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Giacomo

LEOPARDI (1798-1836): Sobre los antiguos.

Se suele decir que los antiguos atribuían a los Dioses cualidades humanas porque
tenían una idea demasiado baja de la divinidad. Que esta idea no fuese entre ellos
tan alta como entre nosotros, no puedo contrastarlo, pero sí digo que si ellos
atribuían a los Dioses cualidades humanas, fue también mayormente a causa de
que tenían de los hombres y de las cosas humanas y de lo terreno una idea mucho
más alta que la que nosotros tenemos. Y sostengo que humanizando a los Dioses,
no quisieron tanto abajar a estos cuanto honrar y elevar a los hombres; y que
efectivamente no hicieron más humana la divinidad que divina la humanidad, así
en su propia imaginación y en la estimación popular, así en las expresiones, etc. de
la una y la otra, en las fábulas, en las invenciones, en los poemas, en las
costumbres, en los ritos, en las apoteosis, en los dogmas, en las disciplinas
religiosas, etc. tan elevada idea tuvieron los antiguos del hombre y de las cosas
humanas, tan poco intervalo pusieron entre éste y la divinidad, entre éstas y las
cosas divinas (no para abajar unas sino por altísimo concepto de las otras), que
estimaron que la divinidad y la humanidad podían unirse en un solo sujeto,
formando una sola persona. De ahí imaginaron un género participante de lo
humano y de lo divino, participación que a ellos les pareció naturalísima, y esto
fueron los semidioses […] Los antiguos no encontraron ninguna dificultad en unir
los dos sexos humanos, el masculino y el femenino, en los imaginarios
hermafroditas; casi de modo que lo humano y lo divino fueran, no de otra forma
que lo viril y lo mujeril, dos especies diversas, por decirlo así, de un mismo género,
sin que mayor diferencia o distancia, o distinción de naturaleza hubiese entre ellos.

[Zib. 3496-3510, 23 septiembre 1823]

Ad Angelo Mai [vv. 46-60, 76-105]

[…]

Noble ingenio, cuando a otros nada importa
de nuestros grandes padres,
te importe a ti, a ti para quien sopla
el hado tan benigno que tu mano
presente vuelve el tiempo en que del negro
y antiguo olvido erguían su cabeza,
con la ciencia sepulta,
los antiguos divinos, a quienes la natura
habló sin desvelarse, y los reposos
nobles de Grecia y Roma deleitaron.
¡Oh tiempo, oh tiempo envuelto
en sueño eterno! Entonces inmadura
era la ítala ruina, el ocio indigno
despertaba desdén, y el aura al vuelo
más chispas arrancaba de este suelo.

[…]

Con el mar y los astros tú vivías,
audaz ligur estirpe,
cuando tras las columnas, y la costa
que al zambullirse el sol chirriar el agua
creyó en la noche oír, a la infinita
ola entregado, descubriste el rayo
del sol caído, el día
que allí comienza cuando se hunde en éstas;
y rota de natura la defensa,
ignota, inmensa tierra al viaje tuyo
fue gloria, y del retorno
al riesgo. Ay, ay, mas conocido el mundo
no crece, sino mengua, y menos vastos
el cielo resonante, el mar, la tierra,
que al niño, le parecen hoy al sabio.

¿Nuestros sueños hermosos dónde han ido
del ignoto refugio
de ignotos habitantes, del diurno
de los astros albergue, y el remoto
lecho de Aurora joven, y el nocturno
oculto sueño del mayor planeta?
Al punto se esfumaron,
y el mundo está pintado en breve mapa;
semejante es ya todo, y descubriendo,
sólo crece la nada. Te nos veda
la verdad cuando viene,
oh amado imaginar; de ti se aparta
nuestra mente por siempre; tu admirable
primitivo poder los años merman;
y el consuelo murió de nuestras penas.

[…]

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