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EL CONSTITUCIONALISMO SOCIAL
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vislumbra Kriele, hasta la fase del Estado de justicia, o Estado social de
derecho, que es gestor de un bien común público entendido y realizado como
plenitud del bienestar (o el "estar-bien" los hombres en su convivencia)." Por
algo se habla del Estado de bienestar, en vocabulario que ya hemos citado y
repetido en demasía. Para esta plenitud, recordamos que se ha operado otro
tránsito desde los clásicos derechos públicos subjetivos en los que el Estado
era único sujeto pasivo (gravado con un deber de omisión) hasta los derechos
que (aun en el campo socioeconómico y cultural, y siempre perfilados dentro de
aquella categoría) se han vuelto ambivalentes, porque además del sujeto
pasivo "Estado" son oponibles a los demás particulares, que quedan situados
también como sujetos pasivos, a veces hasta con obligaciones positivas de dar
o de hacer (por ejemplo, la de pagar el salario justo y suficiente, la de brindar
condiciones dignas de trabajo, etcétera). Por eso se dice actualmente que en
su dimensión subjetiva o sea, en aquella que tipifica los status de la persona en
el Estado social de derecho, los derechos fundamentales determinan el
estatuto jurídico de los ciudadanos, lo mismo en sus relaciones con el Estado
que en sus relaciones entre Sí, requiriendo que las vías de tutela cubran con
idoneidad ambas situaciones. Esta ambivalencia de los derechos que se
proyectan frente a terceros en las relaciones entre particulares que siguen
siendo para nosotros, relaciones de derecho público aunque acaso su
contenido lo sea de derecho privado. y ello porque el status del sujeto activo y
el del sujeto pasivo se enmarca constitucionalmente en la esfera iuspublicística
y para su funcionamiento requiere: a) la ya aludida aptitud de vías tutelares
frente a los demás particulares; b) la gestión interventora del Estado para
promover condiciones de libertad e igualdad a favor de todos los hombres, y
para remover los óbices frustratorios que, en último término, al degradar al
hombre y a su participación en el bien común conspiran contra su dignidad y su
desarrollo personal: en tal sentido, son elocuentes las normas alusivas en las
constituciones de Italia y de España por ejemplo El Estado de bienestar se ha
transformado, así, en lo que hoy damos como versión histórica y valorizada de
Un Estado personalista que no satisfaría las expectativas y pretensiones que
circulan en el conjunto cultural de la sociedad con el apego envejecido a la
fórmula del Estado liberal abstencionista de los siglos XVIII y XIX. Los desafíos
que a aquel Estado le plantean las sociedades en vías de desarrollo o
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subdesarrolladas son innumerables, pero el esfuerzo empeñoso del hombre
que sabe usar su libertad y su creatividad ha de ser impulso y herramienta para
encamar el ideal en la vigencia sociológica. Si el constitucionalismo social no
responde exitosamente al reto, su tramo histórico quedará en deuda con la
justicia y con los hombres. No interesa demasiado que los derechos sociales y
económicos consten normativamente en la Constitución escrita para que el
Estado de bienestar sea una realidad político-jurídica; el valor docente y
lingüístico que precisaron cumplir las declaraciones de derechos de la primera
generación cuando advino el constitucionalismo clásico no se hace tan
imperioso con los de la segunda en el constitucionalismo social. Esta~ dos
Unidos no necesitó enmiendas a su bicentenaria Constitución escrita para
enrolarse en sus filas, lo que demuestra que las leyes infra constitucionales y
las políticas de bienestar son capaces de finalizar un Estado social de derecho,
sin que por eso reputemos de inútiles las inserciones formalmente
constitucionales, lo que reprobamos es que, con ellas o sin ellas, el mundo
poítico-constituconal deje sin albergue al constitucionalismo social y al estado
de bienestar, que no depende de lo que se escribe en las normas, sino de lo
que se hace en la realidad.
Los derechos imposibles: ya hemos incorporado antes esta locución, con ella
apuntamos a una categoría que, para el temas que ahora tratamos, nos
muestra la imposibilidad del disfrute de muchos derechos, para muchos
hombres cuando los condicionamientos o marcos del régimen político por su
disfuncionalidad o negatividad, ingresan al sistema insumos nocivos que
bloquean o dificultan el acceso al goce de aquellos derechos, entre los que se
encuentran fundamentalmente varios, de tipos oscila, económicos, cultural,
aunque acaso sean solo derechos por analogados ( a la vivienda, al trabajo, a
la alimentación, a la salud ,a la educación, a la seguridad social, a un medio
ambiente sano, etc.) Recaemos en la noción de los derechos “en que se está”,
y en los que “no se está”, pero “hay derecho “ “a estar”, tanto como en los
derechos de ejercicio disponible para el titular y los derechos para cuyo acceso,
disponibilidad y disfrute hay un tramo previo a recorrer. Frente a quienes “no
están” en muchos de sus derechos y no pueden estar porque tampoco pueden
recorrer por sí mismo el trayecto completo de su ínterin el Estado de derecho
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de bienestar del constitucionalismo social tiene urgentemente que sacar esos
derechos de su inscripción normativa –si es que existe en la Constitución
Formal o en la legislación, y también en los tratados internacionales- para
encargarlos en la realidad de la vigencia sociológica. Es aquí donde con mayor
presencia se nos pone por delante el papel de promover (o mover en pro, o
hacia adelante) los derechos, especialmente los hasta imposibles, como un
aspecto nuclear de la gestoría del bien común o bienestar general. Y si a la
sociedad le toca su parte. la vanguardia ha de ser cubierta por el Estado social
de derecho, si quiere merecer ta1 título para tener cabida holgada en el
constitucionalismo social.-
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cierto, y lo proclama Zippelius con toda honestidad: "la labor del Estado en
favor de la justicia social no puede traducirse, hasta en el detalle, en Un
sistema de derechos fundamentales, para someterla así al control completo de
la jurisdicción. En una palabra, la simple garantía de los derechos
fundamentales no permite dogmatizar totalmente la justicia social y la vía
concreta para su realización", Sin embargo, con sobriedad y parquedad, sin
recaer en literatura ni en declamaciones, un esquema normativo de suficiente
precisión en materia de derechos sociales no es desdeñable dentro de la
Constitución. SS Luego veremos el problema que se suscita ante la
programaticidad (en vez de operatividad) de las cláusulas que puedan
formularIos Que con sólo esa normatividad no se satisfacen, es cierto, pero ello
no nos arredra, siempre que obtengan el seguimiento fértil de numerosas
políticas de bienestar. Hay quienes disuaden de incluir en la Constitución una
normativa de derechos sociales. Así Theodor Tomandl, quien aconseja la vía
legislativa, ya que desconfía de los principios programáticos en ese campo
porque comprometen el principio de la seguridad jurídica; o de positivizar los
mismos derechos mediante normas de organización porque lleva el problema
al campo político y no al jurídico; o de tipificar derechos públicos subjetivos
porque su perfil es de difícil diseño constitucional; o de hacerlo como
mecanismos de garantía porque así se sacrifica el valor ideal de los derechos
sociales y se los relativiza en normas sujetas a evolución constante.
Coincidentemente, cuando Pérez Luño relata el punto en la polémica abierta en
la doctrina germana, comenta que, en suma, el terreno de la realización de los
programas socioeconómicos es el de la legislación y la administración, pero no
el de las normas constitucionales. Y no vacila en decir que en la coyuntura
actual lo mismo el disfrute de las libertades que el de los derechos sociales
exige una política social apropiada y unas medidas económicas por parte del
Estado pero de inmediato reconoce que si la Constitución puede formular
positivamente los derechos sociales puede también tutelarlos en igual medida
que a los demás derechos en ella proclamados." Sin embargo la cosa no es tan
fácil, y a la brevedad lo veremos. Y no lo es ni siquiera cuando esos derechos
se hacen oponibles al Estado, porque frente a cada hombre individual el Estado
no siempre puede satisfacerlos asumiendo prestaciones obligacionales de dar
o de hacer. Con todo, Pérez Luño recuerda que en Alemania se ha proyectado
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al ámbito de los derechos sociales el principio de que los derechos
fundamentales tienen también eficacia frente a terceros particulares en sus
relaciones recíprocas. En verdad, algunos derechos sociales tienen
operatividad en esas relaciones, cama el derecho al salario, o a condiciones
dignas de trabajo, o a descanso, o a la huelga, etcétera, que se vuelven
exigibles y justificables entre trabajador y empleador patronal. Dejamos ahora
de lado el tema de si conviene o no volcar a las normas de la Constitución el
plexo de los derechos sociales, no sin anoticiar que hay ya hábito universal de
hacerlo, lo que no exime de buscarles vigencia sociológica en planos infra
constitucionales de la legislación, la administración, las políticas
socioeconómicas de bienestar y de culturalización, etcétera. Tomamos, en
cambio, un sesgo que, aun distinto, no Se desvincula del problema anterior.
¿Los derechos sociales son derechos subjetivos y si lo son lo son en sentido
propio, o solamente por analogado Peces-Barba confiesa estar en desacuerdo
con quienes "niegan la posibilidad de que los derechos económicos, sociales y
culturales se puedan introducir en la categoría jurídica de los derechos
subjetivos en tanto Carmelo J. Gómez Torres entiende que los derechos
sociales se pueden concebir como derechos de crédito, pero no como
derechos subjetivos, en tanto éstos responden en su origen y funcionamiento a
una técnica privatista y a una ideología de signo marcadamente individualista.
Puede ser cierto que el origen del derecho subjetivo como categoría de
encuadre nos llegue del derecho privado, pero no ocurre lo mismo con la
categoría de los derechos públicos subjetivos, que siguen siendo subjetivos,
pero en el área y en las relaciones del derecho público. Además, son muchas
las categorías de filiación privatista que han sido asumidas y perfeccionadas
por el derecho público, de modo que por aquí no va demasiado bien la cosa.
Por eso, en una primera captación nos plegamos a la idea de Peces-Barba, y
cuando la pulimos más hacemos el esfuerzo para que el derecho constitucional
absorba y subsuma en la categoría de los derechos subjetivos (o si se quiere.
de los derechos públicos subjetivos) a los derechos sociales. Si se los ve como
derechos de crédito fundamentalmente frente al Estado, la relación entre el
titular de esos derechos y el Estado social de derecho es una relación entre el
primero a parte crediticia y el segundo a parte debiticia, que si bien desborda al
tipo de los derechos civiles (porque normalmente éstos se satisfacen con la
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simple omisión de daño por parte del sujeto pasivo) no evade el marco de la
relación jurídica de alteridad que es propia de todo derecho subjetivo, si se
presupone que el débito del sujeto pasivo no tiene necesariamente que
consistir en una obligación de no hacer (abstenerse) porque bien puede serlo
de índole positiva (dar o hacer), Esto también es de origen privatista pero muy
útil para el derecho constitucional aunque nos haga incurrir en lo que ya ,es un
lugar común en la ciencia del derecho constitucional, y no por común menos
científico: que el Estado social de derecho supera el carácter negativo de los
derechos fundamentales, que dejan de ser considerados como autolimitación
del poder estatal, para devenir límites que el principio democrático impone a los
órganos del poder. Tal vez el nombre vuelva a ser lo de menos, mientras se
retenga el perfil jurídico de los derechos sociales como derechos del hombre
que se constitucionalizan. Si son "del hombre" y este hombre es su sujeto, ¿no
son "suyos"? ¿Y si son "suyos", no son subjetivos? Sí. Otra cosa es enfrentar
con realismo la particular naturaleza de los derechos sociales, la carga
obligacional del sujeto pasivo (que no siempre ni necesariamente es
exclusivamente el Estado), y la manera y vías de obtener su cumplimiento.
Pero la noción de fondo de la denominada "procura existencial" no debe ser
abdicada, ni dejada fuera del constitucionalismo social, en tanto "la filosofía de
los derechos humanos, como ideología humanista y democrática, pretende
crear condiciones sociales necesarias para que no existan trabas sociales al
desarrollo de los hombres"," Habrá dos cosas a afrontar: a) el lenguaje
normativo con el que se formulen constitucionalmente estos derechos (ya que
no nos referiremos con tratamiento posterior independiente) para que no sean
pura fraseología desprovista de entidad jurídica, ni derechos imposibles; b) los
condicionamientos reales de tipo socioeconómico y cultural entre otros que los
hagan funcionales, operables, y susceptibles de adquirir vigencia sociológica.
Ambos aspectos son fundamentales, aunque el segundo pueda parecer más
importante porque proporciona la factibilidad de acceso y goce a esos
derechos; pero la fórmula lexical de su enunciado también lo es; en suma hay
que atender a las dos cuestiones para no convertirlos en promesas que luego
se incumplen, o no se pueden cumplir y que por consecuencia hasta casi dejan
de ser, entonces, siquiera lo que pueden ser inicialmente cuando se los
inscribe: un catálogo de ilusiones. Aquí es muy conveniente dar por
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reproducida, para que el derecho constitucional la acoja, la categoría de la
obligación activamente universal, tanto como funcionarla a través de vías
compulsivas de exigibilidad. Como siempre, apuntamos a encarar los derechos
sociales desde el horizonte de su posibilidad de vigencia sociológica, más que
desde el de su declaración normológica. El último ha sido alcanzado, pero la
dificultad y el estorbo subsisten en el primero. Y ese horizonte debe ser
despejado por el derecho constitucional (el material más que el formal). La
doctrina de los derechos humanos ya les ha hecho su aporte positivo.
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EL FUNCIONAMIENTO CONSTITUCIONAL DE LOS DERECHOS
HUMANOS:
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EL PROBLEMA DE SI PARA EL FUNCIONAMIENTO DE LOS DERECHOS ES
MENESTER UNA NORMA DE RECONOCIMIENTO
Puede suponerse que este tema dudoso reenvía a la filosofía jurídica, y que
por eso no debe extrapolarse para insertarlo en el derecho constitucional. No
obstante como pese a aquel reenvío la norma previa sería siempre una norma
de las acostumbradas a considerar "positiva" -o sea, del orden normológico que
íntegra al mundo jurídico esa positividad hace que a la tal norma debamos
situarla en el ámbito del derecho constitucional (aunque acaso no sea la
Constitución la que la contenga, sino otra normativa inferior, como por ejemplo
la ley). Hay afirmaciones rotundas en el sentido de que los derechos humanos
exigen necesariamente, para su positivización, de la tal norma previa, o en
otros términos, del denominado derecho "objetivo" (si es que se lo ve,
fundamental o exclusivamente. como un sistema u orden de normas jurídicas).
Ya no se trata aquí del fundamento de los derechos que pueda existir o exista
fuera y por sobre la positividad, sino ¿el arraigo necesariamente normativo de
ellos en el derecho positivo, No nos queda muy en claro si el requerimiento
doctrinario de existencia de norma jurídica previa alude a norma "escrita", o
consiente que pueda no estar formulada por escrito. Históricamente tenemos
los dos modelos, porque el constitucionalismo moderno dio por cierto que hacía
falta la norma escrita (y por eso hizo cundir la novedad de las declaraciones
constitucionales de derechos), aunque no desde un axioma que la exigiera
como necesidad inesquivable (de modo que a falta de esa norma no pudiera
haber derechos) sino, más modestamente, desde la creencia en que la norma
previa conseguía y aseguraba la realización de los derechos; pero tenemos el
otro modelo del derecho no escrito -caso de Gran Bretaña en el que los
derechos se alojan en el common law sin norma escrita previa (y hasta el caso
de Estados Unidos. cuya Constitución escrita en el texto originario de 1787 no
contenla declaración de derechos). El rastreo histórico no nos da pues, una
respuesta única ni uniforme. Muy sintética y dogmáticamente nuestra posición
es esta: si por norma positiva previa se entiende única y necesariamente una
norma de reconocimiento de los derechos que se halle formulada por escrito,
decimos que esa tal norma no hace falta, Si, en cambio admitimos que en el
campo del derecho constitucional (o Constitución) material hay (porque puede
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haber en un sentido ontológico) derecho no escrito cuyas normas por ende no
constan en una formulación expresa entonces decimos que por fuente de
derecho consuetudinario o de derecho "espontáneo" (no escrito) surge y entra
en el derecho constitucional material una norma no formulada por escrito, a la
que es admisible reputarle de carácter previo a la subjetividad positiva de los
derechos. Con afinidad a este supuesto de norma previa no escrita hay que
citar otro, que es el del derecho judicial (o jurisprudencia) cuando de él (en
cuanto fuente del derecho constitucional material) surge y entra en éste la
norma no escrita de reconocimiento de los derechos, en suma, para que el
hombre titularice derechos y los pueda ejercer y gozar no hace falta, con
necesidad absoluta, la existencia de una norma escrita que sea previa y
anterior. Pero cuando estamos inmersos en una cultura jurídica escrituraria, y
cuando nos habituamos a una Constitución que, además de escrita (formal o
codificada) es suprema y aún más, rígida, la normativa escrita previa es una
herramienta capaz de reforzar la vigencia sociológica de los derechos aunque
no de asegurar que ésta vaya a ser efecto automático y necesario de la
normativa escrita.
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necesariamente que también la vigencia sociológica puede existir sin recurso a
la coacción o coerción cuando espontáneamente el sujeto pasivo reconoce el
derecho del activo y cumple su prestación obligacional; b) extractando del
anterior inciso la afirmación de que en casos de violación o incumplimiento
hace falta para la vigencia sociológica del derecho respectivo que exista
disponibilidad de coacción o coerción, éstas no precisan indispensablemente
de una norma escrita previa que las prevea (y el ejemplo elocuente lo tenemos
con el amparo argentino, que surgió en 1957-1958 por fuente de derecho
judicial emanado de la Corte Suprema, sin ninguna norma escrita ni expresa, ni
previa).
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anteponer uno u otro adjetivo), Concordantemente, hay que resolver
constitucionalmente el derecho a la jurisdicción de los justiciables para que, con
su ejercicio, accedan o puedan acceder a la jurisdicción constitucional,
cuenten con legitimación procesal activa y mediante ello, den entrada a su
pretensión y obtengan el pronunciamiento final. Es sabido que no todos los
sistemas de jurisdicción constitucional legitiman a los particulares a acceder a
ella para impulsar el control constitucional, pero lo importante radica en que sí
exista un dispositivo procesal para que la persona que cree sufrir o haber
sufrido lesión a un derecho suyo disponga del derecho a la jurisdicción para
hacer valer su pretensión correspondiente, Lo que sí hemos de recomendar
como máximo de garantía es que el sistema de jurisdicción constitucional sea
flexibilizado, optimizado, y abierto en toda Su posible amplitud, tanto en cuanto
al aspecto orgánico (qué órgano recibe la función), a las vías de acceso, y de
promoción del control, y a los efectos que surten los pronunciamientos (y nos
tentamos en este último punto de encomiar a los sistemas que a las
declaraciones de inconstitucionalidad de normas generales les atribuyen efecto
amplio, erga omnes o derogatorio de esas normas)
LA SUPREMACÍA DE LA CONSTITUCIÓN
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jerárquica sobre el resto de aquel orden y sobre todo que permite extraer de la
imagen piramidal del mismo la conclusión de que si en los planos infra
constitucionales subordinados no se acata el deber de congruencia con la
Constitución, el apartamiento lesivo de ella exhibe el vicio o defecto de la
inconstitucionalidad o anticonstitucionalidad, queda descalificado como tal,
carece de validez, y necesita corrección para restablecer la compatibilidad
distorsionada, ya no nos referiremos al valor sociocultural y docente que el
principio de supremacía es capaz de ostentar cuando su noción se adentra e
interioriza con convicción en el sistema social de valores y también en la
legitimidad legalizada. Sólo vemos al mismo principio en su inserción juridizada
para fomentar el respeto a la Constitución suprema, su simbolismo, y su
funcionamiento. En esto reside la calidad que como garantía tiene los derechos
de quedan vinculados obligatoriamente por la Constitución, lo que da pie sólido
para afirmar que toda violación a ella, provenga de los poderes estatales o de
los particulares (individual o colectivamente) es inconstitucional porque ofende
a la supremacía. De aquí es fácil extractar, en orden a su funcionamiento como
garantía, la cabida de que también cuando dentro del Estado se tiene que
aplicar una normativa que ingresa desde afuera (por ejemplo, el derecho
extranjero en los casos en que el derecho internacional privado lo convoca),
esa normativa extraña, en la medida en que penetra dentro del Estado, debe
ser compatible con su Constitución y quedar sometida a control de
constitucionalidad interno. En la supremacía constitucional es menester acoger,
como mínimo, una triple imagen, si es que se pretende que sea garantía de
funcionamiento eficaz de los derechos la diversificamos así: a) la Constitución
prohíbe algunas cosas; por ejemplo, violar los derechos; y si los poderes
públicos o los particulares hacen lo que ella prohíbe, hay inconstitucionalidad;
b) la Constitución también manda hacer otras cosas o sea, impone
obligaciones de tipo positivo; por ejemplo, obliga muchas veces al legislador
ordinario a reglamentar normas programáticas en las que la Constitución
depara derechos; y si lo mandado no se cumple hay también in
constitucionalidad (por omisión) e) por ejemplo otras veces la Constitución
habilita alternativas y opciones, entre las que aquellos a cuyo favor se ofrecen
pueden escoger; y aquí cabe recomendar el criterio de optimización, para que
esos destinatarios de las opciones elijan las que puedan dar mayor rendimiento
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a la Constitución; en este campo corresponde situar a muchas de las políticas
de bienestar que la competencia de los órganos de poder permite adoptar y
desarrollar para beneficio de los derechos humanos. Pero nos queda otro
rincón de la Constitución suprema al que hemos hecho alusiones ligeras en
otras partes de este trabajo. Es el de les espacios en blanco o de los silencios
de la Constitución a los que hay que saber poner atención porque pueden ser
muy ricos y fecundos- con el oído abierto a la filosofía y a la historia de la
Constitución, a su sistema de valores a su idea de derecho, porque también
("Esos silencios tienen que ser aprovechados en maximización de la
Constitución suprema. Podría vedarse o perseguirse al pluralismo partidario o
religioso al que la Constitución no dedicara norma alguna, si de todo el
conjunto de ideas, valores, principios, y tradición histórica de la Constitución se
desprendiera su favor haría la libertad, los derechos personales, el
asociacionismo, la participación? Indudablemente no; aquel silencio o espacio
en blanco tendría que cubrirse razonablemente en acogimiento al pluralismo
tomado' por 'ejemplo de nuestra propuesta.
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Las trampas a la Supremacía de la Constitución en materia de derechos
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claramente de la Constitución, entendemos que Su supremacía no es
compatible con la idea de que en su declaración de derechos haya algunos
cuyo ejercicio no se pueda hacer efectivo mientras falte la legislación
reglamentaria, o cualquier otro acto o decisión del poder tendientes a dejarle
curso expedito. Cuando acontece algo de esto que llamamos trampa a la
supremacía, el común de las gentes se puede preguntar seriamente para qué
sirve la Constitución suprema si los derechos que ella declara pueden
encontrarse, en algunos casos precisamente, los tramposos encerrados en un
bloqueo de funcionamiento del que no pueden soltarse para adquirir posibilidad
de ejercicio, acceso o disfrute. Desde un tiempo atrás alabamos la prudente
sagacidad del constituyente español que en el texto supremo de 1978 separó
los derechos y libertades civiles, de los sociales y económicos, pero no con un
mero fin metodológico de distinción, sino con otro que preserva a la
Constitución de caer en burla en descrédito. En el artículo 53,3, salva la imagen
de su supremacía cuando y porque señala que los principios rectores de la
política social y económica (ámbito del constitucionalismo social y de los
derechos sociales) informarán la legislación positiva, la práctica judicial y la
actuación de los poderes públicos, pero que "sólo podrán ser alegados ante la
jurisdicción ordinaria de acuerdo con lo que dispongan las leyes que los
desarrollen". Esta norma impide que los hombres puedan enrostrarle a la
Constitución algo como esto: tú me reconoces algunos derechos y eres
suprema, pero tu supremacía no me sirve y queda desvirtuada porque yo no
tengo acceso a esos derechos hasta que los poderes públicos hagan a mi favor
tal o cual cosa, ni puedo acceder a la jurisdicción para suplir o reparar su
inercia y alcanzar la efectividad de mis derechos; ¿para qué me vale tu
supremacía? y lo impide porque es la propia Constitución suprema la que,
dentro de la supremacía, enuncia en la norma citada algo como esta respuesta
a la recriminación: mis normas supremas en las que encuentras derechos tuyos
marcan una pauta y una orientación al legislador, a los jueces, y a los poderes
públicos, quienes obligatoriamente deben tomarlas en cuenta; pero yo misma,
en mi supremacía, te digo que para invocar esas cláusulas en las que
encuentras derechos tuyos tendrás que someterte, en tiempo y condiciones
materiales, a lo que establezca la ley que yo doy por habilitada para adoptar
tales dispositivos; entre tanto, sin abdicar de mi supremacía, te contesto que
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ella sólo tiene como alcance a favor de tus derechos el que te acabo de
explicar. (Por supuesto que la misma Constitución española, en el artículo 53,2,
pone al acceso directo de las personas la tutela jurisdiccional de sus derechos
y libertades civiles.)La supremacía de la Constitución ¿tiene alguna instancia
positiva por encima de ella? El interrogante nos deja margen para ubicar dos
respuestas, o mejor, dos aspectos de una respuesta análoga. El primer aspecto
proviene de una Constitución francesa, en la que el apego tradicional a los
postulados emergentes de la Declaración de 1789 permite entender que, para
muchos autores los derechos humanos en ella declarados forman parte de una
instancia positiva que está por arriba de la propia Constitución, de forma que
aunque ésta no reencarnara a la Declaración, o no la imitara en una propia, los
derechos del hombre disfrutarían de un rango superior al de la Constitución
misma. A tal instancia positiva colocada por sobre la Constitución se la
elevaría, en el léxico constitucional francés "supe legalidad", con lo que este
vocablo ya no aludiría, como en nuestro vocabulario americano, a la propia
Constitución que prevalece sobre las leyes y con la que quedaría identificado a
"supremacía", sino él una especie de Constitución histórica valorativamente
legitimada que se sobre elevaría respecto de la Constitución, Algo así como un
supe vértice o una supe cúspide, El segundo aspecto queda descubierto en
una relación de derecho constitucional (o interno) con derecho internacional
público y se presenta cuando en postura monista de supremacía del segundo
sobre el primero (por ejemplo, en la Constitución de los Países Bajos) se
confiere al derecho internacional un orden prelatorio superior al de todo el
derecho interno, incluida la propia Constitución, Si para nuestro tema
atendemos al derecho internacional de los derechos humanos (tratados,
pactos, convenciones, etcétera, con un plexo global, o con normativa sobre un
fragmento o parcialidad) decimos que en tal supuesto el derecho internacional
contractual está por encima de la Constitución. Si lo que queremos es optimizar
los derechos humanos, y si conciliado con tal propósito interpretamos que las
vertientes del constitucionalismo moderno y del social se han enrolado cada
una en su situación histórica en líneas de derecho interno inspiradas en un
ideal análogo, que ahora se ve acompañado internacionalmente, nada tenemos
que objetar (de lege ferenda) a la ubicación prioritaria del derecho internacional
de los derechos humanos respecto de la Constitución. Es cosa que cada
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Estado ha de decidir por sí, pero si esa decisión conduce a erigir a los tratados
sobre: derechos humanos en instancia prelatoria respecto de la Constitución, el
principio de su supremacía aun debilitado no queda escarnecido en su génesis,
porque es harto sabido que desde que lo plasmó el constitucionalismo clásico
se ha enderezado en común con todo el plexo de derechos y garantías a
resguardar a la persona humana en su convivencia política. (Otra cosa
diferente ocurre cuando el principio de supremacía constitucional ha sido o es
trasplantado al orden jurídico de Estados no democráticos) En el derecho
comparado encontrarnos más bien una tendencia más moderada que la del
monismo Con supremacía del derecho internacional respecto del interno, y es
la que a través de la Constitución reconoce a los tratados sobre derechos
humanos que vinculan al Estado un nivel o rango iguales al de la Constitución.
Con esta solución no se alcanza a colocar a los primeros en una instancia
positiva superior a la Constitución, pero se confiere a los mismos un
alojamiento hospitalario dentro de la supremacía constitucional en paridad con
la Constitución.
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la positividad, decimos que fuentes del derecho son aquellas que en el derecho
constitucional material dan ingreso y recepción a la vigencia sociológica de los
derechos humanos, haya o no haya normas escritas que los declaren,
formulen, reconozcan, etcétera; pero cuando haya vigencia sociológica de los
derechos, habrá siempre normas descriptivas, porque el mundo jurídico tiene
una dimensión normológica sólo que esas normas pueden no estar escritas,
pero que las hay, las hay (que el derecho es normativo no admite negación, y
el trialismo no incurre en esa negación; lo que acontece es que el trialismo dice
que no es "únicamente" un orden de normas, sino mucho más, en cuanto junto
a tal orden hay otro de dimensión sociológica, y un tercero de dimensión
dikelógica o del valor). ¿Es que con este sentido despreciaremos el orden
normativo escrito al tratar el tema de las fuentes de los derechos humanos? De
ninguna manera, porque: a) ya hemos analizado la importancia de todo tipo
que en el constitucionalismo moderno reviste el orden de normas codificadas
en la Constitución escrita, aun cuando no alcance plena vigencia sociológica; b)
las normas escritas sobre derechos humanos son capaces, como todas las
normas jurídicas, de lograr aquella vigencia (aunque no milagrosamente ni por
su sola constancia escrita): e) cuando las mismas normas escritas sobre
derechos funcionan en, dimensión sociológica, decimos que nos hallamos,
"materialmente", en el campo del derecho constitucional, aun cuando muchas
de esas normas escritas estén formuladas fuera de la Constitución escrita (en
una extra constitucionalidad" en sentido formal, como leyes, tratados, etcétera);
d) cuando las normas escritas sobre derechos humanos no ingresan a la
Constitución (o. derecho constitucional) material porque no adquieren vigencia
sociológica, o porque habiéndola adquirido la pierden, la Constitución escrita (y
también los tratados) sirven para vituperar el apartamiento transgresor, para
recuperar la vigencia sociológica a través del control constitucional, etcétera.
Tal es, en prieta síntesis, el sentido con que muy brevemente hablaremos de
las fuentes de los derechos humanos.
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García Pelayo denomina la creencia racional en la fuerza estructuradora de la
norma (piénsese en la tipología racional-normativa que explica el citado
maestro español), sino por la adición del principio de supremacía y por la
rigidez en cuanto al punto de la reforma de la Constitución. Sabemos que lo
normal fue y ha sido plasmar a los derechos en el sector normativo de la
Constitución que ostenta el nombre y el carácter de una declaración, una tabla,
un catálogo o un hilo y cuando esa parte ha faltado, se la ha sobreentendido
implícita, o sea, no ausente si se recurre a la tradición, a la filosofía o ideología
de la Constitución a su sistema de valores, etcétera, corno fue el caso del texto
primitivo de la Constitución de Filadelfia, hasta que adicionó las diez primitivas
enmiendas. Pero valga la reiteración en la Constitución material no hay
derechos humanos por más declaración normativa que sobre ellos exista en la
formal o escrita, si las normas de ésta no entran a la dimensión sociológica del
mundo jurídico mediante su vigencia (sociológica, por supuesto), Aquí
utilizamos de nuevo la palabra "constitucionalización" de los derechos en un
sentido alternativo: a) por el mero hecho de constar por escrito en la
declaración constitucional. aun cuando no alcancen vigencia sociológica (esa
mera constancia, es bueno recordarlo, no equivale por sí sola a su
positivización); b) por la adquisición de vigencia sociológica en la Constitución
material (lo que ya si es sinónimo de positividad o positivización),
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posición para adherir al monismo. El monismo unifica a los dos órdenes
jurídicos y predica una unidad de fuentes, de forma que el derecho
internacional contractual penetra e ingresa automáticamente directamente y por
sí mismo y por sí solo al derecho interno a partir de la ratificación del tratado
por el Estado que se hace parte en él. No hace falta después de la ratificación
internacional (que difiere en mucho de la "aprobación" que un órgano interno
por ejemplo el congreso o parlamento, o una de sus cámaras debe dar al
tratado conforme al derecho interno para habilitar su posterior ratificación
internacional) que una fuente interna (ley) preste su filtro para que a través de
él el tratado entre a formar parte del derecho interno. Viene después otro
problema adicional, que cada Estado resuelve a su modo: a) o el tratado
ingresado al derecho interno prevalece sobre todo el conjunto de éste inclusive
sobre la propia Constitución; b) o el tratado se sitúa en un plano inferior al de la
Constitución, pero superior al de las leyes internas; e) o el tratado se sitúa en
un plano inferior al de la Constitución. y no superior al de las leyes pero sí igual
al de éstas; d) o el tratado goza del mismo rango de la Constitución y con ella
prevalece sobre el resto del derecho interno. De los tratados sobre derechos
humanos cabe decir lo mismo que en orden o vigencia normológica y a
vigencia sociológica hemos dicho en el parágrafo anterior acerca de la
Constitución. Pero así como allí hicimos una rápida mención al control
constitucional interno aquí conviene recordar que la internacionalización de los
derechos y el activismo de la fuente contractual del derecho internacional
vienen dando lugar al fenómeno de las jurisdicciones o instancias
internacionales o supra estatales cuyos tribunales tienen a su cargo interpretar
los tratados y/o resolver quejas y denuncias sobre violaciones a los mismos
cometidas en jurisdicción interna de los Estados-parte que quedan sometidos
(voluntariamente o no) a la jurisdicción internacional, lo que añade una nueva
garantía en la esfera internacional en favor de la vigencia sociológica de los
derechos contenidos en tratados internacionales. En América, es ilustrativo el
ejemplo de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, o Pacto de
San José de Costa Rica, con su instancia supraestatal organizada en una
Comisión y una Corte Interamericana de Derechos Humanos, cuya jurisdicción
no se abre automáticamente para cada Estado cuando éste ratifica el Pacto,
sino que requiere acatamiento expreso de ese Estado
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LA LEGISLACIÓN INTERNA. Peces Barba llama sistema mixto al que en el
sistema de fuentes, reparte entre el poder constituyente (Constitución) y poder
legislativo (legislación) la formación escrita de los derechos humanos. Lo
propicia por diversas razones, muy atendibles, que sin hacernos descartar la
importancia de la declaración de derechos en la Constitución suprema, ni la
conveniencia de esta fuente en Sociedades universalmente adictas al método
escriturario en el campo constitucional, nos llevan a adherir a la idea de que es
bueno que las leyes internas completen y pormenoricen o reglamenten en el
sistema de fuentes, a la Constitución en materia de derechos del hombre.
Cuando es así, y cualquiera sea el sector del derecho sobre el que recae la
legislación (el civil, el mercantil, el penal. el agrario, el laboral. etcétera) esa
legislación es considerada por nosotros como "materialmente" constitucional
por referirse a aquella "materia" propia del derecho constitucional, cual es el del
status jurídico político del hombre en el Estado. Pero de nuevo afirmamos que
la legislación sólo incorporará derechos a la Constitución material cuando sus
normas escritas alcancen vigencia sociológica. En la relación de la legislación
con la Constitución y con los tratados internacionales, se hace útil comentar
que: a) la ley no puede transgredir a la Constitución suprema so pena de ser
inconstitucional, por lo que en materia de derechos humanos debe ampliar,
reforzar, detallar, reglamentar, etcétera, a los que la Constitución contiene, pero
no alterarlos frustrarlos o disminuirlos (aquí reaparece la regla o el principio de
que la ley debe ser razonable: y no arbitraria, porque si es lo último se vuelve
inconstitucional); b) adherimos rotundamente a la interpretación que hace
prevaler a los tratados sobre las leyes desechando tanto la que coloca a las
leyes por encima de los tratados como la que equipara a unas y otros en un
mismo nivel jerárquico; por ende, aplicamos a la ley contradictoria con un
tratado (sea anterior o posterior a él) el mismo criterio que acabamos de
exponer en orden a la relación entre ley y Constitución.
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para tenerlo por tal no se requiere largo tiempo, sino un muy breve y rápido
proceso genético (muy normal y habitual por cierto, en el ámbito constitucional)
lo llamamos derecho espontáneo (en alusión, precisamente, a la
espontaneidad acelerada de la fuente y de su producto). Mas no cabe
explayarnos ahora Si recordamos que en él derecho no escrito hay normas no
escritas, cabe decir que cuando ese derecho no escrito (consuetudinario o
espontáneo) que exhibe la vigencia sociológica de los derechos humanos hay
constitucionalmente hablando normas no formuladas expresamente por escrito
en la Constitución material que describen aquella misma vigencia de tal forma
para lo que comentamos en otra parte los derechos en cuanto subjetivos no
existen sin normas (en este caso de la fuente aludidida, normas no escritas).
Esta fuente es fundamental porque si se la incluye entre las que se dan en
considerar fuentes materiales vuelca materialmente a la Constitución material
un contenido que por referirse a los derechos del hombre hace parte medular
del constitucionalismo clásico y del social. Por razones de brevedad, omitirnos
el análisis de los supuestos en que, a la inversa del funcionamiento propicio de
esta fuente para los derechos, la misma fuente actúa en sentido opuesto a la
vigencia sociológica de los mismos, y a la relación y efectos que de ocurrir eso,
tiene el derecho consuetudinario y el espontáneo con el derecho escrito
especialmente con la Constitución formal, hay en ese tema aspectos de validez
y de vigencia muy atractivos para encadenar la perspectiva constitucional con
la iusfilosófica.
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está a cargo de tales órganos, o de otros equivalentes según la pluralidad tan
variada de sistemas, nos hace asignar trascendencia a la fuente judicial, y decir
que cuando hay una Constitución escrita, ésta es lo que los jueces dicen que
es, según la célebre frase de Hughes, como también que las cortes supremas o
constitucionales son parafraseando a Wilson algo así como convenciones
constituyentes en sesión permanente, en cuanto de modo ininterrumpido hacen
interpretación, integración, y control constitucionales "de" y "desde" la
Constitución, como lo explicamos por separado. Es claro que al igual que las
otras fuentes infra constitucionales, ésta puede en algunos casos reales o
hipotéticos distorsionar a la Constitución e introducir en la Constitución material
mutaciones deformantes o discrepantes respecto de la escrita, lo cual si a la
última la pensamos con una declaración valiosa de derecho nos hace emitir un
juicio negativo de disvaliosidad respecto del derecho judicial que frustra, con
aquellos resultados, a los derechos declarados en la Constitución. Pero este no
es el momento de: divagar sobre tal fenómeno, sino de circunscribirse más bien
a la imagen ortodoxa y valiosa de un derecho judicial que, como fuente, emite
una producción propicia de acrecimiento y maximización de los mismos
derechos. En esa línea, el prudente activismo de la fuente judicial tiene aptitud
para vigorizar a las otras fuentes Constitución, tratados, leyes y apuntalar
cuantitativamente y cualitativamente la vigencia sociológica de los derechos
humanos.
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