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Prácticas ancestrales de crianza de agua como estrategia de adaptación al cambio

En este clima cambiante, debemos prepararnos para carencias de agua en muchas regiones del mundo, porque el
calentamiento gradual del aire obliga a todos los seres vivos (humanos, animales y plantas) que consuma más agua. También
habrá mayor evaporación desde la tierra y el agua. Por el otro lado, la deforestación acelerada en las últimas décadas ha
desnudado y compactado el suelo, reduciendo la infiltración de la escorrentía, y por ende, la recarga de los acuíferos. La
grave contaminación del agua, por las actividades industriales, mineras, agrícolas y urbanas, empeora la situación y nos
queda, cada vez, menos agua para el consumo.
¿Por qué hablamos de crianza de agua? No hay vida sin agua. Hemos de poder sobrevivir un tiempo largo sin comida,
pero sin agua, no podemos. Este líquido vital constituye más de la mitad del cuerpo humano. Podemos decir, entonces, que la
yaku mama (madre agua) nos cría. Si es así, en tiempos de escasez, ¿por qué no intentemos criar el agua?
Nuestros antepasados respetaban y veneraban la naturaleza, más que nosotros hoy, porque dependían directamente de ella
para el suministro de agua. Ellos integraban la crianza de agua a su convivencia comunitaria, sin esperar apoyos externos.
Ejecutaban estas actividades empleando los materiales locales, y fuerzas físicas y mentales propias, individuales y colectivas.
Así mismo, hoy, nosotros debemos enfrentar esta crisis climática solos, porque todo el mundo estará afectado y no aparecerá
ningún rescatista.
Por eso proponemos las prácticas ancestrales de crianza de agua como la mejor herramienta para adaptarnos a las carencias
de agua que se avecinan. No podemos decir que cada tecnología ancestral funcionó dondequiera y cuandoquiera: sin
embargo, hemos heredado las prácticas más adecuadas para cada región. Estas incluyen técnicas para: pronosticar el clima;
procurar agua en sequías; cosechar agua de lluvia; captar agua subterránea; consumir con cuidado el agua captada; y convivir
con agua en exceso.
¿Como los campesinos pronostican el clima?
Los científicos enfrentan muchas dificultades en pronosticar el clima para zonas rurales por la falta de datos históricos y
continuos. Sin embargo, muchos campesinos mayores logran predecir correctamente cuándo caerá la lluvia en su zona y
cuánto. Ellos desarrollaron estas habilidades mediante observaciones minuciosas, en fechas específicas, del mundo a su
alrededor: cuerpos celestiales, eventos meteorológicos, animales y plantas. A base de sus experiencias, pesan las indicaciones
consistentes contra las ambiguas para formar pronósticos iníciales, y los confirman sólo después de observar eventos
similares en otras fechas correspondientes.
Tales pronósticos, como lo que dicen los colores de rocas en el río Walawe de Sri Lanka (Uragoda 2000), o los eventos
meteorológicos en el día de San Juan alrededor de Lago Titicaca-Perú (Chuyma Aru 2007), siempre dependen del clima del
pasado, y se pueden equivocar durante un clima cambiante. Por eso, nuestra tarea es aprender cómo y por qué esos
indicadores se relacionan con el clima, y desarrollar una nueva base de conocimientos conectando esos indicadores con el
clima actual.
¿Cómo conseguimos agua en una sequía?
Nuestros antepasados se comunicaron con la naturaleza mediante rituales: para agradecerle por un bien hecho; solicitarle
ayuda; o para reclamarle por no colaborar. En los rituales que solicitan lluvia, utilizan regularmente: la voz alta de los niños
(Cachiguango y Pontón 2010) o de los animales (ranas, borregos); objetos simbólicos (plumas a representar el viento,
turquesa para el agua, etc.); sacrificios; o pagamentos. Aún hoy, en India, se llaman a la lluvia realizando matrimonios entre
ranas, mientras en Indonesia, por el mismo fin, voluntarios soportan dolorosos flagelases de caña rattan. Tales rituales, si se
realizan con buena fe buscando armonizar la sociedad con la naturaleza, sí lograrán resultados. Pero si se acuerda de la
naturaleza solo cuando necesita un beneficio puntual, no debe sorprenderse por sus oídos sordos.
Los antiguos pobladores andinos de la árida costa Pacífica lograron captar el vapor de agua que trae su densa niebla,
mediante cortinas de árboles en las lomas costeras, y algunos de estos sistemas aún funcionan hoy. Donde ya no hay, primero
debemos restablecer vegetación, tal vez captando agua mediante mallas artificiales, levantadas contra el viento. También
podemos captar agua pura, de una poza contaminada, condensando su vapor en un ambiente cerrado. Usando la energía solar
para su evaporación, como en las salineras antiguas, se puede sobrevivir una emergencia con esa poca agua que capta. Antes,
la gente manipulaba las nubes para convertir el granizo a lluvia: en Europa se disparaban cañones; en el altiplano andino,
hasta ahora, se emplean cadenas de fogatas de humo negro. Ahora, los adinerados tratan forzar a la lluvia colocando
químicos sobre las nubes por medio de cohetes o aviones. Su efectividad dudosa, el alto costo y las graves consecuencias
socio-ambientales (Morrison 2009) han frenado el avance de esta práctica.
Captar el agua de lluvia y de escorrentía
Captar y almacenar el agua de lluvia no requiere tecnologías sofisticadas, sino una buena planificación. Las ciudades
antiguas recogían agua lluvia en casas individuales (Evanari et al. 1982) y en plazas públicas (Matheny 1982) porque
evitaban la dependencia en suministros externos de agua, que eran costosos y propensos a ataques enemigos. Los citadinos
modernos también pueden usar agua lluvia para reducir el consumo del suministro municipal, por lo menos para lavar y regar
los jardines. Algunas ciudades, como Portland-EEUU., ofrecen incentivos a sus clientes por reducir la escorrentía que
ingresa a su alcantarillado desde cada predio, porque eso rebaja el costo de tratamiento de aguas negras.
La escorrentía del campo se puede interceptar con canales y almacenar en reservorios. Sin embargo, infiltrarla en el mismo
campo de cultivo resulta mejor porque evita la erosión también. Los agricultores Hopi y Zuni de los EEUU lo hacen
simplemente con hileras de piedras o ramas colocadas en curvas de nivel. En pendientes fuertes, estas trampas podemos
reforzar con terrazas, zanjas o pequeños diques. Captar la escorrentía de un río y almacenarla detrás de un dique alto sí
necesita conocimientos tecnológicos avanzados porque la descarga de esa agua, bajo algunos metros de presión, puede
socavar el mismo dique, si no tiene un buen control. Los ingenieros de Sri Lanka, desde hace 2000 años, usaron un pozo
robusto (Bisokotuwa) construido de bloques de piedras (como se observa en el de Bhu Wewa-Polonnaruwa arriba; Izq: vista
frontal, Der: plano) para desfogar agua de estos reservorios, y tal vez ocupaban una compuerta de tipo corcho para controlar
su caudal. Sin embargo, en áreas rurales, ellos usaron un mecanismo que los agricultores lograban manejar fácilmente:
Construyeron muchos pequeños reservorios en escalinata sobre cada quebrada, en vez de instalar uno grande sobre el río
principal.
Aguas subterráneas
Los agricultores antiguos de las peninsulas también atraparon la escorrentía en miles de pequeños reservorios (albarradas) en
las cabeceras de microcuencas. Sin embargo, su idea no era almacenar superficialmente esa agua en esta zona semiárida; casi
todas las albarradas fueron ubicadas sobre una formación de roca porosa, con el fin de recargar los manantiales aguas abajo,
para sobrevivir las sequías prolongadas (Marcos 2004).
Donde los manantiales no descargan caudales suficientes, nuestros antepasados agujerearon las montañas bien adentro para
captar más agua de los acuíferos, y la traían a la luz bajo gravedad. Estas galerías de filtración se conocen como qanat en el
Medio Oriente o puquios en Nazca-Perú. Las famosas ‘Líneas de Nazca’, según una hipótesis, siguen las numerosas fallas
geológicas de la zona y así señalan posibles fuentes de agua subterránea en este desierto extremo (Proulx 2008?).
Los ingenieros incaicos de Cuzco-Perú captaron el agua subterránea y la almacenaron allí mismo, mediante muros tipo
terrazas de banco, construidos entre dos filos de rocas impermeables que delinean una quebrada intermitente. Así entregaban
aguas limpias, con caudales firmes y suficientes, para el consumo humano o para regadío (Fairley 2003). Hoy, una técnica
similar se emplea en el semiárido noreste de Brasil, construyendo muros tipo cortinas sumergidas en el lecho de quebradas
intermitentes (UNEP 1997). Si incorporamos una galería de filtración aguas arriba de un muro de estos, será fácil extraer esa
agua y realizar el mantenimiento.
En vez de traer el agua subterránea a la superficie de riego, como lo hacen normalmente, ¡algunos agricultores antiguos
decidieron bajar el piso de cultivo! Algunos de estos campos hundidos en la costa peruana fueron cultivados continuamente
(Schjellerup 2009) por lo menos desde el reino Chimú (1300 d.C.), cuando estos llegaron a su apogeo, por el riego a
propósito de los campos aguas arriba.
Cómo aprovechar mejor el agua captada
Primero, debemos reducir el consumo y eliminar fugas en el sistema de suministro. Para reducir el consumo humano, sin
sacrificar las comodidades modernas, podemos usar inodoros de poco volumen, urinarios para hombres o letrinas secas. En
el campo, se puede optar por cultivos que consuman poca agua, sin perder la rentabilidad, como demostraron los agricultores
de sureste de Turquía, quienes cambiaron el algodón por azafrán (Drynet 2008?). Las fugas de agua en la conducción y en el
almacenamiento se pueden reducir usando tubería y/o revestimientos. Pero para eliminar el desperdicio de agua en la
distribución, especialmente en el regadío, se requiere un análisis detallado de: tipo de semilla, calendario agrícola, suelo,
clima y modo de regadío. También se puede reducir la necesidad de riegos frecuentes minimizando la pérdida de humedad
del suelo, mediante el uso de cortinas rompeviento, cubiertas del suelo, abono orgánico, etc.
Segundo, no contaminemos innecesariamente el agua para poder reciclarla. Con el reciclaje de aguas grises en una casa
urbana, ganaría el dueño y también el municipio. En zonas urbano-marginales y rurales, será más económico a largo plazo, si
logramos reciclar el componente líquido del tanque séptico también. En las fincas, se puede producir biogás con la descarga
de los establos (Pedraza et al. 2002), que acelera el proceso de compostaje de los sólidos y también permite reciclar el
líquido.
¿Qué hacemos si llueve demás?
Cuando estamos preocupados en captar cada gota de agua para sobrevivir a una sequía, una inundación repentina puede
destruir todo. La sumisión de las sociedades modernas al acceso terrestre, aún en zonas anegables, nos hace muy vulnerable.
En cambio, en esas zonas, nuestros antepasados desarrollaron ‘civilizaciones acuáticas’. Enormes planicies bajas de
Colombia (Depresión Momposina), Ecuador (bajo Guayas) y Bolivia (Mojos), fueron más prosperas y más pobladas siglos
atrás que hoy.
Los proyectos modernos de ‘control de inundación’, en cambio, desplazan pueblos enteros, diezman la vida acuática,
propagan enfermedades y quitan nutrientes a los campos de cultivo. Lo peor es que, cuando sus estructuras ya no soportan
las crecientes, ¡inundan los mismos ‘terrenos protegidos’ más que antes! Estos proyectos fracasan porque para muchos ríos
no existen datos confiables sobre las lluvias, caudales ni sedimentos, pero los técnicos inventan valores para justificar las
promesas politiqueras. No tener un monitoreo de la cuenca alta y un mantenimiento riguroso de las estructuras de control
empeoran esta situación. Así se hace agua la actitud moderna de ‘conquistar la naturaleza’ mediante represas.
Lluvias intensas erosionan el suelo cultivable, pero se la puede frenar con terrazas, zanjas, diques e hileras de árboles. Los
deslaves ocurren muchas veces por la acumulación interna de las aguas subterráneas. Se debe preparar pasajes flexibles
dentro de la masa móvil para su desfogue (Rivera y Sinisterra 2006). Después, sembrando árboles de rápido crecimiento y de
raíces profundas ayuda a estabilizar un deslave. El riesgo a los cultivos por anegamiento siempre requiere mayor atención
(remedio: elevar las camas) que por una sequía (remedio: ahondar las camas para captar más humedad), porque las
inundaciones ocurren más rápido y causan más daños.
Adaptémonos al clima cambiante
El clima actual nos exige que seamos investigadores de campo: autosuficientes, inquisitivos y prácticos. Los títulos
académicos no nos han de servir mucho, pero sí cualquier tipo de capacitación previa en el campo. Convivir con la escasez (o
el exceso) de agua es el reto más importante en este escenario. Cuando confrontamos un problema, no debemos descartar
cualquier idea loca que nos ocurra (esperemos que este artículo germine más de ellas) hasta que la probamos en el campo.
Será la mejor forma de homenajear a esos excelentes ingenieros del campo –nuestros antepasados.

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