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¿Qué hacemos con las trabajadoras

sexuales?
Los modelos de legalización de Holanda y Nueva Zelanda y el
abolicionista de Suecia y Noruega tienen fallos y ventajas, y una cosa en
común: el estigma de las prostitutas permanece

El debate sobre prostitución comporta una extraordinaria polarización dentro del feminismo,
como ha quedado de manifiesto con la polémica desatada tras el registro del sindicato OTRAS.
Para analizar las implicaciones de los diferentes marcos legales sobre prostitución, en este
reportaje se analizan tres países que habitualmente se toman como ejemplo de los diferentes
modelos: Holanda, Nueva Zelanda y Suecia.

Existe una importante falta de referencias a fuentes y datos fiables –las cifras sobre esta
cuestión son muy variables de una fuente a otra–, lo que conlleva una distorsión de la
discusión. Ocurre, por ejemplo, con los datos relativos a la trata de personas con fines de
explotación sexual. Mientras que numerosos estudios alegan que la regulación provoca un
aumento de la trata, otros tantos afirman que este es el precisamente el efecto provocado por
los sistemas abolicionistas. Amnistía Internacional, por su parte, considera que ninguna de las
cifras existentes pueden considerarse fiables debido a la dificultad de su contabilización.

La legalización en los casos de Holanda y Nueva Zelanda

Aunque en ambos países es legal la prostitución, fuentes expertas insisten en diferenciar entre
los modelos legalistas (Holanda o Alemania) y el de Nueva Zelanda, que consideran
despenalizador. El gobierno holandés estableció en el año 2000 una situación de completa
legalidad para la prostitución, lo que, para el gobierno, formaba parte de un enfoque
pragmático a las temáticas sociales. Por su parte, el gobierno de Nueva Zelanda argumentó
que la Ley de Reforma de la Prostitución (LRP) de 2003 fue una transición desde un enfoque
moralista a otro que pone en primer plano la salud y los Derechos Humanos. Paralelamente a
estas leyes, en ambos países se introdujeron nuevos artículos en el Código Penal para hacer
punibles todas las formas de explotación en la prostitución.

La industria sexual en Holanda está regida por la misma ley que el resto de mercados laborales,
con los mismos derechos y obligaciones (aunque hasta el 2011 el Gobierno no recaudó
impuestos a las prostitutas), y la edad legal para ejercer son 21 años. En Nueva Zelanda, que
fijó la edad legal en 18 años, la prostitución está reconocida como trabajo por el Ministerio de
Trabajo, aunque éste no puede promocionar el empleo en el sector de la prostitución ni
sugerir a nadie que se introduzca en él.
Un aspecto común de las legislaciones de Holanda y Nueva Zelanda es que dotaron a las
municipalidades de poder para diseñar políticas complementarias relativas a la prostitución.
Fruto de esta diferenciación entre zonas, este artículo de El País de 2002 señalaba que en
Holanda se produjo un desplazamiento de la prostitución hacia las zonas con legalidad más
laxa, algo que un informe oficial atribuyó al desinterés administrativo. Las incoherencias entre
diferentes niveles de restricción en Nueva Zelanda también fueron señaladas por el informe
realizado por el Comité de Revisión de la Ley de Prostitución (CRLP) cinco años después de la
entrada en vigor de la ley.

La actividad sexual en Holanda debe desarrollarse en clubes, escaparates, casas privadas o


agencias de escorts, normalmente a través de un sistema de licencias. Como explica Catherine
Murphy, asesora en Igualdad de Género en Amnistía Internacional, en países como Holanda o
Alemania las exigencias para conseguir estas licencias hacen muy difícil a las trabajadoras
sexuales operar de forma independiente respecto de los propietarios de burdeles. Este es el
motivo, según Murphy, de que en Alemania proliferasen durante los primeros años los
“megaburdeles”. Además, en una página dependiente del Gobierno se especifica que muchos
propietarios de burdeles no contratan formalmente a las prostitutas bajo el argumento de que
solo ofrecen un soporte a los servicios que las prostitutas dan por sí mismas. Por el contrario,
la legislación de Nueva Zelanda sí facilita la autoorganización de las prostitutas, aunque solo
hasta cuatro trabajadoras pueden operar juntas sin necesidad de obtener un certificado. No
obstante, para dirigir un negocio en el que trabajan más de cuatro personas, en Nueva Zelanda
se observa el mismo problema de la exigencia de licencias.

La ley holandesa se ha modificado con el tiempo para intentar paliar los abusos que se estaban
cometiendo en la industria sexual. El exalcalde de Amsterdam, Job Cohen, alertó de que la
legalización no había tenido el efecto deseado: dos años después de la legalización, solo 921
de las cerca de 30.000 prostitutas habían legalizado su actividad, y en la esfera ilegal
continuaban dándose situaciones de trata y explotación; aunque el dato sea antiguo, supone
un buen reflejo de las implicaciones que la ley tuvo a corto plazo. Como consecuencia de las
posteriores modificaciones, el pasado año se abrió en Ámsterdam un “burdel municipal”
(conocido así por la implicación que el Ayuntamiento tuvo en las negociaciones) dirigido por
prostitutas de la Fundación My Red Light.

Identificación

De la misma forma, también ha habido restricciones posteriores en Alemania: tras el aumento


de prácticas como la “tarifa plana de sexo” –el cliente paga una entrada y puede tener todo el
sexo que quiera–, en julio de 2017 entró en vigor una ley que prohibía modelos que “atentaran
contra la dignidad humana”. En esta misma ley se recogía la obligación de llevar un documento
de identificación. Sobre estas cuestiones que atañen a la protección de la privacidad, como los
sistemas de obtención de licencias, se han pronunciado duramente diferentes organizaciones
en defensa de los Derechos Humanos. En Holanda, las prostitutas deben registrarse para
recibir una identificación con fotografía y número de registro, aunque no aparece el nombre ni
los datos personales. La Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de
Discriminación contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés) ha expresado su preocupación
por que estos sistemas de registro puedan empujar a las prostitutas a trabajar ilegalmente. En
el caso de Nueva Zelanda, la ley no contempla la identificación de las prostitutas, y los
certificados solicitados (por ejemplo, para tener una empleada a cargo) son guardados de
forma confidencial por el juzgado.

Uno de los grandes vacíos en estos sistemas es que crean una jerarquía según la cual algunas
prostitutas están criminalizadas y otras no, dejando desprotegidas a las que lo están. Según
explica Murphy, en Holanda esto ocurre con la criminalización de la prostitución callejera, que
por el contrario es legal en Nueva Zelanda. Esta jerarquía está presente en ambos países
cuando hablamos de inmigración. Por ejemplo, en Holanda es necesario un permiso de
residencia para quienes no pertenecen al Espacio Económico Europeo, incluyendo Suiza, o si el
país de origen es Croacia, y el trabajo sexual en estos casos no puede hacerse como empleada.
A diferencia de otros sectores laborales, puede prohibirse la concesión de permisos de trabajo
y residencia a inmigrantes ilegales que ejerzan como prostitutas. Precisamente es la parte
relativa a la inmigración la que más críticas suscita en Nueva Zelanda, donde el trabajo sexual
está prohibido a las inmigrantes. A este respecto se pronuncia el informe sobre Nueva Zelanda
realizado por la Alianza Global contra la Trata de Mujeres (GAATW, por sus siglas en inglés),
que critica el poder abusivo que esto da a los clientes.

Otro punto llamativo del modelo neozelandés es la implicación de las prostitutas en el proceso
de elaboración de la ley y en su posterior revisión, algo sobre lo que Murphy se pronuncia
favorablemente: “Cuando los gobiernos consultan estas cuestiones, raramente cuentan con las
prostitutas. No les preguntan qué medidas pueden ayudarlas si desean dejar de ejercer la
prostitución o qué puede ayudar a mejorar sus condiciones si deciden continuar”. Cabe aclarar
que para Murphy la decisión de permanecer en la prostitución puede tener que ver con
situaciones de discriminación, adicciones o falta de alternativas. De acuerdo con el informe del
CRLP, la mayoría de las trabajadoras sexuales a quienes se preguntó en Nueva Zelanda
indicaron que la razón para entrar en la industria del sexo fue económica; un pequeño
porcentaje hizo alusión a la flexibilidad horaria, y algunas participantes adujeron curiosidad por
la industria del sexo.

El caso sueco: el modelo nórdico abolicionista

El primero de los países nórdicos en legislar mediante un modelo abolicionista fue Suecia, en
1999. El objetivo de esta ley fue erradicar la existencia del trabajo sexual, que desde la postura
abolicionista del feminismo es considerado como un pilar fundamental de la explotación por
parte del patriarcado, dado que su existencia afirma el derecho de la sexualidad masculina
sobre el cuerpo de las mujeres. Esta fórmula busca la eliminación de la demanda de
prostitución mediante la criminalización de la compra y del intento de compra de los servicios
sexuales. La venta no se considera ilegal, por lo que el ejercicio de la prostitución en sí está
despenalizado.
En Suecia, los clientes pueden enfrentarse hasta a un año de cárcel, aunque según cifras de
2015 todas las detenciones se han saldado con multas económicas. Desde la puesta en práctica
de la ley se han habilitado teléfonos anónimos para denunciar a quien paga por sexo, y desde
el gobierno llevan a cabo un sistema de vigilancia; durante los arrestos, las prostitutas son
testigos del interrogatorio al que se somete al comprador. Para la experta en género de
Amnistía Internacional estas medidas suponen un problema ya que, aunque no pretendan
criminalizar de forma directa a las prostitutas, sí tienen un impacto negativo en ellas. En el
informe de seguimiento realizado en Nueva Zelanda, las prostitutas apuntaban a los daños
psicológicos derivados de las detenciones, que viven como un proceso “humillante y
degradante”.

A nivel social, el gobierno sueco presta servicios de acogida y reinserción con el objetivo de
ayudar a cualquier prostituta que quiera dejar de serlo, así como para ayudar a las que son
extranjeras a volver a sus países (si así lo desean) sin el peligro de ser localizadas por quienes
las explotaban. Además, el gobierno ofrece programas de sensibilización a la ciudadanía,
poniendo el objetivo en los potenciales clientes, y ofrece a quienes compran sexo servicios
sociales a los que poder recurrir.

Según datos del Instituto Sueco, diez años después de la entrada en vigor de la norma el
número de compradores de sexo había descendido desde el 13,6% a menos del 8% de la
población. Como concluye Gunilla Ekberg, de esta ley se puede extraer que la prostitución se
vuelve menos lucrativa en estas legislaciones, por lo que los traficantes eligen destinos más
rentables. A este respecto se destaca la importancia de tomar medidas que prevengan
desplazamientos hacia países con fronteras comunes que tengan una legislación menos
restrictiva. Por otra parte, las voces críticas piden precaución al analizar los datos sobre
disminución de la prostitución, ya que afirman que ha habido un aumento de la prostitución
ilegal que ha proliferado especialmente en Internet.

El problema de la estigmatización

Ninguna de las tres legislaciones ha sido efectiva para terminar con el estigma sufrido por las
prostitutas. Resulta muy importante tener en cuenta esto: según el informe de seguimiento de
Nueva Zelanda, el estigma fue señalado por las prostitutas como uno de los principales
motivos para no denunciar cualquier tipo de abuso.

En los modelos regulacionistas, las leyes no se vieron acompañadas de medidas efectivas para
reducir el estigma. Por el contrario, la imagen de las prostitutas en la opinión pública empeoró
tras la entrada en vigor de la ley, cuando empezaron a ser vistas como víctimas de explotación
y coacción. En esta misma línea incide el informe del GAATW, Las trabajadoras sexuales se
organizan por el cambio, en el que se pone de manifiesto el arraigo que este estigma tiene en
la sociedad. Una autora neozelandesa indica que, quince años después de la entrada en vigor
de la ley, en Nueva Zelanda la opinión pública continúa configurando a las prostitutas como un
colectivo totalmente diferenciado de las “personas normales”.
Esto provoca situaciones como las que describen las prostitutas en el informe de la CRLP,
donde explican sus reticencias a hablar a los médicos de su ocupación por miedo al trato que
puedan recibir. En Holanda, después de la legalización, las prostitutas prácticamente no tenían
acceso a préstamos bancarios, tarjetas de crédito o hipotecas, y encontraban muchas
dificultades para encontrar casa u otro trabajo. Este problema lo describe Melissa Ditmore en
The affective turn: Theorizing the social, donde explica que en la India –donde la prostitución
es legal– el trabajo del Durbar Mahila Samanwaya Committe (DMSC) consiguió cambiar esta
situación con la creación de un banco para las trabajadoras sexuales. El DMSC, una de las
mayores organizaciones de trabajadoras sexuales en el mundo, también cuenta con un comité
(formado por prostitutas, representantes de organizaciones y personalidades políticas) que se
hace cargo de las negociaciones directas con la policía y los juzgados, así como de otras
cuestiones burocráticas. Es necesario destacar que dicho estigma en estos casos recae solo en
quienes ejercen y no en los clientes, algo que ha sido muy criticado desde el feminismo.

En Suecia, aunque se ha intentado desplazar el estigma a quienes pagan por sexo, las
prostitutas lo continúan sufriendo. En el informe realizado por Amnistía Internacional sobre el
modelo nórdico (centrado en Noruega pero que apunta a elementos comunes de países del
entorno como Suecia) se hace hincapié en el tipo de informaciones sensacionalistas que los
medios de comunicación dan sobre prostitución. También se apunta al perjuicio que conlleva
ser consideradas como víctimas por parte de la sociedad.

Romper las inercias de un sistema que despierta tantos intereses es una tarea muy compleja.
Prestando atención a la información disponible se puede concluir que ninguno de los sistemas
legales analizados está exento de problemas. Por una parte, porque las legislaciones
regulacionistas no se han mostrado efectivas en asegurar la independencia de las prostitutas
con respecto a terceros y se siguen produciendo situaciones de explotación; por otra, porque
en las legislaciones abolicionistas se observa un empeoramiento de las condiciones de quienes
continúan ejerciendo; por último, porque en cualquiera de las legislaciones las putas siguen
sufriendo un estigma que condiciona sus vidas. Por todos estos motivos resulta necesario que
en el debate público sobre legislación estén presentes las prostitutas: es a ellas a quienes más
van a afectar sus consecuencias.

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