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Actividad(es) Propuesta(s)
Nota: Incluir actividades relacionadas con los niveles de lectura, habilidades del
pensamiento,
organizadores mentales, tipo de texto (continuos y discontinuos), de comprensión, de
análisis, de interpretación, de argumentación, de proposición, de apropiación y otras.
Dichas actividades que sean contextualizadas y tengan en cuenta las mallas de aprendizaje,
para básica primaria.
SESIÓN 1:
Videos de apoyo:
https://www.youtube.com/watch?v=smw6lY-t8Dg&t=342s “El
Poblamiento de América”.
https://www.youtube.com/watch?v=cV-j1BNKLdo “Teoría del
poblamiento de américa Parte 1.
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Se habría dado pie así a la colonización humana del continente americano y, sobre
todo, a una evolución paralela con respecto a sus primos europeos y asiáticos, ya
que al incrementar la temperatura global y derretirse los hielos, el océano habría
aumentado su nivel y sumergido el puente natural entre los continentes, aislando a
los pobladores americanos. Esta teoría aún se encuentra bajo discusión por los
diversos especialistas en la materia.
PREGUNTAS:
Alaska
Asia.
Océanos Pacifico.
Siberia.
América.
Recomendaciones:
SESIÓN 2:
Durante el siglo XVIII, las migraciones desde Europa hacia las colonias iberoamericanas crecieron notablemente.
Miles de españoles, portugueses y – en menor medida- otros europeos se aventuraron al Nuevo Mundo en busca
de enriquecimiento, ascenso social o una mejor vida en tierras americanas.
Reflexionar sobre esas experiencias migratorias nos permite enriquecer nuestra comprensión de las sociedades
tardocoloniales y de los vínculos que unían a Europa con Iberoamérica. Especialmente, los portugueses y
españoles fueron centrales en el proceso de redefinición de las relaciones coloniales llevado a cabo en el
transcurso del siglo XVIII y también protagonistas desgraciados de su crisis y disolución en el siglo siguiente.
Asimismo, las históricas similitudes entre América Española y Brasil en las formas de organización social, en las
configuraciones institucionales y en los lazos construidos con Europa, ameritan una mirada sobre la inmigración
europea que trascienda los límites entre los imperios. Las experiencias migratorias de muchos europeos - que
transcurren en ambos espacios imperiales- dan cuenta de esta necesidad analítica.
“Inmigrante” es, por cierto, una categoría que nació en el siglo XIX con el advenimiento de las migraciones
masivas. En la época colonial no existía tal término ni concepto equivalente en español que englobara a las
principales características de lo que hoy se considera es un inmigrante: aquel que dejó su tierra de origen
voluntariamente y se trasladó a otra en busca de mejores condiciones de vida. Sin embargo, a pesar de la
inexistencia de un término que definiese esta práctica en el siglo XVIII, ésta es fácilmente reconocible en las
sociedades de Antiguo Régimen, como lo demuestran los numerosos estudios sobre migraciones ya sea al
interior del espacio americano, en Europa o entre ambos continentes.
Aquí se considerará “inmigrante” a todos aquellos que voluntariamente se embarcaron con destino a las colonias
americanas para mejorar su suerte. No se incluye en esta definición a los soldados enganchados en Europa para
servir en América y que regresaron a su patria luego de concluido el tiempo de servicio, a los funcionarios reales
que pasaron temporariamente a cumplir funciones en las colonias como un escalón más en su carrera en la
administración imperial; ni a los marineros que pasaban meses en los puertos de las Indias a la espera del
regreso de la embarcación en que servían. Sí, en cambio, se incluye a los soldados enganchados en Europa pero
que una vez en América abandonaron el servicio y se establecieron en tierras americanas, a los marineros
desertores, a los comerciantes que permanecían años en las Indias en la espera de recoger su giro comercial y
regresar a Europa y, por supuesto, a todos aquellos que por diversos medios se trasladaron a América con el
objetivo de establecerse y lograr un ascenso económico y social. También incluimos aquí a quienes luego de un
tiempo decidieron volver a su patria. El regresar al pueblo de origen enriquecido formaba parte de los deseos de
muchos inmigrantes aunque sólo una minoría pudo cumplir con ellos.
Pero si bien muchos rasgos de las prácticas de los inmigrantes de las postrimerías de la colonia pueden
reconocerse en los de sus congéneres del siglo XIX y XX, una cuestión marca diferencias importantes con el
período de las migraciones masivas. Mientras que en este último período los inmigrantes se movían entre
estados nacionales, el espacio Atlántico del siglo XVIII estaba signado por la existencia de los imperios
coloniales. Esto implica, por un lado, que gran parte de los inmigrantes del siglo XVIII no tuvo el estatus legal de
“extranjero” puesto que sus experiencias migratorias transcurrieron dentro de un mismo espacio imperial. Por
otro lado, que españoles y portugueses (aún aquellos que formaban parte de los estratos ocupacionales más
bajos en América) integraban el grupo dominante en la relación colonial, lo cual imprimió características
particulares a sus formas de integración a las sociedades americanas.
En tanto que actores clave en la configuración de las sociedades americanas, los europeos son centrales en una
vasta bibliografía dedicada al estudio de la sociedad y la política en Iberoamérica entre fines de la colonia y
comienzos de la etapa independiente. Desde una perspectiva abocada al estudio de las elites americanas,
importantes trabajos han analizado las formas de integración de hombres procedentes de la Península Ibérica a
dichas elites y han demostrado cómo su presencia transformó su fisonomía, sobre todo en aquellos lugares en
los que los cambios y el crecimiento económico del siglo XVIII fueron más intensos. 2 También ciertos aspectos
del proceso de arribo e integración de los inmigrantes han sido analizados en trabajos que estudian las reformas
borbónicas en sus aspectos políticos y militares y las transformaciones sociales asociadas a ellas en las colonias
americanas.3 Asimismo, los españoles y portugueses han sido estudiados por la historiografía dedicada al
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análisis de los procesos independentistas, sobre todo en las cuestiones referidas al desarrollo de políticas de
represión y persecución hacia ellos4. También, trabajos ligados a la historia cultural han contribuido a la
comprensión de las cambiantes y multifacéticas formas de identidad de los europeos en las colonias americanas,
mediante la indagación sobre las lógicas de inclusión y exclusión en las comunidades políticas del siglo XVIII
En primer lugar, existe un consenso generalizado de que el incremento de la emigración provino, sobre todo, de
un doble impulso. Por un lado, del crecimiento económico que (con distintos matices) abarcó a gran parte de las
regiones de Hispanoamérica y Brasil. Es ampliamente conocido que el siglo XVIII fue uno de prosperidad para
diversas regiones coloniales. A modo de ejemplos, durante este siglo se desarrolló con fuerza la economía
minera de Nueva España y de Minas Gerais y se recuperó la producción de plata Altoperuana; crecieron de
manera sostenida las economías de plantación del Caribe español y del Nordeste de Brasil; se intensificó el
comercio trasatlántico e intercolonial. Estos aires de bonanza atrajeron a miles de inmigrantes dispuestos a
probar suerte en tierras Americanas.
Este crecimiento de la economía fue acompañado de una mayor y mejor vinculación entre Europa y América. Las
políticas regias desplegadas durante el siglo XVIII, que estimularon la relación mercantil entre las Indias y la
Península Ibérica, hicieron que los viajes a través del Atlántico crecieran considerablemente y que fuese más
sencillo que en el pasado encontrar cómo hacer la travesía. Asimismo, los destinos americanos se hicieron más
diversos a medida que más puertos coloniales fueron habilitados para el comercio trasatlántico; mientras que en
Europa nuevos puertos fueron autorizados para comerciar legalmente con las colonias.
Esto último permitió una mayor circulación de información sobre el Nuevo Mundo en zonas que no contaban con
una fuerte tradición emigratoria hacia América, haciendo que ésta se volviese más cercana y menos incierta.
Como resultado, nacieron nuevas corrientes migratorias, muchas de las cuales permanecerán activas hasta la
segunda mitad del siglo XX.
También, el crecimiento de las administraciones imperiales y la mayor presencia militar en las colonias, facilitó la
emigración. Un número considerable de funcionarios y soldados se asentaron definitivamente en América como
inmigrantes luego de su experiencia como servidores de la monarquía. A medida que crecía la cantidad de
inmigrantes, las redes de paisanaje contribuyeron a la reproducción del flujo migratorio; parientes y paisanos se
transformaron en fuentes certeras de información sobre las oportunidades en América y las cartas de llamada
enviadas hacia Europa permitían el traslado de nuevos inmigrantes.
Es muy difícil establecer con precisión cuántos europeos emigraron a las colonias iberoamericanas durante este
período. La falta de estadísticas confiables y el alto nivel de emigración ilegal, hace que los números que
trabajosamente han construido algunos estudiosos sean apenas aproximaciones. Se ha estimado que a lo largo
de todo el siglo XVIII emigraron setecientos mil portugueses hacia América, principalmente a Brasil; mientras
que en el mismo período emigraron ciento veinte mil españoles, aunque es muy probable que la cifra haya sido
algo mayor. Estas cifras revelan para Portugal una emigración sustancialmente mayor que la del siglo
precedente, que se ha estimado en no más de cincuenta mil personas. Para el caso español, las diferencias
entre siglos son menos espectaculares, pero revelan igualmente un aumento en la emigración hacia América: los
cálculos sobre el siglo XVII estiman una emigración de cien mil personas, de las cuales las dos terceras partes
habrían emigrado a las Indias antes de 1630.
Un rasgo que distingue a las migraciones hacia Iberoamérica durante este período es que nunca fueron libres
(característica que marca una pronunciada diferencia con el período de las migraciones masivas inaugurado en
la segunda mitad del siglo XIX). Tanto la corona española como la portuguesa procuraron siempre controlar y
restringir el flujo migratorio hacia las Indias. Tras esta política yacía una noción “monopolista” sobre las colonias
americanas: el establecimiento en ellas era un privilegio reservado a los súbditos del rey de España o Portugal;
los extranjeros quedaban excluidos, aunque existían complicadas formas legales que permitían su asentamiento
en las Indias bajo ciertas condiciones.
También, tras estas normas que restringían la libre emigración a América, estaba el deseo de cuidar la “calidad”
de los hombres y mujeres que se asentaban en los reinos americanos (para emigrar legalmente había que
demostrar ser cristiano viejo, ejercer ocupaciones honorables, no ser “vago” o “mal entretenido”, entre otras
cosas). Por otro lado, la creencia prevaleciente en círculos intelectuales y políticos de que el fenómeno
migratorio era causa del despoblamiento y consecuente ruina económica de la Península fue otro fuerte factor
que jugó a favor de la persistencia de las restricciones para la emigración hasta el fin de la dominación colonial.
No existieron pues, políticas que alentaran la emigración hacia América, a excepción de los experimentos de
colonización de espacios de frontera escasamente poblados con familias campesinas reclutadas para tal fin. La
fundación de colonias con familias campesinas se desarrolló en el transcurso del siglo XVIII, como parte de las
políticas imperiales de defensa y aumento del control efectivo de territorios poco poblados y en riesgo de caer
en manos de potencias rivales. Se consideraba que una población estable, numerosa y abocada a las labores
agrícolas, contribuiría al crecimiento económico y a la defensa de los intereses imperiales frente a la amenaza
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extranjera.
Por fuera de estos acotados experimentos de colonización, quienes deseaban emigrar a las Indias en el siglo
XVIII debían enfrentarse a la legislación que dificultaba sobremanera la emigración a tierras americanas y
afrontar el alto costo de un pasaje que era extremadamente caro, especialmente para personas de las clases
bajas. Si bien estas restricciones no fueron eficaces para frenar la emigración, sí le imprimieron una cualidad
particular, puesto que la mayoría de los inmigrantes del siglo XVIII tuvo que desplegar estrategias que les
permitiesen emigrar eludiendo las reglamentaciones existentes y el pago de un pasaje para poder embarcarse.
Viajar como polizón, como marinero y desertar al momento del arribo, viajar como criado o no cumplir con la
promesa exigida de retornar tras un plazo estipulado, eran algunas de las prácticas más comunes.
Otra característica de la emigración europea hacia América durante este período es que era predominantemente
masculina: se calcula que entre el 80 y 90% de los emigrantes eran varones, de los cuales la gran mayoría era
soltero. Varias son las causas pasibles de explicar este rasgo tan particular: las dinámicas de reproducción
familiar que incitaban al llamado de sobrinos o hermanos solteros a reunirse con parientes ya emigrados, la
concepción de la emigración como una empresa en busca de enriquecimiento con vistas a un pronto retorno, las
restricciones legales a la emigración que intensificaban el grado de incertidumbre en el proceso migratorio, el
cual se hacía menos difícil para hombres jóvenes y solteros. Las mujeres que emigraron, por el contrario,
tendieron a hacerlo como parte de un proyecto de emigración definitiva, junto a sus familias y dentro de la ley.
Así, las empresas de colonización que nombramos líneas antes, fueron uno de los espacios privilegiados para la
migración femenina a América durante este período.
Todavía resta mucho por investigar sobre este punto y nuestro conocimiento es desparejo. Sus derroteros en
tierras americanas han recibido especial atención por parte de los numerosos y exhaustivos estudios sobre las
elites coloniales del siglo XVIII, en tanto que los europeos ocupaban espacios destacados en ellas.
Al respecto, el estudio de la creación y reproducción de las redes de relaciones interpersonales al interior de las
elites, ha descubierto cómo los vínculos de paisanaje y las pautas matrimoniales permitían a los recién llegados
integrarse exitosamente y participar en las actividades productivas y comerciales de las elites locales. Asimismo,
el análisis de sus formas de participación en la economía colonial, demuestra que las actividades más rentables y
prestigiosas estaban largamente dominadas por hombres procedentes de Europa.
Pero las investigaciones sobre la sociedad colonial también muestran que los inmigrantes se desempeñaban en
una vasta variedad de ocupaciones que trascendían aquellas reservadas a las elites. En las fuentes es posible
encontrar a numerosos europeos trabajando como marineros, artesanos, labradores, soldados, vendedores
ambulantes, tenderos, etc. Es más (al menos en los grandes centros urbanos como México, La Habana, Río de
Janeiro o Buenos Aires), la gran mayoría de los europeos pertenecía a las clases bajas. Sobre estos inmigrantes
“del común” se conoce menos, pero sabemos que en muchos aspectos, su vida estaba ligada a la de sus
paisanos más afortunados integrados a las elites locales. Un dato clave es que la sociedad americana era de
carácter estamental, en donde el origen racial de un individuo condicionaba en gran medida el lugar que
ocupaba en la jerarquía social. En tal sentido, los hombres y mujeres procedentes de Europa contaban con el
privilegio de su origen, que los distinguía claramente de los americanos, muy especialmente de los integrantes
de las clases populares. El origen europeo era un privilegio no sólo porque la “limpieza de sangre” era un
componente fundamental del honor (y por lo tanto, del prestigio social de un individuo) y porque permitía el
acceso a ciertos privilegios formales (a puestos en la burocracia o al derecho a no sufrir penas infamantes por
algún delito cometido); sino también porque permitía a los inmigrantes, mediante lazos de paisanaje, activar
relaciones interpersonales con miembros de las elites económicas y políticas de la colonia, lo que facilitaba los
términos de su integración en la sociedad colonial y aumentaba las posibilidades de movilidad social ascendente.
Por otro lado, recientes investigaciones sobre la inmigración extranjera han puesto de manifiesto la ambigüedad
de la condición de extranjería, la presencia de mecanismos informales de integración a las comunidades locales
y la existencia de prácticas sociales muy similares entre españoles, portugueses y otros inmigrantes de ultramar
a pesar de su dispar procedencia en el Viejo Mundo. Si bien, estos son temas aún poco explorados, es dable
suponer que, en términos de la construcción de las identidades sociales, los europeos – de las elites o de las
clases bajas, extranjeros o no- formaban un grupo diferenciado en la sociedad de las postrimerías del siglo XVIII
y principios del siglo XIX.
Con la crisis del orden colonial y el advenimiento de los movimientos independentistas los españoles y
portugueses se constituyeron en la cara visible y más próxima de la dominación colonial. En las primeras
décadas del siglo XIX, fueron víctimas de las políticas de los nuevos gobiernos republicanos y sobre todo, blanco
de la hostilidad de los grupos populares que no ahorraron la oportunidad de demostrar su animadversión hacia
quienes consideraban habían sido los principales beneficiados de un orden que calificaban como desigual e
injusto.
Este brevísimo resumen de lo que conocemos sobre la inmigración de europeos entre el siglo XVIII y la crisis del
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orden colonial en Iberoamérica (que lógicamente excluye matices, particularidades y, sobre todo, no puede dar
cuenta acabada de su complejidad) refleja los alcances de una historiografía que ha venido reflexionando
durante más de tres décadas sobre la cuestión. Sin embargo, su desarrollo ha sido desparejo y mientras que hay
aspectos bien estudiados sobre los que podemos afirmar que nuestro conocimiento es razonablemente bueno;
otros aspectos han sido poco explorados y aún queda un largo camino por recorrer.
Sobre los primeros, se han estudiado particularmente bien los aspectos institucionales y las políticas que
regulaban la emigración, mientras que se ha avanzado en la identificación de las principales corrientes
migratorias y en el estudio de la cuantificación del flujo de migrantes. También la historiografía ha prestado
particular atención a los inmigrantes que formaron parte de las elites americanas, sobre los que, como ya
señalamos, se han escrito numerosos trabajos.
Por el contrario, otras cuestiones han sido menos exploradas. Ente ellas podemos incluir, por ejemplo, a los
inmigrantes “del común” que integraron las clases populares de la colonia; al análisis del proceso migratorio
desde una perspectiva de género y la particular experiencia de las mujeres; al estudio de la configuración de las
identidades sociales, particularmente en lo referente a cómo eran percibidos los europeos en las sociedades
americanas (y cómo estos percibían a los americanos), cuestión clave para una mejor comprensión de los
procesos independentistas. Asimismo, existen numerosas lagunas espaciales: se conoce mucho más sobre los
inmigrantes en los grandes centros urbanos; mucho menos sobre sus experiencias, trayectorias y formas de
integración en ciudades más pequeñas o zonas marginales. Diversificar los espacios a estudiar nos permitirá
conocer mejor las variaciones en los modos de integración social de los inmigrantes y, consecuentemente,
también la diversidad de las configuraciones sociales coloniales. Por último, un mayor desarrollo de los estudios
microsociales de los procesos migratorios permitiría profundizar el conocimiento de las redes migratorias y
facilitaría un análisis integrado de los espacios de emigración y las sociedades receptoras que supere la -por
momentos- rígida separación entre los estudios centrados en la emigración y aquellos que analizan en proceso
de integración de los inmigrantes en las sociedades americanas12.
En primer lugar, existe un consenso generalizado de que el incremento de la emigración provino, sobre todo, de
un doble impulso. Por un lado, del crecimiento económico que (con distintos matices) abarcó a gran parte de las
regiones de Hispanoamérica y Brasil. Es ampliamente conocido que el siglo XVIII fue uno de prosperidad para
diversas regiones coloniales. A modo de ejemplos, durante este siglo se desarrolló con fuerza la economía
minera de Nueva España y de Minas Gerais y se recuperó la producción de plata Altoperuana; crecieron de
manera sostenida las economías de plantación del Caribe español y del Nordeste de Brasil; se intensificó el
comercio trasatlántico e intercolonial. Estos aires de bonanza atrajeron a miles de inmigrantes dispuestos a
probar suerte en tierras Americanas.9
Este crecimiento de la economía fue acompañado de una mayor y mejor vinculación entre Europa y América. Las
políticas regias desplegadas durante el siglo XVIII, que estimularon la relación mercantil entre las Indias y la
Península Ibérica, hicieron que los viajes a través del Atlántico crecieran considerablemente y que fuese más
sencillo que en el pasado encontrar cómo hacer la travesía. Asimismo, los destinos americanos se hicieron más
diversos a medida que más puertos coloniales fueron habilitados para el comercio trasatlántico; mientras que en
Europa nuevos puertos fueron autorizados para comerciar legalmente con las colonias.
Esto último permitió una mayor circulación de información sobre el Nuevo Mundo en zonas que no contaban con
una fuerte tradición emigratoria hacia América, haciendo que ésta se volviese más cercana y menos incierta.
Como resultado, nacieron nuevas corrientes migratorias, muchas de las cuales permanecerán activas hasta la
segunda mitad del siglo XX.
También, el crecimiento de las administraciones imperiales y la mayor presencia militar en las colonias, facilitó la
emigración. Un número considerable de funcionarios y soldados se asentaron definitivamente en América como
inmigrantes luego de su experiencia como servidores de la monarquía. A medida que crecía la cantidad de
inmigrantes, las redes de paisanaje contribuyeron a la reproducción del flujo migratorio; parientes y paisanos se
transformaron en fuentes certeras de información sobre las oportunidades en América y las cartas de llamada
enviadas hacia Europa permitían el traslado de nuevos inmigrantes.
Es muy difícil establecer con precisión cuántos europeos emigraron a las colonias iberoamericanas durante este
período. La falta de estadísticas confiables y el alto nivel de emigración ilegal, hace que los números que
trabajosamente han construido algunos estudiosos sean apenas aproximaciones. Se ha estimado que a lo largo
de todo el siglo XVIII emigraron setecientos mil portugueses hacia América, principalmente a Brasil; mientras
que en el mismo período emigraron ciento veinte mil españoles, aunque es muy probable que la cifra haya sido
algo mayor. Estas cifras revelan para Portugal una emigración sustancialmente mayor que la del siglo
precedente, que se ha estimado en no más de cincuenta mil personas. Para el caso español, las diferencias
entre siglos son menos espectaculares, pero revelan igualmente un aumento en la emigración hacia América: los
cálculos sobre el siglo XVII estiman una emigración de cien mil personas, de las cuales las dos terceras partes
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Un rasgo que distingue a las migraciones hacia Iberoamérica durante este período es que nunca fueron libres
(característica que marca una pronunciada diferencia con el período de las migraciones masivas inaugurado en
la segunda mitad del siglo XIX). Tanto la corona española como la portuguesa procuraron siempre controlar y
restringir el flujo migratorio hacia las Indias. Tras esta política yacía una noción “monopolista” sobre las colonias
americanas: el establecimiento en ellas era un privilegio reservado a los súbditos del rey de España o Portugal;
los extranjeros quedaban excluidos, aunque existían complicadas formas legales que permitían su asentamiento
en las Indias bajo ciertas condiciones.
También, tras estas normas que restringían la libre emigración a América, estaba el deseo de cuidar la “calidad”
de los hombres y mujeres que se asentaban en los reinos americanos (para emigrar legalmente había que
demostrar ser cristiano viejo, ejercer ocupaciones honorables, no ser “vago” o “mal entretenido”, entre otras
cosas). Por otro lado, la creencia prevaleciente en círculos intelectuales y políticos de que el fenómeno
migratorio era causa del despoblamiento y consecuente ruina económica de la Península fue otro fuerte factor
que jugó a favor de la persistencia de las restricciones para la emigración hasta el fin de la dominación colonial.
No existieron pues, políticas que alentaran la emigración hacia América, a excepción de los experimentos de
colonización de espacios de frontera escasamente poblados con familias campesinas reclutadas para tal fin. La
fundación de colonias con familias campesinas se desarrolló en el transcurso del siglo XVIII, como parte de las
políticas imperiales de defensa y aumento del control efectivo de territorios poco poblados y en riesgo de caer
en manos de potencias rivales. Se consideraba que una población estable, numerosa y abocada a las labores
agrícolas, contribuiría al crecimiento económico y a la defensa de los intereses imperiales frente a la amenaza
extranjera.
Por fuera de estos acotados experimentos de colonización, quienes deseaban emigrar a las Indias en el siglo
XVIII debían enfrentarse a la legislación que dificultaba sobremanera la emigración a tierras americanas y
afrontar el alto costo de un pasaje que era extremadamente caro, especialmente para personas de las clases
bajas. Si bien estas restricciones no fueron eficaces para frenar la emigración, sí le imprimieron una cualidad
particular, puesto que la mayoría de los inmigrantes del siglo XVIII tuvo que desplegar estrategias que les
permitiesen emigrar eludiendo las reglamentaciones existentes y el pago de un pasaje para poder embarcarse.
Viajar como polizón, como marinero y desertar al momento del arribo, viajar como criado o no cumplir con la
promesa exigida de retornar tras un plazo estipulado, eran algunas de las prácticas más comunes.
Otra característica de la emigración europea hacia América durante este período es que era predominantemente
masculina: se calcula que entre el 80 y 90% de los emigrantes eran varones, de los cuales la gran mayoría era
soltero. Varias son las causas pasibles de explicar este rasgo tan particular: las dinámicas de reproducción
familiar que incitaban al llamado de sobrinos o hermanos solteros a reunirse con parientes ya emigrados, la
concepción de la emigración como una empresa en busca de enriquecimiento con vistas a un pronto retorno, las
restricciones legales a la emigración que intensificaban el grado de incertidumbre en el proceso migratorio, el
cual se hacía menos difícil para hombres jóvenes y solteros. Las mujeres que emigraron, por el contrario,
tendieron a hacerlo como parte de un proyecto de emigración definitiva, junto a sus familias y dentro de la ley.
Así, las empresas de colonización que nombramos líneas antes, fueron uno de los espacios privilegiados para la
migración femenina a América durante este período.
Todavía resta mucho por investigar sobre este punto y nuestro conocimiento es desparejo. Sus derroteros en
tierras americanas han recibido especial atención por parte de los numerosos y exhaustivos estudios sobre las
elites coloniales del siglo XVIII, en tanto que los europeos ocupaban espacios destacados en ellas.
Al respecto, el estudio de la creación y reproducción de las redes de relaciones interpersonales al interior de las
elites, ha descubierto cómo los vínculos de paisanaje y las pautas matrimoniales permitían a los recién llegados
integrarse exitosamente y participar en las actividades productivas y comerciales de las elites locales. Asimismo,
el análisis de sus formas de participación en la economía colonial, demuestra que las actividades más rentables y
prestigiosas estaban largamente dominadas por hombres procedentes de Europa.
Pero las investigaciones sobre la sociedad colonial también muestran que los inmigrantes se desempeñaban en
una vasta variedad de ocupaciones que trascendían aquellas reservadas a las elites. En las fuentes es posible
encontrar a numerosos europeos trabajando como marineros, artesanos, labradores, soldados, vendedores
ambulantes, tenderos, etc. Es más (al menos en los grandes centros urbanos como México, La Habana, Río de
Janeiro o Buenos Aires), la gran mayoría de los europeos pertenecía a las clases bajas. Sobre estos inmigrantes
“del común” se conoce menos, pero sabemos que en muchos aspectos, su vida estaba ligada a la de sus
paisanos más afortunados integrados a las elites locales. Un dato clave es que la sociedad americana era de
carácter estamental, en donde el origen racial de un individuo condicionaba en gran medida el lugar que
ocupaba en la jerarquía social. En tal sentido, los hombres y mujeres procedentes de Europa contaban con el
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privilegio de su origen, que los distinguía claramente de los americanos, muy especialmente de los integrantes
de las clases populares. El origen europeo era un privilegio no sólo porque la “limpieza de sangre” era un
componente fundamental del honor (y por lo tanto, del prestigio social de un individuo) y porque permitía el
acceso a ciertos privilegios formales (a puestos en la burocracia o al derecho a no sufrir penas infamantes por
algún delito cometido); sino también porque permitía a los inmigrantes, mediante lazos de paisanaje, activar
relaciones interpersonales con miembros de las elites económicas y políticas de la colonia, lo que facilitaba los
términos de su integración en la sociedad colonial y aumentaba las posibilidades de movilidad social ascendente.
Por otro lado, recientes investigaciones sobre la inmigración extranjera han puesto de manifiesto la ambigüedad
de la condición de extranjería, la presencia de mecanismos informales de integración a las comunidades locales
y la existencia de prácticas sociales muy similares entre españoles, portugueses y otros inmigrantes de ultramar
a pesar de su dispar procedencia en el Viejo Mundo. Si bien, estos son temas aún poco explorados, es dable
suponer que, en términos de la construcción de las identidades sociales, los europeos – de las elites o de las
clases bajas, extranjeros o no- formaban un grupo diferenciado en la sociedad de las postrimerías del siglo XVIII
y principios del siglo XIX.
Con la crisis del orden colonial y el advenimiento de los movimientos independentistas los españoles y
portugueses se constituyeron en la cara visible y más próxima de la dominación colonial. En las primeras
décadas del siglo XIX, fueron víctimas de las políticas de los nuevos gobiernos republicanos y sobre todo, blanco
de la hostilidad de los grupos populares que no ahorraron la oportunidad de demostrar su animadversión hacia
quienes consideraban habían sido los principales beneficiados de un orden que calificaban como desigual e
injusto.
Este brevísimo resumen de lo que conocemos sobre la inmigración de europeos entre el siglo XVIII y la crisis del
orden colonial en Iberoamérica (que lógicamente excluye matices, particularidades y, sobre todo, no puede dar
cuenta acabada de su complejidad) refleja los alcances de una historiografía que ha venido reflexionando
durante más de tres décadas sobre la cuestión. Sin embargo, su desarrollo ha sido desparejo y mientras que hay
aspectos bien estudiados sobre los que podemos afirmar que nuestro conocimiento es razonablemente bueno;
otros aspectos han sido poco explorados y aún queda un largo camino por recorrer.
Sobre los primeros, se han estudiado particularmente bien los aspectos institucionales y las políticas que
regulaban la emigración, mientras que se ha avanzado en la identificación de las principales corrientes
migratorias y en el estudio de la cuantificación del flujo de migrantes. También la historiografía ha prestado
particular atención a los inmigrantes que formaron parte de las elites americanas, sobre los que, como ya
señalamos, se han escrito numerosos trabajos.
Por el contrario, otras cuestiones han sido menos exploradas. Ente ellas podemos incluir, por ejemplo, a los
inmigrantes “del común” que integraron las clases populares de la colonia; al análisis del proceso migratorio
desde una perspectiva de género y la particular experiencia de las mujeres; al estudio de la configuración de las
identidades sociales, particularmente en lo referente a cómo eran percibidos los europeos en las sociedades
americanas (y cómo estos percibían a los americanos), cuestión clave para una mejor comprensión de los
procesos independentistas. Asimismo, existen numerosas lagunas espaciales: se conoce mucho más sobre los
inmigrantes en los grandes centros urbanos; mucho menos sobre sus experiencias, trayectorias y formas de
integración en ciudades más pequeñas o zonas marginales. Diversificar los espacios a estudiar nos permitirá
conocer mejor las variaciones en los modos de integración social de los inmigrantes y, consecuentemente,
también la diversidad de las configuraciones sociales coloniales. Por último, un mayor desarrollo de los estudios
microsociales de los procesos migratorios permitiría profundizar el conocimiento de las redes migratorias y
facilitaría un análisis integrado de los espacios de emigración y las sociedades receptoras que supere la -por
momentos- rígida separación entre los estudios centrados en la emigración y aquellos que analizan en proceso
de integración de los inmigrantes en las sociedades americanas.
3. ¿Qué características tenía el proceso de integración de los inmigrantes a las sociedades coloniales
4. ¿Qué características tenía el proceso de integración de los inmigrantes a las sociedades coloniales?
5. ¿Qué características tenía el proceso de integración de los inmigrantes a las sociedades coloniales?
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NOTA. TENGA EN CUENTA QUE CADA RESPUESTA MINIMO DEBEN SER DE DOS PARRAFOS,
COMPLETAMENTE ARGUMENTADO.
Fuentes de información
Bibliográficas
Programas de
Radio
Programas de
Televisión
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Revistas y Otras
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Rúbricas de Evaluación
Valoración
Valoración cualitativa y evidencia de aprendizaje
cuantitativo
Superior
Alto
Básico
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