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Unincendiodesastroso 180220014543 PDF
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Pelusa 79
Lo trajo con una grúa hasta la puerta del pa-
sillo y con su valija de herramientas trató, en
vano, de arreglarlo durante algunos días.
Una mañana le faltó una rueda, otro día le
sacaron los faros y así, se fueron robando las
pocas cosas útiles que el auto tenía.
Juan, que como les dije, estaba en la mala y
los problemas le brotaban como los árboles en la
primavera, fue perdiendo interés en el vehículo y
lo dejó allí como recuerdo de mejores épocas.
Claro que a los vecinos no les gustaba
aquella ruinosa decoración. Era un barrio
sencillo pero prolijo, y ese fantasma de auto
quedaba espantoso.
Nicolás y Agustín eran los únicos que
disfrutaban de aquel desastre, ya que cuando sus
madres ponían los ojos en la telenovela de la
tarde, ellos se sentaban en el auto viejo y
viajaban a lugares lejanos.
Tenía volante, algunos botones inservibles y
los asientos. Un auto de verdad para juegos de
mentira.
—Más despacio que vamos a chocar— decía
Agustín cuando Nico apretaba mucho el
acelerador.
—Cuidado con la curva —le avisaba Nicolás
cuando el otro manejaba.
Un día se cansaron de andar en auto y lo
inventaron avión, Cuando volar también les
resultó aburrido, fue una nave espacial en la que
viajaron hasta Marte.
Mientras Nicolás y Agustín jugaban, los
grandes seguían haciéndose problema.
—Qué estorbo es ese auto —decían. —La
cuadra parece un basural. —¿Por qué no lo
llevamos a la puerta de la casa de Juan? —
proponía alguno.
Pero después cerraban las puertas de sus
casas y se olvidaban del problema de todos, para
ocuparse de los problemas de cada uno.
—¿Qué te parece Nico? ¿Nos llevarán el
auto? —preguntaba Agustín preocupado.
—Palabras, palabras —decía Nicolás, que
era más grande y ya sabía que del dicho al hecho
hay mucho trecho.
Pasaron los días, y mientras los chicos
perfeccionaban sus juegos, el auto se deterioraba
más y más.
Una tarde, cuando empezó la novela y
subieron al auto, descubrieron un diario viejo en
el asiento de atrás.
—Qué raro —dijo Nico, pero no se atrevió a
sacarlo.
Desde ese día, en el asiento trasero empezó a
crecer un basural de diarios y algunas revistas.
—Se va a llenar de ratas —dijo una vecina
de esas que siempre anuncian calamidades.
Los chicos se entusiasmaron preparando
trampas con queso y todo para salvar el auto de
los roedores.
Pero antes que los ratones, llegó el fuego;
aquella madrugada alguien incendió el auto de
Nico y Agustín.
La sirena de los bomberos se escuchaba
desde lejos y el barrio se desperezó como si
todos los relojes hubieran sonado al mismo
tiempo.
Nicolás se vistió, y aunque su mamá le dijo
que no saliera, asomó al pasillo primero y a la
vereda después, para encontrarse con la tristeza
en los ojos de su amigo.
—Nos lo quemaron, Nico —le dijo
Agustín—. ¿Quién habrá sido?
Nicolás miraba hipnotizado el auto que se
había transformado en una enorme llamarada.
La mamá de Agustín los empujó hasta la
esquina.
—Es peligroso chicos —les dijo cuando
llegaba la autobomba.
En cinco minutos, los bomberos con sus
enormes mangueras apagaron el fuego. Después
se quedaron hablando con los vecinos de la
cuadra.
— ¿Quién lo habrá quemado? —preguntaba
un bombero. Todos los vecinos que alguna vez
se habían quejado del auto, inventaban una frase
que los dejara libres de sospecha.
—Yo estaba durmiendo porque ayer trabajé
hasta muy tarde —decía uno.
—Qué locura, tampoco molestaba tanto —
comentaban otros.
Nicolás y Agustín se alejaron de las excusas
para ver el humo que salía de los asientos
chamuscados.
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—Y ahora... ¿Qué hacemos? ¿A qué vamos
a jugar a la tarde? -dijo Agustín apenado.
—No vamos a jugar. Vamos a investigar —
afirmó Nicolás, que estaba tan triste como
enojado.
No tuvieron otro remedio que despedirse y
volver a sus camas, pero fue imposible recuperar
el sueño.
Al día siguiente, en la escuela, cuando
Agustín salió al primer recreo, estaba Nicolás
esperándolo.
—¿Y? ¿Se te ocurrió alguna idea? —le pre-
guntó.
—Yo no sé nada de investigar —dijo
Agustín disculpándose.
—¿Para qué ves las series de televisión? —
le dijo Nico que seguía de mal humor—,
necesitamos saber todo sobre los vecinos y
descubrir al culpable...
—Bueno, está bien —dijo Agustín resig-
nado. A él le gustaba jugar en el auto. ¿Para qué
investigar si el juego ya estaba quemado?
—¿Y cuando descubramos al culpable...,
qué vamos a hacer? —se animó a decir.
Nicolás se quedó callado y comenzó a sonar
el timbre que anunciaba el fin del recreo.
—Volvamos a clase —dijo aliviado—, esta
tarde te espero como siempre, a las cuatro.
Primera pista
Pelusa 79
Los diarios
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El almacén de las hermanas
Pelusa 79
La lista
SOSPECHOSO DE LA ESQUINA
Pelusa 79
¿Tachando inocentes?
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Ultimas sospechas
Pelusa 79
¡Qué desastre!
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