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SUMARIO
INTRODUCCIÓN.
UNA CUESTIÓN PREVIA: EL AMPARO Y EL INTERÉS DIFUSO.
UN BOSQUEJO DEL DERECHO A LA SALUD DESDE LA
JURISPRUDENCIA DEL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL.
LAS POLÍTICAS PÚBLICAS, EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL Y SUS
PROPIOS LÍMITES AL RESPECTO.
CONCLUSIONES.
RESUMEN
En el presente artículo de investigación se aborda cual es la labor del máximo
intérprete de nuestra Constitución en cuanto al control de las políticas públicas, y
específicamente, la política de salud pública que implementa tanto el Poder Legislativo
como el Ejecutivo. Para ello, se analiza detenidamente cuáles son sus competencias
constitucionales y sus límites a fin de poder comprender la reciente sentencia del
Tribunal Constitucional recaída en el Exp. N.° 03228-2012-PA/TC sobre la reutilización
del material biomédico descartable.
ABSTRACT
~1~
In this research article, we discuss the work of the highest interpreter of our
Constitution regarding the control of public policies, and specifically, the public health
policy implemented by both the Legislative and Executive branches. In order to do so,
it analyzes carefully its constitutional powers and its limits in order to understand the
recent ruling of the Constitutional Court relied on Exp. No. 03228-2012-PA / TC on the
reuse of disposable biomedical material.
PALABRAS CLAVES
Salud, política, constitucional, amparo, difuso
KEY WORDS
Health, politics, constitutional, protection, diffuse
I. INTRODUCCIÓN
Pues bien, el caso que motiva este comentario se enmarca en un escenario en el cual
la Secretaria General del Sindicato Base de Enfermeras(os) del Hospital Nacional
Edgardo Rebagliati Martins interpuso una demanda de amparo contra EsSalud cuyo
objeto principal, podríamos decir, era el que se ordene a la entidad demandada
suspender de manera definitiva en todos los establecimientos de salud la reutilización
del material biomédico descartable por segunda o tercera vez en los pacientes. Como
pretensiones subyacentes, la demanda también estaba dirigida a conseguir que se les
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informe a todos aquellos pacientes que habían sido intervenidos con el referido
material, con la finalidad de que la emplazada corra con los gastos para la atención
de éstos de ser necesario; por otro lado, también se solicitaba la identificación y
sanción de los funcionarios o servidores responsables por la puesta en marcha de
esta práctica y, por último, la suspensión de la ejecución de una resolución de sanción
de doce meses de suspensión impuesta a la demandante como producto de la
denuncia ante los medios de comunicación de esta situación (debido a que esta última
pretensión fue declarada fundada por las instancias precedentes, el Tribunal
Constitucional no se pronuncia sobre ello al evaluar el recurso de agravio
constitucional).
Es bajo ese enfoque que en este artículo se analizará de manera breve, pero no por
ello sin rigor, qué es lo que hay que resaltar de la sentencia en referencia y que
esperar, en razón a los criterios allí fijados, de ahora en más del Tribunal
Constitucional cuando de evaluar cuestiones políticas no justiciables se trate.
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En el presente caso la demanda fue planteada –como se anotó anteriormente- por la
Secretaria General del Sindicato Base de Enfermeras(os) del Hospital Nacional
Edgardo Rebagliati Martins, es decir, por una persona que, en sentido estricto, no
había sido perjudicada por la medida adoptada de reutilizar los DMUS.1 Además, el
planteamiento estaba dirigido a la protección de un grupo no determinado (pero si
determinable) de sujetos potencialmente afectados por la medida. Así, esta situación
vuelve a poner sobre la mesa el debate concerniente a la protección de intereses
difusos a través del proceso constitucional del amparo.
Pues bien, sobre este tema en particular el artículo 40° del Código Procesal
Constitucional señala, en la parte pertinente que: “puede interponer demanda de
amparo cualquier persona cuando se trate de amenaza o violación del derecho al
medio ambiente u otros derechos difusos que gocen de reconocimiento constitucional,
así como las entidades sin fines de lucro cuyo objeto sea la defensa de los referidos
derechos.”2
De esta disposición se puede extraer que, para poder estar legitimado para presentar
una demanda de amparo en busca de la tutela de intereses difusos, el requisito sine
qua non, si no se está ante el supuesto del derecho al medio ambiente, es el de
demostrar que la tutela que se pretende es la de un derecho difuso
constitucionalmente reconocido. De modo que, el Tribunal Constitucional ha señalado
que en esta materia el Código Procesal Constitucional acoge un tipo de legitimidad
colectiva o especial en cuanto permite que cualquier persona pueda accionar
judicialmente a fin de tutelar el ambiente u otros derechos difusos, lo cual implica que
la persona que gestiona e interpone la demanda puede formar parte de la comunidad
que se ve afectada de manera inmediata o ser un sujeto ajeno a tal comunidad (STC
05270-2005-PA/TC, f. j. 11). Entendiendo ello, es que incluso en alguna oportunidad
el Tribunal ha declarado improcedente el desistimiento de una persona que interpuso
1 Esto sin perjuicio de que en la demanda de amparo también se haya planteado una cuestión individual como lo
era el hecho de la sanción impuesta a la recurrente por la autoridad (lo cual no fue atendido por el Tribunal
Constitucional por razones antes expresadas).
2 Como se observa, a diferencia de la regulación planteada en el artículo 82° del Código Procesal Civil que
establece que pueden promover o intervenir en los procesos concernientes a intereses difusos el Ministerio Público,
los Gobiernos Regionales, los Gobiernos Locales, las Comunidades Campesinas y/o las Comunidades Nativas en
cuya jurisdicción se produjo el daño ambiental o al patrimonio cultural y las asociaciones o instituciones sin fines
de lucro (…), la regulación del Código Procesal Constitucional es más amplia al permitir que cualquier persona
natural plantee una demanda de amparo en busca de proteger intereses difusos.
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una demanda de amparo alegando la vulneración del derecho a vivir en un ambiente
equilibrado y adecuado para el desarrollo de la vida en nombre propio y de una
colectividad, por considerar que era la comunidad la titular de dicho derecho y no
necesariamente quién presentó la demanda (STC 05270-2005-PA/TC, f. j. 16).
Ahora bien, dicho esto, una cuestión que merece especial cuidado es la que concierne
a la distinción entre “interés difuso” e “interés colectivo”.
De manera preliminar, se debe advertir que “todos los derechos difusos que están en
juego son colectivos, pero no necesariamente todos los derechos o intereses
colectivos son difusos” (Eto, 2013, p. 512). Dicho de otro modo, los intereses difusos
siempre serán colectivos en la medida que su titularidad está constituida por una
pluralidad de sujetos no determinado (que puede ser determinable), mientras que los
intereses colectivos no serán siempre difusos dado que existen derechos que cuya
titularidad puede materializarse de manera certera (por ejemplo, el derecho a la
propiedad colectiva de los pueblos indígenas sobre sus tierras).
Para dar mayores luces sobre esta distinción, Heber Campos nos ilustra con el
siguiente ejemplo: “Una empresa se dedica a la venta de autos usados. La publicidad
con que se promociona es una que agrede los términos reales del contrato (en ésta
se ofrecen autos con un plazo de antigüedad no mayor de 5 años, y de las marcas
más exclusivas, pero el contrato no señala nada al respecto). Pasado un tiempo, miles
de clientes descubren la estafa y optan por: a) iniciar cada uno una acción civil por
responsabilidad contractual (tutela de derechos individuales); b) conformar una
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asociación de clientes estafados por la empresa (tutela de derechos colectivos), o c)
interponer una demanda por publicidad engañosa (intereses difusos).”(Campos, 2008,
p. 151)
En este punto la decisión del Tribunal es lógica en tanto se decanta por un análisis
más allá del formal para atender las circunstancias concretas del caso. A colación se
deben traen a este extremo del comentario los votos singulares tanto de la magistrada
Ledesma Narváez como de Sardón De Taboada para quienes el derecho a ser
informado del procedimiento médico no es de carácter difuso, sino individual y, por
consiguiente, consideraron que la demanda debió ser declara improcedente. Sin
embargo, se puede advertir que el tenor de tales apreciaciones se inscriben en una
concepción más bien formal de lo que son los intereses difusos o colectivos, olvidando
las características del problema concreto. En todo caso, el elemento a tomar en cuenta
a la hora de discriminar cuando estamos ante un derecho difuso o individual es, antes
que el derecho en sí, el acto que mediante su tutela se pretende reparar (Campos,
2008, p. 158).
3 El artículo 7 de la Constitución establece que: “[t]odos tienen derecho a la protección de su salud, la del medio
familiar y la de la comunidad, así como el deber de contribuir a su promoción y defensa.”
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los que el Perú es parte tales como la Declaración Universal de Derechos Humanos,
el Protocolo de San Salvador y el Pacto Internacional de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales. Se trata, en esencia, de un derecho entendido en la vertiente
de los clásicos DESC. No obstante, no está de más recalcar que el hecho de que se
trate de un derecho de esta naturaleza no implica su desatención por parte del Estado
o que el mismo se trate de un derecho de segunda categoría pues, tal como ha
señalado nuestro Tribunal Constitucional “[n]o se trata, sin embargo, de meras normas
programáticas de eficacia mediata, como tradicionalmente se ha señalado para
diferenciarlos de los denominados derechos civiles y políticos de eficacia inmediata,
pues justamente su mínima satisfacción representa una garantía indispensable para
el goce de los derechos civiles y políticos. Sin educación, salud y calidad de vida digna
en general, mal podría hablarse de libertad e igualdad social, lo que hace que tanto el
legislador como la administración de justicia deban pensar en su reconocimiento en
forma conjunta e interdependiente” (STC 2016-2004-AA/TC, f. j. 10).
De esta manera, tiene dicho que: “[e]n su dimensión de libertad, el derecho a la salud
implica la facultad inherente a todo ser humano de conservar un estado de normalidad
orgánica funcional, tanto física como psíquica y social, así como de prevenirlo y
restituirlo ante una situación de perturbación del mismo. Es decir, garantiza el derecho
de las personas a alcanzar y preservar un estado de plenitud física, psíquica y social,
razón por la cual el Estado debe efectuar acciones de prevención, conservación y
restablecimiento, con la finalidad de que todas las personas disfruten del más alto
nivel de bienestar físico, mental y social, para que tengan, cada día, una mejor calidad
de vida y ello porque el concepto de persona humana comprende aspectos tanto
materiales, físicos y biológicos, como espirituales, mentales y psíquicos” (STC 02480-
2008-PA/TC, f. j. 6). Mientras que en su otro extremo, la salud como servicio público
garantiza que las prestaciones sean ofrecidas de modo ininterrumpido, constante e
integral debido a que está de por medio la protección de derechos fundamentales,
como la vida, la integridad y la dignidad humana. De este modo, la protección real y
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efectiva del derecho a la salud se garantiza mediante prestaciones eficaces,
regulares, continuas, oportunas y de calidad, que también sean, simultáneamente
universales e integrales (STC 02480-2008-PA/TC, f. j. 8).
Esto de por sí plantea una cuestión problemática que, como se había adelantado,
tiene que ver con las posibilidades reales que tiene un órgano jurisdiccional como el
Tribunal Constitucional de analizar las políticas públicas, considerando que éstas son
cuestiones técnicas que, otros organismos del Estado (en el marco de sus
competencias) han considerado como bueno para la nación. Algunas luces de este
tema serán pues expuestas a continuación.
En su acepción más amplia, las políticas públicas pueden ser entendidas como aquel
conjunto de herramientas, actores, decisiones, procedimientos y medios que,
mediante la toma de una decisión, el Estado decide poner en marcha para conjugar
un problema de relevancia social con la finalidad de eliminarlo o llevarlo a una
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situación soportable. Por ejemplo, hay políticas públicas en materia de lucha contra la
violencia de género; en la igualdad de oportunidades laborales para personas con
discapacidad e incluso hasta en materia educativa. Todas estas son tomadas a través
de criterios técnicos y de oportunidad que son, a fin de cuentas, muchas veces la
materialización de promesas electorales que se hacen durante una campaña.
Al estar concebidas de esta manera, las políticas públicas son, fácticamente hablando,
cuestiones políticas o, lo que es lo mismo, political questions4 que, según la
concepción tradicional de las mismas, estarían cubiertas por un manto de
intangibilidad respecto de la intervención de órganos jurisdiccionales. Según esta idea
–que se basa en la premisa de que existen facultades del gobierno exentas de control
judicial- la labor jurisdiccional se abstendrá de conocer y decidir ciertos actos cuando
esa decisión presuponga un juicio eminentemente político exclusivamente reservado
a un poder del Estado, sea el ejecutivo o el legislativo. Sin embargo, dicha doctrina
igualmente reconoce (al menos actualmente) que dichos actos sólo pueden ser
controlados judicialmente en cuanto a su conformidad extrínseca con la Constitución,
es decir, si al dictarlos lo hizo el órgano competente, siguiendo el procedimiento
constitucional, y sin violar expresamente alguna norma material de la Constitución
(CIDH. Caso Gustavo Carranza Vs. Argentina, párr. 44).
De manera que defender la idea de las cuestiones políticas a rajatabla, sin ningún
matiz, tiene evidentemente arraigada la concepción de la soberanía legislativa; y una
tesis que defienda la soberanía de legislador actualmente (al menos en los mismos
extremos en la que era comprendida a finales de los años cincuenta) no toma en
cuenta que la constitución, como norma de normas, se cierne sobre todo el aparato
estatal y los individuos que componen la sociedad misma. Defender férreamente dicha
idea sería pues consagrar la impunidad constitucional de los actores políticos y negar
el derecho a la jurisdicción y el acceso a la justicia a quienes son víctimas de los actos
4 La tesis de las political questions, o cuestiones políticas no justiciables, fue expuesta como doctrina tribunalicia –
aparentemente, por primera vez de modo preciso- en el célebre caso Marbury vs. Madison (1803). Nace, pues, en
los albores mismos del control de constitucionalidad. En tal oportunidad, el Chief Justice Marshall aseveró que “la
competencia de la Corte es, solamente, para decidir sobre los derechos de los individuos, no para inquirir cómo el
Poder Ejecutivo, o los funcionarios del Poder Ejecutivo, desempeñan deberes en los cuales tienen completa
discreción. Cuestiones en su naturaleza política, o las que, por la constitución o las leyes, están sometidas al Poder
Ejecutivo, nunca pueden ser decididas por este Tribunal.” Véase: SAGÜES, Néstor. “La revisión de las cuestiones
políticas no justiciables (a propósito de la coalición contra Saddam Hussein” En: Pensamiento Constitucional.
Número 13, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 2008, p. 74.
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calificados como políticos eximidos del control de constitucionalidad (Sagües, 2011,
p. 531).
Así las cosas, si bien es posible reconocerles a los poderes Legislativo y Ejecutivo
cierto margen de libertad en el ejercicio de algunas de sus atribuciones frente al marco
constitucional previsto, lo cierto es que incluso esos actos tienen algunas pautas
constitucionalmente establecidas que los regulan y que por ello mismo no pueden ser
dejadas de lado (Donayre, 2006, p. 146).
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técnico en la gestión pública y, en consecuencia, está desprovisto de los elementos
cognitivos para el desarrollo de una acción de tal naturaleza.
Así, luego de señalar que no está dentro del ámbito de sus competencias el fijar el
contenido de las políticas públicas en materia de salud, el Tribunal establece que la
judicatura constitucional puede, en todo caso, revisar la adecuación constitucional de
la mencionada política comprobando si la misma ha superado los diez déficits por él
señalados que, aunque los delimita para el tema específico de las políticas en materia
de salud, considero que pueden extrapolarse a la evaluación de políticas públicas de
toda índole, y son: i) déficit de existencia: cuando se ha obviado la formulación de un
plan o política que enfrente determinado problema; ii) déficit de ejecución: cuando se
ha incumplido la materialización efectiva de un plan adecuadamente formulado; iii)
déficit de consideración: cuando se desatiende algunas de las dimensiones relevantes
del derecho involucrado; iv) déficit de violación manifiesta: donde corresponde
determinar si la política establecida viola manifiestamente algún derecho fundamental;
v) déficit de razonabilidad: cuando la política adoptada es claramente inconducente
para el objetivo propuesto; vi) déficit de protección deficiente: cuando las políticas
adoptadas son insuficientes para la conjugación de la situación propuesta; vii) déficit
de confrontación de problemas estructurales: cuando se pasa por alto la resolución de
determinados aspectos institucionales que impiden la ejecución óptima del plan
propuesto; viii) déficit de participación política: cuando no existe la participación del
sector destinatario de la política en su elaboración; ix) déficit de transparencia: cuando
no existen mecanismos de rendición de cuentas, y x) déficit de evaluación de impacto:
cuando, por ejemplo, la política pública carece de indicadores para medir de manera
objetiva sus resultados (STC 03228-2012-PA/TC f. j. 39).
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Sólo luego de haberse comprobado que la política sometida a examen constitucional
ha superado estos diez déficits, se puede decir, a criterio del Tribunal, que estamos
ante una política pública válida bajo los parámetros constitucionales.
V. CONCLUSIONES
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poner ante los tribunales al Estado por afectaciones de este tipo de derechos, resulta
plausible.
El otro punto que también merece reflexión es el concerniente a las políticas de salud
que adopta el Estado y que, cada vez con más frecuencia, se puede ver cómo las
mismas son obstaculizadas por los afanes innobles de quienes deben,
paradójicamente, plasmar toda su capacidad y fuerza en que dichas políticas sean
llevadas a cabo de la mejor manera en beneficio de la población.
De nada servirá, pues, que la justicia constitucional se muestre activa ante este tipo
de situaciones si es que quienes toman las decisiones de carácter político no
demuestran un verdadero compromiso para con quienes están obligados a servir. Esto
requiere de una mirada introspectiva pero no sólo del Estado hacía el Estado, sino de
la gente hacía la gente; pues definitivamente algo debe estar marchando mal si
solamente nos permitimos, como sociedad, ser sujetos pasivos de la conculcación de
nuestros derechos y libertades sin exigir cuentas.
VI. BIBLIOGRAFÍA
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS
Eto, Cruz (2013). Tratado del proceso constitucional. Tomo II. Lima: Gaceta Jurídica.
Priori, Giovanni (1997). Apuntes del derecho procesal. Lima: ARA Editores.
FUENTES HEMEROGRÁFICAS
Donayre, Christian (2006). “El margen de acción del juez constitucional frente a los
actos calificados como políticos. Del control de los actos discrecionales por la
jurisdicción constitucional al examen de la constitucionalidad de los actos
políticos”. Actualidad Jurídica. Lima. Tomo 149.
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Sagües, Néstor (2011). “Los tribunales constitucionales como agentes de cambios
sociales”. Anuario de Derecho Constitucional Latinoamericano. Montevideo.
Año 17.
JURISPRUDENCIA
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