Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Las Farc no merecen nuestro perdón, pero nosotros nos merecemos perdonarlos
para poder vivir en paz.
12:19 a.m. | 7 de agosto de 2016
Es lamentable que no se hubieran tendido puentes efectivos entre Gobierno y
uribismo durante el proceso de negociaciones con las Farc. Eso hubiera evitado
que el plebiscito se convierta en una confrontación entre el Centro Democrático y
los demás partidos.
Ahora bien, advirtiendo que votaré por el Sí por las razones que he venido
exponiendo desde esta columna, es mi deber como columnista reconocer que
también existen razones válidas para considerar votar por el No. La más
importante es la de que los dirigentes de las Farc responsables de crímenes de
lesa humanidad deberían pagar cárcel y no poder ser elegidos hasta que paguen
su condena.
Comparto esa opinión, pero tragarse ese sapo no es un precio excesivamente alto
para garantizar que las Farc no sigan cometiendo crímenes en buena parte de
nuestro territorio.
Además, que no haya cárcel para quienes confiesen haber cometido ese tipo de
delitos no significa que habrá impunidad, como lo sigue afirmando Uribe, sin
sonrojarse siquiera al soltar tamaña mentira. Lo ya acordado prevé que tendrán
hasta ocho años de ‘restricciones efectivas a la libertad’. Y que tendrán cárcel
quienes sean condenados por estos crímenes sin haberlos confesado. Hay que
asegurarse, por supuesto, de que esas ‘restricciones’ sean de verdad efectivas.
Hay otra razón válida para que algunos consideren votar por el No. Está vinculada
con la incorporación directa del eventual acuerdo de La Habana en nuestra Carta
constitucional, al otorgarle el tratamiento de un ‘acuerdo especial humanitario’.
Esta interpretación definitivamente no cabe con respecto a los temas sobre política
de desarrollo rural y acceso a la tierra. Aun quienes pensamos que lo allí
convenido sería más conveniente para el desarrollo del campo que nuestra actual
política agropecuaria consideramos absurdo y peligroso que a una política como
esta se le otorgue rango constitucional. Volveré sobre este tema en columna
próxima.
GUILLERMO PERRY
Durante su intervención, Navarro trajo a colación las últimas cifras publicadas por
el observatorio de violencia y conflicto armado, Cerac, en las que se evidencia la
reducción de homicidios relacionados con la guerra: “En el último año hubo un
descenso del 98 % en las acciones ofensivas de las Farc, los combates con la
Fuerza Pública bajaron en 91 % y las muertes de civiles en 98 %”.
"Seguramente habrá que crear una nueva casa constitucional y las condiciones de
una nueva Asamblea Nacional Constituyente en 2018. Para 2020 habría una
nueva Constitución", dijo.
Sobre ese punto, Barreras explicó que no se tratará de una constituyente derivada
de los acuerdos de La Habana (Cuba), sino de una surgida de la necesidad de
construir unas nuevas normas constitucionales.
En contexto
Desde 2012 representantes gubernamentales y de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) dialogan en Cuba
con el propósito de hallar una solución concertada al conflicto entre las partes y
que ha generado muertes, desplazamientos y desapariciones.
“Para defender la paz no puedo tener cansancio, me siento con una obligación
suprema de contribuir a esta causa”, dijo el expresidente.
La polarización que vive hoy Colombia nos obliga a ser muy precisos en nuestros
argumentos.
El plebiscito por la paz es la oportunidad que tenemos todos los colombianos para
decidir, a través de nuestro voto, si queremos continuar la guerra o finalizarla.
Esta vez no vamos a delegar nuestro poder en una persona elegida como
Presidente, gobernador o alcalde para que haga nuestra voluntad. Hoy, gracias a
este mecanismo, lo vamos a hacer nosotros de manera directa y personal, y para
siempre.
Si queremos tener un país mejor que el que tenemos hoy, debemos dejar de
gravitar alrededor del conflicto interno colombiano, las prioridades deben ser otras
y más ambiciosas. Por eso votar ‘Sí’ al plebiscito es decirle adiós a las Farc.
Este acuerdo va a permitir que las Farc puedan participar en política cumpliendo,
por supuesto, los compromisos de la justicia transicional.
Este será un acuerdo de paz que nos pone más cerca del primer mundo y más
lejos del castrochavismo.
No acatar los resultados es una vez más una estrategia para deslegitimar las
instituciones, donde prima el lema de que “solo son buenas las decisiones cuando
favorecen mis intereses”.
Hace algunas semanas Gran Bretaña se dejó engañar por los cantos de sirena del
‘brexit’, y hoy sus ciudadanos lamentan en su conciencia y en sus bolsillos una
decisión absurda y manipulada por mentiras.
Los argumentos falsos en favor del ‘brexit’ se hicieron evidentes al día siguiente de
la votación.
A mis 39 años tengo el honor de ser el Presidente del Congreso más joven al que
Colombia le haya dado la oportunidad de ejercer como tal.
Por eso, me he atrevido a decir que, si bien nuestros padres no ganaron la guerra,
nos corresponde a las nuevas generaciones ganar la paz.
Al final de esta lectura, usted, amable lector, decidirá si apoya el actual proceso de
paz o si lo rechaza y considera que debemos perseverar en el conflicto armado
con las Farc, hasta derrotarlas por la vía militar y dar de baja o meter a la cárcel a
todos sus dirigentes. Y usted tiene derecho a decidirlo porque, al igual que su
familia, y que todos los lectores que leen estas páginas, nació y creció en un país
marcado y afectado por la violencia.
Porque además no hay una culebra sino varias, de distintas especies, de distintos
orígenes: guerrilla, paramilitares, narcotráfico, exclusión, corrupción, lo que al decir
de Johan Galtung es una “violencia estructural” que desborda el conflicto social en
conflicto armado.
En cambio, sí estamos ‘ad portas’ de tomar una decisión que permitirá acabar con
el fenómeno guerrillero. El solo hecho de proponer una solución dialogada para
poner fin a este conflicto, la más vieja herida aún abierta en el territorio de América
Latina, justificaría en esta introducción una primera defensa del proceso de paz
que se adelanta en La Habana. Pero hay una motivación mayor. Este documento
está dirigido no solo a los colombianos que creemos que, al decir de Gandhi, “no
hay un camino hacia la paz, la paz es el camino”. Está dirigido, sobre todo, a miles
de colombianos que tienen dudas razonables, preguntas, inquietudes y temores
naturales frente a este proceso.
Pero también escribo pensando en aquellos colombianos cuyas dudas han sido
exacerbadas, cuando no generadas, por la desinformación y muchas veces la
descarada mentira, que, como veremos en las siguientes páginas, ha sembrado
de falsedades y sofismas el camino del proceso de paz, haciendo creer a los
colombianos que sucederá lo imposible, que el país “será entregado a las Farc”,
que desaparecerán los derechos de todas las personas, y con ellos la seguridad
para sus familias, y que el modelo castrochavista está a la vuelta de la esquina, y
que por tanto hay que oponerse a este proceso de paz para evitar una catástrofe.
Desbrozaremos en las siguientes páginas los argumentos con que se ataca este
proceso. Despejaremos las principales dudas de los colombianos de buena fe,
que, como la inmensa mayoría, solo aspiran a vivir y trabajar en paz con sus
familias, y que estoy seguro de que, finalmente, el día del plebiscito se levantarán
en la mañana sabiendo que su voto salvará vidas de la guerra.