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AVENTURAS LP N 30

Dos pequeñas
gatas
Dos japonesas
pequeñas
gatas
Paulajaponesas
Bombara
Paula Bombara
Ilustraciones
Ilustraciones Natalia Ninomiya
Natalia Ninomiya

¿Alegre, alto, valiente o


curioso? ¿Hermano, hijo,
compañero o amigo?
¿Cuántas cosas somos a la vez? Estas y otras
cuestiones se pregunta Brian, que es argentino, pero
nieto de irlandeses y de japoneses. Por eso reflexiona
sobre su identidad, aunque a veces no sepa bien
qué significa esa palabra; y sin saber qué es “estar
enamorado”, ¡se siente enamorado de Agustina!
Entonces, ¿por qué invitarla a su casa lo pone tan
nervioso? Quizá pueda ayudarlo un regalo súper
especial que viene volando desde Japón en dos
pequeñas jaulitas…
ISBN: 978-987-545-736-2

www.edicionesnorma.com/argentina 61084533
Material de distribución gratuita.
Dos pequeñas
gatas japonesas
Bombara, Paula
Dos pequeñas gatas japonesas / Paula Bombara ; coordinación general de
María Luisa García ; dirigido por Laura Leibiker ; editado por Laura Linzuain
; ilustrado por Natalia Ninomiya. - 1a edición especial - Ciudad Autónoma de
Buenos Aires : Grupo Editorial Norma, 2021.
Libro digital, HTML - (Torre azul)

Archivo Digital: descarga y online


Edición para Ministerio de Educación de la Nación.
ISBN 978-987-807-016-2

1. Narrativa Infantil y Juvenil Argentina. I. García, María Luisa, coord. II.


Leibiker, Laura, dir. III. Linzuain, Laura, ed. IV. Ninomiya, Natalia, ilus. V. Título.
CDD A863.9282

Colección Literaria para el Nivel Primario del Plan Nacional


de Lecturas del Ministerio de Educación de la Nación.

© Del texto, Paula Bombara, 2018


© De las ilustraciones, Natalia Ninomiya, 2018
© Editorial Norma, 2018
Av. Leandro N. Alem 720, Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Reservados todos los derechos. Prohibida la reproducción


total o parcial de esta obra sin permiso de la editorial.

Marcas y signos distintivos que contienen la denominación


“N”/Norma/Carvajal® bajo licencia de Grupo Carvajal (Colombia).

Primera edición: octubre de 2018


Segunda edición: abril de 2019
Primera edición especial: marzo de 2021
Primera edición especial digital: mayo de 2021

Dirección editorial: Laura Leibiker


Coordinación de la segunda edición: María Luisa García
Edición original: Laura Linzuain
Corrección: Roxana Cortázar

Jefa de arte: Valeria Bisutti

Gerenta de producción: Paula García


Jefe de producción: Elías Fortunato

ISBN: 978-987-807-016-2
Dos pequeñas
gatas japonesas
Paula Bombara
Ilustraciones
Natalia Ninomiya

www.edicionesnorma.com/argentina
Material de distribución gratuita.

A la memoria de Gollum,
mi dios gato particular.
A mis reinas, Inku y Kasai.
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Comienzo

Los gatos de Japón


viajan sin equipaje.
Llega el viento.

H ola. Qué tal. Mi nombre es Brian. (Cuando


lean “Brian”, digan “Braian”). Y mi apellido es
Kimura. Sí, ya sé, no pegan ni con moco; se lo
dije a mi mamá dos millones de veces. Y ella me
contesta que de ninguna manera iba a renunciar
a ponerles sus dos nombres favoritos a sus hijos
por enamorarse de un japonés. El japonés viene
a ser mi papá. Y el otro nombre favorito se lo
puso a mi hermano, que se llama Declan.

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Material de distribución gratuita.
O sea que sí, soy mitad japonés y mitad irlan-
dés, aunque nací en Argentina. Es decir, soy ar-
gentino, pero tengo en el ADN genes de Japón
y genes de Irlanda. Mi papá dice que ante todo
soy de acá porque acá nací y hablo este idioma
y cada día me despierto acá y me acuesto acá.
Pero tener una familia mitad japonesa mitad
irlandesa es parte de mi identidad tanto como
ser de acá, eso dice mi mamá. No sé, es una idea
que tendría que pensar un poco más porque no
tengo muy claro qué significa “identidad”.
Tampoco tengo muy claro qué significa “ena-
morado”, y sin embargo creo que estoy así:
“enamorado”. Pero no sé bien. Es raro. Hay mo-
mentos en que me siento súper, como que lo
puedo todo en el mundo. Después de pasar un
rato con ella, por ejemplo. Respiro hondo y pa-
reciera que nada malo podría sucederme. Que
aunque me atacaran ochenta ninjas con dos ka-
tanas cada uno, yo saldría sin heridas y con una
sonrisa. Pero un instante después, cuando pien-
so en preguntarle si a ella le pasa lo mismo, si
está “enamorada” de mí, me siento tan débil que
un solo mosquito alcanzaría para dejarme des-
patarrado por el piso. Mi abuela dice que todas
las personas que tienen corazón se sintieron
como yo en algún momento de la vida.
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Dirán “¿y a mí qué me importa?”, y tienen ra-
zón, capaz no es nada importante para ustedes.
Pero quiero compartir esto porque no la estoy
pasando bien. En realidad, la estoy pasando
bastante mal.
Bah, capaz que exagero un poco.
Ella es mi mejor amiga y estaba todo rebién
hasta que empecé a sentir como unos nervios
que antes no existían. No sé qué pasó, pero me
pasa. Es algo nuevo. Pienso que si no la cono-
ciera capaz sería más fácil. ¿Pero cómo podría
gustarme tanto alguien que no conozco?
Resumiendo, tengo dos problemas: uno, que si
le pregunto si yo también le gusto, me diga que
no y, encima, deje de ser mi mejor amiga. Y dos,
que me diga que sí. ¿Qué hago si me dice que sí?
Es la primera vez que me tengo poca fe. En
general confío en mí, pero en esto creo que al-
gunas cositas me juegan un poco en contra.
Hay algo que me está por pasar que capaz
me ayuda, no sé: pronto voy a tener dos gatitos.
Son súper especiales porque vienen de Japón.
Yo ya fui a Japón. Todavía no terminé la pri-
maria y ya hice dos viajes a Japón; ese debe ser
un récord de alguna clase, supongo. Gracias
a los viajes sé que el cielo no termina nunca ni
comienza nunca. Capaz que eso se puede decir
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sin viajar, pero volando en avión a Japón tenés
tiempo para pensar muchas horas seguidas y
darte cuenta de lo inmenso que es el espacio
que rodea a la Tierra. El cielo no tiene forma, eso
puede asustar. Papá me dijo una palabra que me
encantó: “infinito”. En ese viaje hablamos del in-
finito, del todo y de la nada. A mí el tema del cielo
me atrapa casi tanto como el tema de los árbo-
les genealógicos.
Diría que pensar en el infinito y en la nada es
a veces muy parecido y a veces muy diferente,
algo así, y ambos pensamientos están unidos
en el cielo o en el espacio, como se lo quiera lla-
mar. En ese viaje también aprendí que tengoku
es “cielo” en japonés.
A mi amiga Agustina (así se llama) también
le gusta mucho el cielo porque creció en el cam-
po. Ella dice que en el campo hay más cielo que
en la ciudad. Y más animales. ¡Le encantan los
animales! Por eso pienso que cuando tenga los dos
gatitos japoneses al menos voy a tener más mo-
tivos para que venga a casa. Ya vino otras veces,
pero esto de sentirme “enamorado” hace que in-
vitarla ahora me ponga nervioso.
(Cada vez que ella habla me da como un do-
lor en la panza y una alegría al mismo tiempo.
No sé si me entienden, ojalá que sí).
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Mi familia de Japón

La abuela Mika
y el abuelo Ryosuke
saludan al sol.

L os que nos van a traer los gatos de regalo


son mis abuelos Mika y Ryosuke. Su historia de
amor ya tiene sesenta y cuatro años, que es la
edad de ellos. Viven en Matsuyama, una ciudad
que está en una isla del sur de Japón, pero via-
jan por todo el país con su banda de gagaku.
El gagaku es un tipo de música tradicional
japonesa. Nació hace como mil trescientos
años y en esos tiempos la tocaban únicamente

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músicos de la orquesta de la corte imperial que
se la enseñaban a sus hijos y ellos a sus hijos
y así y así a lo largo de todos estos siglos. Mi
abuela y mi abuelo son hijos de dos amigos que
también eran músicos de gagaku, por eso se
conocen desde que nacieron.
En este tipo de música hay un montón de ins-
trumentos. Hay de cuerdas, de viento y de percu-
sión. Mi abuela toca uno de cuerdas que se llama
biwa. Mi abuelo toca tambores. A veces uno muy
grande que se llama taiko y a veces otro que se
llama kakko. En realidad saben tocar muchos
instrumentos pero esos son su especialidad.
Para ellos la música es una especie de herencia
familiar, aunque también la eligieron. O sea, nin-
guno fue obligado a tocar gagaku pero a los dos
se les dio por seguir esa carrera. Mi abuela Mika
dice que en Japón hubo guerras terribles, hubo
bombas atómicas, hubo terremotos y maremo-
tos, hubo incendios, inundaciones y tragedias,
pero siempre hubo sobrevivientes que siguieron
tocando gagaku y lo hicieron inmortal. Supongo
que a ella le gusta ser una de las personas que
hacen inmortal esta música. Nunca lo dijo así,
pero pienso que puede ser.
A mí me encanta la música. Me gusta en gene-
ral pero tengo preferencias, por ejemplo, el rap.
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Igual, aunque hagan ritmos distintos a los que
a mí me gustan, me encanta cuando mis abue-
los y sus amigos se entusiasman y tocan tan
metidos cada uno en lo suyo que se olvidan un
poco de dónde están y sin embargo todo sue-
na como una conversación de animales que ha-
blan en idiomas diferentes pero se entienden a
la perfección.
Además de ser músicos, mis abuelos Mika y
Ryosuke tienen un criadero de gatos de diferen-
tes razas. Eso también lo heredaron, pero de la
familia de sus mamás. Mis dos bisabuelas japo-
nesas eran primas. Cuentan que mis bisabuelos,
que eran amigos en la banda de gagaku, fueron
a dar una función a la ciudad donde vivían mis
bisabuelas y se enamoraron de ellas, ¡y hasta les
propusieron matrimonio el mismo día!
Las bisabuelas no dejaron de trabajar en el
criadero cuando se casaron, porque ayudar a
que lleguen gatitos al mundo es algo tan her-
moso que no lo dejás ni por el amor de tu vida.
Es más, ellas, mientras viajaban con sus esposos
y la banda de gagaku, sumaron razas al criadero,
gatos exóticos que no existían en Japón y que
compraron en otros países.
Cualquier gato del mundo se siente bienve-
nido en una casa donde hay música, así que las
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parejas de gatitos que traían las bisabuelas en
sus viajes enseguida se acomodaban a la vida
en Japón.
Resumiendo, mis abuelos se conocen desde
que nacieron y siempre siempre siempre fue-
ron novios. Creo que nunca fueron amigos. ¿O
siempre fueron amigos, tan amigos que se hi-
cieron novios? Y tienen sesenta y cuatro años
y todavía no se aburrieron ni de estar juntos, ni
de criar gatos, ni de tocar música.

(Si siempre fueron amigos y en algún momen-


to pasaron a algo más, entonces, tengo alguna
chance con Agustina).

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Amor verdadero

Es Agustina.
Vuelan mil mariposas
que nadie ve.

A gustina entró a la escuela el año pasado.


Nos hicimos amigos muy rápido porque ape-
nas le escuché la voz supe que era una buena
persona, así que enseguida le dije que se sen-
tara al lado mío y ella aceptó. No sé si aceptó
por mi cara sonriente, por la manera que tengo
de hablar medio sin parar o porque no le quedó
otra, pero mucho no me importa.
Es hermosa. Ni sé por dónde empezar a des-
cribirla. Su pelo es largo y sedoso, liso liso.

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A la escuela lo trae trenzado. A veces se hace
una sola trenza que cae por el medio de su es-
palda; a veces se hace dos, una a cada costa-
do, más finas. Sus manos están siempre tibias.
Nunca tiene problema para darme la mano y a
mí eso me encanta. Siempre está muy atenta y
escribe rápido. Le gusta venir a la escuela, pero
cuando le hacen alguna pregunta contesta tan
bajito que la maestra no la escucha. Yo le digo
que tiene que hablar más fuerte para que todos
sepan la voz que tiene, que parece de flauta dul-
ce, pero ella no quiere porque es muy tímida y
vergonzosa.
Además de tener una voz preciosa y manos
calentitas, Agustina dibuja muy bien y es muy
buena contándome lo que está dibujando. Hace
muchos collages y también sabe tejer y bordar.
También sabe andar a caballo, tiene tres perros
que le hacen caso y corre carreras en patines.
Su familia es de acá y en su ADN tiene in-
formación de muchas generaciones de gente
de acá. A ella hablar de su árbol genealógico casi
que no le interesa, pero como a mí es un tema que
me encanta le hago un montón de preguntas.
Agus dice que desde que me conoce dijo más
palabras que en el resto de su vida. Antes vivía
en otra provincia. Las mudanzas deben ser muy
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difíciles. Llegar a un lugar nuevo, nuevas calles,
nueva casa, nueva habitación, olores distintos,
gente diferente en todos los lugares. A mí me
costaría muchísimo. Capaz que si me mudara
hablaría menos o sería tímido como ella, no sé.
En el lugar donde vivía antes tenía un caballo,
gallinas, pollitos, tres perros y dos gatos, uno
con la cola cortada. Le gustaba de verdad. Su
casa estaba casi casi en el campo. Por suerte
puede volver en las vacaciones y encontrarse
con todos de nuevo porque allá quedaron sus
amigos, su abuela y su tía más chica. Me contó
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que una vez ella y sus amigos del campo encon-
traron un lagarto en una lagunita que se había
formado por las lluvias. Debe ser muy espe-
cial vivir con tantos animales diferentes, quizá
cuando sea grande me atreva a algo así. No sé,
es algo que tengo que pensar un poco más.
Mientras tanto me ilusiona la llegada de mis
dos gatos y hablamos en casi todos los recreos
de este tema. De cómo será.
Hasta ahora nunca tuve mascotas.
Agustina habla de sus perros con tanto amor
que me dan ganas de conocerlos. Los extraña
mucho, se quedaron allá. Se llaman Choclo,
Calabaza y Zafarrancho. Su preferido es Cala-
baza. Yo supongo que también voy a hablar así
de mis gatos cuando los conozca. Y también los
voy a querer un montón.
A mí me gustaría que Agustina me quisiera
tanto como a Calabaza. O la mitad, al menos. Sé
que me quiere como amigo. Pero no sé si podría
alguna vez quererme más, sabiendo quién soy,
mi manera de hacer las cosas, lo mucho que ha-
blo… Y no lo voy a saber hasta que me atreva a
preguntarle, obvio.

(¿Será posible que yo pueda conquistarla como


hizo mi papá con mi mamá?).
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4
Amor y zen-tido del humor

Comparten risas,
té, sorpresas, abrazos...
Mamá y papá.

L a historia de amor de mi mamá y mi papá es


bien rara.
Mamá es comandante de a bordo de una línea
aérea y anda de acá para allá cruzando el cielo cada
dos por tres. Papá es más tranquilo, trabaja en casa,
es ceramista, músico y pronto será también cria-
dor de gatitos. Él no se dedicó al gagaku porque se
enamoró de mamá y eso cambió todos sus planes.
Se conocieron arriba de un avión: papá fue pa-
sajero de un vuelo que ella comandaba. Cuando
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la vio se enamoró perdidamente. Mi mamá es alta,
tiene los pómulos marcados, la nariz respingada
y fina, boca grande de labios carnosos y pestañas
larguísimas, además de un montón de rulos des-
ordenados que le llegan hasta la mitad de la espal-
da. Apenas bajó de ese primer vuelo, papá fue a la
oficina de la aerolínea, averiguó toda la agenda de
vuelos del mes de mamá con la ayuda de un em-
pleado y se compró pasajes para viajar en todos
los aviones en los que ella iba. Enseguida supo que
no iba a ser fácil que ella le prestara atención.
Al cuarto vuelo que compartieron papá le
hizo un chiste y ella se rio. En el último vuelo

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del mes se atrevió y la invitó a tomar un té. Papá
es alto y gordito, como el abuelo. Le encantan
los gorros y sombreros y tiene una sonrisa que
casi le llega a las orejas de lo grande que es.
La invitó con una sonrisa de esas inmensas y
mamá no pudo decirle que no. Pero lo mejor de
mi papá es su sentido del humor, es muy gra-
cioso siempre, no sé cómo hace. Mamá dice
que desde esa vez que aceptó tomar un té con
él, ya no pudo dejarlo porque nunca en la vida
se había divertido tanto con alguien. Y ahí es-
tán, quince años después, “chochos de la vida”,
como dice el abuelo Rory.

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A veces son insoportables pero también son
muy divertidos. Cada vez que empiezan a dis-
cutir terminan riéndose un montón, no sé bien
por qué, supongo que por los gestos que hace
papá. Pero quizá sea porque están enamorados.
A mí me está pasando eso de que de pronto me
dan ganas de reír, y si Agustina se ríe conmi-
go es como si la risa fuera, no sé bien cómo de-
cirlo, más grande o más llena, o mejor. A veces
también siento eso si me río con mi hermano.
Declan y yo somos mellizos. Hay más en la
familia: mi mamá tiene a su hermano Owen y
mi granny, la mamá de mi mamá, tiene a su her-
mana Rose, que se fue a vivir a Irlanda. Me ex-
plicaron que esto de tener de a dos hijos a la vez
también es algo genético y que viene por parte
de las mamás.
O sea que los gatos vienen por el lado de
papá y los hermanos mellizos por el de mamá.
Para mí tener un hermano tiene cosas muy
buenas y cosas que no tanto. Por ejemplo, cuan-
do queda una sola medialuna, tener un hermano
es un bajón. Pero cuando hay que lavar los platos,
esta buenísimo. Mi hermano tiene mucha pa-
ciencia conmigo, eso se lo tengo que reconocer.
Y me hace bromas pesadas muy pocas veces. Yo
pienso que no debo ser tan buen hermano con él
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como él es conmigo, porque Declan se toma el
trabajo de explicarme un montón de cosas. Es así
desde siempre. Nos entendemos rebién y a veces
pasa que se da cuenta antes que yo de lo que voy
a necesitar. Pero se aprovecha un poco de eso y
me gana de mano en muchas cosas que yo me
entero después. Cuando éramos chiquitos y no
queríamos prestarnos los juguetes peleábamos
un montón porque él me los escondía, pero ahora
aprendimos a reírnos, como hacen mamá y papá.
Declan también está esperando los gatos. A él
también le gusta una chica… desde hace años.
Él dice que soy un exagerado, que no pasa
nada si la chica que te gusta no te da bolilla. Pero
lo dice porque le gusta una chica que más vale
perderla que encontrarla, digo yo. O quizás por-
que él no está “enamorado”, solo le gusta… Ella
se llama Elizabeth y no lo trata nada bien. Eso a
mí me da mucha rabia. Pero a él no le importa.
Yo me doy cuenta de que pasó Elizabeth por el
olorcito a manzana que sale de su pelo.

(Y porque mi hermano suspira).

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Desde Japón, en avión

Ocho patitas
trepan por mis piernas
sin hacer ruido.

¡Por fin llegaron de Japón los abuelos con la pare-


jita de gatos! Nos trajeron unos de una raza que se
llama “sagrados de Birmania”. Dos bolitas tibias y
frágiles que maúllan finito y tienen rico olor.
En realidad esperábamos un macho y una
hembra pero la veterinaria dijo hace un rato
que son dos hembras. Son hermosas, increíbles,
maravillosas, no puedo dejar de acariciarlas. Y
a ellas les gusta, porque ronronean como si fue-
ran dos motores.
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Cuando los abuelos se enteraron de que eran
dos hembras empezaron a reírse y parecía que
no iban a parar más. Mi papá no podía creer
que mis abuelos, con tanta experiencia en esto
de criar gatos, se hubieran equivocado en algo
tan básico, pero mi mamá dijo que mejor porque
dentro de unos meses, cuando estén listas para
tener gatitos, vamos a tener que buscarles unos
novios argentinos, así que los cachorros van a
ser mitad de allá y mitad de acá. Mi papá dijo
“pero vamos a tener que cuidar el doble de gati-
tos” y mi mamá le contestó que todo es doble en
nuestra familia así que le resultaba lógico. Mi
papá le dijo que la lógica que usaba era ilógica
y ella le contestó que ilógica no, incomprensible
para él, quizá sí. Yo le dije a papá que podíamos
ayudarlo los días que mamá anda volando.
Lo que tengo que decir acá es que mi mamá
está más entusiasmada que todos nosotros jun-
tos. Siempre tuvo gatOs y perrOs y esta es la
primera vez que tiene dos gatAs, lo que para
ella es sumamente importante porque, como ya
habrán notado, quiere que tengan gatitos. Mu-
chos gatitos.
La tradición de criar gatos fue tan impor-
tante para mis antepasados japoneses que le
pidieron a un artista famoso que les hiciera un
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jarrón que representara la misión familiar de
ayudar a traer gatitos al mundo. Es un jarrón
que dice “Kobayashi”, el apellido de la familia de
mis bisabuelas, y tiene gatos y árboles porque
el apellido significa “pequeño bosque”.
Mi papá nos contó que cuando se casó con mi
mamá los abuelos vinieron desde Japón y les
trajeron el jarrón familiar para que quedara en
casa, como un amuleto de buena suerte, pero no
los dejó traer la pareja de gatos que habían ele-
gido como regalo de bodas. No los dejó porque
tenía un presentimiento y mi papá es muy res-
petuoso de los presentimientos. Mi mamá dice
que no era un presentimiento, que no se haga el
espiritual, que era un conocimiento: él ya sabía
que mamá estaba embarazada. Y tener gatos e
hijos al mismo tiempo les parecía demasiado.
Sobre todo cuando se enteraron de que los que
veníamos en camino éramos mellizos.
A mi familia japonesa le encantan los amule-
tos. Y este jarrón es “el” amuleto familiar.
Una vez le preguntamos al abuelo Ryosuke
cómo ibamos a hacer con él cuando fuéramos
grandes porque, gracias a los genes de mi
mamá, somos dos hijos para un solo jarrón. De-
clan dijo que lo rompemos por la mitad y listo.
Lo dijo para que el abuelo se empezara a reír,
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pero el abuelo se puso muy serio y nos dijo que
para cuando llegara el momento habría dos ja-
rrones y que romper el jarrón familiar sería tris-
tísimo. Ahora me pregunto: ¿y si lo rompe una
de las gatas?
Una vez mamá nos contó un cuento que de-
cía que cuando una familia decide vivir con
un gato, tiene que acostumbrarse a que el gato
será el rey. Yo hasta ahora nunca había tenido
una mascota y de pronto tengo dos. Es rarísimo
y es lindísimo.
Estoy pensando a toda hora que en mi casa
viven dos animales de otra especie, con otra
manera de comunicarse, otra forma de comer
y de dormir. Me encanta pensar en eso, en que
ellas comen acercando las boquitas al plato, di-
rectamente. Con Declan intentamos comer así
y es muy incómodo, ni les digo tomar agua. Es
dificilísimo. Ya me tropecé con ellas más de una
docena de veces y están con nosotros hace me-
nos de un día. Les pisé la cola y maullaron de
dolor, pobrecitas, pero es cuestión de tiempo:
ya vamos a aprender a esquivarnos.
Decidimos ponerles nombres irlandeses, así
se parecen a nosotros. Van a ser gatas nacidas
en Japón y de nombre irlandés, pero bien ar-
gentinas.
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En nuestra casa ahora hay tres hombres,
una mujer y dos reinas felinas de cara negra.
La mamá sigue siendo mi mamá, porque habrá
dos reinas pero madre hay una sola. Al menos
así dice ella.

(Yo le contesto que lo dice porque está celosa).

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6
Bree y Kara

Lenguas rasposas,
garras bien afiladas,
también yo ronroneo.

L os últimos tres días no hice otra cosa que


acariciar a mis gatitas y jugar con ellas. Mamá
y papá nos dejaron faltar a las escuelas, a fútbol,
a todo. Y eso que Declan no se pierde una clase
de fútbol ni que le rompan una pierna, pero las
gatitas son increíbles. Es más, mamá pidió que
le reprogramaran los vuelos, así ella también
podía quedarse en casa. Estamos felices de ver-
dad, ya ni me acuerdo cómo era vivir sin Bree y
sin Kara.
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Para los que no las conocen son idénticas pero
para nosotros son rediferentes. Declan las reco-
noce porque Kara tiene la naricita bien oscura
y Bree, las patitas delanteras más claras que las
traseras. Yo las reconozco porque Bree maúlla
más agudo y es más protestona, y Kara salta bien
alto cuando le tiro la pelotita con el cascabel. Y
sé que la protestona y la campeona de salto en
alto no son la misma porque pregunté, aunque
era obvio para mí que no podían ser la misma.
Tengo la idea de que alguien que se concentra
en saltar cada vez más alto no puede ser protes-
tón, no sé, es una idea que tendría que pensar
un poco más.
En irlandés, Bree significa “bella” y Kara,
“amiga”. Yo creo que ambas son bellas y ami-
gables, por eso mismo Declan pensó que podía-
mos ponerles esos nombres sin temor a que les
quedaran mal. Bree es la que duerme conmigo,
capaz que porque mi nombre suena parecido al
de ella, aunque no creo que ya reconozcan los
sonidos de sus nombres porque son muy chi-
quitas. Kara y mi hermano duermen juntos en
la cama de al lado.
Como todos queremos pasar tiempo con
las gatitas decidimos repartirnos las tareas.
Mamá les da de comer, papá les cepilla el pelo
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y nosotros las hacemos jugar y dormimos con
ellas. Hay otra tarea que es limpiarles el baño.
Esa se la reparten entre papá, mamá y Declan,
al menos por ahora. Tal vez más adelante yo
pueda aprender a hacerlo.
Capaz tengo que decir acá que hasta ahora
mi familia y yo no nos habíamos decidido a te-
ner mascotas porque soy ciego. Tal vez ya se
habían dado cuenta. Soy ciego desde bebé.
Mi papá siempre dice que tenga cuidado con
las mascotas por la calle porque pueden cruzar-
se delante de mí de repente y me puedo caer. Lo
mismo puede pasar dentro de casa. Pero ahora
que ya soy más grande, con mi hermano lo con-
vencimos de que si me caigo, me levanto y no
pasa nada. De hecho ya me vio caerme tantas
veces que sabe que no pasa nada. Convencer-
lo fue tan fácil que me parece que tenía ganas
hacía un montón de criar gatitos y el pobre se
andaba conteniendo.
La verdad es que soy muy habilidoso para
caerme bien, en eso me parezco a los gatos. Por
ejemplo, cuando ando en skate por el patio. ¡Las ve-
ces que me caí! “Son cincuenta”, digo yo. “Claro,
sin-cuenta”, dice Declan. Él dice que aprendí
bastante rápido para ser un ciego desde bebé.
Yo le digo que él aprendió bastante rápido para
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ser un ojodependiente de nacimiento. Él me
corrige y dice “vidente”, yo le contesto que
“bi-dentes” son los roedores, y que “in-bi-den-
tes” somos todos porque tenemos treinta y dos
dientes. Ahí mi hermano me dice que menos
yo, que tengo treinta y uno y medio, porque una
vez me partí un diente de los de adelante.
Algo sumamente importante para mí es que
las personas que me rodean sean buenas contán-
dome los detalles de lo que ven. Así los veo yo
también. Ellos me cuentan y yo me hago una idea,
entonces cuanto mejor cuentan, mejor es mi
idea. Mi hermano es uno de los mejores contado-
res de detalles que existen, enseguida se da cuen-
ta de cuáles son los que me tiene que contar para
evitarme problemas. Es lógico: es la persona más
parecida a mí que conozco. De Bree y de Kara ya
me contó todo lo que no puedo ver con mis dedos.
Las revisamos juntos mientras dormían a upa de
nosotros. Les hacíamos mimos y Declan me iba
comentando los detalles de lo que veía o de lo que
yo quería saber, como el color de los ojos y qué ges-
to hacen cuando les acaricio las patitas y la pan-
za. También me leyó unas páginas de Internet
dedicadas a los gatos sagrados de Birmania.
Agustina es la segunda mejor contadora
de detalles que existe, por eso tengo ganas de
40
Material de distribución gratuita.

volver mañana a la escuela. La voy a invitar a


conocer a las gatitas, seguro que le van a en-
cantar. Y seguro que me cuenta otras cosas que
a Declan se le escaparon, porque cada persona
le presta atención a cosas diferentes.

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7
Ver y no ver

Tu voz en el aire.
Para encontrarte
uso las manos.

H ay pocos momentos en que lamento ser


ciego. Obvio que me gustaría sentir cómo es
ver a mamá, a papá, a mi hermano y a Agus-
tina. A mis abuelos también. Verlos moverse
cuando están lejos y no llego a escucharlos,
por ejemplo. Ver cuando mi hermano está por
meter un gol. Ver cómo aparece mamá por la
puerta cuando la vamos a buscar al aeropuer-
to. Ver a papá trabajando en el torno alfarero.
Ver es algo que no me va a pasar nunca. Hay
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muchas cosas que no nos van a pasar nunca.
Papá dice que a él nunca le va a pasar oler como
yo huelo o escuchar como yo escucho y que
le gustaría, porque hay un montón de sonidos
y de aromas que no puede disfrutar ni solo ni
conmigo.
Pienso que, de algún modo, yo a mi familia
la veo, porque pude recorrer sus caras con mis
manos muchas veces. Sé la forma de sus narices,
de sus orejas, de sus cachetes y de sus mento-
nes, sé cómo son sus cejas, sus ojos, sus labios
y sus dientes. Ellos me dejan que los toque sin
problema porque saben que es mi modo de co-
nocerlos físicamente. Por eso sé que soy muy
parecido a Declan sin que nadie me lo diga,
aunque nos lo dicen todo el tiempo. Pero me
pregunto si Agustina me dejará algún día que
le recorra la cara con las manos para conocerla
mejor. Es algo que me da tanta vergüenza pedir
que no lo voy a hacer, al menos hasta que ella
descubra que es algo necesario para mí.
Yo sé que papá y mamá se pusieron muy
tristes cuando los médicos les dijeron que yo
nunca iba a ver. MUY tristes y muy pero MUY
enojados. Papá cuenta que mamá, después de
llorar un rato largo con la intensidad de una ir-
landesa furiosa, decidió llamar a una abogada
44
amiga y a su mamá, mi granny, para armar un
lío que ni les cuento en la clínica (porque me
quedé ciego por un problema que tuvo la in-
cubadora en la que me pusieron). No había
pasado ni un mes que ya tenían todo el tema
legal encaminado. Cuando recuperó un poco el
buen humor, gracias a darnos la teta y hacer-
nos muchos mimos (así lo cuenta ella), le dijo
a mi papá que al mundo veníamos con cinco
sentidos y que tener cuatro bien desarrollados
estaba más que bien. Así que su tarea como pa-
dres era que yo desarrollara el resto de los sen-
tidos y algún otro que ellos no conocieran, algo
como la ecolocalización de los murciélagos, o
la visión térmica de los reptiles.
Cuando mamá dijo eso, papá se
rio y le contestó que con cuatro
sentidos bien desarrollados y
buen humor era suficiente
para cualquier ser humano.
Y acto seguido le hizo un
chiste: que de todas formas
había decidido llamarme
Mõmoku, que significa
“ciego” en japonés. Mi
mamá, que no deja chiste
sin retrucar, le contestó que
45
ella había pensado Louis, como Braille; entonces
mi papá dijo que mejor llamarme Steve Wonder,
como el cantante, y mi mamá retrucó diciendo
Ray Charles y mi papá siguió con Andrea Bocelli
y mi mamá dijo que si resultaba que yo era pésimo
cantando iban a estar en verdaderos proble-
mas, así que lo mejor era ponerme el nombre
que siempre habían pensado para mí porque
antes que ciego era uno de los hijos que habían
soñado. Por eso me llamo Brian que, en celta,
significa “el fuerte”, y mi hermano se llama
Declan, “el bondadoso”.
Seguro que fue una escena mucho más dra-
mática y papá la cuenta así para que sea más
fácil para todos hacer memoria. Fue algo que
evidentemente a mí me cambió la vida, pero
también le cambió la vida a Declan, a mamá, a
papá y al resto de la familia, obvio. (A los de la
clínica también porque, finalmente, tuvieron
que pagar tanta plata por el error que cometie-
ron que ni les cuento, además de renovar todas
las incubadoras y mejorar su tecnología. Todo
por orden de un juez, y de mi granny, que es
bravísima).
Muchas veces hablamos con papá sobre cómo
son las cosas, especialmente cuando mamá se
va a trabajar y no está en casa por unos días.
46
Él tiene una forma de explicar que me encan-
ta porque es casi tan práctico como mamá pero
mucho más tranquilo. Sabe cómo responder para
que uno se quede relajado. Por ejemplo, el otro
día me encontró medio triste porque yo no sé
si Agustina va a querer tener un novio ciego.
Y si ella no quiere, ¿habrá alguien que quiera
casarse con un ciego? Papá primero suspiró y
después se tomó un momento. Yo sé que cuando
hace eso es porque está buscando las mejores
palabras para que lo entienda. Después me dijo
que el amor no pasa por verse sino por encon-
trarse. Y que seguro voy a encontrar a mi amor
porque soy un pibe de diez. Y me dio un abrazo
tan fuerte que me sonaron los huesos y eso nos
hizo reír.

47
8
La escuela

Mañana y tarde
de las cuatro estaciones,
pesan los pies.

H oy volvimos a la escuela. Cuando Agustina


dijo que le encantaría conocer a mis gatitas casi
me derrito y hasta me dieron ganas de cantar.
Por suerte me contuve.
Creo que lo de ser románticos lo heredamos de
todos los hombres de la familia. En eso, Irlanda y
Japón, un solo corazón. Mis compañeros dicen
que las románticas son las chicas y mi hermano
siempre me da un codazo porque sabe lo que me
pasa. En casa no se nota porque mi papá es el rey
49
de los románticos. Parece que en esto del amor
somos un poquito extraños. Mi hermano no es
tan romántico, o lo disimula mejor, no sé.
Declan y yo vamos a la misma escuela des-
de que cumplimos tres años. Yo ya sé todos los
caminos posibles dentro de la escuela. Llevo
el bastón pero casi no lo uso. De hecho hasta
sé cuándo hay alguien que me quiere poner un
pie adelante para que me caiga. ¿Puede alguien
ser tan tonto? Sí. Y a esos después yo les pon-
go mi pie adelante cuando vienen gritándose y
me doy cuenta de que miran la pelota y no sus
piernas. Esa onda de “vos me tirás primero, yo
te tiro después” me ganó algunos enemigos al
principio, pero ahora ya todos entendieron que
los ojos no me funcionan pero el cerebro sí y lo
que no veo por un lado, lo escucho y lo huelo
por los otros, así que las pataditas y los trope-
zones quedaron atrás. Ya nos conocemos hace
tanto que los únicos que se hacen los cancheros
conmigo son los nuevos, y con ellos en general
alcanzan dos días para que hagan todas las bro-
mas pesadas del chico que ve al chico que no
ve, hasta que se dan cuenta de que el que no ve
ya las pasó y se las devuelve aumentadas. Y ahí
nos hacemos amigos. O al menos dejamos de
molestarnos.
50
Material de distribución gratuita.

Además de las maestras de cada grado a mí


me acompaña una seño que se llama “maestra
integradora” y hace años es la misma: Beti, una
genia. Mi mamá le dio permiso para retarme
si me pongo muy molesto. Porque soy bastan-
te calentón y hablo demasiado, no sé si se die-
ron cuenta. Cuando no paro de hablar o hago
caer a alguien, por ejemplo, Beti me reta. Está
bien, tiene razón. También reta a los chicos que
hacen bromas de ciegos. Aunque yo me ría de
esos chistes, nos dice a todos que no está bueno
porque son chistes agresivos.
A la tarde voy a una escuela en la que, entre
otras cosas, me enseñan braille, que es un sis-
tema de escritura para personas que no ven.
Las que ven también lo pueden aprender. Me
encanta pasar los dedos sobre hojas escritas en
braille, les recomiendo que lo hagan.
Al principio no podía leer nada pero ahora ya
casi puedo leer de corrido con mis dedos. Ten-
go un compañero que es un lector de braille sú-
per veloz. Se llama Gabi. Es mi mejor amigo de
la tarde. Cuando estamos cansados le pedimos
que nos lea. Nadie entiende cómo pudo apren-
der tan rápido; él dice que no sabe. Debe ser
como yo con las notas musicales, que las adi-
vino enseguida. Ya nos leyó tres libros enteros
51
este año: El principito, Pinocho y uno de leyen-
das de acá.
Resumiendo, en la escuela de la tarde tengo
amigos y amigas que no ven o ven muy poqui-
to. En la escuela de la mañana tengo amigos y
amigas que ven, con y sin anteojos. Son escue-
las iguales en algunas cosas y redistintas en
otras. En las dos pasa que a veces tratamos mal
a alguien. No sé por qué lo hacemos. Con Gabi
hablamos bastante de las burlas y de tratarnos a
veces mal y a veces bien. Gabi antes veía, ahora
no. Y a veces está lleno de bronca o de ganas
de llorar porque dejó de ver. Los días que más
rabia tiene trata mal a todo el mundo, pero yo
lo perdono enseguida, mucho más rápido que
si me trata mal algún compañero de la maña-
na. Creo que lo perdono porque lo entiendo y
lo quiero, y quiero que esté bien. A los de la ma-
ñana en general no los entiendo. Tal vez ellos
también tienen problemas y se sacan la rabia
burlándose de los demás. Yo a veces no la paso
bien en la escuela de la mañana y a la tarde me
saco la bronca burlándome de alguien. No está
bueno lo que nos pasa pero con Gabi todavía no
sabemos cómo evitarlo.
Mi abuelo Rory, el que vive acá, dice que to-
dos los irlandeses somos un poco calentones
52
por naturaleza y que encima yo tengo sangre
samurái real, cosa que suena muy bien. Me en-
canta cuando mi abuelo dice que un samurái ir-
landés tiene habilidad sobrehumana para lidiar
con los pelmazos. Sí, juro que mi abuelo usa la
palabra “pelmazos”. Él dice que soy Daredevil
pero mejor, porque existo en la vida real. De-
clan dice que si “este”, o sea yo, soy Daredevil,
él es Batman. Y el abuelo le retruca que le falta
la batibilletera, y mi hermano le contesta que
espere que nos hagamos millonarios con nues-
tro megafantástico criadero de gatos sagrados
de Birmania.

53
9
Mi familia de Irlanda

Abuela Margaret,
abuelo Rory y Owen
huelen a pan.

M is abuelos de acá se llaman Rory y Margaret.


Ya les conté que a ella le decimos granny. Los
vemos por lo menos dos veces por semana y vi-
ven a seis cuadras de casa. Eso es absolutamen-
te genial porque podemos ir para allá cuando
estamos hartos de mamá y papá.
Los dos tienen el pelo grueso y enrulado, los
pómulos marcados y las caras alargadas, son
altos y más bien flacos. Sé que tienen el pelo
entre naranja y rojo porque Declan me lo contó.
55
Y los ojos verdes. Son datos que mucho no me
importan en realidad, salvo cuando pregunto
a quiénes nos parecemos nosotros dos. Mamá
dice que nos parecemos más a papá, salvo por
el color de ojos, que es verde, y la altura: seguro
que vamos a ser más altos que papá.
La historia de amor de mis abuelos irlandeses
también tuvo que ver con la música. (Y, ahora
que lo pienso, capaz sería bueno que yo también
aprendiera a tocar algún instrumento porque a
Agustina le gusta mucho cantar). Se conocieron
porque mi granny y su hermana Rose (que ya vi-
vían en Argentina) hicieron un viaje a Dublin, la
capital de Irlanda, a visitar a sus tíos. Una noche,
en un bar, conoció a mi abuelo, que era gaitero en
una banda de rock. A mi abuelo le pasó igual que
a mi papá: se enamoró tanto de mi abuela que se
vino con ella acá y dejó a su familia, a sus ami-
gos y su trabajo de Dublin.
Él dice que nuestro país le gustó tanto como mi
abuela, y que se habría quedado aunque la historia
de amor no hubiera salido bien. Llegó a los veinti-
cuatro años y acá hizo un montón de cosas, como
atender un bar, enseñar a tocar la gaita y dar cla-
ses de inglés. En realidad, él dice que lo que más
le gusta hacer es cocinar. Hasta hace poco trabajó
como cocinero en el restaurante de un hotel.
56
Mi abuela es arquitecta, hizo no se cuántas
casas. A ella le encanta ir de acá para allá dando
órdenes, como a mi mamá. El abuelo Rory dice
que, entre esos rulos rojos, la granny esconde
dos o tres demonios que salen cuando algo la
enoja. Debe ser por eso que todo el mundo le
hace caso. En general es muy simpática. Sabe
todos los chistes del mundo.
Hace unos años mis abuelos de acá pusieron
un vivero y una huerta orgánica, que era el sue-
ño de su vida. Cuando vamos a la quinta donde
crece todo lo que venden, yo me lleno de olo-
res ricos que me salvan de los olores feos que
hay en la ciudad. En la huerta tienen un montón
de unas plantas que se llaman “manzanillas” y
que cuando florecen dan un olor que me gusta-
ría tener pegado a la nariz todo el tiempo. Pero
no hay que ir hasta la quinta para sentir olores
ricos, a veces alcanza con abrazar a los abuelos
porque siempre llevan puesto algún resto de
aroma a vainilla o a pan recién hecho. Ellos co-
cinan un montón.
También tengo un tío: Owen. Es mi único tío
porque papá es hijo único. Owen es el hermano
mellizo de mamá pero no son muy parecidos,
salvo por los rulos y la altura. A Owen le gustan
las motos, los perros rottweiler y el rock.
57
El rock está cargado de guitarras, la batería
retumba en el pecho como si estuviera esca-
pándose de algún lugar, y el cantante a veces
tiene voz de guitarra y otras veces, de bajo.
En el rock, el bajo es el que marca todo. Mi tío
Owen tiene un bajo y no lo toca, lo lastima, así
dice él, porque dice que toca mal. Y tiene razón,
toca mal: de cada cinco notas, dos desafinan.
Pero yo le digo que puede mejorar.
En general se viste de negro y usa lentes de
sol. Nos saluda siempre con un grito samurái
pero no tiene ni un pelo de ninja, es bastante
torpe y ruidoso, quizá porque es enorme. A ve-
ces es un poco ridículo, a mí me encanta mi tío.
Me gusta porque nos lee cuentos, nos lleva en su
moto y salimos juntos a pasear a su perro Bono.
Bono es un rottweiler muy cariñoso y enorme.
Se llama así en honor al cantante de la banda
de rock irlandesa U2. En algún momento pensó
en ponerle U2 al perro, pero le dijimos que era
demasiado raro para nombre de perro.

(El color negro es como el rock que escucha mi


tío. O como cuando su perro ladra en medio del
silencio. Declan me dijo que cuando está todo
negro no se ve nada, así que el negro también es
el color que permite ver con los otros sentidos).
59
Material de distribución gratuita.

10
Una historia de gatos japoneses

Sol Negro mira.


Luna de Plata brilla
en la ventana.

E stoy muy feliz porque hoy vino Agustina a


casa y la pasamos rebién. Cuando salimos de la
escuela papá nos estaba esperando y vinimos
directo para casa. Falté a la escuela de la tarde.
Es la cuarta vez que Agus viene a casa y tam-
bién es la cuarta vez que me pregunta cómo
hago para caminar tan seguro de que no me voy
a chocar con nada. Ya le dije varias veces que
conozco estas cuadras de memoria pero ella tie-
ne razón en que siempre hay cosas diferentes,
61
como cacas de perro o personas con perros o con
pelotas, cosas así. En general me avisan si eso
pasa, pero también tengo el bastón para ir “vien-
do” si algo delante de mí me estorba. Andar por
calles conocidas es distinto a andar por calles
extrañas. Nunca hice eso solo, siempre alguien
me acompaña. Si salimos con los chicos de la es-
cuela de la tarde vamos con nuestros bastones,
y adelante de todo va alguien que ve y nos guía.
Los que ya son más grandes y salen solos me
contaron que hay que ir por caminos que ten-
gan semáforos sonoros.
Cuando llegamos a casa las gatitas estaban
esperándonos en la puerta de entrada. A Agus
le encantaron, me dijo que no podía parar de
mirarlas. Papá les dio su comida y después al-
morzamos todos juntos. Más tarde, mientras ju-
gábamos con ellas, le conté a Agus una historia
que cuenta la abuela Mika:
Cerca de Matsuyama había una aldea que
era el paraíso de los gatos. De hecho, todavía
existe: es una atracción turística porque hay
muchísimos más gatos que personas. Se llama
Aoshima. Todas las personas que viven ahí se la
pasan cuidando a los gatos. Yo pienso que será
el paraíso de los gatos pero es el infierno de los
peces, lo cual me lleva a pensar que muchas
62
veces pasa eso de que el mejor lugar para al-
gunos es el peor para otros, todo depende de
quién seas. En fin, la cuestión es que aunque
en Aoshima había muchísimos gatos, solo uno
tenía cara negra: un gran gato macho llamado
Burakkusan, o Sol Negro.
Ese era el gato que todos querían tener en su
casa. Hacia él iban las familias y trataban de ten-
tarlo con manjares, con juguetes, con luces, con
hermosas gatas, pero Burakkusan no se movía
de la única roca que el sol entibiaba durante el
día. Jamás le faltaba comida ni entretenimien-
to, la gente se le acercaba con tantas curiosida-
des que nunca se aburría. Como era obvio que
amaba el sol, muchos decían que era un dios. Mis
tataratatarabuelos habían oído hablar de él pero
no lo conocían, hasta que un día fueron a verlo.
En realidad fueron porque su vecino les pi-
dió ayuda para llevar un atún de setenta kilos
con el que pretendía conquistar al dios gato. La
cuestión es que el atún no le llamó la atención
a Burakkusan, pero sí hubo algo que hizo que
Burakkusan reaccionara: la gran cabeza calva
de mi antepasado, que brillaba como un espe-
jo por el reflejo del sol. Cuentan que el gato,
ante el silencio de todos los presentes, se acer-
có muy majestuoso a mi tataratatarabuelo y se
63
quedó mirándolo. Mi antepasado se sintió hon-
rado y le hizo al gato una reverencia. Ante ese
gesto, el animal dio dos pasos y se sentó muy
orondo sobre su cabeza. Y cuenta la historia
que mi tataratatarabuelo volvió a su casa ha-
ciendo equilibrio y con algo de dolor de cuello
porque el gato era solemnemente pesado.
Viviendo con un gato como Burakkusan
apoltronado en su cabeza, al poco tiempo se
acercaron a la casa los amistosos custodios de
Shirubãm n, o Luna de Plata, la gata más increí-
ble que se había visto en la historia de Japón. Ella
también tenía una leyenda de origen y era la de
no dejar vivo a ningún felino que pretendiera
acercársele. A mis antepasados les dio miedo
que Shirubãm n pudiera dañar a Burakkusan,
pero entendieron que ambos eran únicos y que
quizás estaban predestinados a unirse.
Tal vez la unión de sus naturalezas era más fuer-
te que la mala onda de ella y el desdén de él, así que
accedieron a llevar el gato a la ciudad de Fukuoka,
otro de los lugares favoritos de los gatos japoneses,
para que ambos animales se conocieran.
En este punto de la historia mi abuela Mika
siempre hace una pausa y se pone a hablar de
otra cosa, como de los tapices que decoran las
paredes de su casa.
64
Yo hice lo mismo: interrumpí el cuento justo
en ese momento. No fue difícil porque en gene-
ral me pasa eso de irme por las ramas cuando
hablo, no sé si se dieron cuenta.

(El abuelo Rory dice que en eso soy como una


ardilla. Me contó que son expertas en saltar de
una rama a la otra).
65
11
La duda de siempre

Los gatos callan


y los abuelos también.
Suben los hombros.

A mí no me molesta que mi abuela se pon-


ga a hablar de golpe de sus tapices. Son tapices
hermosos, los más viejos tienen como trescien-
tos años, y cuando los tocás parece que los hi-
cieron ayer. Solamente a mí me dejó tocarlos.
Cuando lo hice sentí como una corriente eléc-
trica en los dedos que venía de muy lejos.
A Declan, en cambio, lo pone nervioso que nos
vayamos por las ramas en el medio de una his-
toria y cuando la abuela habla de los tornasoles
67
de los tapices y del cuento de los tapices y de
los cantos que nuestros antepasados cantaban
mientras tejían los tapices, mi hermano pierde
la paciencia y le dice “dale, abue, contá qué pasó
con los gatos”. Y entonces mi abuela se hace la
sorprendida y dice: “¿Qué gatos? ¿Qué? ¿Qué
pasó con los gatos? ¡Cuéntenme! ¿Me perdí
algo?”, y ya no continúa con la historia por más
que le preguntemos y le repreguntemos. Es una
genia porque sigue y sigue haciéndose la sor-
prendida usando cualquier frase que digamos.
A mi hermano lo saca de quicio, en eso se pare-
ce a mi mamá.
Cuando la abuela se hace la sorprendida el
tiempo suficiente como para que Declan desespe-
re por completo, yo ya no puedo aguantarme más
la risa y sonamos, porque con mi abuelo Ryosuke
empezamos a reírnos y nunca sabemos en qué
momento vamos a terminar. El pobre de Declan,
que lo único que quiere saber es cómo hicieron las
dos familias para que Shirubãm n y Burakkusan
tuvieran gatitos, se contagia la risa aunque no
quiera y bueno… ustedes capaz no entienden lo
que digo porque no nos escucharon reír.
A Agustina le pasó igual, enseguida quiso
que volviera a la historia de los gatos japoneses.
Pero la verdad es que no sabemos cómo sigue. Se
68
lo preguntamos a mi papá pero él tampoco sabe
porque al parecer ese acto de la abuela es de toda
la vida y mi abuelo es cómplice y le sigue la
corriente, así que nadie más que ellos en la fa-
milia saben cómo termina el cuento. Mi mamá
dice que seguro alguna vez lo van a contar com-
pleto, cuando llegue el momento. Y ahí nos en-
teraremos cómo fue que las dos familias se las
arreglaron para convertirse en las únicas cria-
doras de gatos de carita negra del país, entrela-
zándose para siempre primero por sus gatos y
luego por sus hijos.
Agustina dijo, con su voz de flauta dulce,
“noooooo, ¡no podés dejarme con la intriga!”, pero
es verdad que no sé cómo sigue. Hasta le pedí a
papá que le dijera que nadie sabe, porque no
me creía. A papá sí le creyó.
Le conté que el año pasado visitamos Japón,
y Declan le mostró las fotos del viaje. Ella nunca
viajó en avión así que hablamos un rato de eso. Y,
no sé por qué, después salió el tema de los colo-
res. Agus dice que para ella son súper importan-
tes porque le encanta pintar; para mí son más
importantes los olores y los sonidos, obviamente.
Después Agus me preguntó cómo imagino
los colores si nunca pude verlos. Hay dos co-
sas que sé desde siempre: una, que cuando hay
69
sol y no hay nubes, el cielo es azulturquesa en
todas partes. Y dos, que cuando no hay sol, es
azulnegro. Capaz es un poco difícil de enten-
der, pero pensar en “azul” me hace acordar a
mi mamá cuando está contenta porque va a vo-
lar en avión o cuando vamos de la mano y ella
canta bajito y comenta la forma de las nubes.
El naranja, en cambio, me hace pensar más en
mi papá, en las charlas que tenemos y en salir a
jugar a la pelota en los días de verano. El verde
es el color de las plantas, eso lo sé porque me lo
contaron; para mí es el que tiene el mejor aro-
ma y el mejor gusto de todos los colores porque
las flores y las frutas vienen de plantas de hojas
verdes. Así que un olor rico siempre me hace
pensar en verde.
Me pregunto qué color tendría el amor si pu-
diera verlo. ¿Sería azulturquesa como el cielo
cuando hay sol?, ¿sería del color del infinito,
tendría color?
Mamá me contó que cuando un rayo de luz
atraviesa microgotas de agua, se separa en luces
de siete colores formando algo que se llama
“arco iris”. Con el amor es parecido, porque
cuando nos atraviesa revela todos los colores
que tenemos adentro. No sé, es algo que tengo que
pensar un poco más.
70
Material de distribución gratuita.

(Para mí, hoy, después de una tarde entera con-


versando con Agustina, el amor tiene su perfu-
me y ocupa todo el aire que mis brazos abiertos
pueden tocar cuando giro).

71
12
La risa y la comida

Comen puré con sushi


y toman mate:
mezcla de abuelos.

C ada vez que los abuelos de Japón vienen a


visitarnos se instalan en la casa de mis abuelos
de acá y se la pasan hablando de plantas, can-
ciones y comidas. Y hablan de gatos y de cerve-
zas también; porque a mis abuelos les encantan
los gatos y las cervezas; y más que eso, las his-
torias de gatos y de fabricantes de cerveza. Mis
abuelas y mis abuelos deben ser las personas
de sesenta y pico de años que más se ríen cuando
están juntas.
73
La risa es algo que une a mis dos familias. Mi
abuelo Ryosuke y yo somos de esas personas que
tienen risa contagiosa. Mi abuelo Rory dice que es
más contagiosa que la gripe. Es finita y se pare-
ce un poco a los sonidos que hacen las hienas,
pero sin el miedo que dan las hienas. Cuando
empezamos no sabemos si vamos a parar antes de
que alguien se haga pis encima, cosa que suele su-
ceder; alguien dice “paren, paren, que me hago
pis encima”, y sale corriendo al baño.
Una vez mi granny hizo un chiste de esos
bien tontos, no me acuerdo bien cuál porque
sabe un montón y cuando empieza es como
una ametralladora de chistes, pero alguno tipo
“tenía la cabeza tan chiquita tan chiquita que
no le cabía ni la menor duda” o “una oveja le
pregunta a su mamá: ¿puedo ir al prado? Y la
mamá le contesta: veeeee, veeeeee” o “Nombre:
Peter O’Brian. Decídase, por favor”. La cuestión
es que mi abuelo Ryosuke se atoró con la cerve-
za que estaba tomando y papá se rio, y el abue-
lo empezó a toser y a reír, a toser y a reír, y no
sé, el ritmo era gracioso, o por esa risa de hie-
na cortada por la tos, o porque ya estarían un
poquito pasados de cerveza, pero todos se em-
pezaron a reír a carcajadas, se tentaron y ya no
podían parar. Y mamá tuvo que salir corriendo
74
a un baño y la abuela Mika, al otro. Declan y yo
tampoco podíamos parar de reírnos.
Contarlo así en frío no da risa, hay que estar
ahí. Tengo ganas de invitar a Agus a cenar, así
conoce a mis cuatro abuelos de una vez. Mamá
me dijo que no hay problema, que organizamos
algo y las invitamos a Agus y a su mamá.
El otro tema que une a mi familia es la comi-
da. Todos dicen que los italianos son los que más
bolilla le dan a la comida pero nosotros, que no
tenemos ni una pizca de sangre italiana, somos
muy fanáticos de las cosas ricas. Me parece que
la comida es un tema que divide al mundo en
dos, o en tres, o en cuatro, pero no según las na-
cionalidades sino según qué te gusta.
En mi casa comemos mucha verdura y mu-
cho arroz. También comemos pescado, vaca,
pollo y cerdo. Todavía no probé ni la carne de
conejo ni la de cordero ni la de jabalí. Mamá
dice “tiempo al tiempo, no seas angurriento”.
Juro que dice “angurriento”, debe ser la única
persona del país que usa esa palabra.
Cuando estuve en Japón el año pasado, un
día que Declan, mamá y papá se habían ido con
el abuelo Ryosuke al museo de artes digitales,
me quedé con la abuela Mika y aprendí a ha-
cer unos bollitos dulces rellenos que se llaman
75
anpan. A mi abuela se le ocurrió que además
teníamos que probar los tradicionales de Tokio,
que se fabrican desde mil ochocientos no sé
cuánto en un lugar que se llama Kimuraya. Fui-
mos a un mercado a comprarlos y cuando todos
volvieron hicimos una comparación de sabores.
Estuvo bueno porque, aunque las recetas eran
iguales, los sabores eran un poquito diferentes.
Cuando volvimos, le contamos al abuelo Rory y
la idea le encantó. Ya hicimos comparación de
76
sabores de dos recetas argentinas: de locro y de
empanadas de carne. Las comidas compartidas
me encantan.

(Quizá conversar con la panza llena y tibia es lo


que va dando ganas de reír. No sé, es una idea que
tendría que pensar un poco mejor).

77
13
Pensamientos en ramillete

Rompo pastitos
mientras hago preguntas,
mi amigo escucha.

H oy pasó algo que no me gustó nada. Eli-


zabeth se burló de Agustina. Fue en el baño de
las chicas y ninguna quiso decir qué pasó, pero
Agus se puso a llorar en el recreo. Me parece que
no es la primera vez que se burla de ella. Nunca se
hicieron amigas porque Elizabeth en realidad no
tiene amigas, tiene admiradoras que la copian y
la siguen. Y Agus ni la copia ni la sigue.
Si hay alguien en el mundo que no me gusta
es Elizabeth, con su nombre de reina y su pelo
79
larguísimo. Mi hermano dice que es tan pero
tan linda de ver que no me doy una idea, y yo,
que sé revolear los ojos porque él me enseñó
ese gesto, le revoleo los ojos y le digo “¿no me
digas? Será linda pero es una idiota”.
A mí no me trata mal… aunque también po-
dría pensarse que tenerle lástima a alguien es
tratarlo mal. Ya me dijo como doscientas veces
“pobre, vos, que no ves, qué triste, usás bastón”,
cosa que me enoja mucho porque yo no soy un
“pobre, vos”, yo soy Brian y sí, no veo. ¿Y qué?
A Declan no le importa que ella le pase por al
lado y le pise el pie a propósito. O que ni le res-
ponda cuando él le ofrece las barritas de cereal
que hace mi abuelo Rory y que son la mayor exqui-
sitez del mundo. No le responde pero bien que
se las come. Y mi hermano se pone contento de
solo verla comer. Yo pienso que ella cree que
porque tiene nombre de reina tiene que tener
súbditos.
Mientras yo pensaba cómo hacerla sentir mal
a Elizabeth sin que la seño Beti me retara, y le
acariciaba la mano calentita a Agustina para
consolarla, ella aprovechó el silencio y dijo que
si yo viera no seríamos tan amigos porque me
gustaría “Eli”, como a todos los varones del gra-
do. Me molestó mucho ese comentario y le dije
80
Material de distribución gratuita.

que yo no era como los demás varones del gra-


do. También le dije que me encantaría ver, pero
para verla a ella, no a la idiota de Elizabeth. Casi
se me escapa lo mucho que me gusta, pero me
pareció que no era el momento y cerré la boca
justo a tiempo.
En el recreo de la escuela de la tarde le conté
todo a Gabi y él me dijo que los que se burlan
de nosotros porque no vemos lo hacen sabien-
do que son parte de la mayoría que manda en
el mundo. O sea, se piensan que están por enci-
ma de los demás. Como los que son flacos y se
piensan que están por encima de los gor-
dos. O los que oyen y se piensan que
están por encima de los que no oyen. O los que
son del equipo de fútbol que salió campeón y se
piensan que están por encima de los otros clu-
bes. O los que son altos y se piensan que están
por encima de los bajos. Y así, hasta el infinito
y el todo y la nada, que, con la vida, la muerte y
el amor, son los temas más enormes del mundo
de los pensamientos.
Me gustó mucho esa charla con Gabi. Me
hizo pensar más todavía, porque a veces los
pensamientos tienen adentro más pensamien-
tos, como esas flores hechas de florcitas que
tiene mi abuela y que te dejan mucho olor en
los dedos cuando las rompés. Esto es algo so-
bre lo que tengo que seguir pensando.
Lo comenté en la cena (lo de las burlas, no lo
de las flores, porque ya me retaron por romper-
las) y mi mamá contó que a ella, por ser pecosa
y pelirroja, la cargaban todos los días y le decían
que seguro la habían salpicado con caca el día que
nació. O que a mis abuelos se les había caído una
fuente de salsa de tomate en su cabeza. Me dijo
que cuando le decían cosas así ella se mataba de la
risa y todos los que se burlaban terminaban sin-
tiéndose unos estúpidos. Lo mejor es que no se
reía para que se sintieran estúpidos, sino porque
de verdad le daban risa esos comentarios.
82
Papá dijo que cuando él la vio por primera
vez pensó que las pecas estaban ahí para que él
supiera que era humana porque sin pecas sería
tan irreal como una imagen de Renoir proyec-
tada en el aire de la noche. Juro que dijo todo
eso sin respirar y delante de nosotros, sus dos
hijos. Seguro que mi hermano se puso colora-
do porque le da mucha vergüenza que nuestros
padres estén enamorados siendo tan viejos. Yo,
ni idea de cómo se verá un Renoir proyectado
en el aire de la noche, pero el suspiro de mamá
me dio a entender que papá le había dicho algo
que le había encantado.

83
14
Espadas y samuráis

Él ve y yo no,
pero somos iguales
cuando peleamos.

D espués, en la pieza, seguimos hablando de


esto con Declan, que cuando no está poseído por
la diosa Elizabeth tiene muy buenas ideas. Él dice
que: a) efectivamente, nuestros padres le dan una
vergüenza terrible y yo me salvo de ver sus caras
de bobos, y b) Agustina es bonita, pero al lado de
“Eli” hasta las estrellas son feas. Sí: juro que dijo
“hasta las estrellas son feas” y, al mismo tiempo,
que le dan vergüenza nuestros padres.

85
Le pedí que le dijera a su “novia” que no se
burlara más de Agustina y él se enojó porque
“Eli” jamás será novia de alguien con un nombre
tan ridículamente irlandés y una cara tan ridícu-
lamente japonesa, y ahí me enojé yo porque está
hecho un salame ridículamente de acá. Ese fue
un error porque él estaba triste de verdad ade-
más de enojado y yo le grité que se fuera a “freír
churros”, una frase que me enseñó mi maestra
Beti y me gusta mucho. Y él me contestó que el
“mundo de los videntes” es más difícil que el mío
y yo le dije que no se puede dividir el mundo así
y que está reequivocado, que el mío es más difí-
cil, y él me dijo que lo sentía mucho pero que ya
estaba dividido desde antes de que naciéramos
y me calenté más porque sabía que Declan tenía
razón pero le dije que era un tarado y él me dijo
que yo era un estúpido y pasamos a usar pala-
bras peores y peores hasta que nos agarramos a
trompadas. Cuando mamá vino a separarnos los
dos estábamos todos transpirados y llorando
pero de bronca, porque a los dos nos habían sa-
lido palabras de odio que no queríamos decir y
una vez que están dichas, explicarlas para que
queden “des-dichas” lleva mucho tiempo.
Mamá nos separó, nos sentó a cada uno en
su cama y nos hizo contar la pelea completa y
86
sin interrupciones una vez a mi hermano y otra
vez a mí, para entender bien cómo pasó la cosa.
Ella siempre nos hace contar las cosas a los dos
porque piensa que en las diferentes maneras de
contar lo mismo está lo que nos hizo pelear. Ya es-
tamos acostumbrados, así que cada uno escuchó
cómo contó la pelea el otro y nos dimos cuenta de
qué cosas nos habían molestado. Después le dijo
a él que yo tenía razón en que sentirse triste por la
cara y el nombre que le tocaron no tenía nada que
ver, que en todo caso se tiene que enojar con ella y
con papá pero no sentirse avergonzado; y me dijo
a mí que Declan tenía razón en que el mundo está
pensado para los que ven desde el origen de los
tiempos. Pero que está en nosotros cambiar las
cosas, al menos cambiar las que nos afectan tan
profundo como para pelearnos entre hermanos.
Después dijo su frase de cabecera cada vez que
discutimos: “Ustedes son equipo, están del mismo
lado, en todo caso se enojan los dos conmigo o con
papá, pero entre ustedes, se ayudan. Y punto”.
Nos quedamos pensando en cómo hacer para
decirles a Elizabeth y a Agustina que nos gustan
un montón, y como no llegamos a nada, cambia-
mos de tema y hablamos de espadas y samuráis
hasta que nos dio sueño. Definitivamente es un
tema mucho menos complicado.
87
(Antes de dormir nos pedimos perdón hasta la
próxima pelea. Siempre que se pueda hay que
irse a dormir en paz, eso lo aprendimos en un
libro de artes marciales que leímos con papá).

88
15
Un corazón roto

Abrazo a Declan.
En el puño cerrado
crece la bronca.

A penas llegué a la escuela, Agustina me


agarró de la mano y me dijo que tenía algo para
mí. Me llevó a un rincón y nos sentamos en el
piso. Puso entre mis manos un collage hecho
con telas y con hilos de una suavidad increíble.
Enseguida me di cuenta de que era un retrato
de Bree y de Kara, por las orejitas, la nariz más
fría y el pelo, que de tan real daba la impresión
de ser pelo de gato verdadero. Hasta había cosi-
do un cascabel.
89
Con su voz melodiosa me dijo que ayer pensó
mucho en lo que pasó y que ella está muy con-
tenta de que seamos amigos. Y me pidió perdón
por lo que había dicho sobre que si yo viera ya
no seríamos tan amigos. Sin dejarme hablar me
dijo que Kara y Bree eran como dos copos de
nieve de azúcar un día que te tomaste un café
con leche amargo. Y que el negro contrasta con
el blanco como cuando en una tela de terciope-
lo te encontrás un gran botón frío, de metal. Y
me contó que los ojos eran cuatro cielos azules
con forma de bolita. Eso me encantó porque yo
sé perfectamente que el cielo es la nada y el todo
Material de distribución gratuita.

al mismo tiempo y así de intrigantes y llenas de


secretos felinos deben ser las miradas de mis
pequeñas gatas japonesas. Hasta ahora nadie
me había contado eso con tanta precisión, y es-
cucharlo de la voz de Agustina me hizo latir más
rápido el corazón.
También me dijo que pensaba que yo tenía un
pequeño ojo en cada dedo de cada mano. Yo le
contesté que había adivinado uno de mis secretos
y le hice una sonrisa seductora, que sé cómo se
hace porque Declan me enseñó. Sé que le gustó
porque me dijo “no hagas esa sonrisa que me ha-
cés reír, tonto”. Así que ahí nomás, como cuando
te pasan la pelota y sabés que tenés el gol ase-
gurado, le dije que me gustaba mucho y que
creía que estaba enamorado de ella, y le
pregunté si le pasaba algo parecido.
Justo sonó el timbre de entrada. Se paró muy
apurada, sin decir nada, y se fue a la fila con el
resto del grado. Yo tardé en levantarme, no po-
día creer que se hubiera ido sin decir nada. Ya
me estaba lamentando por bocón cuando sentí
que ella volvía y me daba la mano como todos
los días, lo que me hizo pensar que capaz se ha-
bía ido porque la había puesto nerviosa, solo
por eso.
No hubo oportunidad de hablar nada más con
ella: Declan me necesitó el resto de la mañana.
Resulta que mi hermano también tomó cora-
je (al parecer, pelearnos entre nosotros nos da
ánimos) y en el primer recreo le dijo a Elizabe-
th que le gustaba. Él no tuvo la suerte del timbre
cortando la escena. Elizabeth primero se quedó
callada y después, sin pensarlo dos veces, le con-
testó que él le parecía muy feo y un poco tonto.
Y se dio media vuelta y se juntó con las amigas,
que apenas la escucharon lo miraron a Declan y
empezaron a reírse y a señalarlo desde lejos.
Cuando me contó la escena quise matarla en
serio. Lo juro. Por unos momentos no me im-
portó ir a la cárcel por el resto de la vida. ¿Pue-
de alguien ser más estúpida e insensible? Yo no
veo la cara de mi hermano, pero él me dejó re-
correrla con los dedos muchas veces, todas las
92
que se sintió feo por culpa de esta chica, y estoy
seguro de que no tiene ni una célula de feo, y
menos, de tonto.
Como no sabía qué decir, le di un abrazo. Es
medio vergonzoso abrazar a tu hermano sin sa-
ber si alguien te está mirando, pero no me im-
portó nada y a él tampoco, lo que me dio una
señal de lo triste que estaba, porque él es de fi-
jarse en esas cosas.
Después le dije que capaz más adelante ella
cambia de opinión y mi hermano le empieza a gus-
tar, nunca se sabe. Él me contestó que ahora tenía
tanta bronca y tanta tristeza juntas que la odiaba
con toda su alma. Yo le confesé que yo también,
y que por primera vez estábamos de acuerdo en
este tema. Me dijo que, cuando se trataba de sen-
timientos, yo veía mejor que él. Y yo le contesté
que cuando quiera lo acompaño al oculista y que
siempre vamos a ser Daredevil y Batman con-
tra todas las samuráis que se nos aparezcan.

(El rojo es como cuando se acelera mucho el


corazón y se siente un calor lindo que viene de
la sangre).

93
16
Te quiero de acá hasta el sol

Respirar hondo
y caminar de la mano.
El viento acaricia.

H oy encontré una cartita de Agustina en


mi cuaderno, ¡en braille! Me dijo que el braille
le había parecido buenísimo por dos razones.
Uno, porque nadie más que nosotros dos (y la
seño Beti, que la ayudó a escribirla) sabemos
qué dice. Y dos, porque quería sorprenderme y
lo logró.
Lo que ese papel decía me dio ganas de llo-
rar y de reír al mismo tiempo, o sea, me emocio-
nó tanto que me causó un ataque de felicidad
95
instantáneo. Quizá no me entiendan pero ojalá
que sí.

Después me agarró las dos manos y me dijo


que ser mejores amigos es lo mejor que nos
puede pasar. Que tenía ganas de que fuéramos
un día al campo así conozco a su perro Cala-
baza y de paso escuchamos los idiomas de los
teros y los benteveos y las calandrias sonando
juntos, además de los mugidos de las vacas y
de los toros que hay en el campo de al lado. Me
dijo que quiere enseñarme a trepar a los árbo-
les y a coser.
Mientras ella hablaba pensé que los “no”
son todos diferentes, porque este “no” de Agus
era como la promesa de un futuro maravilloso,
y el “no” de Elizabeth a Declan fue como una
96
trompada en la panza. Sobre lo que uno siente
cuando le dicen que no, voy a seguir pensando
un poco más.
Para salir de mi silencio le conté que mis
abuelos japoneses están de visita y le pregunté
si quería venir a cenar a casa. Me dijo que sí.
Casi me muero de la emoción. Apenas salimos
de la escuela le dije a mamá. Siempre es difícil
hacer invitaciones en el mismo día, pero esta
vez salió bien porque la mamá de Agus tam-
bién dijo que sí.
Le pedí ayuda a Declan para vestirme. En ge-
neral cualquier cosa me da igual, pero en esta
cena quería que mi ropa reflejara mi alegría. La
alegría para mí es una combinación de verde,
naranja y azul. Declan me alcanzó mi pantalón
azul, mi remera naranja y mi campera verde
con capucha.
Cuando Agustina y su mamá llegaron De-
clan me dijo al oído que Agus también se había
puesto ropa especial: un vestido a rayas de co-
lores. Después me di cuenta de que, además, te-
nía el pelo suelto. Solo se lo suelta en las fiestas,
así que eso fue un montón para mí.
Agustina encontró mucho más grandes a las
gatitas, y eso que las había visto hace tres días,
nada más. Pero dice que están más pesadas
97
y tienen los bigotes y las cejas más largos. Los
bigotes y las cejas de los gatos son fundamenta-
les para el equilibrio y jamás hay que cortarlos.
Mamá dijo que cuanto más conocen la casa,
más lío hacen, especialmente Bree, aunque
Kara no se queda atrás. Creo que el jarrón no va
a llegar sano a mi matrimonio. Lo dije en la cena
y mamá me contestó que me quedara tranquilo,
que lo va a guardar en su placard envuelto en
una de esas bolsas con bolitas infladas que es-
tán buenísimas para explotar cuando uno está
nervioso.
Agus y su mamá estaban un poco tímidas en
la mesa pero entre Declan, mamá y la granny
lograron hacerlas reír, y cuando escuchamos la
risa de mi amiga nos contagiamos y escuchan-
do que nos reíamos de cómo nos reíamos sentí
que ya eran parte de mi familia. Agus no tiene
una risa tipo hiena como mi abuelo Ryosuke y
como yo, ella se ríe mitad para adentro y mitad
para afuera y suspira, y dice mi hermano que con
las manos se enjuga las lágrimas mientras con la
boca hace una sonrisa tan linda y fresca como
una gran tajada de sandía helada. Para mí su
risa es como el canto de algún pájaro que toda-
vía no escuché pero seguro vive en el paraíso
de los pájaros. Papá buscó la cámara de fotos
100
Material de distribución gratuita.

porque dijo que una cena tan linda merecía algo


más que una foto con el celular, y le prometió a
la mamá de Agus y a los abuelos que iba a hacer
copias en papel para todos.

Acá, mientras escucho que hacen un lío para


prepararse para la foto, tengo que decir que ser
“lo más” de alguien se siente maravilloso. Ella
en su carta lo decía con todas las letras. ¡Soy lo
más de Agustina! ¿No es increíble? Las gatitas
japonesas definitivamente me trajeron suerte.
Me parece que no existe una palabra que alcan-
ce para decir cómo me siento.
Ahora, ya mismo, que tengo entre mis manos la
mano de Agus y siento que todos festejan lo lin-
dos que salimos en las fotos y la abu Mika dice
que con el abuelo Rory hicieron un postre mitad
japonés mitad irlandés, lo que puedo decir es
que ser “lo más” de Agus se siente como cuando
me tiro en el sillón en las horas que caen ahí los
rayos del sol y Kara y Bree se vienen conmigo, se
acomodan cerca de mi corazón y me dejan aca-
riciarlas hasta que nos quedamos los tres como
perdidos entre los sueños, el calorcito, las cari-
cias y el ronroneo, como seguramente les pasó
a los dioses gato Shirubãm n y Burakkusan
cuando finalmente se enamoraron.
101
Claro, capaz que los que no tienen gatos, o no
les gustan, no pueden entenderme. En ese caso
podría decirles que ser lo más de Agustina se
siente como estar en medio del cielo, flotando,
sin hambre, sin sed, sin frío, sin calor, sin querer
nada más que estar así, completamente tranquilo
y con una alegría adentro que ojalá, ojalá, ojalá,
todos puedan sentir alguna vez.

102
Índice

1. Comienzo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
2. Mi familia de Japón. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
3. Amor verdadero. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
4. Amor y zen-tido del humor. . . . . . . . . . . . . . . . 25
5. Desde Japón, en avión. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
6. Bree y Kara. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
7. Ver y no ver. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
8. La escuela. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
9. Mi familia de Irlanda. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
10. Una historia de gatos japoneses. . . . . . . . . . . 61
11. La duda de siempre. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
12. La risa y la comida. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
13. Pensamientos en ramillete . . . . . . . . . . . . . . . 79
14. Espadas y samuráis. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85
15. Un corazón roto. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
16. Te quiero de acá hasta el sol. . . . . . . . . . . . . . . 95
Agradecimientos

Esta historia no hubiera existido de no ser por


una visita que hice hace unos años a la Escuela
de Educación Especial N° 33, “Santa Cecilia”,
D. E. 8°, de la ciudad de Buenos Aires. Ese día
conocí a un grupo de chicos y chicas lectores
de Eleodoro que se quedaron para siempre
en mi corazón. Después entrevisté a Mirtha
Cañete, maestra del turno mañana, y sus
respuestas me dejaron pensando y repensando
un montón de cosas durante varias semanas.
También conocí a Débora Pierpaoli, la maestra
de Plástica, que amorosamente me contó
detalles de su trabajo en la escuela y aceptó
leer no una, sino dos veces, versiones
anteriores de esta novela. En ambas lecturas

106
sus aportes fueron muy especiales para mí.
Quiero agradecer especialmente a estas dos
docentes por el tiempo que me dedicaron y
por el cariño con el que me respondieron.
Y a María Elisa Croce, por haberme conectado
con la escuela, así como al equipo directivo, por
cobijar mis historias y compartirlas año a año.
A Sandra Pérez, arigatou gozaimashita. Por
la delicadeza y el respeto con el que trabajamos
los haikus ¡a distancia!
A mis queridas Natalia Ninomiya, Laura
Linzuain y Laura Leibiker, porque los libros se
construyen en equipo y el que formamos es uno
de esos que se guardan en un lugar especial de
la memoria.
Paula Bombara
Nació en Bahía Blanca, en 1972. Además de
escribir y publicar obras de literatura infantil
y juvenil, estudió Bioquímica en la Universidad
de Buenos Aires. En Norma ha publicado, en la
colección Torre de Papel, Eleodoro y La cuarta
pata; y en la colección Zona Libre, El mar y la
serpiente, Solo tres segundos y La chica pájaro.

Natalia Ninomiya
Nació en Buenos Aires, en 1982, en el seno
de una familia de origen japonés. Es diseñadora
gráfica e ilustradora, y actualmente también
se dedica a la pintura tradicional del país
de sus abuelos.
Ser argentina y pertenecer a una familia
de origen japonés le permitió navegar toda la
vida entre esas dos culturas. Sus ilustraciones
reflejan esa doble influencia y muestran que
de la mezcla muchas veces surge lo más
divertido y especial.
Material de distribución gratuita.
Llegaste
a lo alto
de esta

Ahora
podés ver
más lejos.
AMOR

Dos pequeñas
gatas japonesas
Paula Bombara
A partir de los 9 años

Ilustraciones de Natalia Ninomiya

Una tierna historia sobre


la identidad, la diversidad
y el amor.
¿Alegre, alto, valiente o curioso? ¿Hermano, hijo,
compañero o amigo? ¿Cuántas cosas somos a la vez?
Estas y otras cuestiones se pregunta Brian, que es
argentino, pero nieto de irlandeses y de japoneses.
Por eso reflexiona sobre su identidad, aunque a veces
no sepa bien qué significa esa palabra; y sin saber
qué es “estar enamorado”, ¡se siente enamorado de
Agustina! Entonces, ¿por qué invitarla a su casa lo
pone tan nervioso? Quizá pueda ayudarlo un regalo
súper especial que viene volando desde Japón en dos
pequeñas jaulitas…
9 789878 070162

ISBN: 978-987-807-016-2

www.edicionesnorma.com/argentina

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