad o atenuación de la pena, lo cierto es que, como Ambos ha subrayado,
existe una alto grado de consenso entre la doctrina y la jurisprudencia de los distintos
tribunales internacionales sobre su naturaleza de excepción consuetudinaria a la regla de
inmunidad funciona.

Esta excepción se fundamenta en que las actuaciones penales desarrolladas por los
tribunales internacionales en nombre de la comunidad internacional en su conjunto no
afectan al principio de igualdad soberana entre los Estados, que es el fundamento de la
inmunidad funciona. Ejemplos de la aplicación de esta excepción es el enjuiciamiento
ante el TIPR de Jean Kambanda, quien fuera primer ministro durante el genocidio en
Ruanda entre abril y junio de 1994, así como el proceso seguido ante las SECC contra
Khieu Samphan, antiguo Jefe de Estado de la República de Kampuchea durante el
régimen de los yémeres rojos a finales de los años 1970. Con respecto a la segunda
cuestión, las divisiones son más ostensibles.

Por un lado, Cryer y Akande consideran que el hecho de que las actuaciones penales
se desarrollen ante tribunales internacionales no genera ninguna excepción
consuetudinaria a la inmunidad personal. Para Cryer los tribunales internacionales son
creados por Estados y, por lo tanto, no les es posible establecer una institución que tenga
la facultad de realizar aquello que no les está permitido a los propios Estados en
aplicación de la norma consuetudinaria de inmunidad personal131.

Por su parte, Akande afirma que solo sería posible aceptar la inaplicación de la
inmunidad personal ante los tribunales internacionales penales cuando en el acto de

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creación de estos últimos se contenga una renuncia implícita o explícita del Estado cuyos
representantes van a ser investigados y enjuiciados.

Así por ejemplo, en el caso de la CESL y de las SECC, la inaplicación de la


inmunidad personal para los agentes estatales de Sierra Leona y Camboya se fundamenta
en la renuncia a la misma por parte de ambos Estados en los acuerdos que suscribieron
con el Secretario General de las Naciones Unidas para la creación de dichos tribunales. En
cuanto al TIPY y al TPIR –creados por resoluciones del Consejo de Seguridad actuando
conforme al capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas, que en virtud de los artículos
25 y 103 de la misma son de obligatorio cumplimiento para todos sus miembros, para
Akande lo que ocurre es que cada uno de los Estados miembros de la ONU (cuyo ámbito
es universal), al entrar a formar parte de la misma, acepta voluntariamente la obligación
de cumplir de manera preferente con las resoluciones dictadas por el Consejo de
Seguridad en desarrollo de las competencias que se le han conferido para el
mantenimiento de la paz y seguridad internacional.

Esta es también la posición defendida por Schabas al subrayar que no es posible alegar
la inmunidad personal frente a órganos jurisdiccionales creados por el Consejo de
Seguridad con base en el capítulo VII, pues existe la obligación de cooperar con los
mismos.Una segunda posición es defendida por Cassese y Gaeta, quienes afirman la
existencia de una excepción consuetudinaria que haría inaplicables tanto la inmunidad
funcional como la inmunidad personal frente a los tribunales internacionales penales134.
Esto sería así incluso en el caso del Tribunal Especial para el Líbano, en cuyo Estatuto no
se recoge ninguna mención a la improcedencia del cargo oficial. Para estos autores, el
objeto de ambos tipos de inmunidad es evitar el peligro de cualquier interferencia de
terceros Estados en el desarrollo de las funciones de los agentes estatales.

En consecuencia, dado que los tribunales internacionales actúan siempre en nombre de


la comunidad internacional en su conjunto, y sus jueces son independientes, imparciales y
expertos en la materia, no es posible que pueda materializarse dicho peligro. Cassese y
Gaeta encuentran apoyo para su posición en la temprana jurisprudencia del TIPY, que,
como veíamos en secciones anteriores, ha afirmado en los casos Blaskic, Furundzija,
Karadzic y Milosevic la inaplicación de todo tipo de inmunidad en relación con los
crímenes internacionales, con independencia de que las actuaciones se desarrollen ante
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tribunales internacionales penales, o ante tribunales nacionales extranjeros138.
Particularmente relevante es el caso contra Slobodan Milosevic porque en el momento de
iniciarse las actuaciones penales contra el mismo en 1999 mantenía la posición de Jefe de
Estado de la República Federal de Yugoslavia. Cassese y Gaeta encuentran también apoyo
en la jurisprudencia de la CESL, que inició sus actuaciones contra Charles Taylor en
2003, cuando todavía era Jefe de Estado de Liberia. Al año siguiente, la Sala de
Apelaciones de la CESL afirmó que al ser un tribunal internacional creado con base en un
acuerdo entre las Naciones Unidas y el gobierno de Sierra Leona, no era viable alegar
ningún tipo de inmunidad, ya que estas solo pueden invocarse en procesos que se lleven a
cabo ante tribunales de Estados soberanos.

La Sala de Apelaciones de la CESL cita a su vez la sentencia de la CIJ en el caso


Yerodia, donde de manera general se deja abierta la posibilidad de inaplicar cualquier tipo
de inmunidad de los Jefes de Estado, los Jefes de Gobierno y los Ministros de Relaciones
Exteriores (ya se encuentren en ejercicio, o hayan cesado en el cargo) cuando sean
investigados y enjuiciados por tribunales internacionales penales que tengan jurisdicción.

La corte penal internacional Para evitar que la división sobre el alcance del principio
de improcedencia del cargo oficial pudiera afectar al efectivo ejercicio de la jurisdicción
de la Corte Penal Internacional, el artículo del Estatuto de la CPI, aprobado en junio de
1998 y en vigor desde julio de 2002, dedica dos apartados a la cuestión.

En el primero se recoge la tradicional definición principio de improcedencia del cargo


oficial, mientras que en el segundo se establece que “as inmunidades y las normas de
procedimiento especiales que conlleve el cargo oficial de una persona, con arreglo al
Derecho interno o al Derecho internacional, no obstarán para que la Corte ejerza su
competencia sobre ellas”. A través de este segundo apartado los redactores del Estatuto de
la CPI se aseguraron expresamente que la inmunidad personal de los Jefes de Estado, los
Jefes de Gobierno y los Ministros de Relaciones Exteriores no sería aplicable ante la CPI.

En consecuencia, existe en la doctrina un alto grado de consenso en que cada uno de


los Estados partes del Estatuto de la CPI (en la actualidad son ciento veintidós), ha
renunciado de manera expresa a toda inmunidad personal y funcional que sus agentes
pudieran haber tenido frente a la CPI conforme al derecho internacional consuetudinario.

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Además, la propia jurisprudencia de la CPI en el caso contra el actual Jefe de Estado de
Sudán, Omar al Bashir, se ha pronunciado en este mismo sentido. Esta situación tiene
importantes implicaciones en relación con el régimen de cooperación con la CPI, y en
particular con el artículo 98 (1) del Estatuto de la Corte Penal Internacional (“ECPI”), que
establece que “la Corte no dará curso a una solicitud de entrega o de asistencia en virtud
de la cual el Estado requerido deba actuar en forma incompatible con las obligaciones que
le imponga el derecho internacional con respecto a la inmunidad de un Estado o la
inmunidad diplomática de una persona o un bien de un tercer Estado, salvo que la Corte
obtenga anteriormente la cooperación de ese tercer Estado para la renuncia a la
inmunidad”. De esta manera, cuando en el marco de un caso contra un Jefe de Estado, un
Jefe de Gobierno o un Ministro de Relaciones Exteriores de un Estado Parte (con
independencia de que se encuentre en ejercicio o haya abandonado el cargo), la CPI
realice una solicitud de entrega o de asistencia judicial a un Estado que tenga la obligación
de cooperar con la misma en el caso concreto –ya se deba a que es un Estado Parte, a que
a pesar de no ser un Estado parte así se ha obligado conforme al art. 87(5) del ECPI, o a
que el Consejo de Seguridad así lo ha establecido por resolución del capítulo VII de la
Carta de las Naciones Unidas, Estado requerido no podrá rechazar el cumplimiento de
dicha solicitud de cooperación excusándose en que ello le obligaría a violar una presunta
obligación consuetudinaria de respetar la inmunidad personal del imputado. Esta es
precisamente la situación que se ha planteado en relación con el enjuiciamiento ante la
CPI del Jefe de Estado en ejercicio de la República de Kenia, Urumu Kenyatta. El
problema se presenta cuando la CPI pretende desarrollar actuaciones contra Jefes de
Estado, Jefes de Gobierno o Ministros de Relaciones Exteriores en ejercicio de Estados no
parte del Estatuto de la CPI. En estos casos, el Estado al que el imputado representa no ha
renunciado expresamente a la inmunidad personal que el mismo pudiera tener, conforme
al derecho internacional consuetudinario, ante un tribunal internacional como la CPI. En
consecuencia, se hace necesario conocer si el alcance de la excepción consuetudinaria a
dicha inmunidad: (i) se limita a la inmunidad funcional como Cryer, Akande o Schabas
afirman, en cuyo caso el Estado requerido podría rechazar invocando el artículo 98 (1) del
ECPI toda solicitud de la CPI para la entrega del imputado o la asistencia judicial153; o
(ii) se extiende también a la inmunidad personal como Cassese y Gaeta sostienen, lo que
impediría al Estado requerido invocar el artículo 98 (1) del ECPI. La CPI ha abordado
29
esta cuestión en el caso contra Omar Al Bashir, donde acogió expresamente la posición
que afirma que el derecho internacional consuetudinario establece una excepción a la
inmunidad personal de los Jefes de Estado en ejercicio, de manera que esta no puede ser
invocada ante tribunales internacionales como la CPI. Con ello, se ha seguido la línea
marcada por la jurisprudencia del TIPY y de la CESL.

Si bien estas decisiones han sido criticadas por una parte de la doctrina y en particular
por la Unión Africana, lo cierto es que las mismas refuerzan la afirmación de Cassese y
Gaeta relativa a la existencia en el derecho internacional consuetudinario de una
excepción a la aplicación de la norma de inmunidad personal cuando se trata de
actuaciones ante tribunales internacionales penales.

Además, varios autores que no coinciden con esta posición han aceptado sin embargo
la inaplicación por la CPI de la inmunidad personal de Omar Al Bashir y de Muammar
Gaddafi con base en otros argumentos. Así, Akande ha afirmado que Sudán y Libia entran
a ser considerados como análogos a Estado parte del ECPI, a los que se les aplica el
artículo 27 ECPI, debido a que ambas situaciones han sido remitidas por resoluciones del
Consejo de Seguridad en ejercicio de las competencias que le atribuye el capítulo VII de
la Carta de las Naciones Unidas. En el mismo sentido, Papillon ha señalado que todos los
Estados parte de las Naciones Unidas accedieron en el momento de ratificar su Carta a
que el Consejo de Seguridad pudiera adoptar medidas para garantizar la paz y seguridad
internacionales, incluyendo la posibilidad de que se revocara en algún momento la
inmunidad de los altos representantes de sus Estados, lo que se ha producido
implícitamente con la remisión a la Fiscalía de la CPI de las situaciones en Darfur y Libia.
Finalmente, para Ambos es más convincente acudir a un ejercicio de ponderación de los
intereses en juego: el interés de la comunidad internacional en evitar la impunidad de los
crímenes internacionales, y el interés de los Estados no parte del ECPI en no verse
afectados por la regla de no inmunidad del artículo 27 del ECPI.

VIII. RESPONSABILIDAD DE CHARLES TAYLOR, PRESIDENTE DE


LIBERIA

30
Charles Taylor, Presidente de Liberia, fue acusado por participar en la guerra civil en
Sierra Leona sin haber estado físicamente presente en dicho territorio. Sin embargo, por
su apoyo constante al Frente Revolucionario Unido (RUF por sus siglas en inglés) y a la
coalición entre el Consejo Revolucionario de las Fuerzas Armadas (AFRC) y el RUF, la
Fiscalía lo consideró uno de los máximos responsables por los crímenes internacionales
cometidos en Sierra Leona. El TESL determinó que la inmunidad propia de los altos
funcionarios no constituía un límite para ejercer su jurisdicción (1) y condenó a Taylor
teniendo su condición de jefe de Estado como una circunstancia de agravación punitiva
(2).

a) Improcedencia de la inmunidad
Ya se sintetizó el contexto de la guerra civil en Sierra Leona, conviene ahora
precisar el rol de Taylor quien se mostraba como un mediador ante la comunidad
internacional, pero realmente apoyaba a los combatientes. Por tal razón, la Fiscalía le
imputó once crímenes internacionales en una acusación que, si bien fue objeto de
debate por la inmunidad del acusado, fue confirmada luego por el TESL.
Cuando el conflicto armado en Sierra Leona terminó y se creó el TESL, se expidió
una orden de arresto contra Taylor quien, en agosto de 2003, renunció a la Presidencia
y se exilió en Nigeria. En un inicio, el Presidente de dicho país se negó a entregarlo a
las autoridades, por lo que, hasta el 26 de marzo de 2006, luego de la solicitud de
extradición por parte de Liberia, el acusado fue capturado y transferido para ser
juzgado por el TESL269.

b) Acusación en firme

En el caso ante el TESL, la Fiscalía acusó a Charles Taylor por once crímenes que
incluían actos de terrorismo, homicidio, violencia sexual, violencia física, reclutamiento
de menores de 15 años, trabajos forzados y saqueos. Según el ente acusador, dichos
crímenes habían sido cometidos materialmente por el RUF y la coalición AFRC-RUF,
pero Taylor era responsable de acuerdo con las diferentes formas de responsabilidad
señaladas en el artículo 6 numeral 1 o, en subsidio, aquellas consagradas en el artículo 6

31
numeral 3 del Estatuto6
Entre los delitos imputados están, en primer lugar, los crímenes de lesa humanidad,
en particular el homicidio, la violación, la esclavitud, la esclavitud sexual y otros actos
inhumanos (art. 2 del Estatuto). Se trata de ataques a gran escala, dirigidos contra la
población civil y cometidos de manera sistemática o generalizada, tal como los ataques a
los distritos de Kono, Kenema y Freetown. En segundo lugar, se acusa a Taylor de
reclutar, alistar o usar menores de 15 años para participar activamente en las
hostilidades, grave violación al derecho internacional humanitario.

Finalmente, la Fiscalía lo acusó por crímenes de guerra o violaciones al artículo 3


común a los Convenios de Ginebra y al Protocolo Adicional II (art. 3 ibíd.). Dichos
crímenes, son aplicables a toda clase de conflicto y buscan proteger a quienes no
participan directamente en las hostilidades, por lo que se incluyen los actos de
terrorismo; la violencia contra la vida, la salud y la integridad física o mental de las
personas; los atentados contra la dignidad personal; los tratos crueles y los saqueos.

Aunque Taylor se declaró inocente de todos los cargos imputados, solicitó declarar la
nulidad de la acusación y de la orden de arresto, por no haberle sido reconocida la
inmunidad propia de un Presidente. Sin embargo, sus argumentos no fueron de recibo
por dos razones principales: el artículo 6 del Estatuto y el carácter internacional del
TESL.

Por un lado, Taylor alegaba la ausencia de jurisdicción del Tribunal por la inmunidad
propia de un representante del Estado. El acusado fue Presidente de Liberia desde 1997
hasta 2003, periodo que cubre la mayoría de la competencia temporal del TESL que es
desde el 30 de noviembre de 1996. No obstante, de acuerdo con el artículo 6 numeral 2
del Estatuto “el cargo oficial de un acusado, sea Jefe de Estado o de Gobierno o

6
Estatuto del TESL. Artículo 6. “1. Quien haya planificado, instigado u ordenado uno de los crímenes a que se hace
referencia en los artículos 2 a 4 del presente Estatuto o haya de otra forma sido cómplice en su planificación, preparación o
ejecución será individualmente responsable por ese crimen (…) 3. El hecho de que uno de los actos a que se hace referencia
en los artículos 2 a 4 del presente Estatuto haya sido cometido por un subordinado no exonerará de responsabilidad penal
a su superior si hubiese sabido o hubiese tenido motivo para saber que el subordinado estaba por cometer esos actos o lo
había hecho y no hubiese tomado las medidas razonables que fuesen necesarias para prevenirlos o para castigar a sus
autores”.

32
funcionario responsable del gobierno, no le eximirá de responsabilidad penal ni
constituirá motivo para reducir la pena” Por lo tanto, el TESL sí tiene jurisdicción con
independencia del cargo oficial.

Por otro lado, la Defensa alegaba que el TESL era un tribunal nacional y que la
igualdad soberana prohíbe que un Estado ejerza su autoridad en un territorio extranjero .
El 31 de mayo de 2004, el TESL desestimó la pretensión al considerar que el.

En síntesis, Charles Taylor como Presidente de Liberia otorgó al RUF y a la coalición


AFRC-RUF, armas, municiones, dinero, apoyo logístico y equipo de
telecomunicaciones para que la guerra civil en Sierra Leona continuara. Teniendo en
cuenta su rol en el conflicto, el Fiscal lo consideró uno de los máximos responsables por
los crímenes cometidos en el territorio sierraleonés, mientras que el TESL declaró la
improcedencia de la inmunidad del acusado y conoció del caso contra él.

1. Cargo oficial como circunstancia de agravación punitiva

El 30 de mayo de 2012, la Sala de Primera Instancia II del TESL condenó a Taylor por
ser cómplice y por planear los once cargos que le fueron imputados por la Fiscalía (art 6.1
del Estatuto). Aunque la Fiscalía le había solicitado al Tribunal una sentencia global de 80
años de prisión o una sentencia para cada cargo, el TESL lo condenó a 50 años de prisión
teniendo en cuenta la escala de los crímenes y las circunstancias de agravación punitiva,
decisión confirmada en la apelación.

Para tasar la pena, el Tribunal afirmó la existencia del principio universalmente


aceptado de imponer una sentencia mayor a aquella persona que ha sido encontrada
culpable de varios delitos. Además, señaló que la rehabilitación del condenado como fin
de la pena es más relevante en las jurisdicciones nacionales que en las internacionales.
Así, la condena del TESL buscaba influir en la consciencia del acusado, de las
víctimas y de toda la población, con el objetivo de transmitir el mensaje de que las leyes
deben ser obedecidas por todos.

Adicionalmente, el Tribunal tuvo en cuenta factores como la gravedad del crimen y las
circunstancias personales del condenado para tasar la pena (art. 19 ibíd.). En primer lugar,
para el TESL los crímenes eran de la mayor gravedad en términos de la escala, brutalidad

33
y sufrimiento de las víctimas y de sus familias. Inclusive, los nombres de las operaciones
militares, por ejemplo, Spare No Soul y No Living Thing, eran indicativos de la naturaleza
indiscriminada de los crímenes cometidos contra la población civil.

En segundo lugar, el Tribunal sostuvo que ninguna de las condiciones personales del
acusado justificaba la disminución de la pena. Por el contrario, el TESL estableció entre
otras circunstancias agravantes la posición del acusado, su nivel en la estructura de
comando, su rol en el contexto del conflicto y el motivo pecuniario del crimen y su
duración.

En la apelación, la Defensa advirtió que dichos agravantes no habían sido alegados por
la Fiscalía y adicionalmente sostuvo que las personas deben ser “juzgadas y condenadas
con base en su conducta individual y no con base en su posición oficial” Sin embargo, el
TESL sostuvo que las circunstancias que tienen relación directa con el crimen no deben
ser necesariamente alegadas en la acusación y que la condena debe basarse en la conducta
del procesado y en su gravedad.

Conforme a las circunstancias ya señaladas, el Tribunal concluyó que no existían


precedentes para determinar una sentencia apropiada en el caso Taylor. No obstante, en
opinión del TESL, una sentencia de 80 años de prisión resultaba excesiva teniendo en
cuenta que las formas de responsabilidad por las que se condenó a Taylor fueron la
complicidad y la planeación y no la empresa criminal conjunta o la responsabilidad del
superior. Por consiguiente, el 30 de mayo de 2012 la Sala de Primera Instancia condenó a
Taylor a 50 años de prisión por todos los cargos, sentencia que fue confirmada de forma
unánime por la Sala de Apelaciones el 26 de septiembre de 2013.

En conclusión, aunque Taylor nunca estuvo físicamente presente en Sierra Leona, las
circunstancias de agravación punitiva consideradas, a saber, (i) la extraterritorialidad de
los crímenes; (ii) el rol de Taylor como Presidente de Liberia; (iii) la confianza de la
opinión pública que traicionó y (iv) la explotación del conflicto en Sierra Leona para
obtener una ganancia económica, permiten concluir que la posición particular del acusado
como expresidente de Liberia fue determinante al momento de juzgarlo y condenarlo.

IX. FORMAS DE RESPONSABILIDAD EN EL CASO TAYLOR

El estudio de la improcedencia de la inmunidad del expresidente de Liberia es


34
requisito previo para que el TESL asuma competencia en el caso y condene a Taylor. Así,
es interesante observar que del respeto a la inmunidad propia de los jefes de Estado, el
Tribunal pasó a asumir el cargo oficial como circunstancia de agravación punitiva. No
obstante, aunque la Fiscalía acusó a Taylor por todas las formas de responsabilidad
individual establecidas en el artículo 6 del Estatuto, él sólo fue condenado por
complicidad y planeación.

En efecto, la Fiscalía lo acusó por planificar; instigar; ordenar; por ser cómplice; por
participar en una empresa criminal conjunta (ECC); y por responsabilidad del superior.
Sin embargo, el procesado sólo fue declarado responsable por ser cómplice y por planear
los once delitos imputados. En un inicio se estudiará la complicidad (A) para luego
ahondar en la planeación y en la instigación (B). Sólo se hará referencia a la instigación
como modalidad desestimada ya que en el segundo capítulo de la presente monografía se
profundizó sobre la ECC y la responsabilidad del superior.

a) AIDING, ABETTING O COMPLICIDAD

Una forma de participación en la conducta punible, consagrada en el artículo 6


numeral 1 del Estatuto, es aiding and abetting, la cual será traducida como complicidad.
Taylor fue declarado cómplice en la planeación, preparación y ejecución de los once
crímenes señalados en la acusación que incluyen actos de terrorismo, homicidio, violencia
sexual, violencia física, reclutamiento de menores de 15 años, trabajos forzados y
saqueos. Para determinar la responsabilidad del acusado, se revisará la definición de
complicidad en otras jurisdicciones (1) y los elementos objetivos y mentales establecidos
por el TESL (2).

1. APROXIMACIÓN COMPARADA

En los delitos concurren como sujetos activos, los autores y los partícipes. En el
derecho penal de la mayoría de sistemas de tradición civilista, existen tres formas de
participación: el instigador, el cómplice y el proveedor. Por el contrario, en el common
law las formas de participación son el cómplice y el consejero o incitador.

El Estatuto de la CPI traduce aid y abet como complicidad y encubrimiento,


conceptos que son diferentes en algunos sistemas donde el cómplice es un partícipe de la

35
conducta antijurídica, que por concierto previo o concomitante a la misma contribuye a su
realización o presta ayuda posterior. En cambio, el encubridor, es autor del delito de
encubrimiento y no toma parte en la ejecución de la conducta punible, sino que contribuye
por concierto posterior.

Por su parte, el TPIR utiliza las palabras aid y abet como modalidades que se
refieren a “todos los actos de asistencia que prestan estímulo o apoyo a la comisión de un
crimen”295. En los fallos Akayesu y Semanza, el TPIR estableció que aiding “significa
prestarle asistencia a alguien” para cometer un crimen, mientras que abetting “involucra
facilitar la comisión de un crimen siendo favorable a ello”, por lo que se excluye en
principio la complicidad por omisión.

Sin embargo, el TPIY en el caso Mrkšić afirmó que puede haber aiding y abetting
por omisión y en el caso Furundžija estableció que esta forma de responsabilidad “consiste
en la asistencia práctica, el estímulo o el apoyo moral que tiene un efecto sustancial en la
comisión del crimen” Así, el cómplice debe conocer que sus actos prestarán un apoyo en el
crimen, lo que se distingue de la participación en la empresa criminal conjunta que supone
la intención de participar en el plan común.

Conforme a las diferentes definiciones hasta aquí descritas, el término aiding and
abetting será traducido como complicidad, una forma de responsabilidad en la que el
partícipe de la conducta punible es accesorio al crimen cometido por el principal, con quien
no comparte la intención criminal a pesar de pretender asistir en la comisión del delito.

2. Complicidad en el Tribunal Especial de Sierra Leona

Para el TESL, la complicidad puede darse mediante acciones u omisiones en varias


etapas del iter criminis300. Además, el Tribunal establecer que “no es necesaria la
evidencia de un plan o acuerdo entre el cómplice y el autor, excepto en los casos de
complicidad ex post facto donde en el momento de la planificación, preparación o
ejecución del delito, existe un acuerdo previo entre el autor y la persona que
posteriormente contribuye a la comisión del delito” 301. Dicha definición, reafirma la
posibilidad de traducir aiding and abetting como complicidad y permite ahora estudiar los
elementos objetivos (a) y subjetivos (b) necesarios para condenar de acuerdo con esta
forma de responsabilidad.
36
a.) Elemento actus reus

Como requisitos objetivos de la complicidad se encuentran (i) la asistencia práctica, estímulo


o apoyo moral a la comisión de un crimen subyacente que (ii) tenga un efecto sustancial en su
comisión302. Para el estudio de dichos elementos, el TESL determinó si las armas, el personal
militar y el apoyo operativo y moral suministrados por Taylor, incidieron de manera
sustancial a la comisión de delitos por parte de los insurgentes.

Frente al armamento, el Tribunal encontró que, durante el periodo de acusación,


Taylor de manera directa o a través de intermediarios suministró y facilitó el flujo de armas
y municiones al RUF y a la coalición AFRC-RUF, provisiones que fueron utilizadas para
diversas ofensivas militares en las que se cometieron crímenes internacionales. Así, sin el
apoyo de Taylor, los combatientes no habrían tenido suficiente material para continuar los
ataques en Sierra Leona y por eso tuvo un efecto sustancial.

En cuanto al personal militar, el Tribunal concluyó que el expresidente de Liberia


envío varios combatientes con un alto nivel de experiencia militar a Sierra Leona que
fueron incluidos en las filas del RUF y que cometieron diferentes crímenes en las
operaciones militares, por lo que su influencia también fue sustancial. Además, la Sala
encontró que las autoridades de Liberia reclutaban y forzaban a refugiados de Sierra Leona,
que residían en el país vecino, a regresar a territorio sierraleonés para combatir.

Igualmente, el TESL determinó que Taylor contribuyó con apoyo operativo al


suministrarle a los combatientes equipo para comunicaciones y entrenamiento, apoyo
logístico y médico, refugio y asistencia financiera, lo que aseguró la existencia del grupo, la
continuación de la guerra y la comisión de crímenes internacionales. Inclusive, la Sala
comprobó que el acusado les daba consejos a los líderes del RUF y la coalición AFRC-
RUF en materia de estrategia militar y toma de ciudades.

En la apelación, la Defensa consideró que los elementos empleados por el TESL


penalizan conductas realizadas de manera usual por los Estados, con el objetivo de
preservar su seguridad nacional, por ejemplo, el apoyo a los rebeldes en Siria y Libia por
parte de Estados Unidos307. Sin embargo, la Sala de Apelaciones confirmó la sentencia de
primera instancia al encontrar que los elementos actus reus y mens rea de la complicidad

37
fueron probados más allá de toda duda razonable por la Fiscalía.

b.) Elemento mens rea

Una vez estudiados los requisitos objetivos, resulta pertinente referirse a los
elementos mentales de la complicidad como modalidad de participación. Por un lado, que
“el acusado haya ejecutado un acto con el conocimiento de que dicho acto ayudaría a la
comisión de un crimen subyacente, o era consciente de la probabilidad sustancial de que
sus actos asistirían la comisión del crimen subyacente”. Por otro lado, que el acusado “sea
consciente de los elementos esenciales del delito cometido por el autor, incluyendo su state
of mind”309.

De acuerdo con lo anterior, resulta interesante observar que la intención del


cómplice de facilitar la comisión del crimen subyacente, o de cometerlo, no es un elemento
mens rea de esta forma de responsabilidad, contrario a lo afirmado por la Defensa de
Taylor en la apelación. Así, es suficiente que el cómplice conozca que sus actos asistirán al
autor para la comisión de ilícito7.

Teniendo en cuenta los elementos mentales, el TESL concluyó que Taylor sabía,
gracias a su condición de Presidente de Liberia y de miembro del Comité de los Cinco la
CEDEAO, que los combatientes del RUF y la coalición AFRC-RUF estaban cometiendo
crímenes contra civiles en Sierra Leona. Además, los reportes que recibía por su cargo y la
amplia cobertura mediática de la guerra, le permitían conocer el state of mind de los autores
de los crímenes y saber que sus actos iban a contribuir a la comisión de los delitos. No
obstante, decidió prestar su asistencia.

En suma, las contribuciones de Taylor mediante instrucción estratégica, suministro


de armas, refugio y otras formas de apoyo, tuvieron un efecto significativo en la comisión
de los crímenes por parte del RUF y de la coalición AFRC-RUF (actus reus). Igualmente,
el acusado conocía la mentalidad de los autores, los elementos esenciales de los delitos y
sabía que sus acciones iban a asistir la comisión de los mismos (mens rea). Por lo tanto, el
expresidente de Liberia fue condenado por complicidad de los once cargos que le fueron

7
Caso Taylor (2012), ob. cit., supra 9, párr. 487. Cfr. AMBOS, Kai. “Individual criminal responsibility”,
TRIFFTERER, Otto. Commentary on the Rome Statute of the International Criminal Court, Segunda Edición,
Nomos, Múnich, 2008, pág. 757
38
imputados.

B.) OTRAS FORMAS DE RESPONSABILIDAD PENAL

Además de la responsabilidad por complicidad, Taylor fue declarado culpable por


planear la comisión de crímenes internacionales en los ataques a los distritos de Kono y
Makeni en diciembre de 1998 y en la invasión a Freetown y el posterior retiro de las tropas
del RUF hasta febrero de 1999315. Empero, el TESL no encontró probada, entre otras, la
responsabilidad por instigar. En el presente aparte se identificarán, en un comienzo, los
elementos de la planeación, forma de responsabilidad por la que Taylor fue condenado (1).
Luego, se hará referencia a la instigación, modalidad desestimada por el Tribunal (2).

1.- Planeación
Otra forma de responsabilidad señalada en el artículo 6 numeral 1, esta vez de
autoría y no de participación, es la planeación de crímenes internacionales. Esta categoría,
es definida como la “formulación de un diseño, acción, procedimiento o acuerdo, por una o
más personas, para la consecución de un crimen particular”, lo que comúnmente se conoce
como autoría intelectual316. Como todas las modalidades ya estudiadas, la planeación
contiene elementos objetivos y subjetivos que deben ser probados por la Fiscalía.

Según el TESL, el elemento objetivo (actus reus) de la planeación se configura


cuando el acusado, sólo o con otros, diseña una acción u omisión que tiene un efecto
sustancial en la comisión de los crímenes, mientras que el elemento mental (mens rea)
consiste en “la intención de cometer un crimen en la ejecución de ese plan” o en “el
conocimiento de la probabilidad sustancial de que un crimen sea cometido” en dicha
ejecución317.

En cuanto al requisito actus reus, la Fiscalía probó que en noviembre de 1998 Sam
Bockarie, líder del RUF, y Charles Taylor se reunieron en Monrovia, capital de Liberia,
para diseñar un plan en el que los combatientes de la coalición AFRC-RUF llevarían a cabo
ataques en los distritos de Kono y Kenema con el objetivo de llegar a la ciudad de Freetown
“por cualquier medio”318. Según testigos, Taylor insistía en que la operación militar debía
ser “temeraria” para presionar la liberación de Foday Sankoh, fundador de RUF entonces
en prisión.

39
Por lo tanto, el plan diseñado entre Bockarie y Taylor contribuyó de manera
sustancial a los ataques de la coalición AFRC-RUF en Kono, Kenema y Freetown, donde
se cometieron los diferentes crímenes imputados a Taylor por los que fue condenado 320. A
pesar de que la Defensa apeló por considerar que nunca se identificaron los crímenes
concretos que hacían parte del plan, la decisión fue confirmada321.

Respecto del elemento mens rea, el TESL utilizó nuevamente el argumento del
cargo oficial del acusado. En efecto, el Tribunal sostuvo que la posición de Taylor como
Presidente de Liberia y miembro del Comité de los Cinco de la CEDEAO le permitían
recibir constantes reportes, gracias a los cuales era consciente de la alta probabilidad de que
los insurgentes cometieran crímenes en la ejecución de plan, aún más si Taylor le daba
instrucciones a Bockarie de desarrollar las operaciones “por todos los medios” y de manera
“temeraria”

En conclusión, la Fiscalía probó más allá de toda duda razonable que Taylor, como
expresidente de Liberia, diseñó una estrategia para el RUF y la coalición AFRC-RUF que
incluía la selección de áreas para atacar. En el desarrollo de los ataques, se cometieron
diversos crímenes internacionales por los cuales el acusado fue condenado324.

2.- Instigación

Una vez estudiadas la complicidad y la planeación como formas de responsabilidad


probadas en el caso Taylor, conviene referirse a la instigación como modalidad desestimada
por el TESL (art. 6.1 del Estatuto)325. En un inicio se precisará su significado, para
posteriormente señalar sus elementos objetivos y subjetivos.

En los sistemas de tradición civilista incitar es diferente a instigar. Por un lado,


quien incita es determinador y entonces partícipe de la conducta punible. Así, su conducta
no se sanciona per se y sólo se castiga cuando ésta lleva a la comisión real del delito por el
autor326. Por otro lado, quien instiga es autor del delito de instigación a delinquir, lo que
supone la posición activa de impulsar a otro a que cometa un crimen y por ende, así el
último no haya cometido delito alguno, la instigación se sanciona de manera autónoma327.

Por el contrario, en el TESL la instigación se utiliza como sinónimo de la incitación.


40
De hecho, la primera se configura cuando “el acusado, mediante una acción u omisión
incita a otra persona a actuar de una manera particular” (actus reus), con la intención de
que un crimen sea cometido o con el conocimiento de la alta probabilidad de que éste se
ejecute (mens rea).

En el caso Taylor, la Sala de Primera Instancia señaló brevemente que el acusado no


había instigado los crímenes pues ya se había encontrado su responsabilidad por
complicidad329. A pesar de que la Fiscalía apelara la decisión, el TESL la confirmó y aclaró
que los elementos de la instigación coinciden, en el caso Taylor, con los de la complicidad
y planeación ya que todas estas formas de responsabilidad requieren el efecto sustancial de
la conducta del acusado en los crímenes y el conocimiento de las consecuencias de su
conducta.

Por consiguiente, los cargos por instigación fueron desestimados en primera y


segunda instancia y Taylor fue condenado por ser cómplice y por planear los once crímenes
que le fueron imputados. Finalmente, conviene precisar que además de absolver por
instigación, el TESL no encontró probado que el acusado ordenara la comisión de crímenes
internacionales, ni que fuera responsable conforme a la responsabilidad del superior o a la
empresa criminal conjunta.

El Estatuto del TESL se une a la tendencia internacional de incluir expresamente la


improcedencia del cargo oficial para efectos de la responsabilidad penal individual. Sin
embargo, se diferencia de otros casos infructuosos en los que se intentó condenar a altos
funcionarios, pero que terminaron con la muerte del acusado o con la impunidad de los
crímenes. De manera que la condena a Charles Taylor fue la primera en firme contra un
jefe de Estado por apoyar a los insurgentes de otro país, sin haber estado presente en ese
territorio.

En definitiva, que el cargo oficial del acusado sea considerado por el TESL como
una circunstancia de agravación, y no de atenuación punitiva, resulta un avance en la
jurisprudencia penal internacional. Aún más cuando la historia del conflicto en Sierra
Leona muestra que Taylor secretamente apoyaba la continuación de la guerra por motivos
económicos, mientras que abiertamente decía buscar la paz. Así, citando al Fiscal del
41
TESL, los fallos contra los altos funcionarios permiten concluir que “ninguna persona, sin
importar lo poderosa que sea, está por encima de la ley” pues “con el liderazgo viene no
sólo el poder y la autoridad, sino también la responsabilidad y la rendición de cuentas”8.

8
TESL, Oficina del Fiscal, Prosecutor Hollis Welcomes the Historic Final Judgment in the Charles Taylor

Case, 26 de septiembre de 2013. Traducción no oficial.

42
CONCLUSIONES

En la presente monografía se estudió la responsabilidad penal en el TESL,


incluyendo los principales aportes del Tribunal al derecho penal internacional. Así,
se demostró que frente a la comisión de crímenes internacionales, aunque las leyes
nacionales protejan a los individuos, en este caso la amnistía a los insurgentes y la
inmunidad a los jefes de Estado, los tribunales internacionales podrán asumir
competencia y condenar.

En primer lugar, desde el momento de su creación el TESL se distinguió


de otros tribunales ad hoc o internacionales. En efecto, el Tribunal fue creado
mediante un acuerdo entre el Gobierno de Sierra Leona y las Naciones Unidas y no
fue impuesto de manera unilateral por el Consejo de Seguridad. Además, es un
tribunal mixto al incluir la jurisdicción concurrente y preferente respecto de los
tribunales nacionales y al poder juzgar crímenes internacionales y ciertos crímenes
conforme al derecho sierraleonés.

En segundo lugar, el Estatuto del TESL incluye expresamente la


competencia para juzgar a los máximos responsables de crímenes internacionales.
Este enfoque, es necesario en los conflictos armados donde innumerables crímenes
fueron cometidos y donde los recursos para el posconflicto son escasos. Sin
embargo, también hay inconvenientes como la reticencia de los Estados a extraditar
a sus altos oficiales y la disminución de los incentivos que tienen los combatientes
de rangos inferiores para cooperar con la justicia.

En tercer lugar, el TESL fue el primer tribunal penal internacional en


declarar la invalidez de las amnistías conferidas por todos los crímenes
internacionales y en condenar con independencia a éstas. Adicionalmente, señaló
que el RUF no tiene capacidad jurídica para celebrar tratados, que los acuerdos de
paz no pueden conferir derechos y obligaciones a nivel internacional y que no
prevalecen sobre el tratado que creó el Tribunal.

En cuarto Lugar, Charles Taylor, expresidente de Liberia, fue condenado


por ser cómplice y por planear los crímenes cometidos en Sierra Leona, sin siquiera

43
estar presente en territorio sierraleonés. Es interesante observar que, del respeto a la
inmunidad propia de los jefes de Estado, el Tribunal pasó a asumir el cargo oficial
como circunstancia de agravación punitiva, teniendo en cuenta que Taylor apoyó la
continuación del conflicto cuando debía, por su cargo, proteger a las víctimas y ser
un ejemplo ante la comunidad internacional.

Por último, considerando los intentos infructuosos de otros tribunales por


juzgar a altos funcionarios del Estado, que terminaron muchas veces con la muerte
de los acusados, la condena a Taylor es la primera contra un Jefe de Estado por
apoyar a los insurgentes de otro país. De ahí que se pueda afirmar que nadie está
por encima del derecho internacional cuando comete crímenes internacionales.

44
BIBLIOGRAFIA.

CASSESE, Antonio. “9. Perpetration and other modalities of criminal


conduct”, International Criminal Law, Oxford University Press, Oxford, 2003,
pág. 188.

Estatuto de Roma, artículo 25, ob. cit., supra 82. Traducción oficial.

Código Penal Colombiano, Ley 599 del 24 de julio de 2000,

Diario Oficial No. 44.097, artículos 476 y 477. DE ELENA Murillo,


Victorio. “Del Encubrimiento, Comentario al artículo 451 del Código Penal
Español”, GADEA, Sergio, Código Penal. Parte Especial. Tomo II. Volumen II,
Factum Libri Ediciones, Madrid, 2010.

45

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